Francisco
Mosquera
Resistencia Civil
III
APERTURA ECONÓMICA Y SOBERANÍA NACIONAL
LOS COLOMBIANOS DECIDIRÁN SU PORVENIR
SIN INTROMISIÓN AJENA
Julio 15 de 1977
Discurso pronunciado en el Teatro Jorge Eliécer Gaitán con motivo
del lanzamiento de la candidatura presidencial de Jaime Piedrahita
Cardona por el Frente por la Unidad del Pueblo, FUP. Publicado en
Tribuna Roja No. 27, primera quincena de agosto de 1977.
Compañeras y compañeros:
Advertíamos el 18 de febrero que el movimiento unitario que de
tiempo atrás vienen gestando las fuerzas revolucionarias
colombianas se desplaza a paso de carga, fortaleciéndose cada vez
que en su camino brotan obstáculos artificiales o reales que
pretenden vanamente contenerlo y ganando con el transcurrir del
calendario en extensión y profundidad. Este 15 de julio vuelve y
ratifica la vigencia histórica de la unidad del pueblo que estamos
propiciando. Una política consecuentemente unitaria, que no
inventa pretextos para excluir a las organizaciones y personas
dispuestas a batallar hombro a hombro con nosotros contra el
imperialismo norteamericano y sus lacayos que depauperan y
deshonran a Colombia; una política que no florece ni marchita
ramilletes de candidaturas presidenciales, según vayan aconsejando
circunstanciales intereses de secta, ni sacrifica la gran batalla
por el frente único antiimperialista, a cambio del inoportuno y
pequeño pleito por aislar a uno o varios partidos susceptibles de
contribuir al debilitamiento de los enemigos principales; una
política, en fin, que no necesita recurrir a la amenaza ni al
halago, porque se halla sólidamente engastada sobre una base
inmodificable de principios, por los cuales hemos luchado, hasta
generalizar el convencimiento de que la unidad del pueblo
únicamente será viable mediante la observancia de tales principios
mínimos y definitorios.
Si echamos una mirada retrospectiva a los últimos cinco años
observamos cómo la revolución colombiana ha obtenido ciertamente
conquistas de enorme importancia. Después de haber hecho
conciencia de que su triunfo en esta etapa será fruto de la
alianza de todas las clases, sectores y partidos
antiimperialistas, ha estado inclinando a su favor la prolongada
contienda porque dicha alianza se concrete en torno a un programa
que contemple las reivindicaciones fundamentales económicas y
políticas de las diversas fuerzas integrantes del pueblo, y a
través de la estricta aplicación de unas normas democráticas de
relación y funcionamiento. Los conatos de frentes revolucionarios
en Colombia han fracasado o por falta de claridad acerca de los
postulados programáticos o por desconocimiento de la democracia en
su organización. Por eso no transigimos cuando se intenta
prescindir o socavar estas dos piedras angulares de la unidad.
Ustedes recuerdan que no hace mucho ciertos
grupos de los que prefabrican argumentos para poder combatirnos,
nos increpaban injustamente el que no tuviéramos una concepción de
largo alcance del frente, sino criterios meramente electorales del
mismo. Olvidando esta acusación, algunos de ellos, ante la
evidencia de que los plazos de espera se han vencido y de que
entramos por la fuerza de los días en el terreno de las
definiciones, nos han propuesto a última hora que elaboremos una
simple plataforma programática electoral, sin pretensiones
estratégicas, a la cual nos sumemos todos e impidamos la división
de la izquierda. Es decir, que se merme el programa para que se
engrose el frente. ¿Cuáles serían los objetivos de semejante
avenimiento? Batallar contra la carestía, contra el desempleo,
contra el hambre, contra el analfabetismo, contra el estado de
sitio, contra las reformas oligárquicas y en pro de una que otra
reforma progresista. En una palabra, que utilicemos el debate
electoral para arremeter primordialmente contra los efectos de la
crisis de la sociedad que agoniza y silenciemos las causas y las
soluciones revolucionarias de aquélla. Triste papel para una
revolución que además de ir a elecciones manipuladas por sus
enemigos y de someterse por su relativa debilidad a comicios cuyas
reglas de juego son la negación misma de la democracia, renuncia
voluntariamente a la única ventaja que le reporta la lucha
electoral, cual es la de educar y organizar al pueblo con las
explicaciones justas concernientes al origen de todos los males de
la nación y de las masas, sin dejar de condenar concretamente a
los beneficiarios y sustentadores del orden caótico y despótico
que languidece, y sobre todo con la propaganda y agitación de las
transformaciones revolucionarias que pide y permite el desarrollo
social del país.
Lo contrario sería contaminarnos del oportunismo de los partidos
tradicionales que suelen maldecir también los resultados de su
catastrófica gestión de más de siglo y medio y ofrecen en cada
período eleccionario bálsamos que son peores que las enfermedades
que dicen atacar. ¡Acaso López Michelsen, por ejemplo, no denunció
el alto costo de la vida legado por el gobierno de Pastrana y
alardeó demagógicamente con que su mandato sería un paraíso de
garantías y buenaventuras! Y tras este mercader de milagros hubo
grandes romerías de creyentes, incluyendo no pocos conmilitones de
la oposición que disimulaban su impudicia con los conjuros de que
apoyaban lo "bueno" pero combatirían lo "malo" del lopismo. Hoy el
alza de los precios es varias veces superior a la de cualquiera de
los regímenes frentenacionalistas y el estado de sitio, al igual
que en los tres decenios anteriores, ha sido la forma predilecta
de gobernar por los continuadores de la coalición
liberal-conservadora, proimperialista, con su cuadro dantesco de
obreros, campesinos, estudiantes e indígenas asesinados,
sindicatos ilegalizados, universidades allanadas, dirigentes
populares encarcelados y poblaciones enteras reprimidas y
escarnecidas. Debido a ello, contra toda la feria de ilusiones,
levantamos la denuncia de que este cuatrienio era antes que nada
un "mandato de hambre, demagogia y represión", que hoy corean sin
distingos los explotados y oprimidos de Colombia.
Vale la pena agregar y destacar que la campaña en cuyos umbrales
nos encontramos, a pesar de sus complejidades y larga duración, se
llevará a cabo en condiciones excelentes para las fuerzas
revolucionarias. Desde los cuatro vientos nos llega el mensaje del
descontento y la rebeldía creciente de las masas trabajadoras; el
proletariado reagrupa sus filas bajo sus banderas de clase; los
campesinos impulsan sus organizaciones independientes de la
influencia oficial y sus acciones estremecen las zonas rurales, y
los estudiantes, educadores y artistas revolucionarios no le ceden
al régimen y con sus proclamas reavivan el pebetero de la nueva
cultura. La revolución avanza firme, segura, inconteniblemente.
Esto por una parte, y por la otra, los imperialistas
norteamericanos y la minoría oligárquica vendepatria que los
sustenta afrontan grandes dificultades en el obstinado empeño de
mantener a Colombia atada a su coyunda. Sus medidas son cada vez
menos efectivas para apacentar el rebaño. La coalición imperante
se desgasta y fatiga en camorras internas, sin hallarle una salida
satisfactoria a sus insalvables contradicciones. La hidra de la
corrupción devora uno a uno los miembros del cuerpo
burocrático-militar del Estado, sin excluir a la familia
presidencial, que descuenta por derechas sumas incalculables en
escandalosos negociados por los servicios cumplidos a la patria de
los Corleone de las altas finanzas y de la gran propiedad
inmobiliaria. El pánico les sube con las mutifacéticas
manifestaciones cotidianas de la descomposición prevaleciente, al
ver cómo se les va desplomando en sus propias narices el reino
dorado que creían sempiterno. Ni con el espantapájaros del golpe
cuartelario lograrán restar el empuje a la revolución, ya que los
desposeídos de las estribaciones de las tres cordilleras andinas
también han hecho suya la enseña inmortal de Espartaco: los
esclavos no tienen más que perder que sus cadenas. Y tienen, en
cambio, un mundo por ganar. Por consiguiente saludamos
alborozadamente la crisis, hasta que toque fondo, a sabiendas de
que las cosas han de dañarse por completo para que puedan
remediarse y comprendiendo que entre más avanzada sea la noche más
cercano estará el amanecer.
¿En tan favorable situación cómo vamos, pues, a encarar los
revolucionarios el debate electoral? Cuando los politicastros de
la reacción han comenzado a hablar contra el hambre y el
paludismo, como lo han hecho toda una vida, agregando que estas
calamidades del pueblo carecen de color político, ¿nos limitaremos
nosotros a referirnos a los efectos, mas no a las causas y
soluciones de la crisis? De ninguna manera. Desmontemos de una vez
por todas este embeleco tan manido. En Colombia el hambre y el
paludismo han sido liberal-conservadores. Las dolencias del país y
de las masas obedecen a la política antinacional y antipopular de
los partidos tradicionales, y de sus jefes desacreditados,
principalmente a la entrega y sometimiento de la nación a la
expoliación del imperialismo norteamericano, a los privilegios
consentidos y multiplicados de un circulo microscópico de grandes
burgueses y grandes terratenientes por parte de todos los
gobiernos, incluyendo desde luego a éste que padecemos de la
autodenominada "esperanza" al que constitucionalmente todavía le
falta más de un año de existencia, pero al que ya le están
buscando con afán en medio de estrepitosa gresca un sucesor de su
estirpe, de sangre fría.
Si ésas son las causas de su postración, el cambio salvador que
requiere el país debe partir de la independencia nacional y del
derrocamiento revolucionario de la minoría acaudalada y tiránica a
cargo del Poder unido de obreros, campesinos y demás fuerzas
laboriosas y patrióticas. Trocar estos planteamientos orientadores
que la revolución ha ido popularizando en un proceso ganancioso,
por un programa electoral de reformas, resultaría una transacción
inadmisible. La conquista de la república democrática de todas las
clases revolucionarias, en pie de igualdad, representa en la
Colombia actual el tránsito obligado hacia el socialismo; y el
logro de la independencia nacional configura la más valiosa ayuda
que podamos ofrecer a los pueblos que luchan contra el
imperialismo y por su emancipación. Además, la exhortación al
acatamiento a la soberanía y autodeterminación de las naciones no
es exclusivamente la bandera para enarbolar ante los piratas del
capital internacional, sino que debe ser el principio básico del
internacionalismo practicado por los países socialistas. Sin la
defensa consecuente de la consigna programática de la liberación
nacional y de la nacionalización de los monopolios jamás
conseguiremos unir y organizar al pueblo colombiano en pos de su
destino histórico, así como tampoco contaremos con el respaldo
determinante del campesinado a la revolución, sin solidarizarnos
integralmente con su exigencia más sentida: confiscar la tierra de
la clase terrateniente y repartirla entre los campesinos que la
trabajan. Bastarán estas victorias revolucionarias para que
Colombia resuelva en lo fundamental los protuberantes problemas de
alimentos, empleo, salud, educación, vivienda y se enrumbe hacia
la industrialización moderna. He ahí la esencia del programa que
aprobamos del 18 de febrero y que estamos sometiendo a la
consideración de las fuerzas populares. En síntesis, como lo
precisamos desde 1972, los revolucionarios no hacemos un programa
para ir a las elecciones, vamos a las elecciones para promover el
programa de la revolución.
De igual manera seguiremos una línea de principios para explicar
otros asuntos de controversia actual, relativos a la represión
violenta, el estado de sitio, la ordenación antidemocrática de los
comicios, los golpes palaciegos, cual sustentáculos a los que el
imperialismo norteamericano recurre alternativamente, por
intermedio de las clases serviles, para mantener su control
neocolonial sobre la inmensa mayoría de países de América Latina.
Cuando les falla uno echan mano del otro sin el menor escrúpulo.
Pregonan que no habrá delitos de opinión y cuando el pueblo hace
realidad el derecho a la libre expresión, entonces, tras la
cortina de tanques y cañones, amenazan con que ellos sí tienen una
opinión muy peculiar sobre el delito. Hablan de concertar con los
obreros una política de ingresos y salarios y, a la hora de la
verdad, éstos se ven sitiados por las tropas que a las puertas de
sus sedes sindicales los conminan a aceptar a culatazos las
despreciables ofertas de funcionarios y patronos. Llaman a decidir
las polémicas de interés público por medio de las urnas pero si
los resultados les son adversos, las deciden por medio de las
armas. Nos sobran muchas y aleccionadoras experiencias, tanto de
Colombia como de los países hermanos del Continente, para ilustrar
el comportamiento de esta falsa democracia contra la cual peleamos
y que termina allí donde comienzan las demandas de las masas
trabajadoras. El presidente Lleras Restrepo, quien aspira a la
reelección, a los dos días de los sufragios ganados
abrumadoramente por Rojas Pinilla en 1970, detuvo a la jefatura
anapista, implantó el toque de queda a las ocho de la noche y
acomodó un fraude de más de medio millón de votos para imponer a
la fuerza a Misael Pastrana, el candidato vencido de la coalición
dominante. Ese mismo año Salvador Allende triunfaba electoralmente
en Chile y el 11 de septiembre de 1973 entrega con ejemplar
heroísmo su vida, enfrentando a la jauría uniformada que había
jurado tutelar la constitución y las leyes de la nación austral.
Con el sacrificio del mandatario chileno expiró la quimera
revisionista de la "vía electoral" hacia el socialismo, que
obnubiló a no pocos luchadores antiimperialistas y que fue
propalada con especial euforia al inicio de los años 70 en
Latinoamérica y otras zonas del orbe. Recojamos las preciosas
enseñanzas de la historia y alertemos en esta batalla comicial a
las más amplias masas acerca de la farsa y del carácter falaz de
la democracia de las clases oligárquicas. Vinculémonos
estrechamente a los obreros y campesinos para afrontar las
provocaciones del enemigo y preparar, a la luz de la teoría
revolucionaria del Estado, las condiciones que faciliten al final
la victoria de la toma revolucionaria del Poder por un frente
único de liberación nacional.
Aclarada la cuestión del programa, la conformación y desarrollo en
las circunstancias colombianas del frente unido revolucionario,
dependen de unas normas mínimas de relación y funcionamiento que
acerquen y no distancien a los contingentes partidarios de la
unidad. Sobre ello también encontramos ricas experiencias a nivel
nacional e internacional. Sin un entendimiento erigido en el
respeto mutuo de las agrupaciones aliadas no será posible alcanzar
la necesaria y eficaz cooperación para proseguir exitosamente la
lucha contra la vieja coalición burgués-terrateniente
proimperialista que, a pesar de sus disensiones internas, aún
cuenta con la iniciativa táctica para mantener, por lo menos
durante un determinado período, la correlación de fuerzas a su
favor. Dentro del frente la contradicción entre la autonomía
ideológica y orgánica primordiales y la colaboración y acción
conjunta indispensables de las diversas organizaciones
partidarias, la resolvemos con los métodos democráticos de la
consulta y discusión, de la crítica y de la dirección compartida.
Siempre hemos creído que el proletariado colombiano no podrá
ejercer su papel dirigente de la revolución en la etapa actual,
sino a través del frente unido con las otras clases aliadas y
mediante la defensa y aplicación en lo organizativo de los
principios de la democracia. La intriga, el estilo de los hechos
cumplidos, los procedimientos hegemónicos y despóticos, la
intromisión en los asuntos internos de los aliados van horadando
la unidad y transmutando sin saberlo a los partidos
revolucionarios que se distingan por tales conductas en pequeñas
bandas fascistoides. Nadie en el ámbito de la revolución se debe
sentir aludido por el énfasis que ponemos en estas premisas
elementales. Por el contrario, pensamos que el esclarecimiento que
se haga al respecto contribuirá a unir a los comunistas
auténticos, a los demócratas revolucionarios y a los patriotas
sinceros dentro de la poderosa corriente unitaria en movimiento,
que aglutinará a la larga al 90 por ciento y más de la población
colombiana y se constituirá en alternativa redentora de Colombia.
El Frente por la Unidad del Pueblo que hemos decidido fundar los
participantes del II Foro Nacional de la Oposición Popular y
Revolucionaria, pugnará por interpretar fielmente la línea
unitaria de las clases y sectores antiimperialistas. La escogencia
de Jaime Piedrahita Cardona como máximo personero nuestro en la
batalla electoral que hoy abrimos, es otro acierto en la lid en
que nos encontramos todos comprometidos por sacar adelante los
vitales intereses de la revolución. Durante los últimos años de
esta tortuosa marcha, ninguno como él se destacó tanto en el
esfuerzo tendiente a facilitar el entendimiento de las fuerzas
revolucionarias. Con paciencia, lealtad y tenacidad ha estado
siempre dispuesto a mediar e intercambiar puntos de vista,
inclusive con quienes, proclamándose conviventes, malgastaron su
ingenio en el propósito trunco de desbaratar la ingente labor de
rescatar en provecho de la causa popular lo combativo y avanzado
de la ANAPO. El lanzamiento de su nombre como candidato
presidencial del Frente por la Unidad del Pueblo, por lo tanto, no
encarnará un impedimento, sino que jalonará la más vasta alianza
que reclaman insistentemente los comuneros de la segunda
independencia.
Quiero, finalmente, recalcar el sentido de unas palabras repetidas
con frecuencia por Jaime Piedrahita y José Jaramillo Giraldo, un
llamamiento que quedó insertado en la Declaración Política del I
Foro del 18 de febrero, algo que el MOIR viene exteriorizando
desde hace mucho tiempo y simboliza el más ferviente deseo de los
asistentes a este acto extraordinario: el ánimo inquebrantable que
nos mueve a agotar los medios a nuestro alcance para que contra la
oligarquía lacaya del imperialismo norteamericano haya sólo un
frente de la izquierda. Continuamos dispuestos a discutir las
diferencias con el Partido Comunista y demás organizaciones y
personalidades opuestas al régimen, con el objeto de buscar las
soluciones positivas para la creación de una alianza única, que
aproveche por completo las progresivas dificultades del enemigo
común, la coalición liberal-conservadora; que siga tras las metas
programáticas de la revolución libertadora; que se rija por normas
democráticas de relación y funcionamiento; que no se alinee
internacionalmente y que sepa interpretar en los frecuentes
disturbios de la ciudad y el campo, la indomeñable voluntad de los
sometidos y acallados de levantarse como otros pueblos sobre sus
propios pies y decidir su porvenir sin intromisión ajena!
¡Viva Jaime Piedrahita Cardona!
¡Viva el Frente por la Unidad del Pueblo!
¡Viva la unión de los oprimidos contra los
opresores!
A PROPÓSITO DE LA
MESA REDONDA SOBRE LA MUJER
Marzo de 1982
Publicado en Tribuna Roja No. 42, marzo de 1982
La propuesta de llegar a los distintos frentes
del trabajo del Partido, hurgar en sus dificultades e inquietudes,
conocer sus experiencias para luego verterlas sobre los lectores,
nos parecía a todos en la comisión de redacción del periódico,
algo necesario, a más de novedoso. La militancia, especialmente la
que a punta de persistencia se ha tornado perita en determinada
actividad, tiene mucho de interés que contarles a los inconformes
e insumisos de Colombia. Lo que no atinábamos era en la forma de
hacerlo ni el por dónde empezar. ¿Por los activistas campesinos?
¿Los dirigentes sindicales? ¿Los artistas? ¿Mediante
investigaciones? ¿Reportajes? ¿Crónicas? Cuando a alguien se le
ocurrió sugerir, en aquella reunión de evaluación, que citáramos a
unas cuantas camaradas "para que en mesa redonda nos dijeran cómo
les va en su labor revolucionaria en un país que discrimina
horrendamente a la mujer" comprendimos de súbito que había dado en
el blanco.
Se trataba de un tema relativamente inexplorado, a pesar de las
reiteradas preocupaciones que a través de los años ha suscitado en
nuestras filas; y que, dentro del estilo del MOIR de ir
resolviendo los problemas por partes, bien podría haberle sonado
su hora más oportuna. Varios elementos parecen corroborar esta
apreciación. Antes que nada, la existencia de un nutrido
destacamento de miembros femeninos del Partido que paulatinamente
ha descollado en las más disímiles tareas, cuya conducta desbroza
un camino a seguir y le suministra una sustentación viva,
tangible, al viejo y discutido principio de que la mujer, igual
que el hombre, es capaz de concurrir eficazmente en los múltiples
terrenos del menester social. Ellas realizan un esfuerzo superior
al de sus compañeros de lucha, puesto que además de encarar los
embates ideológicos y propagandísticos de la reacción predominante
y las medidas punitivas de los custodios de la ley, han de
sobreponerse con valentía a los prejuicios que sobre el llamado
sexo débil campean casi sin omisión en todos los estratos de la
sociedad. Y se han salido con la suya, por lo menos al conseguir
entroncarse con las masas, requisito de cualquiera acción
verdaderamente política y revolucionaria. Aunque sólo sea un
primer paso, sabemos que el comienzo de las cosas siempre resulta
lo más difícil.
Las entrevistadas nos hablarían, como ocurrió, no únicamente de lo
que piensan emprender sino de lo efectuado; no se limitarían a los
planteamientos teóricos, sino que suministrarían abundantes
enseñanzas amasadas en la brega cotidiana. Ya contamos con
excelentes logros en este terreno de la participación femenina en
el trajinar de la revolución, debido primordialmente al arrojo y a
la clarividencia de decenas y centenas de camaradas nuestras que
se han quitado los botines y metido en el barro, resueltas a
ocupar su sitio en las diferentes líneas de combate del Partido.
Urge resaltar tales avances Y metodizarlos, a semejanza de lo
intentado en otros campos. Habiendo tan buena simiente, el estudio
y el debate no flotarán en el aire ni se quedarán en mera emoción.
Por el contrario, habrán de pisar tierra firme y traducirse en el
acopio de nuevas militantes que se decidan, por oleadas, a imitar
a quienes las antecedieron en la lid, dentro de un clima de cálida
fraternidad y de creciente respaldo partidario.
Otro componente del actual panorama, con el que nos tropezamos a
menudo, lo facilita la descomposición de la unidad familiar
colombiana, ocasionada por la quiebra galopante del sistema
vigente, que en su desmoronamiento no perdona ninguno de los
antiguos modos de producción ni de organización social. Los
campesinos, acosados por los terratenientes y los grandes
capitalistas, sueltan el azadón y huyen a los suburbios de las
ciudades, en donde lejos de burlar el hambre, se consumen en medio
del paro forzoso, el hacinamiento y la degradación total. Por su
lado, la bancarrota de la industria nacional arroja a la calle a
millares y millares de obreros, aumentando alarmantemente el monto
de los desocupados, muchos de los cuales pasan a engrosar,
manifiesta o disfrazadamente, el desventurado ejército de la
mendicidad y la rufianería. De hecho el régimen se confiesa
impotente para remediar tantos y tan agudos males. Los gobernantes
no entienden más que el lenguaje de los monopolios, y sus
ejecutorias se reducen a incrementar los gravámenes al pueblo y a
darle vía libre a la especulación, operaciones ambas oficiales
convertidas en fuente del enriquecimiento privado de la pútrida y
profusa burocracia y de la depauperación de las gentes laboriosas.
Bajo tales pronósticos no puede menos que presentarse un
desarreglo en todos los órdenes, empezando por la violenta ruptura
del primigenio núcleo de la vida ciudadana, la familia.
La rápida y turbia acumulación de fortunas no vistas en Colombia,
exonera a las altas esferas del recato con que han escudado
siempre su concupiscencia, y ahora hasta las aventuras amorosas y
los excesos dionisíacos de las estatuas andantes se controvierten
en público, desde los diarios o desde los púlpitos, en santo olor
de republicanismo. El intercambio de esposas que escandalizó a los
tiempos camanduleros de don Rafael Núñez y doña Soledad Román, en
el presente imprime distinción, como el tráfico de narcóticos,
entre una burguesía hipócrita que aún continúa discutiendo las
conveniencias e inconveniencias morales del divorcio. Y en la base
de la pirámide, en donde la miseria se enseñorea y hace su agosto
dentro de millones de indigentes, los hogares se desgarran sin
escapatoria. Si en esos niveles de por sí nunca tuvieron sentido
los supuestos que regulan las relaciones familiares de las clases
poseedoras, lo que la crisis actual destapa, atroz e
inhumanamente, a su manera, con la prostitución decuplicada, el
desempleo expandido y la floración de los niños desamparados, es
que aquellas idílicas imágenes de la madre bondadosa circuida de
unos hijos felices y de un marido solícito que vela, o está en
condiciones de velar por el bienestar de los suyos, imágenes tan
caras para los doctrinarios del bipartidismo tradicional,
constituyen para la pobrería el más cruel de los sarcasmos. Aunque
en esta tragedia la mujer personifique la desgracia y por doloroso
que sea el procedimiento, las "amas de casa", aguijoneadas por las
necesidades, terminan saliéndose del cautiverio doméstico en busca
de unos ingresos que cada vez le llegan menos a las cuatro paredes
de su universo vacío y rutinario. Y cuando se presentan a pedir
una oportunidad para no perecer, se estrellan con la espantosa
realidad de que, salvo planchar, lavar y cocinar, nada han
aprendido a hacer, y de que el desarrollo fabril se ha erigido
sobre la hipótesis de repeler el concurso femenino. Descubre que a
ellas les han tocado en suerte los peores los más mal pagados los
más humillantes oficios, y eso si corren con la dicha de
adquirirlos.1
Por ende en la mesa redonda, al examinar cuáles serían los medios
adecuados de acercarnos a las mujeres y de disponerlas para la
revolución, concluíamos que aquéllos estribaban menos en los
factores subjetivos que en los profundos desbarajustes sociales
que acrecientan las penurias de las masas femeninas y las obligan
a saltar a la palestra en defensa de sus fueros. Bastará con
permanecer atentos al desenvolvimiento de la traumática situación
y allí donde por lo intolerable de los atropellos se exteriorice
la rebeldía de las combatientes, acudir sin falta a secundarlas y
a orientar su causa. De ser ilusoria la visión descrita y Colombia
atravesara por un momento de prosperidad en el que sus odiosas
instituciones no estuvieran en franca disolución, como la de la
familia inspirada en el avasallamiento de un sexo sobre el otro,
nuestras prédicas y consignas, por muy asentadas que pudieran
parecernos, dudosamente fructificarían. Sucede lo que acontece con
todo proceso revolucionario, que la conciencia, encarnada y
difundida por un reducido grupo de vanguardia, se torna
gradualmente en una virtud colectiva, a medida que la subsistencia
misma de los trabajadores se pone en entredicho y no encaja ya en
los antiguos y obsoletos esquemas económicos y jurídicos. Hoy por
hoy no son sólo los sindicatos los que pelean sus prerrogativas.
Mayorías inmensas de la población se ven empujadas al mitin, a la
asonada, a la revuelta, tras reivindicaciones aparentemente
nimias, cuales serían derogar los recargos en los cobros del agua
y de la luz, conquistar unos centímetros cuadrados de alguna acera
concurrida en donde vender cachivaches, u obtener la gracia de
morir sepultado en cualquiera de los incontables tugurios de las
zonas de erosión. Al principio los desvalidos batallan sin
claridad respecto a las razones y soluciones de sus calamidades,
pero propensos a cuanto les expliquen e indiquen los sectores
avanzados que se muestren solidarios con sus más inmediatos
afanes. Hay desde luego revolucionarios de corazón que descuidan
su adiestramiento ideológico y poco aportan a lo que las masas
conocen ya por intuición o por aprendizaje empírico fenómeno no
tan extraño dentro del MOIR; mas quienes pretendan transformar el
mundo confiados exclusivamente en la justeza de las ideas para
merecer el apoyo de unas multitudes con las cuales no los ata otro
nexo que el de las proclamas, ni convencerán a nadie, ni
averiguarán jamás si sus juicios científicos eran tales. En el
caso que nos ocupa encontramos una contradicción similar, quizás
más acentuada. Por un lado, un arrume de criterios absurdos y de
costumbres anacrónicas, transmitidos a través de miles de
generaciones, que han acabado por forjar talanqueras mentales a
veces mejor aceradas que las cárceles del régimen; y por el otro,
una inaguantable agudización de las penalidades del pueblo que
motiva a la mitad más apabullada de éste a maldecir la mansedumbre
y a hacer valer sus reclamos. Al Partido le sobran pues las
coyunturas, grandes y pequeñas, para incorporarse al trascendental
litigio planteado en pro de la mujer y luego coronar la meta de
instruirla, organizarla y encauzarla en el torrente incontenible
de la revolución colombiana.
Los portavoces del imperialismo y sus lacayos, aunque posen de
liberales modernos que han roto con los vetustos
convencionalismos, le rinden culto al orden establecido, categoría
que junto a otras, como las de tradición, familia y propiedad, han
de conservar intactas al máximo para el suceso feliz de sus planes
expoliadores. Y aunque consideren el matrimonio un contrato
"libre" al que concurren en condiciones iguales las partes
interesadas, no cesan de infiltrar las execrables concepciones
acerca de la superioridad del hombre, la sublimación de los
insignificantes quehaceres caseros de la esposa, o lo natural de
la subordinación económica de ésta, que aguarda abnegadamente en
su encierro domiciliario a que su cónyuge la provea del sustento.
Sin embargo, por más que se empeñen en idiotizar a la mujer con el
halago de que ella es la reina consentida del hogar, además de
escucharse ya bastante ridículo, nada de eso funciona en la fecha.
El sexo femenino comienza a preferir que se le trate con menos
fingimiento y vana galantería, e incluso trabajar lo duro que sea,
con tal de ganarse el pan por sus propios medios, alcanzar su
independencia de acción, integrarse a las actividades sociales y
convertirse realmente en un ser digno y útil. Y las que sin
pertenecer a la cúspide privilegiada todavía suspiran por las
creencias de sus abuelas, los hechos las sacarán del letargo, o
por lo menos les sembrarán la espina de la duda. Si perennemente
han oído sentencias difamatorias, chistes de mal gusto y adagios
como “la mujer y la mula al fin dan la patada", "la mujer es un
animal de cabellos largos y entendimiento corto", "del hombre la
plaza y de la mujer la casa", "o bien casada o bien quedada", es
apenas lógico que se crean inferiores y hasta que se sientan
satisfechas de serlo. Empero, ¿cuál matrimonio?, ¿cuál casa?,
¿cómo salvar a los hijos?, ¿para qué la abnegación y la espera?,
si no hay corrosivo peor que la indigencia, si el refugio hogareño
se va reduciendo y transmutando en una cloaca infecta a donde
difícilmente penetra la luz del sol, si los rezos no alimentan ni
obran el milagro. Con la crisis, la proletarización progresiva y
el común empobrecimiento se percibe la caducidad de las normas que
la minoría dominante se obstina en idealizar, contra cualquier
evidencia. El caos desbordado clama a gritos por un vuelco de
raíz, no sólo en lo concerniente a la soberanía nacional y a los
modos de apropiación y producción, sino en todos y cada uno de los
aspectos de la vida de las personas, Y las que menos tienen que
llorar por el pasado que se fue son las mujeres. No se
aterrorizarán tampoco por las transformaciones revolucionarias que
propugnamos, incluida la de la creación de una unidad familiar en
la que desaparezca precisamente la servidumbre femenina.
Comprenderán que todo cambia y debe cambiar. En el proceso del
conocimiento primero se transforman las cosas y después las
mentes. Y como de la vieja familia no queda piedra sobre piedra,
ahora corresponde edificar una nueva.
¿Por qué relacionamos el problema de la familia y de su
descomposición con la meta histórica de la emancipación femenina?
Cuando la humanidad salta a la monogamia y pasa de lo que se ha
dado en denominar derecho materno al derecho paterno, la mujer
pierde el sitio de preeminencia de que gozó en las edades
primitivas. Lo cual quiere decir que el sexo débil no lo era tanto
en la antigüedad y que su vasallaje es un producto social, digamos
como la explotación, que si en un principio simbolizó un empuje
decisivo para el desarrollo, al final de su ciclo ha de
desaparecer por las mismas razones por las que advino a este
mundo. Ni el matrimonio, ni los lazos familiares, ni las
costumbres sexuales fueron siempre las que hoy practicamos. La
familia monogámica, que surge luego de una depuración larga y
compleja, constituye uno de los pilares básicos de la
civilización. Nace con sus hermanas gemelas, la propiedad privada
y la esclavitud, a las que sustenta y les sirve de tejido celular.
Ha de resolver la cuestión de la herencia, garantizando que los
bienes se transfieran al descendiente comprobado del dueño, ya que
no entusiasma acumular riquezas para que éstas terminen en las
manos de los hijos de otros. Y para ello, además de que el primer
propietario individual fue el hombre, se requería que, a
diferencia de lo que se estilaba, la mujer no tuviera varios
maridos sino uno solo. Así apareció la monogamia que ha sido y
sigue siendo un deber fundamentalmente femenino, puesto que en
este nuevo vínculo, los varones, que imponen al antojo su voluntad
y hacen de la castidad de sus parejas una norma inviolable, nunca
dejaron de ufanarse de la libertad sexual más absoluta. Desde
entonces la esposa quedó confinada a la casa y restringida, como
afirma Engels, al papel de "criada principal". Con cuánto rigor se
ha juzgado y sancionado su infidelidad, lo narra la historia. Sin
ir muy lejos, en Colombia, hasta hace apenas dos años, el Código
Penal otorgaba el perdón y eximía de toda culpa al marido ofendido
que, en "legítima defensa del honor", asesinara a su cónyuge
adúltera. Nada de esto se lo ingenió el capitalismo. Ha recogido
del legado testamentario de las sociedades explotadoras
desaparecidas lo que le conviene, colocándole, eso sí, su impronta
de clase y adobándolo con una buena dosis del fariseísmo que lo
caracteriza.
La familia monogámica tradicional ha operado
sobre las siguientes premisas: la propiedad privada y la
prolongación de ésta a través de la herencia; la dependencia
económica de la mujer frente al esposo, y el sostenimiento y la
educación de los hijos. En el esclavismo, en el feudalismo y en
otras formas superadas de organización social, como la patriarcal
campesina, dentro del marco de la familia se efectúa además una
serie de labores importantísimas e indispensables para satisfacer
no sólo los requerimientos del consumo sino del trabajo mismo. Con
el multifacético incremento de la producción capitalista tales
labores desaparecen o se reducen a faenas domésticas completamente
insubstanciales que no inciden en la marcha de las actividades
productivas de la sociedad, pero cuya pura y desastrosa
consecuencia consiste en condenar a la mujer al enclaustramiento y
a la estulticia. Incluso, de cocer los alimentos, de lavar y
alisar la ropa y de los otros oficios en los que tantas horas
invierten las amas de casa más hacendosas, la industria ya se
ocupa, despachándolos en cadena y ahorrando abundante mano de
obra. Hasta la atención y la formación de los hijos que antaño se
llevaban a cabo en el seno del hogar, hace rato se tornaron en
objeto de un servicio público, al cuidado de personal experto que
desde luego sabe incuestionablemente más de pedagogía y del resto
de las ciencias que los padres, o que aquellos ilustres profesores
particulares de los que León Tolstoi habla con respeto casi
místico en sus Memorias. A medida que evoluciona, el capitalismo
corroe sin remedio los goznes sobre los que gira. Uno de ellos ha
sido la vieja familia, cuyos fundamentos jamás tuvieron en verdad
vigencia entre las clases desposeídas. A los matrimonios
proletarios no los rige el ánimo de lucro, justamente por la
carencia de riquezas qué resguardar y qué legar; y si todavía
persiste allí discriminación contra la mujer responde más a los
prejuicios reinantes que a la concurrencia de una base material
para ello. En virtud de lo cual la compañera del obrero puede y
debe unirse a éste en la batalla por la emancipación femenina, lo
que obviamente no acaece en las filas de la burguesía. Con
frecuencia, lo exiguo de los ingresos del "jefe" del hogar, si los
hay, obliga a la mujer a emplearse, y sus hijos le representan
generalmente una carga difícil de sobrellevar antes que un remanso
de alegrías y de satisfacciones. El día que se suprima la
propiedad privada, prácticamente el último factor que nos falta
para el derrumbe definitivo de la familia como núcleo económico,
brotará otra, infinitamente más humana, más grata y más estable,
porque estará fundada y mantenida sólo por la comprensión, la
atracción y el amor mutuos entre los esposos. No habrá
mancomunidad de mujeres, con lo que los anticomunistas suelen
promover terrorismo ideológico, ni se acabará la monogamia;
únicamente ocurrirá que, como la mujer ya no estará constreñida a
padecer las veleidades del hombre, éste tendrá que volverse
monógamo, lo que, por lo demás, no es tan terrible. ¡Ah!, y
desaparecerá la prostitución, el eterno aditamento de la vieja
familia, que germina en el cieno de la sumisión económica del sexo
femenino. La comunidad destinará un monto considerable de sus
reservas para velar por las nuevas generaciones, desde la cuna
hasta cuando se hallen aptas para asumir sus responsabilidades,
con lo que el pueblo trabajador conseguirá por fin disfrutar a
plenitud de los deleites y recompensas de los deberes de la
procreación. Las minorías expoliadoras llaman a esto "el despojo
de los hijos por parte del Estado".
Si todas estas metas, como se deduce, no las veremos coronadas más
que mediante un alto grado de desenvolvimiento de las fuerzas
productivas, o sea con el triunfo del trabajo sobre el capital y
con la construcción del socialismo, lo notable de acotar es que la
sociedad burguesa prepara las condiciones materiales para su
cristalización. El marxismo no alienta ningún tipo de ideales,
preceptos o moldes en los que busque fundir la existencia social;
simplemente partiendo de los logros y de las posibilidades exactas
de la producción, toma nota de las trabas que se alzan en su curso
ascendente para pugnar por demolerlas. La empresa capitalista
probó a través de sus enormes progresos que la especie no precisa
ya de la familia cual pieza integrante del andamiaje productivo, y
que, al revés, si ambiciona seguir adelante ha de prescindir de
ella, redimiendo así energías laborales insospechadas. Sin
embargo, el capitalismo defiende el interés privado sobre el
público y reserva para unos cuantos privilegiados el bienestar que
genera, mientras al grueso de la población le veda el pan de cada
día. Industrializa las labores domésticas, inventa las guarderías,
abre restaurantes para miles de comensales, colectiviza la
educación, etc., y a la mujer continúa condenándola fatalmente a
los bastidores del hogar, aun cuando allá nada tenga que hacer,
salvo embrutecerse y morirse de tedio. Esboza las soluciones pero
no las culmina; aguijonea las necesidades y, sobrándole los medios
para atenderlas, no las complace. Y si en las metrópolis avanzadas
semejante fenómeno se observa en cualesquiera de las
manifestaciones del discurrir ciudadano, ¿qué agregaremos sobre
Colombia, nación atrasada e influida por unas élítes
aristocráticas que compaginan las antiguallas del oscurantismo con
la peores aberraciones de la época imperialista, y en que la
extorsión de los monopolios foráneos destruye, sí, las ancestrales
fuentes de ocupación, pero asimismo impide que los colombianos las
substituyan con las modernas? Las contradicciones, por supuesto,
se expresan más violentamente. No obstante, y también debido a
ello, los señalamientos revolucionarios se encuentran más al
alcance de la comprensión de las masas, particularmente de la
mujer, a la que sabremos explicar que su manumisión estriba en la
manumisión del país y en las demás transformaciones económicas y
políticas que demanda la sociedad colombiana. El sexo femenino
necesita con acucia de la revolución, y ésta no será una realidad
sin el concurso efectivo de aquel poderoso contingente que abarca
a la mitad del pueblo. Aunemos firmemente estos dos elementos tan
complementarios como el hidrógeno y el oxígeno en la composición
del agua, y entonces Colombia florecerá entera bajo los efluvios
de una nueva vida.
De lo resumido hasta aquí se desprende que la
emancipación de la mujer, que despunta ya en el horizonte de la
humanidad, llegará inexorablemente, porque antes que nada obedece
a las exigencias del desarrollo, y quienes se empecinen en
contenerla sucumbirán en el intento. No se trata de una mera
proclama, de una consigna proselitista, o de un capricho nuestro.
La sojuzgación de la mujer ha acompañado durante milenios a la
explotación del hombre por el hombre: con su surgimiento inaugura
el oprobioso período de la esclavitud, mas lo clausura con su
desaparecimiento. A las generaciones contemporáneas les
correspondió en suerte vislumbrar tan colosales cambios, viviendo
en los umbrales de una era en que las gentes, para prodigarse lo
de la subsistencia, no se verán arrastradas a entablar relaciones
alienantes y vejatorias, ni en los ámbitos del trabajo y de las
gestiones administrativas de la sociedad, ni en los menos extensos
de la familia.
La reacción fracasará en sus propósitos de aplacar las crecientes
inquietudes femeninas, o de desviarlas hacia el reencauche de los
valores que confortan la opresión y el envilecimiento de la mujer,
tejemanejes en los que han sido duchos maniobreros los dirigentes
de los partidos tradicionales colombianos, lo mismo los liberales
que los conservadores, los oficialistas que los semioficialistas.
Todos se rasgan las vestiduras ante el agrietamiento de la familia
y prometen refaccionarla y retornarla a su perdida posición. Unos,
a semejanza de Belisario Betancur, rehusándose rotundamente a
ofrecer a la mujer cualquier beneficio, ni aun el divorcio. Otros,
a la usanza típicamente lopista, limitando esta prerrogativa al
matrimonio civil, en un país por excelencia de enlaces católicos.
Y el resto, como el candidato putativo del carlosllerismo,
organizando "la jurisdicción de la familia, buscando su protecci6n
y unidad, para devolverle su función vital de núcleo de nuestra
sociedad" es decir, con frases.2 Ya indicamos cómo el régimen
prevaleciente, por su propia estructura, minimiza a la mujer, y de
hecho le cierra las puertas de la superación, así le consigne sus
fueros en la norma escrita. Pero es que además de eso, la
burguesía se ha mostrado incorregiblemente cicatera en cuanto a
reconocer la igualdad de los sexos en los formalismos de la ley,
incluso en sus momentos más revolucionarios. La revolución de
independencia de los Estados Unidos y la francesa de 1789, que
marcan hitos en la democracia burguesa, hicieron caso omiso del
asunto y partieron del entendido de que las hijas de Eva son
ciudadanos de segunda o tercera categoría. En tales circunstancias
a las mujeres les ha tocado articular no pocos movimientos y
emprender ruidosas luchas para que se les admitiera, verbigracia,
el elegir y ser elegidas, el menos controvertido y el más gracioso
de los dones dispensados por el Estado republicano. En el caso de
Colombia, el viacrucis por el cual han transcurrido los derechos
femeninos resulta inverosímil. Hagamos rápidamente una síntesis, a
fin de tener una noción, y circunscribiéndonos a este siglo. Sólo
en 1932 se suprimió el tutelaje del marido sobre la esposa, y ésta
logra "comparecer libremente a juicio" y administrar y disponer de
sus bienes: dejó de figurar en la lista de los incapaces. En 1936
se autorizó a la mujer para desempeñar cargos públicos, mas se le
sigue negando la ciudadanía. En 1945 se le entrega la ciudadanía
pero se le continúa prohibiendo la función del sufragio y la
facultad de ser elegida.3 En 1954 Rojas Pinilla le concede el
derecho al voto; sin embargo no le permitió ejercitarlo porque no
convocó a elecciones. En 1976 se instituye, como arriba anotamos,
el divorcio, el civil, para un país de matrimonios católicos.
Antes, en 1974, se extiende la patria potestad a la esposa y
quedan habilitadas todas las mujeres, con estipulaciones similares
a las del hombre, para ser tutoras y curadoras. Habíamos comentado
también lo de la "pena de muerte para la esposa infiel" derogada
en 1980. No obstante lo anterior, y a que se acaba de sancionar la
Ley 29 de 1982 por la cual se equipara a los hijos legítimos y
naturales en cuanto a la herencia, la legislación todavía consagra
irritantes tratamientos discriminatorios entre las personas, con
ser que el sistema constitucional colombiano, desde el Congreso de
Cúcuta de 1821, le ha dado ciento sesenta veces la vuelta al Sol.
A regañadientes y a través de cuentagotas, los países capitalistas
han venido declinando, una tras otra, sus recalcitrantes posturas
sobre la materia, y hoy algunos se glorían de haber realizado
todas las concesiones, hasta la del aborto. Y en esas naciones,
cabalmente en esas naciones en donde no resta conquista
democrática por arrancar, fuera de ahondar las conseguidas,
aparece diáfano, cual lo advierte Lenin, que la condición de
inferioridad de la mujer no radica en la ausencia de derechos,
sino en el Poder que los refrenda. En Colombia, donde las
oligarquías vendepatria han ido siempre detrás y muy atrás de sus
modelos extranjeros, aún habremos de combatir al respecto por no
escasas reivindicaciones, sin creer ni hacer creer que éstas
encarnan el colmo de las aspiraciones del sexo femenino. A la
inversa, enarbolaremos, apoyaremos y aprovecharemos sus diversas
contiendas para organizar sus huestes e instruirlas acerca de lo
que al fin y al cabo interesa: que exclusivamente la revolución y
el socialismo garantizarán la emancipación de la mujer.
NOTAS
1 En Colombia, de acuerdo con el censo de 1973, hay 22.915.000
habitantes. De éstos, 14.297.000 se encuentran en edad de trabajar
(son mayores de diez años); y, según el Dane, se dividen así:
6.903.000 hombres, de los cuales laboran 4.186.000, o sea el 60%,
y 7.394.000 mujeres, de las cuales trabajan 1.300.000, el 17%.
A 2.200.000 hombres y a 5.727.000 mujeres los clasifica el Dane
como población no económicamente activa y los distribuye en
rentistas, jubilados, estudiantes, quehaceres del hogar, sin
actividad y sin información. En "quehaceres del hogar" hay
3.777.000 mujeres, es decir, el 65% de aquellas. De las mujeres
que trabajan, el 45.3% lo hace en el renglón denominado "servicios
personales", donde se incluye a las empleadas del servicio
doméstico. Aunque las estadísticas oficiales no sean muy
confiables, de todas maneras reflejan el cuadro de la
discriminación de la mujer en nuestro medio. La participación
femenina en las actividades productivas, comparada con la del
hombre, es insignificante. La mayoría de las mujeres se ocupa como
"amas de casa", o presta cualquiera otra clase de servicios
personales.
2 Las frases fueron tomadas del programa de gobierno del candidato
presidencial Luis Carlos Galán. El Tiempo, enero 16 de 1982.
3 En el siglo XIX y todavía muy avanzado el siglo XX, en Colombia
predominaba el criterio de que la mujer, por decisión natural, o
con arreglo a los designios divinos, estaba impedida para ejercer
la ciudadanía y las demás atribuciones que se desprenden de ésta,
como votar, atender cargos públicos, etc.
José María Samper, por ejemplo, en su libro Derecho Público
Interno, al comentar la Constitución de 1886, emite los siguientes
conceptos:
"Cuanto a la ciudadanía de las mujeres, aun cuando ya se practica
para lo municipal en algún Estado norteamericano (¿y qué no se
ensaya en los Estados Unidos, inclusive el mormonismo?), Colombia
está muy lejos de aceptarla y con razón. Nadie aboga más que
nosotros porque se dé a las mujeres una educación esmerada, pero
práctica y digna de su sexo; nadie estima ni aprecia más que
nosotros el talento y la cultura en la mujer, y la saludable y
necesaria influencia que ella ejerce sobre el hombre individual, y
sobre las costumbres y aspiraciones de la sociedad entera. Pero la
verdad es la verdad: la mujer no ha nacido para gobernar la cosa
pública y ser política, precisamente porque ha nacido para obrar
sobre la sociedad por medios indirectos, esto es, gobernando el
hogar doméstico y contribuyendo incesante y poderosamente a formar
las costumbres (generadoras de las leyes) y a servir de fundamento
y modelo a todas las virtudes delicados, suaves y profundas.
"Si fuera posible transformar moralmente a las mujeres y volverlas
ciudadanas, habría que pensar seriamente en convertir a casi todos
los hombres en mujeres, a fin de que la misión de éstas no quedase
baldía. Y no alcanzamos a ver el provecho que se sacaría,
suponiendo la posibilidad, de trocar los papeles de los dos sexos,
deshaciendo la obra de la Providencia, y haciendo desatinos por
enmendar a Dios la plana."
CAUSAS Y EFECTOS DE
LA ÚLTIMA CRISIS
Septiembre de 1984
Editorial publicado en Tribuna Roja No. 49, de septiembre de 1984.
En el decurso de su agitada existencia Colombia
pocas veces presenció un período tan convulsionado como el que
actualmente vive. De seguro la frase la hemos leído por ahí y de
pronto algunos de nosotros hasta la hemos escrito. Su vigencia se
mide ante todo en el hecho de que los voceros de las más disímiles
corrientes la pronuncian, desde luego con matices e intenciones
varios, pero la pronuncian. La audiencia ya no se limita a la
opinión insular de quienes desde las filas del MOIR, fieles a las
enseñanzas y al espíritu del marxismo, recalcan con tenaz
persistencia sobre la imposibilidad de un progreso valedero bajo
las relaciones neocoloniales y semifeudales imperantes desde los
albores del siglo, o al arraigado convencimiento, también
moirista, de que la descomposición no se detendrá sin tocar fondo;
en la fecha cualquier testimonio más o menos serio sobre la
coyuntura histórica parte obligatoriamente de la apreciación de
que el desastre es el signo de la hora. Podría imaginarse que
semejante confirmación de sus valoraciones constituye motivo
suficiente de complacencia y tranquilidad para el Partido. Empero,
y con el objeto de comprender mejor hasta dónde va el
desconcierto, señalemos que, si evidentemente el país asiste al
triste espectáculo de su disolución, nunca como en el presente se
insistió en la abyecta defensa de las concepciones y de los
dictámenes causantes de los letales trastornos. Miremos lo uno y
lo otro.
LOS CHOQUES ENTRE EL AMO Y SUS COLABORADORES
A medida que se cosechan los fracasos de la
retardataria y antipatriótica gestión de los habituales
usufructuarios del Poder, el pugilato entre las distintas
posiciones de clase, la fundamental discrepancia de la nación
entera con los Estados Unidos, en suma, las contradicciones que
animan la vida de la sociedad y definen su porvenir, adquieren
visos de virulento antagonismo en cuestión de meses y hasta de
días.
Basta, por ejemplo, que los despachos de Nueva York traigan la
noticia de un aumento de medio punto en el llamado prime rate,
tasa preferencial que sirve de referencia al interés bancario,
para que el entorno nacional se llene de inmediato con el alboroto
de los dómines de los negocios y de la política. Ante el último
incremento, reportado el 25 de junio, el cuarto que durante el año
han decidido los financistas norteamericanos y que como se sabe
afecta enormemente la deuda del Tercer Mundo, el risueño señor
Pastrana, con todo y su reputación de ser el consueta de Palacio y
pese a su cultivada parsimonia, anotó sin rodeos: "No creo que
haya acto más grande de cinismo internacional en un momento en que
precisamente en la cumbre de Londres se había hablado de que
facilitarían las fórmulas para que los países en desarrollo,
especialmente América Latina, pudieran cumplir sus compromisos."1
A su turno, el presidente, valiéndose de la infalible ceremonia
con que se reconsagra la descarrilada república al Sagrado
Corazón, proclamó acusatoriamente que los acreedores del Norte
están "enceguecidos en una sórdida expoliación que asfixia las
economías de nuestros pueblos."2
¿"Una sórdida empresa de expoliación"? ¿"El acto más grande de
cinismo internacional"? ¿No son acaso palabras demasiado duras en
boca de los ujieres del imperio? Aunque se sospeche que en las
declaraciones transcritas, o en las otras muchas proferidas en
igual tono por encumbradas figuras, haya algo de pantomima
belisarista para distraer el descontento, innegablemente reflejan
el disgusto de una oligarquía que ve disminuidos sus beneficios y
amenazada su estabilidad ante los recargos automáticos e
inconsultos de los compromisos contraídos. Un par de años atrás ni
soñar siquiera que los comisionados de contratar y de responder
por los empréstitos externos se expresaran en términos tan
descomedidos de los prestamistas. Muy delicada ha de estar la
situación, asuntos de suprema importancia han de hallarse en juego
y serios peligros deben cernirse sobre el viejo orden, para que
las discordias entre patronos y caporales se agríen en tal forma,
y, de remate, se meneen en público, como si los más esmerados en
preservar la calma fuesen los menos dispuestos a guardar
compostura. De por sí, una cosa es el pedir prestado y otra muy
distinta el pagar el préstamo, según lo registra la crónica
universal de la usura. El dinero se recibe con risas y se devuelve
con llanto. A Latinoamérica no sólo se le empezaron a vencer los
plazos de cancelación, sino que los vencimientos han coincidido
con el atasco bastante prolongado de la economía mundial, la
consiguiente instauración de rigurosas medidas proteccionistas por
parte de casi todos los Estados, la escasez y el encarecimiento de
los flujos financieros, amén de las estrecheces derivadas de las
caducas estructuras de los regímenes de la región. Y si a lo
anterior le encimamos los volúmenes adicionales de crédito que
demanda la cacareada reactivación prometida de consuno por los
gobiernos, completaremos un magnífico cuadro de los azares por los
cuales los deudores de 350.000 millones de dólares ni quieren ni
tienen con qué cumplir sus obligaciones.
Unas exigencias de tamañas magnitudes, que drenan sin intermisión
los magros presupuestos fiscales y acaparan los dividendos de un
sinnúmero de compañías particulares puestas en pignoración, no
pueden menos que ocasionar daños arrasadores a los países del Sur
del Río Grande; y a sus mandatarios, por peleles que sean,
colocarlos en encrucijadas insoslayables e insolubles. Con
contadas excepciones éstos han incurrido en moratorias y
solicitado prórrogas de los desembolsos, ventilando ante el Fondo
Monetario Internacional trámites especiales que en lugar de un
infarto fulminante les deparan una agonía lenta por ahogamiento.
Algunos, como el afligido Siles Suazo, de Bolivia, resolvieron por
decreto: "¡Aplázanse los plazos!".
Carecería por tanto de sentido reducir las
quejumbres de la reacción colombiana a los afanes publicitarios y
demagógicos con que, desde el primer instante de su advenimiento,
sorprendió a sus electores el prohombre que ocupa eventualmente el
Solio de Bolívar. La vinculación a los No Alineados, los paseos en
Renault 4, el reparto de los formularios para las casas sin cuota
inicial los ataques almibarados a Ronald Reagan, la amnistía a la
guerrilla, las madrugadas a Corabastos, el nombramiento de
artistas en las legaciones diplomáticas, la cruzada pacifista de
Contadora, los golpes a unos banqueros para recompensa de otros,
las conversaciones en Madrid con el M-19, los metálicos respaldos
a la provincia natal, el pacto de La Uribe, etc., son episodios de
la tramoya aún en escena y que tanto emocionan a los actores de la
televisión, a los folicularios de la gran prensa y a los mamertos
de la "oposición democrática". Cada uno de tales desplantes
tragicómicos posee la mágica virtud de restablecer la popularidad
del primer magistrado cuando ésta declina por los nefastos efectos
del ejercicio del mando. En lugar de pan, circo. La sustitución de
Landazábal por Matamoros y un discurso sobre las preeminencias de
la civilidad curaron como por ensalmo el creciente resquemor
originado en el recrudecimiento de la violencia. Los críticos que
comenzaban a atribuir a la ingenuidad de Betancur la proliferación
de los secuestros y demás eclosiones delictivas, al otro día
ensalzaron su amor por la Constitución y su "humanitaria"
insistencia en la paz. Los titulares fueron de nuevo: "Tenemos
presidente". Lo mismo aconteció antes y después de la firma de los
acuerdos del gobierno con las Farc. Los que quieran comprobarlo
solo deben tomarse la molestia de repasar los periódicos de abril,
mayo y junio.
Lejos de interpretarlos como una anormalidad inaudita, nuestro
Partido ve en dichos altibajos la expresión natural de una
democracia enfermiza, cuyo rezago económico provoca la profusión
de las capas medias y su notable incidencia en las bregas del
pueblo. Las ilusiones o frustraciones por los relevos de guardia y
a veces por los simples cambios de ademán de los dignatarios de
turno, los entusiasmos momentáneos y los intempestivos desalientos
no dejarán de ejercer influencia decisiva en las lides políticas,
mientras el proletariado no alcance a hacer valer su lucha de
clases, en una vasta escala y con todo lo que ella significa en
cuanto a combatir los planes de la coalición gobernante,
salvaguardar la independencia frente a la burguesía y allanar la
senda de la revolución. La habilidad de los dirigentes de las
colectividades oligárquicas se concreta en saber pulsar las fibras
del pequeño burgués. Antaño era éste un arte casi que de exclusivo
dominio de los liberales. Luego de la abrumadora victoria del
Movimiento Nacional del 30 de mayo, lo practican también los
conservadores, y en honor a la verdad, han llegado a superar a sus
maestros. En una disertación en torno a la conveniencia de
desenterrar el tema de la reforma agraria, López Michelsen aceptó
ante un auditorio de ganaderos que ni él mismo hubiese obtenido el
éxito cosechado por la actual administración en sus tratos con los
alzados en armas. El milagro estaba reservado, según sus
cavilaciones, a un caudillo de la divisa azul, que gozara, por su
filiación, de la ventaja de despertar menos prevenciones y
resistencias dentro de los círculos pudientes.3 No hay duda de que
el artificio de renovar el repertorio, promover caras distintas,
sugerir variantes ante el desgaste de las fracasadas entelequias,
el poder de crear la expectativa prometiéndolo todo sin entregar
nada, en síntesis, la capacidad de maniobra, se ha desplazado de
uno a otro socio del bipartidismo constitucional, por lo menos
durante el interregno del "sí se puede".
Sin embargo, los copiosos eventos de los últimos dos años, en los
cuales han desempeñado una función protagónica, no sólo el
portador de la máxima investidura, sino ciertos miembros del
gabinete, antier insignificantes rapavelas como su jefe, no
responden únicamente a las ansias de vitrina del Ejecutivo. La
ineludible intervención y hasta la estatización de las entidades
bancarias luego del festín financiero; la urgencia de auxiliar a
las industrias de mayor categoría colocadas al borde del abismo;
los conflictos acarreados por las crepitaciones del narcotráfico y
con los cuales se liga fatalmente el asesinato del ministro Lara
Bonilla, y ahora la demoníaca alza de los intereses de la deuda
externa que precipita la reprobación mancomunada de los gobiernos
latinoamericanos, han conformado un panorama tormentoso cuyos
truenos y centellas acaban desarreglando la república y alterando
los patrones de comportamiento de sus administradores. El Plan de
Acción de Quito, la declaración de los presidentes del 19 de mayo,
la carta enviada a la cumbre de Londres y el Consenso de Cartagena
son memorandos nada ordinarios que, fuera de exteriorizar la
zozobra de las burguesías prestatarias por sus detrimentos y de
compendiar los pedidos perentorios de un reordenarniento económico
mundial, revelan hasta dónde han llegado las chispeantes
fricciones entre el imperialismo y sus intermediarios. Una rareza,
de recordarse las aguas menos procelosas de los finales de la
década del cincuenta, en los inicios del Frente Nacional. Lenguaje
y maneras inusuales para estas latitudes, que fuerzan a los bandos
involucrados en la batalla a emitir sus juicios y verificar su
táctica.
¿Redundarán tales reclamos y recomendaciones en un robustecimiento
de la irresistible tendencia emancipadora de la época? ¿Habremos
de ofrecerles nuestro concurso? ¿Facilitan o no la configuración
del frente único antiimperialista? ¿De qué modo sacaremos
beneficio de la situación planteada? Preguntas realmente
inquietantes y a las cuales habremos de encontrarles la
contestación justa. Debemos partir del hecho de bulto de que el
sistema capitalista atraviesa en el globo entero por una de las
peores crisis. Como todas las suyas, procede de las distorsiones
del engranaje productivo y revienta en las anomalías monetarias,
en la interrupción de los créditos, en la supresión de los
mercados. Lo cual incide asimismo en el resquebrajamiento de las
relaciones entre los grandes emporios y la periferia exaccionada y
sometida nacionalmente. Con base en estas repercusiones y viendo
cómo el horizonte se iba encapotando, advertimos a principios de
1983 sobre las inclemencias que sobrevendrían. "Todas las
contradicciones -señalamos- se ahondarán: la existente entre las
superpotencias, la de los países sojuzgados con las metrópolis, la
de Colombia con el imperialismo norteamericano, la de los
monopolios foráneos con sus interniediarios vendepatria, la de las
diferentes clases entre sí, la de los trabajadores con sus
explotadores, la del marxismo con el revisionismo."4
LA QUIEBRA ECONÓMICA
A caldear el ambiente convergen los arrumes de
libros, ensayos y comentarios referentes al quebradero de cabeza
en que se ha convertido el endeudamiento externo; y de los cuales,
lógicamente, también forman parte las cáusticas denuncias de los
mandatarios latinoamericanos, cuyo último grito de dolor se oyó en
las plácidas playas de la Ciudad Heroica. La manzana de la
discordia radica en que el asunto se ha vuelto inmanejable. Para
el cubrimiento de los intereses los países de la región han de
destinar más de un tercio de sus ingresos por concepto de
exportaciones. Y éstas, en vez de ampliarse, tienden a contraerse,
en volumen y sobre todo en valor, a causa de las medidas
arancelarias y discriminatorias de las naciones expoliadoras. Nudo
gordiano que tampoco se puede deshacer, ni siquiera con la espada
de Alejandro Magno, debido a la arrebatiña comercial entre las
potencias, acicateada por la depresión. Los deudores no sólo
incumplen sino que han entrado en el círculo vicioso de prestar
para pagar. Todo se ha experimentado. Hasta la risible ocurrencia
de que México, Brasil, Venezuela y Colombia, exhaustas por las
mismas gravosas responsabilidades, le facilitaran, de apuro,
trescientos millones de dólares a Argentina, a fin de que la
endeble democracia austral cancelara a tiempo un abono inminente.
