Francisco
Mosquera
Resistencia Civil
II
GUERRA Y PAZ
NO CONCURRIREMOS A LA LLAMADA "COMISIÓN DE
PAZ"
Septiembre 20 de 1982
Comunicado que se publicó en Tribuna Roja No 44, de febrero de
1983.
Debido a que el régimen recién instalado incluyó de manera
inconsulta y caprichosa el nombre de Marcelo Torres, miembro de la
dirección central del MOIR, en una "Comisión de Paz Asesora del
Gobierno Nacional", aclaramos públicamente que no hemos buscado
participar ni pretendemos asistir a éste ni a ninguno de los
tantos organismos del manido pacto social entre gobernantes y
gobernados. No nos halaga en verdad la dudosa prerrogativa de
asesorar una administración que en mes y medio escaso de
existencia acumula sólo pruebas de alocada demagogia para resolver
los graves e ingentes problemas nacionales y que, de subsistir,
será una edición en rústica de los antiguos mandatos oligárquicos.
El MOIR no ha impetrado la paz, entre otras cosas, porque no ha
declarado la guerra. Desde la época del asesinato de Gaitán y de
La Violencia no ha habido en Colombia condiciones para que las
fuerzas populares se embarquen en empresas insurreccionales que,
como el heroico intento de Camilo Torres y de otros muchos
abnegados combatientes de los últimos veinte años, han significado
serios tropiezos en el avance político y organizativo de las
grandes masas de obreros y de campesinos. Son problemas de la
táctica de cuya acertada solución depende la libertad de los
oprimidos y la prosperidad de Colombia. Nos encontramos todavía en
un período caracterizado por la fiebre reformista, hoy llevada al
paroxismo con el advenimiento de Belisario Betancur. Los
auténticos partidos revolucionarios, en lugar de coadyuvar a tales
ilusiones, o de desesperarse por el reflujo, han de rebatir las
imposturas de la reacción y aumentar pacientemente sus efectivos,
confiados en que la crisis económica, ocasionada por el saqueo de
los monopolios externos e internos, seguirá ahondándose
irremediablemente y permitirá los factores políticos
indispensables para la victoria de las mayorías vilipendiadas y
engañadas. Desde luego, estos temas no constituyen materia de
asesorías oficiales.
El MOIR tampoco ha recurrido al secuestro ni a ningún tipo de
disparate terrorista, en procura de fondos para financiarse o tras
determinadas finalidades publicitarias. Creemos que semejantes
procedimientos proporcionan pretextos a granel a los aparatos
represivos que no desaprovechan oportunidad para proceder contra
el pueblo; y el pueblo no puede menos que mirar con recelo hazañas
que se confunden a menudo con los lances protagonizados por la
delincuencia tan común y corriente en nuestro medio. En general,
para todas y cada una de las labores políticas nos atenemos a los
métodos elaborados por Marx y Engels hace más de un siglo, que
parten del principio de que la emancipación del proletariado es
obra de la clase obrera misma, que se gana el apoyo del resto de
los sectores sojuzgados de la sociedad, y no de las proezas
aisladas de unos cuantos insurgentes.
Respecto a las conquistas democráticas y las reivindicaciones
económicas sumamos nuestros esfuerzos a los de quienes combaten
por los derechos fundamentales y las mejoras en los medios de vida
y de trabajo de las masas laboriosas. Respaldamos las justas
exigencias por la excarcelación incondicional de los presos
políticos y por el cese inmediato de los asesinatos y la tortura
de los guerrilleros y demás luchadores que han caído en manos del
régimen. Nuestro Partido también ha sido víctima no pocas veces de
la barbarie institucionalizada, la que continúa a pesar del
levantamiento del estado de sitio y de las lágrimas de cocodrilo
del señor presidente.
En cuanto a la amnistía la consideramos una negociación entre el
gobierno y las agrupaciones alzadas en armas, en la cual no nos
compete intervenir. Nosotros simplemente esperamos, primero, que a
la postre salgan favorecidos unos métodos y una táctica
revolucionarios y correctos, y, segundo, que en ningún momento
dicha gestión sirva para ocultar aún más la índole antinacional y
antipopular de los nuevos administradores de la vetusta república.
NI GUERRA, NI PAZ
Mayo-junio de 1983
Este artículo fue escrito por Francisco Mosquera
para el periódico de la Universidad Externado de Colombia Punto de
Cambio, cuya edición de mayo-junio de 1983 lo dio a la publicidad.
Tribuna Roja lo reprodujo en su número 49 de septiembre de 1984.
Volvemos a imprimirlo por la relación que guarda con los embrollos
de la “paz” y con las cuestiones concenientes a la táctica del
proletariado.
En la brevedad de un par de cuartillas no caben
los múltiples tópicos que engloban los temas que sirven de título
al presente artículo. Pero como lo que se desea, al fin y al cabo,
es saber a grandes rasgos de nuestra posición al respecto,
intentaremos fijarla en el menor número de palabras.
La peor adversidad de la revolución colombiana ha consistido en el
influjo de los criterios de la pequeña burguesía en prácticamente
todas las actividades; característica propia de un país atrasado y
de vasto predominio de las capas medias de la población, en donde
la descomposición progresiva del campesinado no redunda en un
incremento verdadero de la industria y los obreros no han
conseguido aglutinarse en torno a sus intereses fundamentales ni
deshacerse del pernicioso bagaje ideológico y teórico de las otras
clases, incluido el degenerativo ascendiente político que aún
conserva entre los trabajadores el bipartidismo gobernante. Sobre
el antiguo punto de la guerra y ahora sobre el más reciente de la
paz, también han primado tales concepciones. Nos referimos a la
guerra insurreccional, la que habrá de llevar a cabo la abrumadora
mayoría del pueblo y que se esgrime para derrocar el orden
preestablecido de la oligarquía proimperialista y afincar un
Estado revolucionario. Nos referimos asimismo a la paz por la que
actualmente parlamentan los políticos tradicionales, suspiran los
jerarcas castrenses, oran los clérigos misericordiosos y gimotean
los grupos mamertos e hipomamertos. La "paz" por la que votaron en
los últimos comicios todas las banderías, menos el MOIR.
Desde la aparición del MOEC el 7 de enero de 1959, fundado por
Antonio Larrota, y hasta el sol de hoy, en Colombia ha brotado una
recurrente corriente extremoizquierdista que se echa sobre sus
hombros la empresa de crear las condiciones subjetivas del
estallido revolucionario mediante el montaje de núcleos
guerrilleros, encargados de encandecer la república entera con la
sola irradiación del valor, de la audacia, de la entrega y del
generoso sacrificio de una reducida camada de predestinados. El
invento, sin embargo, no es autóctono; fue la primera de las más
graves repercusiones de la revolución cubana, y a nivel
continental, pues el llamado "foquismo" hormigueó a flor de tierra
en toda la América Latina, dejando sin falta una estela de
fracasos y frustraciones allí donde ha irrumpido. Vamos para cinco
lustros de tan catastróficos ensayos que se suceden unos tras
otros, con siglas y personajes diferentes, mas en esencia con los
conocidos esquemas y métodos de siempre, sin que los protagonistas
muestren la más remota propensión a escarmentar con los errores y
a desistir de las ideas y los procederes equivocados.
Para semejantes facciones anarquistas la insurrección y la guerra
del pueblo no constituyen asuntos de la táctica, que dependan de
una correlación de fuerzas favorable, del grado de conciencia y de
organización de los oprimidos, del ánimo resuelto de las masas a
lanzarse al asalto definitivo contra el régimen expoliador en una
coyuntura exacta en que éste se halle desmoralizado, maniatado
seriamente por las disensiones internas, impedido de ejercer el
control sobre la situación e incapaz de defenderse con la eficacia
acostumbrada, etc., tal y como lo concibe el marxismo, sino que su
beligerancia armada la justifican con el análisis simple de que la
nación adolece de hondas y seculares calamidades, por las cuales
reclama un cambio radical que subsane los desajustes y suprima las
injusticias. Aunque las revoluciones en última instancia obedezcan
a los factores de estancamiento en el desarrollo material y de
extorsión intolerable de la minoría privilegiada, y tiendan a
remediar dichos males, no quiere decir que de las crisis del
engranaje productivo o del acentuamiento de la explotación se
pueda colegir la hora de la insurgencia bélica. Si así fuera, las
sociedades basadas en la esclavitud de unas clases por otras
deberían vivir en una permanente guerra civil insurreccional. Para
ello se requieren propicias circunstancias económicas, políticas y
hasta internacionales que apenas sí hemos tenido espacio de
insinuar.
Lo deplorable de confundir las causas determinantes de la
insurrección estriba en que las agrupaciones embarcadas en la
aventura militar se ven impelidas, para sobrevivir y mantenerse en
la pelea, a forzar las cosas, a presionar al pueblo a una acción
para la cual no está maduro ni dispuesto anímicamente, a recurrir
al terror personal, al secuestro y a otros procedimientos que no
son defensables ante la opinión pública, otorgándole al enemigo
contra el que se contiende netas ventajas políticas y
propagandísticas, así como pretextos mil en su labor represiva
encaminada a golpear y desarticular a las organizaciones populares
y al movimiento revolucionario en su conjunto. Los moiristas
somos, dentro de la llamada izquierda en Colombia, el único
destacamento que ha roto realmente, en la teoría y en la práctica,
con tales desviaciones. Abogamos de manera persistente y paciente
por las tareas preparatorias de la revolución, impulsando y
respaldando las luchas de las masas de la ciudad y el campo por
sus reivindicaciones económicas y sus derechos democráticos, en el
prolongado proceso de acumulación de fuerzas y a la espera de que
concluya la "evolución lenta" y sobrevengan los "saltos bruscos",
los "días en que se concentren años de historia". Claro está que
una táctica de este tenor no les hace mucha gracia a los
prolíferos paladines de la desesperación pequeñoburguesa; les
queda reservado a los contingentes más esclarecidos de la clase
obrera el aplicarla en pro de la emancipación del país y de los
desposeídos.
Algo parecido acontece con la paz. Sus principales promotores no
la supeditan a las conveniencias o inconveniencias, a las
posibilidades o imposibilidades de proseguir con una modalidad de
combate que en la actualidad reporta incontables descalabros. Por
el contrario, la condicionan a las transformaciones de avanzada y
a las conquistas que se efectúen ya no en virtud de la victoria
sino a través de la transacción negociada con el gobierno. En
resumidas cuentas significa colocar la solución de las inefables
dolencias de la nación en manos del sistema al cual se le ha
declarado la guerra precisamente por su comprobada ineptitud para
contribuir al progreso y al bienestar de los colombianos. Y debido
a que nunca brillará bajo las administraciones oligárquicas la tan
solicitada justicia social, a que los problemas se agudizarán en
lugar de atenuarse, por más incienso que se bata a los demagogos
de turno tipo Belisario Betancur, entonces, en consecuencia,
tampoco se obtendrá la "paz", como no ha habido guerra popular, es
decir, con la participación del pueblo, porque se parte de
premisas falsas, de entelequias "izquierdistas" y derechistas.
"Combinación de todas las formas de lucha" denominan
pontificalmente los revisionistas criollos a estos bandazos de un
extremo a otro, a la ausencia de una línea de principios, al
oportunismo puesto al mando en el quehacer político. Código de
conducta de un partido que subordina sus miras a las necesidades y
los dictados del expansionismo soviético.
Aspecto del tema que habremos de resignarnos a dejar dentro del
tintero, aun cuando explica buena parte de los tropiezos de la
revolución colombiana en los últimos decenios.
¿QUÉ ES LA PAZ?
Febrero de 1985
Publicado en Tribuna Roja No 50, de febrero de 1985.
I DOS NECESIDADES COINCIDENTES
En medio de la encrucijada de la quiebra
económica, el régimen de Belisario Betancur se aferra con angustia
de náufrago a una de las pocas políticas suyas que sobreaguan: la
de pacificar el país a través de la transacción con los grupos
insurrectos. La desventura estriba en que después de tantos
imprevistos e improvisaciones, cuando comienzan a aparecer los
síntomas inequívocos del envejecimiento prematuro de su prestigio
y todavía le falta buen trecho de su existencia institucional por
recorrer, el presidente sigue a la espera del resultado del
carisellazo de la "paz", soportando a una centena de comandantes
que, con cualquier petición a los delegados gubernamentales, todos
los días someten a prueba la virtud de la paciencia, y sufriendo
la inquisitiva vigilancia de las capas adineradas, cuyos sectores
menos complacientes no disimulan el disgusto porque la función no
termina.
Lo cual no significa que las propuestas de entendimiento no se
hubieran tramitado años atrás. De creer en las declaraciones de
los dirigentes de las Farc, desde el "mandato de hambre" empezó el
carteo de éstos a las altas esferas del poder oligárquico en
procura de un cese negociado de las hostilidades. Luego Turbay
Ayala constituiría la primera de las muchas comisiones para tales
fines, poniendo a presidirla a su porfioso contrincante, el señor
Carlos Lleras Restrepo, quien, como era de preverse, pronto
discrepó y renunció fulminantemente. No obstante, bajo el anterior
período se abrió el "diálogo" a raíz de la toma de la embajada de
la República Dominicana, según lo pregonan los mismos integrantes
del M-19; y las Cámaras Legislativas dieron asomos de inclinarse
al perdón, sancionando normas absolutorias que si no surtieron
efecto se debió a las restricciones estipuladas, principalmente en
lo tocante a la exclusión de determinados delitos y al peliagudo
asunto de las armas.
Aunque en los comicios de 1982 todas las agrupaciones y
tendencias, a excepción del MOIR, invitaron a sosegar la república
mediante un gran acuerdo colectivo, y el propio candidato
reeleccionista estampó el lema de que "la paz es liberal" por esos
albures de la lucha política y merced al fallo de las urnas, le
correspondería a un jerarca conservador quedarse con el distintivo
y, peor aún, tratar de cristalizarlo en el momento menos
auspicioso; durante una coyuntura en la que Colombia corre hacia
su completa bancarrota, la descomposición social se precipita
aluvionalmente y el imperialismo y sus intermediarios vendepatria
acuden, tras la reanimación de las actividades productivas y de
los negocios, a un recorte sustancial de las asignaciones de las
masas trabajadoras de la ciudad y el campo. Con todo, al actual
mandatario, bajo el impacto de las tremendas tribulaciones de la
hora, incluido el agobio de que cada vez coinciden menos sus
palabras con sus logros, le reporta innegables ventajas conseguir
presentarse cual el mesías de la reconciliación y la tranquilidad
ciudadanas. Máxime teniendo en cuenta que la violencia, en sus más
crudas, abigarradas y caóticas manifestaciones, ha proliferado a
lo largo del cuarto de siglo de haberse convenido la concordia del
Frente Nacional y que desde antes la anormalidad jurídica,
congénita a un estado de sitio prácticamente crónico, ha sido la
única manera de regir sobre los colombianos.
Lejos de lo que muchas mentes acaloradas piensan, está dentro de
los prospectos de la minoría privilegiada la opción de un pleno
retorno a los cauces habituales del orden constitucional y legal.
Para el buen suceso de las operaciones económicas burguesas
siempre será preferible un clima de calma y transigencia a otro de
zozobra y pugnacidad. El ambiente explosivo y la inseguridad de la
que tanto se quejan los gremios ahuyentan más inversionistas
extranjeros de los que atraigan las modificaciones a la Decisión
24 del Acuerdo de Cartagena, anunciadas por las burocracias de los
países andinos tras la mira de equilibrar sus balanzas cambiarias
y de salir de la recesión.1 No ha de extrañarnos escuchar con
frecuencia voces provenientes de las filas del capitalismo, tanto
en las naciones oprimidas como en las opresoras, que llaman a
velar por la observancia de las normas democráticas y hasta
recalcan el pro de los reajustes sociales enderezados a promover
la convivencia de las clases. Desde sus albores, el modo de
producción erigido sobre la esclavitud del trabajo asalariado no
sólo proclamó la “libertad” sino la "igualdad" y la "fraternidad"
entre los hombres. Pese y debido a que estas prédicas nunca
dejaron de ser una forma de dominación, meras formulaciones
escritas para azote y escarnio de la población laboriosa, los
expoliadores las mantienen enhiestas. Asiduamente se refieren a
ellas como a pautas primordiales del andamiaje estatal interno e
incluso de las relaciones internacionales, siendo que en la era
del imperialismo, con el saqueo de continentes enteros por parte
de los monopolios de unas cuantas metrópolis, la contradicción
entre los postulados republicanos y "humanitarios" de la
burguesía, de un lado, y la vida de penuria y sojuzgación de miles
de millones de habitantes del planeta, del otro, se hace palmaria
e irreconciliable en absoluto. Obviamente lo expuesto no niega que
las fuerzas dominantes arríen sus apreciadas enseñas, suspendan
sus melosas convocatorias a la unión sin distingos y lancen por la
borda los códigos, el certamen electoral, las instituciones, la
Constitución íntegra, cuando el desarrollo de los conflictos
interiores y exteriores que atentan contra las primacías y las
subordinaciones establecidas requiera de un tratamiento directo,
rápido y quirúrgico.
Argentina, verbigracia, con el triunfo de Raúl Alfonsín, acaba de
emerger de una noche de terror castrense que arrojó un balance de
miles y miles de personas asesinadas y desaparecidas, el costo del
aniquilamiento de las organizaciones de extremaizquierda de corte
ERP, Ejército Revolucionario del Pueblo, y también, desde luego,
de la sofocación de las luchas populares. La oligarquía de aquella
porción de América, al volver por los fueros de la democracia
representativa, no efectúa otra cosa que acomodarse a las mudables
circunstancias, recuperando de pasada su relativo ascendiente
entre las multitudes, con cuya compañía marcha hoy hasta los
estrados judiciales a juzgar a sus espadones caídos en desgracia,
los mismos que ayer la salvaron de los brotes disolventes.
Utilizar primero los métodos duros y luego los blandos, o
viceversa; alternar la tiranía militar con la civil, la represión
abierta con la encubierta, el "gran garrote" con la "zanahoria",
simplemente obedece al comportamiento característico de los
adalides de la sociedad burguesa, y en nuestro caso de la sociedad
neocolonial y semifeudal, que pugnan por fortalecer su supremacía
y con ella sus beneficios pecuniarios. Ignorar esta experiencia
tan común y corriente, formando cauda tras los capitalistas cuando
éstos, o parte de éstos se deciden por la segunda categoría de los
métodos señalados, y hacerlo en nombre de la revolución, configura
una falta imperdonable, para no hablar de traiciones.
Sea como fuere, la "paz" se convirtió en una de aquellas
obsesiones típicamente colombianas que de vez en cuando contagian
por igual los campamentos de las distintas parcialidades
contrapuestas. Refleja la conjunción de dos necesidades
coincidentes. La de un bipartidismo tradicional que acosado por
las quiebras y el endeudamiento urge de arreglar la casa y serenar
los espíritus; y la de una guerrilla que hostigada sin piedad por
los aparatos represivos está lista a pulir su conducta y amoldarla
a una atenuación de las confrontaciones internacionales, sugerida
por sus preceptores extranjeros ante el contraataque de Ronald
Reagan, particularmente en América Latina. Consciente o
inconscientemente, llevados por la curiosidad o arrastrados por
los acontecimientos, desde doña Berta hasta el llamado ML, con la
solitaria omisión del moirismo, las banderías de todas las
cadencias han echado su cuarto a espadas respecto a la novedosa
estratagema. Merced a ello, en los complicadísimos regateos
encaminados a suplir la controversia bélica con el debate
incruento, hemos visto disputándose la gratitud republicana y el
elogio de la "subversión" a jefecillos de la talla de un Germán
Bula Hoyos, la horma por excelencia del atrabiliario cacique de
provincia; de un John Agudelo Ríos, otro intonso y obediente peón
de brega de los trajines antinacionales y antipopulares, de sus
superiores; o de un Otto Morales Benítez, el insaboro, voluble y
frustrado precandidato del llerismo, últimamente en pos de la
representación de las facciones partícipes de la legitimidad de su
partido. Las caprichosas expresiones del caleidoscopio pacifista
no devienen ni datan, pues, del fracaso en las urnas del
continuismo liberal-conservador de López frente al intempestivo
repunte de la renovación conservadora-liberal betancurista, aun
cuando el cabecilla del Movimiento Nacional estime desde sus
letárgicas alturas que puede sacarles mejor tajada que el resto de
sus coterráneos y coetáneos. Si para los simples manzanillos de
profesión simboliza un hito en sus anodinas trayectorias coadyuvar
a tan procero empeño de la democracia prevaleciente, para el
primer magistrado, quien a similitud de Marco Fidel Suárez reclama
el mérito de haber asido una a una las oportunidades que la
república de la libre competencia les depara a sus vástagos
predilectos, y que ocupa el solio como salida pantomímica de la
crisis y sin otra misión factible que la de ahondarla, el ostentar
el título de pacificador, o de apaciguador de 25 años de conatos
insurgentes representa no sólo una proeza consagratoria sino un
contrapeso a los incontables descalabros de su "sí se puede".
II LA DILACIÓN DE LOS PROCEDIMIENTOS
El mismo 7 de agosto, ambicionando adueñarse del
sentir general, el vencedor del 30 de mayo izó la bandera blanca y
arrancó con la tortuosa cruzada. "No quiero que bajo mi gobierno
se derrame una sola gota de sangre de ningún compatriota mío, de
ningún soldado... ni de ningún guerrillero, que también son
hermanos nuestros", dijo en la Escuela Militar de Cadetes, a los
tres días de posesionado, delante de unos regimientos que lo
atisbaban entre remisos e incrédulos. 2 Lloverían de inmediato las
demandas de tres o cuatro ejércitos del pueblo, cuyos estados
mayores vislumbraban en los labios disertos del señor Betancur el
badajo de la campana anunciadora de las prologales conquistas de
la revolución. A partir de entonces la empresa conciliatoria
entraría en una nueva etapa, un lento y complejo torneo de
aguante, no tanto por las disparidades como por las concordancias.
Mientras la rebelión armada se decide a vender caro su
aplacamiento, el presidente se resigna a pagar lo que cueste
amansarla. Con la resignación de éste crece el precio de aquélla y
a la inversa. Al extremo de que el proceso está bastante lejos de
tocar a su fin, a causa de la infinidad de materias previstas en
las agendas de discusión, y a la abundancia de requisitos, pasos,
prórrogas e intervalos por cumplir. ¿Se prefiere pintar la paloma
a echarla a volar? ¿O será que los padres de la publicitada
apertura democrática obtienen más beneficios de los dolores del
parto que de la criatura? Para resolver el misterio al país no le
queda otra que la de aguardar a la culminación del suspenso. Hasta
ahora conoce únicamente cuanto se han dignado avisarle los
meticulosos alarifes de la conciliación: que la "paz" es muy
difícil, los trámites muy prolijos y las condiciones muy
perentorias. No necesitamos reconstruir toda la trama, puesto que
sus bulliciosos y festivos episodios permanecen frescos aún en la
memoria de las gentes que los han vivido y padecido minuto a
minuto durante más de un trienio. Basta enumerar sus principales
pasajes, junto a las disensiones generadas en el seno de diversos
estamentos y entidades, con el objeto de disponer de un telón de
fondo que nos sirva de referencia para el examen y las
conclusiones de rigor.
De entrada hay que anotar cómo los surtidos matices del anarquismo
criollo, apenas con la ausencia del ELN y de un ala disidente de
las Farc, deponiendo antiguas rencillas se afanan en unificar sus
reclamaciones, coordinar sus maniobras y respaldarse mutuamente;
lo que ha redundado en el abultamiento de las exigencias elevadas
a las autoridades y en la dilación de los procedimientos
propuestos. Levantado el estado de sitio en el atardecer de la
administración Turbay Ayala y suprimido el nefasto Estatuto de
Seguridad, el altercado giró entorno a la libertad de los presos
políticos y a la condonación de delitos como el secuestro, la
extorsión y el asesinato fuera de combate, que los legistas de la
parte opositora identificaban con el eufemístico calificativo de
"anexos" a la rebelión, mas para los jurisperitos y centuriones
del régimen eran escuetamente "crímenes atroces". El Ejecutivo
accede y el Parlamento vota la Ley de Amnistía conforme a los
pedidos de los sublevados. Cada quien creyó reafirmar lo suyo, un
presidente bufo escenificando el papel de campeón de la
confraternidad nacional; unos congresistas borregos sublimando las
magnanimidades del despotismo burgués, y unas oligarquías
impotentes, gloriándose no de eximir de culpa a unos cuantos
adversarios detenidos o interdictos sino de perdonarle la
existencia a una revolución arrepentida. En lo atinente a los
activistas rehabilitados, éstos, una vez abandonaron las cárceles,
se calaron sus brazaletes y volvieron a enmontarse, tras la
determinación de continuar combatiendo a tiros por los acuerdos
entre gobernantes y gobernados y antes de que la patria llegue "al
punto del no retomo". Muchos actores y espectadores de la
originaria ronda de la "paz" cayeron presa de las naturales
sensaciones del desconcierto. La nación se sentía asaltada en su
buena fe. Cuanto se negoció y discutió, pública y privadamente, lo
convenido y aprobado en el Capitolio, las concesiones ofrecidas,
todo, se había llevado a efecto sobre la base de que cuando menos
los petardos se acallarían y los favorecidos con la gracia oficial
no reincidirían en las andanzas por las que se les absolvió.
Plumas exentas de cualquier sospecha de inquina contra el
pensamiento y las guapezas de los amnistiados no vacilaron en
catalogar de "grave error político" la burla a las expectativas
creadas. Esgrimieron razones como éstas: "Se están entregando en
bandeja de plata argumentos a la reacción".3 Ciertamente la
ultraderecha, ni corta ni perezosa, ante un país enterado de los
litigios por la armonía, saltó a sindicar a los contingentes de la
extrema contraria, y una vez más a través de ellos al movimiento
revolucionario en su conjunto, de otra atrocidad, la de mofarse de
la palabra empeñada. A los pocos días de sancionado el texto legal
por el cual se amnistiaban las infracciones de cinco lustros,
englobadas las menos defendibles, y cuando ya era del dominio
público que las guerrillas no renunciarían a sus azares y rebatos,
El Tiempo pronosticó desde su editorial del 25 de noviembre del
82: "El Ejército de Colombia tendrá que afrontar, con el respaldo
absoluto de las grandes mayorías nacionales, una lucha abierta
que, como todas las de ese género, desatará mucha violencia y
generará no pocos muertos". Fue así como aun al diario de los
Santos, la conciencia liberal hecha tinta, hasta la fecha parco en
sus juicios sobre los desplantes belisaristas, se le exaltó la
bilis, llegando al extremo de aguijonear a los militares para que
procedan con vehemencia y sin contemplaciones de ninguna índole.4
Con la indignación de quienes inútilmente condescendieron y la
perplejidad de los que consideraban un éxito sin paralelo la
completa exculpación de los rebeldes, se cerró el capítulo
introductorio a este novelado esfuerzo por la convivencia civil.
Una incógnita sí había sido despejada: la amnistía no era la
"paz". ¿En qué radica entonces? A la audiencia en ascuas los
miembros del M-19 replicaron desde las puertas de La Picota con
otras interrogaciones. "¿Quién se puede acoger a la amnistía en
zonas de guerra si no hay cese del fuego?" "¿Qué vamos a hacer
nosotros al salir de la cárcel si sabemos que a nuestros
compañeros los están atacando en muchos frentes?" "¿No se está
convirtiendo esta situación en un nuevo trampolín hacia la
guerra?".(5) Con tales reflexiones quedó inaugurada la fase
subsiguiente, cuyo objetivo consistiría en obligar a los
dignatarios de los sumos poderes a suscribir una tregua que se
tradujera en un tácito reconocimiento de los brazos armados como
fuerzas beligerantes. En el lapso anterior la puja se había
cifrado en el olvido de todas y cada una de las conductas
delictivas; ahora se centraría en la no entrega de los fusiles y
en la desmilitarización de las áreas neurálgicas. Nadie descartaba
que la Casa de Nariño convendría en agotar otros arbitrios. Mucho
antes de la promulgación de la amnistía con que el presidente, a
través del Congreso, dispensó todas y cada una de las faltas de
sus impredecibles interlocutores, aquél había divulgado sus
teoréticas nociones acerca de que el generoso gesto no sería
suficiente para ponerle coto a las desconfianzas. Idea que con
gusto y al unísono esparcieron a los vientos los propagandistas de
la "paz", desde los obispos católicos hasta los pontífices del
revisionismo, pasando por la gama intermedia de exégetas y
arúspices del emblema que haya despertado las mayores ilusiones en
la crónica contemporánea de la nación.
Empero, curiosamente, entre más intérpretes coinciden respecto a
los medios y propósitos, el apaciguamiento menos descifrable se
torna. Si la primera solicitud de los insurgentes requirió
alrededor de tres meses para ser satisfecha, la segunda habría de
demorar año y medio en concretarse. Mientras la una cosechó las
instigaciones de los gacetilleros de la élite ilustrada en pro de
una pacificación a lo Pablo Morillo y se enteró muy pronto del
arrepentimiento de la Cámara de Representantes por haber prestado
oídos a Belisario Betancur, la otra, ocasionando en su retardo
serias fisuras entre la cúpula cuartelaria y su jefe
constitucional, repercutiría en la repentina sustitución del
ministro de Defensa y en el apremiante licenciamiento de un
peligroso trío de generales identificados con las quejas de su
superior jerárquico.6 Landazábal, en declaraciones ampliamente
reproducidas por los medios informativos y en juntas reservadas de
orden público, precisó de continuo cómo el perdón concedido por la
Ley 35 del 21 de noviembre de 1982, regía hacia el pasado y no
hacia el futuro de su promulgación, pugnando por una tónica
diferente a la presidencial en los tratos con los "subversivos", a
los que, en las brigadas, no se les ha dejado de equiparar con la
delincuencia común, y ante quienes, por consiguiente, no caben
delicadezas ni miramientos singulares. El 17 de enero de 1984,
cuando las discrepancias lucieron demasiado obvias e
insoslayables, a los oficiales de alto rango se les llamó a
calificar servicios.
Temiendo un eventual pleito entre las dos investiduras, los
distintos estratos oligárquicos saltaron a apuntalar los
fundamentos jurídicos del sistema, así tuvieran que renovarle de
relance el respaldo a la administración responsable de empollar
tantos entuertos en un tiempo tan relativamente escaso. A la aguda
recesión, a los trastornos de los entes bancarios, al insondable
déficit fiscal, a la enorme deuda externa y al resto de las
falencias materiales ningún burgués deseaba añadir la conmoción
anímica de una cura castrense, que en lugar de componer los
negocios podría empeorarlos. Las anomalías económicas le ayudaron
a neutralizar los enredos políticos al presidente, y éste, por lo
menos momentáneamente, se sintió reconfortado para no decaer en su
ingrata faena de abogado del diablo.
Sobre las carreras muertas de cuatro militares de tres soles dados
de baja por Betancur se convino al fin el alto al fuego, en
desarrollo del pacto de La Uribe, suscrito el 28 de marzo entre la
Comisión de Paz y las Farc. Pero el alto no se selló
definitivamente, como cabría esperarse, sino por un "período de
prueba o de espera" de doce meses y a partir del 28 de mayo. A
este armisticio lo seguiría el firmado durante la penúltima semana
de agosto por el EPL, el M-19 y un fragmento del ADO,
completándose el mosaico de los grupos insurrectos que optaron por
tender un puente de tupidas relaciones con el régimen belisarista.
De los acuerdos se desprende que los alzados en armas las
"depondrán pero no las entregarán", para repetirlo con el giro
empleado por algunos de ellos; que habrá otra considerable
tardanza con el objeto de verificar la suspensión de las
hostilidades, y que las partes involucradas propiciarán más
convergencias, de aquí en adelante tras la hazaña de ver por
aproximarse a escarificar las purulentas llagas de la Colombia
neocolonizada y atrasada, y esto conjuntamente, o sea el país
redondo y sin reparos de clase.
En suma, el forcejeo, en lugar de simplificarse y acortarse a
medida que transcurre, se ha enmarañado y dilatado enormemente. En
compensación, los colombianos consiguieron saber que la tregua
tampoco era la "paz". Resuelto dichosamente el segundo equívoco,
los infatigables compromisarios de la reconciliación se aprestaron
a entrar en el tercer laberinto: el Gran Diálogo Nacional, con
mayúsculas. Cual su nombre lo indica, esta secuencia reside en
emprender una intrincada polémica acerca, de los candentes
antagonismos políticos y de las profundas privaciones económicas y
sociales del país, con la participación de todas las fuerzas
vivas, comprendidos los gremios patronales y los sindicatos
obreros, los directorios partidistas y las asociaciones de
consumidores, los cuerpos colegiados y la acción comunal, la curia
y los usuarios campesinos, la guerrilla y el ejército. La autoría
de la ingeniosa fórmula pertenece al M-19 que la concibió con
bastante anticipo, mientras que la supresión previa de los
combates y la verificación de la misma por un año fue más bien
inventiva de las Farc. Cada estado mayor insurgente se arrima a la
mesa de negociaciones con su propio portafolio de requisitos y
reclamos, de cuyo estricto acatamiento depende la conservación de
su autonomía e identidad. Y puesto que la alianza los obliga a
secundarse entre si, refrendando sin falta las varias peticiones,
por redundantes o engorrosas que fueren, el proceso pacificador
con cada etapa vencida no gana ni en concisión, ni en rapidez, ni
en claridad.
No obstante los dones milagrosos y la desusada ocurrencia que les
atribuyen sus promotores a las conversaciones entre las diferentes
clases y corrientes políticas, los intentos de amortiguar el
choque de los intereses encontrados mediante la persuasión de la
plática son tan viejos como el "contrato social" de Rousseau. En
el Continente no hay burguesía que en cierto momento histórico no
hubiese puesto en vigor el cacareado "diálogo" y algunas, incluso,
a semejanza de lo acaecido en el Perú bajo la férula del general
Velasco Alvarado, han conseguido rubricar compromisos de reformas
con estamentos organizados de la población. Entre nosotros, y sin
ir más allá del interregno del Frente Nacional, el mandatario de
turno con frecuencia habla y propicia la "concertación" o el
"pluralismo ideológico" sin necesidad de abrumarlo con operaciones
terroristas.