Al Fondo Monetario Internacional, nacido en julio de 1944, en
Bretton Woods, del acuerdo entre los poderes vencedores de la
Segunda Guerra Mundial y mediante el cual se estableció un nuevo
sistema financiero y monetario bajo la égida del dólar, le compete
velar porque se observen las reglas y los negocios de los
imperialismos no se salgan de madre. Sin su visto bueno no
obtendrán prórrogas ni créditos de contingencia quienes precisen
un alivio en sus desequilibrios de balanza. Pero antes han de
retraerse a rigurosos programas de austeridad que comprenden
devaluaciones, encarecimiento de las tarifas de los servicios
públicos, generación de impuestos, restricciones presupuestarias,
eliminación de subsidios, recortes salariales y otros correctivos,
de irritante y complicada aplicación, que en Santo Domingo
culminaron en coléricos desmanes callejeros purificados con la
sangre del pueblo. El repudio cada vez más extendido y consciente
contra tales medidas ha llevado incluso a los peritos de Wall
Street a reflexionar sobre la conveniencia de otorgarles a los
problemas económicos un tratamiento político. Por su lado las
masas populares del Continente ya se los están otorgando. Muestra
de ello son las huelgas generales de la Central Obrera Boliviana
encaminadas a desconocer una a una las estipulaciones del Fondo.
En ese tire y afloje respecto a la necesidad de acoger los
sacrificios con cristiana mansedumbre, la nota irónica corre por
cuenta del gobierno estadinense cuyo tremendo desajuste fiscal se
revierte en un ritmo creciente de las tasas de interés, con las
secuelas indicadas. Es más, algunos bancos norteamericanos se han
saltado igualmente las recomendaciones, renegociando, al margen o
en contra de ellas, mecanismos y fórmulas dispares con sus
clientes insolutos, ante el temor de que a éstos se les arrastre
hacia una suspensión unilateral de sus giros, como lo han
contemplado Ecuador y Bolivia.
Desde el decenio de los setentas vienen derruyéndose así cada uno
de los pilotes sobre los que descansa la plataforma de Bretton
Woods, máximo esfuerzo por regular y tender hacia un sostenido
florecimiento de la civilización capitalista occidental. Sus
pautas ya no determinan el flujo de los capitales y de los
productos, ni permiten un nivel estable de las ganancias. Sus
signatarios más ilustres huyen a refugiarse en un proteccionismo
acérrimo, depositando mejor su confianza en la seguridad
arancelaria que en la reglamentación de los mercados, y, de
distinto modo, subvencionan los renglones fabriles y agrícolas
menos afortunados. El 15 de agosto de 1971 el mundo se notifica
que ha cesado la convertibilidad del dólar en oro. La
consolidación económica de los aliados, los mordisqueos sucesivos
a su firme superávit, la costosa agresión a Viet Nam y las alegres
emisiones impulsaron a los Estados Unidos a promulgar aquella
peregrina medida, junto con la congelación por noventa días de los
salarios y los precios, la aminoración de los egresos federales,
la sobrecarga del 10 por ciento a los gravámenes de aduana y la
rebaja de la autodenominada "ayuda externa" de las respectivas
agencias estatales. Antes de la culminación de aquel año los "diez
grandes" convinieron en Washington la primera de las devaluaciones
de la divisa norteamericana en la postguerra. El oro ya no valdría
US$ 35 la onza troy, como se votó ocho lustros atrás en la
Conferencia de las 44 naciones; su coste en las bolsas
internacionales superó hace mucho la barrera de los US$ 300.
Mas no serían estos los únicos sacudimientos. Los ideales de unas
finanzas sólidas y de unas consistentes reglas cambiarias
acabarían por desvanecerse ante tres acontecimientos
extraordinarios: la fiebre del petróleo de 1973, cuyo exagerado
encarecimiento produjo la acumulación de ingentes cantidades de
capital flotante que incitaron al veloz y temerario endeudamiento
del Tercer Mundo; la parálisis de 1974 y 1975, a la sazón la más
profunda y extendida desde el crac del 29, que envolvió, a
sectores vitales de Japón, Europa y Norteamérica, con la
correspondiente contracción del mercado mundial, y el receso con
que se inició el nuevo decenio, de mayor durabilidad y de más
demoledores efectos que las dos primeras perturbaciones señaladas,
del cual no termina de salir aún la economía capitalista. Para
colmo de males, al síncope recesivo se yuxtapone ahora el caos
financiero, estimulado constantemente por el insaciable apetito de
la especulación bancaria; una circunstancia explosiva, cuyo
detonante podría ser activado por cualquier gobierno enloquecido
con sus débitos. Con que sólo Brasil, México, u otra de las
principales naciones hipotecadas, por razones internas de presión
social y carácter político, o merced a un tropiezo fortuito en su
tambaleante marcha económica, cosa no del todo descartable a
juzgar por las complejidades de la crisis prevaleciente, tuviera
que romper ese tipo de anticresis que la ata a los bancos
internacionales, el edificio entero se desplomaría. A raíz de la
propalación de especies semejantes, el Manufacturers Hanover
Trust, el cuarto establecimiento bancario de los Estados Unidos,
recientemente, el 24 de mayo, sufrió una caída vertical del 11 por
ciento en el valor de sus acciones. El campanazo de alerta precisó
de estímulos y de la mediación personal del presidente Ronald
Reagan, quien hubo de declarar "sin fundamento" los insistentes
comentarios acerca de las atribulaciones de la mencionada entidad.
Una semana antes el redimido había sido el Continental Illinois
Bank. Se le arrojó un salvavidas de 6.500 millones de dólares, de
los cuales 4.500 millones provinieron de una línea de crédito -la
más grande a un banco en la historia de USA- avalada por dieciséis
poderosos consorcios financieros, y el resto, a cargo de la
Reserva Federal.
Dentro de este contexto, sumariamente recogido, habremos de
encajar la baraúnda de la deuda latinoamericana. Se descarta que
los países entrampados sean capaces, antes del próximo siglo, de
cubrir sus pasivos, emprender el desarrollo y suavizar las
tensiones sociales. Si no progresaron mientras recibieron los
empréstitos, mucho menos a la hora de restituirlos. El dilema se
ha reducido a lo siguiente: si cancelan, no comen; y si no comen,
¿quién cancela? Esto en cuanto a los prestatarios. Desde la
perspectiva de los prestamistas surgen preocupaciones adicionales.
Los créditos simbolizan un vehículo insustituible, tanto para no
dejar en reposo capitales gigantescos que irrogarían pérdidas,
como para garantizarles el tráfico a sus manufacturas y excedentes
agrícolas. De menguarse la acostumbrada y libre corriente de
divisas, en las metrópolis la producción se resentiría y la
rentabilidad se iría a pique. Pero si a las neocolonias morosas se
les continúa soltando dólares y no se les exige el pleno y puntual
desembolso de sus compromisos vencidos, estaríamos ante el
hundimiento de la Atlántida financiera. ¿A quiénes rescatar?
¿Primero a los industriales o a los financistas? ¿A las mercancías
o al dinero? ¿Al producto concreto o a su expresión abstracta? ¿Y
a quiénes condenar? ¿A las metrópolis o a las neocolonias? ¿A los
acreedores o a sus víctimas? ¿No depende la usura de la solvencia
del deudor? ¿Pudo acaso el cuchillo de Shylock cortar las carnes
de Antonio?
He ahí las sinrazones y contrasentidos propios de la índole del
imperialismo. Gérmenes que siempre han estado latentes, minando su
biología, pese y debido a sus destellos de esplendor, y que sólo
en sus recaídas cíclicas afloran con tal intensidad, como lo
estamos contemplando. Todos esos rudimentos claves urgen
complementarse recíprocamente pero se contraponen. El crédito
aplasta la producción, y al hacerlo, se sentencia a sí mismo. Y
viceversa, ésta necesita de aquél, mas su ayuda le resulta fatal.
Tampoco hay concordancia entre la actividad agraria y la fabril,
ni entre las diferentes ramas industriales, ni entre los bienes
creados y el consumo. Y cuando la inconexidad se torna
insoportable, el organismo social padece una muerte chiquita, su
anárquico funcionamiento se abre paso turbulentamente a través de
la crisis.
Algo análogo se presenta en el plano de las relaciones
interestatales. La prosperidad de las potencias imperialistas en
última instancia se erige sobre la extorsión de las naciones
débiles. Lo certifica la elocuente cifra de 750.000 millones de
dólares adeudados por el Tercer Mundo, sin hablar de la
sustracción de los recursos naturales, el mangoneo de los
mercados, etc. Esta ley, tan cierta y tan interesadamente ignorada
cual lo fuera en su época el principio heliocéntrico descubierto
por Copérnico, se pone en evidencia en los períodos críticos del
sistema. Los ideólogos y estrategas de la reacción se devanan los
sesos buscando la explicación teórica a las mortales paradojas e
inventando las enmiendas y los instrumentos idóneos para
subsanarlas. Pero entre más corrigen menos ocultable se hace que
tales contradicciones, en la era del imperialismo, asumen una
impetuosidad y una ampliación inusitadas, y se compendian en que
los monopolios prolongan su vida negándoles a miles de millones de
seres el derecho a la suya; los prodigiosos adelantos técnicos y
materiales de un puñado de privilegiados requieren de la
progresiva indigencia del resto del planeta.
Para percibirlo, a los colombianos no nos hace falta mirar la casa
del vecino. Nuestra patria, una de las ciento y pico de naciones
subalternas, está, al igual que sus hermanas de infortunio,
lesivamente hipotecada al extranjero, así Belisario Betancur se
ufane porque debamos menos que los argentinos o los venezolanos.
"Mal de muchos, consuelo de tontos", ha sido generalmente el parte
de victoria de nuestros mandatarios. Las fuerzas productivas del
país no registran en años avances dignos de señalarse, salvo uno
que otro cuantioso proyecto que, como el de la Exxon, destinado a
explotar el carbón de La Guajira, responde a las operaciones
supercontinentales de los conglomerados, del imperio. Sus efímeros
y esporádicos lapsos de "bonanza", imputables al potosí de los
narcóticos, o atribuibles a las heladas brasileñas que por lo
regular redundan en un alza de las cotizaciones del café, jamás se
concretan en plantas fabriles de alguna prominencia, y en el mejor
de los casos no pasan de cierta animación mercantil,
particularmente de artículos importados. Los intentos autóctonos y
autónomos de los pequeños y medianos empresarios por suplir las
carencias del atraso, muy raras veces terminan siendo compensados
con el éxito.
Desde el cuatrienio de Misael Pastrana se insiste en que el punto
de apoyo de la palanca económica reside en la construcción de
vivienda. Este artilugio no solo elude acometer los aspectos
vitales del desarrollo industrial y agrícola, sino que significa
la confesión del fracaso de la oligarquía rodillona que, en
ausencia de mejores alternativas, tiene que asilarse en una de las
pocas actividades en donde todavía se lo permite el
entrometimiento de los amos foráneos, y, de añadidura, designarla
como el motor del progreso de Colombia. La publicitada "estrategia
de la vivienda" fue desmentida contundentemente por los avatares
de más de una década, con todo y que los financistas, los
cementeros, los pulpos urbanizadores, es decir, los principales
responsables de dicho sector, han gozado permanentemente de las
benevolencias, de los respectivos gobiernos, incluido el actual. A
manos del Estado han pasado por completo las riendas de la
economía de la desfalcada república. Actúa de puente y garante de
los empréstitos de las entidades internacionales de crédito,
destinados en una holgada proporción a atender las obras de
infraestructura, por lo demás indispensables para que los
monopolios venidos del exterior realicen sus inversiones. El
órgano ejecutivo, y en definitiva su cabeza visible, define cual
juez inapelable lo que se ejecuta o no se ejecuta en el campo de
los negocios, al extremo de que con una sola de sus draconianas
providencias puede sacar a flote a un capitalista quebrado o
quebrar a otro boyante. Y ese rey Midas de nuestros dominios, paño
de lágrimas de todos y cada uno de los estamentos productivos y
que fija por edicto hasta el costo de las auyamas, no cuenta ni
con qué pagarles a sus maestros. En efecto, el aparato
gubernamental, administrador por antonomasia de la riqueza
pública, el ente jurídico encargado, a título constitucional, de
diseñar los "programas de desarrollo" y de velar por el "bienestar
comunitario", fuera de ser un apéndice de intereses
extraterritoriales, se ha constituido, por sus quebrantos, sus
torpezas y sus venalidades, en la primera causa del desorden
imperante y en un obstáculo mayúsculo para la prosperidad de la
nación.
El rosario de afecciones se detectó y diagnosticó mucho antes de
la despedida del mandato de Turbay Ayala. La reelección de López
no logró cuajar, entre otros motivos, porque para entonces el
oleaje de la última depresión mundial ya había retumbado en
nuestras frágiles riberas. Y los sufragantes, en lugar de ver en
el expresidente el bálsamo para las dolencias del país, lo tomaron
como el chivo expiatorio de las mismas. Mientras tanto el genio
gestor del "cambio con equidad" infundía la creencia de que las
seculares penurias y los desfases repentinos debían achacarse, no
a las amarras neocolonialistas ni mucho menos a la propiedad
monopólica de la tierra y de los demás medios y recursos
fundamentales, sino a los "chamboneos" de los funcionarios, que él
corregiría, si se le daba la oportunidad de hacerlo desde el
palacio de Nariño. Pues bien, lleva dos años corrigiendo. No se le
desconoce que ha pasado sus trabajos, especialmente en los
talleres de impresión del Banco de la República. Hemos asistido a
un abigarrado cartel de cabriolas y piruetas, con requisición de
bancos, reformas tributarias, dos o más adaptaciones al canon de
arrendamientos, cortapisas aduaneras, tres o cuatro enmendaduras a
la Upac, subvenciones a granel para los magnates en dificultades y
hasta contenciosas licitaciones públicas. Sin embargo, una
investigación menos circunstancial indicará que los desvelos del
belisarismo han girado en torno a un espinoso asunto: cómo acrecer
el erario con el objeto de enfrentar los percances de la crisis.
De otro lado, saldrá a relucir que los dos partidos tradicionales,
por encima de sus ruidosas escaramuzas, cierran filas tan pronto
entra en peligro el lucro de clase, olvidándose de sus
desemejanzas doctrinarias sobre el modo de gobernar.
El abandono del propósito de suprimir los alcances del fisco
saliéndole al paso a la evasión mediante el perfeccionamiento de
los controles administrativos, sin necesidad de implantar nuevos
impuestos, tal vez ha sido la mofa más inicua del Movimiento
Nacional a su electorado. Fenalco, la federación de los
comerciantes, exteriorizando su enojo por la instauración del IVA,
elaboró en febrero una "canasta" de 19 gravámenes sobre los cuales
se decretaron incrementos que oscilan entre el 30 y el 500 por
ciento, demostrativa del desespero fiscalista que embarga al
Ejecutivo. Haciendo salvedad de los alivios para las sociedades
anónimas y la gran propiedad terrateniente, y de las franquicias
para la inversión extranjera, prácticamente se elevaron todos los
tributos, de preferencia los indirectos, comprendidos cigarrillos
y licores, avisos y tableros, circulación y tránsito, industria y
comercio, gasolina y automotores, predial y arancelario. Los
alcabaleros agotaron su ingenio sacándole el jugo a cada item; y
agotaron también la tolerancia exprimible del pueblo. Lo
inverosímil del relato estriba en que a la postre las carencias
que se quisieron taponar, en cambio de angostarse, se ensancharon.
No valió la cascada impositiva, ni mantener la progresión
ascendente de las tarifas de los servicios públicos, ni acentuarle
la cadencia a la devaluación, otra exacción más, enderezada a
contrarrestar el saldo en rojo; a la otra orilla de la charca, a
técnicos y expertos del Ministerio de Hacienda los esperaban, con
las fauces abiertas, los mismos apremios presupuestarios que tanto
perjudican y encolerizan a los contratistas del Estado, que
soliviantan a los empleados, públicos y a los trabajadores
oficiales y que amenazan seriamente a la totalidad del rodaje
económico.
Ahí es cuando las clases dominantes, apoyándose en sus dos muletas
políticas, el liberalismo y el conservatismo, se deciden a echar
por la calle del medio y resolver el acertijo merced al único
procedimiento que les queda: la emisión. La emisión a través de
los cupos ordinarios y extraordinarios del Banco de la República,
de la colocación de los Títulos de Ahorro Nacional (TAN), o deuda
interna, y de los empréstitos externos. Modalidades distintas,
pero, al fin y al cabo, emisión; el exclusivo y verdadero aporte
del grandilocuente hijo de Amagá al desenvolvimiento económico del
país, efectuado en una coyuntura en la cual la sociedad
oligárquica no sólo se declara inepta para financiar a su Estado,
sino que éste ha de sostenerla pecuniariamente. Huelga decir que
el engendro espoleará las deformidades. No obstante, a la
burguesía entera, sin distingos de bando, le suena ajustado a la
más pura hermenéutica que su presidente imprima billetes de lo
lindo, con tal de cubrir los desfalcos de los agiotistas, auxiliar
a los dueños del Banco de Bogotá, evitar el cierre de Fabricato,
apuntalar el Idema y sus precios de sustentación, "democratizar"
los monopolios, solventar el Inscredial. A este tácito avenimiento
han llegado los más reputados portaestandartes de la reacción,
dentro del espíritu del artículo 120 de la Carta, que estatuye la
responsabilidad compartida liberal-conservadora en el manejo de la
república, y atizados por las conmociones de un tramo en el que
los lamentos cunden por doquier y la desesperanza se propaga con
la velocidad de una epidemia. Y quizás sea también un
entendimiento excepcional y hasta aleatorio, porque muchos de
quienes en 1982 pusieron su alma en el ritmo de la administración
recién inaugurada ahora predicen terribles desenlaces si no se
adoptan de urgencia éstos o aquellos correctivos. No hay más que
escuchar a los gremios de la industria, el comercio, la
construcción, la agricultura y hasta de la cima privilegiada de
las finanzas, que sólo comentan de "parálisis", "caos", "crisis",
"catástrofe", y no atinan a explicarse un eclipse tan pronunciado
y largo.
Las cuentas nacionales arrojan datos ciertamente escalofriantes.
En lo transcurrido del decenio la superficie de los cultivos ha
descendido en 500.000 hectáreas y la dependencia del exterior en
materia de alimentos se acerca al millón y medio de toneladas
anuales. Las fábricas de importancia que han concluido en
bancarrota, agregadas a las que se encuentran en concordato
preventivo, más las que operan muy por debajo de su capacidad
instalada o simplemente reportan pérdidas balance tras balance,
suman ya varios centenares. La descompensación entre las
exportaciones y las importaciones viene ocasionando un remanente
negativo en la balanza comercial del país, que las autoridades
últimamente ubicaron en 1.500 millones de dólares, luego de
imponer rigurosas medidas restrictivas, muchas de las cuales han
recibido el rechazo de la burguesía empresarial y mercantil. Los
niveles elevados de desempleo, que en las naciones sojuzgadas, a
distinción de lo que ocurre en las metrópolis, configuran un mal
crónico y no típico de las épocas recesivas, en Colombia, hoy por
hoy, asustan incluso a comentaristas de librea y áulicos de
oficio. Para las cuatro principales ciudades el paro forzoso se
estima ya en 13.5 por ciento. Sin embargo, los muestreos del Dane
resultan menos estrictos y menos impresionantes que el drama en
vivo. Porciones considerables de hambrientos no aparecen por lo
común contabilizados entre los cesantes, así no sean más que eso,
en razón a que tales muchedumbres de parias absolutos, sin destino
ni protección social alguna, se refugian, muy de vez en cuando y
para no lanzarse al Salto, en quehaceres marginales o faenas
improductivas. La deuda externa ronda los US$ 11.000 millones y
demanda cada año abonos por US$1.700 millones, de los cuales más
del 60% en sólo intereses. Raudales respetables si se aprecia la
merma vertical de las divisas, debida asimismo al deterioro
acelerado del conjunto de la economía colombiana y en particular
de sus ventas en las lonjas internacionales. En lo concerniente al
déficit fiscal de 1984, que se le encima al de 1983, de ingrata
recordación, ni las dependencias especializadas coinciden en
precisar su monto; si en 90, 135 o quizá 250.000 millones de
pesos. Mas hay coincidencia en varias cosas: que el descubierto
rompe todas las marcas anteriores, crece descomunalmente y no se
vislumbra otro remedio que el del fraude monetario para
sufragarlo.
Entre las ejecutorias reivindicadas por el régimen descuella el
repliegue de la inflación a un tope inferior al 15 por ciento y
que el ministro de Hacienda saliente cotejaba orgulloso con las
congojas de las naciones latinoamericanas donde la carestía aún
mantiene índices de tres dígitos. Aquí cabe también una
observación imprescindible. Para nadie constituye un secreto que
la caída de los precios tipifica los intervalos depresivos del
capitalismo. Indicábamos arriba que la anarquía en la producción,
propia de este sistema, lleva, de tiempo en tiempo, a que terminen
entrabándose unas a otras las diversas ramas industriales, además
del choque entre un continuo aumento de los géneros elaborados y
un consumo cada vez más reducido, fruto de la depauperación
incesante de las masas populares. Su cometido, a diferencia de las
sociedades anteriores, se compendia en la obtención de un progreso
constante; pero como, a semejanza de aquéllas, lo sigue realizando
por intermedio de la apropiación privada, la tendencia hacia la
alta especialización y división del trabajo, que supone una
exigente proporcionalidad de las múltiples áreas y derivaciones
industriales, confluye, al contrario, en una menor armonía o
acoplamiento entre ellas. La permanente tecnificación y el acervo
de la riqueza desembocan sin escapatoria en severas obstrucciones,
hasta cuando las quiebras en cadena reparan los desajustes entre
las múltiples y distintas empresas y dan arranque a una fase de
recuperación que a su turno gestará el siguiente colapso,
repitiéndose el proceso indefinidamente. Durante la depresión
todos quieren vender pero muy pocos compran; entonces las
mercancías, englobada la fuerza de trabajo, se abaratan en la
búsqueda afanosa de una salida que no siempre logran. El trágico
desenvolvimiento conduce desde luego al naufragio a muchos
potentados, y a los asalariados los sume en una postración
centuplicada. Con todo, a la larga el fenómeno lo aprovechan los
capitalistas más poderosos para sacar de la liza a sus
competidores y reacomodar el margen de ganancia, restringido por
el fortalecimiento de la capacidad productiva, o sea por la mengua
del factor laboral respecto a la mejora y ampliación de las
maquinarias y materias primas gastadas. En otras palabras, el
capitalismo sale de sus traumas periódicos blandiendo sus armas
predilectas: la concentración económica y la degradación del
proletariado. Lo que pierda por la menor cantidad relativa de
trabajo puesto en movimiento procurará compensarlo con una mayor
intensidad en la explotación del mismo. De ahí que la burguesía
estadinense haya arrancado, a principios de los años ochentas, en
el peor y más sostenido declive de su industria desde la
posguerra, un descuento sustancial en la remuneración de los
obreros.
En fin, a Colombia la lesiona directamente la crisis de Occidente
en cuyo ámbito gravita; salvo que en nuestro medio los
aniquiladores efectos de aquélla se manifiestan con redoblada
furia, gracias a la supervivencia de formas atrasadas de
producción y preferencialmente al desvalijamiento de los
monopolios imperialistas, causas ambas, ya ancestrales, del
raquítico desarrollo del país y de su espantosa pobreza. A las
cargas heredadas del pasado se nos añaden los fardos transferidos
por los depredadores extranjeros. Sobre las gentes
tradicionalmente confinadas a las ruinosas labores artesanales,
sobre los venteros ambulantes que por cientos de miles pululan en
las vías de los cascos urbanos, sobre el éxodo de los campesinos
desprovistos de sus parcelas, sobre los tugurios, se abate la
concurrencia de los declarados insubsistentes tras las extinciones
parciales o completas de las pequeñas, medianas y grandes
factorías. A los colombianos nos corroen las plagas del apogeo del
capitalismo sin haber superado las escaseces que implica la
insuficiencia de éste. No construimos nuestros telares y ya
soportamos el agio y la usura de una complejísima organización
bancaria, los desafueros de un Estado oligárquico altamente
intervencionista, el perjuicio de las mínimas fluctuaciones del
comercio mundial y, a las claras, las desastrosas consecuencias
del crac. No debiera por ende maravillar la declinación de la
curva inflacionaria que la cúpula burocrática ostenta cual una
proeza nunca vista y jamás bien ponderada; lo incongruente está en
que en medio del cielo contraccionista el costo de la vida no
aminore en realidad y puje hacia arriba, con menor impulso sí,
pero de todas maneras con sesgo ascendente. Los ricachos no se
entusiasman con el pírrico triunfo divulgado a tambor batiente por
los hacendistas del gabinete, pues palpan la inmovilidad, le toman
a diario el languideciente pulso a las transacciones y se percatan
de cómo sus mercancías, sus apartamentos, sus tierras, no circulan
o lo hacen muy lentamente, así reduzcan los importes. Muchos de
ellos coinciden en echarle la culpa a la atrofia de la demanda,
aunque al tiempo promuevan o patrocinen los despidos masivos y el
menoscabo de los salarios. Otra muestra de los inefables enredos
del sistema. Como hay ausencia de compradores los capitalistas se
las arreglan para expulsar de la plaza a los que queden. Cuando
los almacenes se repletan, se envilecen a la vez las cotizaciones
y los negocios cierran; con los cierres, el envilecimiento y el
almacenaje de los productos empeoran. A la depreciación de las
mercancías corresponde una valorización proporcional del dinero,
que induce a todo el mundo a pugnar por deshacerse de los objetos
que nadie solicita y que difícilmente se truecan en efectivo, a
querer aprisionar la moneda contante y sonante, a desear poseer,
no valores de uso inutilizados, sino el valor de cambio y el medio
de pago por excelencia, con el cual tener acceso a los vericuetos
del mercado y medrar en las pocas oportunidades que éste brinde.
Naturalmente los intereses se trepan, el financiamiento escasea y
las inversiones disminuyen, hasta tanto el péndulo no retorne al
punto en el que vuelva a ser atractivo soltar el circulante y
prender los hornos apagados. En Colombia nos tropezamos sin
embargo con el insólito caso de que en medio de la más cruda
parálisis lo que predomina es el desmoronamiento del peso, en
virtud de las anomalías fiscales, el febril dinamismo de los
impresores de la banca central, la devaluación galopante y las
tasas crecientes de los préstamos internacionales, revirtiéndose
en un sobreencarecimiento artificial del crédito. Elementos que,
tras de influirse mutuamente, deprimen aún más la economía y
alejan las probabilidades de recuperación. Claro está que los
desgreños financieros y monetarios han acompañado a las dos
últimas depresiones del imperialismo, tanto en 1975 como en la
actualidad, notándose también en los países "avanzados" la
persistencia de la espiral alcista dentro del tumbo descendente.
Pero semejante deformación de la deformación estropea ante todo a
las naciones avasalladas del Tercer Mundo. Por eso López
Michelsen, sin desentrañar el meollo, mas procurando refutar a su
antiguo antagonista, hizo hincapié en que antes -vale decir
durante el "mandato caro"- "no se confundía recesión con baja de
inflación como ocurre ahora."5 De cualquier modo, en estas
heredades de Colón no disfrutamos ni del abaratamiento
característico de las estaciones críticas.
No hay pues qué aplaudir en el informe del Ejecutivo, y si
prolifera la incertidumbre se debe precisamente a que se angosta
el espacio para sus martingalas y sus carantoñas. El Estado no se
halla en circunstancias de acudir con la largueza inicial en
auxilio de los sectores emproblemados, y, al revés, se ha decidido
a apretar la clavija, como cuando eleva el rendimiento de las
Upacs en casi 6 puntos y de 8 a 15 por ciento el de los títulos
agropecuarios clase A que las instituciones financieras privadas
subscriben obligatoriamente, o reitera el propósito de mantener la
progresión de las cuotas de los usuarios del ICT y de las tarifas
de los servicios públicos. Determinaciones que se mueven en
contravía de sus planes de vivienda y de sus ofrecimientos de
desencarecer el crédito, rehabilitar las actividades productivas y
redistribuir el ingreso. Resta poco qué escoger. Las adversidades
de los empresarios se trasladan inevitable y tumultuariamente a
los financistas, ratificándose de paso que el bazar especulativo,
aunque se efectúe eludiendo los riesgos de la construcción
material, descansa sobre ella y ésta le traza sus límites. Los
banqueros han tenido que aceptar en dación de pagos bienes muebles
e inmuebles por varias decenas de miles de millones de pesos; las
deudas a su favor, vencidas y de difícil cobro, bordean los $
130.000 millones, cuantía que equivale a una vez y media el
capital y las reservas del ramo, y se prevé que 19 de los 23
bancos con sede en Colombia, después de lustros de consecutiva
opulencia, no consignarán utilidades en el ejercicio contable de
1984. A la proverbial inopia de los institutos descentralizados se
adosan ahora las erogaciones que algunos de ellos han de hacer
para cubrir los réditos de los papeles con que captaron gruesas
sumas dentro de los particulares, mientras la Contraloría calcula
que el gobierno central ha de desembolsar por los suyos más de $
40.000 millones durante el año, estrechándose angustiosamente el
círculo. A Raphael, el atormentado personaje de Balzac, cada vez
que saciaba una de sus irrefrenables pasiones, se le encogía la
piel de onagro, fuente mágica de sus placeres y de su existencia;
al protagonista del Movimiento Nacional con cada uno de sus
impostergables decretos se le agota el "sí se puede", el talismán
con que electrizara a las multitudes y abriera los portalones del
poder.6
Nos hemos hecho una idea del mar de los sargazos que surca la nave
colombiana, cuyas vicisitudes exasperan los roces y choques entre
las diferentes clases y que a no pocos burgueses les ofusca la
visión y les nubla la mente. "Ya se ha socializado las pérdidas",
recapacitaba uno de esos oficiosos comentadores de la cosa
pública; "ahora lo que falta es que se socialice las ganancias",
concluía. Significando así los movedizos terrenos que se pisa con
los infructíferos estímulos concedidos de mogollón a las élites en
quiebra por parte de un régimen igualmente descaudalado. De la
fallida intentona de revivir las rentas mediante la subvención
oficial, a invertir las relaciones sociales con el objeto de
establecer un Estado realmente holgado y capaz de ver por el
engrandecimiento de la nación, no habría mucho trecho si se
contempla el asunto desde un ángulo global e histórico y las masas
trabajadoras pueden influir decisivamente. En todo caso las
recetas de alguna incidencia se desechan tan pronto salen a la luz
y la confusión ha sido la reina del carnaval. Dentro de tal clima
se sucede la reunión de Cartagena de los cancilleres y ministros
de Hacienda de las morosas e insolubles repúblicas
latinoamericanas.
Allí el comediógrafo fue de nuevo el olímpico mandatario de
Macondo, quien acaparó los destellos de las cámaras y se robó las
palmas de la galería, retocando con prudencia su imagen de
veleidoso contradictor de los regidores del imperio e instalando
la conferencia con un discurso que anticipaba los párrafos
primordiales del documento finalmente aprobado por unanimidad.
Aboquemos el examen del contenido de las postulaciones del
encuentro, no olvidando que el desafío consiste, de un lado, en
poner sobre el tapete los motivos del enfrentamiento entre los
emisarios de los regímenes del Sur escarnecido y los filibusteros
del Norte, y del otro, en abogar por las orientaciones que al
respecto más le convengan a la revolución. El temario abarcó tres
tópicos: lo que se denuncia, lo que se pide y lo que se promete.
LA BANCARROTA TEÓRICA
Dentro del primer aspecto el Consenso da por
sentado que "la región atraviesa una crisis sin precedentes", con
ilustrativas referencias a que el producto por habitante sigue
siendo similar al de hace una década, el desempleo afecta a más de
la cuarta parte de la población activa y los salarios reales han
caído sustancialmente. "Lo cual puede traer graves consecuencias
políticas y sociales". Del estropicio se acusa a “factores
externos ajenos al control de los países de América Latina”, tales
como la recesión internacional, el estancamiento de los países
industrializados, el deterioro de los términos de intercambio y el
resurgimiento del proteccionismo. Anótase que el servicio de la
deuda pasó a ser "casi el doble del aumento de las exportaciones"
y que "en los últimos 8 años el pago de intereses representó más
de US$ 173 mil millones". Los delegatarios llamaron asimismo la
atención sobre la conversión de Latinoamérica en "exportadora neta
de recursos financieros", avaluando dicha "pérdida" en US$ 30 mil
millones para 1983; y se quejaron de los "cambios drásticos en las
condiciones en que originalmente se contrataron los créditos",
enmendaduras que atañen a la "liquidez", a las "tasas", a la
"participación de los organismos multilaterales" y a la
"perspectiva de crecimiento económico". El lamento siguiente lo
recapitula todo: "Mientras existen manifestaciones de recuperación
económica en los países industriales, América Latina se ve forzada
a aminorar y en algunos casos a paralizar su proceso de
desarrollo."
Una convergencia extraña y polémica por provenir de quien
proviene, los canes guardianes del patio trasero de la Casa
Blanca. Pronunciamientos pungentes que borran de un plumazo los
otros muchos eventos convocados por los Estados Unidos, en donde
siempre se predicó, dentro de los lineamientos del
panamericanismo, la conjunción de designios y la identidad de
pareceres de los pobladores del Hemisferio, desde Alaska hasta la
Tierra del Fuego. Refundidas en la memoria quedan las rondas de
Punta del Este que, bajo la batuta de Kennedy en 1961 y de Johnson
en 1967, les dibujaron a los pueblos zaheridos un engañoso futuro
de realizaciones sin par y de dichas compartidas con el odiado
usurpador. Habiendo la rueda de la fortuna girado muy al contrario
de lo previsto por aquellos falsos profetas, sus sucesores, al
cabo de los almanaques y luego de reconocer sin disyuntivas el
severo mentís corroborado por la práctica, se atreven a bosquejar
un replanteamiento, en un acto que huele más a memorial de
agravios que a reposada sugerencia. El que las autoridades del
Continente, tanto las ungidas con los votos como las consagradas
por las bayonetas, hayan admitido el rotundo descalabro de los
programas, las "ayudas" y los convenios basados en los nexos
neocolonialistas así no les guste el vocablo, ni lo mascullen por
equivocación, no puede menos que simbolizar un ¡al fin! para las
fuerzas revolucionarias y en especial para el marxismo-leninismo,
que libran una ardua lucha ideológica y política contra un enemigo
cuya supremacía se la debe en gran parte al hecho de ejercer un
dominio omnímodo sobre los medios de información y, a través de
ellos, asegurarse la esclavitud mental de las gentes desposeídas y
explotadas. No obstante, el triunfo no les será entregado
gratuitamente a los adalides de la nueva Colombia, ni nada les
reportará si no lo afianzan con una paciente e infatigable campaña
de educación y propaganda, enderezada a destruir la quimera de un
cabal desarrollo del país en las condiciones de saqueo
imperialista y de prevalencia de las formas monopólicas de
apropiación. No hay que esperar que este absurdo criterio sea
dejado expósito por el pensamiento predominante de la reacción,
por mucho que las estadísticas hablen en su contra, aun la de los
organismos estatales. Ni lo abandonará el oportunismo, que en sus
diversas expresiones revisionistas viene desde antaño apostando
por él, y menos hoy que juega al juego de transformar la república
mediante el diálogo pacificador con el gobierno. Ahí tienen, pues,
material de sobra y ocasión feliz nuestros investigadores, ante
todo los compañeros y amigos de Cedetrabajo, para enriquecer los
fundamentos de la revolución democrática de liberación nacional
defendida fielmente por el Partido desde su fundación. Y nuestros
instructores de las escuelas para cuadros conseguirán hacer más
comprensibles sus pláticas acerca de la génesis de la crisis
capitalista, ahora que indagamos por el método de la enseñanza
partidaria, y que no puede ser otro que el de ligar vivamente los
justos conocimientos extraídos de los libros con las
multifacéticas y mudables realidades del momento.
Tampoco habremos de permitir que cuaje impunemente la especie,
montada con sagacidad, de que sean preciso los estipendiarios del
imperialismo los primeros propugnadores del bienestar social, en
cuyo nombre peroraron los ministros en la capital bolivarense,
tratando de proporcionarles un sentido cariz a sus reclamos y de
atraer la solidaridad de las mayorías apaleadas de Latinoamérica.
Abundan los relatos sobre las iniquidades y traiciones perpetradas
por los Berbeos de la época, especialmente aquellos que destapan
los desfalcos; despilfarros y demás corruptelas administrativas de
sus exponentes burocráticos. Enumerarlos seria de nunca acabar.
Pero todos se parecen en algo al trance de Argentina, en donde los
militares sin dejar rastro, no solamente desaparecieron a los
hijos de las manifestantes de la Plaza de Mayo, sino también los
giros enviados por las agencias prestamistas internacionales. Si
se nos replica que acudimos a las perfidias de las dictaduras
castrenses para enlodar la fachada de los regímenes
representativos latinoamericanos, recordemos entonces el caso del
más institucionalizado de ellos, el de México. Vencido el mandato
de López Portillo, reventaron una serie de escándalos en torno a
onerosas defraudaciones cometidas contra los fondos oficiales, en
las que aparecían incursos pesados funcionarios, sin omitirse al
propio Presidente. La cuasinacionalización de la banca de ese
país, decidida en 1982, fue más bien una asepsia que una
innovación económica, puesto que la burguesía financiera sacaba al
exterior con una mano los dólares prestados que recibía con la
otra. Motivo de recurrentes querellas entre los imperialistas y
sus recaderos ha sido la destinación de los empréstitos y, más
aún, la dilapidación de éstos.
De ahí también la rigurosa vigilancia del Fondo Monetario
Internacional, a sabiendas de que está de por medio la capacidad
de pago de los prestatarios y la concreción de las ganancias.
Según cómputos de la revista estadinense Time, del pasado 2 de
julio, a partir de 1979 han salido de América Latina US$ 70 mil
millones, designados a compras de tierras, inversiones privadas o
depósitos bancarios en el extranjero; monto que contrasta
patéticamente con la iliquidez, los gravosos desembolsos y la
sinsalida a que alude el Consenso de Cartagena. En cuanto a
prodigalidades nuestra descabalada democracia tampoco escatima. El
12 de julio las emisoras de la Radio Cadena Nacional
transmitieron: "El Banco de la Reserva Federal de los Estados
Unidos reveló ayer que entre 1981 y 1983 Colombia registró fuga de
divisas con destino al mercado financiero norteamericano por 2.500
millones de dólares."7 Y si se completara el paisaje con los
hurtos detectados en Haití, la compra de armamentos del Perú, las
ostentaciones de la cleptocracia venezolana, los derroches de
Brasil, el ingenio colombiano para rapiñar las partidas de la
deuda inclusive antes de su ingreso legal al país y el resto de
los ardides con que se limpian las arcas estatales, no sería
aventurado aseverar que el cruce de impugnaciones entre el césar y
sus procónsules, lejos de generarse en la penuria de los niveles
de vida de la región, se circunscribe al regateo del botín. Este
tipo de disensiones podrá agudizarse, sí, sobre todo con el
ahondamiento de la crisis, mas no adoptará un carácter
irreconciliable o de ruptura total. El imperialismo repara en el
agua que lo moja y luciría torpe al pretender extremar sus
exigencias, tanto por los ahogos en que se debaten sus
irreemplazables alzafuelles, como por las impredecibles
consecuencias de un cataclismo en la retaguardia. Jamás se había
hecho tan patente que los grandes emporios capitalistas superviven
gracias al despojo de sus neocolonias; su suerte se define no en
Londres, Washington o Tokio, sino en las vastedades mancilladas de
Asia, África y América Latina. Los intermediarios también tienden
hacia la contemporización, porque en proporciones determinantes
derivan su peculio de las entendederas con los monopolios del
imperio y a la sombra de éste se refugian, como cualquier José
Napoleón Duarte, cada que los infortunios los traspasan o la
repulsa popular los apercuella.
Por dicha causa la conferencia estuvo rodeada de episodios hasta
cierto punto desconcertantes. El país sede se vanagloria de haber
sido, entre sus congéneres, el más cauto en endeudarse y de ser
ahora el único con posibilidades de seguir hipotecándose; y en su
oración, Belisario Betancur impacta a los concurrentes al poner en
conocimiento que "algunos bancos internacionales privados han
resuelto agredirnos... han llegado al extremo de amenazarnos si
servíamos de anfitriones a esta reunión." No obstante, mientras
intervenía el oferente, aquel mismo 21 de junio, los cables
teleguiados desde Nueva York reseñaban que el Chase Manhattan Bank
le había ofrecido a Colombia coordinar, por intermedio de un pool
de entidades financieras, un crédito de US$ 700 millones, y cinco
días después, por corresponsalía originada en esta ocasión desde
París, se supo de otro empréstito de US$ 375 millones, adjudicado
a la Federación Eléctrica Nacional por el BIRF y una treintena de
consorcios crediticios europeos, japoneses y norteamericanos.
Entre tanto el Departamento de Estado, en declaraciones de su
asesor económico, Martin Bailey, se apresuró a corregir el
malentendido presidencial, ratificando a su vez lo que se
desprendía de los despachos noticiosos, que "los bancos grandes y
más importantes del mundo son conscientes de la importancia y
papel que Colombia está cumpliendo al facilitar un acuerdo
responsable entre las naciones deudoras y la banca internacional
acreedora."8
Incuestionablemente el atascamiento de los
negocios y la declinación de su rentabilidad agrietan las otrora
lucrativas y cordiales afinidades de los accionistas de la hazaña
expoliadora. Empero, como los asustan los mismos fantasmas,
pondrán a funcionar a una voz y a todo vapor, los complejos
engranajes gubernamentales; exprimirán hasta las heces los
denarios públicos, y les darán largas, en tanto las circunstancias
lo permitan, a las definiciones espinosas y controvertibles,
propendiendo a soluciones de transacción, las que menos
perjudiquen a unos y otros. Moraleja: hay quienes se insultan en
las avenidas y se reconcilian en las callejuelas. En cuanto ataña
a la voluntad, o sea al terreno subjetivo, los imperialistas y sus
espoliques preferirán un mal arreglo que un buen pleito; falta ver
qué opina la otra premisa, la objetiva, al fin y al cabo la
variable decisoria.
Ahora toquemos el segundo aspecto. ¿Qué se pidió en Cartagena?
Extractemos del texto del acuerdo las solicitudes de mayor
enjundia cursadas a los mandamases de Occidente. Antes que nada se
machaca en "la reducción de las tasas de interés", y "sin
perjuicio de los objetivos antiinflacionarios". Dos metas
contradictorias que aguardan por la reanimación de la economía
mundial y más específicamente por el acortamiento del abultado
déficit fiscal de los Estados Unidos. Aun cuando se haya insistido
en que 1984 marca el arranque de la tan anhelada convalecencia del
sistema, no se oculta que ésta demoró, o viene demorándose más que
la de 1976-77, y que son en particular muy inquietantes los
coeficientes de Europa, cuyos países han llevado la peor parte y
en los cuales la reconversión industrial demanda sumas gigantescas
y sacrificios sociales sin cuento. Pero incluso asintiendo que la
reactivación sea una realidad tangible y no un espejismo del
desierto, cabría todavía preguntarse si durará lo suficiente, o se
circunfiere a una mejoría pasajera, premonitoria de un letargo más
profundo y traumático. Algo parecido acontece con el embrollo
presupuestario estadinense; su saldo adverso amaga romper la
barrera de los US$ 200.000 millones, enfriando el alma hasta de
los pocos optimistas que presagian un efectivo saneamiento durante
el período constitucional a iniciarse en 1985. Esperar a que los
zascandiles de Wall Street o de la Oficina Oval reciten el
"¡levántate y anda!" ante la desfalleciente producción, a fin de
que se satisfagan las peticiones de quienes, además de haber
protestado sus pagarés, aspiran a franquicias que se contraponen a
elementales preceptos económicos, es pecar de ingenuos o pasarse
de astutos. O cual dirían los colombianos, hacer belisarismo.
Nuestro peripatético gobernante todavía cree, por lo menos de
dientes afuera, que las ratas del ingreso capitalista, el costo
del crédito bancario, los índices de desempleo y de concentración
de la propiedad deberían regularse por las eternas reglas de la
equidad y de la ética. Con catequesis de moral, o mejor, de
afectada moral, ha querido poner coto a los descarríos de una
sociedad guiada por el Norte de la máxima ganancia. Como había
jurado en vano torcerles el pescuezo a los réditos usurarios, una
noche salió por las pantallas de la televisión a aleccionar en
lenguaje pastoral a su grey acerca de los torvos y recónditos
alicientes tras los que actúa la banca, y debido a los cuales no
ha sido factible la disminución de los intereses. "¿Por qué cada
día los suben más?", interpeló al auditorio nacional; y al rompe
respondió: "por egoísmo". Renovando a renglón seguido el ultimátum
de que "eso se va a terminar".9
Únicamente a causa del intensivo tratamiento de cretinización a
que se ha sometido al país, tales delirios de orante u orate
podrán ser tomados en serio. Sin embargo, el legajo firmado en la
Costa Atlántica por los ministros de Argentina, Bolivia, Brasil,
Chile, Colombia, Ecuador, México, Perú, República Dominicana,
Uruguay y Venezuela, recoge el "aporte fundamental" de la palabra
iluminada del presidente Betancur, no refiriéndose desde luego al
pasaje televisivo, pero sí al convencimiento vertido en su
alocución inaugural de que todas aquellas injusticias y
abominaciones que aquejan a la especie, se curan con contrición de
corazón y propósitos de enmienda. Con que los imperialistas se
resignaran a embolsarse menos en aras de sostener las cotas de
enriquecimiento de las oligarquías antinacionales -el tan trillado
reordenamiento mundial-, la tempestad amainaría y el sol volvería
a sonreírnos por igual a ricos y a pobres. Las peticiones bailan
todas alrededor de tal consideración; a ello se reducen las
contribuciones en el análisis económico.
A las potencias se les recomienda, o suplica, "el acceso a sus
mercados de las exportaciones de los países en desarrollo",
"condiciones que permitan la reanudación de corrientes de
financiamiento", "alivio continuado y significativo de la carga
del servicio de la deuda", "reducción al mínimo de los márgenes de
intermediación y otros gastos", "eliminación de las comisiones",
"abolición de los intereses de mora", supresión de la "exigencia"
de “transferir al sector público, en forma indiscriminada e
involuntaria, el riesgo comercial del sector privado", terminación
de las "rigideces regulatorias de algunos centros financieros
internacionales", "nuevos financiamientos", "reconocimiento de la
calidad especial que tienen los países soberanos como deudores de
la comunidad financiera internacional", "reactivación de las
corrientes crediticias hacia los países deudores", "asignación de
un volumen mayor de recursos", “fortalecimiento de la capacidad
crediticia de los organismos financieros internacionales", "nueva
asignación de Derechos Especiales de Giro", etc.
Si se exceptúa el acápite atinente a un trato benigno para las
exportaciones, la interminable retahíla de plegarias se condensa
en la consigna de: ¡Dinero, dinero y más dinero! Que no se
interrumpa su flujo, que mane a borbotones y sin recargos de
ninguna índole. Y si es regalado, ¡excelente! Que los gobiernos
latinoamericanos no tengan que responder por los débitos externos
de sus burgueses, aunque se reserven el tan practicado derecho de
enjugar las bancarrotas de éstos. Que el FMI, el BIRF y la Reserva
Federal norteamericana tomen las medidas del caso para desinflar
el valor de los créditos internacionales, así los países
prestatarios no logren ni les importe constreñir los sobrecostos
de los que facilitan internamente. Que Reagan haga lo que ellos no
hacen: cauterizar el déficit, precautelar la inflación y
descongestionar el mercado financiero. Pero el accidental
inquilino de la Casa Blanca puede tanto como Prometeo en el peñón
del Cáucaso. Pese a que los apologistas del imperialismo,
matriculados en diversas escuelas y subescuelas, debatan y
achaquen los atoramientos en el comercio, la industria y las
finanzas mundiales al descuido o a la negativa de adoptar tal o
cual política por parte de los conductores de la superpotencia,
los cimbronazos de la crisis se sienten a menudo más fuertemente
en las latitudes septentrionales de Washington, y dan allá menos
lugar a los virajes bruscos que en una pequeña nación, supongamos
la República de Chile.
A Augusto Pinochet, no obstante deber US$ 19.000 millones, de
pronto un empujón de 400 ó 600 millones más lo saque
momentáneamente de penurias, y apenas lógico que el general esté
dispuesto a intentar cualquier timonazo y a profesar cualquier
tesis con tal de complacer a sus financistas y de que éstos lo
complazcan a él. Mas a la administración norteamericana, que vela
por Occidente, por el sistema monetario internacional y por el
general Pinochet, ningún Grupo de Consulta o profesor
universitario lo resguardará de sus cuatro jinetes del
apocalipsis: los exorbitantes gastos de la defensa, ante las
asechanzas del expansionismo soviético; el hostigamiento económico
de las potencias aliadas; la explosiva penuria de sus zonas de
influencia, y el veloz debilitamiento de sus fondos federales.
Mientras no concluya la recesión todas estas acucias tenderán a
agigantarse con su deplorable cola de coartaciones al comercio, y
junto a ellas, los correspondientes obstáculos a la compra, de las
contadas mercaderías procedentes del Tercer Mundo. Así que los
implorados incentivos para las exportaciones latinoamericanas muy
tangencialmente serán satisfechos.
La encerrona habrá llegado a tal extremo, que el candidato
demócrata, Walter Mondale, sin reflexionar mucho en cuánto
afectarán su campaña sus escuetas alegaciones, retó osadamente a
la contraparte: "Digamos la verdad... Reagan aumentará los
impuestos, y yo también."10 Aunque el ex actor no recogió el
guante y se mantuvo por lo menos, verbalmente en la posición de
proseguir con los amortiguamientos tributarios con que se
privilegia a los trusts, y con las talas a la asistencia social
con que se golpea al pueblo, el Tesoro de la poderosa nación sufre
el peor quebranto de su meteórica carrera. El debate hará
manifiestos los fiascos económicos de la última gestión de los
republicanos. Ignoramos en qué grado incidirá sobre las
expectativas reeleccionistas; empero, no nos cabe duda de que, sea
cual fuere el resultado de los comicios de noviembre, la
controversia, además de definir el sino de una facción, acabará
sepultando casi media centuria de elucubraciones académicas sobre
la anulación de la crisis capitalista mediante el incremento del
empleo y del consumo a cargo de las múltiples irrigaciones del
erario.
El crac de 1929 les había mudado el pellejo a las
nociones teóricas de los economistas burgueses. Antes de la
fatídica calenda sus connotados pontífices se empecinaban en
disimular los fenómenos de superproducción y de paro dentro del
capitalismo, aferrándose con fe púnica a las anacrónicas
conjeturas de que el mercado nivelaba la una e impedía el otro; y
volteándole cerrilmente la espalda a más de un siglo de palmarias
refutaciones, incluida la remembranza que Engels inserta en su
prólogo de El Capital acerca de los ciclos decenales desde 1825
hasta 1867. Ni el pánico financiero de 1907, causante del despeño
de trece bancos neoyorkinos y de otras compañías ferroviarias más;
ni los años críticos de 1914 a 1916 que terminaron inmiscuyendo a
Norteamérica en la primera conflagración mundial y entronizando
allí definitivamente el capitalismo monopolista de Estado; ni el
corto pero nocivo receso de 1920-1921; ni siquiera el estruendoso
derrumbe de la Nueva Era en las postrimerías de la década de los
veintes, convencieron a los rectores de la economía estadinense de
abandonar los rígidos criterios, plantados en el "espíritu
nacional" yanqui, de que una administración admirable era aquella
cuya injerencia brillara por lo discreta y austera. 0 como lo
proponía el lema electoral del malhadado presidente Warren G.
Harding: "Menos intervención del gobierno en los negocios y más
intervención de los negocios en el gobierno."11 O como lo
preconizara Franklin D. Roosevelt en medio de la hecatombe de los
treintas, meses antes de asumir la presidencia y a manera de
crítica a los desequilibrios presupuestales que Herbert Hoover no
acertaba a recomponer: "Tengamos la valentía de dejar de pedir
préstamos para hacer frente a los continuos déficit. Basta de
déficit."12 De pronto el brujuleo cambió abruptamente. No sólo se
reconocieron las turbaciones cíclicas, sino que se proclamó una
forma infalible de neutralizarlas. El nuevo e improvisado esquema
doctrinario se distinguiría por sus ínfulas. Sin conmiseraciones
botó a la basura los amarillentos e inservibles tratados y
propagose a toda prisa por el orbe, cautivando a catedráticos y
estadistas, quienes ipso facto retocaron sus axiomas y políticas
para ponerlos a tono con la moda. Sobra referir que también la
intelectualidad simiesca de la neocolonizada Colombia gesticuló a
la par con sus preceptores extranjeros.
De aquí en adelante el Estado, cual supremo regulador, habrá de
interferir con el objeto de acrecentar la demanda y promover las
inversiones, sin pararse en pelillos o reparar en faltantes y
descubiertos. El fundamento de toda esta "revolución" se halla en
que, ante los incesantes progresos de la producción que se
traducen en una merma relativa del trabajo explotado y del
promedio de las utilidades, el imperialismo se había decidido a
apelar abiertamente a los instrumentos y beneficios públicos para
reponer las declinaciones de la rentabilidad, ya fuese a través de
la moderación de los gravámenes, las adiciones al gasto oficial,
el endeudamiento estatal, las emisiones monetarias, la
devaluación, o por los procedimientos directos de los subsidios y
los rescates para las empresas entradas en barrena. A tamaña
defraudación de la confianza ciudadana en pro de los dueños y
señores de las tres cuartas partes del globo, se la invistió de la
dignidad de una ciencia, y como a su héroe epónimo se nombró al
señor Keynes, el hombrecillo de Cambridge, al que "la lucha de
clases lo encontró siempre del lado de la burguesía culta", y
quien fuera en Bretton Woods coartífice del realinderamiento
económico refrendado con las bombas atómicas sobre Hiroshima y
Nagasaki. Si en los convulsos períodos anteriores se consideraba
conceptualmente prioritario mantener incólume el soporte estatal,
última garantía de la sociedad explotadora, después de la Gran
Depresión, lo primero que habría que hacer era desangrarlo, y sin
contemplaciones, con tal de contener la crisis. Pero los
presupuestos deficitarios estadinenses que comenzaron bajo Kennedy
como estrategia consolidativa, al cabo de veinte años de
prescripción de mercados y de extravío de posesiones
neocoloniales, amén de las otras calamidades sucintamente narradas
atrás, se han tornado con Reagan en una pesadilla que en lugar de
coadyuvar al restablecimiento se constituye en uno de los mayores
inconvenientes. La burguesía autónoma de Europa, Japón y Canadá,
así como los testaferros del Tercer Mundo, ya han constatado
empíricamente que este falseamiento de las apropiaciones y
destinaciones presupuestarias, cuando lo ejecuta el proveedor de
la divisa mundial, en el presente caso Estados Unidos con su
patrón dólar, es un sutil y engañoso mecanismo para soliviar los
decaídos dividendos de Norteamérica, a expensas del despojamiento
y del naufragio de sus rivales comerciales.
Hay que pertenecer a la cofradía de Fedesarrollo, los masters del
keynesianismo criollo, para pensar con el disco rayado de que el
país urge aún de emitir y prestar más para rehabilitarse, cuando
hasta los parlamentarios intuyen que semejantes expedientes tocan
a su fin. U ostentar la banda presidencial en el pecho para
insistirle a Washington que, de una parte, subvencione la deuda
latinoamericana y suelte los dólares, y de la otra, controle el
déficit y reduzca el prime rate o interés preferencial. El
interponer unificadamente los buenos oficios de las investiduras
ministeriales para forzar mayores anticipos, los cuales requieren
de cualquier modo ser autorizados y avalados por la Tesorería del
imperio, denota la ciega inclinación de unas clases parasitarias y
fletadas a las que no se les ocurre ninguna línea estratégica
distinta a la rauda e irreflexible enajenación de las
seudorrepúblicas puestas bajo su custodia; haciéndoles no sólo el
esguince a los candentes problemas sino recrudeciéndolos con su
comportamiento. A los quebrantos materiales de la burguesía los
sigue la ruina ideológica de sus teóricos. El memorando de
Cartagena refleja esta histriónica verdad al proponer como cura de
los males que agobian al Hemisferio las causas que los originan.
Aunque surgidos de la libre concurrencia y cual negación de ésta,
lo cierto es que los monopolios no consiguen obviarla del todo;
entre ellos las contiendas, enmascaradas tras los pendones
nacionales de las grandes potencias, abarcan los cinco
continentes, tienden hacia la hegemonía universal y, hacen de las
ciento y pico de naciones subyugadas el trofeo predilecto de los
vencedores. El imperialismo, antes que extirpar las crisis
capitalistas, las vuelve más extensas, profundas y cataclísmicas.
Lo aseveran las dos confrontaciones bélicas mundiales que
redujeron a escombros y cenizas muchos de los medios de producción
sobrantes, e inmolaron en los campos de batalla a decenas de
millones de desempleados embutidos en sus trajes de fatiga. La
ulterior reconstrucción, la iniciada en 1945, junto con el
advenimiento del moderno modelo de vasallaje nacional, de
apariencia democrática y rostro bonachón pero de más jugosas
retribuciones que el burdo y repudiado colonialismo de viejo
corte, permitieron temporadas de acompasado y hasta cierto punto
de tranquilo esplendor, singularmente en los Estados Unidos, a
cuyo firme liderazgo sólo empañaban escollos superables y
llevaderas fricciones. Mas a estas alturas del proceso, descartada
la efectividad de las soluciones transaccionales, el imperialismo
se ve abocado, para vivir, a otro masivo aniquilamiento de la
riqueza por él engendrada. No obstante, la destrucción de bienes y
hombres será a una escala infinitamente superior a las
precedentes, puesto que con la plétora de las armas nucleares la
vigencia histórica de la guerra convencional ha concluido, y con
ella, las limitaciones de la devastación; Norteamérica, al
contrario de 1914 y 1939, no podrá eximir su territorio y habrá de
arrostrar directamente y desde el primer instante los riesgos del
holocausto, y el conflicto, que enfrentará a Occidente con la
Santa Rusia rediviva, inevitablemente repercutirá en la conciencia
de los pueblos del mundo, tanto de las naciones oprimidas como de
las opresoras, que querrán sacudirse de una vez y para siempre los
yugos de la usura, la crisis y la guerra. Tales las perspectivas
finiseculares del modo capitalista de producción.
Y para evacuar nuestro examen, una plumada respecto a qué se
comprometieron los lugartenientes políticos de las oligarquías
latinoamericanas. Precavidamente "reiteraron que la conducción de
las negociaciones en materia de deuda externa es responsabilidad
de cada país". Esta declaración, pese a que la complementaron o
adobaron con la sugerencia de estatuir unos "lineamientos
generales" que "sirvan de marco de referencia" a las impugnaciones
"individuales" de los Estados prestatarios, se redactó con el
deliberado propósito de desprevenir al Grupo de los 7 Grandes, que
ya desde la cumbre de Williamsburg, en mayo de 1983, tomó nota del
clamoreo del Sur e hizo votos, por lo menos en el papel, de
moderar los déficit fiscales, sofocar la inflación y encinturar
los intereses, y que en la capital británica, en junio del
corriente año, exteriorizó de diversas maneras su enojo por la
eventual conformación de lo que se viene denominando el "club de
los deudores".13 No habrá pues, según Cartagena, las
conversaciones colectivas rechazadas por Londres. Los gobiernos en
bancarrota, que son sin salvedad los tributarios de los emporios
industriales, rehusaron voluntariamente arremeter con la fundación
formal de un bloque de mendicantes. Continuarán buscando uno a uno
y por separado, de acuerdo con el monto de sus compromisos y
capacidades, las correspondientes prórrogas y mitigaciones para
los inmódicos pasivos. Zanjándose así, y aun cuando fuere
temporalmente, un lío que amagaba con complicarlo todo.