López Michelsen, inmediatamente después de ascender al solio en
1974, en un arranque de contagiosa demagogia llamó a un
entendimiento global entre los principales sectores vinculados a
la producción, conformando la célebre "comisión tripartita" que
agrupaba a patronos, sindicalistas y gobierno, y a la que un buen
día recibió en la residencia presidencial para avisarle que la
nación atravesaba por un período crucial, ante el cual se requería
del noble renunciamiento de magnates e indigentes por igual. El
mamertismo, que integraba la comisión y asistió a la reunión de
Palacio, dejó una lastimera constancia en protesta por la burla de
que había sido objeto la membrecía revolucionaria. Luego se
decretaría la emergencia económica con su rosario de impuestos y
alzas contra el pueblo, de prebendas para los grandes potentados y
demás medidas antinacionales y antipopulares que distinguieron al
"mandato de hambre". Y en lo que llevamos del "sí se puede" ya
hubo un primer ensayo de las discusiones multilaterales, cuando se
convocó en septiembre de 1982 la "cumbre" de colectividades
partidistas. Fuera de los funcionarios gubernamentales y de
algunos de los fragmentos en que se hallan divididos el
liberalismo y el conservatismo, concurrieron el Partido Comunista
y el M-19, encabezados por Gilberto Vieira y Ramiro Lucio,
respectivamente. Que valga destacar, el señor Vieira "pidió romper
el monopolio bipartidista en la Comisión Asesora de Relaciones
Exteriores", es decir, cursó la solemne demanda de una silla para
su agrupación en dicho organismo; y el señor Lucio anotó que "en
los diez puntos del ministro de Gobierno están contenidos los
problemas fundamentales de la vida colombiana".7 Los contactos, el
intercambio de opiniones y los concursos de oratoria entre clases
y entre gremios, congregados de trecho en trecho por las
burguesías dominantes, no tipifican, pues, ninguna
revolucionarización de las modas democráticas, ni en Colombia, ni
en América Latina, ni en el resto del mundo. Además, al cierre de
tales floreos los trabajadores de ordinario confirman cómo se les
ha extraviado algo de sus magras entradas o de su independencia
política.
III EL DESGASTE DEL AGUANTE
Acciones de la espectacularidad de la toma a bala
del municipio vallecaucano de Yumbo, a cargo de un comando
irregular y la ruidosa permanencia guerrillera durante casi una
semana en las poblaciones de El Hobo y Corinto, autorizada por
Betancur, al lado de la proliferación intempestiva de los
secuestros, la extorsión y el "boleteo" preludiaron los
sobresaltos y sinsabores que habrán de plasmarse en el tercer acto
del drama de la "paz", el de los coloquios. Iniciado de modo
formal sólo el 1º de noviembre, en el recinto de la Casa de
Moneda, estuvo antecedido de tres pertubaciones estrechamente
interconectadas: el incremento de las discrepancias entre los
militares y su jefe supremo; la cascada de enconados mensajes
emitidos por financistas, industriales y terratenientes que no
encuentran otra explicación a la ola de inseguridad que las
ingenuas tolerancias del primer magistrado, y los reiterativos
rumores de un golpe cuartelario, proveniente de la descarada
conspiración de acuciosos gamonales de los dos bandos de la
coalición oligárquica gobernante.
Tan pronto entró en vigor la tregua convenida, Miguel Vega Uribe,
entonces comandante general de las Fuerzas armadas, redactó una
circular recordándoles a las tropas bajo su mando la razón de ser
del ejército perenne de la nación y los cometidos esenciales de
éste, entre los cuales enfatiza los de garantizar las
"instituciones patrias" y preservar el "orden interno". Determina
por tanto el despliegue de "operaciones permanentes de control
militar en las zonas de influencia de las cuadrillas de las Farc",
haciendo la salvedad de que el aplastamiento de las "otras formas
delictivas de características diferentes" les atañe a las
"autoridades civiles o de Policía Nacional"8 Con los nuevos
eventos cada vez había menos duda respecto a que los uniformados
no solamente continuaban negándose a compartir el lenguaje y los
enfoques de su alegre presidente, sino que estarían dispuestos a
ir hasta la desobediencia con tal de no regalarles a los
insurrectos ni una sola región colombiana, por deshabitada o
improductiva que ella fuere. En su puntillo de honor los gendarmes
del régimen se ven estimulados con los clamores crecientes de unos
ricachos que no comprenden por qué el Estado, con el objeto de
satisfacer las exigencias de los alteradores de la tranquilidad
pública, se atreve, así sea temporalmente, a quitarles la
vigilancia a que tienen derecho y dejarlos inermes en manos del
Señor.
En efecto, desde cuando se suscribieron los armisticios y se
sopesó en concreto su factible incidencia, en las filas de
empresarios y finqueros empezaron a cundir las reservas sobre la
eficacia de los mismos. Para ellos, que habían accedido a acolitar
los inagotables pujos pacifistas de la administración del "cambio
con equidad" y lo único que apetecen en el mundo es poner a salvo
sus humanidades y sus bienes, ningún progreso se obtuvo a no ser
permitirles a las guerrillas conservar los fusiles y, de propina,
certificarles que durante un año no sufrirán asedio bélico por
parte de la autoridad legítima. Ante todo les encrespa que la
figura que saludaron alborozados un 30 de mayo ya no tan
venturoso, pretenda acumular méritos jugando con los haberes y el
pellejo ajenos.
Por primera vez desde su asunción al poder el loado carisma del
señor Betancur recibiría una descarga cerrada de apóstrofes y
censuras procedentes de la masa de grandes y medianos propietarios
que estimaron llegada la hora de amonestar al mandatario por sus
equívocos, veleidades y candideces. Y esto paradójicamente a raíz
de conocerse la primicia del alto al fuego, convenido al cabo de
las incontables acrobacias; en la esquiva y feliz oportunidad en
que aquél podría vanagloriarse de presentar por último a sus
gobernados algo palpable, los textos de unas actas de acuerdo
debidamente aprobadas y signadas por los grupos insurgentes. Pero,
no. A muchos de sus distinguidos y pesados patrocinadores hoy por
hoy no les hacen ningún chiste sus gestos populacheros de
candidato de vereda en trance electoral, ni sus frases de
mostrador con que instruye a alcaldes y gobernadores, ni su huero
optimismo para rellenar los arriscados abismos económicos del
país, ni sus imprevisiones en el tratamiento con los organismos
internacionales de crédito y en particular con Norteamérica, ni su
secreta ambición de lucir sobre la banda el Premio Nobel de la
paz. Ni siquiera su afición por la poesía, por la mala poesía. El
prestigio del presidente ha descendido varios puntos en el
concepto de los estratos elevados, sin que haya forma tampoco de
que se sostenga ante los ojos de las clases menos favorecidas y
más estrujadas por el desastroso ejercicio belisarista. Y este
aspecto del análisis no resulta irrelevante puesto que sin lugar a
especulaciones la táctica de una pacificación parlamentada
descansa en buena parte, como se ha demostrado, en la capacidad de
aguante y en la tolerancia de la cúspide del órgano ejecutivo.
En drástica carta remitida al inquilino de la Casa de Nariño, las
agremiaciones del Huila prorrumpen: "No estamos dispuestos a ceder
ni un milímetro del territorio del departamento ni vamos a ofrecer
más vidas inútilmente con su burlada política de paz. Lo que
suceda de aquí en adelante será exclusivamente responsabilidad de
su gobierno". En misiva parecida, los ganaderos de Córdoba
puntualizan: "Con el respeto debido le comunicamos que no estamos
dispuestos a que el fruto de nuestro honrado trabajo nos sea
esquilmado. Creemos tener el derecho a que el gobierno nos dé la
protección a nuestra honra, vida y bienes, a que está obligado por
mandato de la Constitución". Los cafeteros del Quindío se
apresuraron a denunciar el "aumento inusitado en la región de la
extorsión, el chantaje, los secuestros y la violencia en la gama
más amplia de sus manifestaciones". Y en el mismo tonillo de
agresión y disgusto se pronunciaron portavoces, de los hombres de
negocios del Valle y Cauca, de la Sabana de Bogotá y del Magdalena
Medio, de Antioquia, Caldas, Sucre y otros departamentos de la de
la Costa Atlántica. La Sociedad de Agricultores de Colombia y la
Federación Nacional de Ganaderos, luego de exteriorizar en mensaje
conjunto sus preocupaciones por el alarmante deterioro de la
seguridad, sobre todo en los campos, y no obstante haberse pactado
el cese de las hostilidades, afirmaron concluyentemente: "Reprimir
a quienes no cumplan con la tregua, o a quienes al amparo de ella
violen la ley, es indispensable para aclimatar y afianzar la paz
que todos los colombianos estamos buscando".9
Aunque la extremaizquierda intente minimizar los alcances de los
anteriores reproches, encasillándolos sin mayor detenimiento,
maquinalmente, dentro de las obvias y acostumbradas reacciones con
que las esferas más oscurantistas suelen afrontar los desarrollos
de cualquier campaña de innovación, hay un hecho de bulto. Turbas
de burgueses y terratenientes, en persona, no ya sólo a través de
sus orientadores ideológicos o de sus líderes políticos, han
resuelto terciar en la trifulca, conminando al despacho
presidencial con virulentas requisitorias para que cese no el
fuego sino el juego, no la violencia sino la benevolencia. Su
argumentación: que se realicen las promesas comiciales pero que se
cumplan los juramentos constitucionales. Y la conclusión: de lo
contrario se verían en la inexorable disyuntiva de proveerse de
regimientos privados y administrar justicia por cuenta y riesgo
propios.
Con la propagación de cuadrillas de matones a sueldo en extensos
perímetros de la geografía patria, análogas a las que han
devastado algunas áreas campesinas, como los "campovolantes" en
los Llanos Orientales, los "tiznados" en Santander y el mismo
"Mas" en el Magdalena Medio, se columbra una perspectiva demasiado
comprometedora para el movimiento revolucionario colombiano en las
actuales circunstancias, dados los vacíos organizativos, la
dispersión, los rudimentarios niveles de conciencia y la
indisponibilidad para la guerra de las mayorías laboriosas. El
desbordamiento de aquellos géneros de terror blanco y su
aclimatación en otros ámbitos departamentales nada positivo
traerían, salvo impedir la libre actividad de las vanguardias
contrapuestas al régimen y entorpecer enormemente el
reagrupamiento de las fuerzas del pueblo. Y así se pregone con
bombo la "apertura democrática", habrá importantes extensiones
prohibidas a la agitación y la propaganda que no sean las de los
directorios bipartidistas, en proporciones superiores al número de
las que pian piano se han ido clausurando como represalia a la
aventuras y las listezas de los núcleos foquistas, inclusive bajo
el reinado del apaciguador y pese a la amnistía, la tregua y el
diálogo.10 No se trata meramente de cuerpos paramilitares que la
Procuraduría no desarticula con sus fofas investigaciones. Estas
bandas que actúan en la penumbra pero que están dotadas de una
precisa estructura de unidades y de mandos, y que culminan
imponiendo su vandálica voluntad en comarcas enteras, gozan de un
patrocinio muy definido, acaso sin parangón en la historia
reciente de la república, y es el que les proporcionan los
latifundistas y magnates exasperados de tributar tras cualquier
especie de chantajes. Los cuales están decididos a ponerle punto
final a sus sobresaltos, blandiendo el cuchillo y la horca contra
quienes ellos identifican con el genérico vocablo de
"subversivos". Junto al agravante de que esta sublevación de los
potentados, prevalida de los ingentes recursos que coloca a su
disposición el dinero y la complicidad de las tropas y
funcionarios locales, se halla en condiciones de aglutinar con
relativa prontitud a los campesinos medios halagados o
atemorizados, a la vez que arrincona, desmoraliza y apabulla al
antojo a los jornaleros y campesinos pobres. Los terratenientes se
sacuden el hostigamiento de los francotiradores enmontados,
mientras que la población trabajadora, con cuyas lágrimas paga la
vindicta, siente sobre los hombros cómo aprieta más la coyunda de
la explotación de los patronos. Desenlace previsible cuando las
revoluciones se lanzan por el atajo de una insurrección
imaginaria, extreman las formas de lucha o se lumpenizan.
Si en el prólogo de la crónica de la "paz" nos tropezamos con un
fervor contaminante, convertido en mandato por los comicios
presidenciales de 1982; y si en el capítulo inicial leemos cómo se
concibió y aprobó con notoria aquiescencia la ley que puso en la
calle a la totalidad de los detenidos políticos a la sazón
existentes en Colombia, que eran los sindicados de pertenecer, con
verdad o no, a las agrupaciones insurrectas tantas veces
nombradas, o de participar en acciones terroristas; y si por las
páginas referentes a las contingencias que precedieron a la
suspensión de los enfrentamientos tuvimos noticia de los primeros
respingos de la gran prensa y del relevo inopinado de cuatro
generales, en la parte dedicada a los preparativos y
desenvolvimientos del "gran diálogo" nos encontramos con que desde
diversas esquinas del país burgueses y terratenientes confabulados
zahieren al presidente, concitándolo a que se ciña a las
disposiciones constitucionales, y dentro de ellas, a cooperar con
la versión pacificadora de las Fuerzas Armadas, o atenerse en su
defecto a las consecuencias de los amotinamientos desde arriba. El
espacio para los malabarismos se estrecha sin que de ningún lado
se avizore la coronación de la cima.
Lo que arrancara con un asentimiento casi unánime tras la
estrepitosa derrota del turbolopismo, se ha vuelto una encerrona
para el caudillo vencedor. Privado precozmente de los mágicos
atributos de la popularidad, víctima de los caprichos exegéticos
de la Corte Suprema de Justicia que echó a tierra su segunda
emergencia económica, sujeto a los pupitrazos de un Congreso
mayoritariamente regido por los clientelistas liberales, centro de
las murmuraciones y recelos de su propio partido, sin un peso en
el fisco con qué saciar las fauces de la gula oligárquica y
concluir sus proyectos piloto, con el fracaso de Contadora a
cuestas y la desconfianza gringa pendiente sobre sí como una
espada de Damocles, transformado en blanco de la sigilosa
vigilancia de los oficiales que lo escoltan y hecho ya pasto de
los chascarrillos del ingenio bogotano, testimonios vivos de su
desprestigio, Belisario Betancur ha tenido que devolver a pedazos
la supremacía usurpada y sofrenar poco a poco su complejo de
Núñez. Por dos veces se ha visto en la premura de redistribuir las
carteras ministeriales con el objeto de aplacar las molestias del
socio destronado. Menguada su ascendencia, semiinmóvil, ahora
aguarda con los brazos cruzados a que otros dispongan sobre
asuntos en torno de los cuales su despacho sentaba cátedra en
medio de los aspavientos de la demagogia. Bien podría afirmar lo
que Turbay Ayala les replicó a los periodistas de Europa que lo
acosaban con cuestionarios capciosos respecto a los sesgos
represivos de su gobierno: "el único preso político que hay en
Colombia soy yo".
Misael Pastrana, el fiel y desvelado padrino, hubo de adelantar
por meses, contra todos los pronósticos, la candidatura de Alvaro
Gómez, persuadiendo con este movimiento a la godarria alebrestada
de que el tinglado belisarista, en vía de extinción, servirá de
conducto para el pleno y posterior predominio de la doctrina azul.
Y al ministro Jaime Castro, ave canora del gabinete y cuota clave
del legitimismo liberal le tocó salir a la pantalla chica a dar
satisfacciones a la insubordinación de los plutócratas y
asegurarles que la política conciliadora del Ejecutivo contempla
antes que nada la "presencia permanente y acción decidida de la
fuerza pública en todo el territorio nacional".11 Aquélla nunca
fue ciertamente la explicación de la Presidencia, pero era lo que
esperaban oír quienes han insistido en aplicar mano de hierro
contra la delincuencia subversiva, y oírlo de una garganta
autorizada y sobre todo cuerda de la gran coalición.
Cuando, consternado frente a tantas incomprensiones, el pobre de
Betancur, en epístola al general Matamoros, quiso constatar su
inocencia arguyendo que las Cámaras amnistiaron a los guerrilleros
sin condicionarlos al desarme, éste le respondió recordándole los
artículos, 2, 166 y 48 de la Carta, concernientes a las bases
exclusivas de la soberanía, al papel del ejército y a la no
posesión de armas de guerra por parte de los particulares, e
igualmente el artículo 7º de la Ley de Amnistía, en el cual se
fijó entre dos y cinco años de cárcel para quienes violen la
prohibición antedicha.12 La historia se repite. El oficial de más
alto rango vuelve y rechaza los evasivos razonamientos que en su
ayuda trae el atribulado comandante en jefe, saca a relucir sus
lagunas en las materias del derecho, lo refuta directamente,
paladinamente, ante la presencia toda de la nación expectante, y
en esta ocasión tal vez con menos venias a como lo hiciera
Landazábal Reyes. Sin embargo, al presidente le queda embarazoso
sustituir cada seis meses a su ministro de Defensa. Y todavía peor
si éstos se cobijan con el palio sacrosanto de la ley de leyes.
Una cosa es botarlos cuando amenazan el entramado institucional y
otra muy distinta cuando personifican la postrera opción de
vigencia del mismo.
Está visto que los principales exponentes de la casta militar no
se demoraron en aprender las lecciones de la crítica jurídica. Si
somos hechura y protectores de la Constitución, ¿por qué no
parapetarnos tras los artículos de ésta? ¿De dónde acá la
iterativa sospecha sobre los móviles de nuestros riesgosos
menesteres, si nos compete por encargo indelegable reprimir los
estallidos anárquicos y someter a los infractores, apellídense
como se apelliden y hállense donde se hallen? ¡Que no se nos siga
zarandeando y destituyendo en bien del funcionamiento legal del
país, siendo que nosotros constituimos la ley armada!
En esta comedia de las equivocaciones hace rato que se
trastrocaron los parlamentos. Desde la platea la concurrencia, en
el clímax del espectáculo, observa cómo los alféreces les enseñan
a los leguleyos que la Constitución configura un todo compacto de
libertades y proscripciones, y que si las unas son permisibles las
otras son indispensables. Que no hay nada más constitucional que
la persecución y el castigo del delito, al igual que el estado de
sitio, las brigadas, los panópticos y el resto de los instrumentos
coercitivos con los cuales se limpia y se cautela a diario la
república inundada de elementos indeseables.13 Dentro del malestar
en aumento de las clases pudientes, el deslustre progresivo del
caudillaje belisarista y la insignificancia de los frutos de la
escurridiza "paz", al generalato le han reportado valiosos
dividendos sus incursiones en la jurisprudencia y sus aires de
severidad republicana. Septiembre fue, por decirlo así, el mes de
las charreteras. Por doquier se exhalaron alabanzas a los mandos
castrenses que, según los antiguos y recientes áulicos, habían
hecho realidad el milagro de una angustiosa y desesperante
búsqueda de la concordia, aun soportando las injurias de sus
proverbiales malquerientes.14
¡Y ahí fue Troya! El aspirante secreto al Nobel de la paz, en
impetuosa embestida por recobrar las riendas sueltas de la
situación, atronó el 24 de septiembre desde las llanuras de
Arauca, adonde se había trasladado a reconocer los promisorios
yacimientos de petróleo allí descubiertos; escenario y motivo no
impropios para tratar de impresionar a la oligarquía contrita y
con líos económicos. Luego de admitir que las fuerzas militares
han sido "vilipendiadas" alertó que ahora son "aduladas sólo para
incitarlas demencialmente, inútilmente, al golpe de Estado". Vaga
aunque corrosiva imputación. Que conllevaba además la imprudencia
de poner en boca de todos lo que a la chitacallando se departía en
los salones.
Betancur esboza la contraofensiva con los mismos hierros y en el
campo escogido por sus censores. Persigue un voto de confianza
presionando una definición en cuanto a si la constitucionalidad
reside más en los albedríos presidenciales emanados del sufragio
democrático, o en la soldadesca por excelencia subordinada,
obediente y no deliberante. Pero esto, lejos de ser una estrategia
para recuperar los terrenos invadidos por unas conjuraciones
compuestas por hombres de carne y hueso, con intereses muy
tangibles y dotadas de medios poderosos de lucha, se parece más a
las disquisiciones del tinterillo que apela en segunda instancia.
Encima de que si las pólizas de los espadones suben y bajan en la
bolsa de la controversia pública, ganan o pierden simpatías, se
debe a que forman parte y a veces hacen de jueces del conflicto.
Forman parte, entre otras cosas, porque el jefe supremo los
provoca a que hablen y tomen posición, dirigiéndoles misivas
eminentemente polémicas; los senadores y representantes los citan
a menudo a que debatan en el Capitolio sus cargos y descargos, y
hasta el M-19 los convida a que destapen en el "diálogo nacional"
sus tesis sobre lo divino y lo humano.15
Todo, por supuesto, sin importar una higa que los cánones
fundamentales e incluso el reglamento interno les veden de modo
tajante a soldados y policías la intervención en política. Y a
veces hacen de jueces en el conflicto porque empuñando las armas
de la república, cuentan con qué acallar cualquier discusión,
abolir cualquier cabildo y deponer a cualquier mandatario. No
pasemos por alto que cuando la mamertería latinoamericana, siempre
de gancho con los demócratas liberales del Continente, se hacía
lenguas enalteciendo el profesionalismo del ejército chileno, y
visualizaba en éste a un providencial soporte para la vía pacífica
de la revolución de Allende, el general Augusto Pinochet dio su
jaque mate, del cual no se acaban de reponer aún los pobladores
del hermano país.16
El trompetazo de Arauca aguzó los instintos pesquisidores de los
periodistas, quienes se entregaron a la tarea de seguir los
rastros dejados por la conspiración e identificar a los
cabecillas. La gente no tardó en enterarse de que un conjunto de
40 parlamentarios conservadores organizaron a hurtadillas de la
presidencia un "desayuno de trabajo" con los mandos castrenses,
tras el propósito de obtener un informe de primera mano sobre los
brotes de la inseguridad y con su concurso entrever las secuelas
cabales de la paz belisariana. No obstante aclarar que por razones
ocultas los generales al fin no concurrieron, los implicados
aceptaron el ágape matinal como un hecho cumplido, o una intriga
frustrada. Asimismo, otros 60 congresistas de ambos bandos de la
coalición dominante redactaron una nota comprobatoria de sus
acendradas lealtades hacia el estamento militar, y con la cual se
proponían tachar por improcedentes las investigaciones de
verificación que, a raíz de los encuentros bélicos acaecidos días
antes en la localidad de Riosucio, habían emprendido algunos de
los comisionados ad hoc. Y para consumar esta juntura de cabos,
durante la última semana del mes de las charreteras se comentó con
maliciosa insistencia el banquete que, en desagravio al ejército y
a través de Vega Uribe, brindaron los miembros de la Comisión II
constitucional del Senado, presidida por el liberal Eduardo
Abuchaibe. Conociéndose la dimensión de la conjura y a diferencia
de la actitud asumida ocho meses atrás ante las escaramuzas que
confluyeron en el relevo de Landazábal, los comentaristas de
oficio del cuarto poder le restaron trascendencia al asunto.
Algunos aseguraban que eso no era un golpe sino un autogolpe; y
otros se deleitaban recabándoles a los secretarios de Palacio la
lista de los complotados, en el entendido de que el gobierno no
podría admitir impunemente una horadación tan extendida de sus
sustentáculos social y político.
Así, en semejante clima, Colombia se acercó de puntillas, temerosa
y dubitativa, a los portales del Gran Diálogo Nacional. Los
mejores hervores del entusiasmo se habían extinguido. El
taumaturgo de la odisea, el garante de los copiosos compromisos,
de la tregua cronométrica, de los trámites interminables, de las
ofertas extracontractuales, el buenazo del señor Betancur, ya no
lidera con su bandera blanca; se limita a disuadir a sus
escapadizos prosélitos de que cometen un error cuando malician de
las competencias, las aptitudes y las intenciones de su
presidente. Al dialogante decisivo le quedan arrestos sólo para
eso, dialogar.
IV PÓCIMAS VIEJAS CON MEMBRETES NUEVOS
Pero, ¿el diálogo será la "paz"?
Incuestionablemente no. Quien repase el pacto de La Uribe y demás
documentos transaccionales notará que la consagración definitiva
de los augurados goces del sosiego, tal cual lo avistamos atrás,
se supedita a la suerte de un policromo ramillete de
reivindicaciones tanto económicas como políticas. Las unas,
conforme rezan los convenios con las Farc, abarcan tópicos que se
extienden desde la reforma agraria y el mejorestar campesino,
hasta los "constantes esfuerzos por el incremento de la educación
a todos los niveles" y de "la salud, la vivienda y el empleo"; y
las otras comprenden desde "garantías a la oposición", "elección
popular de alcaldes", "reforma electoral", "acceso adecuado de las
fuerzas políticas a los medios de información", "control político
de la actividad estatal", "eficacia de la administración de
justicia" e "impulso al proceso de mejoramiento de la
administración pública", hasta "iniciativas encaminadas a
fortalecer las funciones constitucionales del Estado y a procurar
la constante elevación de la moral pública". A su vez, el acuerdo
con el M-19 y el EPL pormenoriza los temas objeto del "gran
diálogo": "la discusión y desarrollo democrático de las reformas
políticas, económicas y sociales que requiere y demanda el país en
los campos constitucional, laboral, urbano, de justicia,
educación, universidad, salud, servicios públicos y régimen de
desarrollo económico".
Difícilmente un experto en renovaciones y enmendaduras superaría
la desbocada imaginación de nuestros heraldos de la concordia
civil. Fuera de la lista no hay en verdad, esferas, órbitas y
ámbitos dignos de mencionarse y sobre los cuales no se piense
verter la savia vivificadora de la pacificación. La "paz" siempre
ha estado ligada de manera indisoluble a la mudanza del país. Y
ésta es la única verdad de fondo que dilucida por qué el
itinerario seguido, distante de conducir a un pronto y cabal
arreglo, se empantana a medida que transcurre. Los grupos
guerrilleros, no obstante acariciar, por lo menos de dientes
afuera, la posibilidad de incorporarse a las actividades legales,
no lo harían merced a la falta de condiciones para sostener la
contienda armada, sino, por lo contrario, en virtud de sus éxitos
y de los golpes infligidos a un enemigo al cual han puesto a
discutir con ellos, de tú a tú y de pe a pa, cada una de las
cuestiones medulares de la república. En lugar de corregir con
mesura los descarrilamientos de su táctica, andan a la caza de
enmendarle la plana al régimen, reafirmándose en el desafío
implícito de no prescindir del manual de Ernesto Che Guevara. Y
con ello se colocan muy por debajo de la comandancia foquista
latinoamericana de la década del sesenta que, pese a sus
concepciones antimarxistas sobre el Estado y la revolución, al
cabo de torturantes lucubraciones y desgarradores enjuiciamientos
internos, planteó, "sencillamente", cual lo refiere Teodoro
Petkoff, "trasladar la lucha desde el terreno específicamente
militar al político, para salir del callejón ciego donde se
encontraba".17
En Colombia todavía los dirigentes de la extremaizquierda
defienden las explosiones insurreccionales con el simple y
metafísico considerando de que la miseria y la brutalidad propias
de la sociedad explotadora de por sí ameritan las más contundentes
o descabelladas respuestas de las organizaciones revolucionarias.
A su juicio, cuán viables y útiles resultan, en cualquier
contingencia histórica y por caros que sean, los operativos para
hacer propaganda marcial entre los moradores de los pequeños
poblados, proveerse de millonarios recursos financieros, repartir
bolsitas de leche en las barriadas famélicas, ajusticiar a los
esquiroles de las centrales patronales, secuestrar a los avaros
gerentes de las empresas monopólicas que se resistan a subir los
salarios, caer a la brava sobre los liceos y arengar a sus
alumnos... Estilos de beligerancia que en lugar de descalificarse
por improcedentes o extemporales se les estima más bien rentables.
De ahí que esta "guerra" habrá de ser permutada por el "cambio
social" y la "apertura democrática" o no se le erradica.
Dilema rotundo y aparentemente incontrastable. Pero aun cuando a
las fajas más exaltadas de la pequeña burguesía estudiantil y
profesoral les parezca la mejor confirmación de la entereza de los
insurgentes y les suene en sus oídos como un enriquecimiento
original de la "combinación de todas las formas de lucha" tal
alternativa, por mucho que se le envuelva en un estridente
radicalismo, no añade nada sustancial a las proclamas distribuidas
por los combatientes del ELN a los somnolientos habitantes del
olvidado municipio de Simacota en aquel amanecer del 7 de enero de
1965. Envasa, al revés, añejas y dañinas creencias en modernas y
más absurdas versiones.
Dentro de su rústica visión, Fabio Vásquez Castaño y seguidores se
hallaban convencidos de que los adelantos ideológicos y
organizativos, el paciente aprendizaje a través de la pelea
cotidiana en contra de las tropelías y en pro de los derechos, la
contraposición pública y en la más amplía escala de los programas
y soluciones de las diversas vertientes, el ánimo de las masas de
derrocar a sus expoliadores y llevar el combate hasta las últimas
consecuencias, amén de las ventajas que en una coyuntura precisa y
sin escapatoria ha de permitir el Estado despótico, debido a las
crisis, divisiones, desbandadas y demás impedimentos para
movilizar sus unidades y repeler el asalto del pueblo enfurecido,
no eran requisitos básicos de las hazañas por la liberación. En
suma, que los factores atañederos a la correlación de fuerzas
ningún rol desempeñan en el desencadenamiento de la insurgencia
civil, destinada a imponer, tras el triunfo, las transformaciones
revolucionarias correspondientes. Que el tableteo de las
ametralladoras sacaría al país de su marasmo secular y depararía,
como por generación espontánea, cada uno de los elementos
imprescindibles para el estallido general. Con arreglo a tales
desvaríos no es la lucha política la escogida para desobstruir la
senda del levantamiento insurreccional sino éste el encargado de
promover aquélla. La insurrección no depende de la política. Allí
la política depende de la insurrección. ¿En cuántas asambleas o
foros no se habrá querido enmudecer al MOIR a causa de la carencia
de un brazo armado con qué darle brillo y realce a la justeza de
sus asertos? Pues bien, durante más de dos decenios los
colombianos han venido curioseando el desfile sin fin de grupos,
grupitos y grupúsculos que en este siglo de las siglas, con
diferencias de denominación, acento e insignias, se obstinan en
incendiar la pradera al margen o en contra de la voluntad de las
mayorías. Si entre nosotros los precursores y herederos del
infantilismo de "izquierda" han justificado al unísono sus
declaratorias insurreccionales con las urgencias del cambio, hace
poco los segundos, en una aplicación innovadora del argumento,
resolvieron extenderlo a la "paz". Pero como algo va de la
victoria a la transacción, las enmiendas han de circunscribirse a
aspectos tangenciales, a tiempo que se guardan o abandonan las de
mayor enjundia. Y esto, a su vez, no puede menos que reflejarse en
un raro amoldamiento de la consigna central. Antes se pregonaba a
voz en cuello: ¡A las armas por la revolución! Ahora se amaga:
¡Reforma o "guerra"! Desde el punto de vista teórico semejante
transmutación conduce a un exabrupto menos inteligible. La acción
armada se ponía ayer a la orden del día dándole la espalda a la
lucha de clases y mirando exclusivamente la perentoriedad de los
vuelcos estructurales que requiere Colombia. Hoy, aunque se
continúan ignorando los zigzagueos de la contienda y las
disponibilidades de los contendientes, la prosecución o no de la
labor militar se subordina ya a unas cuantas reparaciones
circunstanciales; algunas de estirpe constitucional, pero de todos
modos enmarcadas dentro del orden jurídico imperante.
A los lectores reticentes les basta devolverse unos cuantos
renglones y releer los pedidos y reclamos expuestos en los
convenios de la tregua. Verificarán que a pesar de la apretada
enumeración ninguna de aquellas pretensiones rebasa los mojones de
la sociedad neocolonial y seinifeudal; ni implicarían, de
concederse, la mínima merma del dominio de los estratos
oligárquicos. Unas, a la inversa, tienden intrínsecamente a
perfeccionarlo y robustecerlo, como las enderezadas a impulsar el
proceso de mejoramiento de la administración pública" o a
"fortalecer las funciones constitucionales del Estado" y la
"eficacia de la administración de justicia". Tampoco tienen por
qué debilitarlo la "reforma electoral", la "elección popular de
alcaldes", las "garantías a la oposición" el "control político de
la actividad estatal", o el "acceso adecuado de las fuerzas
políticas a los medios de información". Incluso, luego de instarse
a que, al tenor del estatuto constitucional y "para la observación
y restablecimiento del orden público, sólo existan las fuerzas
institucionales del Estado", se concluye que de su
"profesionalismo y permanente mejoramiento depende la tranquilidad
ciudadana". El punto alude lógicamente a las camarillas
paramilitares, pero se optó no por la negativa sino por la
positiva -decimos positiva en sentido metafórico- de admitir la
bondad y abogar por la cualificación de los custodios de la ley.
Hay también formulaciones completamente etéreas cual la de
"procurar la constante elevación de la moral pública", que, fuera
de su vaciedad, parte de la rectitud inmanente del gobierno, y en
este caso del reato y la predisposición a autorregenerarse de los
escalones más encumbrados y corruptos de la burocracia oficial, la
manzana podrida que contagia al resto.