Asimismo, prometieron pagar con puntual exactitud, despejando otra
incógnita que traía en ascuas a la comunidad financiera
internacional, cuyas entradas, y hasta su propia permanencia, cual
se indicó arriba, penden de la seriedad y, lógicamente, de la
holgura de sus clientes de América Latina. Por aquella fecha los
medios informativos alarmaban a los lectores con los cálculos
sobre los estragos que, en miles de millones de dólares y en
cientos de miles de empleos, les reportaría a los Estados Unidos
una reprobación oficial de los débitos de Brasil, Argentina o
México. Se hacía inminente una aquietadora mención al respecto, y
por eso los ministros suscribieron "la decisión ampliamente
demostrada por sus países de cumplir con los compromisos derivados
de su endeudamiento externo y la determinación de proseguir con
los esfuerzos de reordenamiento monetario, fiscal y cambiario de
sus economías". Promesas éstas que buscan subsanar las discordias
surgidas en las relaciones inveteradamente afables entre el
imperialismo y los regímenes fantoches y que con certeza serán de
muy accidentada realización; sin embargo, tal y como han sido
proferidas dentro de las solemnidades de una misiva de esa índole,
y dado el atolladero de remitentes y destinatarios, no pueden
menos que copar las satisfacciones de los jerarcas del Norte. Ante
las inobservancias e irregularidades registradas un juramento
escrito no significa nada, pero sería peor no tenerlo. El dilema
aquí no consiste en averiguar si los signatarios le harán honor o
no a la palabra empeñada, máxime cuando la tierra tiembla incluso
bajo los tronos menos accesibles y nadie está seguro de qué
sucederá al día siguiente.
En una caliginosa mañana de otoño, los peruanos, por ejemplo, se
quedaron súpitos al enterarse de que los plenipotenciarios de
Belaúnde Terry, por un crédito puente de US$ 300 millones, habían
concertado una carta de intención mediante la cual el gobierno se
obligaba a recortar en varios puntos porcentuales sus erogaciones,
reducir en otros cuantos su déficit, incrementar los ingresos
tributarios en un equivalente al 2% del Producto Interno Bruto,
subir las tarifas del agua, la energía eléctrica y el transporte,
reajustar los precios del arroz y de los hidrocarburos, disminuir
las partidas de fomento estatal, nivelar las tasas nominales del
interés bancario con las de la inflación, devaluar el sol en un
20%, suprimir los subsidios a determinados artículos de primera
necesidad y, por supuesto, dedicar anualmente a la cancelación de
los empréstitos vencidos el 50% del total de las exportaciones. Y
el premier Sandro Mariátegui, cabeza del gabinete, quien el 26 y
27 de abril, en distintos diálogos con los periodistas comentara
jubiloso que el convenio, "un éxito personal del presidente",
viabilizaría "la renegociación de la deuda en el Club de París" y
se sintetizaría en la reactivación económica del Perú "en un lapso
de tres meses a un año", no tuvo el menor sonrojo de manifestar,
menos de una semana después y ante las objeciones de los
empresarios quebrados y de los sindicalistas enfurecidos, que el
gobierno propugnaría la revisión de los mencionados pactos de
emergencia con el FMI.14 En cosa de horas el tornadizo parecer de
las autoridades peruanas había pasado de la impúdica euforia a la
taimada discreción. Son los imponderables de la crisis que en
Santo Domingo se patentizaron violentamente con 52 muertos, 140
heridos y 4.000 detenciones, al conocerse de la firma de los
mismos irritantes acuerdos. Luego no nos referimos en este
capítulo de nuestro análisis a las proyecciones cuantitativas, a
los márgenes reales de aplicación de los protocolos. Si
Williamsburg no tradujo o no pudo traducir en obras sus
ofrecimientos, ¿por qué entonces Cartagena? No. De lo que se trata
es de la soberanía nacional, de la actitud frente a los infamantes
y perentorios requisitos de las agencias prestamistas cuyos
mensajeros vagan por las covachuelas de la administración, husmean
en las carteras ministeriales, hurgan en los archivos de los
institutos bancarios, meten la mano en las contabilidades de las
empresas públicas, toman asiento en el Congreso y en los concejos
municipales, en suma, se pasean por la república como Pedro por su
casa. Para la banca mundial ha resultado inaplazable que los
gobiernos pongan freno al desorden, se disciplinen, no dejen por
desidia o ineficacia escapar un denario. En ello va la concreción
de sus acreencias. Y esto, unido a los apuros financieros de las
marionetas, ha trastrocado a las naciones latinoamericanas, al
principio en forma lenta e imperceptible y más tarde rápida y
descarnadamente, en simples sucursales de unos, hiperbóreos pulpos
matrices, los tentaculares consorcios del imperio. Al punto de que
ya no gozan de autonomía ni para fijarle el precio al arroz. Y en
medio de la escalada capitulacionista, los heraldos de la
democracia oligárquica, fuera de disparar unos cuantos cartuchos
de fogueo contra los extorsionadores foráneos, apenas si atinan a
reunirse para esclarecer en común las incomprensiones surgidas
acerca de su dificultoso acatamiento a las requisitorias del Fondo
Monetario Internacional.
SE PORFÍA EN LA ENTREGA
Finalmente, los ministros, en lo que cabría
calificarse como la gran novedad de la conferencia, "manifestaron
que la inversión extranjera directa puede jugar un papel
complementario por su aporte de capitales y por su contribución a
la transferencia de tecnología, la creación de empleos y la
generación de exportaciones". No obstante alguna reserva en cuanto
al escaso monto de las divisas que se captarían por tal concepto y
la ceremoniosa admonición de que las firmas que arriben habrán de
sujetarse estrictamente a las leyes de la región, aquella
alternativa acaba patentizando la derrota y la alevosía de unas
clases apátridas que no sólo estiman vedado el camino hacia un
desarrollo independiente sino que renuncian públicamente a
transitarlo. Y a los quince días a la capital del país le
correspondería ser escenario de otra bochornosa citación, el
bautizado Primer Foro de Inversionistas, con la asistencia de 187
representantes de compañías oriundas de los más diversos lugares
del mundo a los cuales las autoridades colombianas del ramo les
pormenorizaron 257 proyectos en las esferas de la industria
agropecuaria y manufacturera, la minería, la comercialización, las
maderas, los productos químicos, la pesca, los enlatados y hasta
en empresas sociales y de servicios varios, con el objeto de
atraer fondos por 2.000 millones de dólares.
Tampoco hay que olvidar que fue bajo el cielo cartagenero, donde
justamente nació hace dieciséis años el Grupo Andino, o la
Integración Subregional, que lleva también el nombre de la ciudad
ilustre. Este experimento se presentó en su tiempo cual bendita
panacea para los países consuetudinariamente estancados de los
Andes, que principiaban a cavilar sobre un despegue conjunto y
solidario. Sobre él llovieron las salutaciones nacionales e
internacionales de casi dos lustros consecutivos. Pese a las
instintivas simpatías que despiertan entre la gente las banderas
integracionistas, en cuyo apoyo se resucitaron inclusive los
ideales anfictiónicos de Simón Bolívar, que en realidad no vienen
al caso, nuestro Partido, nadando contra la corriente como
siempre, hubo de enfrentarse a este nuevo embeleco, al que
alababan desde el revisionismo mercenario hasta sectores
democráticos y antiimperialistas despistados. Ni nuestros amigos
chinos se exoneraron de adherir a los ilusorios planteamientos.
Con ellos discutimos en su oportunidad, aspirando a convencerlos
de que el Acuerdo de Cartagena, lejos de obedecer, tal
sospechaban, a la insubordinación de las burguesías
latinoamericanas que aunábanse así para resistir la incómoda
intromisión de los Estados Unidos, debíase al contrario a la
necesidad del imperialismo de hacer una más exhaustiva utilización
de los mercados de sus neocolonias, muchos de los cuales son tan
estrechos que de por sí imposibilitan la instalación de plantas
fabriles de alguna envergadura, impedimento que habría de
allanarse con el "libre comercio" interzonal. Meta defendida por
Johnson dentro de la Declaración de Presidentes de América del 14
de abril de 1967, en Punta del Este; recomendada por el informe
Rockefeller del 30 de agosto de 1969 a la administración de
Richard Nixon, y expuesta explícitamente por éste como línea
central para el Hemisferio, a través de su discurso ante la
Sociedad Interamericana de Prensa, SIP, del 31 de octubre de
1969.15
Éstos fueron los obligados prolegómenos de la loada política de la
cooperación de capitales, que además hundía sus raíces en la
descaecida Alianza para el Progreso y se insertaba dentro del
marco jurídico de la vieja Alalc. Por razones apenas obvias al
ambicioso plan se le echó su pañete nacionalista y a los
copartícipes extranjeros se les supeditó a morigeraciones y
fiscalías que no representan ni mucho menos la quintaesencia del
patriotismo.
Luego de década y media de frustrantes tentativas, la amarga
lección, al revés de lo esperado, compéndiase en que los
beneficiarios salieron siendo los monopolios imperialistas y que
los países receptores, en lugar de desvanecer las aprensiones que
aún los distancian y de jalonar y acoplar entre sí sus economías,
se vieron mezclados a menudo en lastimosas pendencias,
disputándose, dentro de los respectivos y sofisticados "programas
sectoriales de desarrollo industrial", la vinculación de sus
asociados, las insaciables corporaciones de las potencias
occidentales. Después de la institucionalización de un mercado
andino, y que van cristalizándose los sueños de los trusts de
poder enviar a todas nuestras naciones sus géneros elaborados en
cualquiera de ellas, se pretende ahora seguir suavizando las
estipulaciones de la famosa Decisión 24 del Acuerdo de Cartagena,
con lo cual aquéllos quedarían facultados para unas remesas más
grandes de utilidades o una reinversión mayor de las mismas,
encima de otras muchas aberrantes mercedes. En efecto, el
ablandamiento viene dándose con bastante anterioridad y no ha de
endilgársele exclusivamente a Chile, que desistió de la
integración a partir de octubre de 1976. A su favor se han
inclinado igualmente los otros miembros del Grupo, que más de una
vez introdujeron por unanimidad dispensas y salvarguardias al
tratamiento de los capitales extranjeros. Y el gobierno
belisarista, condescendiente hasta la ignominia, las ha otorgado a
manos llenas desde su instauración y aun en órbitas atendidas
regularmente por nacionales como el turismo, el transporte y la
hotelería. Los caudales foráneos vertidos en Colombia se
aproximaban en 1983 a los 1.400 millones de dólares. Al cabo de
tanto trajín y parloteo, de la solicitud de cupo en el Movimiento
de los No Alineados y de las diligentes intermediaciones de
Contadora, el régimen, en el mediodía de su mandato, entera a sus
sufragáneos de que la recompostura económica estriba en más que
decuplicar tal cifra.
Los modelos a imitar serán de aquí en adelante Singapur, Corea del
Sur y Taiwan, los dilectos satélites, los adorados paraísos de los
magnates yanquis. A los tiranuelos les molesta el mote de
"deudores" y desean ser ascendidos al rango de "socios" de la
empresa expoliadora.16 He ahí la metamorfosis de la mayordomía, la
novísima acción hemisférica preconizada en el Centro Internacional
de Convenciones de Cartagena de Indias.
A La Heroica le anularon con su Consenso de los ochentas su
Acuerdo de los sesentas, y al hacerlo, los conferenciantes
sencillamente se avinieron a tachar las mínimas prohibiciones que
alejen a cualquier traficante de las metrópolis y que en la época
nixoniana fueron el timbre de orgullo del nacionalismo
latinoamericano. Voto que sin equívocos les cae de perlas a los
neocolonialistas estadinenses, quienes, en virtud de la crisis,
han tenido que conformarse con plazas industriales en grado
decreciente dentro de América Latina, su primigenia área de
intervención.17 A nadie ha de extrañar entonces que a la clausura
de la susodicha reunión, llevada a cabo dentro de tan malos
presagios, meros juicios laudatorios se hubieran impreso sobre
ella, en singular los que corrieron a emitir los atentos vigías
apostados en Nueva York, Washington, Londres. Para los
protagonistas de la piratería contemporánea, los embozados
repúblicos de la agresión internacional, con la triple soga al
cuello de la crisis financiera, comercial y productiva, constituye
un respiro que sus recelosos estipendiarios, hablando en pro de
las naciones exaccionadas, denuncien las "reformables"
deficiencias del sistema, aboguen por el fortalecimiento de la
organización mundial bancaria, reclamen mayores subsidios
estatales de las grandes potencias, pidan la no interrupción de
las corrientes crediticias, ofrezcan cumplir los compromisos
contraídos, renuncien a las renegociaciones colectivas y coloquen,
de aderezo del pastel, la promesa de abrumar de prebendas a la
inversión extranjera. ¿Podrían los defraudadores del prime rate
recibir más de su morosa y amorosa clientela?18
* * *
En cuanto atañe a los pueblos del Continente,
encargados de pagar los trastos rotos de la extorsión, el
latrocinio y el despilfarro, no hay motivo para tontas
consolaciones. Frente al desbarajuste actual, las oligarquías
vendidas al imperialismo no conciben, en razón de su catadura y de
los lazos que las atan a éste, ninguna opción distinta de la de
porfiar en las relaciones económicas y en las caducas formas
republicanas de opresión que han conducido a Colombia a la
indigencia y a la indignidad. Ni siquiera a los segmentos más
descontentos de la burguesía nacional, y no obstante sus protestas
cada vez más encendidas, la agudización de las contradicciones les
ha ayudado a deponer sus posturas conciliatorias e intentar unas
fórmulas que se compadezcan con las urgencias del país y con los
anhelos libertarios de las mayorías. El proletariado es la única
clase que no habrá de desfallecer, ni de desistir del cometido
histórico de encauzar hacia la emancipación definitiva, las
abigarradas vertientes populares, democráticas y patrióticas que
agitan el ambiente político de la nación.
Se confirma de nuevo la justa teoría del MOIR de que el frente
único antiimperialista ha de estar inspirado en un programa que,
aunque tolere y estimule hasta cierta medida el capitalismo,
elimine sus expresiones monopólicas a través de la confiscación y
el control de un Estado revolucionario, y al tiempo rompa toda
coyunda del extranjero. Obstinarse en forjarlo alrededor de las
claudicantes postulaciones burguesas, arguyendo su máxima amplitud
y su expeditiva hechura, sólo demoras y frustraciones acarrearía.
El hundimiento económico, que ha puesto de relieve esta
concluyente enseñanza de nuestro Partido, ha de servirnos de
laboratorio para asimilar a fondo las leyes sistematizadas por
Marx acerca de las perturbaciones cíclicas del modo de producción
capitalista. Necesitamos comprenderlas mejor a fin de contribuir
eficazmente a la instrucción de los obreros y de los campesinos,
rebatir las falacias de los explotadores y del oportunismo y dotar
nuestra táctica de un consistente soporte científico.
Debemos cuidarnos de dos enfermedades típicas de coyunturas como
la que atravesamos: el desespero y el desánimo. Tropeles de
confusas personas, que la dura situación anonada, se escudan, bien
en las temerarias e infecundas proezas del anarquismo, bien en las
desmoralizadoras resignaciones del abatimiento. La crisis no es el
toque a generala de la revolución. Por ello conmociones tan
caóticas como el crac de 1929 no redundaron en Estados Unidos, o
en otras partes, en un resurgimiento efectivo de la lucha política
del proletariado, y a la postre viraron hacia el arraigo de la
reacción en todos los órdenes. Y en la actualidad, cuando Colombia
presencia por oleadas la quiebra de sus empresas y el retroceso de
sus actividades agropecuarias, cuando tiene que destinar a la
cancelación de la deuda externa casi el total de los ingresos por
concepto de la exportación de su principal producto, el café, y en
campos y ciudades germinan como nunca antes el desempleo y la
miseria de sus habitantes, cuando los dirigentes de la alianza
burgués-terrateniente al mando no visualizan solución para sus
falencias en lo que falta del siglo y entre ellos prima el
descontrol, irrumpen los instigadores de las prácticas
extremoizquierdistas a proponer el remozamiento del país por medio
de la pacificación dialogada y la "apertura democrática".
El armisticio concertado en La Uribe entre las Farc y el gobierno
no insta de suyo a transformaciones sustanciales. El trato se
limita a que la comisión oficial, conformada para tal fin, "da fe"
de la "amplia voluntad" del Ejecutivo en cuanto a las enmiendas
dirigidas a cimentar el predominio de la constitución y del
derecho. Allí, a más de contemplarse la eficiencia de la justicia
y del aparato administrativo, la elevación de la moral pública, la
elección de los alcaldes, la función y el profesionalismo del
ejército y hasta el mejoramiento de la fraternidad republicana, se
persigue "una" reforma agraria y se avizoran los "constantes
esfuerzos" por la salud, la vivienda, el empleo y la educación. El
adefesio no está en la omisión de las reivindicaciones básicas.
Este sería mayor si no se les hubiere omitido, pues significaría
recabarle al Estado no que arregle su aspecto sino que se
autodestruya por temor a una guerra ofrecida o por pasión a una
paz obsequiada.
La insensatez de aquellas agrupaciones se expresa en que, después
de haber librado una lucha armada por casi dos décadas y sin
importarles la ausencia de las condiciones mínimas
insurreccionales, por lo cual se vieron día y noche impelidas a
forzar la beligerancia de la población y a recurrir a modalidades
de financiamiento políticamente improcedentes de improviso, y con
el objeto de adecuarse a los zigzagueos soviéticocubanos en
América Latina, resuelven izar la enseña blanca e impetrar la
amnistía, el diálogo, la tregua y el indulto, a cambio de unos
miserables remiendos a la república oligárquica que en el mejor de
los casos sólo tendrán el don de reencauchar el destartalado
prestigio de los próceres del bipartidismo tradicional; y todo en
un momento crítico en que el régimen pasa crujías socorriendo a
los banqueros e industriales, autorizando los despidos masivos de
trabajadores y recortando su propia nómina, para sobrevivir.
Combatir veinte anárquicos y costosos años para rejuvenecer la
centenaria carta de Núñez es como derribar un árbol para cazar un
mirlo.
Si el oportunismo jamás tuvo en cuenta la conciencia ni el grado
de preparación política y organizativa de las masas populares, ni
la correlación de fuerzas con el enemigo de clase, es decir, los
elementos que perfilan la táctica revolucionaria, y adujo siempre
cual único argumento de sus aventuras la urgencia del cambio
social, no sorprende que reduzca éste a unos cuantos retoques
parlamentarios cuando decide suspender sus acciones terroristas y
foquistas. No dirán: "Nos equivocamos; las circunstancias eran
adversas para el levantamiento bélico", con lo cual le ahorrarían
más sangre innecesaria a la causa que aseguran defender,
prestándole un gran servicio al cabo de tantos palos de ciego.
Pero no. Continuarán empecinados en que la insurrección se
justifica en cualquier eventualidad política y no obstante los
estragos que su artificioso estallido pueda ocasionar en el seno
del pueblo y en las huestes de la revolución; así como se exculpan
las "aperturas" hacia los directorios liberales y conservadores,
las entrevistas clandestinas con el presidente, las festivas
visitas a Palacio, las afinidades reformistas con el belisarismo,
en medio de la peor catástrofe económica, en la cual la burguesía
restituye su cuota de ganancia a costa de los salarios y las
conquistas laborales, y el empobrecimiento generalizado y la
descomposición social demandan sin más dilaciones una respuesta
rotunda y ajena a los burdos despliegues de la minoría opresora.
Aunque no hayamos salido del aislamiento nos corresponde llenar el
vacío. Porque si no hubo en el pasado la tan anunciada y
amedrentadora guerra popular, tampoco habrá en el futuro la paz
convenida. Los secuestros, por cuya unánime condenación los Ardila
Lulle les rinden tratamiento de Bolívares a los Pancho Villas
colombianos, proseguirán, y proseguirán con sus connotaciones
proselitistas, gracias a que el irreversible colapso de la nación
proporciona el sustrato y las premisas sociales para que
insurrectos errantes, valiéndose de llamativas siglas, prefieran
aligerar la bolsa de los ricos a destronarlos.
Al MOIR, un partido insobornable y proscrito por sus
inconfundibles detractores, forjado no sólo dentro de la ruina
acuciante de Colombia sino contra la resaca ideológica de dos
calamitosos decenios, que no ha torcido su rumbo ni enturbiado su
estilo con las malas mañas de la delincuencia común, le sobran
combatientes del temple de Luis Acevedo y Arcesio Vieda y
autoridad moral para capitalizar políticamente la
descapitalización del país, e ir por los fueros de las
concepciones y procederes que sacarán airosa a la clase obrera.
Por traumáticos que fueren, los efectos de la crisis, no lograrán
desquiciarnos ni doblegarnos, puesto que no ignoramos que las
bancarrotas periódicas trastornan y debilitan a la burguesía pero
no la eliminan. La sociedad basada en la explotación del trabajo
asalariado encuentra la forma de recuperarse de sus espasmos
recesivos, y los capitalistas no sucumben por razones propiamente
económicas. A éstos, para verlos en el suelo, hay que tumbarlos.
NOTAS
1 Declaraciones de Misael Pastrana Borrero al
Noticiero Todelar, El Siglo, junio 27 de 1984.
2 El Tiempo, junio 30 de 1984.
3 Alfonso López Michelsen, en el congreso ganadero convocado por
Fedegan en Cartagena, apuntó: "No vacilo en apoyar sin reservas la
política de paz del presidente Betancur. Lo dije en Cali y quiero
repetirlo ahora con mayor énfasis. Un presidente liberal, que,
para el caso hubiera podido ser quien habla, jamás hubiera podido
realizar una convergencia multipartidista como la que ha alcanzado
el presidente Betancur, ( ... ) Sectores del conservatismo, que
apoyan incondicionalmente al presidente Betancur, jamás le
hubieran prestado el contingente de su adhesión a un gobierno
liberal y, en el seno de mi partido, la división hubiera sido la
misma que contemplamos ahora frente al acuerdo, según se inclinan
ciertos ánimos hacia la represión o hacia la amnistía. De igual
manera, el tratamiento de la aproximación a la guerrilla, sin
lesionar la sensibilidad del estamento militar, tampoco hubiera
sido la misma bajo un gobierno de mi partido, no obstante haber
observado, si no todos, algunos de sus presidentes, el principio
de depositar en manos de las propias fuerzas armadas el manejo del
escalafón, los ascensos y los retiros, sin la interferencia de la
autoridad civil" (El Tiempo, junio 15 de 1984).
4 Tribuna Roja, Nº 44, Las caóticas implicaciones del "sí se
puede", febrero de 1983.
5 López Michelsen, id.
6 La prensa comunicó que el martes 24 de julio "el Presidente citó
a la Casa de Nariño a los representantes de los gremios
económicos, profesionales y laborales, en la esperanza de lograr
el respaldo nacional alrededor de iniciativas que pondrá a la
consideración del Congreso". En realidad la reunión tenía, el
propósito de notificar a los voceros de los círculos influyentes
sobre la alarmante indigencia del Ejecutivo y de recabarles su
consentimiento y apoyo para obtener del Parlamento una nueva
autorización, la segunda en menos de año y medio, para echar a
andar la máquina impresora, esa piedra filosofal moderna que
transmuta simples papeles en refulgente oro con sólo apretar el
interruptor. En Cali, los aparatos represivos cogieron
recientemente a unos bandidos en flagrante delito de producir
dinero tramposo, y se los metió de inmediato a la cárcel porque
estaban estafando a la sociedad; cuando este mismo atentado se
adelanta con la permisión de la ley, sus autores se llenan de
merecimientos porque el cuerpo social se ha agravado y requiere de
una operación económica de alto turmequé. Efectivamente, el señor
Betancur impresionó por su franqueza: "La verdad es que el Estado
no tiene hoy cómo cumplir obligaciones contraídas legalmente con
sus empleados y con los contratistas nacionales, ni cómo realizar
los gastos en moneda nacional que demanda el correcto
funcionamiento de los servicios públicos." ( ... ) "El gobierno
tendrá que recurrir al expediente de la emergencia de pedir
autorización al Congreso para pagar los faltantes con créditos del
Banco de la República en 1984 y 1985" (El Tiempo, julio 25 de
1984).
En mensaje dirigido al Congreso, a manera de exposición de motivos
del proyecto de presupuesto para la vigencia de 1985, el
presidente y su ministro de hacienda, Roberto Junguito Bonnet,
además de solicitar nuevas autorizaciones para emitir y
endeudarse, contemplan una "suavización de las prestaciones" de
los servidores de las dependencias estatales y un impuesto
extraordinario, no especificado, pero algo así como un anticipo de
los gravámenes de los años por venir. Literalmente expresan:
"Dentro de la estrategia se incluirá una propuesta para decretar
una contribución extraordinaria y transitoria que, por sus
características, sea asimilable al pago anticipado de impuestos
futuros." Lo cual significa que el mandato del "sí se puede", no
sólo entregará una administración en completa bancarrota y
embargada, sino que se alzará hasta con los fondos corrientes que
les corresponderían por jurisdicción o competencia jurídica a sus
desventurados herederos en el ejercicio del poder.
Y por su parte, el exministro Edgar Gutiérrez Castro, tan
controvertido por su labor al frente de la economía nacional
durante este período de descalabros y de yerros, disculpándose por
lo aplastante de las estadísticas y más concretamente por la
preocupante desocupación del país, admitió que el panorama era
deplorable y recomendó no crear falsas expectativas sobre una
quimérica prosperidad. Sus afirmaciones fueron:
"No son los más graves (los índices) que ha tenido el país en
desempleo sino el mundo en los últimos 40 años. No nos podemos
hacer ilusiones los colombianos en el sentido de que somos una
comunidad aparte, que los problemas que afectan a la economía
mundial no nos afectan a nosotros. No es así. El problema de
desempleo que vive Colombia esta en línea con el mismo problema de
desempleo que está viviendo el resto del mundo. Tenemos que ser
realistas y no tratar de crear expectativas inconvenientes que le
hagan al país aparecer como si estuviera viviendo una situación de
prosperidad que mal podría tener en el momento en el que todo el
mundo está viviendo una depresión angustiosa" (El Tiempo, julio 27
de 1984).
Conclusión: Gutiérrez Castro cierra con broche de oro su misión
ministerial: la crisis es mundial y Colombia no puede aspirar a
ser una excepción dentro del aletargamiento cósmico.
7 El Mundo, julio 13 de 1984. El periódico de Medellín complementa
así la noticia de RCN: "El presidente del Banco del Estado, Luis
Prieto Ocampo, afirmó que si entre 1981 y 1983 salieron US$ 2.500
millones, es posible que entre ese año y lo que va corrido de
1984, las cifras se hayan incrementado considerablemente, como
consecuencia de los constantes movimientos de las tasas de interés
en los bancos norteamericanos y en algunas entidades europeas de
crédito." Por su parte la Reserva Federal considera que el
mecanismo utilizado para los envíos de los capitales ha sido el de
la alteración de los comprobantes de las exportaciones. "Las
facturas se elaboran a precios inferiores de los reales y los
excedentes van a parar a jugosas cuentas bancarias en los Estados
Unidos", argumenta el principal organismo de control monetario de
Norteamérica.
8 El Tiempo, junio 23 de 1984. En el mismo reportaje Martin Bailey
confirmó que "si como estaba previsto al mediodía de ayer", "de la
reunión ministerial de Cartagena salen propósitos de controlar la
situación de la deuda externa en forma responsable, Estados Unidos
aceptaría servir de mediador de buena voluntad en el manejo, caso
por caso, de aquellas que constituyan un riesgo para la
estabilidad financiera internacional, como se hizo con los de
México y Argentina."
9 El Tiempo, mayo 23 de 1983.
10 El Tiempo, julio 21 de 1984.
11 Frank Freidel, Los Estados Unidos en el siglo veinte, Tomo I,
primera edición, Editorial Novaro México S.A., julio de 1964, pág.
457.
12 Robert Lekachman, "Utilidad actual de Keynes" en Crítica de la
economía clásica, Madrid, Sarpe, 1983, pág. 209. El autor trae
igualmente unas frases de la disertación pronunciada en 1930 por
el laborista Philip Snowden, en la Cámara de los Comunes de
Londres, probatorias de la tónica predominante en materia de
restricción fiscal, la cual se aconsejaba sobre todo para los
intervalos de estancamiento. "Un gasto que puede ser fácil y
tolerable en épocas de prosperidad se hace intolerable en un
período de grave depresión industrial", sostenía el ministro
británico.
13 En el pronunciamiento de Williamsburg, firmado por las
potencias participantes -Estados Unidos, Francia, Gran Bretañia,
República Federal Alemana, Italia, Japón y Canadá- se lee:
"Todos debemos esforzarnos para alcanzar y mantener una tasa de
inflación reducida y hacer bajar las tasas de interés que
registran actualmente un nivel demasiado elevado. Renovamos
nuestro compromiso de reducir los déficit presupuestales
estructurales, en particular frenando el crecimiento de los
gastos." ( ... )
"El fardo de la recesión agobia duramente a los países en
desarrollo y estamos profundamente preocupados por su
restablecimiento.
"Es crucial restaurar un crecimiento económico
sano, pero manteniendo la apertura de los mercados. Conviene en
particular velar por el mantenimiento de un flujo adecuado de
recursos, en particular de ayuda pública al desarrollo, hacia los
países más pobres, y en beneficio de la producción alimentaria y
energética, tanto en el plano bilateral como por intermedio de las
instituciones internacionales apropiadas" (El Tiempo, mayo 31 de
1983).
Tal se aprecia, los sobresaltos por el empeoramiento de la
situación económica, en particular de las zonas atrasadas y
dependientes, dominaron aquella reunión de los grandes del mundo.
Y transcurrido más de un año, ninguno de los deseos e intenciones
expresados se ha convertido en realidad. Los intereses
crediticios, por ejemplo, en vez de aminorarse conforme a lo
predicho, han subido sensiblemente, no sólo en Estados Unidos sino
en Europa.
14 Los datos y las declaraciones de Mariátegui fueron extraídos de
los diarios limeños Hoy, de abril 28, El Comercio, de abril 27 y
28, y La República, de mayo 3 de 1984.
15 Vamos a transcribir algunos apartes de los documentos
señalados, con la finalidad de darles a los lectores una somera
idea sobre cómo Estados Unidos abordó el tema de la integración y
la asociación por aquellos días.
De la Declaración de Presidentes de América:
"... para alcanzar tales fines [los del desarrollo] se requiere la
colaboración decidida de todas nuestras naciones, el aporte
complementario de la ayuda mutua y la ampliación de la cooperación
externa."
"La América Latina creará un Mercado Común..."
"El presidente de los Estados Unidos de América, por su parte,
declara su firme apoyo a esa prometedora iniciativa
latinoamericana..."
"Los presidentes que suscribieron este documento afirman que:
"Construiremos las bases materiales de la integración económica
latinoamericana mediante proyectos multinacionales."
Del Informe de Nelson Rockefeller:
"El momento ha llegado en que Estados Unidos debe desplazarse
concientemente de su papel paternalista hacia el desempeño de su
papel asociado." ( ... )
"El desarrollo industrial requiere amplios mercados para poder
producir eficazmente. Los mercados internos en la mayor parte de
las naciones del hemisferio son demasiado limitados como para
permitir una amplia industrialización. Los acuerdos regionales de
intercambio ofrecen una vía constructiva para la ampliación de
mercados."
Del discurso de Nixon:
"Hemos visto una serie de iniciativas en la América Latina hacia
la integración económica regional, tales como el establecimiento
del Mercado Común Centroamericano, la Asociación Latinoamericana
de Libre Comercio, la Asociación de Libre Comercio del Caribe y el
Grupo Andino. Las decisiones sobre cuán lejos y cuán rápido deba
marchar este proceso de integración, desde luego no nos
corresponde a nosotros. Pero quiero subrayar que estamos
dispuestos a colaborar en este empeño, si es que se desea."
16 Lo que más impresionó a la prensa de los razonamientos de
Belisario Betancur en las tantas veces aludida Conferencia
Económica Latinoamericana del 21 de junio, fue precisamente esta
introspección: "Mejor tener socios que acreedores."
17 En su edición del 4 de abril de 1983, El Tiempo trae un cable
enviado desde la ciudad de Miami en el cual se cuenta que un grupo
privado de investigación, Conference Board, de Nueva York,
auspiciado por varias corporaciones importantes, concluyó que el
51% de las inversiones extranjeras de la industria norteamericana
en 1982 se registró en Europa Occidental, el 24% en Asia, el 15%
en Canadá y sólo el 5.7% en Latinoamérica. El cuatro por ciento
restante, se dividió entre el Medio Oriente y África.
Y agrega:
"James Green, jefe del departamento de programación de empresas
internacionales de Conference board, declaró en una entrevista que
las nuevas cifras "indican una tendencia a apartarse de
Latinoamérica y acercarse al Pacífico".
"Expresó que la elevada inflación y la gigantesca deuda externa de
los países latinoamericanos "ahuyentan a las compañías de EU."
18 Tomemos como muestra de la complacencia norteamericana el envío
de la agencia AFP, publicado por El Tiempo, de junio 25 de 1984.
Reproduzcamos dos apartes:
"Estados Unidos se sintió ’aliviado’ por los términos del acuerdo
concluido el viernes pasado por los 11 países deudores
latinoamericanos que se reunieron en la Conferencia de Cartagena
sobre la deuda externa, según afirmó un vocero del gobierno
norteamericano."
"Nada sorprendente fue decidido”, indicó al New York Times un
vocero del Departamento del Tesoro, Alfred Kingon. Destacó la
satisfacción del Tesoro por el tono conciliador de la declaración,
así como por el hecho de que los países latinoamericanos no
decidieron rechazar las deudas. ‘Estimamos que el evento fue
positivo’."
DIEZ PAUTAS SOBRE
COOPERATIVAS CAMPESINAS
Septiembre de 1984
Publicado en Tribuna Roja, no. 49, septiembre de 1984.
En las zonas de colonización de casi todos los
departamentos del país, por lo general regiones aisladas donde
prima el esfuerzo humano en las faenas agropecuarias, el problema
del mercadeo de la producción campesina es una de las mayores
trabas para el mejoramiento del nivel de vida de sus habitantes. A
los agricultores, en muchas ocasiones, les resulta prácticamente
imposible llevar sus cosechas a los centros de consumo, y si
logran hacerlo terminan atrapados en una red de intermediarios que
se queda con el monto principal de las ganancias, cuando no con
todas ellas. Resolver de manera acertada la cuestión del mercadeo,
por lo tanto, contribuirá a desarrollar la producción y aliviar
las condiciones de pobreza en que se debaten cientos de miles de
labriegos.
De ahí que las ligas campesinas, que han venido creciendo a un
ritmo sorprendente en estas zonas de colonización, se hayan
concentrado desde hace algunos años en la tarea de crear y
promover cooperativas. Tales organizaciones de masas, apoyándose
en sus propios esfuerzos y preservando a toda costa su
independencia frente al gobierno y los dos partidos tradicionales,
han alcanzado éxitos notables en varias regiones del país. Sin
embargo, por distintas circunstancias ha sido particularmente en
el sur de Bolívar donde han prendido con mayor fuerza y han dejado
las más ricas experiencias. El campesinado de numerosas veredas
apartadas del departamento ha comprendido la importancia de
asociarse para vender lo que produce, y las ligas han comprobado
en los hechos que el mercadeo es una labor imprescindible para
aumentar la producción de los agricultores y mejorar así las bases
materiales y espirituales de su lucha revolucionaria.
A finales del año pasado, la Unión Campesina Independiente de
Bolívar (UCIB), que agrupa a 19 ligas de los municipios de El
Carmen, Magangué, Achí, Pinillos, San Martín de Loba, Morales y
San Pablo, efectuó en Montecristo, corregimiento de Achí, un
encuentro departamental para resumir las experiencias de más de un
centenar de dirigentes campesinos en varios frentes de trabajo,
pero especialmente en el de las cooperativas. La reunión dio
pruebas irrefutables de que el mercadeo organizado por los propios
agricultores puede llegar incluso hasta las grandes ciudades y
arrojar resultados positivos, si se realiza como debe ser, y
demostró que en mayor o menor medida todas las delegaciones se han
preocupado por construir cooperativas y han conseguido avances de
consideración en este campo. Una de ellas ha logrado la hazaña de
sextuplicar el área sembrada de arroz de una vereda en un solo
año. Y aunque todavía están lejos de solucionar los ingentes
problemas económicos de los colonos, el camino que han emprendido
es digno de tenerse en cuenta y de aplicarse a las condiciones
concretas de otros departamentos. Por este motivo, Tribuna Roja ha
considerado conveniente hacer un resumen de las diez conclusiones
principales del encuentro en relación con las cooperativas,
conclusiones que fueron publicadas por el órgano informativo de la
UCIB, Renacer Campesino, en abril de 1984.
1. Las cooperativas no deben repartir las utilidades entre los
socios, como se ha venido haciendo en muchos casos, sino explicar
a los campesinos que el principal beneficio que obtienen con el
mercadeo es el que resulta de vender las cosechas a mejor precio y
de adquirir las mercancías de consumo más baratas. Si las
utilidades se reparten la organización no podrá capitalizar, ni
crecer, ni conseguir los medios de transporte, de acopio y de
distribución que requiere para cumplir sus funciones.
2. Las cooperativas deben procurar tener funcionarios
especializados, lo que equivale a decir remunerados, en cada una
de las ramas de esta actividad: transporte, mercadeo, finanzas,
contabilidad,etc. El logro de este objetivo depende de los
recursos y del crecimiento de cada cooperativa, naturalmente, pero
a él hay que aspirar de todas maneras.
3. Las cooperativas tienen que estudiar qué productos son aptos
para el mercadeo y cuáles no. La experiencia enseña que existen
cultivos que no dan garantías o que no se pueden vender
rentablemente, ya sea porque la competencia dificulta su
comercialización, porque están restringidos a causa del control
oficial o por otras razones. Para determinar el producto principal
del mercadeo es necesario realizar un análisis minucioso de las
condiciones y no actuar movidos por juicios subjetivos o simples
sentimientos. El meollo de la cuestión, en estos casos, reside en
que las cooperativas prosperen.
4. Las cooperativas deben ocuparse tanto del mercadeo como del
consumo. Ambos factores están indisolublemente unidos. Desde mucho
antes de que sus productos salgan al mercado, los campesinos
necesitan proveerse de artículos indispensables y en la mayoría de
los casos los requieren fiados. Por lo general, los comerciantes
les dan crédito y por este medio los explotan, proporcionándoles
muy caras las mercancías de consumo y obligándolos a empeñar a
bajos precios la siguiente cosecha. Las cooperativas han de
atender este problema porque de lo contrario no será posible que
los agricultores se liberen del control de intermediarios y
usureros, que en no pocas ocasiones son al mismo tiempo los
gamonales políticos de la localidad. Por otra parte, para que sea
rentable el transporte de la producción campesina a los centros
urbanos, es conveniente que haya carga no sólo de ida sino de
venida.
5. Las cooperativas deben dominar y saber utilizar las leyes y
mecanismos de la actividad comercial; aprender a trabajar con
números y hablar de economía; perderle el miedo a operar con
dinero, aprovechar el crédito, hacer cálculos minuciosos y
familiarizarse con todos los tejemanejes del mercado. La
diferencia con los comerciantes está en que ellos utilizan estos
instrumentos para oprimir a los labriegos, mientras que las
cooperativas los aplican en beneficio de la comunidad y del
desarrollo de la producción.
6. Las cooperativas no pueden lanzarse a una temeraria competencia
de precios. El propósito de abaratar los artículos de consumo y
combatir la especulación, que de manera inevitable provoca
enfrentamientos con los intermediarios, hay que llevarlo a cabo en
el entendimiento de que el poder económico de las cooperativas es
por ahora demasiado precario para sostener una guerra de precios
prolongada. En cuanto a la necesidad de adelantar una política de
frente unido con los comerciantes, el encuentro reiteró que ésta
no debe emprenderse a costa del bienestar de los campesinos ni de
la existencia de sus organizaciones. Otros factores, y
fundamentalmente la opresión económica y política del régimen,
facilitan el acuerdo con ellos.
7. Las cooperativas tienen que asumir las pérdidas y las ganancias
del mercadeo que realicen. Debido a las distancias y a las
fluctuaciones propias de la actividad comercial, es frecuente que
los precios a los cuales compran o venden a los campesinos
difieran de los precios a los cuales compran o venden en los
centros de consumo. En esto suelen influir, por ejemplo, los
costos del transporte, que en determinados momentos pueden ser
decisivos para la obtención de pérdidas o ganancias. Ambas
eventualidades, en todo caso, son responsabilidad de las
cooperativas, y no de los socios en particular.
8. Las cooperativas deben buscar en sus operaciones comerciales
regularidad y volumen. La primera para no perder los clientes que
compran las cosechas de los agricultores y asegurar el
abastecimiento y el crédito, y el segundo para conseguir
rentabilidad en los negocios. Muchas transacciones, en efecto, dan
un margen reducido de utilidades por unidad, y hay productos que
sólo se pueden comerciar con beneficio en cantidades apreciables.
9. Todos los dirigentes y socios de las cooperativas deben
concentrar sus esfuerzos en la tarea de crear una cadena de
organizaciones que resuelva todos los eslabones de la
comercialización, desde el transporte hasta el empaque,
almacenamiento, financiación y distribución de los productos
campesinos. A esta empresa de elevar las condiciones de vida de
los agricultores a través del mercadeo, que se ha convertido en el
trabajo más importante de las ligas en las regiones aisladas y
atrasadas del país, hay que dedicarle toda la consagración que sea
necesaria.
10. Las cooperativas reunidas en el encuentro de Montecristo,
finalmente, se comprometieron a constituir una escuela campesina
orientada a formar dirigentes agrarios de ésta y otras zonas de
Colombia, aprovechando la experiencia y los recursos de las
organizaciones de la UCIB.
LLAMAMIENTO POR LA
SALVACIÓN NACIONAL
Enero 26 de 1986
Declaración del MOIR, publicada en El tiempo el 26 de enero de
1986, y firmada por Francisco Moquera.
Pese a las tremendas desventajas que en la
contienda electoral encaran las fuerzas revolucionarias
colombianas, desde 1972 el MOIR de modo ininterrumpido viene
participando en elecciones, valiéndose de ellas, especialmente,
para difundir su ideario dentro de las amplias masas. Hoy, en las
puertas de otros comicios, nos reafirmamos en la creencia de que
el país jamás saldrá del caos y la postración sin hacer uso pleno
de la autodeterminación nacional y arrancar de raíz las trabas
viejas y nuevas que entorpecen su desarrollo. Pensamos además que
quienes insistan en esta opción histórica avanzarán tras la única
perspectiva cierta de victoria. A la postre la constancia en una
posición erguida, sobre todo si se interpreta la realidad, pesa
más que seis millones de sufragios.
Justamente el próximo 7 de agosto culmina uno de los tantos
ensayos que se han puesto en práctica en Colombia, el del "sí se
puede", inaugurado con euforia sólo comparable al estruendo de su
fracaso. Su lánguida misión se redujo a ahondar la crisis
heredada. Empezó reprendiendo a los banqueros que abusaban de la
clientela, para terminar obligando al pueblo a enjugar las
insolvencias del sistema financiero mediante generosas y
multimillonarias subvenciones estatales. Ascendió al mando con la
solemne promesa de no promover más impuestos, y superó el
desenfreno fiscalista de sus antecesores, apoderándose incluso de
gravámenes futuros. No obstante, la recesión y la escasez de
demanda por falta de capacidad de compra de los trabajadores, como
lo señalara la ANDI en el momento oportuno, la inflación prosiguió
y los precios no detuvieron su trepada, entre varios factores a
causa de que el agónico régimen ha emitido no se sabe cuántos
cientos de miles de millones de pesos, con destino al presupuesto,
a los institutos en quiebra, o dirigidos a oxigenar los asfixiados
proyectos oficiales, impidiendo con ello la esperada recuperación
en el cielo económico, golpeando las actividades productivas y
acentuando la penuria de las clases laboriosas.
No se pactó con el Fondo Monetario Internacional, pero, conforme
al estilo belisarista, se le aceptó voluntariamente la totalidad
de sus calamitosas imposiciones de restricción y control, junto a
la vergüenza de una monitoría foránea encargada de velar en suelo
colombiano por la aplicación de las estrictas medidas. Y eso que
el señor Betancur, en los primeros días de su mandato, sorprendió
a los electores con el cumplimiento de la única oferta que no les
hizo: la de afiliarse a los Países No Alineados. Decisión que
pronto adquiriría su verdadero alcance; se trataba de un
acercamiento a las naciones prosoviéticas, cual preámbulo y
requisito básico de su campaña pacificadora de adentro y afuera.
De esta suerte Colombia, en un amén y merced a su mandatario, se
vio abogando a favor de los tejemanejes expansionistas del imperio
del Este sin que se redimiera de la explotación de los poderosos
monopolios del Oeste.
Sobre el retroceso económico se erigieron las veleidades
políticas. Dentro de los objetivos de maquillar su imagen y
extender su prestigio, Belisario Betancur les batió el ramo de
olivo a los alzados en armas, logró en el Parlamento la aprobación
de la amnistía y más tarde del indulto, firmó el cese al fuego y
luego la tregua, creó sendas comisiones de verificación y diálogo,
tramitó en las Cámaras y sancionó reformas de "apertura
democrática" como el estatuto de los partidos y la elección de
alcaldes, designó para el Consejo Electoral a un vocero de la
tendencia revisionista capitaneada por Vieira y, al cabo de tantas
idas y venidas, obtuvo las vibrantes proclamas insurreccionales de
dos de los grupos guerrilleros comprometidos con la pacificación
dialogada y la astuta solicitud de las Farc de suspender la
concreción de los acuerdos definitivos hasta septiembre de 1986,
valga decir, hasta la llegada de la otra administración. El fiasco
completo. Porque los unos, después de los estímulos recibidos,
volvieron a las andanzas extremoizquierdistas; y los otros,
simplemente optaron por continuar con la argucia de querer hacer
trabajo legal con el fusil al hombro. Y todos convencidos por
supuesto de que Colombia se halla, o en una situación de
levantamiento revolucionario, o al borde de ella. El macabro
desenlace de la toma del Palacio de Justicia no solamente marcó el
cruento final del embeleco pacifista, sino que puso al descubierto
los nexos existentes entre la paz belisariana de Colombia y las
negociaciones en Centroamérica. Dentro de los escombros del
edificio se encontraron armas de combate que según registro y
número pertenecieron a la derrotada guardia de Somoza y al lote
donado por Carter a los sandinistas a través de Venezuela. Ante
las reclamaciones del canciller Ramírez Ocampo, cruzadas más para
cubrir las apariencias que en salvaguardia de la integridad
nacional, las autoridades de Managua no negaron nada; se atuvieron
al alegato de que no podían responder ni por el armamento que les
habían regalado ni por el que ostentaba la satrapía depuesta. El
gobierno de Betancur consideró satisfactorias las evasivas
explicaciones y cerró el incidente con la misma frescura con que
ha acogido las constantes demandas sobre San Andrés y Providencia
hechas por parte del régimen nicaragüense. La determinación de
supeditar la concordia interna al buen suceso del entendimiento
externo condujo a inmiscuir alegremente el interés nacional en las
transacciones y en la interpretación acomodaticia de los
acontecimientos. Un callejón sin salida. Una estratagema
inadmisible.
Los nicas, al igual que los demás pobladores del Tercer Mundo,
tienen desde luego derecho al disfrute cabal de los privilegios de
la soberanía. Pero cuando una nación pequeña y débil,
principalmente después de la dolorosa experiencia arrojada por las
invasiones de Afganistán, Kampuchea, Lao, Angola, Eritrea, etc.,
se transforma en peón y fortín de los agresores rusos, ya no habla
por sí misma, así se llame Nicaragua o Cuba, y sus intrigas en la
arena internacional deben ser por lo tanto rechazadas, no como
actos independientes, sino como pretensiones encubiertas de la más
grande y despiadada potencia militar de la época. En las actuales
condiciones los países que en aras de la emancipación económica y
política se coloquen bajo el manto protector del
socialimperialismo, lejos de coronar las patrióticas metas verán
rápidamente sus propios territorios convertidos en escenario de la
batalla campal por el reparto del globo. Por eso el conflicto
centroamericano de manera inexorable tiende a recrudecerse por
encima de las febriles diligencias de Contadora. Colombia, por su
lado, ha de esforzarse hasta el último minuto para huir de tan
triste destino.
En cuanto a las inquietudes relativas a la urgencia de instaurar
una atmósfera de paz dentro del país, tenemos que manifestar
tajantemente que nunca atravesamos el menor impedimento en contra
de este sentido anhelo. Asumimos una benigna espera hacia las
fatigosas discusiones en torno al asunto, confiando en que el
proceso, de una parte, no le daría piso a la demagogia
belisarista, y de la otra, desembocaría en el robustecimiento de
una táctica revolucionaria correcta que prescinda del foquismo, la
extorsión, el secuestro y del resto de métodos anarquistas o
delictivos. No obstante, los resultados no pueden ser más
deprimentes. En lugar de disminuir, la violencia se enseñorea a
todo lo largo y ancho de la geografía patria. A diario los
periódicos dan cuenta de enfrentamientos o de horribles matanzas.
Oscuras modalidades como el atentado personal adquieren categoría
entre las distintas formas permisibles de lucha. Ganaderos,
empresarios agrícolas, campesinos ricos y hasta medianos se quejan
de que son frecuentemente víctimas del esquilmo de las
agrupaciones guerrilleras, y éstas no cejan en denunciar que la
fuerza pública o las organizaciones paramilitares torturan y
desaparecen de continuo a sus militantes. En otras palabras, la
"paz" ha activado la "guerra". Y el gobierno, principal
responsable del holocausto, que ha regido también con las
consabidas normas de excepción del estado de sitio e inició su
período anunciando que no se derramaría "una sola gota más de
sangre colombiana", se consuela con que el "noventa por ciento" de
los insurrectos sigue todavía fiel a los armisticios concertados.
Se refiere a las Farc, a las cuales ha complacido con la
prolongación indefinida de la tregua, permitiéndoles así una
prerrogativa insólita: la de participar en la contienda electoral
sin que desmonten uno solo de sus veintitantos frentes. La
graciosa concesión obviamente la han utilizado los comandantes de
La Uribe para llevar sus escuadras a sitios nuevos e intimidar a
sus contrincantes, como en el caso de San Pablo, al sur de
Bolívar, en donde dieron muerte a Luis Eduardo Rolón, dirigente
del MOIR, con el exclusivo propósito de desalojarnos a sangre y
fuego de una región a la que estamos vinculados desde hace más de
diez años. En otras zonas nos ha ocurrido algo semejante. El
extraño fenómeno de tolerancia obedece a que el presidente afronta
el dilema de acceder a las exigencias del único bastión que se
mantiene de modo formal dentro de los acuerdos, o admitir
abiertamente el rotundo desplome de sus planes de apaciguamiento.
Los criterios anteriores los comparten muchos dirigentes gremiales
y políticos que apoyaron sinceramente la "paz", un experimento
que, tras absorber la opinión por casi cinco años, ahora
desencanta inclusive a sus mismos protagonistas. Sea como fuere,
las consecuencias del fallido intento se harán sentir en la vida
de la nación durante largo tiempo. La verdad es que los bárbaros
episodios que han ensombrecido el panorama proliferan por doquier
y en sus peores manifestaciones; las vertientes
extremoizquierdistas no desisten del empeño de conmover la
población con sus operaciones descabelladas, y los partidos
inermes, sometidos a la amenaza de quienes adelantan el
proselitismo armado con el beneplácito del Ejecutivo, al ver
alteradas gravemente en contra suya las reglas democráticas,
comienzan a plantear y a plantearse los problemas de la
supervivencia como una cuestión inaplazable.
Debido a todo este desbarajuste económico y político que nos
agobia, el MOIR formula un llamamiento a los distintos
contingentes y personas preocupados por el porvenir del país a fin
de que nos aglutinemos alrededor de los siguientes puntos:
1) Defensa de la actividad productiva de Colombia frente a las
imposiciones del Fondo Monetario Internacional y a los desmanes de
los grandes consorcios extranjeros.
2) Apuntalamiento de la autodeterminación nacional en el trato con
los Estados Unidos y demás metrópolis occidentales, pero
particularmente ante las acechanzas del expansionismo soviético.
3) Rechazo a los propósitos de introducir la coacción, el
terrorismo o el asesinato como herramientas de las lides
partidistas, y
4) Debida atención a los justos requerimientos de las masas
trabajadoras y del pueblo en procura de libertades públicas
efectivas y mejores condiciones de existencia.
Sobra añadir que a la nación y a las colectividades democráticas
les interesa vivamente sacar adelante los cuatro postulados
transcritos. Las conquistas en cada uno de tan vitales campos
serán pasos firmes hacia la salvación de Colombia. Y como a la
revolución le conviene, más que a nadie, la integridad del país,
la defensa de la producción nacional, la proscripción del terror
en el debate político y el mejorestar del pueblo, hemos expuesto
nuestras propuestas unitarias a los representantes de los gremios
y a diversas personalidades públicas. Intercambiamos opiniones al
respecto con Alvaro Gómez Hurtado, Alvaro Uribe Rueda, Gustavo
Rodríguez, Fernando Landazábal Reyes, Jorge Mario Eastman, José
Manuel Arias Carrizosa, Alberto Santofimio Botero, Hernando Santos
Castillo, Fabio Echeverri Correa, Héctor Polanía Sánchez, Alvaro
Valencia Tovar, Víctor Mosquera Chaux, Bernardo Guerra Serna, Hugo
Escobar Sierra, Alfonso López Caballero, Guillermo Plazas Alcid y
Marino Rengifo Salcedo, entre otros. Nos proponemos profundizar
las aproximaciones con quienes coincidan con nosotros en darle una
orientación patriótica e imprimirle un sello civilizado a la
acción política.
Entre el desconcierto reinante hay un elemento favorable.
Arribamos al final de una presidencia que habiendo hecho votos de
moralización pasará a la historia más por las fiestas de sus
alcaldes que por cualquier otra de sus tragicómicas gestiones.
Aprovechemos la coyuntura y repitamos con las gentes del común:
¡No más Belisarios!
Movimiento Obrero Independiente y Revolucionario MOIR
Comité Ejecutivo Central
Francisco Mosquera
Secretario General
AVANZAMOS EN LA
POLITICA UNITARIA
Febrero 8 de 1986
Intervención de Francisco Mosquera con motivo de la promulgación
de las listas electorales de Insurgencia Liberal de Alfonso López
Caballero, acto llevado a cabo el 8 de febrero de 1986 en el salón
de Convenciones Gonzalo Jiménez de Quesada, de Bogotá. Publicado
en Tribuna Roja No. 51, marzo de 1986.
Esta cita nuestra con los miembros de Insurgencia
Liberal, un movimiento joven fundado y dirigido por Alfonso López
Caballero, no hubiese sido posible sin que concluyeran varias
circunstancias notables de orden nacional y de ocurrencia
reciente. Creo además que el acercamiento que hoy refrendamos de
manera pública con los nuevos amigos carecería de alcance si no se
cimentara en el afán de compartir la búsqueda y el hallazgo de las
soluciones acertadas a los angustiosos interrogantes de la hora.
Cuando en las entrevistas iniciales sopesábamos las ventajas y
desventajas de establecer algún tipo de ayuda recíproca
coincidíamos con el doctor López en que indudablemente la
dificultad radica en el origen tan disímil de las dos fuerzas, en
sus criterios a menudo contrapuestos y en las mutuas prevenciones.
Sin embargo, concordábamos también en que la gravedad de los
problemas del país y el curso de los acontecimientos nos
permitirán acampar en la misma orilla, obviamente a condición de
poner el interés colectivo por encima de los egoísmos
particulares.
Nosotros profesamos la idea de que la transformación de Colombia
no puede ser la obra exclusiva de un solo partido o de una sola
clase. Las deficiencias heredadas de un pretérito remoto, él
escaso grado de desarrollo y la asfixiante dependencia económica
de los grandes emporios son factores ciertos y supremamente
adversos que deben removerse con el concurso de obreros,
campesinos, intelectuales, comerciantes, industriales, es decir,
de todos los contingentes patrióticos, democráticos y progresistas
¿En el momento de abordar los cambios de los cuales depende la
salvación nacional únicamente un círculo muy insignificante se
opondrá a la empresa: aquellos que viven del pasado, del
estancamiento y de la depredación del país. Estos considerandos
básicos se han visto corroborados por las hondas perturbaciones
que vienen caracterizando el decenio. Cada vez un mayor número de
personas y entidades se percata de cómo las relaciones imperantes
en diversos terrenos entorpecen las actividades productivas en
lugar de impulsarlas. Miremos un caso. Tras el alza de las tasas
internacionales de crédito, y el consiguiente encarecimiento de la
enorme deuda externa de nuestras naciones, se desató una oleada de
protestas de las que no se eximieron ni siquiera los mandatarios,
quienes tradicionalmente han acudido con la mejor de las sonrisas
a entramparse con los usureros del mundo. Pronto se hizo evidente
que Latinoamérica, cuyos préstamos recibidos habían sobrepasado la
escalofriante suma de 360.000 millones de dólares, no contaba con
qué cumplir sus compromisos, una explosiva situación larvada desde
años atrás con la complacencia de unos y la voracidad de otros. A
su turno el Fondo Monetario Internacional, el organismo rector que
vela por el orden financiero de Occidente, descargó su férula
sobre los prestatarios con el objeto de garantizar los pagos.
Sacrificarse al máximo y cancelar a tiempo, he ahí la filosofía de
los correctivos que sacudieron la conciencia del Continente,
porque develaron cómo a los Estados en quiebra sin miramiento
alguno se los ata al atraso, a la miseria y a la enajenación
nacional.
Bajo el impacto de tan trágico desenlace voceros de los más
diversos sectores sociales han percibido y aun expuesto que el
camino de la prosperidad le está vedado a cualquier república que,
en desmedro de sus aspiraciones de inversión, se vea obligada a
enviar afuera por concepto de intereses, o en virtud de las
desigualdades del comercio, un porcentaje considerable de la
acumulación obtenida internamente. La propagación de este
convencimiento configura uno de los vuelcos positivos sobre los
cuales se sustenta la política unitaria propuesta en enero por la
dirección del MOIR. Ayer, los críticos nos aconsejaban
caritativamente abandonar la sistemática condena que hacíamos del
despojo económico del país, por juzgarla dogmática y culpable de
la modesta cauda electoral del Partido. Hoy muchos de ellos nos
emulan en tales denuncias; y no pocos dirigentes liberales aliados
nuestros en los actuales comicios nos disputan la paternidad
responsable de las mismas. Lo cual desde luego no nos molesta.
¡Ojalá pasara igual con otras tantas tesis!
Lo dicho hasta aquí no significa que aboguemos por una nación
enclaustrada, al margen de los indispensables aportes técnicos y
culturales del extranjero, sin vínculos de ninguna especie con las
grandes potencias, o únicamente con los pueblos débiles y pobres.
Al contrario. No consideramos necesaria la ruptura con los Estados
Unidos o con los consorcios de1as repúblicas desarrolladas. Ni
incluso que tengamos que prescindir totalmente del financiamiento
externo. Por su incipiente crecimiento Colombia requiere de la
contribución internacional en las más variadas áreas. Pero ésta
sólo será favorable si se lleva a cabo en beneficio recíproco
entre las partes asociadas y sin la menor violación de la
prerrogativa soberana del país a autodeterminarse. Claro que ello
a la postre estriba en qué clases y corrientes empuñan las riendas
del Poder.
La aguda recesión económica que traumatizara al mundo capitalista
a comienzos de los años ochentas produjo dentro de nuestras
fronteras profundas repercusiones que todavía no cesan de
sentirse. En general la industria colombiana entró en bancarrota,
al extremo de que las firmas más prestigiosas hubieron de pactar
concordatos con sus acreedores. Aunque en un principio se pregonó
que las irregularidades dentro del engranaje financiero obedecían
a los malos manejos de ciertos avivatos, rápidamente se supo que
los 250.000 millones de pesos, monto al que ascienden los cobros
de dudoso o imposible recaudo, se originaban en gran medida en la
falencia de los productores. La opinión se tropieza de improviso
con que la banca, ama y señora de los negocios, funda su esplendor
en la buena suerte de las actividades productivas. De allí que los
empresarios sólo puedan vengarse de los financistas quebrándose. Y
al gobierno, más insolvente que sus protegidos, le toca auxiliar a
unos y otros y hacerse cargo de los entes sin vida, incrementando
la injerencia oficial y encendiendo a la vez la polémica en torno
al rol económico del Estado.