Acaso la única demanda cuya cristalización podría relacionarse con
un problema de estructura es el de la "reforma agraria". Sin
embargo, los tratados pacificadores no especifican el modelo ni la
cobertura de la misma, ni cabría esperar que apunten a una
repartición de las incultas y grandes propiedades rurales a favor
de los pobres del campo, con el móvil de barrer el sistema de
explotación terrateniente, el minifundio improductivo y los
remanentes de servidumbre; o sea derribando una de las trabas
ancestrales que, aunada al saqueo imperialista, condena a la
nación a la ruina económica y a las clases laboriosas a las
terribles situaciones de vida derivadas de aquellos yugos. Ni
soñarlo. Cada vez que el reformismo echa a volar sus sofismas
acerca de "cerrar la brecha" o reducir los desequilibrios del agro
colombiano y cacarea con la distribución de tierras, sus audacias
no pasan de la titulación de baldíos o del reparto de unos cuantos
eriales comprados a sobrecosto a los latifundistas. Por ningún
sitio afloran indicios de que el pródigo señor Betancur se haya
comprometido a trasponer tales fronteras, habida cuenta además de
que sus delegatarios son los firmantes y no él, y los documentos,
escritos con sutileza de notario, están salpicados de ambigüedades
y giros nebulosos de este cariz: "La Comisión de Negociación y
Diálogo tiene la certeza de que el gobierno buscará lograr, con el
concurso de los partidos políticos, el congreso y la participación
ciudadana, un amplio acuerdo que permita modernizar y fortalecer
la vida democrática del país". 0 esta otra: "La Comisión de Paz da
fe de que el gobierno tiene una amplia voluntad de... ". Y todo se
esfuma en "hacer constantes esfuerzos por... ", "mantener su
propósito indeclinable de... ", etcétera, etcétera.
Empero, supongamos que los guerrilleros sabían qué estaban
pactando cuando se avienen a propugnar una reanimación y un
acoplamiento de los planes agrarios oficiales, tras la voz de
socorrer al campesinado de las zonas afectadas por el flagelo de
la violencia. ¿Con qué se sufragarán los gastos? Las chapucerías
del Incora han valido sumas astronómicas, provistas con préstamos
extranjeros y partidas del erario, que son saldadas por el país, y
en últimas por el pueblo, sobre quien recae básicamente la carga
impositiva. Los déficit presupuestarios del mandato del "sí se
puede" se contabilizan en cientos de miles de millones de pesos,
los más altos en los anales de la república. El Ejecutivo pena por
que las Cámaras le permitan emitir ininterrumpidamente moneda sin
respaldo, esa alquimia de los tiempos nuevos con que desde hace
rato se defrauda a los colombianos, y que se tornó a la postre en
la fuente discrecional de finanzas del régimen oligárquico, ante
la restricción de los empréstitos foráneos, la insuficiencia de
los recursos tributarios y el incesante acrecentamiento de las
erogaciones. Y a la par, todo gestado por la bancarrota en que se
debaten las naciones del Tercer Mundo y en particular
Latinoamérica. Si Betancur no ha logrado sacar a flote los dos o
tres rótulos llamativos de su plataforma electoral; pasa tramojos
aliviando los desmesurados faltantes de banqueros e industriales o
reuniendo la modesta paga de los trabajadores del servicio
público, y ha de resignarse a mantener clausurados centros
educativos y hospitalarios por inopia física, ¿con qué
subvencionará las concertaciones del "gran diálogo" en materia de
salud, educación, vivienda y empleo, o en temas como el agrario,
laboral y urbano? Valga insistir en que los avances o retrocesos
en cualquiera de tales asuntos no han de sustraerle ni agregarle
un gramo de hegemonía a la alianza burgués-terrateniente
mangoneadora del poder, aunque las conquistas económicas, y desde
luego las políticas, faciliten las palancas y los puntos de apoyo
con los cuales habremos de centuplicar el empuje de la gesta
libertaria. Pero de ahí a exigirlas cual cláusula sine qua non de
la "paz", denota francamente un desconocimiento supino, o de los
parámetros rectores de la actual sociedad colombiana, o de sus
fases evolutivas.
Cuán vitales se nos revelan aquí las guías de una estrategia y de
una táctica correctas, compendiadas a partir de la irradiación de
los principios universales del marxismo sobre las peculiaridades
del país. Gracias a las primeras comprendemos que el desempleo,
por ejemplo, tan severo y crónico en una neocolonia atrasada y
exprimida como la nuestra, no puede remediarse ni paliarse sin el
rescate de la soberanía nacional y la supresión del semifeudalismo
y del capitalismo, al igual que de todos los otros álgidos
problemas de índole económica. No ahondaremos en predicamentos que
forman parte del abecé y aguardemos a que los grupos insurgentes,
al convenir con los delegados de Betancur en "hacer constantes
esfuerzos" por el empleo, no hayan aspirado a que la ANDI amplíe
gradualmente sus cupos laborales hasta absorber el paro y a costa
de sus dividendos, pues ello significaría ordenar la eutanasia del
sistema, y ordenarla por decreto.18 Pero de no ser esto así,
entonces la paradoja planteada, reflexiva o irreflexivamente, sí
es ¡reforma o "guerra"!
El enfoque táctico nos advierte sin embargo que el cuatrienio
belisarista, con todo y deberle su apoteosis a la perdición del
continuismo de sus predecesores, y haberse beneficiado de las
felonías de Carlos Lleras Restrepo, el reformador, no cuenta ni
remotamente con las holguras que a éste le posibilitaron sus
remiendos y corcusidos sobre la red de los institutos del Estado;
entre 1966 y 1970 el régimen de la Transformación Nacional
estatuyó entidades a granel espesando la fronda burocrática -una
manera de dar ocupación-, y derrochó caudales en sus distritos de
riego e indemnizaciones a los finqueros incorados, en sus unidades
agrícolas familiares y empresas comunitarias, en sus comités de
usuarios campesinos y demás trapisondas agraristas. En la
actualidad, antes que discurrir sobre el futuro, han de cancelarse
los débitos legados por las administraciones anteriores. Si se
presta será para cumplir, primordialmente con las cuotas de los
intereses vencidos. Aunque no se haya protocolizado todavía la
capitulación frente al Fondo Monetario Internacional, el curso de
la economía lo determinan ya, conforme a sus ávidos y mezquinos
cálculos, los linces de las agencias prestamistas internacionales.
En Colombia a las efímeras pompas del reformismo les pasó
calendarios ha su cuarto de hora histórico, y nuestros estafetas
de la reconciliación tomaron demasiado a pecho los motes
propagandísticos, del "sí se puede" y estuvieron muy de malas al
pensar que éste era el período de las oportunidades. Mientras
ellos platican sobre el cuándo y el dónde recomponer la república
maltrecha, los hacendistas del gabinete se devanan los sesos
ingeniándose el cómo recortar la nómina, suspender subsidios,
subir precios, tarifas y gravámenes. De suerte que si las
comandancias guerrilleras se oponen a enmendar, no el país, sino
sus erróneas apreciaciones, la "paz" nunca llegará a conferirse.
Puesto que, desde la más vasta y estratégica perspectiva, el
belisarismo en el gobierno, no dejará de ser, con sus
malabaristas, magos, enanos y payaso, una de las tantas variedades
del Estado de los negreros de la época contemporánea, y desde el
ángulo de un escrutinio táctico e inmediato, el agobiado de
Betancur no tiene prácticamente con qué comprarle alpiste a la
paloma.
Lo insólito de toda esta torre de Babel es que no obstante
expresarse cada quisque en su jerigonza partidista, los animadores
de la pacificación dialogada se identifican en que la patria no se
hará acreedora a la tranquilidad entretanto no repare la casa y
subsane o mitigue los desajustes y las injusticias. Con ello creen
abastecer de profundidad a sus superficialidades, sin percatarse
de que no hacen más que alzar un murallón inexpugnable a los
preconizados reposos de su concordia ciudadana. Liberales y
conservadores, generales y civiles, capitalistas y revisionistas,
ministros del despacho y ministros de Dios, editorialistas y
suscriptores, todos a una, como en Fuenteovejuna, con la excepción
dos veces dicha del MOIR, han rivalizado casi tres años en rodear
el proceso pacificador de tan rígidos condicionantes, rebuscadas
razones y dotes prodigiosas, que el país cónico rodó hacia el
despeñadero que él mismo cavara insensata y parsimoniosamente: que
no habrá "paz" porque no habrá reformas, ni techo, ni drogas, ni
parcelas, ni trabajo. Y no los habrá más de cuanto los hubo bajo
Turbay, López o Pastrana, sino menos, merced a que la sociedad
colombiana se halla aún en la cresta de la crisis, quizá tan
demoledora como el crac de 1929, que no acaba de transcurrir, y,
de encima, ha de desembolsar anualmente, por concepto del servicio
de su elevada deuda externa, una cifra próxima al valor de sus
exportaciones cafeteras. Un pantanero en el que las oligarquías
intermediarias de los monopolios imperialistas, al contrario de
aflojar la clavija, restablecen su cuota de ganancia y la de sus
amos redoblando el desvalijamiento de Colombia y reduciendo al
máximo los exiguos ingresos del campesinado y de la clase obrera.
El propio presidente, tratando de darle contenido y lustre a su
cruzada del apaciguamiento, improvisa y ensarta uno a uno
apotegmas parecidos a éste: "En muchos casos son más subversivas
las situaciones que las personas envueltas en ellas". E increpa:
"...cómo no va a ser subversiva la situación en que América Latina
está enfrente de las grandes potencias". Para él los quebrantos de
la tranquilidad, el incesante derramamiento de sangre, se originan
tanto en los "agentes objetivos" como en los "subjetivos". Los
unos "son las condiciones de desigualdad, injusticia y carencias
en que viven grandes núcleos de la población"; y los otros "están
constituidos por la inconformidad que aquellas injusticias
producen". Y luego de sus cabriolas por los cielos de la
sociología ha de aterrizar inevitablemente en la fatal sentencia:
la "paz" anhelada "no va a lograrse solamente con las fórmulas de
la amnistía, sino con el implantamiento de sustanciales reformas
en los campos político, económico y social". De ahí que sus
disertaciones, muchas por cierto, estén atiborradas de solemnes
juramentos alusivos a que satisfará a los "agentes subjetivos" o
"personales" destruyendo los "objetivos" o "impersonales", es
decir, al sistema, para lo cual tendrá que obtener desde la baja
de los altos índices del interés bancario hasta la modernización
de Colombia, pues "el subdesarrollo es por sí subversivo".
Con las argucias presidenciales sucede a la pequeña escala de
nuestro solar patrio lo que acontece con los infaustos yerros en
que ha incurrido la humanidad en su sinuoso devenir, que, por la
apariencia de las cosas, sus manifestaciones exteriores o los
visos efectistas de veracidad que ostentan, se las abraza, se las
santifica y el vulgo se embarca en ellas sin reparar en su
exactitud, en su utilidad o en sus efectos.19 Pero el pensamiento
revolucionario tanto más se engrandece cuanto más enormes y
contumaces sean las mentiras contra las que combate. ¿No fueron
finalmente tumbadas de su pedestal tesis tan duraderas y tan
falsas cual las del origen divino y la inmutabilidad de las
especies, registrándose así un salto gigantesco en las ciencias
naturales del siglo XIX? ¿No llegaremos los marxistas colombianos
a despejar los infundios tejidos por el pacifismo en boga y
contribuir correspondientemente al acervo teórico de los
trabajadores? El país ya aprenderá que en los asuntos de la guerra
y de la paz, aunque se hallen relacionados con los fenómenos
económicos, el inicio o el término de las hostilidades no han de
subordinarse directamente a aquéllos, ni más ni menos a como la
revolución, que se ejecuta para desobstruir el desarrollo, estalla
no por la trascendencia de sus épicas tareas sino por la
potencialidad real de acometerlas en unas circunstancias dadas.
Ignoramos cuál será el epílogo de la comedia de las equivocaciones
y no está en nuestras apetencias aventurar ningún tipo de
profecías al respecto. No resulta lo mismo escribir sobre los
acontecimientos cuando éstos pertenecen a la historia que cuando
aún no culminan su ciclo. Ateniéndonos, sin embargo, a las
dilaciones del evento, al hecho irónico de que los guerrilleros
requieren ahora un indulto, porque la Ley de Amnistía obviamente
no regía para el porvenir; remitiéndonos a los pululantes
resquemores exteriorizados por los burgueses y terratenientes que
le achacan a la blandura del Ejecutivo la promoción del secuestro
y demás eclosiones delictivas; tanteando el debilitamiento
acelerado de Betancur y sus crecientes dificultades para hacer
aprobar del Congreso cualquiera de las propuestas esbozadas en los
acuerdos, y especialmente circunfiriéndonos al desatino de mezclar
el regreso a la acción legal con los cambios sociales, cuando el
gobierno no ha cumplido o no ha conseguido cumplir siquiera con el
levantamiento del estado de sitio, podemos afirmar, a estas
alturas, tal cual están echadas las cartas por los augures de la
reconciliación y de no desecharse las concepciones ilusas, que la
"paz" es la "guerra".
V EN LUGAR DE AVANZAR, SE RETROCEDE
Entrado el mes de septiembre de 1982 el despacho
presidencial configuró lo que motejara de "Comisión de Paz Asesora
del Gobierno Nacional", y en la cual, de manera inconsulta y
antojadiza, incluyó al compañero Marcelo Torres, miembro de
nuestro Comité Ejecutivo Central. Prestos, rechazamos la enconosa
distinción, explicando que nunca se nos había pasado por la mente
asesorar a administración alguna, ni en tales ni en otros apuros.
Por lo demás, no teníamos velas en el entierro, ya que "el MOIR
-dijimos- no ha impetrado la paz, entre otras cosas porque no ha
declarado la guerra".
Desde entonces nos hemos limitado a una distante y hasta cierto
punto benigna expectación, cuidando eso sí que los frentes de
masas bajo la influencia revolucionaria del Partido no sucumban a
la embriaguez colectiva, ni mucho menos se involucren en las
diligencias de un anarquismo envuelto a las veinte en tratos y
tretas contemporizadores. Quedó expreso de modo diáfano que
prohijábamos "las justas exigencias por la excarcelación
incondicional de los presos políticos y por el cese inmediato de
los asesinatos y torturas de los guerrilleros y demás luchadores
que han caído en manos del régimen".
Empero, conocíamos bastante bien las tendencias y los personajes
que iban a encerrarse a negociar. Estábamos en antecedentes del
ideario profesado y de las demandas proferidas por quienes ahora
tremolan los ramos de olivo. Creíamos muy poco en la autonomía de
vuelo de un presidente sin votos propios que arribaba al solio
gracias a los insustituibles y puntuales espaldarazos de las dos
alas unidas del conservatismo, y cuyas intemperancias habrían de
amoldarse indefectiblemente a las correas del artículo 120 de la
Carta, que consagra "con carácter permanente el espíritu nacional
en la Rama Ejecutiva", o sea la regencia compartida de las castas
políticas de siempre, pertenecientes a las colectividades
tradicionales y a la vez estipendiarias de los saqueadores de
afuera y de adentro. Debido a todo ello hicimos un voto y
formulamos una exhortación. Eran, de un lado, la esperanza de que
a la postre salieran favorecidos "unos métodos y una táctica
revolucionarios y correctos", y, del otro, el temor a que las
gestiones emprendidas sirvieran para ocultar aún más "la índole
antinacional y antipopular de los nuevos administradores de la
vetusta república"20
Así fijó nuestra dirección sus puntos de vista, llanamente, si se
quiere en tono menor, acerca y al comienzo de las conversaciones
entre las siglas armadas y el régimen betancurista recién
establecido. No por discretos, dichos conceptos fueron menos
oportunos, claros y premonitorios. Con la última sustitución en la
cumbre del poder oligárquico de rostros, retóricas y sones
particulares de gobernar, se inauguró aquel 7 de agosto de 1982 un
trayecto en el que pusiéronse simultáneamente de moda, tanto las
cábalas alrededor del eventual marchitamiento en Colombia de la
muy cubana teoría del foco y de las acciones terroristas, como los
espejismos, por lo común cuatrienales, de que tras el relevo del
mandatario sobrevendrían los respiros económicos y la apertura
democrática. En cuanto a las primeras, a la revolución colombiana
le interesa vivamente que desaparezcan modalidades de combate que,
por su extemporaneidad o incongruencia, en vez de jalonarla, le
crean infinitos y artificiales escollos en su desenvolvimiento. Y
en cuanto a los segundos, tampoco registraremos progresos
significativos en la organización de una corriente revolucionaria
verdaderamente de masas, mientras no seamos capaces de sembrar
entre obreros y campesinos pobres el criterio científico y básico
de que la catadura del Estado imperante, cual maquinaria de
dominación y de fuerza de la minoría expoliadora, no se trasmuda
por el simple hecho de que tome el control de la misma una u otra
de las fracciones políticas de la burguesía.