Ante el rescate y la nacionalización de varias entidades bancarias
que al régimen le han valido un potosí, comentaristas de los
grandes rotativos han objetado lo que se dio por llamar la
"socialización de las pérdidas", un razonamiento que nosotros
compartimos aunque no lo hayamos expresado en los mismos términos,
pues la acción gubernamental de ningún modo ha de servir para
engordar a unos cuantos por cuenta de la riqueza pública. La
crisis económica ha destapado las tremendas deficiencias del
sistema, facilitando el estudio de éstas y promoviendo
aproximaciones entre distintas vertientes alrededor de las
enmiendas que demanda el país. A la ANDI, por ejemplo, le parece
clave la baja en los intereses crediticios como un medio de
propiciar la recuperación de los sectores afectados, y hasta ha
defendido que las asignaciones salariales deben mantenerse en
niveles que no contraigan la demanda. Dos conclusiones que
responden a las inquietudes de jalonar el desenvolvimiento
armónico de la industria, - pero que la burguesía empresarial
difícilmente las hubiera formulado sin los desarreglos que
pusieron en graves apuros a los fabricantes, agricultores,
banqueros, etc. Efectivamente, sobre el cuatrienio del "cambio con
equidad", que se distinguió por los desacoples, los sobresaltos,
la legislación de emergencia, ha llovido toda especie de reproches
por cuenta de los representantes de los gremios. Se le ha
censurado el aumento de los impuestos indirectos sobre los
directos, por desencadenar la inflación y restringir el comercio.
Se le ha combatido la costumbre de emitir papel moneda sin
respaldo como otro elemento de desestabilización y de carestía. Se
le han rechazado los planes de abrir las puertas de par en par a
los inversionistas foráneos. En síntesis, de todos lados brotan
reclamos y sugerencias que demuestran la necesidad de hacer un
gran replanteamiento, fundamentalmente porque el Estado
colombiano, a pesar de nuestro escaso desarrollo, se ha convertido
en la primera fortaleza económica, con infinitas atribuciones para
regular y disponer del trabajo de la nación. Ustedes comprenden
que del modo como se use tan formidable herramienta depende la
felicidad o la desdicha de las presentes y futuras generaciones.
Si se sigue emitiendo a manos llenas, o levantándoles caprichosos
obstáculos a las transacciones comerciales, o poniendo el erario
al servicio de una pequeña capilla de afortunados, o
trasladándoles a los linces de las agencias prestamistas
internacionales la capacidad de decisión, o alimentando el agio y
la usura, antes del fin del siglo habremos acabado con lo poco que
aún nos queda. Por ello estamos dispuestos a unirnos con quienes
tengan estas mismas inquietudes y sean cuales fueren sus colores
políticos.
Al explicar el contenido y las miras de nuestro llamamiento de
unidad no me dirijo sólo a los jefes e integrantes de los
movimientos con los cuales iremos juntos a las próximas
elecciones, sino también a los militantes y simpatizantes del
MOIR, particularmente a aquellos a quienes les sorprenda la
amplitud de la línea aprobada o piensen que jugamos a la gallina
ciega al participar en las listas de antiguos contrincantes. He
autorizado a propósito la inclusión simbólica de mi nombre en
todas las planchas, en prenda de la seguridad que nos anima y de
la certeza de que libraremos la batalla con coraje y entusiasmo.
Me resisto a admitir que el Partido pierda entidad o se desdibuje
por el hecho de que sus iniciales no figuren en los
encabezamientos de las papeletas. No somos tan deleznables.
Sin querer restarle trascendencia, la justa comicial no deja de
ser un episodio transitorio que utilizamos para exponer nuestros
puntos de vista y consolidar las convergencias con los aliados,
por quienes básicamente votaremos el 9 de marzo. Esta conducta, o
si se prefiere este viraje, no sería factible sin los serios
destrozos de la crisis económica, el creciente descontento de los
productores nacionales, los flagrantes fracasos de la
administración Betancur, el tremendo desbordamiento de la
descomposición social y de la penuria del pueblo. Muchos
empresarios, y hasta ganaderos, que tradicionalmente habían mirado
con desconfianza nuestra presencia, ahora respaldan los esfuerzos
de las cooperativas campesinas organizadas por el Partido,
reconociéndolas incluso cual presagios de adelanto dentro del
perpetuo abandono de las zonas rurales. Los bananeros que
intrigaban en las brigadas con el propósito de desalojarnos
violentamente de Urabá, al calor de los percances han ido
deponiendo su animadversión hacia nosotros. Sin la roya, que viene
acelerando el desmoronamiento de la antigua hacienda patriarcal,
no hubiéramos conseguido constituir en decenas de poblaciones la
Unión Cafetera, un novedoso instrumento aglutinante de los
cultivadores pequeños, medianos y hasta acomodados. En fin, tales
aproximaciones, al igual que los acuerdos electorales concertados
en menos de quince días por el MOIR, con una veintena de
agrupaciones liberales y conservadoras, no han caído del cielo; ni
para efectuarlas hemos tenido que rectificar uno solo de nuestros
principios o de nuestras consideraciones teóricas sobre el país.
Nunca hemos pensado que la innovación que le corresponde realizar
a Colombia en la etapa histórica vigente sea de carácter
socialista, ni que haya por ende que abolirse todo género de
propiedad privada, sino aquellas formas monopólicas que frenan el
desarrollo, de tal suerte que el Estado, puesto bajo el mando de
las clases y capas democráticas, disponga de los recursos
naturales y demás medios claves, oriente el rumbo económico,
estimule a los productores de la ciudad y el campo y actúe siempre
en pro del pueblo y de la grandeza de la patria. Prosigamos sin
vacilaciones con la política unitaria echada a andar, sacándoles
provecho a los aspectos disolventes y a que el país empieza a
cansarse de ese tormento de Sísifo al que ha sido condenado, de
tener cada cuatro años que trepar a la cúspide un presidente para
luego verlo rodar hacia abajo en la estima pública, como habrá de
suceder con Betancur, que llegó entre aplausos y saldrá entre
silbos.
Y por último, unas palabras sobre la "paz", el tema que ha copado
la atención nacional por cerca de un lustro. Aun cuando rehusamos
vincularnos a las comisiones nombradas por el gobierno, puesto que
no tocábamos pito alguno en ese ensayo, tampoco hicimos campaña en
contra. Desde la época del padre Camilo Torres pugnamos por la
supresión del foquismo y demás prácticas extremoizquierdistas. Las
luchas emprendidas a espaldas o a contrapelo de los deseos de las
masas están inexorablemente destinadas a la derrota, por mucho que
los combatientes sean personas valerosas y honestas. El recorte a
los derechos ciudadanos o los zarpazos contra las organizaciones
populares siempre han encontrado en aquellas aventuras el mejor
pretexto. Además, en Colombia la guerrilla, con una crónica tan
dilatada y abrupta, terminó permitiéndose la licencia inexcusable
de recurrir al secuestro o al boleteo, como lo han confesado sus
propios comandantes. De modo que el desmonte de todos estos
métodos liquidacionistas lo consideramos una cualificación de la
gesta revolucionaria. No obstante, se partió del requisito
engañoso de supeditar la legalización de los insurrectos a la
"apertura democrática" y a las "reformas sociales". Dichas metas,
inaccesibles en las condiciones económicas y políticas del país,
junto al alargue indefinido del diálogo, acabaron con las
ilusiones. En realidad la única democratización que el régimen les
concedió a sus gobernados fue el estatuto de los partidos, un
engendro que a nadie gustó, y que para las colectividades
opositoras, si son aprobadas por el Consejo Electoral, apenas
significará unos cuantos minutos en los espacios de la televisión,
o unos cuantos gramos de franquicia postal, a cambio por supuesto
de que las autoridades inspeccionen sus actos y supervisen sus
cuentas.
Esta es la hora en que el "sí se puede" ni siquiera ha conseguido
desprenderse del estado de sitio, la institución más apetecida de
la Carta. Y respecto al mejoramiento social, los índices del
desempleo, de la inflación y de los exiguos incrementos salariales
lo compendian todo. Las dramáticas escenas de la pacificación
dialogada más bien asordinaron el enojo que el sartal de medidas
restrictivas o impositivas despertara en diversos estratos de la
población.
¿Y cuál es el parte de victoria? Aun cuando el ministro de
Gobierno hable de que los guerrilleros fueron vencidos
políticamente, sin duda alguna el señor Betancur le entregará a su
sucesor el próximo 7 de agosto más ejércitos del pueblo de los que
le legara Turbay Ayala en 1982. Los enfrentamientos no han parado
un solo día, la violencia, con su carro de horrores, se ha
extendido hacia regiones tradicionalmente tranquilas y modalidades
como el atentado personal y la intimidación se han puesto a
funcionar con el fin de dirimir las divergencias, aun entre los
mismos bandos enfrentados al régimen. Con el desespero del hombre
de la fábula que cae en brazos de la muerte al intentar huir de
ella, el presidente trata de revivir su cruzada de apaciguamiento
aceptándoles a las Farc, no la culminación en firme de las
hostilidades, sino la prolongación ilimitada de la tregua, con lo
cual este grupo gozará de un privilegio sin antecedentes, el de
concurrir a los comicios sin haber declinado las armas. También ha
sido evidente que la actual administración, tras el móvil de
influir en el ánimo de la contraparte, coquetea de continuo con
los países prosoviéticos del Caribe, ligando la concordia interna
al resultado del entendimiento externo, asuntos que no debieran
relacionarse porque los focos de conflicto en el mundo de hoy,
incluido el de Centroamérica, dependen tanto de los avances
expansionistas de la superpotencia de Oriente como de la
contestación dada por la otra superpotencia a tales avances, y no
de los buenos oficios de un país o de un puñado de países. Sé que
estos problemas preocupan menos a los aliados que a nosotros, pero
igualmente hacen parte de las asechanzas que nos aquejan, y de
cualquier forma se derivan de la "paz" abortada. Un proceso que no
se consumó; se consumió.
El MOIR ha sido víctima del proselitismo armado. Se le viene
presionando a punta de fusil para que se retire de varios sitios y
hemos visto caer asesinado a uno de nuestros más valiosos cuadros.
Algo parecido les viene aconteciendo a otras agrupaciones. De ahí
que no estemos tan extraviados cuando pedimos aunar esfuerzos con
el objeto de contener las malsanas tendencias que buscan resolver
las discrepancias políticas por intermedio del terror, el
amedrentamiento o el asesinato. Como no lo estamos cuando ponemos
en sobreaviso a nuestros compatriotas y los persuadimos de
salirles al paso a quienes pretendan hacer del país un escenario
más de la disputa por el reparto del planeta.
Doctor Alfonso López Caballero:
Brindo por que las concordancias alcanzadas entre ustedes y
nosotros se consoliden con el transcurso de los días para bien de
Colombia.
Muchas gracias.
HAY BASE REAL PARA
LAS CONVERGENCIAS
Febrero 18 de 1986
Palabras pronunciadas por Francisco Mosquera, en acto celebrado en
Medellín, en que el directorio liberal de William Jaramillo Gómez
ratificó sus listas, el 18 de febrero de 1986. Publicado en El
Tiempo de febrero 23 de 1986.
Para mí es motivo de enorme satisfacción el
asistir a este evento con el encargo de refrendar, en nombre del
MOIR, las identificaciones que felizmente hemos registrado con el
Directorio Liberal Departamental que lidera el doctor William
Jaramillo Gómez. Antes que nada porque la convergencia que
celebramos se lleva a cabo en Antioquia, tierra a la que me atan
nexos indisolubles de afecto y admiración. Hace veinte años arribé
a Medell1n con el propósito de vincularme a la clase obrera,
movido por el criterio de que los trabajadores antioqueños están
llamados a desempeñar un papel descollante en la renovación del
país. Casi que clandestinamente y con el concurso de unos cuantos
compañeros probados, conseguimos infundirle aliento a una
tendencia sindical distinta de las representadas por las tres
centrales tradicionales, y que con el tiempo dio pie a la
fundación y extensión del Partido en una amplia escala. De manera
pues que el MOIR tuvo aquí su pila bautismal.
Cuanto asimilamos en aquellos años de desbroce me ha sido
invaluable. Además de táctica aprendimos cuán imperativo resulta
fortalecer la voluntad de trabajo y no cejar en el empeño hasta la
coronación de las metas proyectadas, virtudes, que nadie como el
antioqueño ostenta y sin las cuales no es posible, adelanto
alguno, mucho menos en la brega revolucionaria. A tal espíritu
corresponden las obras con que esta comarca emprendedora ha
coadyuvado determinantemente a plasmar la fisonomía de la nación,
en los más diversos campos de la industria, las artes y las
ciencias: No pretendo hacer historia de los logros ni de sus
artífices; simplemente señalo que la gloria de Antioquia estará
siempre cifrada en contribuir a la grandeza de Colombia.
Ayer no más un equipo médico interdisciplinario nos sorprendió con
la noticia de que se había practicado un exitoso trasplante de
corazón en la persona de un obrero, después de más de una década
de intensa labor investigativa y quirúrgica en cuyo registro se
destacan cientos de intervenciones similares del riñón y dos del
hígado que, si no me equivoco, fueron estas últimas las primeras
en su género de Latinoamérica. El audaz intento, digno de una
mayor divulgación y doblemente meritorio por haberse realizado sin
las mejores condiciones, supliendo las carencias con el ingenio,
habrá de influir beneficiosamente a muchos centros hospitalarios y
educativos del país que asimismo pugnan por no quedarse a la zaga
en la tortuosa carrera del saber. El acontecimiento muestra
igualmente cómo, con unas mínimas enmiendas enrutadas hacia la
utilización idónea de las reservas materiales y espirituales que
poseemos en cantidad apreciable, los colombianos también seríamos
capaces de ubicamos a la altura de las conquistas de la era
moderna.
La otra razón de complacencia radica en poder anotar esta noche
que las aproximaciones alcanzadas por el MOIR en el departamento
hayan sido justamente con un sector político aguerrido, de hondo
calado y reconocida trayectoria, que lo inspiran un par de
inquietudes características: el estudio cotidiano de nuestros
ingentes problemas y el ansia de conducir a los liberales hacia
posiciones compatibles con los intereses de las mayorías. Su
propulsor es un hombre que no ha temido navegar contra la
corriente, pues lo hemos visto a menudo hundir su estilete crítico
en los abscesos morales de un régimen que se precia de probo. Las
gentes elogian aún la pundonorosa denuncia que formulara con
ocasión del nombramiento del penúltimo alcalde de Bogotá, Diego
Pardo Koppel, a causa de que éste había servido de testigo fletado
en los tribunales norteamericanos, Con el objeto de que el país no
lograra recuperar los 250.000 dólares del célebre caso de la
"maleta de Fonseca". A pesar del pataleo del inquilino del Palacio
de Nariño, el funcionario cayó, a semejanza de su predecesor,
Hisnardo Ardila, a quien se le cogió infraganti alegrando el
matrimonio de su hija con orquesta pagada con plata de una de las
entidades del Distrito. Este triunfo no sólo significó una dura
reprimenda al fementido "cambio con equidad" del agónico
cuatrienio, sino que traza toda una línea definitoria respecto a
la cual nos identificamos plenamente con William Jaramillo Gómez.
Quienes traicionan a Colombia no tienen ningún derecho a
gobernarla.
Hay muchos otros aspectos claves en los que coinciden nuestros dos
movimientos. Ustedes a través del Congreso, o de los órganos de
expresión han condenado las medidas restrictivas impuestas por el
Fondo Monetario Internacional. Se anticiparon a poner al
descubierto las intrigas, rayanas en el fraude, de que fueron
víctimas ahorradores de los llamados Grupos Colombia y
Grancolombiano, hoy bajo la curatela oficial. Se pronunciaron
categóricamente en contra de las gratuitas mercedes en beneficio
de la Occidental Petroleum, compañía cuyas remesas de utilidades
quedaron exoneradas de impuestos en virtud de la reforma
tributaria, y que construirá, a través de una de sus filiales y
por un costo de 500 millones de dólares, el oleoducto desde Caño
Limón hasta Coveñas, contrato cedido sin licitación previa.
La actitud asumida por ustedes frente a los tres puntos
anteriores, recapitula todo un programa de imperiosas
transformaciones. La suerte del país estará echada sin remedio
mientras la orientación de su economía se decida en Nueva York,
sus proyectos se redacten en inglés y los correctivos a tomar sean
monitoreados por la alianza internacional de sus acreedores. Esto
no quiere decir, como aclaraba hace poco en Bogotá durante la
proclamación de las listas de Insurgencia Liberal de Alfonso López
Caballero, que hayamos de romper con los Estados Unidos o de
prescindir totalmente del financiamiento externo. Ninguna nación,
grande o pequeña, puede darse el lujo de suspender sus conexiones
con el extranjero. Sin embargo, en el mundo dicha ligazón se
mantiene desde tiempos inveterados sobre la base del lucro de los
poderosos y en detrimento de los débiles. De allí que el primer
paso de la larga marcha hacia el progreso de Colombia consista en
el afianzamiento de su autodeterminación nacional. Sin ella no
habrá préstamo que ayude, recurso que rinda o esfuerzo que
fructifique.
Nos hallamos igualmente de acuerdo en que el agio y la usura, esas
carcomas de la iniciativa fecunda de los particulares, han de ser
suprimidos de raíz. En nuestro ámbito nos tropezamos con una serie
de deformaciones típicas de las naciones atrasadas y dependientes.
No hemos salido aún de la artesanía y el minifundio y ya contamos
con mastodontes financieros a los cuales acuden inevitablemente
quienes aspiran a fundar o a sostener cualquier empresa chica,
mediana o grande, en la esfera agrícola, comercial o fabril.
Subordinación absoluta que estimula el establecimiento de tasas de
interés confiscatorias y el manipuleo de las acciones de las
sociedades caídas bajo el dominio de un sistema que ha amasado
inmensos caudales estrangulando su único sustento: las actividades
creadoras de bienes y servicios. Al comienzo la fuente se estimó
inagotable; pero tras la quiebra de la industria desfilaron los
balances deficitarios de los bancos. La nueva deidad, como la
antigua, también se había devorado los hijos. Entonces principió a
comprenderse que el fascinante universo de las finanzas era apenas
la ganancia de la producción material impresa en títulos, bonos y
cupones. De un modo tal que los diferentes gremios al unísono
recaban la merma del precio del dinero, factor al cual le
atribuyen no poca incidencia en los agudos destrozos del reciente
colapso recesivo o en los retardos de la recuperación. Un período
sin mayores alternativas, al menos en el futuro inmediato, que
seguirá marcado por los graves altibajos y las hondas distorsiones
de la economía, por los concordatos y las nacionalizaciones de
flamantes firmas, incluidos los denominados intermediarios
financieros, decretadas no en gracia a la acción planificadora del
Estado, sino como secuela de las bancarrotas. Por eso hablar de la
"revolución del desarrollo" a la manera alvarista, ignorando estas
verdades del barquero, es lisa y llanamente proponer lo contrario
de lo que se prefiere.
En cuanto al aprovechamiento de las riquezas naturales por
conducto de los contratos de asociación con los consorcios de las
repúblicas desarrolladas, valga una glosa parecida a la que arriba
consignamos. Nuestro vasto y accidentado territorio guarda en sus
entrañas ricos yacimientos de combustibles y de materias primas de
importancia estratégica; sin embargo, carecemos en general de
maquinarias o de tecnologías avanzadas que nos permitan la
extracción competente de los mismos. Aplazar su explotación hasta
cuando estemos en condiciones de efectuarla por nuestra propia
cuenta sería tanto como inventar la bicicleta. Las voces
partidarias de que el país se amolde a su grado de preparación,
por mucho que crean proteger la patria de los peligros foráneos o
pregonen la necesidad de remediar el desempleo mediante la
propagación de las formas productivas de bajo rendimiento, no hace
otra cosa que prosternarse ante el atraso, propiciando
irónicamente los males que combaten. Los árabes afirman: más vale
la cizaña de tu país que el trigo del extranjero. Adagio fundido
en la fragua de una larga y adversa historia de humillaciones
nacionales y que tiene sentido siempre y cuando concierna a los
vitales asuntos de la soberanía. Pero en el terreno de la ciencia
y de la técnica debemos ser conscientes de nuestras deficiencias y
no rehusarnos a recurrir adecuadamente a la experiencia
internacional. Tras la conformación de un Estado compuesto por las
clases patrióticas y democráticas, de la que no excluimos a
industriales, agricultores, ganaderos, ni a ningún estamento o
persona que desee colaborar en la prosperidad de Colombia, los
contratos de asociación que se realicen sobre la base del
beneficio recíproco con las compañías de los centros industriales
del mundo no son únicamente viables sino convenientes. La fobia
que entre nosotros despierta ese tipo de asociaciones proviene con
justicia de los daños que éstas le han irrogado al país, pues las
cláusulas suscritas y los encargados de aplicarlas legitiman las
arbitrariedades o las usurpaciones, con lo cual por fuerza
renunciamos a hacer un uso racional, planificado, armónico y
soberano de cuanto nos pertenece.
En suma, las concordancias alcanzadas y que facilitaron nuestra
inclusión y respaldo a las planchas del directorio orientado por
William Jaramillo Gómez, giran alrededor de materias de innegable
trascendencia para el porvenir de la nación y el bienestar del
pueblo. Aspiramos por ende a que la cooperación consiga superar la
barrera del 9 de marzo y se acentúe en sus facetas esenciales. No
se trata de desvanecer la frontera entre las dos organizaciones,
ni aun de evitar el brote de opiniones encontradas. Cuando
iniciamos el acercamiento hacia las múltiples afluencias en que se
hallan fraccionados el liberalismo y el conservatismo, conocíamos
de los prejuicios, prevenciones o reservas existentes en el seno
de las viejas colectividades respecto al archipiélago de grupos y
subgrupos clasificados bajo el membrete genérico de "izquierda",
un distintivo que en Colombia sirve para todo aunque no exprese
nada. Al escuchar las explicaciones referentes a la unidad,
algunos de nuestros nuevos aliados no ocultaban su asombro de que
el MOIR, un partido de corte revolucionario, saliese en defensa de
la actividad productiva de la nación. Otros no podían creer que
proscribiéramos el sabotaje o la destrucción de máquinas y plantas
como instrumentos de lucha en los conflictos sindicales. Los demás
se mostraron vivamente interesados en la consigna de civilizar la
confrontación política, comprendiendo la urgencia de impedir que
el debate partidista o la controversia ideológica se resuelvan por
medio del terror, el atentado personal o cualquier otro expediente
intimidatorio. Realmente ninguna de las agrupaciones con las
cuales conversamos rechazó nuestras sugerencias, al punto de que
casi en todas partes hemos convenido, con los movimientos más
disímiles, diversos mecanismos de colaboración, a fin de no ir
solos a las próximas elecciones. No hicimos por supuesto contacto
con quienes por definición se encuentran al margen de los cuatro
enunciados unitarios, particularmente, con los apologistas de uno
y otro, extremo de la Administración Betancur, cuyos moldes,
modelos y modales debieran ser desterrados para siempre de la vida
pública.
Un mes de encuentros, de intercambio de puntos de vista, de
despeje de malos entendidos, me condujeron a la inopinada
conclusión de que las confusiones en torno a los postulados y
cometidos de las fuerzas revolucionarias son mucho más
descomunales de cuanto suponemos, fenómeno supremamente lamentable
en un país en donde el socialismo aguarda todavía por la
culminación de las realizaciones democráticas. En ello han
incidido miles de causas: la acción permanente de la propaganda
oficial, el sectarismo y las aventuras de la extrema izquierda, la
incipiente conciencia de clase de los trabajadores y su baja
participación en la política, el desconocimiento de los verdaderos
problemas de la nación, el desprecio por la teoría, etc. Por eso
la difusión de nuestras propuestas ayudará enormemente a
esclarecer el panorama, ya que surgen de las reales, actuales y
principales contradicciones de Colombia y no de la mente de
ninguno de nosotros.
¿Existe o no un estancamiento económico de vieja data, ahora
agravado con las exigencias de los prestamistas internacionales?
¿Puede Colombia desarrollarse sin el pleno rescate de su
autodeterminación nacional, sin el exterminio del agio y de la
usura, sin el saneamiento del fisco, sin la suspensión de las
emisiones del Banco de la República, sin el disfrute racional y
planificado de sus recursos? Naturalmente no. Y esto es
precisamente lo que queremos que se dilucide, porque el hambre de
los obreros y los campesinos no va a mitigarse con los comunicados
del doctor Ariel Armel ni con las tienditas del Idema.
Tampoco estamos divagando cuando prevenimos acerca de las
acechanzas de la Unión Soviética. ¿Acaso no ha revivido la Santa
Rusia sus sueños imperiales? ¿No acumula años ocupando con su
propio ejército a Afganistán, y con las tropas de sus testaferros
a Kampuchea y Lao, a Angola, a el Líbano? ¿Con su creciente
influencia en Centroamérica no ha empezado a encender en el
Continente otra conflagración regional dentro de las varias que
auspicia tras sus planes de presionar una nueva repartición del
globo? Irrefutablemente sí. Ello también amerita ser debatido,
puesto que el Presidente Belisario Betancur, por maquillarse de
izquierdista en aras de la futura reelección, agotó su diplomacia
congraciándose con los prosoviéticos de dentro y fuera, amparado
en la excusa de la "paz" y a costa de minar la soberanía y acceder
al proselitismo armado de los comandantes de La Uribe.
La aparición en la arena política de modalidades
de choque francamente degenerativas, que invaden los predios del
delito común y a veces adquieren visos de lances de honor o de
venganza, configura otro de los signos inquietantes de la
encrucijada del momento. ¿0 será que nos lo imaginamos? ¿Pero qué
decir entonces del secuestro reivindicado políticamente, de la
centena de fosas abiertas en Tacueyó para precaver la infiltración
enemiga, de los atentados a tres miembros del Comité Central del
Partido Comunista atribuidos a una disidencia, del ametrallamiento
de Oscar Willíam Calvo y Ricardo Lara Parada, de la muerte de Luis
Eduardo Rolón a manos de una cuadrilla de las Farc que intenta
barrer al MOIR en el sur de Bolívar... y del rosario sin fin de
atrocidades consumadas por la retaliación de la derecha? He ahí el
tercer asunto sobre el cual esperamos se arroje luz, por cuanto el
incremento de tal suerte de violencia amenaza seriamente las
libertades públicas y en especial los derechos de las clases
laboriosas.
Como se ve, la política esbozada trasciende de las vicisitudes de
unos comicios a los cuales no les restamos incidencia, pues
elevarán a la cima a otro mandatario que, según las apuestas, si
no es Barco sería Gómez, reajuste que desde ya anuncia el desmonte
definitivo de la función belisarista. No obstante, el cambio de
Presidente no modifica mucho las cosas. Con los amigos seguiremos
ventilando las pautas de un replanteamiento unitario, y ante el
próximo gobierno, como desde hace veinte años, mantendremos firmes
nuestros mismos reclamos. Sobra añadir que el desarrollo de la
producción nacional, y la preservación de las libertades,
comprendida la de Colombia, constituyen premisas no suficientes
pero sí necesarias para el mejoramiento en las condiciones de vida
y de organización del pueblo, nuestro cuarto y básico objetivo.
Aun cuando participamos en las listas votaremos en las elecciones
fundamentalmente por los aliados, con la contraprestación de poder
realizar una extensa campaña que nos permita la siembra entre las
masas de las nuevas ideas. Y sembrar es esparcir.
Muchas gracias.
DEFENDAMOS Y
APROVECHEMOS NUESTROS RECURSOS
Marzo 6 de 1986
Discurso de Francisco Mosquera en acto conjunto realizado en
Palmira el 6 de marzo de 1986 con el Movimiento Liberal Holmista.
Se publicó en El Tiempo del 8 de marzo siguiente.
Hemos venido advirtiendo que Colombia, luego de
haber saltado indefinidamente de una frustración a otra, pasa por
un trance, si se quiere propiciatorio, que induce a sustituir las
gastadas fórmulas por los nuevos enfoques puestos a la orden del
día tras los duros años de reveses y calamidades. Desde el
plebiscito del 1º de diciembre de 1957, que protocolizara esa
dulce armonía en torno a un Poder instaurado sin la menor
oposición, no habíamos asistido a un entreacto como el presente,
en el cual las juntas de los gremios, el clero, los militares y
las vertientes descontentas de los partidos tradicionales se
duelen, a veces en voz alta, de los trastornos económicos y la
descomposición galopante, del endeudamiento externo y sus
desastrosas secuelas, del fracasado invento pacificador y el
desborde de la violencia, imputando todos a una las desgracias de
la ciudadanía a los erráticos manejos de los asuntos públicos. La
contingencia no puede menos de promover el acercamiento entre los
distintos estratos sociales severamente perjudicados con los
desarreglos de la crisis, o entre las agrupaciones preocupadas en
serio por el porvenir de la nación. El encuentro de esta noche lo
corrobora a carta cabal.
Cierto que las elecciones nos han suministrado el motivo, pero el
hecho de que dos destacamentos tan dispares en su procedencia y
número de seguidores hayan conseguido reunirse, discutir sobre los
diversos aspectos de interés común y disponer unas formas mínimas
de cooperación, no estando imperiosamente obligados a coligarse
para concurrir a las urnas, muestra hasta dónde los graves
desbarajustes del país y sus inseguras perspectivas han de dar
ocasión a un realinderamiento político de insospechadas
resonancias y amplitud. Tanto más cuanto que cualquier tarea a
emprender conjuntamente por ambas fuerzas no sería factible sin la
supresión, de parte y parte, de las naturales reticencias de
quienes en nuestras filas no juzgan conveniente el que liberales y
moiristas alternen o aparezcan en las mismas tribunas. Y por eso
me complace colaborar hoy con mi granito de arena al cometido de
desvanecer las aprensiones o los recelos que aún obstruyen los
entendimientos alcanzados, conociendo de sobra que las huestes
holmistas del Valle del Cauca configuran uno de los baluartes más
sobresalientes del liberalismo de avanzada, y a cuyo principal
forjador, el propio Carlos Holmes Trujillo, le punzan como a
nosotros los escasos incrementos de nuestras labores productivas,
la mengua de la soberanía nacional colocada hace rato en
entredicho, los brotes de terror con que últimamente se han
pretendido zanjar las rivalidades partidistas y la vertiginosa
depauperación de las masas populares.
Sin embargo, considero que tales concordancias, ni aquí ni en
ningún otro departamento, se hubiesen traducido en una acción
concreta sin los desengaños cosechados por el mandato
betancurista, un régimen que vivió para las apariencias, ardiendo
siempre en deseos por embellecer su estampa y pensando no en
solventar las múltiples privaciones de la población sino en salir
airoso de ellas. Calificó de egoísta al sistema financiero y
expropió a Michelsen Uribe, condenándolo, para remate, al
destierro voluntario, sin disminuir por ello las dádivas con las
cuales colmara a los competidores del Grupo Grancolombiano ni las
voluminosas partidas con que se han cubierto los desfases de la
banca. "¡Que tiemblen los pillos!", fue la agria reprensión que
Belisario Betancur les profiriera a sus subalternos con el objeto
de moralizar algunas dependencias del aparato administrativo... no
todas. Con el "no se derramará más sangre colombiana", lisonja
dirigida a los bandos insurrectos antes que al Ejército, trató
también de ganarse las palmas, no importándole si sus demagógicas
benevolencias derivaran hacia la degollina que estamos
contemplando. Con Contadora tampoco ha conseguido aplacar el
incendio de Centroamérica, una confrontación prendida y
determinada por la disputa Este-Oeste, y de la cual nuestro
mandatario ha sabido beneficiarse a fin de extender su aura de
pacifista al concierto internacional, lógicamente a expensas del
doble juego de tenderles una mano a los fantoches del imperialismo
soviético, mientras suscribe con la otra el Plan Reagan para la
Cuenca del Caribe.
Algo análogo ha sucedido con sus ofertas de congelar los impuestos
y construir casas para pobres, así como con el resto de las obras
consignadas en el "cambio con equidad": que bajo su perído hubo
cuatro enmiendas o apretones tributarios; que se aceleró la
tugurización de las ciudades por cuenta del ICT, y que los
amnistiados tuvieron en sus promesas incumplidas la mejor excusa
para volver a declararle la "guerra". Un método de gobierno nada
aconsejable. Cada situación difícil se encubre tras habilidosas
explicaciones, y con evasivas se atienden los sentidos reclamos. A
falta de ejecutorias que exhibir se hacen alardes de gran corazón
y buena voluntad. Las complicaciones se sortean con astucia y con
astucia se lavan los yerros. Es el estilo de mando que ciertos
personajes de muchas campanillas todavía le recomiendan a
Colombia, evidenciando, sin saberlo, la famosa premonición de
Francis Bacon, el padre del materialismo inglés: No hay cosa que
haga más daño a una nación como el que la gente astuta pase por
inteligente.
Empero, lo verdaderamente lastimoso reside en que a esta
administración espectáculo, cual la catalogara Carlos Lemos
Simmonds, le haya correspondido sentar sus reales durante el lapso
menos apacible en la historia sesquicentenaria de la vieja
república. Justo a partir de 1982 empezaron a percibirse, una tras
otra y en su plena función paralizante, las deformaciones
estructurales incubadas en el transcurso del siglo. Por aquel año
hacía sus destrozos la última y más aguda depresión del mundo
occidental desde la quiebra de 1929, y se había entablado el
ineludible pleito entre los países deudores y las agencias
prestamistas internacionales, contradicciones explosivas que
también sacudieron a Colombia. En lo interno, los otrora
inexpugnables poderes de la élite de las finanzas cayeron en
delicadas anomalías, provocando la intervención gubernamental en
varias oportunidades; pequeños y grandes fabricantes, tras haberse
declarado insolventes o en bancarrota, convinieron concordatos con
los acreedores en procura de mantener a flote sus industrias; la
agricultura y la ganadería sufrieron tales retrocesos que los
colombianos, al decir del presidente de la ANDI, acabamos
preparando los platos típicos con alimentos traídos de afuera, y
la primera autoridad económica, el gobierno, acosada por el
sucesivo déficit presupuestario, cuya cuantía no admite
antecedentes, tuvo de continuo que emitir papel moneda atizando la
inflación y ensombreciendo aún más el panorama. Y todo esto ocurre
precisamente bajo las lindezas del "sí se puede" y en una
encrucijada en la que afloran las mutaciones genéticas de una
sociedad en transición, entre las cuales vale la pena mencionar el
desmoronamiento de la antigua hacienda patriarcal campesina, el
predominio del dinero sobre la tierra, el éxodo de las masas
rurales hacia los centros urbanos, el auge del capitalismo de
Estado, la incidencia creciente del comercio internacional, o sea
aquellas modificaciones operadas de modo paulatino e imperceptible
pero que con el tiempo han terminado por plantear a nuestro pueblo
retos singulares en los ámbitos de la conducción y planificación
económicas, la técnica y la ciencia, el bienestar social y la
soberanía de la patria.
Al desatarse el dormido volcán de la deuda que apercuella a la
América indigente, se reparó con angustia en que las principales
entidades del orden oficial y privado, sin excluir a los bancos,
se hallan hipotecadas hasta la coronilla e impelidas a girar al
exterior, en divisas cada vez más costosas, unas sumas
sencillamente inasequibles. Las remesas por ese concepto llegan a
US$ 1.200 millones, lo que equivale, dentro de los márgenes de una
balanza comercial por lo común adversa, al 35% de nuestras
exportaciones de 1985, proporción suficiente para absorber las
ganancias del país y vedarnos cualquier posibilidad auténtica y
autónoma de progreso. Las firmas particulares contabilizaron
compromisos por cerca de 4.000 millones de dólares. Los de sólo
tres sociedades, Avianca, Fabricato y Coltejer, ascienden a más de
44.000 millones de pesos al cambio de la fecha, que lograron
finalmente refinanciar gracias al patrocinio del Ejecutivo. Frente
a tan pesada exacción se han pronunciado con entereza
industriales, agricultores y comerciantes. Inclusive algunos
expresidentes se atrevieron a sugerir, no la suspensión deliberada
de los pagos, mas sí el virtual incumplimiento por fuerza mayor o
inopia absoluta. Personalmente creo que semejante desenlace
resulta utópico, dadas las férreas ataduras de variada índole
existentes entre las neocolonias del sur y las metrópolis del
norte, que condicionan tan drásticamente los negocios y el
funcionamiento íntegro de los deudores como para que éstos no
acepten, bajo las circunstancias políticas reinantes, una salida
transaccional a la usanza mexicana. De un modo o de otro, lo digno
de relevarse radica en que tras los infortunios del cuatrienio se
ha ido sacando en limpio una conclusión inobjetable, bosquejada
por nuestro Partido desde el mismo día su nacimiento y en la que
concordamos con el doctor Holmes, que el desarrollo al debe no es
tal, sobre todo cuando los préstamos se contratan bajo términos
onerosos, se dilapidan o destinan a operaciones no rentables.
Colombia nunca será próspera mientras no disponga soberana y
adecuadamente de los frutos de su propio trabajo.
Hace veinte días los cerealeros reprodujeron en la prensa unas
declaraciones en nombre de su gremio, Fenalce, a través de las
cuales repudian sin pestañear los lineamientos, o mejor, los
tumbos e inconsecuencias de la rama ejecutiva con respecto a la
problemática del agro colombiano, como también lo expusiera por su
lado la Sociedad de Agricultores de Colombia, SAC. Aquellos ponen
énfasis en el encarecimiento de la maquinaria y de los servicios
de preparación, siembra y cosecha, debido a la sobrecarga de los
aranceles y del IVA. Alertan acerca de las cláusulas exigidas por
el Banco Mundial para adjudicarnos un crédito de US$ 250 millones
con destino a la agricultura, por cuanto implican abrir el camino
al ingreso indiferenciado de productos alimenticios extranjeros de
los que nuestra "vocación agraria" ya depende en un millón cien
mil toneladas cada doce meses. Y demandan, en forma textual, "una
política agropecuaria coherente, decidida y estable que incentive
la inversión agrícola". El MOIR estampa su firma en este pedido, a
semejanza de muchos aliados que nos han dicho estar dispuestos a
adherir la suya a nuestras cuatro sugerencias unitarias. No es
cuestión de inquirir si los empresarios del campo hacen de la
necesidad virtud; la ciega y traumática evolución de los
acontecimientos se ha encargado de enseñarnos a la maravilla en
dónde yacen los obstáculos para el normal avance del engranaje
productivo de la nación.
Acá no más, en la zona azucarera, la mayor de nuestras
concentraciones proletarias, observamos asimismo cuán nocivos son
los rigores de la contracción. La industria de la caña, que
presencia impotente la merma significativa de su rendimiento en
cuanto a la cantidad elaborada, al perímetro cultivado y a los
cupos de empleo, ha sido víctima, a su turno y con arreglo a sus
peculiaridades, de las desventajosas relaciones imperantes dentro
del mercado mundial. Los proyectos de ensanche que con desmedido
optimismo diseñara en 1975 se fueron a pique tras el abrupto
descenso del precio internacional del azúcar, el cual se cotizó a
dos centavos y medio de dólar la libra el año pasado, cuando se
calculaba que no bajaría de ocho durante el período. Los ingenios
quedaron en la estacada, en especial aquellos que se decidieron a
endeudarse externamente con miras a alcanzar mayores niveles de
eficiencia, acentuando con sus reducciones la mengua del comercio
y de los demás quehaceres de la región. A por lo menos diez mil
obreros se les ha despedido y la cifra podría fácilmente doblarse
si continúan, según parece, la superproducción de sacarosa y las
medidas proteccionistas, tendencias ambas impulsadas por los
grandes emporios.
Los procederes inequitativos vienen de atrás y nos han ocasionado
la ruina en ocupaciones como el laboreo del trigo, del que
prácticamente nos autoabastecíamos a principios de la década del
sesenta, mientras ahora importamos 600.000 toneladas, uno de los
muchos asoladores efectos de la conocida Ley 480 de 1954 por la
cual el congreso de Norteamérica ha financiado la venta en
nuestros países de buena porción de sus excedentes agrícolas. El
cerco va estrechándose con el correr del tiempo, al punto de que a
la tempestad de protestas se han unido actualmente hasta los
afortunados exportadores de flores de la Sabana de Bogotá. En
ninguna parte el futuro de los pueblos se ha edificado con pétalos
de rosa; no obstante, a los floricultores colombianos les asiste
la razón al quejarse de los artilugios discriminatorios de la
Comunidad Europea, máxime cuando algunas repúblicas de esta
alianza, por ejemplo Francia, han obtenido, u obtienen, innegable
beneficio de sus intercambios con nosotros. De suerte que la
prosperidad del país se cifra tanto en un justo desenvolvimiento
de sus vínculos con los monopolios foráneos como en una competente
y planificada utilización de sus recursos.
Dos factores que se hallan al arbitrio de quienes controlan el
Estado, el centro supremo que en la Colombia de hoy interviene en
todo, desde graduar el coste de los bienes y servicios hasta
definir los contratos de asociación con los dueños de medio
planeta. Pero ni lo uno ni lo otro. Ahí están los casos del
petróleo, o del carbón y del níquel, cuyas explotaciones se
efectúan mediante sendos convenios estipulados preferentemente con
compañías norteamericanas, los cuales, a causa de sus ilicitudes y
de los perjuicios que nos acarrean, han recibido las
desaprobaciones de los más dispares matices de la opinión. O el
precedente no menos infausto del Pacto Andino, con el que,
conforme a los pronunciamientos oficiales, las naciones del área
arribarían, firme y mancomunadamente, a la edad madura de su
crecimiento, siendo que siguen en mantillas al cabo de tres
lustros y pico, sin haber coronado los programas sectoriales de
desarrollo, ni la conversión de las empresas extranjeras y mixtas
en nacionales, ni el acoplamiento entre los países signatarios,
demostrándose cómo el experimento escasamente tendía hacia la
creación de un mercado ampliado que tornase atractivas y
gananciosas las multimillonarias inversiones de los conglomerados
de las potencias industrializadas.
No es que nos opongamos a tales transacciones y menos a la
integración latinoamericana, o que nos rehusemos por principio a
la entrada del capital extranjero, o a asociarnos con él; por el
contrario, estos elementos pueden transformarse en palancas de la
modernización nacional, siempre y cuando se encaucen a suplir los
vacíos dejados por el atraso secular y no a extraer a rodo
nuestras riquezas y sin contraprestación alguna. El proceso que
vivimos de nacionalizaciones y la correspondiente e inexorable
expansión del sector público, su robustecimiento económico, su
papel regulador cada día más descollante, en suma, el apogeo del
capitalismo de Estado, representa una herramienta formidable con
la cual Colombia respondería a las acucias de su propia
reconstrucción, de manera "coherente, decidida y estable" para
expresarlo con las palabras de Fenalce, si ese poderío fuese
otorgado a los obreros, campesinos, empresarios, comerciantes,
valga decir, a las clases interesadas en el incremento de la
producción, y, por ende, se orientara no sólo hacia la defensa de
nuestros medios y disponibilidades sino hacia el aprovechamiento
armónico de los mismos. Mas no planificamos ni protegemos lo que
nos pertenece. Se asiente a cuanto indiquen los monitores
internacionales y se confía demasiado en las leyes de la oferta y
la demanda. El Ministro de Agricultura, durante del lanzamiento en
Cali del Programa Nacional de Tenderos, contestó a los reparos de
los gremios admitiendo, como si tal cosa, que a su cartera le
había faltado continuidad en sus prospecciones. De este tenor son
las providencias y los mea culpa de nuestros funcionarios.
Los cambios mínimos que estamos proponiéndoles a demócratas y
patriotas se limitan, pues, a suprimir las causas de nuestro
estancamiento y se apoyan en las conquistas materiales y
espirituales gestadas, a pesar de todo, en el seno de la sociedad
colombiana. A veces el quid del asunto se reduce a recordar las
olvidadas lecciones de los prohombres, del siglo XIX, los primeros
organizadores republicanos, quienes se levantaron contra los
censos, los diezmos y las alcabalas heredados de la Colonia, esas
restricciones que ahogaban el comercio, tan vital para el
incremento de las manufacturas. Un Salvador Camacho Roldán canta
loas al "¡impuesto directo, progresivo y único!"; y Santander
vuelve del exilio y arremete de nuevo a comienzo de los treintas
contra la tributación indirecta que había restaurado Bolívar a
finales de los veintes. Estas pugnas se han revivido sobre el
mismo suelo, aunque en otra época y con otros actores. Los
alcabaleros contemporáneos, retrotrayéndose dos centurias,
plagaron la legislación con gravámenes al consumo, entorpeciendo
el tráfico de los artículos y ameritando así las rectificaciones
reivindicadas por comerciantes y productores. Quienes empuñan el
timón han andado siempre en contravía. Se propende a la libre
concurrencia en las operaciones mercantiles con el exterior,
mientras internamente se las coarta de mil modos, que es cuanto
acontece con la espiral inflacionaria, activada por las
ininterrumpidas emisiones del Banco de la República y éstas a la
vez por los astronómicos faltantes del gobierno, círculo vicioso
que habrá de cortarse de un tajo si aspiramos a progresar.
Como ustedes aprecian, se trata de modificaciones a cumplir en el
marco de una revolución democrática, en el sentido
económico-burgués del vocablo; un vuelco que ha quedado inconcluso
y que no por su carácter deja de ser menos profundo y beneficioso.
No necesariamente abrazan las tesis del socialismo aquellos que
rechacen los chantajes del Fondo Monetario Internacional y
protejan la independencia de la nación ante las coacciones de los
poderosos de Occidente, y las acechanzas del expansionismo
soviético; ni tampoco los que recaben la intervención y la
regulación estatales en bien de la colectividad y no del
enriquecimiento de unos cuantos privilegiados.
Me resta únicamente hacer votos por que las identificaciones
logradas entre el Movimiento Liberal Holmista y el MOIR en torno a
tales propósitos se afiancen y proyecten, más allá de las
escaramuzas electorales, pues se fundamentan en la acción
unificada de las grandes mayorías y no en la sustitución de unos
presidentes por otros, quienes en Colombia, aun cuando desciendan
en medio del estragamiento de las gentes, caen parados como
tentetiesos esos muñecos a los que les pesan más los pies que la
cabeza.
Muchas gracias.
EL MOIR INSISTE EN
EL FRENTE ÚNICO
Diciembre 12 de 1987
Publicado en El Tiempo del 13 de diciembre de 1987.
En su edición del 12 de noviembre, Voz, el
periódico del Partido Comunista, acusa al MOIR de llevar a cabo
reuniones con fuerzas oscuras en las cuales se recolectan fondos y
se montan planes subrepticios de propaganda fascista. Tal infundio
nada tiene de raro. Aquella agrupación ha respondido siempre a sus
contradictores con el único fruto de su ingenio: la calumnia. Lo
execrable del asunto radica en la sórdida intención de
responsabilizarnos o involucrarnos de cualquier modo en la guerra
sucia que ensangra a Colombia. Los actos a que aluden como prueba
de la conjura son los foros efectuados en varios departamentos con
la amplia concurrencia de dirigentes políticos, gremiales y
sindicales. De la labor instigadora inculpan directamente y con
nombre propio a Marcelo Torres por su activa participación en
tales eventos; a José Fernando Ocampo, del Comité Ejecutivo de
Fecode, por su brega en los medios universitarios, y al periodista
Leonel Giraldo por las defensas que realiza de los criterios
consignados en su libro sobre Centroamérica.
Queremos enterar a la opinión de tamañas maquinaciones, tanto más
cuanto que en los últimos meses se vienen insinuando, de muchas
maneras y en diversos sitios, señalamientos semejantes contra
nuestro Partido. La situación del país no está ciertamente para
gastar jugarretas de este género. Fuera de que nunca aceptamos que
el atentado personal, la extorsión o el secuestro configuren
procedimientos compatibles con los anhelos de superación del
pueblo colombiano, nosotros fuimos los primeros en llamar la
atención sobre la urgencia de civilizar la contienda política, una
consigna que hoy se halla a flor de labio en las toldas de todas
las tendencias, sin excluir a quienes secundaron el tramposo
apaciguamiento del señor Betancur.
Cuando proponernos un frente único por la salvación nacional y nos
aproximamos a industriales, agricultores, ganaderos, comerciantes,
clérigos y militares en retiro, sólo nos mueve el interés de
resguardar a la patria de los azarosos peligros externos e
internos que la acechan. Desde el exterior nos amenazan las
ambiciones hegemonistas de la Unión Soviética, cuyos fantoches ya
huellan el suelo de América con su paso de ganso. Nos inquieta que
Colombia corra la suerte de las gentes de Afganistán inmoladas en
los altares de un extraño socialismo; de la república vietnamita
que arrambla a sus débiles vecinos por cuenta de los amos del
Norte, o de la Angola invadida y humillada por las tropas cubanas
que guerrean bajo la divisa del rublo. En lo interno abogamos por
el establecimiento de una democracia que coloque a los ciudadanos
y a los partidos, sin salvedades, en un pie de igualdad ante la
Constitución y las leyes. No se trata de una fórmula nueva, ni de
la panacea milagrosa que algunos exaltan, pero sí representa un
principio clave por medio del cual las masas populares y los
sectores de avanzada conseguirían organizarse y batallar en
provecho de las mayorías. Sin embargo, a partir del pasado
cuatrienio y echando mano de mil trucos se protocolizó una
preferencia política a todas luces violatoria del orden jurídico
prevaleciente, la de garantizarles a los exclusivos beneficiarios
de los pactos del cese al fuego el disfrute de las prerrogativas
consagradas en la norma escrita, y aun de las mercedes del Estado,
sin haberles exigido siquiera la promesa de deponer las armas con
que intimidan a sus adversarios y los destierran de las áreas en
pugna. No más el domingo 22 de noviembre, la gavilla de las Farc
que ejecutara en Arenal, Bolívar, a nuestra militante Aidée
Osorio, volvió allí bajo el mando de un tal "comandante Camilo" y
ante la mirada atónita de los moradores de la localidad masacró
sin clemencia a los compañeros Rafael Mendoza y Genaro Gómez.
Nadie responde por los crímenes cometidos contra miembros del
MOIR, a pesar de que hemos conminado públicamente a los mentores
de los victimarios a que no los encubran. Y ahora resulta que
quienes han recurrido a la justicia privada y a otras modalidades
delictivas para imponer su predominio, que han concertado las más
peregrinas alianzas con la burguesía y expandido su brazo armado
bajo el auspicio oficial, que a comienzos de la reimplantación del
régimen liberal elogiaron al ministro de Defensa con la inútil
esperanza de neutralizarlo, se reservan el derecho de achacarnos
sus mismos desafueros y de prohibirnos hablar con personas y
estamentos influyentes, so pena de aparecer cual inspiradores de
la matanza desencadenada.
Con la grotesca tergiversación de las contradicciones los jefes
del Partido Comunista no solamente buscan ponernos de blanco de su
negro terror, sino justificar los desastrosos desaciertos de su
táctica. No nos perdonan nuestros certeros pronósticos respecto al
experimento pacificador, ni el haber pedido la supresión de los
factores que han hecho posible la crisis de moral reinante,
empezando por las singulares franquicias otorgadas al abrigo de la
tregua, el diálogo y la "paz". Si un grupo estima que el país se
encuentra en la insurrección o al borde de ésta y decide correr
los albures del levantamiento bélico, que lo intente. Cada cual
hace de su capa un sayo. Mas fantasear con la "guerra" tras el
propósito de obtener ventajas del gobierno o supremacías sobre el
resto de la población, delata una apetencia insaciable e
inadmisible. Han sido justamente tales vivezas y no nuestras
fundamentadas denuncias las que han permitido la proliferación de
los llamados grupos de autodefensa. Antes de la amnistía los hubo
en algunas regiones convulsionadas por conflictos de tierras; en
la actualidad se han regado por el territorio patrio y con el
concurso de distintos estratos sociales. En un pronunciamiento
anterior indicamos los riesgos de este grave fenómeno, subrayando
cómo los prosélitos encargados del trabajo legal recibirían los
golpes de la vindicta, así la dirección de la Unión Patriótica, al
estilo del avestruz, crea despistar a amigos y enemigos con
informes de prensa en los cuales se declara desligada por completo
de las Farc. Hasta el presidente Barco, tan pacienzudo y tan
sobrio en sus conceptos, osó sostener, delante de la comisión que
lo visitara a raíz del asesinato de Jaime Pardo Leal, que se
estaba cobrando "en cabeza" de la UP los "actos violentos" de
quienes "persisten torpemente en su empresa terrorista".
Para pretender acallarnos hay otros motivos. El MOIR fue el único
entre todos los partidos que se abstuvo de participar en los
trapicheos de la pacificación. Advirtió que el reintegro civil de
los insurrectos no podía supeditarse a la anulación o recorte de
las disparidades económicas existentes en la sociedad colombiana,
pues con ello se levantaba un obstáculo artificial e ineludible
para el desarme y se daba aliento teórico a la aventura de la
sublevación. Luego de que las Farc masacraran a varios de nuestros
cuadros y ante la ausencia de un auténtico ambiente democrático,
exigimos acabar con las dilaciones, proceder a la desmovilización
y cumplir con las expectativas creadas al inicio de los contactos
entre las autoridades y la guerrilla. Prerrequisitos que la
presente administración ha ido también remarcando para llegar a un
acuerdo definitivo con los alzados de La Uribe y detener la
violencia. ¿Acaso no se ajustan a la realidad estas precisiones?
¿Es que las ambigüedades de los armisticios suscritos en agosto de
1984 no nos han alejado de la civilización y conducido a la
barbarie? ¿En qué paró la encomiada apertura?
El procurador preconiza que la democracia en Colombia está regida
por la "ley de la selva"; el ministro de Gobierno sostiene que
únicamente va quedando viable la "solución militar"; el consejero
de la rehabilitación se siente "casi que utilizado por quienes
hablan de paz y responden con los fusiles"; el doctor Carlos
Lleras Restrepo llama a no prolongar la "farsa de la tregua"; el
ejército se toma cada vez más en un cuerpo deliberante con amplia
audiencia en el concierto nacional; el extremoizquierdismo
coligado trueca sus viejas reivindicaciones reformistas por una
contradictoria mezcla de clamores contra el miedo y por la vida;
el Partido Comunista convoca a la "resistencia" y a actuar "en
todas las formas contra los asesinos del pueblo, sus incitadores y
promotores"; el presidente de la UP no descarta la alternativa de
la abstención en los próximos sufragios; el Parlamento aprueba una
importante suma dirigida a fortalecer la capacidad operativa de
las Fuerzas Armadas, y el colombiano raso ya no cree ni espera
nada agradable de las declaraciones de buena voluntad de los
firmantes de los convenios de la conciliación.
Los acontecimientos les han vuelto la espalda a los estrategas de
la astucia, la intriga y la falacia. El mantenimiento simultáneo
de la "guerra" y de la "paz", una variante de la "combinación de
todas las formas de lucha", en lugar de haber ensanchado las
libertades públicas, las ha obstruido. Algo comparable sucede con
los procedimientos criminosos como el secuestro, elevado por el
fundador del M-19 a la categoría de método proletario de combate,
que desacreditan la causa revolucionaria y frenan el ascenso
popular. Lo irrefutable de todo este largo período de confusión,
del cual todavía restan liberales que ven en la sombra de Bateman
al más grande ideólogo de la revolución, es que el MOIR se ha
opuesto solo y resueltamente a dichas desviaciones, cuyos
abanderados acaban de lanzar su último mensaje con la voladura de
Cementos Rioclaro, una acción inconcebible, un regreso a la edad
de oro del anarquismo, cuando la pelea se encaraba no contra las
relaciones de producción sino contra la producción misma.
Casualmente, en los encuentros que estamos convocando con voceros
gremiales y políticos, además de la salvaguardia de la soberanía
nacional y de la erradicación del crimen cual instrumento de las
lides partidistas, se ha enfatizado en otros dos aspectos no menos
vitales para las corrientes democráticas y patrióticas: el
fortalecimiento de la capacidad productiva del país y la
satisfactoria acogida a las demandas de las masas laboriosas. Los
trastornos económicos de la década les confieren especial
relevancia a estos puntos, de cuya atención dependen bastante los
logros del frente único propuesto. Aunque los balances de 1987
empiezan a registrar cierta recuperación, y entre determinados
círculos empresariales se percibe complacencia a causa de uno que
otro estímulo propiciado por el Ejecutivo, comprendidas las
reducciones tributarias de la Ley 75 de 1986, sobre la industria y
el agro gravitan dificultades múltiples. De un lado, la
reactivación observada corresponde al curso normal de la crisis
recesiva que ya culminó mundialmente, mas no obedece a un esfuerzo
concertado de la nación; y del otro, se divisan los síntomas de
una depresión próxima, que, según algunos analistas, sería de
mayor envergadura que la del lustro pasado.
A las deformaciones estructurales características del Tercer
Mundo, como las altas tasas de desempleo, el tradicional rezago
del campo, la estrechez del mercado interior y el peso asfixiante
de un siglo de relaciones necolonialistas, se les suman las
lesivas consecuencias del endeudamiento externo, los caóticos
malabares de la red bancaria, el manejo especulativo del comercio
exterior, el desorden ocasionado con el constante aumento del
déficit fiscal, la inflación permanente, el despilfarro, las
destinaciones no rentables de los empréstitos, el acometimiento de
proyectos faraónicos de discutible prioridad y el resto de males
derivados de la falta de una planificación estatal efectiva.
Muchas de esas obstrucciones podrían apartarse sin acudir
necesariamente a las palas de la revolución, siempre y cuando
cuaje un poderoso movimiento unitario que presione y haga
conciencia acerca de las circunstancias propicias que se
originarían con un consistente auge en los ámbitos de la
producción nacional. El 20 de mayo, dos días antes del foro
efectuado en Bogotá, en carta remitida a la Dirección Nacional
Liberal, los presidentes de Acopi, Fenalco, ANDI, Camacol,
Fedemetal, SAC, Asobancaria, Fedegán y Acoplásticos, pusieron de
ejemplo la "anchurosa alianza" planteada por el MOIR, en contraste
con los amagos de aquel directorio de borrar de sus estatutos la
representación de los gremios. Muestra palpable del entusiasmo que
suscita una política de convergencia entre cuyas miras se
contemple el propender al progreso y atacar el atraso. Al pueblo
le interesa menos que a nadie el estancamiento económico. Las
tesis de los liquidacionistas, conforme a las cuales entre más
extendida sea la indigencia de las masas más cerca estaremos de un
cambio del sistema, carecen de cualquier validez. La destrucción
de oleoductos o de fábricas no allana la senda de la emancipación
social. Por el contrario, el incremento de la mano de obra, sobre
todo en una nación relegada y menesterosa como Colombia, les sirve
principalmente a los trabajadores, puesto que los robustece y les
proporciona mejores condiciones para sus conquistas, lo mismo
materiales que espirituales.
Desde luego que la coalición de clases y capas disímiles, a veces
contrapuestas, pero identificadas en los fines enunciados, supone
concesiones mutuas, de carácter positivo, que no vulneren los
fueros fundamentales ni de la patria ni de los ciudadanos. Son
innumerables las personalidades que durante el transcurso del año
han exhortado a contener con la más vasta unidad el proceso de
disolución que nos mina. Entre ellas se destacan las de los
exmandatarios Lleras Camargo, Lleras Restrepo, L6pez Michelsen,
Turbay Ayala, Mosquera Chaux, y Pastrana Borrero; las de la
Iglesia por intermedio del cardenal Alfonso López Trujillo, y las
de algunos oficiales del estamento castrense. No obstante, dentro
del consenso general disuena la actitud del gobierno empecinado en
comprar pleitos perturbadores e inoportunos. No otra cosa
significa salir con la revisión del Concordato, un asunto espinoso
que inevitablemente indispone a las autoridades eclesiásticas,
enturbia el examen de los candentes problemas actuales y cuya
discusión bien puede aguardar a la llegada de calendas menos
borrascosas. Pasa igual con la incomprensible reticencia del
primer magistrado a entablar oficialmente conversaciones con el
Partido Social Conservador, en procura de un acercamiento en torno
a intereses colectivos y no sobre el reparto de los cargos
públicos, tal y como lo han puntualizado las cabezas visibles de
la "oposición reflexiva". Otro tanto cabe agregar a propósito de
la agudización del diferendo con Venezuela, cuando ni allá ni aquí
prevalece el ambiente indispensable para hallar una solución que
ha de ser amigable y definida de común acuerdo. La ruptura del
buen entendimiento con el hermano país y las tensiones fronterizas
socavan las energías nacionales, incluidas las del Estado, en un
momento crucial en el que la barbarie de cada día nos persuade a
dirigir los esfuerzos hacia la tarea de ordenar la casa.