Lamentablemente ninguna de estas contradicciones ha evolucionado
en el sentido favorable al que nosotros propendemos. La más
trascendente y antigua de las batallas ideológicas que hubimos de
librar se llevó a cabo precisamente en el terreno de la táctica y
tuvo que ver con el rígido e infantil modelo entronizado por los
rebeldes de la Sierra Maestra, cuyo triunfo marcó época, avivando
el sentimiento antiimperialista del Continente e imprimiéndole una
singular dinámica a la contienda revolucionaria. Por la
excepcional experiencia y la inmadurez circunstancial de un
movimiento al que todo le había salido tan rápido y bien a pesar
de sus lances y temeridades, los postulados de los héroes del
Moncada no se traducirían sólo en regocijo y entusiasmo. Al caer
su casuística en el surco abonado de una pequeña burguesía puesta
al margen de las realidades de tiempo y lugar, aun cuando ávida de
redimir a la patria mancillada e impaciente por imitar las proezas
de sus ídolos favoritos, daría pábulo a la floración de
vanguardias extremoizquierdistas en infinidad de naciones de
América Latina. Pero acaso en ninguna parte con tal exuberancia y
recurrencia como en Colombia.
La lucha interna desatada en 1965 en las filas del extinto MOEC,
luego de los incontables y calamitosos fracasos de una línea en
esencia militarista y anárquica, obedeció a los esfuerzos
preliminares de un pequeño núcleo de cuadros que llamaban la
atención sobre la necesidad de hacer un alto en la marcha,
rectificar en serio y poner en práctica las sabias enseñanzas del
marxismo-leninismo, en lo concerniente al carácter obrero y la
estructura centralizada y democrática del Partido; a la
preponderancia de la acción política en las labores de movilizar
al pueblo y enraigarnos en él; a lo valioso de una plena
comprensión de las complejidades nacionales y de un
robustecimiento progresivo del nivel teórico y cultural de
militantes y activistas; a la justeza de atenerse a los aportes de
las bases y a los esfuerzos propios en el sostenimiento
financiero, sin vivir dependiendo del apoyo internacional, o de
disparatados operativos de azarosa realización y consecuencias
liquidacionistas. Y ante todo trazar el rumbo estratégico a partir
del análisis de las clases y de su comportamiento dentro de la
sociedad, y escoger los medios tácticos de pelea conforme se vaya
desencadenando el pugilato entre esas mismas clases. Mas no al
contrario, seleccionando a priori la lucha armada cual el modo
predilecto o impostergable, y concluyendo de antemano la
naturaleza no de nueva democracia sino socialista de la
revolución. Par de peregrinas invenciones que colocaba a la justa
libertaria, tanto por el contenido como por la artificiosa
radicalización de la lucha, más allá de los intereses y de las
disponibilidades reales de las masas.
Estos desenfoques, engendrados en los finales de los cincuentas y
principios de los sesentas, no fueron jamás corregidos crítica y
conscientemente. Con cada descalabro, con cada agrupación
desaparecida, se les introducían ciertas adiciones conceptuales
para perpetuarlos. ¿Cuánto no habremos oído eso de "combinar todas
las formas de lucha", sin parar mientes en que la una pueda
contraponerse a la otra? Aunque se haya aceptado verbalmente la
supremacía de lo político sobre lo militar, el viraje no ha ido
más lejos de la caricaturesca conformación de aparatos legales
paralelos a los ilegales. Muchos de los menos moderados, luego de
hartas vueltas y revueltas, llegaron hasta inclinar sus prejuicios
sectarios y admitir en sus prédicas la conveniencia de un frente
amplio, inclusive con la participación de la burguesía nacional,
mas sin advertir que con sus miopes y desaforados extremismos
impiden de entrada y de facto cualquier acercamiento hacia los
campesinos ricos o empresarios consecuentes y demócratas.
Peripecias políticas que han tenido en las capas medias de la
población, y sobre todo en los estamentos estudiantiles e
intelectuales, una nutriente inacabable, un soporte histórico
relativamente vigoroso dentro del innato atraso de un
semifeudalismo en decrépito esplendor. De ahí que tales
desviaciones, en lugar de baldarse con los reveses, recuerdan más
bien a la lagartija que reproduce su cola.
Efectivamente, desde hace veinticinco años rasga el panorama de
Colombia un montón de ejércitos del pueblo, comandos de
autodefensa, brigadas urbanas militares, etc., perfilando con su
cruce meteórico una tendencia fija, de muy marcados ribetes de
clase; políticamente domeñable, por supuesto, pero indestructible
hasta tanto prevalezcan los sustentos de linaje social que la
reanudan sin descanso. El que su tránsito haya sido a colmo
regresivo, se palpa en la intensificación cronológica de sus
peores trazos izquierdistas. Por obra de lo cual hemos visto
ofrendar en los supuestos altares de la insubordinación de los
desposeídos, desde el asesinato de un exministro y el
ajusticiamiento de un personero de las camarillas patronales,
hasta los frecuentes asaltos a bancos y la perpetración cotidiana
de secuestros en campos y ciudades. Mecanismos proscritos por las
revoluciones que en el mundo han estado a la altura de su nombre,
y que en nuestro trópico cobran categoría de sublimes recetas para
ennoblecer y popularizar la causa de la emancipación.21 ¡Ah
engorroso que las gentes fíen su destino al buen juicio de quienes
incursionen por semejantes parajes, echen mano de procedimientos
que lindan o se confunden con los de la delincuencia común, le den
a la represión institucionalizada excusas a granel para atacar y
silenciar el descontento, o tercamente insistan en suplir la
acción de los contingentes populares con los golpes
cinematográficos de unos cuantos iniciados, por más sinceros y
agalludos que éstos sean!
Cuando anticipamos hace más de dos años nuestro agrado por que el
enjuiciamiento de la "guerra" concluyera sin más escarceos ni
demoras en la extirpación de todas esas expresiones del anarquismo
criollo, nos alumbraban cinco lustros de dolorosa escuela.
Sabíamos de memoria que el campesinado de las comarcas atenazadas
por la violencia, antes de aglutinarse y lidiar con alguna
eficacia contra los terratenientes, la gran burguesía y el
imperialismo, sus tres mortíferos enemigos, zozobraba
irremisiblemente en la disgregación o el caos. Y lo
testimoniábamos con conocimiento cercano de causa. Allá donde el
MOIR había obtenido algún grado de integración de las familias en
las ligas, en las cooperativas, o en torno de cualquier otro tipo
de actividades comunitarias, y no nos fue factible evitar el
entrometimiento de las contracorrientes extremoizquierdistas, sin
escape los preludios de un quehacer coordinado se echaron a
perder, los mejores y más aguerridos paladines perecieron y las
regiones quedaron indefensas entre los garfios del terror. En
contraste con las ilusorias divulgaciones pacifistas de los
grandes rotativos, llega, por ende, desde los cuatro horizontes
del país, un rabioso clamor: que se les ponga punto final a los
devaneos, tan estériles y tan contraproducentes, del oportunismo
de "izquierda". Nosotros añadimos que se los cancele sin
someterlos a las ofertas cumplidas o incumplidas, pactadas o por
pactar con los órganos del régimen. Que se los arranque de cuajo,
no tras muchas o pocas condiciones, sino en pos de la condición
suprema de que la revolución colombiana ha de imponer una táctica
concordante con las fluctuaciones de la lucha de clases y con la
correspondencia de las fuerzas, desterrando de su vera las
convocatorias a insurrecciones imaginarias que no hacen más que
coadyuvar a soltar los mastines de la represión; y ciñéndose a un
vasto plan de trabajo a largo plazo, que se base en la paciente,
esmerada y efectiva organización de los destacamentos del pueblo,
así como en las movilizaciones de éste tras sus conquistas y
derechos elementales. Única forma de enfrentar con éxito a la
coalición oligárquica, usufructuaria aún de un enorme poder, pero
corroída dentro de su parasitismo y arrinconada por la insoluble
crisis económica de un sistema estancado en lo interno y exprimido
sin tasa ni medida por los monopolios internacionales.
No le prestemos a la reacción motivos innecesarios para que saque
a relucir sus cláusulas intimidatorias y pueda desbaratar en un
santiamén y sin mayores apremios lo que las masas han labrado con
tantos sacrificios. ¡Basta de gratuitos pretextos, de inocentes
complicidades a cuyo amparo se autentican los brutales atropellos
del despotismo al mando! Que los fariseos burgueses paguen
políticamente cada vez que conculquen las exiguas garantías
ciudadanas abreviadas en los códigos; exhiban, a sus expensas y
ante la faz del país, la endeblez y la doblez de su
republicanismo, cual corresponde a los manipuladores de un Estado
edificado sobre la desdicha de las mayorías laboriosas. Se
arranquen ellos mismos la careta, demostrando la incompatibilidad
de la democracia con sus traiciones a Colombia y a sus gentes.
Reconozcan con sus hechos: "La legalidad nos mata".22 No nos
apresuremos a correr tras la batalla decisiva, que ésta acaecerá
inexorablemente; afanémonos más bien para arrostrarla a su hora lo
mejor preparados posible y con el respaldo seguro no de miles, o
de cientos de miles, sino de millones y millones de seres.
Mas todo indica que al proletariado colombiano y a su Partido, en
calidad de forjadores de la brega libertaria, el porvenir les
reserva aún duros retos ideológicos y políticos, antes de que el
grueso de los oprimidos se ponga de pie al tenor de una táctica
coherente e invencible. La extremaizquierda, al rehusarse en sus
variables tonalidades a deponer, no digamos las armas, sino sus
métodos subjetivos y disolventes, que sería lo óptimo, continuará
torpedeando por algún rato la solidez de un movimiento
revolucionario de envergadura. Las sagacidades dilatorias no se
abandonan. El 26 de noviembre de 1984 la prensa sorprendió con el
parte de que en una de las tantas comisiones, la de Verificación,
se había puntualizado que el cese de hostilidades con las Farc se
contaría a partir del lº de diciembre y no del 28 de mayo,
conforme lo dejaban entrever los acuerdos de la Uribe de finales
de marzo pasado. ¿Al principio se concertó un "alto al fuego" y
últimamente "una tregua"? Aunque entre estos términos no media
distinción alguna, o cuando menos nadie se ha tomado la molestia
de explicarla, por ella, al parecer, se le han refundido al
proceso otros seis meses. Abarcando las diligencias y los
contactos emprendidos en el ocaso de la administración Turbay
Ayala, el país lleva tres años en el peregrinaje del
apaciguamiento, a los cuales prácticamente habremos de sumar uno
más, puesto que ahora el "el período de prueba o de espera" sólo
se cumple hasta diciembre próximo. Entonces sí conoceremos el
verdadero rostro de la esquiva y fomentada tranquilidad, bajo la
presunción, desde luego, de que los asuntos anden sobre rieles.
Pero en las postrimerías de 1985 el "cambio con equidad" estará ya
haciendo maletas entre la chiflatina del público y su
maniobrabilidad habrá finiquitado por completo. Ignoramos si las
prórrogas responden o no a un astuto y preconcebido diseño de las
comandancias guerrilleras para conducir las discusiones con el
gobierno; en todo caso el transcurso del tiempo ha marcado un
endurecimiento de la posición oficial. El presidente, en medio de
las furibundas impugnaciones de los señores del agro y de la urbe,
despidió 1984 vociferando despechadas amenazas, inéditas dentro de
la prosa belisarista, contra quienes habiendo "resuelto
voluntariamente actuar y vivir dentro de las instituciones"
persisten en "mantenerse fuera de la ley", y, en consecuencia, les
dio largas a las tropas para rastrillar los asentamientos de las
agrupaciones insurgentes.23
El que la reacción poco se haya entusiasmado con las larguezas
presidenciales y juzgue demasiado flacos los logros después de
semejante ajetreo, no significa que desprecie la oportunidad para
llenarse de razón antes de acometer cualquier represalia. No hay
que olvidar cómo en definitiva quienes pasaron por indulgentes y
generosos fueron los caimacanes del Poder, mientras que la
revolución ha ocupado el banquillo del reo convicto y confeso al
que se le exime graciosamente de su condena. Los tiranuelos
ufanándose de compasivos, la intransigencia vistiendo las galas de
la tolerancia y los extorsionadores perdonando la extorsión, un
gusto que se prodigaron los seculares verdugos del pueblo en este
tira y afloja de la pacificación dialogada, y que a punto fijo
harán valer el día de su noche de San Bartolomé. Será una forma de
adelantar negociaciones pero no luce gananciosa para la masa
desvalida y discriminada.
Además, el sendero de la inasible concordia civil se ha visto
adornado de encomiosas insinuaciones a los órganos
constitucionales, de cortesías para mucho patricio a cargo del
funcionamiento de las instituciones y, sobre todo, de lisonjeras
reverencias ante quien por jerarquía representa a dignidades y
dignatarios, el primer magistrado de la nación. Él ha sido
inobjetablemente el cid campeador de la jornada. Gilberto Vieira
lo definió como "gobernante sincero". Alfredo Vázquez Carrizosa,
otro bizarro espadachín de la "apertura" y de la "paz" no vaciló
en pedir, en tono histórico y a favor de la convergencia
democrática, "una marcha de todo el pueblo colombiano detrás de
Belisario Betancur". Jaime Bateman declaró sin ambages: "Vamos a
apoyar todas las medidas positivas del gobierno. Absolutamente
todas. Creemos que se ha creado un ambiente positivo, y esa es la
mejor actitud que nosotros podemos asumir".24 Naturalmente el
incienso se ha ido apagando con las ominosas disposiciones del
Estado no sólo en cuanto a materias económicas y sociales, o a la
privación de los derechos, derivada, entre otros factores, de la
permanencia del 121, sino respecto a la humillante resignación de
la soberanía nacional ante el imperialismo norteamericano, en
tópicos como el paulatino acatamiento a las exacciones del Fondo
Monetario Internacional, la "descolombianización" de la banca, los
leoninos estímulos al capital extranjero y la extradición de
ciudadanos sub júdice para ser juzgados en las cortes estadinenses
en lugar de las colombianas. No estamos en los fastos del apogeo
del "sí se puede" cuando se vaticinaba que la "modernización" de
la república sería sinónimo de "belisarización". Precisamente por
eso, y aunque las ovaciones hayan de tasarse ya con la cautela y
los considerandos del crítico momento, ¿qué mejor tonificante para
el achacoso régimen bipartidista que quienes se proclaman
contradictores suyos susurren palabritas al oído de su presidente?
Asimismo, las reformas por las que contienden las guerrillas se
amalgaman a la extraña reivindicación de rescatar el obsoleto y
podrido Congreso oligárquico; rescate que se introduce sutilmente,
mas no por ello de manera menos inaudita, cual lo efectúan por
ejemplo las Farc en su comunicado a senadores y representantes:
"La Paz Democrática para Colombia se conquista con lucha y el
Parlamento debe ocupar un sitio de honor en esta batal1a". La
exaltación de la cavernaria asamblea, timbre y orgullo de la
democracia burguesa, controlada aplastantemente por la coalición
liberal conservadora y a la que los trabajadores y el pueblo no le
adeudan más que golpes arteros, obedece a que por su tamiz ha de
pasar el sartal de enmiendas previstas en las actas de los
convenios pacificadores. No hace falta predecir de qué jaez serán
las decisiones de tan magno cuerpo, ni cuál el "sitio de honor"
que le conferirá el mañana. Deseamos apenas referir hasta dónde el
desmantelamiento del foquismo se entrevera además del pingüe
repertorio de transformaciones, con el respaldo ostensible al alto
gobierno y la velada rehabilitación de los consustanciales
instrumentos de la caduca sociedad. Pero hay más. Los alzados
encuadran su retorno a la vida civil dentro de la perspectiva de
una acariciada intervención popular en las potestades del Estado,
vale decir, de su intervención; y por lo cual ha de arreglarse la
democracia imperante y ampliar los canales de entronque y
confluencia con las gestiones oficiales. En cuanto al
reconocimiento y a la sustentación de apetitos tan singulares,
también son las Farc las más francas y las menos inhibidas. En un
solemne memorando presentado por su plana mayor a los comisionados
de la "paz" se plantea que la "Reforma de las Costumbres
Políticas" ha de quebrantar las preeminencias del bipartidismo y
abrir "cauce a la participación de las grandes mayorías nacionales
en los asuntos del gobierno".25 Con disimulo, y a ratos no tan
discretamente, se han ido ampliando los alcances del vocablo
apertura. Si en un comienzo se exigía abolir las medidas
coercitivas emanadas de los decretos de excepción, junto al
establecimiento de determinadas garantías democráticas, y todo
dentro del sano criterio de obtener herramientas legales propicias
para el combate de los oprimidos contra los opresores,
gradualmente las transiciones van implicando la urgencia de un
gran entendimiento con las clases dominantes que modifique las
costumbres y la moral públicas, reduzca el monopolio oligárquico
sobre la opinión y hasta viabilice una extraña modalidad de
cogobierno.
Para la insurgencia bélica, que desde su nacimiento a fines de los
cincuentas se mostraba reacia frente a cualquier tipo de actuación
política, pero que en el último lustro remeda cada día con menor
escrúpulo las artimañas de los propugnadores del reformismo, tal
vuelco patentiza no un avance sino un retroceso. A la vez, sus
retrógradas mutaciones han estado químicamente catalizadas por el
influjo nocivo de los revisionistas, con los que la
extremaizquierda viene manteniendo una tácita y febril alianza y
quienes son los indefectibles tramitadores de una avenencia en
regla con los círculos pudientes, o parte de ellos, que, fuera de
proporcionarles las canonjías buscadas, contribuya a inclinar la
balanza del régimen colombiano hacia una ubicación propiciatoria o
por lo menos neutralizable, ante los proyectos de expansión en el
Continente del socialimperialismo soviético y de su amado
satélite, Cuba. De ahí que para todas estas vertientes la campaña
de la "paz", lejos de tener como Norte el entierro voluntario de
las desviaciones anárquicas, surja al abrigo y dependa de la ola
pacifista promovida por Moscú con el objeto de contener la
contraofensiva del imperialismo yanqui, principalmente en
Latinoamérica, y no descarte el apoyo interesado a las
instituciones vigentes y la utilización oportunista de la
accesible burguesía liberal, liberal en sentido genérico.