Antes que escarceos nacionalistas, antes que utópicos
ofrecimientos de extinguir la pobreza, Colombia requiere rescatar
la democracia, el medio insustituible de la lucha del pueblo. Y
que se dialogue, para arrumbar o posponer cuanto entrabe la
integración del frente único reclamado con insistencia por
nosotros y otras vertientes ideológicas, no para volver a las
andanzas de la administración Betancur. Por eso nuestros
calumniadores, a la hora de rendir cuentas, se descargan
endosándonos las trágicas consecuencias de su tramoya pacifista;
pero entre menos se ciñan a la verdad histórica más claramente se
establecerá que en esta coyuntura la razón estuvo del lado del
MOIR.
LA NACIÓN SE SALVA
SI CORRIGE SUS ERRORES
Febrero 2 de 1988
Discurso pronunciado por Francisco Mosquera en el acto que este
movimiento realizó el día 2 de febrero de 1988, en el Centro de
Convenciones Gonzalo Jiménez de Quesada, en el acto de respaldo a
Juan Martín Caicedo Ferrer en su campaña por la Alcaldía de
Bogotá. Publicado en El Tiempo del 7 de febrero siguiente.
Amigos y compañeros:
El encuentro de esta noche lo hemos convenido con el objeto de
protocolizar el respaldo del MOIR al doctor Juan Martín Caicedo
Ferrer como candidato a la alcaldía de la Capital de la República.
Acontecimiento que termina por perfilar las características
singulares de una postulación de notable importancia, no sólo
porque ha logrado ganarse las simpatías de muy diversas
corrientes, sino debido a la influencia que sin duda habrá de
ejercer en el futuro inmediato de la nación. Más que la suerte de
Bogotá, con todo y tratarse del primer municipio de Colombia, lo
que está en juego es un imperioso realinderamiento de las fuerzas
políticas, la reconsideración de muchas estrategias equivocadas,
la posibilidad de una enmienda histórica. El propio expresidente
Carlos Lleras Restrepo, pasando por encima de conocidos afectos y
antiguas discrepancias, resolvió darle impulso a la promisoria
tendencia, tras condenar las maniobras de los grupos auspiciados
bajo cuerda por el Ejecutivo y prevenir acerca de los falsos
conflictos generacionales que anteponen las ambiciones de unos
cuantos a la solución de los graves problemas del país. Algo
semejante podemos señalar de los conocidos gestores del Movimiento
Nacional Conservador, que al decidir coligarse con uno de los
principales matices del liberalismo, fuera de quitarle piso al
trillado esquema de partidos de gobierno y de oposición, allanan
la senda a la acción unitaria entre agrupaciones de diferente
origen mas identificadas en objetivos básicos. Otras vertientes
conservadoras también han ofrecido su concurso, reafirmando el
hecho de que, al cabo de tantas dubitaciones, la alianza puesta en
marcha consiguió por fin aglutinar a un buen número de adversarios
y copartidarios de la administración actual. De nuestra parte, el
compromiso que en este acto refrendamos ante la opinión pública,
lejos de ser la movida de último instante para sortear las
contrariedades de unos comicios accidentados como pocos,
constituye el curso lógico de la posición que hemos venido
sosteniendo desde 1983, cuando comenzamos a alertar sobre las
caóticas implicaciones del "sí se puede".
Personajes y dirigentes de las distintas actividades de la
sociedad colombiana con quienes hemos conversado nos sirven de
testigo de nuestra insistencia en la necesidad de un contundente
viraje que rescate las reglas de la democracia, apuntale la
soberanía de Colombia, promueva la producción nacional y atienda
las reivindicaciones del pueblo. Con casi todos ellos coincidimos
en el análisis y en las soluciones, particularmente con los
doctores Hernando Durán Dussán, Julio César Turbay Quintero,
Gustavo Rodríguez, Juan Diego Jaramillo, Alberto Santofimio
Botero, José Manuel Arias Carrizosa y, por supuesto, Juan Martín
Caicedo Ferrer, para mencionar únicamente algunos de los
promotores de la vasta convergencia llamada a librar la batalla
por Bogotá y por el replanteamiento.
A su vez los sectores empresariales de varias secciones del país
aceptaron organizar foros altamente representativos, en los cuales
se ha abundado en las sugerencias hechas por nosotros, encaminadas
hacia la búsqueda y el hallazgo de una pronta y efectiva salida
para la desmoralización imperante. En otro episodio sin
precedentes y a raíz de la indolencia mostrada por la Dirección
Nacional Liberal ante las dificultades de los productores, nueve
de los más influyentes gremios, en pronunciamiento conjunto del 20
de mayo pasado, señalaron la actitud unitaria del MOIR cual una
línea de conducta digna de imitarse. Con aquel directorio también
discutimos nuestros puntos de vista y comprobamos hasta dónde
llegaban allí los desacuerdos entre dos concepciones: la que se
jacta de innovadora pero continúa entonando las rayadas salmodias
de la demagogia disolvente; y la que, pese a recibir por argucias
propagandísticas el calificativo de retrógrada, enarbola, tras la
defensa democrática de Colombia, peculiares enfoques contrarios a
los fracasados. Sobra añadir que en esta controversia hoy
trasladada a la liza electoral, nos ubicamos del lado de la
segunda alternativa, pues responde a los cruciales interrogantes
del momento y a nuestros pronósticos más que ninguna de las otras
opciones ofrecidas a los votantes bogotanos,
Nadie niega que la república de Bolívar y Santander acusa
desajustes inveterados; sin embargo, el abismo sin fondo hacia el
que rueda y la inversión de valores que con pavor contempla
obedecen menos a sus viejas anomalías que a la forma oportunista
como fueron abordadas durante el régimen anterior. La "paz" pasó a
ocupar el Centro de las preocupaciones nacionales, una obsesión
colectiva ante la cual se justificaba cualquier sacrificio, el que
fuese, pero cuyo advenimiento se hizo depender de la
transformación social. De ese modo se llegó al absurdo de
supeditar una cuestión eminentemente política, de trámites
expeditos, a los cambios económicos o estructurales que de por sí
suponen definiciones a largo plazo. Cuando menos lo esperaba,
Colombia cayó en la encerrona de tener que hacer la revolución o
padecer la guerra civil; y a la revolución colombiana se la obligó
a aceptar como métodos suyos los "delitos atroces", o sea el
atentado personal, el secuestro y la extorsión. Se habían dado
cita en nuestro suelo tres fenómenos lamentables: el ascenso al
poder de un presidente sin tradición de clase, el enaltecimiento
de los tradicionales comunistas criollos que creían aproximarse a
una coyuntura insurreccional y la estulticia de una nación
tradicionalmente educada en el embuste. Nosotros fuimos el único
partido que no tocó pito alguno en esa gran función. Y
desafortunadamente nuestras predicciones se cumplieron.
Aquí ha ocurrido lo creíble y lo increíble. La inseguridad, en
todas sus monstruosas expresiones, se ha enseñoreado sobre la
patria estremecida. Las sectas de diferentes procedencias y
denominaciones quedaron autorizadas para echar mano de los
procedimientos más abominables en provecho de sus oscuros
apetitos. Han perecido asesinados desde humildes inspectores de
policía hasta augustos miembros de la Corte Suprema de Justicia.
Hace apenas una semana le correspondió el fatal y doloroso trance
al Procurador General de la Nación. Quienes en virtud de los
acuerdos de La Uribe obtuvieron el insólito privilegio de poder
esgrimir al mismo tiempo los fusiles y los votos, los medios
legales y los ilegales, la "guerra" y la "paz", lo han usado en
contra de sus contendientes políticos a los cuales eliminan o
extrañan de las regiones estratégicas. Cargando nuestros muertos
hubimos de salir de sitios como el sur de Bolívar y el nordeste
antioqueño, para atenerme al caso del MOIR, pero igualmente le
sucede al liberalismo y al conservatismo. Gentes de distintos
estratos sociales amenazadas en sus vidas y en sus bienes se
inclinan a favorecer los llamados grupos de autodefensa,
cerrándose así el círculo de una violencia indiscernible bajo cuyo
imperio los insurrectos plagian a los plagiarios y éstos a
aquéllos, las diferencias ideológicas y hasta sindicales se
cancelan a bala, la dinamita destruye fábricas y oleoductos en
aras de la preservación de los recursos nacionales, los candidatos
pierden no las elecciones sino sus existencias y las masas
laboriosas se convierten en las verdaderas damnificadas de la
sarracina, puesto que sufren las consecuencias del inevitable
recorte de los derechos democráticos, sus instrumentos
fundamentales en la lucha por la emancipación. He ahí, descrita a
vuelapluma, la tragedia de un Estado que visto desde adentro es un
infierno, pero ante los ojos de las naciones cultas del planeta
luce cual un inmenso manicomio.
Por eso se impone la urgencia de la reorientación y el
reagrupamiento; y nos complace que después de los luctuosos
incidentes de enero los órganos de publicidad, los portavoces de
las fracciones de todos los partidos, las jerarquías eclesiásticas
y el presidente de la República nos hayan prácticamente robado la
consigna de crear un frente único por la salvación nacional, meta
tras la cual venimos combatiendo con paciente persistencia desde
hace ya un año. De suerte, pues, que una aplastante mayoría en la
actualidad le da máxima prelación al deber de velar por el
porvenir de la patria colocado en entredicho, sin desistir, desde
luego, de tomar como Norte las consabidas y universales normas de
la democracia. No obstante, quien desee un mañana feliz no puede
olvidarse de las tristezas del pasado. No se trata de congregarnos
para volver festivamente a la amnistía, el cese al fuego, las
comisiones, el cacareado "diálogo nacional" los viajes al río
Duda, el suspenso del teléfono rojo y el resto de embrolladas
secuencias de esa extenuante pantomima que fue poco a poco
embotando el cerebro de la población y conduciendo el país a una
celada inicua.
La consistencia de una nación, una clase, un partido, se mide
sobre todo por la actitud que asuma ante sus propios errores. Nos
hallamos en una de aquellas raras ocasiones que nos proporciona la
historia, en las cuales resulta ineludible efectuar un alto en la
jornada y emprender con valentía el examen retrospectivo. Los
editorialistas de El Tiempo lo han vislumbrado al aconsejar una
"autocrítica a fondo", exhortación doblemente valiosa si proviene
de la prensa, la principal culpable de las falsas expectativas
tramadas en torno del engaño pacificador. Cuando en el debate de
1986 estampamos en los muros el pedido de "no más Belisarios", no
nos movía propósito distinto de remarcar ante la faz del país, de
manera simbólica, qué no ha de hacerse, pero primordialmente, qué
se debe corregir.
Del Estado no estamos demandando especiales medidas punitivas. No
compartimos el establecimiento de ninguna de las bárbaras
modalidades de la justicia o vindicta del talión que cada día gana
más terreno y cobra más víctimas. Exigimos sí la supresión de los
acuerdos de La Uribe, cuyas cláusulas vagas e inocuas en su letra
sólo sirvieron de mampara para legalizarle su brazo armado a la
UP, aquel remedo de frente planteado por las Farc y dirigido por
el PC. En otras palabras, reclamamos el cumplimiento estricto del
primer postulado del régimen de derecho: la igualdad de los
partidos y ciudadanos ante la Constitución y las leyes de la
república.
Un ejemplo. Hacia mediados de 1985 la mencionada facción
insurgente ametralló a nuestro compañero Luis Eduardo Rolón en las
inmediaciones de San Pablo, y el gobierno, en lugar de perseguir y
enjuiciar a los homicidas, concluyó nombrándoles un alcalde de su
mismo bando, costeándoles las movilizaciones realizadas a punta de
intimidación y concediéndoles en suma el control de la zona en
unos cuantos meses. Obviamente tuvimos que resignarnos a abandonar
un trabajo campesino de casi una década. Es exactamente lo que no
queremos seguir viendo ni soportando. Y en los albores de 1987 se
lo expresamos al todavía consejero presidencial Carlos Ossa, pues
la nueva administración se obstinaba en confiarles el manejo de
municipios y de planes de rehabilitación a elementos de tal
contracorriente, con todo y haber dicho ésta sin ambages que no
desmontaría su maquinaria bélica.
Hasta cuando no se despejen semejantes incongruencias, o
prevalezcan los procederes truculentos que los usufructuarios de
los armisticios pusieron de moda, en medio de la embriaguez
pacifista, por la época de la muerte de Rolón, no parará este baño
de sangre tan penoso incluso para la misma Unión Patriótica.
Presionado por las circunstancias, el presidente Virgilio Barco,
con base en el artículo 121 de la Carta, ha expedido una serie de
medidas cuyo rigor supera en mucho el del Estatuto de Seguridad de
Julio César Turbay Ayala. Y lo llevó a cabo con el beneplácito
mayoritario de la sociedad arrinconada. En síntesis, el
experimento belisariano se vino a tierra con toda su bambolla.
Sólo falta que se reconozca formalmente, máxime cuando el jefe del
Estado, luego de la matanza, en junio, de los 27 militares de
Caquetá, juró romper la tregua, departamento tras departamento,
según se fuesen reanudando las hostilidades. ¿Y en qué sitios de
nuestra geografía no ha habido enfrentamientos? En cuestión de un
par de años saltamos del paroxismo a la desesperación, de la
"apertura" a las prohibiciones más drásticas. Y esta situación se
acentuará. Los comandantes de la aventura terrorista no dan
muestras de querer sofrenar sus impetuosidades; cosa que deberían
hacer, si no para impedir el colapso de la democracia, o para
contribuir a la civilización de la lucha política, aunque sea por
consideración a sus sacrificados seguidores. Si se suspende la
causa se suspende el efecto.
Debido a los criterios expuestos, alrededor de muchos de los
cuales cerramos filas con amigos liberales y conservadores, a
nosotros se nos acusa asimismo de haber girado hacia la derecha.
Nuestros difamadores llegan al extremo de conminarnos veladamente
con cruentas represalias, sin reparar que son ellos quienes
exhiben un rosario sin fin de canonjías oficiales, algunas
otorgadas a contrapelo de la Constitución y de las leyes, como
quedó explicado. Si el Partido Comunista suscribe sus alianzas con
el liberalismo o el conservatismo, se plasma un bello gesto
patriótico y revolucionario, mas si el MOIR lo intenta, estamos
entonces ante un crimen, de lesa patria.
En las postrimerías de los setentas la CSTC pactó con la UTC y la
CTC el apellidado Consejo Nacional Sindical, y el año pasado, con
el exministro Carrillo, fundó otra confederación. Ambas
operaciones se adelantaron, según sus artífices, en beneficio del
sindicalismo colombiano. Ahora, cuando hemos decidido promover,
junto a compañeros de las viejas centrales, una fusión de las
fuerzas sindicales democráticas, a nuestros dirigentes obreros se
les tacha de divisionistas y hasta de defraudadores. Pero la
tarea, antes que detenerse, se agilizará. Y lo haremos
aferrándonos a lo convenido: defender la nación, la producción, la
democracia y el bienestar del pueblo, las mismas cuatro premisas
unitarias que hemos presentado a empresarios y políticos.
Toda esta polémica, que lleva varios lustros, no nos la dicta el
sectarismo. Inclusive con el partido de Vieira concretamos un
entendimiento, tanto para concurrir a los sufragios de 1974 como
para contrarrestar la dispersión del movimiento laboral. El asunto
abortó porque los aliados de entonces salieron finalmente con que
debía incluirse en el programa, que ya estaba suscrito, el apoyo a
la revolución cubana. También sabotearon el pacto las sistemáticas
violaciones de las normas de funcionamiento y el ventajismo por
parte de aquella agrupación, cuyos cabecillas sólo piensan en
acaparar las oportunidades y las retribuciones. Quienes se les
acerquen han de andar con cuidado. En cada trato ellos van tras
todo. Quieren la tela, el telar y a la que teje.
Ahora bien, ¿cuál es el juez que decide dónde está la derecha y
dónde está la izquierda dentro de las espectaculares confusiones
del mundo de final de milenio? Los soviéticos, que alegando ésta o
aquella razón han bajado de los altares a cada uno de sus
conductores, cuentan a su servicio con más tropas de ocupación
activas de las que hayan tenido en el pretérito próximo el resto
de potencias. Observando los vandálicos despojos propiciados por
los líderes del Kremlin en Afganistán, Indochina, Eritrea, Angola,
etc., recordaba el MOIR en documento aún vigente que el socialismo
no era, no podía ser anexionista. Por la paga, los rebeldes de la
Sierra Maestra se vuelven cipayos y salteadores de pueblos
débiles. Viet Nam pasa de invadida a invasora. Y quienes avasallan
por cuenta de otros han acabado de metecos en su propia casa.
Así, en el período actual, los peores oprobios se cometen bajo las
enseñas del comunismo. Entre tanto Estados Unidos se bate en
retirada y entrega territorios gratuitamente a sus mortales
enemigos, como lo hiciera Carter con Nicaragua. Hasta en China se
registran cambios, ocurridos sobre la base de enmendarle la plana
a Mao. Los reformistas practican el terrorismo y los terroristas
el reformismo. La Junta de Managua censura la injerencia
norteamericana pero celebra el exterminio de los afganos. En el
presente ninguno de los conflictos locales o internos de los
países conseguirá desarrollarse al margen de la intromisión del
expansionismo soviético.
¿Por qué ha de ser revolucionario entonces ponerse a órdenes de
los despóticos agresores de Oriente para construir el "socialismo
real", mientras resulta ultramontano no descartar la colaboración
de las ancianas democracias occidentales, incluida la estadinense,
dentro de la brega por proteger la integridad y la soberanía
nacionales? ¿Por qué es bueno conciliar con Betancur y malo
corregir con Barco? ¿Por qué se absuelve al general Matallana, mas
se condena al doctor Durán Dussán?
Pero ninguna de las graciosas deformaciones de la crisis nos
amilana. A quienes han logrado amañar la información, merced a los
devaneos de los medios publicitarios, escasamente les resta jugar
la carta del desconcierto, ese interregno inevitable entre una
claridad y otra. Las situaciones embarazosas han de descomponerse
del todo para ser resueltas.
Una última reflexión. Cuando a Carlos Ossa Escobar se le postuló,
inmediatamente después del hundimiento de la estratagema del
colegio electoral, y la escisión del liberalismo bogotano en dos
bloques era una realidad irrefragable, un connotado jefe de ese
partido quiso, de un lado, vender la imagen de aquel aspirante
alabando sus gestiones pacificadoras, y del otro, desconceptuar a
Juan Martín Caicedo Ferrer por haber desempeñado la presidencia de
Fenalco. Es decir, mientras una candidatura encarna la convivencia
y la concordia, la otra personifica la explotación del comercio.
Insinuaciones de este tipo no han de aceptarse cual expedientes
válidos para mover al electorado. Sería tanto como sugerir que
María Eugenia Rojas constituye la salida al problema de la
vivienda debido a su paso por el Inscredial; o que Andrés Pastrana
lograría el saneamiento de Bogotá porque viene de sufrir un
secuestro cuyo desenlace por fortuna fue favorable. La elección
popular de alcaldes permite una mayor agitación en torno a las
necesidades de los municipios, pero no suprime las limitaciones
materiales derivadas del déficit fiscal, el endeudamiento y el
atraso económico. En su afán de vencer a cualquier precio, o por
simple y vulgar promeserismo, muchos candidatos ofrecen el oro y
el moro sin fijarse en que se requieren muy precisas reformas
institucionales a nivel local y políticas generales benéficas a la
actividad productiva.
La economía de un país es una compleja red de vasos comunicantes
dentro de la cual, cuanto sucede en un punto, forzosamente
repercute en otras partes. No habrá congelación de la tarifa de
los servicios públicos de mantenerse el tratamiento dado a los
empréstitos externos, como tampoco dispondremos de suficiente
acumulación de capital, y por ende de inversiones, si se sigue
prestando para emprender obras no rentables, cubrir intereses o
equilibrar el presupuesto. El monopolio del comercio exterior
ejercido con arreglo a los cálculos privados y no conforme a la
planificación estatal, o el parasitismo de la banca sobre el agro
y la industria, ahogarán siempre las posibilidades de un
desarrollo cierto y armónico. No hace falta indicar que con
estancamiento el desempleo florecerá irremisiblemente. El
explosivo fenómeno de la venta ambulante, patente en grandes y
pequeñas ciudades, y que algunos recomiendan como el modelo de
crecimiento jamás aplicado, prueba la ineficacia de las pautas
económicas aún prevalecientes. Es sobre tan palpitantes asuntos
que deberían llevarse a efecto las campañas municipales. El MOIR
aspira a profundizar en ello con todos sus aliados, y aquí en la
Capital, preferentemente con el doctor Caicedo Ferrer, porque él
sabe de estas cosas.
No pocos correctivos se pueden introducir jurídicamente en ayuda a
la producción nacional, sin tener que cruzarnos de brazos a la
espera de los rotundos dictámenes de un vuelco revolucionario. En
contra de las lesivas imposiciones de los prestamistas
internacionales y en pro del derecho a autodeterminarnos ya casi
hay un juicio unánime. Cada vez una cantidad mayor de personas y
entidades comprende que sin algún progreso el país ni siquiera
finiquitaría las cuentas pendientes con sus acreedores. Tras estas
consideraciones y perspectivas debemos unificamos resueltamente.
Nosotros hemos echado en remojo nuestro programa máximo como una
contribución positiva al frente único propuesto. La prosperidad de
Colombia y el mejorestar del pueblo, en lugar de apartamos de la
gesta, nos acercarán a los sueños más queridos.
Muchas gracias.
SALUDO DEL MOIR EN
LA FUNDACIÓN DE LA CTDC
Agosto 6 de 1988
Publicado en El Tiempo el 14 de agosto de 1988.
Compañeros trabajadores:
La central que hoy ustedes fundan como irresistible polo de
atracción para la clase obrera colombiana, está llamada a cumplir
un rol importante en nuestro futuro inmediato. Por eso el MOIR le
ha dado su irrestricto apoyo.
Atravesamos un período histórico en el cual la inversión de
valores parece ser el sello característico. Quienes pontifican
sobre la revolución reviven con sus actos arbitrarios los crueles
expedientes propios de la época colonial, y quienes siguen fieles
a las formas civilizadas de la organización social burguesa pueden
aún hacer valiosos aportes a la grandeza del país. El viejo
comunismo criollo ha trajinado siempre en pro de una potencia
extranjera, cuyas ocupaciones militares a Estados débiles las
viene reivindicando paladinamente desde hace trece años, a partir
de la invasión de los cubanos a Angola. Y en los últimos tiempos
se ha mostrado partidario de la voladura de los bienes
productivos, la intimidación en las relaciones sindicales y el
secuestro cual medio de financiación, aunque con sus aparatos
desarmados aspira a llevar una existencia placentera bajo la
sombra protectora de las leyes de la república. Tales vivezas sólo
traen desolación y desencanto. Y el defenderlas, justificarlas o
absolverlas, en nada contribuirá a la salvación nacional de la que
todos hablamos. Por el contrario, requerimos de la plena soberanía
de Colombia, lo mismo en las decisiones económicas que en el
terreno político; necesitamos del desarrollo de nuestra producción
en las diferentes ramas y niveles; nos urge instaurar unas normas
democráticas claras que garanticen derechos y deberes iguales para
ciudadanos y partidos, y precisamos de un mejoramiento en las
condiciones de vida del pueblo colombiano, convertido actualmente
en carne de cañón y ganado de urna. Con estas premisas
fundamentales el país entero saldrá airoso de la encrucijada. Los
distintos sectores ligados al engranaje productivo resultarán
ganando; sin embargo, los más favorecidos serán los trabajadores,
quienes verían amenazados su porvenir con la pérdida de la
autodeterminación nacional y el establecimiento del delito como
arma de combate.
A los fundadores de la nueva confederación los han inspirado
anhelos patrióticos y democráticos. Que no desmayen en el empeño
hasta transformar esta esperanza en una realidad tangible para el
proletariado colombiano.
¡Y díganle a los terroristas que la revolución no se corona
envileciendo al pueblo!
¡Y señálenle a los burgueses que el bienestar de los obreros
constituye un soporte sólido del progreso económico!
Movimiento Obrero Independiente y Revolucionario MOIR
Comité Ejecutivo Central
Francisco Mosquera, Secretario General
SECUNDAMOS LA
PROTESTA DE LAS CUATRO CENTRALES
Febrero 28 de 1989
Publicado en El Tiempo el 4 de marzo de 1989.
Hace unos cuantos días, en un giro de importancia
política, las centrales obreras, CTDC, CUT, CGT y CTC, llegaron al
acuerdo de canalizar conjuntamente el enojo de los trabajadores
colombianos por las lesivas medidas del gobierno dictadas en los
últimos meses. Los dirigentes sindicales, a quienes les asiste la
justeza de su cometido, decidieron, en consecuencia, llevar a cabo
una jornada nacional de movilizaciones populares para el próximo 9
de marzo. Una respuesta apenas natural.
Pocas veces el pueblo había oído, en tan corto tiempo y sin
escampadero posible, tal afluencia de noticias malas para su
desfalcado bolsillo como ahora, y eso que el mandato de turno dice
seguir los lineamientos de una "economía social". Por un lado,
alzas, devaluación e impuestos; y por el otro, unos ridículos
aumentos salariales por debajo de los índices del costo de la
vida, incluso de los admitidos por el DANE. Con el ítem de que los
verdaderos incrementos de los precios no se desatan hasta haberse
concretado el salario mínimo, los sueldos de los funcionarios
públicos y aun varias convenciones colectivas. De modo que a la
vuelta de unas cinco o seis semanas la masa laboriosa pierde
porción considerable de las cortas compensaciones que los patronos
le conceden en medio del regateo más espantoso. Los regímenes
inmediatamente anteriores por lo menos procuraron mantener un
equilibrio, así fuese en apariencia, entre los incrementos de la
carestía y de las remuneraciones; pero el actual Ejecutivo acaba
de lucirse imponiéndoles a vastos sectores asalariados reajustes
en sus pagas del 25 o el 27 por ciento cuando la inflación había
superado el 28. Con ello, 1989 será el tercer año consecutivo en
que ocurra algo semejante bajo la presidencia liberal.
Si escudriñáramos las cifras, pasando por alto los formalismos
académicos, hallaríamos lo que las amas de casa ya han descubierto
en la tienda de la esquina: el descenso constante del poder
adquisitivo de las gentes del común durante un período muy largo y
crítico. Camacol, el gremio de los constructores, calcula que
dicha merma, dentro del lapso comprendido entre 1981 y 1988,
alcanza poco más o menos el 30% para los estratos medios de las
grandes ciudades. Este fenómeno lo reflejan inclusive las
variaciones que de pronto se le introducen a la canasta familiar,
cuya composición habla más de las tendencias sociales del consumo
que de las necesidades básicas de los hogares menos favorecidos
por la fortuna. El renglón de alimentos ha venido reduciéndose
mientras el de vivienda crece. Lo cual no indica, por supuesto,
que a las mayorías les sobre de su mesa para acceder a una casa
mejor, sino al contrario, que el techo, cada día más caro y
exiguo, se come la comida. La depauperación del pueblo aumenta
conforme disminuye el área mínima de construcción habitacional
autorizada por el Estado. Y como las moradas no funcionan sin
agua, luz, etc., en su precio los encuestadores incluyen
obviamente el valor de los servicios, esa correa mágica que une el
sitio de residencia de los núcleos humanos con la usura de los
empréstitos extranjeros de las empresas públicas del ramo. Las
estadísticas del sistema no logran encubrir nada de esto, mas sus
estadistas sí encuentran cualquier resquicio hacia la promulgación
de todo tipo de tributos. El gravamen del cemento resulta
indispensable en la reforma urbana, así las construcciones se
trepen a las nubes. Son regalos con encarecimientos. La
descentralización administrativa, junto a la novedad de los
alcaldes elegidos en las urnas, brinda asimismo una magnífica
oportunidad para subir escandalosamente los múltiples arbitrios
que aletean sobre los predios de las localidades. El que quiera
"apertura democrática" que la compre. Esta orgía fiscal,
desencadenada al amparo del derrumbe paulatino del principio de
los Derechos Humanos que prohíbe desde el siglo XVIII los
impuestos al margen de la representación popular, ha generado tal
repudio, que algunas de sus secuelas tuvieron que ser pospuestas o
suavizadas, pero no suprimidas, y ya se murmura acerca de una
"urgente racionalización tributaria". Sin embargo, las fuerzas del
trabajo no reclaman que se reordenen las cargas. Exigen que se
eliminen unas y se modifiquen otras.
El foco del caos de nuestra regulación impositiva, con su enjambre
de exacciones indirectas, regresivas y antitécnicas, no debe
buscarse en las oficinas del Conpes de la capital de la república,
sino en Washington, la sede del Fondo Monetario Internacional.
Desde allí se nos vigila y se nos presiona a cumplir con las
obligaciones de una deuda de 16.600 millones de dólares, sin
contar los 1.700 millones del "challenger" que con tanto júbilo
anunciara el doctor Virgilio Barco en su alocución televisiva, de
final de año. Los entendidos estiman que, por concepto de
intereses y amortizaciones, en 1989 Colombia habrá de girar a sus
prestamistas en el exterior una suma equivalente al 64% de sus
exportaciones, tasadas en US$ 6.000 millones, en números redondos.
Proporción que por sí sola dice todo de la magnitud del problema.
A causa de este factor, sencillo y a la vez complejo, muchas cosas
trascendentales están comprometidas: las finanzas públicas, el
desarrollo económico, el bienestar del pueblo, la
autodeterminación nacional. El país ha sido entrampado, y sin
contraprestación ninguna. Porque, además de las cláusulas onerosas
de las contrataciones, los empréstitos fueron dirigidos por lo
general hacia proyectos que no reportan divisas, o simplemente no
rentan. La nación se endeudó en aras de su infraestructura, su
energía eléctrica, o de los llamados "programas sociales", a cuya
sombra ha florecido más de una infamia en Colombia. Últimamente
estamos prestando para pagar.
Los obreros no se oponen por concepción a los
préstamos internacionales ni a la inversión foránea. Reclaman, eso
sí, que ambas alternativas, de aplicarse, coadyuven en realidad al
progreso de la patria. Lamentablemente la experiencia enseña otro
panorama muy distinto. El sacrificio del endeudamiento, en vez de
jalonar nuestra industrialización, la ha deprimido. El presidente
de la ANDI, haciendo alusión a la insuficiencia del "ahorro
interno", recién señalaba en reportaje a la revista Deslinde que
“el país no está creando grandes industrias”. Dentro del conjunto
de las trabas tradicionales que nos han cerrado la posibilidad de
un crecimiento sostenido, resaltan cabalmente las desventajosas
relaciones con los carteles financieros de las metrópolis más
boyantes. Hoy por hoy la principal inquietud económica nuestra
consiste en librarnos de las iras de los acreedores, para quienes
todos los años recogemos sin demoras una cuota enorme de los
frutos del trabajo de la nación, El poder central, que es el
encargado de la recolecta, se mueve entre el déficit
presupuestario y el desborde impositivo, dos deformaciones
convertidas en dogmas, con las cuales, de manera velada pero
efectiva, se mella el ingreso real de los asalariados, las
víctimas propiciatorias del escamoteo. La plata hay que extraerla
de donde sea, por encima de las prelaciones de la planificación y
sin reparar en los perjuicios que se causen. En 1988 el gobierno
les pidió a las Cámaras retocar la Ley Orgánica del Presupuesto
con el fin de apoderarse de las ganancias de las empresas
industriales y comerciales del Estado, que de un plumazo quedaron
condenadas al estancamiento. La indigencia de los ciudadanos corre
pareja con la penuria de los institutos. El sindicato de los
Seguros Sociales de Antioquia, entre los muchos sucesos
característicos de la época y que pudiéramos referir, se vio
precisado a enfrentarse a sus superiores para echar atrás la
reutilización de las jeringas desechables, un insólito recorte de
gastos que no se compadece ni con el origen ni con la destinación
de una entidad sufragada fundamentalmente por los trabajadores y
los patronos. Disponiendo a la diabla de la riqueza pública e
intensificando las privaciones de las masas jamás sacaremos a
Colombia de la dependencia y el atraso. Alguno gremios de la
producción, y la misma Fenalco, han reconocido cómo la rápida alza
de los precios y la pérdida continua de la capacidad de compra de
la población repercuten de inmediato en la demanda, impidiendo la
salida de los bienes de la industria y del agro, con la
consiguiente agudización de las anomalías económicas de Colombia,
incluido el desempleo. Creer en luchas contra la "pobreza
absoluta" y en planes de "rehabilitación", a tiempo que se
constriñen las actividades productivas, no pasa de ser una
lastimosa quijotada o un maldito engaño. Así como nunca hubo
bienestar social sin desarrollo económico, tampoco habrá despegue
industrial con un pueblo excluido del mercado. No en balde el
MOIR, valorando las prioridades de la convergencia de salvación
nacional planteada por varios sectores, llama a proteger e
impulsar la producción del país, cuyo éxito está muy lejos de
erigirse sobre el desmejoramiento de su mano de obra. Por eso la
clase obrera, la más hundida tras el alud de las imposiciones
gubernamentales, es también la más interesada en que se establezca
un adecuado contrapeso entre los diferentes resortes de la
economía, empezando por la revisión del salario mínimo y de
aquellas convenciones colectivas que ni siquiera igualaron la tasa
inflacionaria. La razón de la carestía hay que averiguarla en los
faltantes del Estado, la emisión monetaria, la devaluación
automática, el régimen tributario, los altos intereses, los
quebrantos de la producción o el monopolio internacional, no en
las nóminas de los trabajadores.
Las complicaciones de Virgilio Barco en su mayor parte han sido
heredadas de los hombres que le antecedieron en el ejercicio del
mando: no obstante, su actitud desdeñosa ante las sentidas
demandas de los desposeídos le han ganado no únicamente dolores de
cabeza sino la intimación de un paro que aquéllos todavía le
deben. Mas nunca es tarde para corregir. Que la jornada del 9 de
marzo convenza a los altos dignatarios del error histórico de
satisfacer los abusos del FMI con los desbarajustes económicos y
el empobrecimiento de la nación. Los responsables del poder han de
tener en cuenta, desde luego, los compromisos con la banca
internacional; pero no pueden volverle la espalda a la
problemática del país. El ciego cumplimiento, en lugar de
conducirnos hacia la tierra prometida, tarde que temprano nos
arrastrará a las insolvencias de México, Argentina, Brasil,
Bolivia, Perú y ahora de Venezuela. El persistir en el camino
equivocado, al socaire de la "justicia social" el "plebiscito" o
el "esquema gobierno oposición", escasamente probaría que la clase
burguesa se atiene a fórmulas preconcebidas y no al escrutinio
juicioso de la realidad cambiante, un pecado que la crítica
institucionalizada le endilgó siempre a las fuerzas
revolucionarias.
Nuestro Partido le ha dado una especie de respaldo con condiciones
a la actual administración. El inicio del cuatrienio lo
consideramos de buen augurio ante las desventuras del "sí se
puede". Y en reciente pronunciamiento pedimos el apoyo de las
huestes patrióticas y democráticas a la estrategia de paz del
primer magistrado. Esta posición se desprende del análisis hecho
sobre la grave situación de la hora y que nos llevó a proponer,
cual lo hemos explicado en varias ocasiones, un frente que
resguarde la soberanía de la nación, civilice la contienda
política, pugne por la producción nacional y prohíje las
reivindicaciones del pueblo. Los acercamientos encaminados hacia
tales metas no significan cheques en blanco para nadie, máxime si
se atenta contra uno de los pilares imprescindibles de la unidad,
el proletariado.
Por lo demás, el acuerdo de las centrales no puede ser más
aclaratorio. El movimiento sindical, por primera vez en mucho
tiempo, se aglutina alrededor de sus reclamaciones y empuña las
riendas de su protesta, proscribiendo de los actos del nueve, el
terrorismo y la injerencia de los provocadores.
Inmenso valor tienen entre nosotros las directrices señaladas, no
porque se trate de cuestiones nuevas sino olvidadas. En los
dominios del sindicalismo levantaron sus tiendas de campaña credos
disímiles que han estimulado la anarquía y la confusión, no
importa si consciente o inconscientemente. Se llegó al colmo de
predicar el secuestro cual medio de combate. Y se practicó, en el
caso de José Raquel Mercado, con el objeto de arrancar la cizaña
de las filas sindicales; y en el caso del gerente de Indupalma,
para hacer valer el pliego de peticiones. Quienes recapaciten
acerca de los males ocasionados por enfoques de índole parecida,
comprenderán cuánto representa para los trabajadores una táctica
que restaure las demandas de clase, el concurso de las masas, la
acción unitaria y el ánimo insobornable.
La movilización ha sido organizada con el criterio de que los
contingentes proletarios no cifran su fortaleza en el
desconocimiento de las normas democráticas o en la violación de la
ley. Son sus enemigos los que prescinden de ellas en el afán de
golpearlos.
La protesta demostrará que mientras las viejas colectividades
abandonan conocidos preceptos, como la moneda sana o el arbitrio
de los impuestos a través de la representación popular, la clase
obrera los retoma y los coloca al servicio de su victoria.
Y que lo sucedido a escala regional con las jeringas del ISS
acontezca con los dictámenes perturbadores de la vida de Colombia:
que se desechen.
Por todo eso secundamos el 9 de marzo.
Movimiento Obrero Independiente y Revolucionario
MOIR
Comité Ejecutivo Central
Francisco Mosquera
Secretario General
EL APOYO DEL MOIR A
DURÁN DUSSÁN
Marzo 4 de 1990
Publicado en El Tiempo el 7 de marzo de 1990.
Vastos sectores ya saben hacia dónde se inclinan
las preferencias del MOIR en el actual debate por la presidencia
de la república, no sólo debido a declaraciones del mismo Hernando
Durán Dussán, sino a nuestra activa participación en muchos de sus
actos. Cabe, sin embargo, examinar el porqué y el cómo de este
desenlace político. Las progresivas identificaciones con el
curtido luchador liberal abarcan varios años del último período,
tal vez el más azaroso de la historia del país, cuando él
precisamente logra alentar, con sus planteamientos y actitudes,
una alternativa que se distingue harto de las tornasoladas ofertas
características de las épocas electorales. Veámoslo.
1. LA DEMOCRACIA
Ante el incremento de la nueva violencia, esa
peste que se ha ensañado en nuestros lares desde hace tres
decenios y que pasma a propios y extraños, Durán ha tomado
posición, al igual que los principales dirigentes de los diversos
partidos. La diferencia con un gran número de éstos radica en que
sus tesis resultaron ser más realistas, pues en tan delicada
materia no ha creído ni en los letargos del apaciguamiento ni en
los hechizos de la demagogia. Pregonó el derecho a la autodefensa
de las zonas martirizadas por el boleteo y la vacuna. Con
frecuencia se ha referido a la necesidad de proteger a las
personas en sus vidas, honra y bienes, recordando el artículo 16
de la Carta, cual si se tratase de un programa innovador,
innovador para una vieja sociedad sometida a todo tipo de
brutalidades. Y a menudo ha advertido acerca de las nocivas
repercusiones que para las labores productivas trae semejante
situación. Sus malquerientes lo tildan por ello de ultramontano.
No obstante, el 2 de marzo, en un incidente que le ha dado la
razón, los ganaderos de Córdoba pusieron en venta la totalidad de
sus ganados "para salvar el menguado patrimonio que aún nos
queda".
Durán ha sido también partidario del diálogo, pero sin pretextos
dilatorios y dirigido a la efectiva incorporación de los alzados a
la vida civil, conforme a las normas constitucionales. Hace poco
expresó, en compañía de los otros precandidatos liberales, el
respaldo a los acuerdos suscritos entre el gobierno y el M-19. Mas
sea como fuese, las conversaciones con la extremaizquierda las
supedita a la suspensión total de los procederes delictivos.
A nosotros nos han parecido siempre justas tales apreciaciones, y
lo decimos sin tapujos, pese a tener un criterio distinto de las
cosas como organización ideológicamente contrapuesta. En Colombia,
la violencia calificada de social hunde sus remotas raíces en una
táctica terrorista de la liberación propiciada por Castro y sus
conocidos patrocinadores, y no en la miseria del pueblo. En
ninguna parte la indigencia genera guerras emancipadoras. He ahí
la gran mentira con que miles de redentores han justificado entre
nosotros todas las aventuras, las atrocidades y las demencias de
más de un cuarto de siglo. El secuestro, el asesinato, la
extorsión y la voladura de medios productivos fueron glorificados
como armas revolucionarias. Nuestro Partido ha sido una de las
tantas víctimas de esta insólita inversión de valores. Tuvimos que
abandonar decenas de regiones campesinas y vimos caer acribillados
a inolvidables camaradas bajo el fuego de quienes no admiten
diálogo alguno cuando de alargar sus tentáculos se trata. Nosotros
somos partidarios de que se pacte la paz con los grupos
guerrilleros, con todos, sin excepción alguna. Que se les conceda
el indulto y las demás garantías indispensables. Creemos que con
ello habría, antes que nada, dos beneficiarios: la revolución y el
pueblo. Pero rechazamos de plano que la tranquilidad se compre
concediéndoles a los amnistiados "circunscripciones electorales
especiales", bonificaciones económicas, favores del Estado o
cualquier otro chocante privilegio. Que todos los individuos y
partidos sean colocados en pie de igualdad ante la constitución y
las leyes. Los alzados en armas que no quieran o se muestren
refractarios a este máximo principio de la democracia, que cumplan
entonces su destino de insurrectos errantes.
Durán también discrepa de los asesores de la "paz" que han
insistido en añadirle al perdón "el premio especial de algunas
curules", y coincide en establecer dentro de las disposiciones
electorales un tratamiento igualitario para las minorías. El MOIR,
por su lado, no aspira a prebendas de ninguna especie; con su
política unitaria de todos estos años de aislamiento no solamente
ha buscado prender un faro en la confusión reinante, sino
conquistar un terreno democrático para reiniciar la marcha. De ahí
que le concedamos prioridad a este aspecto tan desconceptuado bajo
la administración Betancur, el de las reglas del juego, para
llamarlo de cualquier manera.
2. LA PRODUCCIÓN
Nadie ignora que en las campañas electorales,
peculiarmente en las que se decide el traspaso del mando, los
aspirantes le presentan a la opinión pública un repertorio
infinito de tesis económicas con el objeto de ganarse el favor de
las más disímiles y hasta antagónicas influencias. Recapitular con
exactitud los distanciamientos en estas disciplinas no resulta
tarea fácil; y peor aún en la recta final de los comicios, cuando
ocurre la verdadera floración de astucias, imprudencias y
promesas. Nos limitaremos pues a recoger unas mínimas deducciones
extraídas por el doctor Durán Dussán de las inocultables
calamidades de la república, y que suponen voluntaria o
involuntariamente el repudio a la incuria de los regímenes
anteriores. Por supuesto que el precandidato liberal ha hablado de
los perjuicios enormes que acarrean las altas tasas de interés
vigentes, tanto para la agricultura como para la industria; del
encarecimiento constante de los insumos extranjeros, motivado,
entre otros factores, por los impuestos arancelarios que el Estado
les fija; del nuevo gravamen norteamericano a las flores
colombianas y de la ruptura del Pacto Cafetero, fenómenos
deplorables ambos para una economía cada vez más asediada; del
considerable porcentaje de nuestras exportaciones destinado al
servicio de la deuda externa, que él mismo estima en más del 50%;
de la estrategia, o de la falta de estrategia, en que ha incurrido
Barco respecto al endeudamiento estatal con los financistas
internacionales, al caer en el círculo vicioso de prestar para
pagar, y del resto de evaluaciones y medidas, necesarias a su
juicio, para sortear la inflación, el desempleo, la escasez, los
desequilíbrios, etc. Es decir, ha tocado con cierta amplitud los
notorios y complejos asuntos concernientes al progreso de
Colombia, cuyos análisis podríamos o no compartir, dependiendo de
numerosas consideraciones. Mas lo que deseamos resaltar son tres
reiteradas afirmaciones suyas, que, sin configurar una teoría en
el sentido estricto de la palabra, anuncian una actitud favorable,
abren perspectivas para el reavivamiento de la producción
nacional: la urgencia de brindarles "protección a la industria y
al empresario", el convencimiento de que "sin seguridad no puede
haber desarrollo económico" y el propósito de promover "un
entendimiento entre el gobierno y el sector privado". Entre los
candidatos con opción, ninguno ha emitido conceptos tan
pertinentes y firmes en torno a los escollos de los estratos
productivos.
En Colombia se ha vuelto costumbre combatir los esfuerzos
empresariales con la pretensión de obtener el aplauso de las
masas. La última reforma agraria, antes que enjuiciar los
latifundios atrasados o incultos, arremete contra los reducidos
logros en la modernización del campo. Desde los días de las
originalidades de López Michelsen, a mediados de los setentas, se
vienen agudizando los dolores de cabeza de los industriales, con
quienes el poder central prácticamente no intercambia puntos de
vista, excepto cuando se negocia una nueva cotización o se dirime
un conflicto en concreto. Pero los presidentes no se han sentado
con los gremios a examinar la situación en su conjunto, ni han
propuesto planes coherentes, válidos, en bien del desarrollo
industrial, que respondan a la dinámica de los inversionistas
particulares y consulten las supremas miras de la nación.
La ANDI viene quejándose hace rato de que los funcionarios
desfiguran, restringen o adicionan a su gusto la balumba de
regulaciones gubernamentales, por lo general sin poseer ni pedir
información, e introduciendo a cada paso motivos perturbadores que
han llegado a entrabar artificiosamente la agricultura, el
comercio, las finanzas, la construcción y, en particular, la
industria, en donde tarde que temprano se reflejan las falencias
de las otras áreas. La incertidumbre ha sido el ambiente natural
de los fabricantes colombianos. El descabellado manejo de la deuda
externa, los déficit presupuestarios, las emisiones permanentes,
la desvalorización automática del peso frente al dólar, la
constante inflacionaria, el sistema impositivo y las demás
fluctuaciones dispuestas a diario por los organismos estatales
especializados frenan sin duda el empuje creativo de la población.
Hace su tiempo ya que en ninguna de las ramas económicas
registramos expansiones dignas de mencionarse. Nada se afianza
sobre la ininterrumpida distorsión de la moneda, de los precios,
de los intereses, de las normas. Los pocos jalonamientos que
puedan despertar el orgullo de las gentes se derivan de la acción
mancomunada del Estado con el capital foráneo, primordialmente en
el renglón de la minería, con las consabidas desventajas que en
Colombia conllevan esas formas de asociación. Y ahora Barco, antes
de despedirse, prepara su ulterior acometida contra los productos
del país: la apertura económica, que al instante de llevarse a la
práctica se traducirá inevitablemente en la entrega del mercado
interno a los géneros extranjeros. Tras la voz de asalto, lejos de
pasar al abordaje del comercio internacional, caeremos en manos de
las gigantescas compañías multinacionales.
Por lo dicho arriba estamos de acuerdo con Durán en darles la
debida prelación a las empresas colombianas, y resguardarlas, no
únicamente ante los embates vandálicos del oportunismo sino ante
los zarpazos de la competencia externa, El dictamen, si se cumple
sin artificios, modificaría años de entrega y reacción. Asimismo
permitiría al próximo mandatario disponer del aporte insustituible
de los destacamentos gremiales en la elaboración de un diseño de
desarrollo que tenga en cuenta y conjugue a plenitud nuestros
recursos; o al menos abriría las posibilidades de efectuar estos
cambios, sacudiendo las conciencias y estrechando los lazos de
unidad nacional.
Los objetivos básicos de la planificación y de los entendimientos
sugeridos por Durán infaliblemente han de ser la conquista y el
despliegue de la grande industria. En los cotos de la
microempresa, como ahora se dice, no puede asentarse el porvenir.
Ernesto Samper, por ejemplo, en sus cuñas radiales, se propone
acabar el desempleo impulsando los pequeños y medianos negocios,
las cooperativas de producción y mercadeo, el campesinado
minifundista, el trabajo por cuenta propia y las demás modalidades
artesanales que, si todavía desempeñan un rol económico, se
explica por el rezago secular del país. Y eso es casualmente lo
que calculan los imperialismos, que ellos se dediquen a la
producción pesada, estratégica y técnica, mientras el Tercer Mundo
se recluye en la denominada ”economía informal”, o sea, la venta
ambulante, los tallercillos de dos o tres operarios, el
minifundio, las faenas domésticas o las labores a destajo. En
otras palabras, que nos confinemos a la miseria. Las ciudades
nuestras están atiborradas de campesinos emigrantes, cuyo éxodo ha
disminuido proporcionalmente con el tiempo. Este acomodo
demográfico, junto a la proliferación de los más increíbles
oficios, fue lo que le permitió al señor Barco meter ruido con el
descenso de la tasa de desocupación en 1989. Pero la propaganda
palaciega no comenta nada sobre el declive de la productividad,
fruto de las mismas deformaciones. Cerca del 60% de las plazas
corresponde a unidades que no rebasan los diez trabajadores. El
país se moderniza o se arrienda. He ahí la disyuntiva.
3. LA UNIDAD
Uno de los compromisos terminantes que Hernando
Durán Dussán ha contraído con el electorado se cifra en su solemne
y reiterada oferta de erigir tras el triunfo un "gobierno de
salvación nacional". El replanteamiento, de impredecibles
repercusiones tácticas, responde, según textuales declaraciones
suyas, a "las delicadas circunstancias que vive el país". Proveerá
los cargos de dirección con personeros de todas las banderías
políticas, incluidos los movimientos de izquierda, "siempre y
cuando se acojan al respeto de la Constitución". Estas
revelaciones entrañan, desde luego, la censura al esquema
gobierno-oposición, un ensayo académico que, como la mayoría de
las ocurrencias del agónico mandato, se consideró el invento más
extraordinario de la época, así no correspondiera a las realidades
de la hora y datara de los días lejanos de la revolución
capitalista. Tanto más fallido cuanto que a lo largo del
accidentado período el estrecho círculo presidencial no atendió a
las jerarquías de su partido, ni siquiera para comentarles la
razón de sus determinaciones. Y por el contrario, siempre que pudo
dividirlo o desarticularlo, lo hizo.
En 1988 el liberalismo perdió la alcaldía de Bogotá porque los
intrigantes apostados en el Palacio de Nariño impusieron, primero,
a un ilustre desconocido, un favorito que no duró lo suficiente,
merced a las denuncias sobre algunos abusos cometidos por éste en
el sistema bancario, y luego, de sustituto, seleccionaron otro,
que acabó despejando la victoria conservadora. Tampoco escondieron
sus afectos por Luis Carlos Galán, cuyos afanes alentaron en mil
formas, hasta el momento de su trágico deceso. Truncada de golpe
la carta gananciosa corrieron a buscar un emergente, que hallaron
en la figura improvisada del exministro César Gaviria, y, mediante
las cortas palabras fúnebres del joven primogénito del jefe
desaparecido, le expidieron a aquél la partida de militancia del
Nuevo Liberalismo y lo consagraron como heredero y aspirante
presidencial, negándoles a los dolientes seguidores el derecho
incuestionable de discutir y de escoger. Si tales burlas hacia las
personas y los procedimientos instituidos siguen prosperando, las
huestes redivivas de Gabriel Turbay y Jorge Eliécer Gaitán estarán
en peligro de salir, por segunda ocasión en menos de un lustro, no
de las principales alcaldías, sino del poder, por más que recurran
a la consulta popular para dirimir sus desavenencias internas.
Alrededor de éstos y otros puntos sustanciales son ostensibles los
enfoques contrapuestos entre el precandidato de la mayoría
parlamentaria liberal y el primer magistrado, y que han ido
multiplicándose con el aluvión de los frescos, dramáticos e
intensos sacudones registrados dentro y fuera de Colombia. "Yo uso
anteojos, pero son de distintas dioptrías de los de Barco", dijo
Durán Dussán en un reportaje a El País de Cali.
Vale la pena volver a recordar cómo en enero de 1986, seis meses
antes del cambio de guardia en las almenas del Estado, nuestro
Partido llamó a construir un frente único de salvación nacional.
Veíamos con honda preocupación el desbarajuste que Betancur le
legaría a quien le sucediera en el mando. Se había suscrito con
las comandancias guerrilleras un ambiguo cese al fuego que les
permitió a éstas expandir sus anárquicas operaciones hasta las
capitales de los departamentos. Fueron tantos los halagos
antidemocráticos, tantas las condescendencias, que el M-19 pudo,
en completa calma, preparar y perpetrar la toma del Palacio de
Justicia, que concluyó con el holocausto de la mitad de la Corte,
una página siniestra y sin antecedentes en los anales de las
naciones cultas.
En el frente externo se observaba la impaciencia de los fantoches
prosoviéticos por apuntalar su intromisión dentro de nuestras
fronteras, valiéndose de las condiciones propicias que les
brindaban las felonías de las autoridades colombianas y el
incremento de las guerrillas, a las que Cuba, Libia y otras
republiquetas les enviaban armas y dólares, las adiestraban en las
artes de la guerra y las asistían políticamente. Era entonces tal
el entusiasmo de Fidel Castro que una vez en La Habana llegó a
admitir, en presencia del expresidente López y del novelista
García Márquez, que la Isla sí cumplía con su deber
"internacionalista" de entrenar a los combatientes colombianos.
Sobra añadir que la infidencia se reseñó públicamente pero no
mereció ni un fruncir de cejas por parte de nuestros dos
distinguidos compatriotas. Este incidente ya lo habíamos relatado
cual un caso típico de la atmósfera de relajamiento que se
respiraba y de los amenazadores nubarrones que pendían sobre la
tranquilidad y la independencia del país.
La otra inquietud estribaba en algo que ya indicamos, los
tremendos desarreglos económicos que, no obstante derivarse de la
supervivencia de las anacrónicas relaciones de producción y de la
presión expoliadora de las metrópolis, se habían acentuado con la
crisis de comienzos de la década y con las astracanadas del
"Mandato Claro", o "Mandato de Hambre", como lo tildó el MOIR.
Entre los damnificados, encabezando la lista, estaban obviamente
las gentes trabajadoras que con el ahogo de la industria y del
agro irían a padecer las secuelas de la desocupación y el abandono
recrudecidos. No es cierto que las masas laboriosas promuevan la
desolación en la tierra para deshacerse de los yugos del trabajo.
Pase lo que pase el pueblo aboga por el desarrollo material. En
ello radica, sin peros ni sombras, una de sus armas insuperables,
que, con la simultánea implantación y el uso de los preceptos
democráticos, le habrá de transferir la supremacía moral y
política sobre sus poderosos adversarios del Norte y sobre los que
aquí les sirven de correveidiles. Por eso, además de la
salvaguardia de nuestra soberanía, de la vigencia plena de las
regulaciones democráticas y civilizadas en la contienda entre los
partidos y de la atención a las justas reclamaciones de las masas,
insertamos, dentro de los cuatro puntos unitarios por el frente
único, la defensa de la producción nacional. Suspendimos, así,
temporalmente, la propaganda del programa de la revolución ante la
emergencia que atravesábamos, y que aún nos mina, tal cual lo ha
comprendido el precandidato Durán Dussán.
Mientras hacíamos esta concesión en aras del aglutinamiento de las
fuerzas patrióticas y pensando en facilitar los avances de
Colombia, la administración Barco riñe sin ton ni son con el
conservatismo, desafía insensatamente a Venezuela y provoca al
clero con la intempestiva demanda de enmendar el Concordato. A
pesar del entorpecimiento sistemático del poder ejecutivo, los
postulados de unidad ganan audiencia. Alvaro Gómez Hurtado, Misael
Pastrana y Carlos Lleras Restrepo recomiendan una cooperación de
amplio espectro en cuanto ataña a los acuciosos retos del
presente. Creemos que tales reflexiones no están desubicadas y que
deben sopesarse con cuidado, no obstante que 1989 marcó un
drástico y súbito giro en los estratégicos enfrentamientos a
escala mundial, pues la culminación del tortuoso retorno hacia el
capitalismo, emprendido hace tiempos por los revisionistas rusos,
sumió a la Unión Soviética en un caos indescriptible,
debilitándose a sí misma en el duelo singular que mantiene con
Estados Unidos desde cuando Kruschev se quitaba los zapatos en la
ONU para golpear en su escritorio. Tras la contraofensiva de Bush,
que sin tardanzas ha tendido velas bajo los nuevos vientos, para
los países pobres simplemente se ha presentado un vaivén de
contingencias; los principales riesgos de un total vasallaje,
sobre todo económico, provienen no ya del Este sino del Oeste. Mas
los derechos a la autodeterminación y al bienestar hay que seguir
luchándolos, con la pronta y efectiva concurrencia de las clases y
capas afectadas por los malos presagios de estos lóbregos meses de
diciembre y enero, e incluso parte del siguiente. Los auténticos
patriotas prestarían su entusiástica colaboración a un frente que
tuviera como mira a Colombia y no a las apestosas ambiciones de
capilla. Y si el eventual gobierno de Durán Dussán se ciñe a esa
pauta, no diferible ni negociable, el MOIR estaría dispuesto a
brindar su ayuda sin exigencias burocráticas de ninguna índole.
A raíz del bloqueo marítimo, ordenado contra Colombia a principios
de 1990 por el gobierno norteamericano, que colmara de temores al
continente entero y diera lugar a un repudio espontáneo y unánime
que obligó el desvío hacia la Florida del portaviones Kennedy, del
crucero lanzamisiles U. S. Virginia y de las otras naves de la
flota expedicionaria, el doctor Hernando Durán Dussán, al igual
que muchas personalidades del país, comprendido el Canciller,
sentó su enérgico rechazo ante el incalificable atropello del que
era blanco la república. Durante su visita a la colonia colombiana
de Miami precisó, desde el propio territorio estadinense, que se
trataba de un ostensible intento de invasión que "no estamos
dispuestos a aceptar, así provenga de un país amigo con el que
tenemos dinámicas relaciones comerciales". El incidente ocurría a
dos semanas de que la fortalecida superpotencia tomara por asalto
a la nación panameña, cuyos escasos dos millones de habitantes han
aguantado sin respiro el enclave colonialista del Canal,
prácticamente desde 1903, y venían de atravesar un trecho largo de
serios trastornos políticos y económicos por las acrobacias y
provocaciones del comandante de la Fuerzas de Defensa, el depuesto
general Noriega.
Se supone que la ocupación del pueblo vecino buscaba taponar uno
de los cauces de las deslumbradoras ganancias del narcotráfico,
¿pero el hasta ahora frustrado cerco a nuestras costas cómo se
explica, si para el actual mandatario colombiano los deseos de
Washington son órdenes? A un Estado se lo pisotea porque no
reprime la circulación de los suministros, dineros y artefactos de
los carteles de la cocaína y al otro se lo humilla porque lo lleva
a efecto. Nos resistimos a pensar que la Casa Blanca arme sin
segundas intenciones tamaño alboroto sobre un antiquísimo trauma
de la sociedad americana, máxime cuando en la gran nación existe
de tiempo atrás más que una Colombia completa de marginados, no
digamos de la ley, sino de la vida de la comunidad, por los cuales
sus gobernantes hacen muy poco para rescatarlos de la penuria, la
ignorancia, o el envilecimiento. ¿Prosperaría acaso el filón de la
coca sin la complicidad de los vasos comunicantes del sistema
bancario mundial que, entre sus múltiples servicios, proporciona a
sus clientes el del lavado de dólares? ¿No serán capaces los
Estados Unidos, recurriendo a su inmenso poder, de acabar con la
venta de estupefacientes dentro de sus fronteras? Sí pueden mas no
se lo proponen. La cruzada antidrogas sostenida por Bush, que se
realiza cueste lo que cueste, aun pasando por encima de las
estipulaciones del derecho internacional, es un mero subterfugio
para abrirle las puertas en América Latina a la intromisión
extranjera, romper el ordenamiento jurídico de los países
sometidos y suplantar a los productores nacionales con los
magnates de los monopolios imperialistas. ¿No se congeniaba en
Estados Unidos con Noriega cuando éste era un agente de la CIA?
Pero además, ningún cometido, por humanitario que fuese, habilita
a los poderosos del orbe para desconocer las libertades de los
pueblos débiles y aplastarlos impunemente. Que se extermine el
narcotráfico, sin demoras ni titubeos, mas no a costa de la
independencia de las naciones, ni del trato respetuoso entre
ellas. Que cada Estado solucione los problemas, particulares o
generales, conforme a su voluntad soberana. Miguel Maza Márquez,
el director del DAS, dentro del cumplimiento de su ovacionada y
valerosa misión, describía a las mafias de la droga como "la
principal amenaza de la humanidad". Son cosas que se afirman al
fragor de la recia batalla. No obstante, el curso sorpresivo de
los recientes acaecimientos mundiales confirma de nuevo que los
verdaderos peligros para la feliz estancia de la especie sobre el
planeta no van del Sur hacia el Norte sino que vienen del Norte
hacia el Sur.