Este contubernio, por lo demás, tampoco constituye una novedad en
Colombia. La degenerativa conducta de cerrar filas alrededor de
uno u otro bando de la política oligárquica, aduciendo la mejor
protección de las prerrogativas de los desheredados de la fortuna,
se remonta a las calendas de la fundación de la república. Sólo
que en las últimas décadas le ha correspondido al Partido
Comunista revisionista la justificación y propagación del
pernicioso hábito. El ardid consiste en sujetar las reclamaciones
mediatas e inmediatas de los desvalidos y de la nación al despeje
del dilema "dictadura o democracia" haciendo caso omiso de que
estas dos voces conciernen, en cuanto a la cuestión del Estado, al
mismo fenómeno, la una referida al predominio de clase y la otra a
la estructura de dicho predominio. La única diferencia entre ambas
radica en lo siguiente: toda democracia es una dictadura, pero no
toda dictadura es una democracia. Movilizar las multitudes tras la
democratización del régimen obviando o diluyendo el decisivo
problema de que por más democrático que éste fuere no dejará de
ser el avasallamiento de la mayoría por la minoría, significa
postrarlas ante sus expoliadores, a saber, la coalición
liberal-conservadora reinante.
Los foros de los derechos humanos y sus respectivas comisiones, la
extinta Unión Nacional de Oposición, el Frente Democrático
alineado, las plataformas electorales seudorrevolucionarias, el
apoyo a las facetas positivas de las administraciones de turno,
las "aperturas democráticas" y hasta los festivales de la
esclerótica facción han plasmado el fraude del siglo de hacer
circular las pretensiones de una burguesía "avanzada" y de un
imperialismo "socialista" bajo la etiqueta de la emancipación
social y política. Por ello el mamertismo, a semejanza de
Diógenes, ha trasegado con linterna en mano indagando por los
hombres situados a la izquierda de la derecha. Y en concordancia,
siempre detectaron a quién respaldar o alentar, no importa la rama
del Poder, la dependencia y el nivel donde se hayan guarecido las
bandas supuestamente susceptibles de ser auxiliadas. Hubo un López
M., "en parte el presidente del descontento y la esperanza de
grandes masas" enfrentado al ultramontano de Alvaro Gómez que
compartía constitucionalmente con aquél los atafagos del mando;
así como hubo primero un enaltecido general Landazábal Reyes con
sensibilidades sociales y luego otro reprensible general
Landazábal Reyes adversario jurado del proceso de "paz". Imposible
describir los interminables hallazgos hechos por la lamparilla, de
la vulgar dialéctica mamerta; entre otras razones porque los
rebeldes colocados a la extrema izquierda de la "izquierda"
aprendieron también a aplaudir los rasgos prometedores del
discurso oficial y exhortan a que "la pelea entre democracia y
dictadura no se ha ganado todavía", tal solía repetirlo en vida el
comandante Jaime Bateman Cayón. Y eso que llevamos, desde el
Congreso de Cúcuta, 164 años de sojuzgación republicana.26
NOTAS
1 En la reunión de Palacio del 7 de octubre de
1983 con los gremios empresariales, invitados por Belisario
Betancur a objeto de limar asperezas con éstos y contrarrestar sus
crecientes sobresaltos tras el acentuamiento del receso económico
y las repetidas laxitudes oficiales en aras de la "paz", se trajo
a cuento el platillo de la inversión foránea, una inquietud
avivada de continuo por la administración del "cambio con
equidad". El representante de la Exxon aseveró tajantemente: "El
capital extranjero tiene miedo de venir a Colombia". La
información la suministró La República al otro día, de donde la
hemos extraído.
El diario complementó así su noticia:
"Hablando durante el controvertido desayuno de Betancur con los
empresarios, el presidente de Intercol (una de las subsidiarias de
la Exxon), Ramón de la Torre, le dijo al propio jefe del Estado
que el país no ha tratado con suficiente rigor el problema del
secuestro y que hoy en día hay un gran miedo dentro de los
círculos internacionales.
"'Yo diría que hoy en día desafortunadamente vendría al país menos
inversión extranjera por ese problema que por cualquier otro’,
declaró, e incluso recordó que una entrevista concedida por
Betancur a la revista norteamericana Newsweek, hizo aumentar el
miedo de los zares de las finanzas".
2 El Espectador, agosto 11 de 1982.
3 Aludimos a una columna de Daniel Samper Pizano, difundida por El
Tiempo del 26 de noviembre de 1982. Samper colaboró con su colega
Enrique Santos Calderón en la fundación del grupúsculo hipomamerto
Firmes, al que luego renunciaron ambos, dejando el malogrado
ensayo partidista en manos de Gerardo Molina, Diego Montaña
Cuéllar y Jorge Regueros Peralta, miembros supérstites de la
generación de la "revolución, en marcha" de los años treintas.
Cinco días antes Santos Calderón también había comentado que "no
entiendo el recrudecimiento de acciones armadas por parte de
movimientos guerrilleros que vienen hablando de paz y apertura
democrática. A veces da la impresión de que el gobierno de
Betancur les hubiera cogido la caña al promulgar una amnistía para
la que en el fondo no estaban preparados, o que tal vez no
esperaba".
En igual forma se expresaron otras personas a las cuales nadie
podrá tachar de propugnadores de la represión anticomunista. El
candidato presidencial del señor Gilberto Vieira en 1982, Gerardo
Molina, según, noticia de la fecha arriba mencionada y de la
sección política de El Espectador a cargo del redactor Carlos
Murcia, "pidió a Jaime Bateman y sus compañeros que recapaciten
porque sería un grave error político que rechazaran la amnistía
que se les brinda de manera tan amplia y que la utilizaran sólo
como una treta para obtener la libertad de sus presos".
Y el 29 de noviembre, por información de El Tiempo, el mismo
Molina se atrevió a asegurar los siguiente:
"...tal vez por las condiciones en que ha vivido en los últimos
años -distanciado del país, metido en el monte, sin referencias de
lo que se vive en las ciudades-, Bateman no está en condiciones de
darse cuenta de lo que la opinión nacional desea.
"Me da la impresión de que es un hombre temperamentalmente
inestable, que fluctúa mucho, y eso lo lleva a que adopte en poco
tiempo líneas de conducta muy diversas".
El 26 de noviembre, la articulista de El Espectador, María Teresa
Herrán, exhaló así su desencanto: "A la opinión pública le queda
la impresión amarga de que, en cierta forma y mientras no se le
demuestre lo contrario, el M-19 le ha estado mamando gallo al
país. La expresión muy criolla y muy colombiana es la precisa para
calificar esa inconsistencia en las determinaciones, o esa manera
poco franca de ir sacando las cartas poco a poco para ridiculizar
a la contraparte".
Hasta doña Clementina Cayón, la señora madre del entonces jefe
máximo del M-19, en entrevista concedida a El Espectador del 24
del mes referido, manifestó su sorpresa: "La verdad que he quedado
completamente desconcertada, ya que yo estaba convencida de que él
se acogería a la amnistía en esta semana aquí en Santa Marta y más
concretamente en la Quinta de San Pedro Alejandrino, pero tal
parece que cambió de pensamiento y eso en realidad me tiene
bastante preocupada y me ha puesto muy triste y no sé lo que pueda
pasar de aquí en adelante".
Las anteriores opiniones son apenas unas cuantas de las muchas
propaladas a raíz de la expedición de la última amnistía y de la
respuesta que a ésta le dieron los alzados. Las traemos para
ilustrar los aturdimientos que, entre los más sinceros defensores
de una pacificación voluntaria, produjeron los rumbos inusitados
hacia los cuales confluyó el primer intento de "apertura" de
Belisario Betancur. Testimonios irrefragables en los que falta,
por supuesto, el no menos autorizado de Gabriel García Márquez,
quien, asimismo, plantó sus pinitos críticos por aquella data y en
idéntica dirección.
4 No obstante el riesgo de aburrir a los lectores a punta de
citas, recordemos algunos de los pronunciamientos de los otros
matutinos de la capital, a guisa de prueba del enojo oligárquico.
Conste que nos limitamos a un sector representativo sí pero
reducido de la gran prensa, cuando 1982 agonizó en medio de las
sanguinolentas amenazas de célebres figuras de la alianza
bipartidista dominante que se sintieron majaderamente engañadas
con los precarios frutos de la amnistía.
La República, órgano de la antigua vertiente ospinista aliada
cercana del pastranismo, estuvo permanentemente objetando la
suavidad del gobierno frente a la insurgencia guerrillera. El 25
de noviembre de 1982 se reafirmó todavía más en sus malos
augurios:
"La actitud de los alzados en armas que orienta Bateman no nos
sorprende. Nunca creímos en su sinceridad y en sus deseos de
regresar a una vida normal y civilista. Distantes de este tipo de
ingenuidad así lo creímos y por ello nunca nos arrebató el lirismo
de la operancia de la amnistía (...).
"Se impone una vez más, algo que permanece irreductible en
nuestras convicciones: el total apoyo e irrestricta confianza para
nuestro ejército".
Ese mismo día El Espectador, a pesar de haberse constituido en un
apoyo constante para Betancur desde las toldas liberales, de todas
maneras conminó al presidente a salvaguardar la "integridad
nacional":
"...a la actitud asumida por los dirigentes del M-19, no se puede
dar más que el calificativo de una treta inaceptable para el país
y el Gobierno. Porque, sencillamente, esconde una burla y pone de
bulto una contradicción flagrante en sus propósitos (...)
"No se hace así la paz. Entre otras razones, porque la
Constitución Nacional ha erigido al Presidente de la República en
jefe supremo de las Fuerzas Armadas, y le ha confiado la guarda de
la integridad nacional, que no se vulnera sólo cuando el
extranjero huella su territorio, sino también cuando se consiente
por omisión o por gratuita dádiva el cogobierno paralelo".
Y el 23 de noviembre, El Siglo, por ser el vocero de Alvaro Gómez
Hurtado, ex embajador en Washington, ex designado y virtual
candidato único del conservatismo para las elecciones
presidenciales de 1986, había fijado su posición en términos un
tanto diplomáticos:
"Sería inapropiado que insistieran en otros puntos adicionales
para plegarse a la amnistía. Primero que todo porque ella no es
una negociación entre el Estado y los grupos guerrilleros, sino
una concesión de la autoridad legítima a quien no la tiene. Y en
segundo lugar porque la ‘tregua’ que solicitan los guerrilleros, y
que implica una desmilitarización de los territorios donde se
desarrolla la lucha, equivaldría a otorgarle a la guerrilla, en su
aspecto militar, un carácter de beligerancia idéntico al del
estamento militar legítimo del Estado, y a entregarle, por lo
tanto, un importante territorio de la nación. La amnistía no puede
convertirse en una descalificación del Ejército colombiano, ni es
una tregua entre dos fuerzas enfrentadas. El Ejército tiene la
misión constitucional de velar por la integridad del territorio
patrio, y esa misión es inalienable y por lo tanto debe
cumplirse".
5 El Espectador, noviembre 24 de 1982.
6 Decimos que hubo arrepentimiento de la Cámara porque, como se
recuerda, la corporación, con todo y haber expedido
alborozadamente la amnistía, aprobó poco después una destemplada
proposición contra la Presidencia de la República, rechazando casi
que por unanimidad la invitación a que una comisión de
parlamentarios asistiera al "Banquete de la Paz", organizado en el
Hotel Tequendama por Belisario Betancur. Aunque el choque entre
los dos órganos del poder debióse en realidad a que el Ejecutivo
objetaba las dietas del Congreso, los representantes decidieron
desquitarse evocando la memoria de Gloria Lara, asesinada no hacía
mucho por el grupo que la había secuestrado, y vaticinando el
fracaso de la política pacificadora. El 2 de diciembre de 1982, El
Tiempo reveló apartes de la proposición de la Cámara.
7 El Tiempo del 16 de septiembre de 1982 dio una detallada
información sobre los inocuos resultados de la "cumbre política".
8 El Tiempo, en su edición del 1o de junio de 1984, publicó el
texto íntegro de la extensa circular del general Vega.
9 Leímos los pronunciamientos de los gremios huilenses, de los
hacendados de Córdoba y de los cafeteros del Quindío en las
correspondientes ediciones de El Tiempo de septiembre 13 y 15 y de
octubre 2 de 1984. El mensaje conjunto de la Sociedad de
Agricultores de Colombia, SAC, y de la Federación Nacional de
Ganaderos, Fedegán, lo reprodujo El Tiempo, del 28 de septiembre.
Las otras desobligantes declaraciones contra la gestión oficial a
que hicimos referencia pero que no extractamos por falta de
espacio físico, al igual que los múltiples comentarios críticos y
satíricos proferidos por elementos decepcionados de los partidos
tradicionales, fueron publicados en la prensa de los meses
posteriores a los acuerdos firmados en La Uribe, El Hobo, Corinto,
Medellín y Bogotá. Personajes de marras, cual Germán Bula Hoyos y
Otto Morales Benítez, precursores de la cruzada apaciguadora,
formularon incluso sus reparos. El primero rechazó el
marginamiento de la fuerza pública en algunos casos y la aparición
de las guerrillas como guardianes del orden, anotando que en la
aplicación de la amnistía ha habido "procedimientos que dejan
mucho qué desear" (El Tiempo, septiembre 19 de 1984). El segundo
testimonió que "el país está asustado por lo que ha visto a lo
largo del proceso de paz, y entre los colombianos aflora el temor
de que el Estado ha cedido ante las pretensiones de los alzados en
armas". (El Tiempo, septiembre 14 de 1984).
10 Gilberto Vieira, en un debate en la Cámara de Representantes,
denunció a mediados de octubre la desaparición en Puerto Boyacá de
un miembro de su partido, de nombre Faustino López, quien, junto a
un compañero suyo también posiblemente muerto, había regresado a
dicho municipio mucho tiempo después de haberlo abandonado a causa
de las matanzas del "Mas". Confiesa en su discurso el
parlamentario Vieira que el militante desaparecido retornó a la
ensangrentada población porque "creyó que había cambiado de
ambiente", refiriéndose a la firma de los pactos entre las Farc y
la Comisión de Paz. Finalmente narra cómo una nutrida delegación
que en varios vehículos se transportara a la localidad, pensando
en sentar el repudio por los dos crímenes y en hacer acto de
presencia pública al amparo del proceso pacificador, fue recibida
a palos por energúmenos manifestantes de una facción del
Oficialismo liberal y obligada a salir al vuelo. Tales incidentes
ilustran a cabalidad lo que venimos señalando. En el Magdalena
Medio el trajín guerrillero dio prácticamente al traste con el
trabajo legal. Allí han inmolado sus vidas miles de luchadores del
pueblo sospechosos de colaborar con los secuestros y la extorsión,
ya que las batallas propiamente militares han ocurrido en cuantía
harto menor a la de aquellas modalidades delictivas que tanto
enardecen a los grandes y medianos propietarios; y a los
integrantes conocidos del PC se les ha exterminado y perseguido
con tal saña en toda la región, que casi no quedan, por lo menos
en forma visible. La intervención en el Congreso del secretario de
la agrupación revisionista se halla impresa en Voz, de octubre 25
de 1984.
11 El Espectador, octubre 1 de 1984.
12 Un su edición del 7 de septiembre de 1984, El Tiempo insertó
los textos completos de la cartas cruzadas entre Belisario
Betancur y Gustavo Matamoros.
13 El ponente de la ley de amnistía, Germán Bula Hoyos, sin el
menor inconveniente sintetizó en la siguiente frase lapidaria la
susodicha inversión de funciones, transfiriéndole a la maquinaria
militar las facultades interpretativas de la Corte: "La misión de
las Fuerzas Armadas no consiste únicamente en preservar la
Constitución y el orden establecido, sino en asegurarse de que
éstos sean correctamente interpretados" (Reportaje a El Tiempo,
septiembre 26 de 1984).
14 Las revelaciones de simpatía con los militares van desde el
apoyo de la Asociación Algodonera del Sinú al ministro Matamoros
por "su solicitud al doctor Belisario Betancur, presidente de la
República, para que se respete la Constitución en lo relativo al
uso de uniformes y porte de armas de uso privativo de las Fuerzas
Armadas del país" (El Tiempo, septiembre 15 de 1984), hasta el
siguiente convencimiento de García Márquez: "Las Fuerzas Armadas
han acatado la autoridad del presidente Betancur y están
colaborando con él, para consolidar su política de paz. No
reconocer eso sería una injusticia" (El Espectador, septiembre 2
de 1984).