Después de dilatadas negociaciones secretas entre la delegación
estadinense y la de los países andinos más implicados en el
procesamiento y exportación de la cocaína, Bolivia, Perú y
Colombia, se celebró en Cartagena lo que se ha considerado la
primera reunión multilateral sobre el narcotráfico en el
hemisferio. Al encuentro lo rondaban tres fantasmas: la ocupación
de Panamá, el bloqueo marítimo y las veladas injerencias del
Pentágono dentro de la zona. En suma, el comportamiento despótico
de Washington. En tales condiciones la cumbre no debió convocarse,
pues significaba una implícita exculpación de los desmanes que
tantas protestas habían generado. Una vez convenida, los
discursos, y hasta el documento suscrito, hicieron eco a las
observaciones planteadas con antelación por los presidentes
suramericanos, que volvieron a implorar, cada quisque con sus
manos juntas, el auxilio pecuniario, tratando de sacarle el máximo
jugo a la visita del aliado rico.
Los cuatro signatarios reconocieron, por un lado, que la ilegal
circulación de estupefacientes contribuye "en algunas partes" a la
"entrada de divisas y a la generación de empleos e ingresos", y
por el otro, que la lucha contra aquel fenómeno abrumador ocasiona
"trastornos socioeconómicos a largo y corto plazo". De todos modos
se hizo hincapié en la necesidad de un "desarrollo alternativo" si
se aspira a extinguir las plantaciones y la elaboración de la
coca. Dentro de estos puntos la declaración alude tácitamente a la
apertura económica, y pone una pica en Flandes cuando ensalza las
bondades del libre comercio, la privatización y las inversiones
extranjeras. En cuanto a la contención de la delincuencia
organizada se dispuso que "las partes podrán establecer los
debidos entendimientos bilaterales y multilaterales de
cooperación". Hubo, en síntesis, plena armonía en las cuestiones
analizadas.
Y cuando la prensa, pletórica de emoción, se había convencido a sí
misma de que las prevenciones estaban desapareciendo y de que los
Estados Unidos amoldarían su conducta a los compromisos recién
contraídos, aparece el señor William J. Bennett, el zar
antinarcóticos de la Casa Blanca, a sólo cuatro días de la cita en
la Ciudad Heroica, para insistir en que su gobierno no descarta el
desplazamiento de barcos norteamericanos hacia las aguas caribeñas
de Colombia con el fin de interceptar los envíos de droga. Hasta
ahí llegó el tan cacareado borrón y cuenta nueva.
Definitivamente lo que Washington quiere dejar establecido es
quién manda en América, sin excluir su "patio trasero". Sólo en el
Nuevo Mundo se cuentan por decenas sus embestidas militares. Con
la del 20 de diciembre van en trece las invasiones a Panamá. No
yendo muy lejos, en 1986 Bolivia soportó dentro de su territorio
los operativos bélicos de la DEA; la embajada yanqui en Lima
inauguró hace poco una fortaleza en las selvas peruanas para
atalayar a los narcotraficantes, y Colombia, en 1984, encaró la
interferencia de sus rutas marítimas como un primer ensayo de la
administración Reagan. A este grave entrometimiento se lo llamó
"Hat Trick", o "treta simple", y fue proyectado por el señor Bush,
cuando, además de la vicepresidencia, desempeñaba la jefatura de
la oficina de control de sicotrópicos.
En repudio al alud de agravios de la superpotencia de Occidente,
Durán Dussán, a quien le ayuda el carácter, reafirmó que Colombia
no admitirá "ningún tipo de imperialismo". A pesar de la
contundencia de la aseveración, sus palabras no son portadoras de
un ánimo antagónico; ni siquiera tienden hacia la agudización de
las constantes fricciones con los Estados Unidos, a los que el
precandidato cataloga todavía como un amigo confiable con quien
habremos de "tener muy buenas relaciones" y "mejorar el comercio
internacional".
Tales apreciaciones coinciden con las emitidas por algunos voceros
de las capas más pudientes, aun de los estamentos industriales,
que adoptan una actitud patriótica pero esperan que se atenúen los
sordos e intermitentes pleitos con Norteamérica aplicándoles algo
de sentido común. Nosotros secundamos cualquier esfuerzo
encaminado hacia la búsqueda de unos reacoplamientos justos entre
Colombia y los Estados Unidos. Sobre esto venimos repicando desde
la década del setenta. No nos oponemos a que se reafirmen, e
inclusive a que se amplíen los vínculos económicos entre las dos
naciones, sin olvidar naturalmente las enormes disparidades que
las separan o enfrentan. Nos late, sin embargo, el temor de que
los deseos bien podrían seguir un rumbo y la realidad otro. Es la
antiquísima antinomia de si los hombres gobiernan los
acontecimientos o éstos a aquéllos. La sociedad norteamericana
pasa por una prueba única tras su rápida y tortuosa evolución. Sus
conductores, en medio de la peor encerrona desde la segunda
conflagración mundial, ven de súbito hundirse, y casi sin
explicación satisfactoria, a la Unión Soviética, que sale en
desbandada de todas las trincheras estratégicas del globo. Una
bendición caída del cielo. Pero como la pugna por la hegemonía
mundial no se detiene, el coloso del Norte afronta en el campo
económico la implacable ofensiva de los viejos y los nuevos
competidores: la Comunidad Europea, el Japón y, por descontado,
los mismos soviéticos, que no se rendirán tan mansamente y
conservan intacta su portentosa maquinaria bélica. En tal trance,
a la burguesía norteamericana no le queda otra que valerse de los
aprietos de Moscú y lanzarse a colonizar, por completo y sin
contemplaciones, las economías de los países subdesarrollados. Tan
conscientes serán los gobernantes yanquis de la situación, que en
la asamblea conjunta del Banco Mundial y del Fondo Monetario
Internacional, llevada a cabo a finales de noviembre de 1989,
George Bush aceptó que "no se nos ha presentado una mayor
oportunidad como la que tenemos ahora en Polonia, y más
ampliamente en la Europa Oriental".
La toma violenta de Panamá y la pacífica, en cierta forma, de
Nicaragua, decididas por los actuales estrategas de la Casa
Blanca, están indicando a las claras que, hoy por hoy, en el
torrente de la historia contemporánea se observan desvíos de
innegable trascendencia. Y, en cuanto a Cuba, nunca había estado
la soledad tan sola. Fidel Castro, en algo más de doce meses, ha
padecido, unas tras otras, las angustias de sus escandalosos y
aplastantes fracasos. Los calamitosos efectos de la perestroika,
la retirada de Angola, el fusilamiento del general Arnoldo Ochoa y
del grupo de conspiradores acusados de narcotráfico, el secuestro
de su exsocio panameño y la derrota electoral de su pupilo
nicaragüense, simbolizan los cipos descollantes de una senda que
conduce hacia el colapso ineludible. Comprendiendo que Gorbachov
los había dejado en las astas del toro, los comandantes de la
Isla, el bastión que aún queda en pie de la caduca política del
socialimiperialismo, no obstante haberse negado desde un comienzo
a prescindir del método de la sojuzgación directa de los pueblos
esclavizados que les garantizaba las valiosísimas retribuciones
del Kremilin, han ido bajando poco a poco el dejo de sus criticas.
Si en el pasado próximo se inmiscuían en cuanto conflicto
explotase sobre la pelota terráquea, en el presente su táctica se
reduce a sobrevivir, ahora sí de verdad a noventa millas del
monstruo. Por eso sentenciaron a muerte a los encargados del
matute de la cocaína, y desde La Habana ya llegan comentarios que
disimuladamente elogian el derribamiento de las burocracias de las
repúblicas del Este europeo, sin que se omita el descrédito del
asesinado presidente de Rumania, Nicolae Ceausescu. Carlos Rafael
Rodríguez, el segundo dentro de la jerarquía del gobierno cubano,
al interpretar la sorpresiva victoria de las fuerzas opositoras de
Nicaragua, enumera como causas del revés, además del levantamiento
interno y del desastre económico, al "desplome del socialismo" en
Europa y al fenómeno de que "el combate fue suplantado por la
jovialidad", un tácito reproche a la conducta de los sandinistas.
Lo destacable es que el vicepresidente dio como un hecho cumplido
que Managua había cambiado de redil, con todo y lo que ello
representa no sólo para Latinoamérica sino para el mundo. Total,
que la existencia del régimen de Fidel Castro, a quien el
oportunismo convirtiera en un ateo de tierra firme, depende casi
que exclusivamente de esa habilidad muy suya de mimetizarse ante
los cambios globales de la correlación de fuerzas.
Dentro de ese gran marco, descrito al vuelo, se divulgan las
providencias preliminares con que el gobierno colombiano ha echado
a andar la tan discutida liberalización de nuestra economía.
Cuando los consorcios de las metrópolis occidentales están listos
para entrar a saco, nosotros corremos a entregarles las llaves. La
primera observación consiste en que la estratagema oficial se
limita a abrir el mercado interno a los artículos y a los
capitales foráneos, con el argumento mendaz de que así
apuntalaríamos el poder competitivo de la industria. Podemos
sostener que no se ha promulgado una sola medida que avale esta
afirmación. Basta repasar los pronunciamientos de los distintos
gremios para intuir la dimensión exacta del desagrado y el
desconcierto que afloran en los dominios de la producción. Salvo
uno que otro dirigente en éxtasis electoral, el repudio de la
inmensa mayoría es unánime. Además, quienes pregonan que se quiten
las medidas proteccionistas son los primeros en aplicarlas para
todos los rubros del comercio. Los empresarios han advertido
claramente que antes de hablar de apertura se debe proceder a la
"reconversión", o modernización de las estructuras industriales,
una tarea que necesariamente será prolongada, compleja y costosa.
Los entendidos saben perfectamente bien que el auge de las
importaciones y del contrabando, ocurrido entre 1975 y 1977, en
virtud de las disposiciones permisivas del cuatrienio de López, se
tradujo en preocupantes quebrantos productivos no tan fáciles de
corregir.
Al señor Barco le interesará tan poquito la preservación de las
fuentes de empleo y el equilibrio comercial o cambiario, que
mientras 800 posiciones arancelarias hacen tránsito al régimen de
libre importación y se ablandan las garantías que tradicionalmente
han regido a favor de nuestra Flota Mercante, como la "reserva de
carga" los créditos para las exportaciones se encarecen y tanto el
monto de éstos como su cobertura se reducen. Si los organismos
encargados de la planificación y el desarrollo no protegen con
esmero la oferta de nuestros productos en el comercio exterior, y
los medios en que los transportamos, el anunciado fortalecimiento
de las escasas e incipientes factorías del país no deja de ser una
pasajera distracción para facilitar el ingreso de las mercaderías,
los capitales y los esquilmadores extranjeros.
En las postrimerías de 1989 se creó el llamado Fondo Colombia con
el objeto de subastar una apreciable porción de acciones de las
sociedades anónimas colombianas en las bolsas internacionales.
También se autorizaron ampliaciones considerables de la inversión
foránea dentro del sector financiero, modificándose
sustancialmente las modestas normas que propugnaban la
"colombianización" de la banca. A este menoscabo de las
conveniencias nacionales hay que agregar el traspaso que de su
participación en las empresas vienen efectuando los entes
estatales, en beneficio de los monopolios de las grandes
potencias, como en los casos de las ensambladoras de la rama
automotriz. A veces los institutos oficiales de fomento se
posesionan de las fábricas en bancarrota, y cuando éstas se han
recuperado, las enajenan. Ningún ejemplo más a propósito que éste
para esclarecer el auténtico rol económico del Estado dentro de
las relaciones sociales prevalecientes, con el agravante de que
sus cuantiosas disponibilidades no sirven plenamente ni siquiera a
la burguesía colombiana, y mucho menos a la masa trabajadora, sino
a las multinacionales con las que se asocia. Una tendencia
contraria al progreso colombiano y a Colombia, y que estamos
decididos a combatir precisamente por ello, por su carácter
regresivo y antinacional.
4. LA PELEA
Otro aspecto irritante del asunto radica en que
aquellos alocados ajustes y aquellas pueriles argumentaciones no
son caprichos de Barco; responden, como nadie medianamente
enterado lo ignora, a los veredictos inapelables del Fondo
Monetario Internacional y del Banco Mundial, los comandos supremos
de las finanzas del orbe. Debido a que los países menesterosos se
hallan entrampados por sumas desmesuradas, no les queda más
remedio que obedecer, no importa cuán absurdos sean los
diagnósticos o los dictámenes. ¿Qué lógica o sentido tiene que a
Colombia se le pida comprar 4.000 camiones y 2.000 buses anuales
en el exterior, por ejemplo, cual lo recomienda un estudio
reciente, elaborado a manera de programa por tales entidades? Y
sin duda sucederá lo mismo con la agroindustria, los textiles, las
confecciones, la siderurgia, el calzado y las demás manufacturas
que habremos de importar forzosamente, camino hacia la ruina, aun
cuando no requiramos muchos de sus productos.
¿Y qué pretenden los monopolios norteamericanos con la promoción
de todo este desbarajuste? Evidentemente sentar los reales en
Latinoamérica, su retaguardia, en cuyos limites y opulentos
espacios piensan definir la supremacía del mundo, una guerra más
endiablada que las de sangre y fuego. Van tras el mercado, tras
los recursos básicos, pero fundamentalmente van tras la mano de
obra barata, el arma secreta que decidirá esta guerra. Eso enseñan
los famosos "dragones asiáticos", y de modo especial el modelo de
Corea del Sur, en donde los obreros realizaron impresionantes
manifestaciones de protesta en 1987, porque los salarios son
exiguos y desde hace muchos años no se les permite la organización
sindical en infinidad de empresas. En nuestro caso, además de
estas anomalías, el experimento implica la ruina de la producción
nacional, pues hay una industria por quebrar, como en México, que
ha visto desaparecer sus textileras, a tiempo que se instalaban en
las poblaciones fronterizas con Estados Unidos las tristemente
célebres maquilas, que no son más que talleres de subcontratación
donde se ensamblan o terminan los productos de ese importante
renglón industrial. Y ese "milagro" mexicano, coreano, o taiwanés,
lo generalizarán los monopolios sobre la faz del continente,
derribando fronteras, transgrediendo leyes y pisoteando los
derechos de los demás. Si el Pacto Andino era, cual lo advertimos
en su momento, una singularísima reglamentación de la inversión
extranjera, de modo que una fábrica instalada en Quito pudiese
vender sin mayores trabas sus productos en La Paz, la apertura es
la ausencia de toda reglamentación tras el mismo objetivo.
Pero lo más irónico es que los industriales colombianos, no
obstante las dudas que les ronronean en el alma, todavía abrigan
la ilusión de que el Fondo Monetario Internacional y el Banco
Mundial les financien los elevados costos de la "reconversión".
¡Que nos salven quienes nos emboscan!
En resumen, ha habido un cambio estratégico de la situación
mundial, pero para los pueblos del Tercer Mundo, más de tres mil
millones de seres, el horizonte sigue encapotado. No tienen más
salida que luchar por la soberanía de sus repúblicas, la
autodeterminación, el progreso, la democracia y la unidad por
encima de las diferencias de razas, de lenguas, de culturas, de
desarrollo. El triunfo será incuestionablemente suyo, si obran con
audacia y acierto. Colombia contribuirá a la causa haciendo lo
propio. "Sabiendo negociar", cual lo expresara el precandidato
Durán Duasán, y sobre la base del respeto y el beneficio mutuos,
habremos de recibir gustosos los capitales y la técnica que nos
reporte la participación de la grande industria extranjera, igual
la estadinense que la europea, la japonesa o la soviética. Y
aunque nuestra producción sea atrasada en comparación con aquélla,
la defenderemos utilizando la nación para lo que históricamente
fue creada, para proteger la economía de los pueblos aún en
crecimiento. No es lo mismo que la acumulación capitalista
obtenida en Colombia vaya a parar a Wall Street o se quede aquí,
bajo la vigilancia del Estado colombiano y la influencia directa o
indirecta de las bregas de los obreros y los campesinos, cuyo
trabajo asalariado al fin y al cabo la genera. Y a quienes
vinieren a burlarse de la dignidad nacional les meteremos su gozo
en un pozo.
Movimiento Obrero Independiente y Revolucionario
MOIR
Comité Ejecutivo Central
Francisco Mosquera
Secretario General
EL 27 DE MAYO, OTRO
11 DE MARZO
Mayo 23 de 1990
Publicado en El Tiempo el 25 de mayo de 1990.
"En el Estado toma cuerpo ante nosotros el primer
poder ideológico sobre los hombres", decía Federico Engels en su
folleto intitulado Ludwig Feuerbach y el fin de la filosofía
clásica alemana, que escribiera hacia 1886 con la mira de
recapitular los hondos cambios ocurridos en el pensamiento del
siglo XIX. Se había descubierto que el aparato estatal, aun cuando
parecía erguirse independientemente por encima de toda la
sociedad, encarnaba a una determinada clase o capas sociales, y
éstas, cualesquiera que fuesen, si querían establecer su
dominación, estaban obligadas a conquistarlo y a través de él
presentar sus intereses como si se trataran de los objetivos de la
comunidad entera. Ante el montón de acontecimientos
contradictorios que se entrelazaron en las elecciones del 11 de
marzo, quien se ocupe de la historia de estos días calamitosos, no
podrá menos que, sin atenerse demasiado a la lógica, resaltar la
fuerza de convicción del modelo presidencialista que nos ha regido
por años.
No obstante los errores cometidos, unos garrafales y otros
infantiles, el pequeño círculo palaciego se salió con las suyas.
Los distintos movimientos políticos y gremiales, incluidos los
expresidentes y los periódicos del partido de gobierno, han
censurado muchas de las actuaciones del cuatrienio en extinción. A
Barco se le reprueban desde sus largos silencios hasta sus
frecuentes viajes a otras latitudes, vacíos tanto más notorios
cuanto que la situación de Colombia va de mal en peor. Los
colombianos nos sentimos inermes ante los estragos de un
terrorismo incontenible, que ha cobrado la vida de cuatro
candidatos presidenciales y de miles de personas inocentes; de un
desempleo y una inflación multiplicados; de una deuda externa cuyo
servicio representa el mayor escollo para el crecimiento nacional;
de una lucha contra el narcotráfico más costosa de lo previsto, y
de un incremento repentino de las presiones de los monopolios del
Norte que pretenden llevar hasta el último extremo su indiscutida
supremacía sobre el mercado, la industria y los recursos de
nuestra nación. Y no faltan quienes, con ascendiente para
exponerlo, han demandado el relevo presidencial y el nombramiento
de una administración de facto. Sacándole el jugo a las
manifestaciones continuas de inconformidad, el mismo Alvaro Gómez
Hurtado tuvo el atrevimiento de proponerle a Barco un triunvirato
que se ocupara de los intríngulis del orden público, la forma
menos cruda de sugerir la abdicación o el autogolpe.
Aun así, estos enfrentamientos no deben recibirse sin beneficio de
inventario. Cada vez que las autoridades supremas se lucieron con
sus salidas de tono, de los labios de un Lleras Restrepo, un López
Michelsen, un Turbay Ayala, un Betancur Cuartas, e inclusive de un
Pastrana Borrero, brotó sin ambages el consejo penetrante y
pertinente. ¡Se puede ser liberal, pero con prudencia! A ese paso
los experimentados adalides del bipartidismo tradicional,
olvidándose a ratos de las cordiales discordias, han aparecido en
las coyunturas difíciles, con uno u otro interés, a rendir el
tributo de su apoyo al último período gubernamental de los
ochentas.
Nosotros pensábamos, por ejemplo, que Turbay Ayala, tras haber
sido escogido como arquitecto y amo de la unión de su
colectividad, vendría del Vaticano a poner las cosas en su sitio;
mas el exmandatario, tentado por el demonio de la reelección,
acabó coqueteando con los detentadores del poder y complaciendo
cada una de sus estratagemas. Aceptó la escogencia a dedo de
Gaviria como candidato de la facción galanista; estuvo en el
banquete de homenaje al sombrero del comandante del M-19, haciendo
gala de absoluta obediencia; no puso reparo alguno a las cuatro o
cinco enmiendas constitucionales que de modo tan incongruente
intentó imponer el gobierno, comprendida la "séptima papeleta",
que fuera inventada, entre otras finalidades, para recogerle votos
al heredero del barquismo, y no le hizo honor ni a su aureola de
táctico ni a su tradición de caudillo. Carlos Lleras respaldó toda
la maniobra, sin estridencias, a pesar de haber criticado en su
momento la alianza de Luis Carlos Galán con el Ejecutivo, hecha
para impedir el arribo de Juan Martín Caicedo Ferrer a la alcaldía
de Bogotá en los comicios de 1988. Belisario Betancur, no obstante
mantenerse al lado del socialconservatismo, ha asumido una actitud
más bien discreta, sin ir a fondo en la pelea contra el esquema
barquista de mando, cuidándose de desencadenar juicios de
responsabilidades sobre las repercusiones del "sí se puede", un
ensayo funesto que, cual se sabe, atizó la espantosa violencia en
la que se desangra la república y agudizó la enorme crisis
económica de Colombia. Y Misael Pastrana, quien con su aspirante
presidencial, el doctor Lloreda, marcha hacia el 27 de mayo
presintiendo las tempestades de una derrota casi segura, en forma
sorprendente ha acogido, o ha puesto apenas reparos a las grandes
maquinaciones de los héroes del día, entre las cuales se destacan
la exaltación artificial del M-19; las franquicias otorgadas a las
mercaderías y a los capitales foráneos, que en creciente número
inundarán el territorio patrio, y la reforma de las instituciones
por los medios de un plebiscito y de una asamblea especial, sin
perjuicio de que tales arrebatos vayan a contrapelo de la
legislación vigente, o hubieran contribuido el 11 de marzo a
generar la inmensa e incomprensible votación atribuida a uno de
los más eméritos miembros del vapuleado sanedrín.
O sea que el continuismo, pese a los palos de ciego y a los
irritantes desafíos con los que cuotidianamente se pone a prueba
la paciencia de los gobernados, convirtió sus verdades en una
creencia general, la que al mismo tiempo utiliza para realizar
propósitos muy definidos y muy particulares. El quid de este
extraño fenómeno no se halla en la habilidad del mandatario de
turno sino en la omnipotencia del Estado, más aún en las
democracias pobres y sometidas, en donde las influencias sociales,
tanto económicas como políticas, tienden a concentrarse por
completo en la maquinaria gubernamental y, en último término, en
la figura del primer magistrado, quien a menudo, moldea la
conciencia pública sin tener que acertar en las soluciones, ni
verse obligado a inquirir la opinión de sus conciudadanos.
Los guarismos de las elecciones del 11 de marzo pusieron
precisamente al descubierto las preeminencias demoledoras del
presidente de la república. Nadie más que él ganó la consulta
liberal interna, y con una votación demasiado voluminosa para el
curriculum vitae de su favorito, pues el señor Gaviria jamás se
destacó en los terrenos de la teoría, las letras, la oratoria, ni
en ninguna de las demás disciplinas indispensables para el
correcto encauzamiento de los destinos de un país. Es curioso, por
decir lo menos, que este personaje ocasional, al que todos
consideran un santón, bien en la una, bien en la otra acepción del
diccionario, sea, en el mejor sentido, el hombre de la crisis. Por
supuesto que las votaciones adolecieron de escandalosas anomalías,
muchas de las cuales las propició o las toleró el régimen,
empañando su propio éxito. A Yamid Amat, del noticiero de Caracol,
cadena de reconocida audiencia, se le permitió hacia el mediodía,
en una hora clave, inducir las preferencias de los electores
mediante la divulgación de encuestas que a la postre resultaron
abultadas y urdidas. La simbólica sanción con que más tarde fuera
amonestado el monopolio radial, perseguía únicamente el revestir
la falta con un viso de escrúpulo, después de que el ardid ya
había surtido sus efectos, y siendo que los informadores son los
más informados de la expresa prohibición de suministrar
escrutinios distintos a los elaborados por los organismos de que
habla, no sólo el Código Electoral de 1986, sino las disposiciones
modificatorias posteriores.
En cuanto a los daños de las computadoras de la registraduría,
cuyo sistema operativo sufrió ese domingo un verdadero infarto que
durante dos días impidió se conocieran los datos oficiales, los
funcionarios no lograron desvanecer las sospechas. Lo cierto es
que cuando el gobierno colombiano había quedado comprometido a
modernizar en algo los sufragios, más que en ninguna otra ocasión
y conforme a las normas indicadas, aquéllos acusaron
imperfecciones inexcusables.
La otra grave irregularidad, tampoco esclarecida de modo
satisfactorio, consistió en el consentimiento de la celebre
"séptima papeleta" en pro de la asamblea constituyente, y que una
especie de mita estudiantil, organizada para el caso, repartió
entre los votantes de determinados municipios, mientras que sus
reales gestores, conocidos dirigentes de las viejas colectividades
y de la franja extremoizquierdista, se limitaban a aplaudir tras
bambalinas. Con el ánimo de convalidar todo este nebuloso asunto,
Jaime Serrano Rueda, el registrador, adoptó una posición ridícula:
que a la propuesta ciertamente le faltaba piso legal y, en
consecuencia, no se escrutaría el respaldo que obtuviese; pero
tampoco se anularían los votos si la tarjeta en mención iba dentro
de los sobres de las listas debidamente registradas. De ahí el
nombre que se le diera. Sobra añadir que los medios de
comunicación asumieron voluntariamente la tarea de contarla; mas
nadie responde de la veracidad de las elevadas y disímiles cifras
difundidas. La reforma de la Ley Fundamental había comenzado...
con su quebrantamiento.
Un último cambio en las reglas del juego, no menos despótico que
los anteriores, se advierte en los múltiples privilegios
concedidos al M-19 por parte de los asesores presidenciales y
consignados en las actas de Santo Domingo, una lejana región del
departamento del Cauca. Para sacar avante las negociaciones de la
"paz", cuyos puntos acordados fueron meras cuestiones de
crematística adobadas en retórica, el Palacio de Nariño contrajo
el compromiso de facilitar el acceso a las urnas de la
organización insurrecta, resolviéndole, de un día para otro, todas
y cada una de sus dificultades, desde las de protección y
vigilancia hasta las de orden jurídico y financiero. Siguiendo las
huellas de su antecesor, el mandato barquista también buscaba
recomponer su imagen y además ganarse un aliado, a su juicio
valioso, que, desde un supuesto bando contrario, lo acolite en los
afanes por fortalecer a Gaviria, enterrar al conservatismo,
cumplir con la apertura económica e instaurar el referendo y la
constituyente. He ahí el inesperado desenlace del drama de los
seguidores del sacrificado comandante Carlos Pizarro Leongómez, de
los exponentes vivos de una agrupación rebelde que se hallaba
vencida, según lo recuerdan a menudo sus ex compañeros de la
Coordinadora Guerrillera, y que ahora han pasado a desempeñar un
papel de primera línea en la lucha civil, o civilizada, si se
quiere. Recibieron en marzo una votación tanto o más inconcebible
que la del ex ministro delegatario, dadas las condiciones de
improvisación de su campaña, e ingresaron al Parlamento y a otros
cuerpos colegiados. Es una victoria de estos corredores de la
subasta del apaciguamiento barquista, quienes acaban de poner a
disposición de los habitantes del Magdalena Medio sus buenos
oficios de intermediarios, luego de enterarse de que las
autodefensas de la estratégica zona habían presentado fórmulas
conciliatorias al alto gobierno. Su conversión no podía ser
entonces, ni más rápida, ni más milagrosa. En un periquete
saltaron del monte a la ciudad, de perseguidos a asesores, de
objetos de la "paz" a sujetos de ésta. Con todo, entre los
decretos de estado de sitio expedidos a su favor, la Corte Suprema
de Justicia declaró ya inexequible uno de ellos, el 713 del
presente año, por el cual se permitía la inscripción de aspirantes
a la presidencia aunque no reunieran las calidades contempladas en
la Constitución.
A dichas alteraciones han de agregárseles los conceptos del
Procurador Alfonso Gómez Méndez contra el plebiscito recién
decretado, y por el cual los comicios del próximo 27 decidirían la
convocatoria de una "asamblea constitucional". En otras palabras,
vuelve y juega la "séptima papeleta", ahora con el franco
patrocinio del gabinete. A la hora de escribirse estas líneas se
desconocía aún el veredicto de la Corte al respecto. Pero no
necesitamos esperar el fallo, favorable o adverso, para
persuadirnos de que la vieja república se encamina hacía un cambio
abrupto de sus instituciones, promovido cabalmente por los
sectores políticos y sociales que en los últimos años han ido
ganando notoriedad e influencia en áreas vitales del Poder, las
finanzas, el gran comercio, las relaciones internacionales.
Existen síntomas bastante evidentes de que estamos entrando en una
nueva situación, lo mismo dentro que fuera de Colombia. Se trata
de acontecimientos imposibles de ignorar, pero también imposibles
de creer hace una década, o hace un lustro.
Podemos decir que Estados Unidos recuperó en buena parte la
iniciativa perdida dentro del ámbito de los negocios
internacionales, mientras la Unión Soviética, en la recta final de
su involución capitalista, ve disminuir aceleradamente la suya.
Una variación de ciento ochenta grados en el curso de las
contradicciones a nivel mundial. La humanidad se precipita hacia
una guerra económica de extensión y proporciones no observadas
desde los tiempos en que el trabajo forjó sobre la Tierra las
primeras mercancías y el primer intercambio de éstas; unas
colosales disputas que cobijarán a todos los continentes y a todas
las razas, pero cuyos principales autores no serán ya
exclusivamente las dos grandes naciones nombradas, sino que
contarán también con la activa presencia de Europa y el Japón. El
mundo dividido por dos se ha dividido por cuatro, y quizás se
partiría en cinco, si China, con más de mil millones de seres, se
acercara por su cuenta y riesgo al teatro de unos enfrentamientos
hasta el presente "pacíficos", pero que cualquier desajuste en el
complicado equilibrio bien podría encenderlos. Los planteamientos
de que, para salir del atraso y la pobreza, Colombia debe tomar
parte resueltamente en el actual proceso de internacionalización
de la economía, y sobre los cuales tanto se especula, son apenas
ecos ideológicos de las agrias contiendas que libran las
metrópolis por el control de los mercados. A la par que pregonan
la apertura para los países que giran en su órbita, los bloques
imperialistas practican entre ellos el proteccionismo. Y ésta es
la doble conducta que mantienen los consorcios estadinenses en sus
relaciones con nosotros y el resto de Latinoamérica.
Siempre hemos insistido en la necesidad de efectuar
rectificaciones en la conducción de la economía del país, algunas
incluso de fondo. Jamás hemos sido partidarios de escudarnos en el
aislamiento nacional como una forma de proteger nuestra incipiente
industria. En suma, no creemos que haya fórmulas simples o fáciles
en el intento titánico de propugnar el desarrollo. Pero de ahí a
dejarnos arrastrar de la ternilla, o compartir la ingenua
convicción de que basta con introducirnos en la retorta del
comercio mundial para salir fortalecidos con la prueba de la
competencia, hay un abismo muy considerable. A quienes les cuelan
estos cuentos, o no son listos, o no son independientes. Cuando
alguien se refiere a la apertura económica se entiende que habla
de una política global, concreta y definida, la que el Fondo
Monetario Internacional les está imponiendo a los países
endeudados, con el propósito de convertirlos exclusiva y
totalmente en feudatarios o tributarios de las economías de las
repúblicas de los prestamistas del planeta, y en nuestro caso, de
la norteamericana. Obviamente aquel enunciado no atañe a los
esfuerzos que emprendan los exportadores o los comerciantes de un
determinado pueblo tras el cometido de vender en el exterior los
productos de éste e impulsar su progreso, contra lo cual ningún
patriota consecuente habría de pronunciarse. La apertura que
venimos reseñando y combatiendo implica no la modernización de las
estructuras productivas de Colombia sino la quiebra de algunas de
sus ramas industriales más antiguas, más sólidas y de mayor
afluencia del capital nacional. El torrente de medidas económicas
que desde el segundo semestre de 1989, ha puesto precipitadamente
en práctica el actual gobierno, ya en la penumbra de su
decadencia, levantaron múltiples reclamos de los gremios
industriales, las organizaciones sindicales y los frentes
investigativos. Se derrumban las escasas barreras de protección e
iníciase el alud indiscriminado de los productos extranjeros; el
Estado pone en venta sus participaciones en las actividades
productivas y se tramita la privatización de los servicios
públicos; los créditos de fomento sufren drásticos recortes y los
intereses bancarios llegan a índices realmente confiscatorios; los
organismos de la planificación estudian el desmonte del control de
cambios y el dólar continúa desplazando al peso en las
transacciones internas. En fin, con sus reformas en los más
variados campos, las autoridades colombianas alientan el proceso
de colonización o apertura económica, que es lo mismo.
Mucho tememos que todo este revuelo armado en torno a la enmienda
de la Constitución a través de la vía excepcional de un referendo
y de una asamblea extraparlamentaria, obedezca a insistencias de
Washington para que se efectúen cuanto antes los amoldamientos
jurídicos sin los cuales no sería posible la santa misión de
liberalizar a los países infieles de la época. La tormenta
reformista que se ha desatado representaría entonces un gigantesco
retroceso y no una innovación, cual lo proclaman los
constitucionalistas del sistema. Estaríamos ante una conjura
contra el país, que vería comprometido su futuro y aplastadas sus
mejores tradiciones. Todo indica que es así, desafortunadamente.
Los ejecutores del peligroso proyecto se aprovecharán hasta de los
anhelos de cambio de las masas. Cualquier factor puede servir: la
deficiencia de los jueces, el anquilosamiento de las cámaras
legislativas, la lucha sin cuartel contra el narcotráfico, la
candidez virginal de los universitarios, el oportunismo de la
extremaizquierda, los cálculos ilusos y egoístas de la burguesía,
la división permanente de la clase obrera, los realinderamientos a
escala internacional, el temor de las gentes y, sobre todo, la
indiferencia política de vastos segmentos de la población, que da
pábulo a la labor diversionista del Ejecutivo, cuando casi todos
los meses se escuchan desconcertantes noticias o rumores de que
naves norteamericanas han vulnerado las aguas y los cielos de
Colombia; incidentes gravísimos, frente a los cuales el presidente
de la república ni siquiera se pronuncia. Y el día que por tal
motivo llegó a salir un comunicado de alguna agencia
gubernamental, fue para justificar las expediciones yanquis, por
lo general fraguadas desde territorio panameño, convertido de
hecho en el 52 estado de la Unión, luego del asalto de diciembre,
con que se depuso a Noriega y se le secuestró. Otro tanto ha
acontecido con la muerte violenta de Rodríguez Gacha, alias El
Mejicano. Voceros del Pentágono y del Congreso estadinenses
involucraron a agentes de la DEA en dicha operación, llevada a
cabo en nuestra Costa Atlántica. La Cancillería colombiana les
restó trascendencia a semejantes declaraciones que eran, o un
infundio, o una infidencia, materia delicada en ambas
eventualidades. Las ofensas contra la dignidad nacional ya no
reciben ni el tratamiento reservado a las infracciones de
inspección de policía. Si en el cuatrienio que concluye ha sido
notoria esta tendencia, particularmente durante el último tramo,
cuando se desanuda casi siempre el pleito de la sucesión
presidencial, ¿qué puede esperar el pueblo colombiano de César
Gaviria, ungido prácticamente desde el 11 de marzo, cuya buena
estrella se la debe a Barco y a quien viene acompañando, sin
interregnos ni deslealtades, aun antes del 7 de agosto de 1986?
El decreto con que se autoriza la consulta sobre la citación de
una "Asamblea Constitucional" está redactado de tal modo que, en
definitiva, se trata de un cheque en blanco girado a favor del
próximo mandatario. Los partidos menores, e inclusive las fuerzas
con raigambre electoral pero que no gozan de las simpatías del
estrecho círculo dominante, al promover el referendo y la
constituyente como los métodos democráticos jamás descubiertos; y
creyendo, desde luego, que así cristalizan sus aspiraciones
políticas, acabarán engañándose a sí mismos y de paso al pueblo.
No en vano Rodrigo Lloreda insistió sobre la conveniencia de
definir antes que nada tres aspectos consustanciales a la
susodicha asamblea: la convocatoria, la composición y el temario;
valga decir, quién la cita, quiénes la integran y sobre qué
asuntos versa. Como ninguno de estos puntos se ha tocado, ni
discutido, ni hay dónde hacerlo, ni con quién, pues el objetivo
prioritario consiste en arrumbar el Congreso y la Corte, se supone
que las decisiones fundamentales quedarán en manos del Ejecutivo.
Y únicamente a los monopolios extranjeros, que se alampan por
establecerse en tierras pródigas, pobladas por gentes que trabajen
mucho y cobren poco, les interesa entenderse con una sola persona,
o con un pequeño grupo de personas que no deban rendirle cuentas a
nadie.
Estos son los cambios planteados en la actualidad al pueblo
colombiano, con el sarcástico aliciente de que conquistará con
ellos el reino de la democracia participativa. En razón a que
habrá tantos derechos restringidos o conculcados, es de esperarse
que avance más rápida y eficazmente el movimiento unitario por la
salvación nacional, propuesto por el MOIR y por otros
destacamentos patrióticos y democráticos.
Y puesto que las perspectivas del 27 de mayo no parecen más
halagüeñas que las del 11 de marzo, y ante las dificultades
surgidas del pasado debate, que impidieron conformar un frente
electoral con algunas posibilidades, nos abstendremos de concurrir
a las urnas el domingo entrante.
Movimiento Obrero Independiente y Revolucionario
MOIR
Comité Ejecutivo Central
Francisco Mosquera
Secretario General
NO PARTICIPAMOS DE
LA CONSTITUYENTE
Septiembre 30 de 1990
Carta escrita por Francisco Mosquera y publicada en El Tiempo del
10 de octubre de 1990.
Doctor
Ricardo Santamaría Coordinador Ejecutivo
para la Asamblea Constitucional
Apreciado doctor:
Antes de todo, le agradezco la atenta invitación que, por encargo
del despacho presidencial, nos cursa a Marcelo Torres, Jaime
Moreno y a mí para llevar la vocería de nuestro Partido en las
comisiones preparatorias de la Asamblea Constitucional. De la
manera más comedida, me veo obligado, no obstante, a declinar en
nombre del MOIR la mencionada distinción, puesto que el giro de
los acontecimientos actuales del país y el criterio que sobre los
mismos tiene la administración del doctor César Gaviria, nos
impiden contribuir, mucho o poco, a unas formulaciones en las
cuales no creemos.
Indiscutiblemente existe la necesidad de someter a correctivos,
incluso de fondo, a las instituciones colombianas; inquietudes que
en alguna medida y en cierto sentido se insinuaron durante los
debates de las más recientes enmiendas frustradas a la Carta. Pero
ése no es el punto. Hay dos cuestiones que sí nos parecen muy
delicadas: el procedimiento adoptado y los alcances de la reforma
propuesta.
Al implantarse el referendo, y la Asamblea Constitucional,
restándole cualquier injerencia al Congreso, queda franqueable la
vía extraordinaria de variar el ordenamiento jurídico de la nación
mediante los acuerdos políticos, un recurso que en nuestra
historia patria siempre ha servido para imponer fraudulentamente,
sobre la mayoría doblegada, la voluntad de los transitorios
detentadores del mando. Y con las "asambleas populares", las
"consultas populares" y demás artificios "populares", las
cabildadas se terminan legitimando, igual en los tiempos de
Bolívar que en los días preliminares al Frente Nacional.
Cuando los jefes máximos de las viejas colectividades, Alberto
Lleras y Laureano Gómez, pactaron la realización del plebiscito
del 1º de diciembre de 1957, y a sabiendas de que pedían, por
medios harto irregulares, el reconocimiento constitucional de un
favoritismo inadmisible, la distribución milimétrica de los cargos
de los tres poderes públicos entre el liberalismo y el
conservatismo, se comprometieron a no recurrir otra vez a tan
singular expediente. He ahí el verdadero, motivo del artículo 13
de aquella componenda convalidada en las urnas, en virtud del cual
se señaló de nuevo al legislativo como único conducto para
introducirle cambios, "en adelante", a la Constitución, y cuya
derogatoria de facto vuelve y juega en el presente como símbolo de
las conquistas democráticas, siendo que entraña lo contrario,
además del rompimiento de esa especie de promesa promulgada por
los dos partidos tradicionales hace exactamente 33 años.
El extinto Mario Latorre Rueda, miembro del sonado Sanedrín del
cuatrienio anterior, durante una mesa redonda efectuada en la
Universidad de los Andes a comienzos de 1988, reconoció en un
arranque de sinceridad que se le abona: "el plebiscito, dentro de
nuestras instituciones, es un golpe de Estado". Y para él esto era
bueno o malo, según fuesen las fuerzas que salieran favorecidas.
Nadie puede sostener con razón que la senda parlamentaria
resultará menos nociva para Colombia; mas las alteraciones de
carácter legal, emprendidas a través de la transacción entre los
grupos gobernantes y con el grotesco halago de apartar a las
Cámaras, meter en cintura a la Corte Suprema de Justicia,
empequeñecer a la dirigencia política, o acudir al socorrido
constituyente primario, en lugar de un logro, representa una
marcha atrás en los anales republicanos.
La otra cuestión confusa radica en el contenido de la reforma. Las
materias determinadas el 24 de agosto, por decreto, abarcan
prácticamente todos los títulos de la Ley Suprema. Aquí no sobra
recordar que el rumbo se ha impuesto a punta de lanza, merced al
uso y al abuso del estado de sitio. Aprovechando sus autárquicas
ventajas, el Ejecutivo, tanto bajo Barco como bajo Gaviria, con
unas mismas metas y unos mismos consejeros, planificó
meticulosamente cada uno de los pasos a seguir. El 11 de marzo se
puso en circulación la "séptima papeleta", que, aun cuando la
registraduría se negó a computarla, no anulaba el voto para
alcaldes, corporaciones y candidato liberal; el 27 de mayo, ya con
la aquiescencia de la Corte, vino el sondeo de la opinión de los
sufragantes acerca de la convocatoria de la susodicha asamblea, y
el próximo 9 de diciembre quedará en firme el quebrantamiento del
artículo 218 y definidos la Constituyente, su composición y el
temario. En síntesis, el gobierno estará pronto autorizado a
remover de la superestructura de la sociedad cuanto obstáculo se
interponga a sus objetivos estratégicos, los cuales no son otros
que las exigencias del Fondo Monetario Internacional y el Banco
Mundial, en la actualidad circunscritas a la liberalización de las
economías de los países débiles y aceptadas por las clases
dominantes de éstos para mayor gloria de los monopolios
imperialistas, primordialmente los de Estados Unidos.
En tiempo relámpago han sido expuestas por diversos funcionarios
las directrices básicas, del nuevo enfoque, que, de aplicarse, no
dejarán rama importante de la producción colombiana sin tocar o
lesionar, ceder o destruir. No se ha negociado todavía
contraprestación real alguna, ni siquiera en materia de créditos,
ni en el más insignificante tópico del vasto mundo posible de las
medidas recíprocas, y el régimen ya inició el ascenso de la
empinada y peligrosa cuesta: libre importación de las mercaderías
extranjeras; desmonte del control de cambios y dolarización de la
economía; privatización de las empresas del Estado, como en los
casos previstos de los puertos, las comunicaciones, la vivienda
subsidiada y los seguros sociales; fin de todo apoyo a los
empresarios de la ciudad y el campo; inversión indiscriminada de
las firmas transnacionales en la actividad industrial y de los
financistas de las metrópolis en el sector bancario; fenecimiento
de los derechos sindicales y merma vertical de los ingresos de los
trabajadores; alzas despiadadas en los precios, en los costos de
los servicios públicos y en los impuestos indirectos, y
pertinentes modificaciones a los preceptos y a los códigos, de las
que a diario tiene noticia la aturdida población colombiana. Entre
estas adecuaciones normativas se destacan, desde luego, las de
origen constitucional.
En los círculos interesados en la venta de la Nación se habla de
los derechos humanos con frecuencia, y, sin duda, los
constitucionalistas encontrarán la forma de incluirlos a
tentebonete dentro del articulado, ciñéndose a los conceptos de
"democracia participativa", "soberanía del pueblo", "juntas
políticas populares de carácter permanente" y otras necedades
doctrinarias que andan por ahí rodando. Pero el verdadero
"revolcón" se le dará al país en el ruedo de la apertura
económica, que requiere un ámbito constitucional distinto,
operante, flexible.
Doctor Santamaría:
Escribo esta respuesta sin que se haya producido aún el fallo
inapelable de la Corte en pleno sobre el decreto 1926, por el cual
la Presidencia de la República ordenó las elecciones
plebiscitarias de diciembre, con el objeto de darle algún viso
legal o democrático a la Constituyente. En medio de la natural
expectación, los colombianos esperamos enterarnos el próximo
jueves de la sentencia definitiva. Ha trascendido únicamente que
antier lo declararon inexequible los seis magistrados de la Sala
Constitucional. Sin embargo, no me hago ninguna ilusión al
respecto, pues ahí está el antecedente del 24 de mayo pasado,
cuando, mayoritaria pero inexplicablemente, el máximo tribunal de
la justicia colombiana desconoció el pronunciamiento de su
organismo especializado, a propósito del mismo pleito.
De todos modos, las furias de las contradicciones desatadas no se
apaciguarán con las simples prescripciones de los jurisconsultos.
Cosas demasiado caras para Colombia han sido puestas en subasta.
El reformismo hoy en boga no es fruto de los actos soberanos de la
administración recién establecida, sino de las presiones de las
autoridades de Washington, que a su vez están obligadas a
colonizar económicamente a Latinoamérica, su coto de caza, si
desean hacerle frente con algún éxito a la crecida competencia de
los otros bloques mundiales. Y lo prueba el hecho de que la
lúgubre salmodia de la apertura la entonan casi todos los
mandatarios de nuestro empobrecido hemisferio, y no voces
esporádicas. Ningún sector, ni adentro ni afuera del país,
conseguirá escapar de la tormenta que se nos avecina.
Unos, creo que los más reducidos, se convertirán en
colaboracionistas, como el M-19, pero el grueso de la población
defenderá la patria a morir. Mi Partido aspira al honor de
incluirse en este último bando.
Cordialmente,
Francisco Mosquera
Secretario General del MOIR
OMNIA CONSUMATA
SUNT
Noviembre 8 de 1990
Publicado en El Tiempo de noviembre 10 de 1990.
1. LAS MEDIDAS
Por coincidencia, el viernes 24 de agosto, el
mismo día en que la administración Gaviria promulgara el decreto
1926, con el cual quedaron convocados para el próximo 9 de
diciembre los comicios sobre la Constituyente, el Comité Ejecutivo
Central de nuestro Partido se reunió con el objeto de adentrarse
en las presentes circunstancias del país, que, tras el relevo de
posta en el Palacio de Nariño, se vuelven por instantes más
comprometidas y menos sosegadas. Teniendo apenas a la mano los
anuncios oficiales acerca de las múltiples innovaciones previstas
en cada una de las arterias vitales de la economía, y pese a que
el mandato recién impuesto sólo llevaba dos semanas de vida,
llegamos en el acto a una primera y tremenda conclusión: todas las
cosas están consumadas.
El lunes anterior se había conocido la increíble noticia de que se
privatizaría Telecom, o las telecomunicaciones, o que se
permitiría la gestión privada en ese engranaje del progreso, que
para el caso da igual, pues se trata de la injerencia
incontrovertible de las poderosas compañías trasnacionales del
ramo, así los voceros del gabinete juren que buscan con ello el
fortalecimiento o la modernización de la empresa estatal, cual lo
afirman asimismo, teóricamente, del resto de las actividades
amenazadas con el aluvión de las medidas permisivas de la apertura
económica.
Sin intervalos ni paréntesis, los medios informativos dieron
cuenta de otra bomba: que las labores del agro, además de perder
el soporte de los créditos de fomento y de los precios de
sustentación, tendrían que enfrentarse a la competencia
devastadora de los suministros extranjeros. El actual gerente del
Idema, Darío Bustamante Roldán, egresado de la Universidad de los
Andes como muchas de las nuevas figuras que aspiran desde los
altos puestos a ganarse el título de Padres Destructores de la
Nación, fue el encargado de exponer el desmantelamiento del
Instituto, cuyas ejecutorias se irán limitando a "las regiones
apartadas", en procura de que "gradualmente y sin traumatismos",
"los agentes particulares se hagan cargo de las importaciones de
alimentos".
Luego el ministro de Hacienda, Rudolf Hommes, ateniéndose también
a semejante lógica, dijo haber descubierto en la entrada masiva de
los bienes foráneos el remedio jamás aplicado contra la perpetua
carestía, y de la cual hizo unilateralmente responsables a los
empresarios que elevan los importes de sus artículos por encima de
los índices de la inflación. Pero lo más sorprendente estriba en
que las autoridades, tan interesadas en la internacionalización
del aparato productivo, no den señas concretas de querer
perfeccionar los tradicionales instrumentos de las exportaciones
colombianas, que a través de los años han demostrado una muy
discutible eficacia; y circunscriban la apertura justamente a eso,
poner el mercado interno a disposición de los emporios
industriales del mundo.
Y los precipitados e injustificables ajustes propuestos a las
Cámaras sobre el régimen cambiario contribuirán de seguro a
encender el debate y a confirmar las sospechas. Para quienes
desprevenidamente les han rastreado la huella, incluso en
discordancia con la propia posición militante, al modo de un Abdón
Espinosa Valderrama, por ejemplo, no habrá duda de que se continúa
disparando hacia un solo flanco: reducción de normas y aranceles;
allanamiento de los obstáculos o de las limitantes que regulan las
inversiones procedentes del exterior; ampliación de las
facilidades para el envío afuera de pagos y remesas; tránsito
hacia la dolarización de la economía en su conjunto; ventajoso
acceso de la banca y de las corporaciones financieras a la compra
y venta de divisas, y, en líneas generales, apuntalamiento de las
atribuciones del Ejecutivo en torno a los asuntos de importancia
que contempla el mencionado estatuto de cambios y de comercio
internacional.
Debido a que el máximo desatino de la última década del último
siglo del milenio, la aplaudida política del neoliberalismo
económico, presupone sobre todo la presencia tangible en el Tercer
Mundo de los capitales de las metrópolis, que no arribarán en gran
manera sin estímulos ciertos, al gobierno aperturista no podía
faltarle, entre su variado repertorio, una reforma laboral
tendiente a reducir a extremos inconcebibles la paga de la mano de
obra. Y la defendida por el ministro Posada de la Peña escamotea
sin miramientos los derechos adquiridos por las masas laboriosas
en duras, largas e históricas contiendas. Sus distintas cláusulas
o formalidades buscan no sólo extender sino encubrir el
abatimiento físico y moral de la clase obrera. Hacia la
inconfesable meta se encauzan la supresión de la retroactividad de
las cesantías, el fin del fuero para quienes cumplan los diez años
de trabajo, la legalización del empleo temporal y, por supuesto,
la artimaña de "las 36 horas". Son tiranías que, en síntesis,
colocan en peligro la existencia del sindicalismo colombiano y
regresan las relaciones obrero-patronales a sus estadios más
primitivos.
Igualmente trascendió que los asesores del Ejecutivo elaboraron
para el Conpes, Planeación y la Junta Monetaria los programas de
vivienda subsidiada sobre la base de entregarles a las
Corporaciones de Ahorro y Vivienda la totalidad de las partidas
oficiales de dicho rubro, que el régimen hará crecer con los
cuantiosos aportes extraídos a las Cajas de Compensación Familiar
y con la venta de los activos o posesiones que aún le quedan al
Instituto de Crédito territorial. Las inversiones forzosas en vez
de ir del sector privado al público de aquí en adelante correrán a
la inversa. Que las Cajas auxilien a las Corporaciones y no éstas
a aquéllas. Que el quebrado ICT responda con sus pertenencias, tal
y como las repúblicas insolventes cubren las anticresis de sus
acreedores enajenando los haberes estatales. En este punto vale la
pena recordar que después del estallido de la crisis de la deuda
latinoamericana en los albores de los ochentas, Fidel Castro, con
la intención de sacarle jugo a la coyuntura y de pasada reverdecer
sus marchitos furores de líder radical, se inventó la tesis de que
la cesación de pagos no era una consigna sino un hecho
irreversible, pues los gobiernos no contaban ya con qué sufragar
las respectivas amortizaciones. Sin embargo, el reino de los
negocios se parece bastante a la caja de Pandora, en donde se
hallan encerrados todos los infortunios del hombre a la espera de
que alguien los suelte; si no que hablen los mexicanos, los
argentinos o los brasileños, cuyos mandatarios, al unísono, sin
excluir claro está a nuestro Gaviria, comienzan a vender los
muebles de la casa para quedar bien con los prestamistas
internacionales. En el terreno económico cualquier falencia,
acucia, trampa, inflación, desempleo, ruina, por grave que
parezca, siempre será susceptible de recrudecerse. Y los pueblos,
sabiéndolos exprimir, pagarán cuanto deban. Con fundamento en
tales intuiciones el Fondo Monetario Internacional y su Banco han
diseñado la incoherente pero obligada estrategia del mercado
libre. En relación con Latinoamiérica, ya verán sus numerosos
habitantes hasta dónde los empréstitos han sido el origen tanto de
sus daños pasados como de sus males futuros.
Tal cual se ha visto, en el espectáculo reformista hay de todo
como en el buen teatro, desde tramas que sacuden los ánimos hasta
escenas que mueven a risa. Ante los reporteros, el ministro de
Hacienda, en una recreación rabelesiana, hizo la promesa de
desbastarse la barriga para inducir a los hambrientos a que se
aprieten más el cinturón. En otra comparecencia les dijo a los
desempleados que, aprovechando el desbarajuste de Europa Oriental,
traería de aquellas latitudes emigrantes entendidos con el fin de
"ahorrarse dinero en la inversión de capital humano altamente
capacitado". Y le notificó al país que se subiría del 10 al 12 por
ciento el IVA, o sea, el impuesto al consumo global, en
compensación por la merma de los recaudos ocasionada por las bajas
en los aranceles de las importaciones y en los gravámenes de los
giros al exterior. En otras palabras, que los sacrificios fiscales
de la apertura serían compensados con los recargos a las ventas y,
por ende, con más trabas a la circulación de las mercancías. La
liberalización del comercio se promovería entonces con su
restricción.
Entre el rosario de incongruencias sobresalen el estudio ordenado
por la Aeronáutica Civil tras el objetivo de llegar cuanto antes a
los "cielos abiertos” y el decreto 501 de este año, de Barco, con
el cual se le puso realmente término a la reserva de carga de la
Flota Mercante Grancolombiana; dos resoluciones que de llevarse a
cabo sellarán la suerte de nuestra navegación aérea y marítima,
con las implicaciones no remotas de colocar por completo en manos
extranjeras el transporte internacional del país y hasta su
turismo. Por ahora, el presidente de la Flota Mercante le solicitó
permiso al ministerio de la Defensa para deshacerse de algunos
buques, o matricularlos bajo las banderas de otras nacionalidades,
y por este medio habilidoso, o vergonzoso, conseguir el disfrute
de las condiciones propicias que el gobierno le concede a la
competencia.
2. EL RELEVO
Asistimos a uno de esos remezones sociales tan
comunes en nuestra crónica republicana, que sin implicar una
revolución, ni siquiera un avance, precipitan, junto con el
eclipse de criterios o esquemas administrativos, la caída de los
hombres que los esgrimieron y el ascenso de aquéllos que por
fuerza de las circunstancias están llamados a llenar el vacío. Los
César Gaviria hormiguean por doquier, en las juntas, en las
comisiones, en las consejerías, a lo largo y ancho del organigrama
burocrático del Estado, y algunos de ellos ya brillan con luz
propia, cual acaba de evidenciarse con la actuación del presidente
de Fenalco, Sabas Pretelt de la Vega, durante el curso de su
congreso en Cali, que mereció la especialísima concurrencia de la
plana mayor del gobierno, incluido, el primer magistrado. Apenas
obvio que el vocero de los comerciantes, disputándoles a los
dirigentes de los otros estamentos del área productiva el mucho o
poco prestigio que todavía ostentan, se haya convertido, dentro
del conjunto de las agrupaciones gremiales, en el más entusiasta e
influyente exégeta de la nueva Biblia. A nadie mejor que a la gran
asociación de compradores y vendedores le han de convenir "las
libertades" en el régimen de cambios y en la ley de importaciones;
o parecer razonables los argumentos que se agiten a favor de
ellas: el alivio sobre las "monetizaciones crecientes", el
"descenso en los costos de producción de bienes", el "efecto
antiinflacionario", etc.
Estamos pues a las puertas de un período en que la exactitud o la
vigencia de las categorías económicas se medirán más que en
ninguna otra ocasión por las tasas de ganancia que a su sombra se
obtengan. Es la apertura, una modificación al fin y al cabo,
imposible de darse sin el gavirismo, pero a la cual éste le debe
su surgimiento. Así se ha conformado un equipo peculiar, diverso,
sin causas aparentes, a cuyo enigmático arbitraje quedaron
sujetas, de pronto, las aparatosas cuestiones de la cosa pública.
Una orden de privilegiados que cifran su éxito en la mistificación
del saber y de la técnica, aunque exhiban insuficiencias
naturales, cual les sucede a las empresas que quieren destruir. Si
están en Bogotá nada los coarta para acometer sus estudios
investigativos, redactarlos y absolverlos en los simposios con
doctas disertaciones; mas si vuelan a Washington en misión
diplomática enmudecen, se paralizan, y en cambio de sacar la cara
por la tierra, hacen lobby, una modalidad gringa del tráfico de
influencias que Ernesto Samper calificó de "indispensable" después
de su primera gira ministerial por los Estados Unidos. Para darle
un toque científico a su actitud política, el ministro recalcó:
"Se necesitan unos conocimientos técnicos muy especiales, además
de dominar a fondo la legislación comercial y económica", de ese
país, se sobreentiende.
La suplantación ha llegado hasta el terreno de las enmiendas
jurídicas, un ejercicio en el que los colombianos casi siempre
dispusieron a sus anchas de los aportes de las personalidades
duchas en la materia. Descartando la confusión desencadenada, los
acondicionamientos constitucionales que se encuentran en camino no
podrán menos de proporcionarles un marco legal apropiado a los
oscuros incidentes arriba descritos, y, por lo tanto, obedecen
también a la colonización económica de la América pobre que los
dueños de medio planeta impulsan en todos y cada uno de los
aspectos del acontecer social. Por más que la propaganda repique
sobre un supuesto aireamiento de los trajines políticos, lo que
los aperturistas procuran, mediante, el ataque al Congreso, la
humillación a la Corte y el acoso a los llamados barones
electorales de los partidos liberal y conservador en beneficio del
M-19, es apartar de su ruta a las fuerzas o baluartes que posean
algún arraigo o entronque con la nación o con su historia.
Pretensiones que concreta el gobierno desgarrando la constitución
y escudándose tras las fantasmagorías del constituyente primario.
"Dime quién es el hombre y te diré cuál es la ley", recuerda un
antiguo proverbio. Faltando todavía por saberse la composición
exacta de la asamblea por la cual se votará en diciembre, y no
obstante que sus deliberaciones sobre los innumerables temas
habidos y por haber le coparán seis meses según la convocatoria,
hay ya muchas cuestiones decididas, diríamos que las esenciales,
si apreciamos el panorama desde un ángulo más estratégico.
El ambicioso plan que se puso sobre el tapete hacia la mitad del
cuatrienio de Virgilio Barco, con una abultada sugerencia de
ciento ochenta y un artículos, ha sido intencionalmente expuesto a
un tortuoso itinerario. Entre 1988 y 1989 hubo cuatro o cinco
coaliciones de diferente cariz y envergadura alrededor de la
iniciativa oficial, cuyos principales escollos fueron, primero, el
naufragio de la alianza con la corriente pastranista, a raíz de la
providencia emitida hace dos años y medio por Guillermo Benavides
Melo, un simple componente del Consejo de Estado que le restaba
legitimidad a la vía plebiscitaria; y segundo, la decisión de la
presidencia de retirar el texto íntegro de las modificaciones en
diciembre del año pasado, cuando aquél había cumplido ya las dos
vueltas reglamentarias y ante el hecho de que el órgano
legislativo no comulgaba con la extradición. Se mantenía una línea
errática, como si a la facción gobernante la tuviese sin cuidado
el apoyo que se le brindaba, el procedimiento a seguir, o la
cruenta lucha contra el narcotráfico, que con el decreto 2074
Gaviria suavizó, contando con la tolerancia de George Bush, a
quien esta vendetta le ha servido de mampara para amedrentar a los
regímenes de Latinoamérica, invadir a nuestros vecinos panameños,
tejer dentro del continente las redes del Pentágono y levantar
fortificaciones en los campos de Perú y de Bolivia. En todo caso
la reforma arranca de verdad cuando la conspiración palatina se
topa con el momento preciso, el conducto indicado y el socio
ideal.
A la Corte Suprema de Justicia le cupo la distinción histórica de
refrendar el golpe. Con su fallo del 21 de septiembre, no sólo se
desconceptúa a sí misma sino que convalida la utilización del
estado de sitio para ventilar los cambios constitucionales;
renuncia al concepto de la normatividad, convirtiendo la
constitución en un mero juguete de la intriga política, y dota al
Ejecutivo de poderes inconmensurables, puesto que nadie sabe dónde
comienzan ni dónde concluyen. No en vano ha hecho carrera el
"revolcón", un evidente equívoco en el lenguaje del relator número
uno de la futura Asamblea Constitucional, quien pese a las
críticas sigue insistiendo en confundir la idea de transformar la
Ley Suprema con la acción de revolcarla. Este es el fondo del
relevo ocurrido en el mando, un fenómeno que se incubaría bajo el
ala protectora del gobierno anterior y con el patrocinio distante
pero vigilante de la Casa Blanca.
En la misma forma en que Gaviria cuida hoy del prestigio de
Navarro Wolf, Virgilio Barco condujo a Gaviria a través de los
escalones del gabinete hasta las más altas dignidades de ministro
delegatario. Hundiéndolo en la plutocracia lo hizo imprescindible,
así como a Aquiles su progenitora lo volvió invulnerable al
sumergirlo en las aguas del Estigia. Con el sol de la fortuna a
las espaldas, se apresta a culminar el arreglo del país que se
alquila, blandiendo el 121, la única prescripción de la Carta que
en realidad respeta. Por eso da risa ver al mamertismo reclamando
un aumento de sus posibles butacas en la Asamblea Constitucional y
una mengua de las facultades de excepción del primer mandatario,
concesiones que sólo los jefes de esa tendencia no aciertan a
captar que se excluyen entre sí.
3, LOS ORÍGENES
De lo examinado se desprende que la apertura
económica no significa un compendio de formulaciones a las cuales
pueda acogerse o no una determinada república, en un momento dado
de su desarrollo; ni configura, sin más, una concepción académica
cuya validez esté por demostrarse. Lejos de eso, consiste en una
política global del imperialismo, especialmente de los Estados
Unidos, que abarca problemas y envuelve intereses demasiado
claves. Algunos economistas, de buena o mala fe, y hasta ciertos
industriales despistados, creen que la nación haría bien en
aceptarla, tomando desde luego las correspondientes precauciones
en cuanto atañe al fortalecimiento de su capacidad productiva. No
pocos llegan a proponer los correctivos necesarios, o a describir
con rigurosidad las fallas de la administración pública que de
inmediato debieran superarse, pero sin parar mientes en que los
imperiosos recursos financieros prosiguen en manos de quienes
apuestan a nuestra bancarrota, o en que transcurren tiempos
difíciles, caracterizados por el agudo estancamiento, las alzas
inflacionarias, los crecidos déficit. Nosotros nada compartimos de
ella, salvo su denominación de apertura, para identificarla de
algún modo, aunque comprendemos que tras el eufemismo lo que se
esconde es la más grande ofensiva de colonización económica sobre
Colombia, pues tiene que ver con la suerte de la industria y el
agro, la penetración indiscriminada de las trasnacionales, la
absoluta libertad comercial y cambiaria, el embotellamiento o
confinación del país a la "microempresa", el envilecimiento de la
clase trabajadora, la entrega de la banca al agio y a la
especulación internacionales, la enajenación del sector estatal de
la economía, las larguezas de la reforma financiera, la carestía
automática e incontrolada y la enmienda regresiva y despótica del
régimen jurídico. Hay muchas y variadas pruebas de esto, que nos
impiden pensar lo contrario. Mencionaremos tres de indiscutible
trascendencia.
En primer término, las toneladas de análisis, informes, "cartas de
intención" y demás avenencias comprometedoras con las cuales el
Fondo Monetario Internacional y su Banco, en forma cínica y
seudocientífica, nos aleccionan para que cambiemos la pesada carga
de los empréstitos, la reduzcamos, o la tornemos manejable,
firmando la liberalización en cada uno de los puntos indicados. En
su anárquico desenvolvimiento, la deuda externa acabó apuntalando
su doble importancia como idóneo canal de extracción de la riqueza
de los pueblos y como eficaz medio de imposición de medidas a los
Estados, valga decir, el desvalijamiento y el vasallaje.
Desde 1984, para darle pista al crédito Jumbo, el Fondo y el Banco
pusieron el requisito del desmonte de la restricción a las
importaciones, amén de otros ajustes que el gobierno de Betancur
rechazó airado de palabra tras haberlos admitido, "gradualmente",
en la mesa de negociaciones, lo que se garantizaba con una
monitoría de sus agentes, tan acuciosos e inconmovibles como los
comisarios de la tenebrosa Inquisición. Y al crédito Challenger
también se le expidió el permiso en los últimos días de 1988, no
sin que antes el gobierno anterior se aviniera a las demandas de
revivir los trabajos preparatorios de la apertura, en su esencia
definida ya en los compromisos contraídos por el país desde 1985.
Aunque no lograría culminarla, Barco la inició y, sobre todo, se
la dejó lista a su sucesor. No en otra forma se explica cómo el
ministro Casas Santamaría haya podido, en menos de una semana de
posesionado, armar los cuatro minuciosos decretos modificatorios
de las comunicaciones colombianas que su despacho promulgó al
mismo tiempo. Y con toda seguridad aún reposan en las gavetas de
las oficinas públicas muchas disposiciones que solamente aguardan
la rúbrica de los funcionarios para salir a la luz.
La segunda prueba radica en una casualidad que no lo es tanto. La
abrumadora mayoría de los gobiernos latinoamericanos, tal vez con
la única omisión cierta de Cuba, ya se hallan, en un sentido u
otro, matriculados en la nueva escuela. Unos empezaron temprano,
como Chile, y otros más tarde, como nosotros, pero en todos los
países el pensamiento dominante renegó de cuanto estaba
aplicándose, directrices que si no favorecían el desarrollo de los
pueblos, al menos reservaban al control discrecional de los
Estados determinadas parcelas de la economía. Esta uniformidad de
opiniones y conductas clama por un factor cohesionante que la
dilucide, el señalamiento del poder superior que gobierna los
poderes menores. Ese no es otro que Estados Unidos, cuyos
dictámenes prevalecen en América Latina desde la época de la
desmembración de Panamá y con una solvencia que jamás disfrutara
en región alguna del globo. Ahora le urge afianzarse en su
retaguardia continental, con el fin de hacerle frente a la guerra
económica que le han declarado las otras potencias. Los basamentos
de la vieja integración de las repúblicas del área, caso Pacto
Andino, Mercado Común Centroamericano y hasta la misma Alalc,
volaron por los aires. Al igual que en Colombia, caudillos sin
trayectoria asumieron en todas partes los retos del mando, con la
excepción de un Carlos Andrés Pérez, el veterano presidente de
Venezuela que, por lo demás, también abre las fronteras, vende los
muebles de la casa y parla la misma jerigonza. Con todo, el
"revolcón" del Continente no hubiera sido posible sin la nueva
hornada de ideólogos de la burguesía, de los cuales nos ocupamos
atrás; salidos por lustros de ilustres claustros, y colocados en
los centros donde se ambientan o toman las decisiones. Son los
masteres que nos pintan con agudeza Jorge Child y Rodrigo Llorente
en sus columnas periodísticas y que acuden por miles a engrosar
esa horda de intelectuales encargados de ponerles el uniforme de
moda a las ideas, a las actas y a las costumbres en nombre del
capitalismo moderno. Cuando menos en sus episodios preliminares,
la lucha contra la privatización de América la perdimos con el
auge de la educación privada.
Y en tercer término, tenemos el discurso con el que George Bush
efectuara la presentación formal de su famosa Iniciativa para las
Américas, un documento básico porque simboliza, de una parte, el
canto de victoria tras el intempestivo giro que vienen adquiriendo
los atropellados acontecimientos mundiales en los últimos meses, y
de la otra, sintetiza las miras estratégicas del presidente
norteamericano que, aun cuando no hace mucho prestó su juramento,
estuvo estrechamente vinculado a la administración Reagan durante
dos períodos. Los síntomas de desintegración que acusa el temido
imperio soviético los toma como augurios de un cambio bendito en
la correlación de las fuerzas mundiales, dentro del cual el
poderío norteamericano pasaría del repliegue al contraataque. Eso
lo dio a entender el 27 de junio en dicha alocución y ya en agosto
sus tropas estaban hollando las quemantes arenas del Medio
Oriente, con el asentimiento unánime del Consejo de Seguridad de
las Naciones Unidas y con la complicidad, a veces franca y a veces
tácita, de las capitales europeas, de Tokio, de Moscú y hasta de
Pekín, un desenlace que no se presentaba en décadas. Sin embargo,
tales toques a somatén los encuadra dentro del conflicto que el
mundo trae larvado desde cuando la recuperación de los
protagonistas de la Segunda Guerra Mundial dejó de ser una
conveniencia para convertirse en un antagonismo insalvable, ante
lo cual no encuentra solución diferente a la del "mercado libre".
Considera que este modelo de desarrollo, que en su opinión se
fortalece con las tragedias de la Perestroika, forja la "llave"
con que los hombres entrarán al nirvana de la "estabilidad
política y económica". Así piensa proporcionarle a su país el
ambiente propicio que el ajuste de cuentas con sus enriquecidos
adversarios precisa. Y a la América Latina le promete la felicidad
si se unce a su carro de batalla. Habrá préstamos frescos y
algunas rebajas para los endeudados pueblos que remuevan los
"impedimentos a la inversión internacional" y erradiquen en la
práctica las "erradas nociones de que la economía de un país
necesita protección con el fin de desarrollarse". No sabemos cómo
le irá próximamente al señor Bush en el campo de Agramante, en su
Parlamento, o en las bolsas del mundo, pero estamos convencidos de
que América Latina rueda hacia el abismo de su plena colonización
económica y quienes no partan de este punto de vista no
comprenderán ninguna de las polifacéticas y absurdas consecuencias
de los factores enunciados, y acaso ni su propio drama.
4. EL PORVENIR
Dentro del desconcierto prevaleciente se escuchan
voces que, no obstante su inconciencia, destapan en unos cuantos
señalamientos aspectos sustanciales de la verdad oculta. Después
de echarle un vistazo a la creciente fragmentación económica
universal y de tomar nota de los rumores pesimistas que bullen en
los pasillos de las difíciles negociaciones comerciales del Gatt,
llevadas a efecto al otro lado de la frontera, en la célebre Ronda
de Uruguay, El Mercurio, de Chile, en sus glosas editoriales del 8
de octubre último, se quejaba de "dos fenómenos" que "marcan" una
"tendencia mundial": "El primero es el mayor proteccionismo que
amenaza la política de libre intercambio, a la cual obedece la
enorme prosperidad económica vivida en las últimas décadas en el
mundo industrializado. El segundo es la formación de bloques
comerciales que agrupan a determinados países para establecer un
comercio libre intrarregional y, en ciertos casos, armonizar
incluso las políticas económicas". Llama la atención que
semejantes deducciones provengan del país piloto de la apertura.
No es que el diario ya no crea en ella; sencillamente ha empezado
a objetar, un tanto tarde y a la buena de Dios, de qué modo las
metrópolis les instilan a los pueblos expoliados el liberalismo
económico de nuevo cuño, mientras entre ellas levantan murallas
férreamente proteccionistas. Una contradicción obvia, comprensible
y explicable.
Entre nosotros también han surgido comentarios adversos al
proyecto aperturista, siendo que aún no hemos padecido sus
calamidades. Desde cuando encumbrados funcionarios dieron como un
hecho irreversible que la agricultura colombiana habría de sufrir,
sin atenuantes, el hostigamiento de los competidores foráneos, el
doctor Gabriel Rosas Vega, basado en su experiencia, se opuso y
trajo a colación que las sociedades altamente industrializadas de
Estados Unidos y de la Comunidad Europea gastan decenas de miles
de millones de dólares en subsidios con los cuales sostiene el
rendimiento de su producción agrícola, sin que ello sea óbice para
aconsejarle al Tercer Mundo que elimine los suyos. A su turno,
muchos sectores gremiales que se mueven entre la incertidumbre y
la esperanza han puesto en circulación sus críticas, sus reclamos,
sus falencias. Coinciden todos en que hay una infinidad de
problemas represados, debido a la acción indolente de
administraciones sucesivas, para que la actual salte hoy a escena
con un montón de programas improvidentes cuyo efecto inevitable
sería la desaparición de los frutos del trabajo de varias
generaciones colombianas. Y la clase obrera ha declarado para este
14 de noviembre un paro cívico nacional contra la apertura
económica, contra la privatización de las entidades del Estado y
en defensa de sus caras conquistas sindicales, objetivos que por
sí solos hablan tanto de la claridad y de la decisión de los
trabajadores como de su patriotismo. Las fuerzas sociales que
velan por la soberanía de Colombia contribuirán a esta pelea
histórica que se nos ha impuesto, pero al proletariado le
corresponden el deber y la distinción de encauzarla.
Una advertencia a manera de epílogo. Los representantes del
gobierno han creado falsas expectativas en torno al eventual
aumento de las inversiones extranjeras que registraríamos, si
llevamos sin vacilaciones y hasta las últimas consecuencias la
apertura económica. Pero al margen de cualquier otro análisis, el
flujo de aquéllas, grande o pequeño, no elevará realmente el nivel
de vida de nuestra población. Como su movimiento está determinado
por la ley de la máxima ganancia, y al país vienen a resolver no
las dificultades ajenas sino las propias, agravadas con la
agudización de la competencia mundial, se concentrarán en los
negocios que más reditúen y con las condiciones previstas dentro
de la reforma laboral, o sea la utilización de la mano de obra
menos cara posible.
Por los días de agosto en que los colombianos supimos con sorpresa
que las telecomunicaciones serían privatizadas de inmediato, el
doctor Emilio Saravia Bravo, aún presidente de Telecom, en
enhiesta posición y patriótica actitud de rechazo a las medidas,
hizo hincapié en un par de consideraciones fundamentales: que no
se podía "desaprovechar una infraestructura montada por el Estado
durante cuarenta años"; y que si se pierde esa fuente de ingresos
tendrían que "revisarse planes de alcance social indiscutible como
el Plan Nacional de Telefonía Rural". Seguramente sin
proponérselo, el doctor Saravia traza la única línea válida de
desarrollo para el pueblo colombiano: hacer valer lo suyo y
vincular al progreso las zonas atrasadas. Mas eso no lo lograremos
sin las denigradas partidas de apoyo a los frentes de la
producción con mayores penurias, sin el llamado "crédito de
fomento", y, en suma, sin que destinemos parte de la acumulación
nacional al adelanto de los sitios relegados pero que entrañan
enormes potencialidades para el porvenir de la nación entera. El
doctor Saravia concluye: "Lloverán propuestas para prestar los
servicios rentables, pero se dejarán de lado las comunidades que
no disponen siquiera de un teléfono y a las que se llega con
pérdidas." Los capitales imperialistas, a los que atribuimos no
sin razón las más maravillosas realizaciones en los anales de la
industria moderna, no logran suprimir el desequilibrio secular
entre los centros ricos y la periferia pobre. Al contrario, erigen
su esplendor sobre el ahondamiento de aquellas desigualdades,
tanto dentro de las repúblicas que los acogen como a escala
internacional. Quienes creen que la ley de la rentabilidad decide
desde el nacimiento y muerte de las fábricas hasta el "auge y
caída de las grandes potencias", abrazan el más grosero
economismo. Si hay alguna actividad en la que se den cita tarde
que temprano las influencias del resto de las funciones sociales,
sin excluir la enseñanza, el arte de gobernar, el ordenamiento del
pueblo, o la guerra, esa es la producción, que proporciona los
bienes materiales y sostiene al hombre. De las incidencias de
tales elementos y de sus relaciones, que con el avance se tornan
más y más complejas, depende la evolución de la sociedad. De ahí
que al Estado moderno le corresponda un creciente papel en la
conducción económica, que con toda certeza no habrá de desaparecer
por la apertura. Las mismas trasnacionales necesitan de la
capacidad económica de los gobiernos, sin la cual no habría quién
atienda los frentes no rentables, que en materia de servicios o
infraestructura, por ejemplo, son imprescindibles en el desarrollo
productivo. La solvencia oficial se requiere igualmente, y en alto
grado, como garantía de cumplimiento de los compromisos
bilaterales o multilaterales acordados entre las naciones por
diversas causas; y para que la administración pública vele por los
pobres, quienes van pasando poco a poco de la "formalidad" a la
"informalidad", y habida cuenta de que las revoluciones también
repercuten en la economía. Por lo que respecta al descontento del
pueblo, éste impedirá que la privatización abarque a muchas
empresas estatales. Y si la preocupación estriba en las malas
administraciones, procuremos designarlas buenas.
Lo curioso de este complicado asunto radica en que a pesar de todo
la tasa de ganancia de las trasnacionales seguirá descendiendo y
los problemas propiamente obreros se propagarán sobre la
superficie del orbe. Los costos de producción en los países
semiindustrializados del Sudeste Asiático, en donde floreció
primero la subcontratación internacional, han ido incrementándose
por variados motivos, entre los cuales se destacan las luchas de
los sindicatos. Los monopolios norteamericanos y japoneses buscan
otras naciones receptoras, baratas, como Tailandia, Filipinas,
Malasia y el mismo México. La internacionalización del capital
acabará entrelazando al mundo en tal forma que la división del
trabajo propia de las grandes factorías se efectuará a través de
países y de continentes y no ya bajo un solo techo. Unos
producirán las partes o los componentes de los productos y otros
los acabarán o ensamblarán, ahondándose las desigualdades entre la
porción desarrollada del mundo y la indigente. Las contradicciones
entre los bloques económicos tampoco conocerán límites; la crisis
se extenderá con todos sus estragos, y la clase obrera se hará
sentir en grande.
Contraria contrariis curantur. Las cosas se curan por medio de las
contrarias.
SALVEMOS LA
PRODUCCIÓN NACIONAL
Mayo 8 de 1991
Publicado en El Tiempo el 12 de mayo de 1991.
1. LAS SECUELAS DEL CONTRAATAQUE ESTADINENSE
Durante decenios los mandatarios colombianos han
venido, de una parte, diluyendo el apoyo a la actividad productiva
de los estratos empresariales y, de la otra, buscando arrebatarles
a las masas laboriosas los contados derechos y conquistas
obtenidos en incesante batallar. Conforme a sus escrúpulos,
astucias u oportunidades los gobiernos han corrido con mayor o
menor suerte en semejante propósito. Pero el actual batió todas
las marcas. En prontitud, porque en medio año le puso piso legal
al conjunto de sus garrafales intenciones. En extensión, porque
las enmiendas abarcan los más variados y sensibles tópicos de la
vida del país. En profundidad, porque pocas veces el zarpazo fue
tan desgarrador. En frescura, porque se recurre a cualquier
arbitrio, igual a la pérfida asistencia de los victoriosos
invasores del Medio Oriente que a la sumisión prometedora de los
asaltantes del Palacio de Justicia.
Sin embargo, la cuestión no será coser y cantar, para decirlo sin
estridencias. Así como el régimen no consulta a los damnificados
al adoptar sus determinaciones, éstos tampoco lo consultarán al
definir las suyas. En los últimos días se ha escuchado otra
tonada, la del descontento, a cada instante más sonora, y con la
característica de que involucra a casi todos los integrantes del
concierto social. La carta de la Asociación Nacional de
Industriales, ANDI, con fecha del pasado 28 de febrero y remitida,
y además del Secretario de la Presidencia, a los ministros de
Relaciones Exteriores, Hacienda y Desarrollo, da una idea clara,
precisa, de cuántos temores generan los alegres argumentos y las
medidas fulminantes de la nueva administración.
Aun cuando esto ocurre a los cinco meses de que los presidentes de
México, Venezuela y Colombia rubricaran en Nueva York, el emporio
del imperio, la avenencia de libre intercambio comercial, y harto
después de promulgada la racha de reformas regresivas de fines de
1990, el pronunciamiento patentiza una de las múltiples
impugnaciones al proceso que se lleva a cabo de total y
precipitada anexión económica de América Latina por los Estados
Unidos. No sabemos hasta dónde llegue la conciencia de los gremios
al respecto, o si estén decididos a defender consecuentemente su
patrimonio y el de la nación, pero la misiva recoge verdades de a
puño. Advierte cómo la apertura entronizada, el intempestivo
avivamiento de la integración andina y el Grupo de los Tres ahora,
implican un abrupto abandono de las reglas de juego y dejan
montada la escopeta de una aleve encerrona hacia el futuro. Fuera
de eso, denuncia que los pasos mencionados no sólo carecen de
justificación, sino de investigaciones que los ilustren. Mas no
podría, ciertamente, redactarse estudios para tales cometidos, por
lo menos con rigor científico, puesto que las desgravaciones y los
mercados sin fronteras se implantan en el peor momento, cuando la
desaceleración del engranaje productivo lleva varios años; las
exportaciones afrontan no pocos obstáculos; el hato ganadero está
en extinción; el agro no logra reponer a tiempo los equipos,
adecuar las tierras y sustituir las tecnologías anticuadas; los
cultivos transitorios tiran a contraerse; la actividad edificadora
sigue declinando; las flotas de los "cielos y mares abiertos"
registran pérdidas multimillonarias, y el desempleo cunde en
barriadas y veredas. En las cuentas nacionales correspondientes a
la vigencia anterior, elaboradas por el Dane, la memoria
estadística del régimen, el auge de la economía recibió un escaso
3.5%, mientras que los encuestadores aspiraban a cotas más altas,
a sabiendas de que 1989 tampoco había sido un año bueno; y para
1991, Fedesarrollo, una fundación paragubernamental, vaticina
apenas el 2%, con bajas apreciables en las cifras de la industria
y la inversión privada.
Asimismo los voceros de la Asociación sostienen en su mensaje que
las contradicciones se tornarán, por añadidura, de imposible
manejo, si se mira la devastadora incidencia de los galpones de
ensamblaje, las celebérrimas maquilas, o maquiladoras, y en
concreto, las esparcidas a lo largo de la línea limítrofe del
norte de México y resguardadas tras las patentes de los trusts
americanos, un desafío ante el cual nuestro desenvolvimiento
electrónico, automotriz y metalmecánico, entre otros, se verá
disminuido. En relación con Venezuela también vislumbran riesgos
de competencia no despreciables para los intereses de Colombia,
debido a los costos de importación de las materias primas y de los
bienes de capital. Señalan igualmente que se han establecido
fechas de cumplimiento de los protocolos sin haberse dispuesto los
mecanismos, ni dilucidado las pautas sobre el origen de los
productos, ni las cláusulas de salvaguardia, ni el funcionamiento
de las listas de excepciones. Y de contera ponen al desnudo el
proceder arbitrario de las autoridades, pues los compromisos
pactados, pese a su importancia y trascendencia, no fueron ni
siquiera leídos ante los representantes de los productores, la
fuerza más interesada y ducha en el vital asunto.
De la misma manera como la apertura tiene su historia zigzagueante
y ha sido implantada gota a gota, en un lapso mayor de lo que
muchos se imaginan, la actitud de los empresarios ha fluctuado al
vaivén de las sorpresas, no obstante andar persuadidos de que
aquélla obedece a los requerimientos ineludibles del Fondo
Monetario Internacional y el Banco Mundial, a los cuales las
repúblicas atrasadas y dependientes se encuentran sin remedio
uncidas por deudas enormes. Ojalá la mencionada comunicación
refleje a plenitud el pensamiento de los fabricantes colombianos y
repercuta correspondientemente. Fue suscrita por Fabio Echeverri
Correa, quien quedara entre Escila y Caribdis en las desapacibles
polémicas sobre la "internacionalización de la economía" que
antecedieron a su renuncia a la ANDI, obligado con frecuencia a
saltar del combate al acatamiento; una de las tantas repercusiones
de los enfoques contrapuestos entre dos bandos de la burguesía
productora: el que rechaza la liberalización, dado que ocasiona
perjuicios ostensibles, y el que la admite, por creerla
aprovechable, o por gozar actualmente en el extranjero de
compradores más o menos fijos para sus existencias. De cualquier
forma, tarde que temprano las decepciones o las bancarrotas
lanzarán a la palestra a cuantos tengan algo que perder con la
postración del Continente.
Desde la época de los realinderamientos de Bretton Woods, detrás
de los máximos organismos rectores de las finanzas mundiales se
han movido particularmente los banqueros de la metrópoli
americana, que no cesan de requerir, ante los países entrampados,
franquicias para sus caudales y mercancías, o devaluaciones,
recortes en los gastos, espíritu ahorrativo, a fin de que les
cancelen los débitos con desahogo y puntualidad. En favor de esta
solvencia de pagos, al gobierno colombiano le exigen encima que
deponga responsabilidades, desista de emitir circulante
inflacionario y renuncie, una por una, a sus atribuciones
reguladoras, comprendido cuanto concierne al manejo del peso, que
antes de 1963 le correspondía a la junta directiva del Banco de la
República, de influencia notoriamente privada, y desde entonces,
por Ley, recae en la Junta Monetaria, de mayoría oficial.
Reversión que habrá de perpetrarse a través de la Asamblea
Constituyente, cuyas principales facciones integrantes han
presentado sendos proyectos en tal sentido, sin olvidar el del
señor Gaviria. La supresión de los subsidios, de los créditos
baratos, y aun de los planes de fomento, compendia, pues, el dogma
de fe que nos predicaron siempre esos sumos sacerdotes de la
especulación, así no le rindan culto en sus propios altares.
Hacia la mitad del período de Belisario Betancur, a raíz de la
famosa monitoría del Fondo y el Banco, empezaron a plantear muy en
serio, no únicamente el desmonte de los estímulos y de la
protección a nuestras actividades productivas, sino de la
legislación laboral vigente. En una palabra, la apertura. A Barco
Vargas lo asediaron por todos los costados, incluso reteniéndole
los dineros del préstamo Challenger. Así, la superpotencia de
Occidente, estando abocada a una disputa comercial nunca vista, en
especial con la Comunidad Europea y Japón, trata de salir airosa
optando por la completa colonización económica de vastas áreas del
globo, preferentemente América Latina, el establo de la hacienda.
Y al sobrevenir el desenlace providencial del derrumbe de la Unión
Soviética, poderoso adversario de la víspera, Washington ha sabido
calzarse las botas, como recién lo hiciera en el Istmo panameño y
en el Golfo Pérsico, cuyas gentes, entre el humo de los cañones,
asistieron a la inauguración del "nuevo orden" predicado por
George Bush.
Habiendo conseguido de nuevo la supremacía universal, Estados
Unidos se dedica ahora a la recuperación, sin dilaciones ni
miramientos, del espacio que perdiera en por lo menos dos décadas,
tras los espectaculares avances de sus competidores de Europa y
Asia. En muchas ramas se ha quedado atrás en tecnificación,
productividad, innovaciones. Sus balanzas han sufrido deterioros
constantes. Adentro ve incrementarse el desempleo, la inflación y
la falta de recursos; afuera contempla la contracción de los
mercados. En general, las utilidades de sus inversionistas tienden
a la baja y los brotes recesivos de su economía se vuelven
entretanto más traumáticos y continuos. Lo cual entraña
desarreglos que de todos modos sus dirigentes hubieran encarado
con urgencia, por encima de las dificultades y a cualquier precio,
so pena de sucumbir; mas las condiciones han cambiado
positivamente para el imperialismo yanqui. En la Casa Blanca se
afinca el poder republicano, que ha vencido los complejos de la
mala etapa anterior. Valiéndose de los favorables augurios, los
vencedores repentinos de la guerra fría no se dedicarán solamente
a corregir las desactualizaciones de sus fábricas. Blandirán cada
uno de los instrumentos de presión a su alcance: la deuda de los
Estados empobrecidos; el librecambio dentro de sus zonas de
influencia; las barreras proteccionistas frente a los otros
poderes desestabilizadores del globo; el envilecimiento de la mano
de obra en extensas y populosas regiones; los altos déficit
fiscales de los gobiernos lacayunos; la supervisión de los
suministros estratégicos y los artículos esenciales procedentes de
los países atrasados, y la violencia, que de por sí consiste en un
negocio, como acaba de demostrarse en Kuwait, cuya reconstrucción
se estima en cerca de 100.000 millones de dólares. Los destrozos
iraquíes cuestan dos o tres veces más, y de los cuales, sin duda,
también aspiran a hacerse cargo los consorcios que patrocinaron la
"tormenta del desierto" y, en cuestión de semanas, la finiquitaron
para su exclusivo beneficio.
Los promotores de nuestra "modernización" apelan, pues, a los
métodos característicos del antiguo sistema colonial, desde la
institucionalización de los impuestos confiscatorios dentro de las
repúblicas que gravitan en su órbita, hasta el quite y ponga de
los gobernantes que les sirven de intermediarios. Por supuesto que
la hegemonía de las grandes potencias depende a la larga de la
solidez de sus pilotes industriales; sin embargo, probando fortuna
con una jugada no exactamente mercantil, cual fuera la ocupación
del Medio Oriente, Estados Unidos retoma el petróleo árabe,
reactiva las transacciones, reajusta la tasa de ganancia, refuerza
los fondos de inversión y rescata la iniciativa a nivel
planetario, pasos indispensables en el camino hacia una virtual
reconversión de sus plantas fabriles. Realidades que tratan de
encubrir o paliar ciertos comentadores, mayormente
norteamericanos, cuando insisten, desde una posición académica y
economista, que, para atender los apremios de la crisis, el
presidente Bush debió haberse quedado en la Oficina Oval
resolviendo los faltantes presupuestarios, el paro, la depresión y
el resto de desequilibrios, en lugar de salir con medio millón de
soldados a declararle la guerra a Saddam Hussein.
2. EL ECONOMISMO EN BOGA
Dentro de la contraofensiva de Washington se
destacan las metas de la apertura económica, no la suya sino la de
Latinoamérica, una aplicación tardía de los decadentes preceptos
de la Escuela de Chicago, tan denigrada ayer por los mismos que
hoy entre nosotros la acolitan. Los partidarios de ensayar la
subasta, la privatización, la entrega, sitúan el origen de
nuestros males en las imperfecciones verídicas o ficticias que,
como un virus, se han propagado según ellos por los órganos de la
sociedad entera, y para cuya superación no existe alternativa
diferente a la de que los virtuosos y avanzados desvalijadores del
imperio tomen en sus manos el control del trabajo y de las
riquezas nacionales. Se confunde el efecto con la causa y la
enfermedad con el remedio. Permitir el cierre de las empresas, o
su traspaso a los capitalistas foráneos, por no hallarse éstas a
la altura de las técnicas y los modelos internacionales, aparte de
la carga antipatriótica que llevan anejas tales consideraciones,
significa postrarse ante ese economismo que venimos criticando
hace rato y que han puesto de moda los círculos universitarios del
Norte, la bocina ideológica de América.
Si nos guiáramos por los índices de eficiencia, o de rentabilidad,
habríamos de deponer los derechos a un desarrollo autónomo en
aquellos renglones como la siderurgia, los hidrocarburos, o los
mismos textiles, en virtud de las ineptitudes heredadas y de los
impedimentos naturales. Con el tiempo renunciaríamos por completo
a la construcción material; nos conformaríamos, según las
concepciones imperantes, con una ciencia que se amolde a las
peculiaridades de nuestro progreso, o sea incipiente; tendríamos
una medicina rudimentaria, si acaso preventiva, al margen de los
altísimos logros de tan importante esfera del conocimiento, cual
lo manda la cartilla oficial, y así con los demás quehaceres y
disciplinas sociales. Eso sería relegarnos porque estamos
relegados. Pero cualquier nación, primordialmente en crecimiento,
ha de canalizar parte considerable de sus fondos hacia las
funciones básicas, aunque no renten, pues las áreas que aquéllas
cubren, o los elementos que proporcionan, resultan sobremanera
necesarios para el conjunto de la producción. De ahí que el Estado
haya de ocuparse, cada vez con mayor ascendencia, de frentes, de
erogaciones o de servicios que ya no son gananciosos para los
particulares. Impulso centrípeto que no habrá de invertirse por
las orientaciones subjetivas de enajenar los haberes públicos. Nos
referimos a un probado criterio. Mediante la inveterada práctica
de los decretos de excepción el gobierno seguramente conseguirá
cuanto se proponga, hasta la derogatoria de los incómodos
ordenamientos constitucionales; mas ninguna reforma, por omnímoda
que sea, ni aunque emane de una Constituyente como la de César
Gaviria, logrará torcer el curso inexorable de las leyes
económicas. Daba risa oír al titular de las finanzas cuando pedía
a voz en cuello la mediación del Idema, buscando conjurar, con
arroz depreciado, la escalada alcista de enero y febrero, cuyos
escandalosos porcentajes derrotaron sus pronósticos sobre la
inflación y con ellos su política antiobrera, siendo que en
agosto, inmediatamente después de posesionado y a tono con la
estratagema de la apertura, había dispuesto que el Instituto
cesara sus labores de mercadeo agropecuario y se redujera a
coordinar, en los extramuros de los epicentros comerciales, la
acción de unos cuantos propietarios de pequeñas parcelas.
Colombia, "país único", afirmaba Carlos E. Restrepo. El desatino
del doctor Rudolf Hommes lo atornilló todavía más a la silla
ministerial, mientras rodaba la cabeza de su subalterno, quien se
negó a vender a pérdida, prestando oídos sordos a las instancias
superiores. Y eso que el hoy ex gerente de dicha dependencia,
Darío Bustamante Roldán, pertenece también a la Panda de los Andes
que no sólo asesora sino que mangonea. A la postre, el cereal de
la discordia no contuvo la carestía, ni generó divisas, merced al
alza inusitada de 11.5% que en un solo mes acusaron sus
cotizaciones, a principios del semestre y al cabo de un par de
años de no presentar indicios de incrementos reales. Sus ventas
internas subían el costo de la vida y las externas no dejaban
utilidades. Los desbarajustes de esta índole que entre nosotros se
suceden a diario, cada vez con mayor anarquía y menor vigilancia,
aun en los renglones menos vulnerables, lejos de marcar el fin de
la injerencia moderadora del Estado, la tornan más contundente y
acuciante. Así habrán de ratificarlo las inmensas mayorías, bien
por motivos económicos, bien por razones patrióticas.
Cual lo recalcábamos arriba, los empresarios colombianos asumieron
más de una postura contradictoria y lamentable ante la
incontenible arremetida estadinense sobre la América pobre, en
donde los últimos dos Cónsules de Washington, la Roma imperial
contemporánea, han trastrocado hondamente la situación doméstica,
las relaciones exteriores y hasta el orden jurídico de los
pueblos. Tras la invasión navideña de 1989, se reapuntaló en
Panamá el Comando Sur de las legiones del Pentágono; y en las
montañas de Perú y Bolivia erigió fortines militares con la
disculpa de reprimir el narcotráfico. Entremezclándose las
amenazas de la fuerza bruta con las persuasiones de los
teorizantes, se condujo a los palacios de gobierno a una
generación distinta de líderes dóciles y desubicados, cuyos
electores, como en el caso de Carlos Menem, ya no saben si están
locos o se hacen los locos. Púsose a los ideólogos burgueses a
hablar un mismo lenguaje en pro del anexionismo económico. Se
transformaron las pertenencias del Estado, e incluso las privadas,
en bienes mostrencos sobre los cuales tendrán prelación las
primeras firmas que aparezcan en estas latitudes con el propósito
de poseerlos. Se empezó, en fin, a desbrozar el sendero hacia la
Empresa para la Iniciativa de las Américas, esbozada por George
Bush ante funcionarios oficiales de diversos países y miembros de
la comunidad de negocios, a mediados de 1990, y que tiene por
objeto el hacer del Nuevo Mundo una sola zona comercial, "desde el
puerto de Anchorage hasta la Tierra del Fuego".
Durante el turno de Betancur no se quiso
profundizar sobre tales pretensiones, aunque se hallaban ya
implícitas en los programas que las agencias mundiales de crédito
venían exponiendo desde muy antes a las repúblicas prestatarias.
Barco instaló y suspendió comités destinados a examinar las
incidencias de la apertura en los escenarios de Colombia; pero en
resumidas cuentas no hizo otra cosa que ceder ante las
instigaciones del Fondo Monetario Internacional y darle inicio a
la desnacionalización en marcha, autorizando la merma de los
aranceles, el traspaso de buena parte de la red bancaria al
capital extranjero, el incremento de los intereses de los
préstamos de Proexpo y la reducción de su cobertura. En otro
ejemplo de condescendencia, voló a fines del 89 a Galápagos, en
compañía de los demás presidentes del Pacto Andino, a suscribir la
Declaración que lleva el nombre del conocido archipiélago, y por
la cual se agiliza el levantamiento de todos los gravámenes
interzonales, a la sazón previsto para 1995, y se procura la plena
"integración latinoamericana" dentro del marco de la "apertura
económica" y del entronque con los "mercados mundiales". Hacia
fines parecidos estuvo encaminada la Cumbre de Cartagena del 15 de
febrero del año pasado. Si bien el gobierno de Estados Unidos la
convocó, conjuntamente con los de Colombia, Perú y Bolivia, tras
la mira de coordinar la lucha antidrogas, sus conclusiones más
bien hacen énfasis en "el crecimiento del comercio entre los tres
países andinos y los Estados Unidos", o disponen que éstos
"promoverán las inversiones privadas" en aquéllos. Y en cuanto a
la nueva administración, le cupo la azarosa gloria de coronar el
proceso. Dentro de la natural expectativa que rodea los relevos
cuatrienales del Palacio de Nariño y no perdonando las
vacilaciones de los empresarios, el régimen recién instalado echó
por la calle de en medio y de un tirón satisfizo las inquietudes
de la superpotencia, sin dejar una sola exacción imperialista por
instituir.
3. UN MANEJO NO DISCRECIONAL DE LAS RELACIONES
INTERNACIONALES
Con las complicidades de las Cámaras y de la
Corte Suprema de Justicia, las otras ramas del poder público que
el Ejecutivo aspira a socavar y someter a su coyunda, César
Gaviria, cumplió, no con su mandato, sino con la totalidad de los
mandados. Gracias a las primeras le dio simultáneamente cuerpo
jurídico a más de treinta reformas regresivas y por intermedio de
la segunda convocó la Asamblea Constitucional, un golpe de Estado
que acabará crucificando a la vilipendiada "casta política" e
introduciendo modificaciones de fondo, de las más variadas y
peligrosas consecuencias, como la redistribución de las divisiones
territoriales, el debilitamiento de la economía estatal, la
capacidad legislativa de los departamentos, la absoluta autonomía
de la presidencia para resolver sobre "Tratados de Cooperación"
con otros países, sin el correlativo consentimiento del Congreso,
o para imponer acuerdos internacionales cuya "importancia
económica y comercial requieran su aplicación urgente", así esta
extraña licencia se registre con carácter de "provisional" dentro
del plan reformatorio de la Carta sugerido por el primer
mandatario. Lo cual no significa, desde luego, que hemos de ir el
próximo 4 de julio a los pasillos del Centro de Convenciones
Gonzalo Jiménez de Quesada a aguardar el parto de los montes, pues
a través de la vía rápida y múltiple del artículo 121, de las
relaciones exteriores e incluso de las leyes, Colombia sigue
abriendo sus mercados a las trasnacionales, sin que sobre ello
puedan chistar o influir de veras las entidades colegiadas
elegidas por los ciudadanos, y mientras se difunden doctas
lucubraciones alrededor de la "democracia participativa", la
"consulta popular" y el "referendo".
En aras de la estrategia colonialista se adecúan caprichosamente
las estipulaciones del Pacto Andino, un compromiso viejo de cerca
de veinticinco años, que Richard Nixon patrocinó con base en las
diligencias y recomendaciones de su embajador plenipotenciario,
Nelson Rockefeller, quien visitara la región y escribiera el
análisis intitulado "Calidad de la vida en las Américas", cuyos
supuestos, y hasta su terminología, aún enriquecen la jerga de la
política económica oficial. Los antecedentes, para colmo, se
remontan más atrás en el tiempo, por cuanto los acercamientos de
este tipo hunden sus raíces en la Alalc, fundada en virtud del
Tratado de Montevideo de 1960, hoy Aladi, Asociación
Latinoamericana de Integración.
Resulta entonces fácil desentrañar el porqué de los meteóricos y
pírricos éxitos de Gaviria, a quien le ha quedado relativamente
sencillo meter al país en la boca del lobo. Una obra de meses cuya
gestación duró decenios.
El presidente, sin indagarle a nadie ni responder por nada, mas
escudado tras los arrumes de convenios multilaterales y con sólo
estampar su firma en el Acta de La Paz, el 29 y 30 de noviembre
comprometió a los colombianos todos a admitir el último día de
1991 como el plazo máximo de espera para que rija la
liberalización dentro de la zona andina, acortándose así, en un
amén, el angustioso término que hacía apenas un año concertara su
antecesor en las islas Galápagos. Antes había ido a Caracas,
promediando octubre, a insacular su votito de respaldo a los
grupos, el de los Tres, a la sazón el más joven; el de Río, de
Ocho, y que pronto será de Nueve, de Once o de Trece, y por
conducto de los cuales nos enganchamos al Norte voraz, y no
exclusivamente nosotros o nuestros asociados, sino Centroamérica y
el Caribe. Todos los caminos conducen a Washington. Por supuesto
que para pertenecer a este selecto club de colonias no basta con
correr a depositar la balota o la rúbrica; los gobernantes tienen
que ingeniárselas y desvivirse si desean exhibir, dentro del
muestrario aperturista, las mejores ofertas a los trusts,
disminuyendo los jornales, las cargas, los controles y los demás
contrapesos de la superestructura, y, en la infraestructura,
arreglando las carreteras, los ferrocarriles, los puertos y los
aeropuertos. ¿No se trata acaso de la efectividad de los subsidios
otorgados, no a nuestra industria, sino a las multinacionales,
cual los confirieran, a su hora y durante lustros, por ejemplo,
los mandarines de Taipei, quienes probando fortuna con su
fementido Modelo de Taiwan, echaron por el atajo de las
exoneraciones tributarias y se valieron, desde la década de los
cincuentas, de los turbiones de cuantiosos giros que a guisa de
donación o acicate afluían a sus bolsas desde las arcas del Tesoro
americano? ¿Y los capitalistas del imperio no están pensando en
salir hacia otros parajes, tanto más cuanto que en sus agotados
dragones, con el progresivo e ineluctable acomodamiento de los
factores en pugna, las ventajas previas se han ido evaporando con
la subida de los costos laborales, los retoques en el sistema
impositivo, la revalorización de las monedas nativas y el
encarecimiento de los bienes raíces y valores? Por mucho que los
teóricos de oficio nos digan que vamos a adueñarnos en franca lid
de porciones suculentas del consumo allende nuestras playas, la
verdadera puja se entablará entre los débiles Estados receptores
del capital foráneo, y, casualmente, por tales inversiones.
Mientras oímos por doquier un súbito grito de guerra, "¡A
conquistar!", sólo vemos que se obedece a toque de campana.
Desde las reuniones septembrinas, a Ecuador lo vienen conminando
sus socios andinos a que se desprenda para siempre de sus
carcomidas salvaguardias, las toleradas antaño por los convenios
vigentes, y que le fueron concedidas en virtud de su "menor
desarrollo económico relativo dentro de la subregión" junto a
Bolivia. De las provocaciones enfiladas hacia el debilitamiento
del hermano país participan lógica, melancólica y gratuitamente
Colombia y Venezuela, cuyos gobiernos, apercibidos de las
recuperaciones del sol que más alumbra, se brindan como agentes de
la expoliación universal ante las repúblicas de superiores
carencias y aunque hayan nacido igualmente de la espada del
Libertador.
Sin desvelarlo tampoco las tragedias de sus coterráneos, el señor
Alberto Fujimori, otro peón hecho dama, abolió, hace poco menos de
tres meses, el dominio público sobre doce empresas en las áreas de
las manufacturas, el comercio y los servicios; instauró el libre
"uso, tenencia y disposición" de las monedas extranjeras,
abandonando a los azares de la oferta y la demanda la fijación del
tipo de cambio, y abrió de par en par las puertas del Perú a las
compañías monopólicas tradicionales, convirtiendo a la patria de
las miserias del cólera en el paraíso del agio y de la usura. Y
hacia el extremo austral, Brasil y Argentina, los ricos quebrados
del hemisferio, concibieron, o les concibieron en marzo otro
subgrupo, el del Mercado Común del Cono Sur, dentro del cual
dieron cabida, entre batir de palmas, a dos pobres recipiendarios:
Uruguay y Paraguay. Se ha ido delineando así el mapa económico y
geopolítico de las Américas, el de la Iniciativa de Bush, tan
alabada por César Gaviria, salvo una objeción, la de que, pese al
precipitado desfile de los catastróficos acontecimientos, anda
demasiado lenta.
Y el Canciller Luis Fernando Jaramillo Correa acaba de anunciar en
Medellín, el terruño de sus mayores, que los colombianos, a
espaldas nuestras, obviamente, estamos acordando también un
mercado sin fronteras con los chilenos, a quienes el
neoliberalismo económico, desde las trágicas andanzas del régimen
castrense, les ha irrogado ruinosos quebrantos en la inversión
industrial, el empleo y las condiciones sociales de los
desposeídos.
4. UNAS VECES HACIA ATRÁS Y OTRAS HACIA ADELANTE
Ante los negros presagios y sin saber a ciencia
cierta qué camino seguir, la burguesía de Colombia terminó
pareciéndose al asno de Buridán. En los preliminares, cuando los
neófitos asesores de Barco presentaron en sociedad a la bella
apertura y urdieron las medidas correspondientes, los voceros
empresariales tomaron los sospechosos escarceos más como una
desprevenida invitación a meditar sobre otro diseño cualquiera de
desarrollo que como un ultimátum. En variados foros debatieron el
monumental engendro; ventilaron ponencias que concluían en la
infalible solicitud de puntuales anticipos a la banca
internacional, impacientados por traer maquinaria moderna,
efectuar la reconversión y alistarse para el reto. Todavía soñaban
en redimir la industria colombiana con las benevolencias de los
mismos que iban tras su perdición. Ya en los días inmediatamente
anteriores y posteriores al advenimiento del gavirismo hicieron
gala de tacto, dándole vueltas en la cabeza a las eventuales
posturas, o a las adaptaciones que más convendría asumir bajo las
directrices prontas a estrenarse. Pero desde agosto todas las
cosas estaban consumadas. La privatización de empresas importantes
del Estado era una línea definida e inmodificable. La libertad
cambiaria empezaría a regir y por ende la dolarización de las
transacciones económicas. Los tratos obrero-patronales se
regularían por la reforma laboral más retardataria de nuestra
historia, que cortó, sin miramientos de ninguna especie,
reivindicaciones de medio siglo de luchas de la clase trabajadora.
Los productores nacionales perderían el derecho al sostén
gubernamental, a los subsidios, a los préstamos de fomento,
mientras los monopolios de las metrópolis, cuando no quedasen a la
par con los inversionistas colombianos, saldrían netamente
favorecidos, sin mayores normas u obligaciones ante el fisco para
entrar sus dinerales o remitir sus dividendos, y con factibles
zonas francas donde instalar sus maquiladoras y disponer a su
antojo de los efímeros salarios, mercedes que, a la postre,
llegarían a cubrir ambos litorales, el atlántico y el pacífico,
además de los otros territorios que el Conpes considere relegados.
Rápido transcurrió el período de vacaciones, pasó enero y, según
la costumbre, el país fue retornando muy paulatinamente a sus
cauces normales. En febrero y marzo, los temores, que venían casi
limitándose a meras expectativas, se materializaron y acrecieron,
sin que dieran lugar a la más remota esperanza los desaforados
dictámenes, mantenidos contra viento y marea por los héroes de
moda, los protagonistas del relevo administrativo y de la
suplantación generacional. No se habían concretado los empréstitos
prometidos para robustecer la capacidad competitiva de la
industria y la agricultura colombianas; no se habían resuelto, de
modo conciso, satisfactorio, los cuestionarios de los gremios, y
la libertad de importaciones ya estaba andando, junto al resto de
las generosas garantías otorgadas a los consorcios extranjeros.
En síntesis, los postulados de la apertura económica entraron a
regir, a tiempo que a la producción nacional se la desalentaba con
inconvenientes sutiles pero demoledores, tales como el encaje
marginal del 100% determinado por la Junta Monetaria, que tapona
el crédito corriente de los bancos. Se aminoran los Certificados
de Reembolso Tributario, Cert; se ordena acelerar los pagos al
exterior, y se multiplican los gravámenes indirectos, entrabándose
la circulación de las mercancías, incluidas las exportaciones, y
haciéndose nugatorio cualquier estímulo que aún permanezca por
ahí, sin vida, dentro de los desahuciados reglamentos. Tras la
sistemática campaña de desinformación, las autoridades económicas,
con el señor Hommes al frente, culpan a los empresarios de los
trastornos de la espiral alcista registrada en los albores de 1991
y, cabalgando sobre el desconcierto generado por la propia acción
gubernamental, profieren amenazas de más y mejores resoluciones
restrictivas. Entonces sí explota el escozor de los empresarios de
la ciudad y el campo, quienes empiezan, ante la faz de Colombia, a
engarzar, todos a una, los reclamos, las advertencias, el recelo,
tendiendo una saludable sombra de duda sobre la estratagema
entronizada.
Hasta Augusto López Valencia, del Grupo Santodomingo,
vicepresidente de Avianca, aerolínea que perdió 20.000 millones de
pesos en 1990 y que actualmente soporta una deuda de 102 millones
de dólares, estimó injusto que se ponga a competir a su compañía
"con sus 27 avioncitos", frente a un monstruo volante de las
dimensiones de American Airlines. Los agricultores, por boca de
Carlos Gustavo Cano, denunciaron no sólo la ambigüedad de los
programas oficiales y las contradicciones entre los funcionarios
al interpretarlos, sino los más notorios retrocesos de los
sectores rurales, en siembras, tecnología, mecanización, mercadeo,
etc., tratando de alertar sobre las contingencias de un
desabastecimiento agrícola a mediano plazo, de no introducirse
correctivos pertinentes, a fondo y sin demoras. Los cerealeros, en
particular, presididos por Adriano Quintana Silva, reconvinieron a
las altas esferas por su "visión oportunista, demagógica y
peligrosa", puesto que ahondan la crisis repartiendo el
contentillo de los alimentos importados, en lugar de propiciar la
producción interna. La Federación Colombiana de Industrias
Metalúrgicas, Fedemetal, dirigida por Jorge Méndez Munévar, volvió
a ocuparse de las tremendas incógnitas que flotan en el ambiente
tras los tumbos del ensayo aperturista, debido al cual, y en
virtud de no se sabe qué misterio, las fábricas nacionales se
fortalecen entregando sus pequeños mercados a la poderosa
competencia externa; el país avanza compartiendo con los
particulares el control de las divisas; los negocios se reaniman
mediante elevadas tasas de interés, o los productos claves, como
los metalmecánicos, deben desgravarse en pro de la integración
universal. También los textileros y confeccionistas expresaron sus
fundadas inquietudes de que la aceleración del Pacto Andino
facilite, no la presencia de las telas y las confecciones de los
pueblos vecinos, entre los cuales Colombia exhibe ciertas ventajas
en estos ramos, sino de las enviadas desde los Estados Unidos, con
cuyos excedentes bastaría para poner en aprietos a los
latinoamericanos de punta a punta.
De la larga enumeración de las protestas de 1991 hacen parte el
pronunciamiento de la ANDI de febrero, comentado arriba, y las
elocuentes observaciones de Fedegán del mismo mes. El
representante del gremio tal vez más acosado por la tenaza de la
violencia cuatreril y el benepláctio oficial, el doctor José
Raimundo Sojo Zambrano, llamó a rescatar la tradición ganadera de
Colombia ante el filisteísmo de quienes desean su fin alegando la
premura de una "eficiencia" que, según los esquemas
prevalecientes, sólo podría venirnos del imperialismo
norteamericano. "¿Será que los ganaderos tenemos que acabar de
liquidar los hatos y volvernos importadores de carne -dijo-, para
así gozar del subsidio que se nos niega como productores?"
5. POR UN FRENTE ÚNICO DE SALVACIÓN NACIONAL
No obstante la contundencia de estas acusaciones,
ante las que somos integralmente solidarios, a menudo los diversos
segmentos de productores se portan como tales, con espíritu
corporativo, asiéndose a su tabla de salvación, cualquiera,
importándoles poco el naufragio de la república o de su propia
clase; creen inclusive que les favorecería el hundimiento de los
otros sectores, o piensan en guarnecer la fortuna aun cuando la
industria se pierda. Es típico el caso de la reforma laboral, un
mendrugo arrojado a los pies de los patronos y que éstos reciben
pletóricos de dicha olvidando que las bajas remuneraciones de nada
sirven sin fábricas, o que necesitan de los obreros hasta
políticamente, pues son los más fieles guardianes de la
producción, sin cuyo concurso no habrá salida posible.
Aun los asalariados de Norteamérica se pusieron sobre aviso ante
la apertura, convirtiendo allí, quizás, por primera vez, las
inquietudes proletarias en el máximo tema del debate público. Al
promover la oposición contra el acuerdo comercial con el gobierno
mexicano e identificarse con la brega de los pueblos sometidos de
América Latina, plantean, de hecho, la más vasta unión de las
corrientes contemporáneas del progreso humano. Fenómeno que se
origina en una transitoria y trascendente disparidad: al otro lado
de la frontera la fuerza de trabajo vale un séptimo de lo que
cuesta en Estados Unidos. Por eso Thomas Donahue, dirigente de la
AFL-CIO, describió las maquiladoras como "un desastre para los
trabajadores estadounidenses y nuestros hermanos y hermanas de
México". Superdesempleo en el Norte; superpillaje en el Sur.
Seguramente la burguesía colombiana se ensimismó demasiado con la
caída de la superpotencia rusa. Estimó que con el fin de la guerra
fría se apagarían las guerras, o que con el resurgimiento del
imperio de los cincuentas los otros bloques agacharían la mansa
cerviz y se esfumarían las aduanas protectoras. Cantó victoria a
destiempo y no pudo intuir que atravesamos una coyuntura
inesperada, en que el puñado de naciones todopoderosas del globo,
para campear, y hasta para sobrevivir, acentúa de lleno el
colonialismo, una arrebatiña cruel bajo la cual los centros
productivos de los pueblos dependientes y atrasados resultan meras
especies en extinción. A los ciento y pico de países menesterosos
no les queda otra que defender lo suyo, así no sea, por ahora, muy
floreciente.
Mas los infantes de los pioneros de la industria, los portadores
del legado de principios de siglo, parecen no comprender o no
querer comprenderlo, al menos cabalmente. En el plano
internacional aceptan dialogar y pactar de manera aislada con
Washington, renunciando al gran poder colectivo, como si una sola
bandera pudiese obtener en la mesa de negociaciones más que las 26
de América Latina y el Caribe. No se entiende que los miembros del
Sela, el Sistema Económico Latinoamericano, que tanta cátedra ha
sentado sobre el desarrollo de la dilatada región, esperen hasta
finales de abril para reunirse en Caracas a discutir los pro y los
contras de la apertura; o que su secretario permanente, el señor
Carlos Pérez del Castillo, en dicha ocasión sostenga, como si tal,
que "la Iniciativa para las Américas excluye las negociaciones en
bloque" frente a Estados Unidos.
Tampoco se compadece con las cruciales circunstancias el
comportamiento expectante y hasta permisivo que asumen en el
ámbito interno algunos contingentes de las "fuerzas vivas". La
jocosa vacilación de los parlamentarios es una triste muestra.
Tras de aprobar cuanto golpe matrero el Ejecutivo se propuso
propinarles a las mayorías acalladas y sintiéndose burlados en los
cálculos de prolongar sus dietas aun a trueque de sus lealtades,
se declararon en abierta rebelión contra la Asamblea
Constituyente, el gobierno y las jefaturas partidarias, a
semejanza de los alquimistas medievales que practicaban el arte de
la inmortalidad retornando sus cuerpos mundanos al glorioso estado
anterior al pecado original. Apenas cuando quedan en entredicho
los intereses más cercanos se realza la gravedad de la conjura.
Pero el país entero, su estabilidad, su población, peligra.
La reforma constitucional, encaminada hacia la modificación o
arrasamiento de los antiguos valores económicos y democráticos, no
habría dado un paso sin la preponderancia del neoliberalismo. Así
como no hubiera ocurrido el relevo de tesis, de personajes, de
clases, de generaciones; ni el endiosamiento repentino del M-19,
esa patulea de amnistiados que ayudará a consolidar la peor
reacción a nombre de la revolución y cuyas raquíticas unidades
funcionan de mentores en el Hotel Tequendama y de policías en
Patio Bonito. La "federalización", otro solecismo parecido al del
"revolcón", y que dividirá a Colombia en territorios autónomos
después de 170 años de existencia de la república unitaria,
significa entregar desmembrado el país al águila imperial. 0 sea
el complemento de la táctica de la Casa Blanca, que consiste,
internacionalmente, en convenir por separado con cada nación
latinoamericana, e internamente, fraccionarlas en Emiratos Árabes
sin ninguna capacidad de réplica. Igual acontece con la
debilitación económica del Estado y el fortalecimiento de los
poderes ejecutivos, para que aquél no ofrezca resistencias y éstos
esparzan todos los dones institucionales. O con el auge de la
microempresa, el medio previsto de atender la desocupación que
sobrevendrá con los cierres fabriles, admitido aun por el titular
de la cartera del Trabajo, Francisco Posada de la Peña, quien, en
un seminario dedicado a la "Modernización" no tuvo reato en
recomendar ese ruinoso sistema de talleres como "la forma más
visible de inserción económica de las clases de menores ingresos”.
El país va, pues, a la carrera, hacia una emboscada mortal. Y en
consecuencia, el MOIR acude de nuevo a los estratos y agrupaciones
sociales que estén dispuestos a evitar la consumación del
atentado. Empuñemos con firmeza el cometido de proteger las
actividades productivas e impidamos que se haga de la conciencia
patria un costal de carbonero.
Retomemos lo rescatable del pasado y construyamos un brillante
porvenir. Forjemos el más amplio frente único por la salvación
nacional, en procura del cual venimos combatiendo desde 1986, no
al estilo de un Alvaro Gómez Hurtado, a quien no le entablaremos
demanda por los derechos de autoría intelectual, pero sí le
recordamos que la consigna no se concibió para seguir a Gaviria o
redimir a Navarro, sino para velar las armas de la grandeza de
Colombia. Que Estados Unidos no cure sus falencias, ni libre sus
disputas comerciales, ni salga de su actual cielo recesivo a costa
de las bancarrotas, las miserias y los sufrimientos de los pueblos
de América.
SALUDO DEL MOIR A
LA CONFEDERACIÓN UNITARIA, CGTD
Abril 30 de 1992
Mensaje leído por Francisco Mosquera el 30 de abril de 1992 en el
congreso de fundación de la CGTD.
Queridos compañeros:
La fundación de la nueva central representa el último capítulo del
prolongado proceso de lucha contra la decadencia de la corriente
patronalista de la clase obrera.
Las centrales controladas por la gran burguesía y por la
disidencia revisionista plantearon siempre paros generales, a
medida que se iban recortando los derechos de los trabajadores,
pero, invariablemente también, o los suspendían, o los
traicionaban.
Siendo presidente del Bloque Sindical Independiente de Antioquia
expuse, en 1967, que tales posiciones amarillas jamás tendrían
respaldo dentro del proletariado colombiano. En 1969 se declaró un
paro para el 22 de enero, y tras permanecer detenidos
prácticamente 24 horas en la casa presidencial, los dirigentes
sindicales de las aludidas agrupaciones se entregaron y aceptaron
hasta la pena de muerte. A raíz de tales acontecimientos, la USO,
la niña de mis ojos, se desafilió, si la memoria no me falla, tres
veces de la CSTC, la confederación mamerta. Sin embargo, el
gobierno, mediante las resoluciones de sus oficinas de trabajo la
volvió a reclutar en las filas del revisionismo.
Espero que con el cambio de la correlación de fuerzas que estamos
celebrando logremos impedir, de hoy hacia el futuro, semejantes
procedimientos ominosos.
Debemos sobrepasar las fronteras de los ajetreos sindicales y
poner los ingentes afanes de nuestra lucha a favor de la
emancipación de los desposeídos de la ciudad y el campo. Hay un
ejemplo hermoso, el de los trabajadores de Telecom, a quienes poco
empeño les merecen las migajas ofrecidas ante los máximos
intereses de la nación.
La nueva central se funda en medio de la crisis más profunda en
los anales del país, la apertura, que significa la neocolonización
económica de América Latina por parte del imperialismo yanqui.
Tenemos seis elementos en pro de esta batalla: la corrupción del
gobierno, la crisis energética, los fracasos de los diálogos de
paz, la escalada impositiva, la lucha obrera y los desbarajustes
internacionales.
Utilicémoslos al máximo y unámonos con todos los que tengan algo
que ver con la nación y con su historia.
Francisco Mosquera
Secretario General del MOIR
¡POR LA SOBERANÍA
ECONÓMICA, RESISTENCIA CIVIL!
Primero de Mayo de 1992
Mensaje de Francisco Mosquera el Priermo de Mayo de 1992, para
conmemorar el Día Internacional de la clase obrera.
I
Ante la severa retracción de su economía y la
aguda competencia que le plantean Europa y Japón, dos de los
poderosos bloques del momento, Estados Unidos desea salir de la
encerrona centuplicando primordialmente la explotación de los
países pobres que están bajo su yugo, incluida la totalidad de
América Latina y, por supuesto, Colombia.
Se registran muchos síntomas perturbadores en la vida de la
superpotencia. Son cerca de veinticuatro meses consecutivos de
recesión, más profunda que la de comienzos de los ochentas, y la
cual arroja índices pronunciados sobre la merma de las ganancias o
el incremento de las pérdidas de las principales empresas, la
estrechez de los mercados, los déficit en las cuentas nacionales,
el paro forzoso de un notorio número de asalariados y el rezago en
la capacidad productiva de la compleja industria, acrecido en
estos tiempos duros de pelar. Aunque se reaviven pronto los
negocios, sus desajustes estructurales de vieja data sólo
continuarán reportándole desventajas de sumo cuidado.
El imperio del Norte desempolva los artículos de fe del
neoliberalismo, a los cuales encomienda los saqueos de su
recuperación, una estrategia que no abandonará por las buenas, aun
a costa de arrasar el Continente. Por eso la contradicción se
torna antagónica e inevitable. Y se equivocan los ilusos o los
timoratos cuando atribuyen los gravísimos quebrantos de nuestra
nación a otras causas aleatorias, mientras se agazapan tras
paliativos engañosos con la inconfesable intención de capitular
ante los enemigos de la patria. ¿No tiende acaso la tan zarandeada
apertura hacia la plena colonización económica de Latinoamérica?
¿No nos vaticina daños sin cuento, como las quiebras en la
incipiente producción; la subasta de los bienes públicos; el
apoderamiento de recursos, servicios y plantas fabriles por parte
de los monopolios extranjeros; la supresión de las
reivindicaciones laborales; los despidos sin tasa ni medida en los
sectores público y privado; el endémico y doloroso espectáculo de
las bautizadas ocupaciones informales; el establecimiento de las
tenebrosas maquilas; la dolarización de la economía; la
eliminación de aranceles junto a la consiguiente alza de los
impuestos indirectos, antitécnicos y regresivos, y, en fin, la
ruina, con su rostro macabro?
Si los colombianos anhelan preservar los suyo, sus carreteras,
puertos, plantaciones, hatos, pozos petroleros, minas, factorías,
medios de comunicación y de transporte, firmas constructoras y de
ingeniería, todo cuanto han cimentado generación tras generación;
y si, en procura de un brillante porvenir, simultáneamente aspiran
a ejercer el control soberano sobre su economía, han de darle
mayores proyecciones a la resistencia iniciada contra las nuevas
modalidades del vandalismo de la metrópoli americana, empezando
por cohesionar a la ciudadanía entera, o al menos a sus
contingentes mayoritarios y decisorios que protestan con denuedo
pero en forma todavía dispersa. Entrelazar las querellas de los
gremios productivos, de los sindicatos obreros, de las masas
campesinas, de las comunidades indígenas, de las agrupaciones de
intelectuales, estudiantes y artistas, sin excluir al clero
consecuente ni a los estamentos patrióticos de las Fuerzas
Armadas, de manera que, gracias a la unión, los pleitos
desarticulados converjan en un gran pleito nacional.
II
No transijamos con ninguna de las disposiciones
lesivas al bienestar supremo de Colombia. Rechacemos en los
diversos foros la grosera interferencia de Washington, cuyo
Departamento de Comercio nos tilda de "proteccionistas", cuando a
nuestra marioneta la obsesionan los caprichos del librecambio
requerido por el Fondo Monetario Internacional. Salgámosle al paso
a cada intimidación, como la proferida por el Procurador de la
justicia estadinense, quien notificó que su gobierno secuestrará
en el exterior a cualquier sospechoso, un típico desmán
imperialista, recién ensayado en tierras panameñas, y con el cual
se apuntala el dominio no únicamente militar sino económico.
Tomemos nota también del plan del Departamento de Defensa yanqui,
cuyo resumen fuera publicado por The New York Times, y dentro del
cual se subraya cómo Estados Unidos debe "prevenir cualquier
desafío que emerja de Europa Occidental, Asia (en particular
Japón) o de las repúblicas de la extinta Unión Soviética", es
decir, volver a la hegemonía total, erigirse de nuevo en el único
árbitro nuclear del mundo, valiéndose para ello del intempestivo
desenlace de la llamada Guerra Fría e importándole un bledo los
desamores de los aliados de ayer.
Escuchemos la voz de El Espinal, desde donde los empresarios del
campo denunciaron la crisis sin precedentes de la agroindustria,
"un cuadro que puede derivar en movimientos unificados de
imprevisibles consecuencias", según advirtieron. Allí, en
concreto, se propuso por algunos sacar a las vías, en vez de las
cacerolas venezolanas, los equipos, maquinarias y automotores para
exigir un cambio en la pérfida actitud del régimen. Lo mismo que
hicieran a principio del año los algodoneros del Cesar, quienes
bloquearon con sus tractores y vehículos la transitada arteria
entre Bosconia y Codazzi, tras el incumplimiento de las promesas
gubernamentales.
Hagámonos eco de la inconformidad de los cafeteros que, desde los
ricos hasta los pobres, ven con sorpresa e ira los propósitos de
la panda gavirista de los Andes, pues se hallan en peligro los
haberes de la Federación, comenzando por el banco de sus
transacciones, transfigurado en sociedad mixta conforme al decreto
1748 de mediados de 1991. Se trata de un "irrespeto y una burla",
según la enardecida polémica de los caldenses. Resulta obvio que
sin aquellos instrumentos o instalaciones, levantados piedra a
piedra, durante lustros, dentro y fuera de nuestros linderos, no
podría Colombia influir en la comercialización del grano ni
negociar con medios eficaces un nuevo pacto mundial del café en
Londres.
Seamos solidarios con la mediana y pequeña industria, en especial
con las declaraciones de los dirigentes de Acopi, mediante las
cuales aquellos vastos sectores, uno de los más golpeados y
dispuestos a no asumir una posición "acrítica y pasiva",
coadyuvan, deliberada o indeliberadamente, a exacerbar los ánimos
de la sufrida población.
Recojamos, en cuanto rezuman validez, los múltiples
pronunciamientos del prepotente gremio de la ANDI acerca del
irregular manejo monetario y tributario, la escasez de crédito y
estímulos, la competencia desleal foránea, los malos convenios
internacionales y el resto de desatinos de la administración. Así
esos estratos altos crean en las supuestas bondades de
determinadas medidas del modelo neoliberal, como el flujo franco
de las inversiones imperialistas, la privatización de las empresas
del Estado o el retroceso en las relaciones obrero- patronales,
sus reclamos también caen y caben en la retorta de la resistencia
colectiva.
Hasta las asociaciones financieras, los pulpos de la construcción
y el gran comercio se quejan y temen. Este último, no obstante
haber aplaudido a rabiar la baja o la eliminación de aranceles, la
libertad de importaciones y las demás gabelas que le favorecen de
la Iniciativa para las Américas, esbozada por George Bush, acabó
haciendo una oposición acérrima contra las secuelas o puntos a su
juicio adversos de dicho proyecto aperturista, particularmente la
proliferación y el acrecentamiento del IVA, por los que clama el
ministro de Hacienda, y el consabido descenso de las ventas.
Fenalco les sugirió a los afiliados colocar en sus almacenes y en
sus casas "cintas verdes", a manera de "símbolo de descontento".
¡Quién lo creyera!
En esta dramática contienda la burguesía personificará siempre al
elemento vacilante; pero el proletariado, por esencia, no. A él le
corresponde entonces la orientación y animación del movimiento.
III
El circulo gobernante es débil, no solamente por
sus felonías, engaños, chamboneos, chanchullos, ineptitudes,
deshonestidades, sino porque desde antes de su posesión ha estado
fletado por Washington para festinar a Colombia y servir
lacayunamente a los sórdidos fines del imperio.
Sus imberbes integrantes alardean de inmaculados, mas las gentes
supieron ya que se roban un hueco, uno de los frutos positivos del
encarcelamiento del alcalde de Bogotá, incurso en el delito de
"peculado por apropiación indebida", y de cuya sospecha no se
eximen concejales, funcionarios y asesores.
En aras de la austeridad recortan la nómina de los servidores
públicos, y el presidente emprende continuos y hasta inútiles
viajes a otras latitudes con numerosas comitivas; ejercita el
buceo bajo las cálidas aguas de la Costa Atlántica en compañía de
los Ganimedes de Palacio; arma rumbas estrepitosas en la Ciudad
Heroica en donde deleita a los áulicos bailando o cantando bellas
canciones como Caribe Soy; monta con ayuda de las transgresoras
autoridades bogotanas monumentales espectáculos rockanroleros en
el estadio de El Campín...
Exaltan los derechos de los niños mientras a sus padres los
arrojan de los puestos de trabajo; o el director de Bienestar
Familiar socava los principios morales de los colombianos, al
argüir que "el homosexualismo no debe ser impedimento para poder
adoptar", o el ministerio de Salud permite impudicias semejantes
con la disculpa de prevenir el Sida.
Siguen ufanándose de demócratas aunque, desconociendo hasta la
propia palabra empeñada, hubieran revocado el anterior Congreso;
aplicado la "emergencia social" durante un día para suspenderles
atribuciones a los actuales parlamentarios, y sustituido las
reglas establecidas por la conveniencia de los "acuerdos
políticos", sin pararse en pelillos normativos ni en la cacareada
igualdad de las personas ante la Ley. Cabe traer a la memoria cómo
López Michelsen, uno de los jefes del liberalismo que ha secundado
toda la patraña, llamaba la atención hacia finales de su "mandato
claro" sobre el riesgo de hundir el andamiaje institucional si se
alteran "las reglas del juego".
Pese a mostrarse interesados en la efeméride del Quinto Centenario
del Descubrimiento, remueven de la dirección del comité
preparatorio al maestro Germán Arciniegas, y en su lugar, merced a
la misma decisión, se apoltrona allí la mujer de Gaviria,
recibiendo de ese modo un ultraje inaudito la inteligencia y la
cultura del país.
A todo mundo le piden eficiencia, pero marchamos sin correctivos
válidos hacia las tinieblas bíblicas de antes de la creación,
debido al colapso energético, no por culpa de las diabluras de
Dios, sino de los cohechos, imprevisiones y torpezas propios de la
arrogante burocracia encargada de los respectivos suministros,
siendo que gozamos de las cuencas de tres cordilleras enormes, y
el aprovisionamiento eléctrico absorbe más del 35% de la onerosa
deuda externa. Además, el apremio le proporciona a la cleptocracia
la excusa perfecta para privatizar las operaciones del ramo,
apropiarse de los activos de éste y luego transarlos a título de
pago de los empréstitos en mora de cubrirse.
Quiebran la producción o la enajenan escondiéndose tras el sofisma
de atender las urgentes necesidades sociales. E insisten, por más
que la experiencia de siglos enseñe que sin desarrollo industrial,
y autónomo, no habrá nunca una mayor riqueza, y mucho menos para
repartir.
A las muchedumbres desocupadas las consuelan pintándoles el
paraíso de las actividades informales, como si recogiendo basuras,
lavando botellas, fritando empanadas, ofreciendo baratijas en
casetas callejeras o vendiendo limones por las esquinas, logre
alguien contribuir al crecimiento material de la patria u observar
los compromisos familiares.
Enumerar la lista completa de los embustes y embelecos sería una
labor interminable.
IV
Por otro lado, señalaremos lo que no pocos
ignoran: el desprestigio del gobierno cunde parejo con la
vertiginosa propagación de la crisis más profunda de la historia
de Colombia. En escasos meses, desde las postrimerías de 1991 a
esta parte, se han presentado alteraciones de innegable
trascendencia en el pugilato político, tanto nacional como
internacionalmente. Periódicos que alababan el neoliberalismo
económico ahora ponen en salmuera aspectos esenciales de éste.
Parlamentarios elegidos bajo las banderas de la nueva ola saltan
afanosos en defensa de sus fueros conculcados, o se rehúsan de
frente a aprobar algunas iniciativas de los conculcadores.
Comentaristas de oficio de la panda mudan de opinión y uno que
otro ha llegado al colmo de hacer circular peticiones de renuncia
al presidente.
En el concierto latinoamericano los gobiernos que, en búsqueda de
una rápida imposición de la apertura, han patrocinado enmiendas a
la Carta, como el nuestro, e inclusive los que aún no lo han
hecho, pisotean sus constituciones y no alcanzan a evitar que los
minen los progresivos encontronazos entre sus pretensiones y las
de sus cámaras legislativas. Menem le usurpa potestades al
Congreso, Pérez lo sitia, Fujimori lo clausura, Borja lo reprende,
Gaviria le decreta la emergencia... A Color de Mello, que mira
impotente cuánto decaen sus acciones, el reformismo tampoco le ha
ayudado a conjurar la postración de Brasil. Algo parecido acontece
con las restantes repúblicas del hemisferio.
La integración latinoamericana principia a resquebrajarse, en un
lapso menor de lo esperado. Ante la agresividad imperialista los
regímenes dependientes se hacen cada día más insolidarios.
¡Sálvese quien pueda!
Antes de concluir enero de 1992 los mandatarios de Venezuela y
Colombia firmaron la unión aduanera; y, menos de una semana
después, con el intento de golpe de Estado en el hermano país,
Carlos Andrés Pérez quedó atado de pies y manos, sin posibilidades
de maniobra para cumplir lo convenido, perjudicando naturalmente a
la contraparte, su socio colombiano. Este ejemplo habla por sí
solo de cuán deleznables lucen los mezquinos entendimientos de las
oligarquías vendepatria. Lo único duradero y necesario será la
identidad de miras e intereses de las naciones expoliadas.
V
Las desavenencias entre los órganos legislativos
y ejecutivos de la zona, o de los Estados entre sí, significan
apenas una causa, pero una causa internacional del caos hacia
donde rueda fatalmente la administración Gaviria. Hay otras no
menos dignas de tomarse en serio.
La corrupción se explaya en las cumbres del Poder, dando al traste
con las hipócritas campañas de moralización, las ingenuas
esperanzas sobre la "nueva Colombia" o el "bienvenido al futuro"
y, de pasada, con la credibilidad en los designios de los neófitos
gobernantes.
Los cortes de luz han llegado a límites intolerables, desesperando
a los habitantes de urbes y poblados. Luego de los incontables
percances ocasionados por los reordenamientos más restrictivos,
retardatarios y antinacionales de que tengamos noticia, los
racionamientos energéticos le propinan el golpe de gracia a la
producción agrícola e industrial.
Ningún fenómeno retrata mejor la vacuidad de Gaviria que el manejo
complaciente y equívoco otorgado a la pacificación, cuyos diálogos
ni adelantan ni concluyen. En la ronda inicial, llevada a efecto
en territorio venezolano, se adoptó cualquier suerte de temas,
económicos, políticos, filosóficos y bélicos, dejándose en el aire
justamente uno, el que preocupa a las distintas clases y capas: la
cesación del terrorismo, el desarme, el reintegro de los alzados a
la vida civil. Pero no. Esas partidas de insurrectos errantes
persisten en el truco de concertarlo todo para no atenerse a nada
si se altera algo. Lo cual viene ocurriendo desde los primeros
contactos en el período de Turbay. Entre tanto el país contempla
atónito cómo se secuestra a granel, se mata a seres inocentes y se
destruye con saña la infraestructura de las áreas productivas.
Los repetidos atentados contra la clase obrera, con su sartal de
nefastas repercusiones en el sindicalismo, el empleo, el consumo,
el desarrollo, etc., fuera de nublar los oscurecidos asuntos de
incumbencia común y estremecer la solera de la sociedad, a la
larga terminarán sacando de sus goznes a la vetusta república.
La reforma tributaria se ha ganado el repudio general. Muchos de
sus acerbos críticos la encuentran, además de injustificada,
demostrativa del despilfarro del Ejecutivo, que no amolda sus
gastos a su labia, sobre todo tras los gravosos ajustes de la Ley
44 de diciembre de 1990. "¡No huele!", rezongaba el emperador
Vespasiano al percatarse de que no aparecía el dinero del gravamen
a los urinarios públicos. Salvando las distancias, hoy entre
nosotros acontece lo mismo, que los recaudos de los múltiples
impuestos indirectos desaparecen antes de cumplir los objetivos
para los cuales fueron arbitrados. Pero así como la gran burguesía
sueña financiar los placeres de la apertura con el hambre de las
masas, éstas le quitarán a la vez el apetito, cobrándole
igualmente caro cada una de las arbitrariedades perpetradas.
Las cuestiones referidas atrás compendian seis de los factores que
más inciden en la anárquica situación de la hora. Los focos de
tensión abundan, los bandos en conflicto se exasperan, sobran los
indicios de que a la plena neocolonización económica de América
Latina se le dará curso forzoso, por encima del querer y el sentir
de las abrumadoras mayorías, con o sin Constitución, cuando no
hace ni un mes el director del Fondo Monetario Internacional
destacaba "que no es un accidente que el progreso económico
logrado por la región haya coincidido con su avance democrático".
Veremos quién prevalecerá, si Gaviria con su cantinela o el pueblo
con sus proclamas. A la granizada gringa responderemos con una
tormenta tropical.
Movimiento Obrero Independiente y Revolucionario
MOIR
Comité Ejecutivo Central
Francisco Mosquera
Secretario General
EN RESPALDO A
GERMÁN ARCINIEGAS
Octubre 1º de 1982
Publicado en El Tiempo el 11 de octubre de 1992, para conmemorar
el Quinto Centenario del Descubrimiento de América.
Señor Doctor
Germán Arciniegas
E. S.M.
Apreciado maestro:
Pocas mentes como la suya han hecho tan portentosos esfuerzos para
esclarecer y cimentar los valores nacionales, y ningún otro
colombiano ha vinculado de tal modo su nombre y su obra a la fecha
mágica del 12 de Octubre. Por ello, nadie admitió que el gobierno,
sin motivo confesable, por decreto del 21 de noviembre de 1990, le
quitara a usted la responsabilidad de conducir la Comisión
Colombiana para la Conmemoración del V Centenario del
Descubrimiento de América, poniendo en cambio a la señora Ana
Milena de Gaviria. De inmediato se conocieron las manifestaciones
de inconformidad de Carlos Lleras Restrepo, Otto Morales Benítez,
Hernando Santos, Germán Espinosa y otros. Tampoco se hicieron
esperar las renuncias irrevocables, al comité preparatorio, de
Pilar Moreno de Angel y de Ramón de Zubiría.
La ofensa inferida al país en su persona no careció de causa
bastante.
Desde antes de la publicación de El estudiante de la mesa redonda,
en 1932, y después de El Embajador, editado en 1990, usted ha
escrito, fuera de miles de artículos, discursos y conferencias,
casi un libro por año, para el gozo de sus incontables seguidores.
Todo tras una sola respuesta, "¿Qué es América?". "El único
continente con fecha de nacimiento", pues "no la tienen Europa, ni
Asia, ni África".
Un par de esas ideas bullen en sus exposiciones. Que las tierras
nuestras eran el único escape de los seres zaheridos de entonces,
al otro lado del océano; y que aquí hicieron su magistral
actuación las muchedumbres y los sentimientos más diversos. En
1946, por ejemplo, al inaugurar la placa conmemorativa de Antonio
Morales ante la casa del florero, usted señaló cómo "el grito de
independencia lo daban en realidad los españoles cada vez que se
embarcaban para América en las naves de la conquista. Y ese grito
fue ahondándose por los aires de estas montañas, y se confundieron
en él las tres voces de las gentes de tres colores que reunió este
hemisferio para dar cumplimiento al destino de la libertad". Luego
habló del "Continente de siete colores". Y, en Nueva York, a
comienzos del invierno de 1989, con ocasión de recibir el premio
que le otorgara The Americas Foundation, ratificó, por enésima
vez, que la efeméride a la cual arribaríamos a la sazón dentro de
tres años, era el más glorioso de los festejos:
El de "La liberación de los peregrinos. De los que siguieron
emigrando en cinco siglos. La fiesta de nuestros Padres fugitivos.
La de Europa emancipada, que es la de ustedes y es la mía. La de
la libertad antevista por Platón.
Fiesta de todas las naciones. De españoles, italianos,
portugueses, ingleses, escandinavos, polacos, irlandeses... Aquí,
en las Américas. Ya no puede decirse sino así, en plural, donde
hay que ser anchos y generosos para gentes de toda nación, color o
secta."
Pero muy en contra pensaban los girasoles recién llegados al
Poder. En lugar de imprimirle un sentido histórico, global, a la
celebración, la encasillaron en el reducido ámbito de las
relaciones ibérico-latino-americanas. Un enfoque por demás
paradójico. Mientras que a materias teóricas de semejantes
incidencias universales se las aborda con miopía infinita,
excluyéndose a los pueblos de lenguas no hispanas o portuguesas,
también artífices de primera fila en las aventuras de la Conquista
y de los progresos posteriores, al contrario, frente a los
peligros de la Iniciativa para las Américas, liderada por
Washington, y que implica la plena colonización económica de las
gentes pobres, se asume una posición amplia, liberaloide y
obsequiosa. Quizás consideren que España resulta un buen camino
para llegar al Norte; o que no se agravia a los estadinenses si
con otros expedientes se les satisfacen sus apetitos expoliadores.
Con el marginamiento suyo de los eventos oficiales de la
conmemoración, el Primer Magistrado colombiano no sólo desconocía
irrespetuosamente una patriótica labor investigativa de más de
sesenta años, sino que actuaba cual un súbdito más de las
Serenísimas Majestades de la Península, puesto que aceptaba sin
chistar las irritantes demandas de Madrid, que pretende
aprovecharse de los fastos memorables para lucir los trofeos de su
añorado Imperio Colonial Español. La impronta de la época. Hay que
transferirles las responsabilidades a los elementos emergentes que
no les tiemble el pulso al festinar los haberes públicos, y
cerrarle el paso a toda tendencia que tenga algo que ver con la
nación o con su historia. Lo dijimos al hacer el examen de la
actual situación planetaria y americana. Y estoy persuadido de que
el desaire a sus personales empeños emana de la lógica de tales
designios.
Los periódicos del 24 de diciembre de 1990, que reprodujeron un
reportaje suyo concedido a Colprensa, en el cual usted se reafirma
en sus tesis, "así me tuviera que quedar absolutamente solo",
divulgaron al mismo tiempo un despacho de dicha agencia noticiosa
con la información de que Colombia venía gestionando ante España
una ayuda, para la lucha contra el narcotráfico, de 3.000 a 4.000
millones de dólares. Otra curiosa coincidencia de aquellos días
consistió en que la conocida revista española Cambio 16 designó al
señor Gaviria como el "hombre del año".
Inclusive en la última reforma constitucional se
reflejan las rancias inclinaciones, al respecto, de las
autoridades de turno. Además de los errores de incoherencia,
inexactitud y mala redacción, la Carta de 1991 denomina Santa Fe a
la capital, restituyendo un apelativo que se suponía borrado para
siempre, desde cuando los miembros del Congreso de Angostura lo
suprimieron aquel 17 de diciembre de 1819. Fue la denominación que
terminó dándosele a la aldea de doce bohíos de Gonzalo Jiménez de
Quesada, fundada en 1538 tras las extenuantes jornadas de Santa
Marta a La Tora y de La Tora a los dominios del cacique Bogotá,
quien perece por sus tesoros escondidos. Así habían designado los
Reyes Católicos a la ciudadela en donde resguardaron sus tropas de
asalto durante el sitio de Granada, el postrer baluarte del reino
nazarí, con cuya caída, en enero de 1492, acababan las casi ocho
centurias de Reconquista. Allí discutió y firmó Colón con los
representantes de sus monarcas las capitulaciones que abrirían la
senda hacia el Descubrimiento. Ese talismán de dos palabras
protegía a los convulsionarios de Roma y de Castilla. Simbolizaba
la fe católica, el rescate del feudalismo, la contrarreforma, el
Santo Oficio, la unidad española, la creación del imperio. Por eso
nuestros abuelos fundadores lo regaron por doquier, junto con el
resto del santoral. La marcha hacia atrás la determinaron el
ascenso de Carlos V y la aparición intempestiva de un segmento de
la cara oculta de la Tierra. Los comuneros de 1781 llevaban el
somatén de pueblo en pueblo, al pregón de "¡Guerra!, ¡Guerra a
Santa Fe!". Y sus dignos descendientes abolieron muchos de estos
apolillados emblemas y calificativos, para que una minoría
alucinada venga ahora a sacarlos de entre las basuras de la
sociedad.
Otro tanto ha acontecido con la noción económica del resguardo y
con la figura jurídica de la tutela. Dos instituciones extraídas
de los precipicios perdidos del pasado, y que los asambleístas del
Hotel Tequendama decidieron introducir en las normas de la Ley
Fundamental de la república. Sin excepción alguna, a los sectores
indígenas sobrevivientes se les debe respetar sus tradiciones y
cultura; pero algo muy distinto será sembrarlos como plantas en
las formas de producción ya relegadas por los logros del
desarrollo. A estos estamentos no hay que negarles su condición de
fuerza trabajadora, con todos sus derechos y deberes, sin omitir
la propiedad privada, el comercio, la contratación laboral, el
conocimiento científico, la salud. Las expresiones comunales de
apropiación, típicas en los principios de la noche colonial, se
basaban en la antiquísima organización gentilicia que hallaron los
españoles y obedecían a las necesidades monárquicas de recoger
tributos y utilizar la mano de obra de los naturales. El papel de
protector del indio, desempeñado por el clero, alrededor del cual
todavía se especula, procuraba mantener intactos los ingresos de
la Corona y la Iglesia, sofrenando, de paso, la codicia de los
encomenderos. Los "benefactores" Bartolomé de Las Casas y
Francisco de Vitoria no se eximieron de la misión de sostener con
sus prédicas el andamiaje colonial. Si acaso lo matizaron. El uno
sostuvo que los primitivos se convirtieron por derecho natural y
divino solo en vasallos directos y “libres" del trono hispánico;
el otro elaboró toda una enmarañada doctrina para sustentar cuándo
tal sometimiento se podría efectuar a "justo título", dentro del
derecho de gentes. El patronato eclesiástico sobre las Islas
Canarias y la violenta sujeción de los vástagos de la raza
Cro-Magnon que las habitaban, configuraron un pequeño grande
ensayo hacia fines del siglo XV para las masacres posteriores de
los amerindios.
Tras la imposición de dicho orden jerarquizado y artificial, los
religiosos proclamaban que los aborígenes eran menores de edad,
incapaces absolutos que habrían de ser sometidos a la tutela o al
amparo de los preceptores establecidos. El edificio feudal se
erigió sobre los cimientos precolombinos, al igual que Hernán
Cortés dispuso construir la ciudad de México en los escombros de
la Tenochtitlán de los aztecas; o como los prelados del Perú
levantaron en Cuzco sus conventos y catedrales encima de los
imponentes templos del sol, hechos por los Incas. Semejante mezcla
nació herida de muerte. Lejos de conservar la situación
instaurada, agilizó el paulatino proceso de descomposición de las
obsoletas regulaciones europeas y de las seculares costumbres
americanas. Anhelarlas o adecuarlas a las realidades de hoy
representa un anacronismo incalificable. Colocar a la población
entera bajo un tutelaje indiscriminado minimiza el precepto
escrito, enreda la justicia y favorece a los monopolios, que ya
han empezado a valerse de este artilugio para rematar sus
ambiciosos propósitos.
Asuntos de fondo y de peso están en juego. Cada vez un mayor
número de opiniones del Continente expresan, en relación con la
polémica, sus simpatías hacia la actitud suya, maestro. Hasta el
pueblo raso ha ido comprendiendo qué relevar o no en la
trascendental coyuntura.
Nada entenderíamos si los anales americanos quedaran circunscritos
a las hazañas de los descubridores, conquistadores y
colonizadores; si permanecieran sepultos los aportes de más de la
mitad de los protagonistas; si siguieran desfiguradas las
decisivas influencias del Nuevo Mundo en el Viejo; si cayera un
manto de silencio sobre las batallas por la libertad, pretéritas y
presentes, en estas latitudes. Aunque el Descubrimiento se deba a
los adelantos de aquel período, parta de la hipótesis de la
redondez de la Tierra, corresponda a la pericia y a la tenacidad
de Colón e ilumine la Era Moderna, lleva el timbre, si se me
permite la licencia, de las fascinantes realizaciones del
Renacimiento: que sus autores se planteaban los problemas,
definían los objetivos y los coronaban, pero sin dominar a ciencia
cierta el motivo y las repercusiones de sus triunfos, ni los
basamentos esenciales en que se sustentan. La llegada un tanto
fortuita de las primeras carabelas a nuestras costas de cualquier
modo fue una salida a las urgencias de la Europa del siglo XV, en
especial la de romper el cerco en que la habían situado la toma de
Constantinopla por los turcos otomanos, que bloqueó sus rutas
comerciales hacia el Oriente, y el hecho de que los combatientes
del Islam constituían de suyo una barrera infranqueable en el
Norte del África. De ahí que exclusivamente restara buscar el
"Levante por el Poniente", según la conocida y certera intuición
del genovés. Sin embargo, al intentar comprobarla, se le atravesó
otro mundo, inmenso, distinto al anhelado... y no lo supo nunca.
Una meta fallida que, fuera de encarnar uno de los más notables
éxitos del Hombre, da pábulo a otros desenlaces no menos
contradictorios y deslumbrantes.
Usted se ha preocupado por arrojar luz sobre el bautizo del
gigantesco hallazgo, una controversia demostrativa de que en la
empresa de hender el Atlántico, moverse por la "cuarta parte" del
planeta y alcanzar el Pacífico, o sea, abrir los horizontes del
cosmos de Copérnico y Galileo, colaboraron durante los siglos XV,
XVI y XVII, navegantes, razas y países distintos. No se propuso el
patronímico de Colombia, ni nada parecido, debido a que el
Almirante insistiera hasta el final, por el apego a viejas
creencias, por las equivocaciones de cálculo y por los compromisos
contraídos con los reyes, que había puesto pie en Catay, o las
Indias, cual llamaban los europeos a Oriente. Al menos veía
obsesivamente en cada isla al Japón, o Cipango, desde el momento
mismo en que desembarcó en Guanahaní. El homenaje se lo reservaron
los monjes ilustrados de la abadía francesa de Saint Die a Amerigo
Vespucci, por intermedio del cartógrafo y geógrafo alemán Martín
Waldseemuller, quien leyó las relaciones de los viajes de aquél a
las regiones de ultramar. El florentino sostenía que cuanto vio no
era Asia sino "otra cosa". ¡Tratábase de América! ¡La verdadera
noticia! ¡Un descubrimiento del Descubrimiento! Del cual tampoco
se percató Fernando de Magallanes, a pesar de atisbarlo entero
desde sus navíos, cuya tripulación cumplió después, completamente
diezmada, sin su capitán, la proeza de la primera vuelta al globo;
y, aunque, en compensación les facilitara su apellido al
turbulento estrecho austral de los pobladores de la Tierra del
Fuego y a las constelaciones más cercanas a la Vía Láctea que se
distinguen desde esas lejanías. Mas se había producido el
reencuentro con la Atlántida soñada de Platón, que usted menciona
como una alegórica referencia a los vínculos inextinguibles entre
las culturas.
Al fin se dieron cita los continentes, cointegrantes de la ignota
Pangea, cuya desmembración, iniciada hace cien millones de años,
generó el Mar Océano de Colón para concedemos a la larga el
privilegio de los debates del Quinto Centenario. Un desfile
infinito de audacias, complejidades e incongruencias que, no
obstante, han mantenido en lo sustancial una ilación permanente y
suscitado el más maravilloso desafío a la historia y al
pensamiento, en todos los campos: la astronomía, la geología, la
antropología, la teoría de la evolución de las especies y el resto
de las ciencias naturales y sociales. "Muestrario" que usted
eslabona durante una existencia de fructíferos afanes, sin
pretender agotarlo, o llegar "a la proyección de todas sus
consecuencias".
Partiendo de las hondas implicaciones que la leyenda cumplida a
sangre y fuego de El Dorado y el despojo de la masa indígena
tuvieron en la acumulación originaria del capital. De los crímenes
cometidos por los heraldos de Cristo y del Rey, nos cuentan, en
espeluznantes narraciones, multitud de cronistas y testigos
presenciales. Marx, en su obra cumbre, los destaca entre los
factores que engendraron la naciente sociedad del siglo XVI: "El
descubrimiento de los yacimientos de oro y plata de América, la
cruzada de exterminio, esclavización y sepultamiento en las minas
de la población aborigen, el comienzo de la conquista y el saqueo
de las Indias Orientales, la conversión del continente africano en
cazadero de esclavos negros: son todos hechos que señalan los
albores de la era de producción capitalista." A través de las
guerras, los empréstitos, las falencias productivas, el
entrabamiento comercial, dicha acumulación pasa de España y
Portugal a Holanda, Francia e Inglaterra. Pero es en este último
país donde ofrece su mejor cosecha en las postrimerías del siglo
XVII, tras el refinamiento del sistema colonial, tributario,
proteccionista y de deuda pública.
De nada les valieron, pues, las fabulosas riquezas a los
españoles; no lograron escapar pronto del feudalismo ni responder
al reto planteado por las naciones que se iban a la delantera.
Medió una particularidad muy extraordinaria. En las partes de
América en donde aquéllos se aposentaron, los indígenas, en una
buena proporción, eran sedentarios, practicaban la agricultura,
conocían diversas técnicas artesanales, descollaban en la
arquitectura, la escultórica o la orfebrería, tenían una
metalurgia incipiente y, en suma, estaban aproximándose a la
civilización. Los encomenderos y demás súbditos de la Corona
encontraron "siervos" disponibles, sobre cuyo lomo, o el de sus
sucesores, cabalgaron durante tres siglos.
Una cosa muy diferente aconteció en el Norte. Allá, en ese otro
"refugio de los perseguidos", echaron raíces gentes de condición
distinta, con un concepto social altamente avanzado para el
momento histórico; en su mayoría calvinistas, puritanos,
representantes de la reforma protestante y del combate contra la
escolástica y el oscurantismo, una de las grandes rebeliones de
los burgueses contra los señores. Las otras dos radicaron en el
Renacimiento y la Ilustración. Aquellos emigrantes casi no
contaron con fuerza de trabajo explotable. Los nativos que les
proporcionó la providencia por lo general no habían superado, a la
inversa de lo que ocurría en el Sur, el salvajismo o los estadios
bastante iniciales de la barbarie, conforme a las divisiones y
subdivisiones obtenidas por Lewis H. Morgan, después de su
convivencia de decenios con tribus norteamericanas, especialmente
los iroqueses. Análisis que despejaron incógnitas antes no
descifradas, de la historia antigua de Grecia, Roma y Alemania.
A los colonizadores ingleses les tocó entonces abatir los montes,
domeñar las tierras y ganarse el pan con el sudor de la frente. A
falta de asalariados, la esclavitud del negro se fue convirtiendo
en una solera sin la cual Estados Unidos no hubiese abrazado el
capitalismo, ni llegado a ser, con el tiempo, un país poderoso. La
Declaración de Independencia, en 1776, que tanto eco tuvo en los
acontecimientos revolucionarios posteriores de Europa y de las
naciones latinoamericanas, configura la culminación de lo dicho,
cuyos rasgos preliminares aparecían ya con nitidez en una que otra
carta real de las compañías comerciales encargadas del transporte
de los europeos expatriados, o en los pactos que a veces éstos
firmaban en los mismos buques, y por los cuales se comprometían a
ejercer modalidades autónomas de organización, comprendidas las
estipulaciones de elegir sus funcionarios, escoger sus jueces y
promulgar sus leyes.
Desde muy temprano se esparcieron en el hemisferio septentrional
los vilanos de la democracia, en contraste con cuanto aconteció en
las colonias españolas, francesas o portuguesas. También
recurrieron al escalpo, desde luego, pero no mezclaron su sangre
con la de los pobladores de su Atlántida, ni calcaron las
instituciones de la vieja Europa.
Todo esto lo expongo con cierto temor reverencial, pero no percibo
otras diferencias mejores que las explicadas para resaltar el
auténtico y decisivo papel de los coterráneos de George
Washington, Abraham Linco1n y James Monroe, a propósito de la
celebración del Quinto Centenario, y poner énfasis en las
disparidades históricas y en los desequilibrios presentes de las
dos Américas, que parten de una insalvable contradicción heredada:
el sector más progresista de Europa llegó al lugar menos avanzado
del nuevo continente y, viceversa, el poder más reaccionario, a
las culturas precolombinas menos atrasadas. Las críticas del MOIR
frente a las actuales pretensiones neocolonizadoras del imperio
del Norte, a las que arriba hice referencia, no nos impiden,
ateniéndonos a la autenticidad del discurrir histórico, reconocer
e incluso nutrirnos, de las útiles lecciones de la experiencia
estadinense.
Pese a todo, los vientos fueron propicios. Llevaron a Darwin a
Galápagos; robaron el rayo para Franklin; pavimentaron por Ford
las avenidas; les entregaron las alas de Pegaso a los hermanos
Wright; impelieron a Lindbergh por los aires a través del
Atlántico; revelaron a Watson y a Crick la doble hélice de la
genética; depositaron a Neil Arinstrong sobre la superficie de la
luna; inspiraron a los Watson, padre e hijo, en el
perfeccionamiento de las computadoras; indujeron a Edison hacia la
creación de la lámpara maravillosa; les dieron asilo a Einstein y
von Braun; acogieron a Chaplin y a Cantinflas; admiraron a Rivera,
Siqueiros, Orozco y Arenas Betancur; leyeron a John Steinbeck,
Ricardo Palma, García Márquez ... ; auparon a Mutis y Caldas en
sus inquietudes científicas; promovieron el "pacto del ajiaco";
siguieron a Bolívar, Santander, San Martín.... y rodearon a Germán
Arciniegas.
Probablemente infinidad de marineros sentaron sus reales aquí,
antes o después de la presencia de Erico el Rojo, pero le
correspondió a Cristóbal Colón, de verdad, el Descubrimiento y
extender el panorama mundial.
Maestro Arciniegas:
El 12 de Octubre no debe ser una fecha límite. Los quinientos años
bien valen la pena para "hacer una historia de América vista desde
abajo". Le propongo que hagamos un pastel gigantesco, hecho de
nuestra propia masa, y lo pongamos en San Andrés con el objeto de
que quinientas vírgenes apaguen sus velas.
Atentamente,
Francisco Mosquera
Secretario General del MOIR
HAGAMOS DEL DEBATE
UN CURSILLO QUE EDUQUE A LAS MASAS
Noviembre 25 de 1993
Discurso pronunciado en el Salón Fundadores del Hotel Bacatá el 25
de noviembre de 1993 con motivo del lanzamiento de la candidatura
al senado de Jorge Santos.
Queridos compañeros:
Tras dos decenios de echar mano de las modalidades del sufragio,
estamos al principio de la campaña electoral, la segunda que
emprendemos luego de haberse sustituido la vieja Carta de 1886 por
otra mucho más arrevesada. Siempre, o casi siempre, concurrimos a
los comicios en compañía de diversos aliados, apisonando los
cimientos del frente único y esparciendo las ideas
revolucionarias. Mientras en cada departamento iremos a la
contienda por la Cámara, en todo el país conformaremos una lista
única para el Senado, convertido ahora en circunscripción
nacional. En procura de los correspondientes objetivos
concertamos, alrededor de unas pautas programáticas mínimas, la
mutua colaboración con el bloque Democrático Regional que nació
del compromiso entre varias fuerzas con vínculos populares en la
ribera del Magdalena Medio. Unidad que, por sus preludios o
proyecciones, ofrece tema abundante de análisis. Pero como el
debate actual entraña características muy señaladas, un tanto
diferentes de las conocidas en etapas anteriores, deseo esta noche
referirme a ellas, aun cuando tenga que limitarme a un apretado
resumen.
Con el advenimiento del cesarismo del revolcón, Colombia concluyó
sumida en las tinieblas de la incertidumbre. Nadie sabe a qué
atenerse; cualquier disposición, por dañina que fuere, no asegura
nada, ni siquiera su continuidad. La norma es la falta de normas.
Los industriales, los agricultores, los comerciantes y hasta los
contribuyentes denuncian que poco les vale acatar o disentir, pues
más se demoran en someter con humildad sus actividades a los
dictámenes de las élites burocráticas que en verlas interferidas
de nuevo por los cambios de criterio de éstas; la mejor forma de
endurecer la dictadura burguesa de los vendepatria.
En el terreno de las elecciones dichos métodos han significado la
supresión en la realidad de los escasos visos democráticos, sobre
los que tanto parlotean las minorías gubernamentales. Reglamentan
los procedimientos conforme a las conveniencias del día;
transfieren a los organismos subalternos la toma de decisiones de
fondo, y mantienen en reserva los recursos legales o no que les
sirvan para doblegar oportunamente a los adversarios de peligro.
El reconocimiento de los partidos se ha trocado, bajo su arbitrio,
en un artilugio de selección entre admisibles e inadmisibles, que
les permite definir quiénes merecen disfrutar hacia la medianoche
de los diez minutitos de consolación televisiva, en qué lugar
ubicarlos en el tarjetón o cuántas mercedes deben otorgárseles.
Son ardides, arterías, minucias; sin embargo, de tales trapisondas
depende, de un momento a otro, la suerte en las urnas de los
movimientos, en especial de las vertientes opositoras. Al MOIR se
le suspendió la personería jurídica, luego de haberse jugado con
esto durante meses de definiciones claves para el régimen. A una
agrupación se le suprime la carta de ciudadanía si no llega al
Congreso o no obtiene un determinado número de votos. También la
rifa si hace uso de la elemental licencia de declarar la
abstención por razones tácticas. La apelación para recuperarla
consiste en recoger 50.000 firmas que el Consejo Electoral examina
y resuelve sin más aceptarlas o glosarlas. Otra traba a esgrimir
contra los pequeños se halla en la caución que se exige como
prenda de las inscripciones. Según la enésima providencia, la
última, la Ley del 11 de noviembre pasado, la fijó, por ejemplo,
en aproximadamente doce millones de pesos para el ámbito del
Senado, los cuales cancelarán aquellos grupos que no alcancen una
cantidad relativa de sufragantes. Nos encontramos ante
impedimentos de cicatero, oscuros, pero impedimentos al fin y al
cabo.
En los albores de la reforma constitucional aparecieron las
prácticas amañadas que vendrían después, ese nebuloso reino de los
"mecanismos", la interinidad de las regulaciones, el reemplazo de
las reglas por los acuerdos pasajeros. Respecto a la enmienda,
Barco elaboró cuatro o cinco proyectos a través de sendos
conciliábulos, llevó un texto a las cámaras que lo aprobaron en
dos legislaturas tras largas discusiones y, con el pretexto de
haberse previsto un referendo encaminado a dirimir el asunto de la
extradición, lo retiró abruptamente. En otras palabras, al
parlamento le estaba vedada cualquier iniciativa. Más tarde
Gaviria, apuntando hacia la conciliación con los señores de la
droga, la prohibió de un plumazo por medio de sus decretos y de su
constituyente. A él mismo lo nominaron con una simple e
inexplicable misiva de un hijo de Luis Carlos Galán, que fuera
leída en los funerales de éste. Y los mancebos de Palacio
comenzaron a hacer de las suyas.
En las justas del 11 de marzo de 1990 se le permitió a una
comparsa de estudiantes aleccionados, en su mayoría pertenecientes
a las universidades más aristocráticas y confesionales de Bogotá,
depositar la "séptima papeleta" con lo cual principió a dársele un
barniz de cosa limpia a la Asamblea del Hotel Tequendama. El
registrador admitió que la intentona no tenía fundamento ni podría
ser escrutada; sin embargo, agregó, naturalmente, que la maniobra
no invalidaba los escrutinios. Los diarios de los grandes
rotativos se encargarían de efectuar el recuento, asignándole las
cifras que se les antojaran. Y para la confrontación presidencial
del 27 de mayo el primer magistrado decretó la consulta sobre el
engendro que venía cocinándose. La Corte Suprema de Justicia lo
bendijo tres días antes, el 24, sin importarle que transgredía el
artículo 218 de la Ley de leyes y por ende la cláusula 13 del
plebiscito de 1957. Resultaba claro que el país dejaría de regirse
por los preceptos de la normatividad.
Puesto en el solio el favorito de Virgilio Barco y expedido el
decreto 1926 del 24 de agosto de 1990, las autoridades instalarían
las mesas de votación del 9 de diciembre, en donde se perfilaron
los contornos de la corporación propuesta, sus componentes, sus
limitaciones. Los esquemas surgieron de las componendas entre
Gaviria, Gómez Hurtado y los amnistiados del caserío de Santo
Domingo, un extraño maridaje en el que éstos, los activistas del
M-19, se dedicaron a las labores de zapa y al embellecimiento de
los pérfidos atentados contra el pueblo colombiano, sin omitir los
pasos emprendidos por Washington hacia la plena colonización
económica de América Latina, el objetivo primordial de las
transformaciones jurídicas del Continente. La medida, brotada de
las despóticas competencias del estado de sitio, como la consulta
de mayo, e igualmente refrendada por el máximo tribunal, era de
por sí un veto al Congreso, debido a que le quitaba de un tajo su
preponderancia de enmendar la Constitución, y un golpe aleve
contra los electores que sólo cinco meses atrás lo habían
designado con cerca de ocho millones de sufragios. A los
parlamentarios se les obligaba a renunciar a su investidura si
resolvían candidatizarse para la constituyente, a tiempo que se
les tranquilizaba con la hipócrita promesa de que su período sería
respetado sin cortapisa alguna. Y de remate, la extraordinaria
Asamblea de 1991, antes de salir del escenario, en un postrer
desplante clausuró el órgano legislativo, extrayendo de su seno un
"congresito" y mofándose del propio decreto al que le debía su
existencia. De nada les valió a los padres de la patria que
hubieran sancionado cuanta proposición les presentara el
Ejecutivo. Votaron a favor del presidente y éste los botó. La
confabulación fue producto obviamente de otro pacto, esta vez
suscrito por López Michelsen, quien tantas dudas expresara acerca
del fragoso proceso. Y Gaviria quedó a la vez investido de la
potestad de invertir discrecionalmente los trámites, o las
consabidas políticas del Estado, aun las emanadas del círculo de
sus íntimos. Ya lo hizo con los sueldos de militares y
congresistas, los auxilios de los cuerpos colegiados, las
inversiones foráneas, los impuestos, etc.
Todavía nos resta trecho para seguir explicando por plazas y
recintos tamañas irregularidades. Hagamos del debate un cursillo
que eduque a las masas en la comprensión de los menesteres de la
lucha de clases.
En esta ocasión nuestro Partido goza de algunas ventajas. Durante
más de 25 años soportamos los embates de una tendencia que campeó
a sus anchas dentro del movimiento popular, compuesta de variados
matices, sostenida en todo sentido por La Habana, cuyos propósitos
y despropósitos recibían constante propaganda y que contaban por
lo menos con la admiración de la derecha. Innúmeros reveses nos
acarrearon sus maquinaciones. Mas el diagnóstico cambió
sustancialmente. Aquellos que creían a la par en el "bálsamo
santo" y en el "puño brutal de Bakunine", cual lo proclama el
Anarkos de Valencia, se tropezaron de pronto con una dificultad
enorme tras el hundimiento de la Unión Soviética, que los
abandonaban quienes eran el básico sostén moral y material de la
contracorriente. El mundo había sufrido una transformación
profunda, de esas que de vez en cuando nos depara la historia.
Tres alteraciones sucesivas ocurrieron: primero, la tergiversación
del socialismo; segundo, la caída del imperio ruso, y tercero, el
resurgir de la hegemonía norteamericana. Acaecimientos llamados a
modificarle la faz al planeta y a influir en la vida de cada
persona.
Durante el entreacto del payaso Nikita Kruschov, el Krem1in renegó
del marxismo, partiendo de la desfiguración de la memoria de
Stalin y encarando una meticulosa operación ideológica tendiente a
resucitar a mediano plazo el modo de producción capitalista. Labor
sin la cual sería prácticamente imposible la restauración. A
Leonid Brezhnev le correspondió extender el poderío soviético por
el orbe entero, recurriendo a la violencia, al engaño y a la
intriga. Por medio de sus títeres y ejércitos cipayos, tal cual lo
hiciera Inglaterra en su hora, holló pueblos en Africa, Asia y
América Latina. A Afganistán la invadió con sus propias tropas. Se
erigió en emperador zarista de los trabajadores, un contrasentido.
Y Mijaíl Gorbachov dispuso sobre el reordenamiento de la casa,
conforme a las necesidades de la naciente oligarquía que reclama
leyes adecuadas, el establecimiento en regla de la especulación y
el agio, bancos, libertad de negocios, registro notarial de las
propiedades. No lucía lógico que los privilegiados continuaran
guardando sus caudales bajo el colchón; que a los ricos les
estuviera impedido cruzar el Mediterráneo en yates particulares;
que la señora Raisa no pudiese ir de compras a los almacenes La
Fayette de París y pagar con tarjetas de crédito, o que los amos
de la sociedad no poseyeran periódicos y galerías de arte. En
cuanto a las formas de sojuzgación externa, también cambiaron,
dejándose de lado el dominio directo colonial, con el objeto de
unir la tolerancia seudodemocrática y la soberanía de papel con el
saqueo y las amenazas, o sea el neocolonialismo. Se afrontó
entonces la empresa de aclimatar el sistema presidencialista, el
bicameralismo y las demás refacciones del Estado.
Pese a todo Moscú hizo mal sus cómputos. Gastó demasiado en la
maquinaria bélica que dotara de armas no sólo convencionales sino
nucleares, descuidando las otras ramas productivas. Al final cayó
en cuenta de que las fábricas, en lugar de ampliarse, envejecían;
los pozos petroleros y los oleoductos se aherrumbraban, y las
faenas agropecuarias tendían hacia el estancamiento. Sólo con la
ayuda de Occidente logró descender a tierra a un astronauta
sentenciado a vagar sin remedio por los espacios siderales. Y
sobrevino el colapso.
Atronadores aplausos se oyeron por doquier ante la actitud
moscovita. Los estadistas de las más disímiles naciones miraron
complacidos cómo la denominada "guerra fría" había cesado y
previeron mil años de benevolencia entre los hombres. Hasta los
curitas de parroquia predicaron que, con la llegada del mesías de
la perestroika, la humanidad doliente descubrió por fin la senda
hacia la paz paradisíaca. Al contrario: Gorbachov terminó
prisionero de los agentes de sus aparatos represivos; y, con la
fuga de las repúblicas del Pacto de Varsovia que desertaban del
rebaño, junto con la desmembración soviética y el ascenso de Boris
Yeltsin en Rusia, el flamante presidente perdió el empleo por
física sustracción de materia. Los Estados Unidos supieron
aprovechar las oportunidades que el azar les brindaba. Respaldaron
con furor a ambos mandatarios. A uno cuando estaba detenido por la
soldadesca y al otro cuando ésta vacilaba en tomarse e1 edificio
del Soviet Supremo y conducir a los diputados a la cárcel. El
apoyo lo condicionaron, por supuesto, a una sola pero decisiva
petición, que se implantaran los cánones burgueses a lo largo y
ancho del territorio ruso, facilitando la entrada de los capitales
extranjeros. Y los yanquis ganaron la disputa por el control
mundial después de décadas de confrontaciones, mientras que los
herederos de los Romanov se resignaban a pasar de superpotencia a
ser un mero apéndice del imperialismo norteamericano.
El clima de cierta estabilidad que antes prevalecía a causa del
equilibrio entre los dos colosos, empezó a enrarecerse por los
avatares de la multipolaridad. Las pugnas comerciales que han
mantenido los monopolios de América, Europa y Japón, e incluidos
los de la misma Rusia, salieron a flote con todas las
repercusiones de una competencia cada día más aguda. El globo en
vez de enfriarse se calienta. Washington no ha dudado en recurrir
a la fuerza en busca de consolidar la reconquista. En 1983 se
atrevió a desalojar de la diminuta isla de Granada, en el Caribe,
a las escuadras cubanas, un ensayo remoto. Le seguiría Panamá, en
el 89, desde donde atalaya e infiltra a Latinoamérica.
Posteriormente Irak y Somalia. Conminó a la disuelta Yugoslavia, a
Corea del Norte y a los vecinos de Haití. En consecuencia, las
guerras no amainan, se diseminan.
De cualquier modo el fenómeno se traducirá en una extensión sin
fronteras del capitalismo. En los más apartados y escondidos
parajes se instalarán factorías semejantes entre sí que pondrán en
oferta géneros idénticos o parecidos. La inevitable
superproducción traerá consigo la estrechez relativa de los
mercados, el desempleo, la explosión de los conflictos laborales a
una escala jamás conocida. Los problemas de los pueblos continúan
siendo los mismos de ayer aunque ahora enfrenten enemigos
distintos. Las verdades de Marx y Lenin, lejos de marchitarse,
cual lo pregona la burguesía que carece de respuesta para los
interrogantes de la actualidad, volverán a ponerse de moda. Parece
que el socialismo, al igual de lo acontecido al sistema
capitalista, adolecerá de tropiezos y altibajos durante un
interregno prolongado, antes del triunfo definitivo. Y los
obreros, con sus batallas revolucionarias, proseguirán tejiendo el
hilo ininterrumpido de la evolución histórica.
En consonancia con los vuelcos planetarios, a Colombia, que ha
sido desde hace más de una centuria un algorín de los asentistas
del Norte, se le redujeron sus posibilidades, sus márgenes, su
autonomía de vuelo. En los sesentas los planes de la Casa Blanca
para el hemisferio, la Alianza para el Progreso, la desaparecida
Alalc, el Pacto Andino, preservaban intactos los artificios del
desvalijamiento y, conforme a estos términos exactos, se trataba
de una expoliación disimulada, astuta, que nos permitía algún
grado de desarrollo, complementario a la sustracción de las
riquezas del país. Digamos que los gringos chupaban el néctar con
ciertas consideraciones. Pero con la apertura la extorsión se ha
tornado descarnada, cruda, sin miramiento alguno.
Cuando el Comité Ejecutivo Central del MOIR miraba con
detenimiento y antelación la nueva política saqueadora, pronta a
instalarse, llegó a varias conclusiones pertinentes. El viraje
debían abocarlo con cuidado los mandatarios. A pesar de que lo
ubicaban en los terrenos de la cuestión económica, forzosamente
abarca un universo de preparativos y sustentáculos que revuelcan
el discurrir de la caduca república. Partiendo de un problema
inicial: se necesita alguien que lo enrute y conduzca a buen
puerto; un conjunto amplio de funcionarios ilustrados,
catedráticos expertos y discípulos maleables que sepan del asunto.
La clave estuvo en la incorporación al ajetreo público de la panda
de los Andes, una especie de culto de las adoratrices de la
especulación. No es raro que el presidente y su consorte provengan
de allí; que doña Ana Milena haya montado a Colfuturo en donde,
además de correr dineros a porrillo, hacen fila los alumnos mansos
y distinguidos que recibieron becas de posgrado en el exterior, o
que los periódicos promocionen los estudios de la Academia
americana. El duelo económico se decide en la arena ideológica.
A los oficiales de las Fuerzas Armadas también los educan o
reeducan allá porque las artes marciales representan otro puntal
imprescindible. Hay que domesticarlos y civilizarlos, reorientando
incluso las charlas que escuchan, pues muchos de los egresados de
esas escuelas dieron mal ejemplo, como el general Pérez Jiménez
que se desvió hacia la dictadura, o el general Noriega que amasó
una fortuna traficando en cocaína; y los mandos han de comportarse
bien, acatar los derechos humanos, ser respetuosos de las
declaraciones de la Conferencia Episcopal, no asesinar a quienes
protestan o a los que ejercitan el terrorismo, en fin,
proporcionar sustento a la majestad de la Ley. Mas todo debe
ejecutarse sin desmedro de los operativos encubiertos de las
unidades del Pentágono, y a ratos no tan encubiertos. Se conoce de
la presencia de contingentes suyos en Perú, Bolivia y otras
partes. En el departamento de Amazonas se detectó uno de ellos.
Hemos padecido asimismo la interferencia y el bloqueo en nuestro
mar Caribe. Y la opinión se ha enterado con alarma de que aviones
militares de transporte sobrevuelan, con permiso o sin él, encima
de nosotros; y que en más de un lance estuvieron a punto de
colisionar con naves repletas de pasajeros. Es decir, que nos
hostigan por aire, mar y tierra. La agresión constituye otro
elemento adicional de la apertura, ya que, a medida que avanza
ésta, la resistencia civil se expande cual reguero de pólvora por
el Continente.
Dentro de las adecuaciones legales que han dotado a la gran
burguesía de los medios para escoger entre cualquier opción, se
destaca la Ley 50 de 1990, con que se cercenan los logros
conseguidos por los asalariados en más de tres cuartos de siglo de
arduas peleas. En síntesis, el objeto estriba en asegurar, en un
santiamén, la disminución de las remuneraciones y la supresión de
las normas permisivas del Código Laboral. Otra vez las normas. Sin
mano de obra barata no habrá neoliberalismo que funcione. Como la
América Latina acusa algún desarrollo y algunos adelantos
tecnológicos que conllevan progresos sindicales, Colombia,
pletórica de dinamita, secuestros y laboratorios de coca, nunca
será atractiva para Wall Street, si no entraba la industria
nacional, no arruina a los empresarios agrícolas y no, envilece a
las masas laboriosas.
Sucede igual con las expectativas que generan los jugosos
tejemanejes de las entidades estatales, de cuya subasta no se
eximen siquiera la Caja Agraria, el Banco Cafetero, Terpel y
Ecopetrol, Telecom, el Sena, los Seguros Sociales, la Flota
Mercante, las electrificadoras y otras instituciones respecto a
las cuales el presidente ha dicho que no son transables. Si el
régimen pudiera enajenar los escritorios del Ministerio de
Educación, lo haría, como lo efectuaron en el siglo pasado los
radicales con el Capitolio, que "sacaron a remate"; y vendieron,
"a menos precio", el lote destinado por Mosquera para construir el
Palacio Presidencial.
La regionalización, la maquila, el estímulo a la microempresa, las
facilidades concedidas a las importaciones y la integración
concertada con los gobiernos de los países hermanos hacen parte de
los múltiples "mecanismos". Mientras se empobrece la nación al
pueblo se le abruma con gravámenes confiscatorios. En su misión de
almojarife el señor Gaviria no se para en pelillos. Como aspira
atender con holgura sus carísimos cometidos y sofocar el
descontento, urge de plata, mucha plata. Provee dos reformas
tributarias seguidas, soborna al Congreso y miente. Quienes se
hayan retrasado en el pago de los impuestos habrán de resarcirlos
con las tasas del interés vigente para las transacciones
mercantiles. A las gentes se les exprime con el propósito de
reanimarlas.
En medio de tan tremendas conmociones transcurre la liza comicial.
Nuestra participación en ella nos permite hacerles propaganda no
sólo a los acendrados convencimientos sino a las recientes
conclusiones. De otra parte, el arranque ha sido con entusiasmo; y
habremos de contar, como pocas veces antes, con los invaluables
aportes de los activistas sindicales que de una forma u otra
acogen las orientaciones partidarias, puesto que tuvimos la buena
estrella de integrar para el Senado una lista encabezada, en
cuanto al MOIR, por Jorge Santos Núñez, expresidente de la USO, y
por Marcelo Torres, componente del Comité Ejecutivo Central desde
hace años, hoy de nuevo director y ejecutor de nuestro debate. Es
obvio que Marcelo, aun cuando no fue sindicalista, también le
imprime ese sello proletario a la fórmula que le hemos propuesto
al pueblo. ¿Acaso los dirigentes y miembros del Partido no somos
representantes de los obreros de Colombia? Y los trabajadores de
las tierras de Colón y Magallanes se hermanarán inexorablemente.
Lo puso de manifiesto el Tratado de Libre Comercio, que rubricaran
Estados Unidos, Canadá y México, y ante el cual los asalariados
estadinenses protestaron con fiereza. En presencia de un enemigo
común, lenguaje común y lucha común. A medida que el imperialismo
alarga sus tentáculos se debilita afuera y adentro. Su derrumbe
será inevitable; ayudémoslo a que su desaparición sea rápida. Pese
a los obvios apremios la situación actual es excelente. Yo les
aconsejaría que no pierdan la marea alta.
Creo que con Marcelo y Jorge al frente de esta brega los
rendimientos políticos están garantizados.
Muchas gracias. |