En su columna de El Tiempo del 2 de septiembre pasado, por
ejemplo, Enrique Santos Calderón declaró: "Nunca he sido
apologista de las Fuerzas Armadas, sino más bien su crítico
constante y en ocasiones tal vez excesivo. ( ... ) Pero al conocer
mejor su trayectoria y vida interna, y al ver su conducta de fondo
frente al complejo proceso de la paz, hay que agradecer de veras
el que tengamos el ejército que tenemos".
Y si a estos reconocimientos les sumamos las muestras de
solidaridad que por aquella fecha les hicieron llegar a los
uniformados los consabidos dirigentes de la reacción, no le falta
piso al general Vega Uribe al alardear de "este gigantesco
respaldo que nos están dando" (El Espectador, octubre 28 de 1984);
o al general Valencia Tovar cuando anota: "Hay virajes evidentes.
Ópticas nuevas para juzgar a las Fuerzas Militares y de Policía,
que se registran con agrado por la prestancia de quienes lo
expresan, su influencia en la opinión pública y la calidad de sus
escritos" (El Tiempo, septiembre 7 de 1984).
15 El 12 de septiembre el Comando Superior del M-19 le remitió una
carta al ministro de Defensa Nacional, en la cual, después de
aclamarse que el diálogo "es el camino nuevo y realmente
democrático que Colombia puede abrir para América Latina", se
consigna: "El respeto que a los militares colombianos hemos
mantenido como hombres y como contrarios en el campo de batalla, y
la oportunidad excepcional de este tratado de cese al fuego, nos
mueve a reafirmar nuestra disposición a un diálogo directo con las
Fuerzas Armadas, sea donde sea, y a insistir en que el gran
diálogo es el instrumento, la fórmula y la oportunidad para que
todos, Congreso y pueblo, Iglesia y gremios, Gobierno, Ejército y
guerrillas, hagamos el esfuerzo grande de buscar caminos nuevos
para un viejo problema: la Patria que a todos nos duele" (Tomado
de El Tiempo, 21 de septiembre de 1984).
16 Antes del asesinato del presidente Salvador Allende, Gilberto
Vieira sostuvo: "Un factor verdaderamente decisivo en Chile es el
Ejército. Lo han demostrado los hechos. La reciente visita de una
misión militar chilena a Cuba me parece un acontecimiento
sensacional y significativo de todo ese proceso. 0 sea, no es
fácil que el imperialismo pueda movilizar al ejército chileno, en
su conjunto, contra el gobierno de la «Unidad Popular», y esa es
una de las ventajas más grandes con que cuenta el pueblo chileno"
(Reportaje concedido a U. Valverde y 0. Collazos a principios de
1972 y publicado en 1973 en el libro Colombia tres vías a la
revolución, Círculo Rojo Editores, Bogotá, págs. 76 y 77).
17 Teodoro Petkoff, Proceso a la izquierda, Editorial La Oveja
Negra, Bogotá, 1983, pág. 53.
18 El inciso g) del punto octavo del Pacto de La Uribe manda:
"Hacer constantes esfuerzos por el incremento de la educación a
todos los niveles, así como de la salud, la vivienda y el empleo".
El Tiempo, del 28 de mayo de 1984, publicó el acuerdo con las Farc
y el 23 de agosto el suscrito con el M-19 y el EPL.
19 Esta manía, tan belisarista, de subordinar el logro de la "paz"
a las reformas, a la transformación del país, a la supresión del
subdesarrollo y de las desigualdades, campea en casi todas las
exposiciones del presidente sobre el tema. Los apartes extractados
los tomamos en su orden, de un reportaje suyo a Colprensa y
publicado en La República del 9 de agosto de 1982; una rueda de
prensa concedida en La Paz y reproducida por El Espectador del 11
de octubre de 1982; un discurso ante gobernadores y alcaldes y
transcrito en El Tiempo del 18 de octubre de 1983, y una carta
enviada al director de El Tiempo y conocida el 7 de noviembre de
1982. Con todo y lo absurdo que suena someter los convenios de la
pacificación a las conquistas económicas y sociales, pues equivale
a atravesar una talanquera insuperable, difícilmente encontraremos
quién no lo haga. Con el objeto de convencer a los lectores de la
existencia de este enredijo universal, vertiremos a continuación
la opinión de dirigentes de las más diversas procedencias,
advirtiendo que la muestra se queda corta para lo que hay por
conocer.
El general Bernardo Lema Henao cuando aún no había pasado a las
filas de las reservas: "Lema dijo que es un convencido de la
necesidad de la paz en el país, ‘porque yo la concibo como el
bienestar colectivo del pueblo colombiano’ " (La República, agosto
13 de 1982).
"La amnistía no es la paz. En esto no debemos equivocarnos. Es
posible que ella pueda conducir al restablecimiento de la paz,
pero por sí sola no basta. Para lograr ese beneficio es
indispensable aplicar otras medidas, como la integración ciudadana
y una justa ayuda a los sectores más necesitados" (El Espectador,
octubre 3 de 1982).
Jaime Bateman Cayón:
"Para el M-19 paz son libertades políticas, respeto a la vida de
los luchadores populares, es la participación del pueblo en las
riquezas nacionales, es una política social que cubra las inmensas
necesidades del pueblo de pan, techo, trabajo, educación y salud"
(El Tiempo, agosto 19 de 1982).
"Paz y democracia son posibles si el nuevo gobierno pacta con el
pueblo y se establece un compromiso histórico que dirija al país
por las vías de la justicia económica, social y política" (Mensaje
del M- 19 al Congreso, El Espectador, julio 23 de 1982).
"La paz hoy es el cese al fuego, pero también son salarios justos,
servicios públicos eficientes y al alcance del pueblo, salud y
educación para todos.
"La paz hoy es la participación política de las mayorías
nacionales, es el respeto a la cultura y la tierra de los
indígenas, condiciones de vida y trabajo dignas para los colonos y
campesinos y es también la defensa de la soberanía sobre nuestras
riquezas naturales.
"Por eso la paz debe ser el resultado de un gran acuerdo entre
gobernantes y gobernados, entre nación y gobierno, producto de un
proceso de conversaciones de paz al que hemos llamado el Diálogo
Nacional" (Carta a Betancur, El Tiempo, noviembre 25 de 1982).
Monseñor Mario Revollo Bravo:
"La paz es fruto de la justicia y mientras haya injusticia social,
inmoralidad y un estado de depresión, no habrá paz, por lo tanto,
hay que acudir a la redistribución de la riqueza, hay que
proporcionar trabajo y suplir las necesidades más urgentes del
pueblo" (El Espectador, agosto 21 de 1982).
Gilberto Vieira:
" ‘Los cambios políticos, económicos, sociales y culturales
enunciados anteriormente son factores esenciales para la paz que
todos los colombianos anhelamos, pues está demostrado que ella no
se logra mediante soluciones militares y represivas’, dice el
documento" (Ponencia ante la "cumbre política", El Tiempo,
septiembre 16 de 1982).
Las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, Farc:
"Nosotros estamos en la lucha guerrillera no por idealismos sino
por situaciones concretas de este país como la injusta
concentración de las riquezas en pocas manos, en los denominados
grupos financieros ligados al capital imperialista, todo ello
posible por la política económica gubernamental, mientras la gran
mayoría del pueblo colombiano se debate en medio de la miseria y
el empobrecimiento progresivo"( ... ).
"Por lo anterior decimos que toda acción en la búsqueda de la paz
debe incluir medidas económicas, sociales y políticas tendientes a
modificar favorablemente la grave situación de los colombianos y
requiere además de un efectivo desmonte de los mecanismos
represivos. La paz no se logra con simples ejecutorias de acción
cívico-militar porque ella no va a la causa de la problemática
social para resolverla" (Carta a Betancur, El Espectador, octubre
13 de 1982).
Declaración de las cuatro centrales, UTC, CTC, CGT y CSTC:
"Recogemos el clamor de las mayorías de nuestro país en el sentido
de que la amnistía general es un paso importante pero no
suficiente para conseguir la paz, ya que ésta supone realizar
transformaciones de orden social, económico y político que
aseguren a todos los colombianos el disfrute de unas mejores
condiciones de vida y de trabajo" (El Tiempo, noviembre 5 de
1982).
Oscar William Calvo, vocero del EPL y del PCC ML:
"Cuando firmamos este acuerdo, es porque somos luchadores y
amantes por la paz. Pero no por eso, podemos afirmar que el hecho
de firmar este acuerdo, signifique la conquista de la paz en el
territorio nacional. Es un paso importante, pero no es la
culminación de las bases mismas que generan la violencia, porque
es la miseria, la carencia de derechos políticos, porque es el
desempleo, el incremento de los impuestos, los azotes de la deuda
externa, las precarias condiciones de salud, las deficiencias en
la educación, todos estos factores traen consigo la violencia y
propician la delincuencia. Por ello, decimos que no se ha logrado
la paz" (El Mundo, agosto 24 de 1984).
Gabriel García Márquez:
"...como tanto se ha dicho en Colombia, en estos días, la amnistía
es sólo parte de los elementos para que la paz reine en Colombia.
Los otros elementos ya se sabe cuáles son: una mayor justicia
social, en fin, son temas ya bastante conocidos en Colombia" (El
Espectador, octubre 25 de 1982).
Dentro de la copiosa literatura escrita respecto al asunto,
extrañamente nadie ha caído en cuenta de que condicionar el
proceso pacificador en tal forma, consiste en ubicarlo en una
sinsalida. Exceptuando las objeciones muy marginales de algunos
liberales, interesados mejor en contradecir a Betancur que en
arrojar luz sobre el problema, sólo hemos encontrado un comentario
de José Arizala, aparecido en Voz del 6 de septiembre último, en
el que fustiga la trillada incoherencia de que "mientras haya
hambre no habrá paz". No obstante, se la imputa única y
exclusivamente al ELN, cual si no fuese el más generalizado de los
dogmas colombianos de los tiempos actuales. Al dirigente
revisionista no le preocupa otra cosa que descalificar al grupo
guerrillero porque éste no quiso integrarse a la campaña nacional
de reconciliación. Explica cómo las sociedades explotadoras de hoy
conllevan, por "situación inherente", los males que se derivan de
la sobreentendida expoliación. Y complementa: "Si la causa de la
lucha armada, de la guerra civil, fuera la pobreza del pueblo, en
todos las países capitalistas habría o debería haber una guerra
revolucionaria". Aunque esta polémica del señor Arizala no parece
representar un bandazo de la dirección del Partido Comunista, sí
demuestra fehacientemente que las estribaciones más primigenias de
la extremaizquierda en Colombia siguen, sin ninguna otra
contemplación, supeditando la "guerra" al cambio de régimen, a la
par que el mamertismo y sus adjutores confían en que el régimen
supedite el cambio a la "paz". Puntos contrapuestos entre los
cuales, a la hora de nona, podría no haber mucha distancia.
20 Los extractos transcritos pertenecen al pronunciamiento
expedido el 20 de septiembre de 1982 por el Comité Ejecutivo
Central del MOIR, y con el cual se desautorizaba la pretensión del
gobierno de designar a Marcelo Torres para la Comisión de Paz.
Tribuna Roja, N* 44, febrero de 1983.
21 Varias agrupaciones extremoizquierdistas han reconocido tácita
o desembozadamente el uso y la utilidad de estas modalidades de
terrorismo. El M-19 de labios de su ex máximo jefe, Jaime Bateman
Cayón, reivindicó así, en reportaje a la periodista Patricia Lara,
la ejecución, durante el período de la administración López, del
entonces presidente de la Confederación de Trabajadores de
Colombia, CTC, José Raquel Mercado:
"Interpretamos al pueblo cuando juzgamos y ajusticiamos a un
traidor de la clase obrera... El juicio y ajusticiamiento a
Mercado le abrió nuevas perspectivas al movimiento sindical ...
Demostró hasta dónde llegaba su podredumbre... Despertó a muchos
dirigentes obreros quienes se dieron cuenta de que su función no
era la de traicionar a los trabajadores colombianos. La gente oyó
nuestro mensaje:
( ... )
"-Hermano, aquí hay que comportarse. Hermano, aquí no se le pueden
hacer jugadas chuecas a la clase trabajadora.
"No quiero decir con eso que el movimiento sindical ya sea puro ni
que haya cambiado totalmente. Pero después de la muerte de
Mercado, se le abrieron nuevos caminos a la unidad sindical
colombiana".
"El M-19 despegó con la muerte de Mercado. ¡Despegó mil veces, mil
veces, mil veces!".
También señaló que con el secuestro del gerente de Indupalma,
hecho en 1974 para presionar a la empresa a firmar el pliego de
peticiones de los trabajadores en huelga, "apareció entonces un
nuevo camino en la lucha sindical el cual, desgraciadamente, no se
continuó".
Luego de realzar la importancia de aquel expediente para
proporcionarle bríos y cauces al sindicalismo colombiano, el
comandante del M-19, sin embargo, vacila en cuanto a la validez de
sus aserciones y las atenúa un tanto al hablar de los métodos de
financiamiento:
"A nadie, y menos a nosotros, le gusta el secuestro. ¡Nosotros
preferiríamos mil veces no vernos obligados a secuestrar gente!
Pero como el Estado no tiene un impuesto destinado a financiar la
revolución de los pobres; y como los que tienen dinero no lo
aflojan a las buenas; y como no queremos ser una organización
revolucionaria financiada por la Unión Soviética o cualquier otro
país extranjero y dependiente de él, no nos queda más remedio que
secuestrar a unos pocos oligarcas".
Para rematar más adelante en la misma entrevista:
"Queremos hacer un secuestro más, uno sólo, pero uno que nos deje
tres millones de dólares... Así solucionaríamos definitivamente,
con un costo político muy bajo, el problema económico de la
revolución" (Patricia Lara, Siembra vientos y recogerás
tempestades, Segunda edición, Bogotá, Editorial Punto de Partida,
abril de 1982, págs. 116, 117, 118, 119, 120 y 121).
22 La frase pertenece a Qdilon Barrot, premier del gabinete del
gobierno provisional surgido de la revolución de febrero de 1848,
en Francia, investidura que siguió ostentando bajo Luis Bonaparte,
luego del triunfo electoral de éste en diciembre del mismo año, la
pronunció a la sazón, apenas nacida la segunda república francesa,
en el sentido de que el andamiaje jurídico recién impuesto en
cierto modo encarnaba un obstáculo para las pretensiones de
consumar un golpe de Estado y restablecer la monarquía
bonapartista, como en efecto ocurrió más tarde, instaurándose el
reinado, así conocido, de Napoleón III.
Carlos Marx cita la expresión de Barrot en sus artículos titulados
genéricamente Las luchas de clases en Francia de 1848 a 1850, en
donde expone, entre otras tesis relevantes, importantísimas
apreciaciones sobre la táctica revolucionaria de la clase obrera.
En su concienzudo análisis de las fuerzas enzarzadas y de los
agudos duelos de aquellos días precisa cómo la conspiración de los
detentadores del poder podría llevarse a cabo en la medida en que
se presentara un "motín", "un pretexto de salut public" (seguridad
pública), que les permitiera "violar la Constitución en interés de
la propia Constitución".
El ministerio Barrot instigó en todas las formas a sus oponentes,
los irritó, los incitó a cometer estupideces, a fin de que cayeran
en el garlito y le proporcionaran lo que quería: un "motín". "La
legalidad nos mata", razonaban los conjurados oficiales, y hemos
de deshacemos de ella, mas necesitamos un porqué, pues la
disculpa, el subterfugio, no es menos trascendente que el
propósito, y un manejo adecuado de la situación nos reportará
puntos valiosos, definitivos, sobre la contraparte.
Marx concluye: "El proletariado no se dejó provocar a ningún motín
porque se disponía a hacer una revolución"; y Engels, en su
introducción a la obra mencionada, se detiene en estas reflexiones
y las profundiza cual consejos fundamentales para ser estudiados y
aplicados por los estrategas del combate del trabajo contra el
capital.
A su turno, Lenin, el aventajado discípulo y continuador de la
gesta comunista, tomó atento apunte de la clave advertencia,
vertiéndola y complementándola en infinidad de textos suyos,
polémicos unos, didácticos otros, de carácter teórico los más.
Como en Colombia la batalla contra el régimen antinacional y
antipopular imperante ha adolecido ante todo de la carencia de una
línea táctica acertada, no sobra transcribir aun cuando sea
algunas pocas palabras de aquellos escritos pertinentes. Hemos
cogido casi que por azar uno breve, acerca de "La II Duma y la
segunda ola revolucionaria". Dice allí el artífice de la gloriosa
Revolución Socialista de Octubre, vendida y desconceptuada después
por Kruschev y sus sucesores:
"...la lucha en su forma más aguda es indiscutiblemente
inevitable.
"Pero por eso mismo que es inevitable, no debemos forzarla,
apresurarla ni azuzarla. Dejemos eso a los Krusheván y los
Stolipin (personeros de la reacción y de la autocracia zarista).
Nuestra tarea es decir la verdad al proletariado y al campesinado,
de modo bien claro, sin rodeos, franco e implacable; abrirles los
ojos sobre el significado de la tormenta que se avecina, ayudarlos
a enfrentar organizadamente al enemigo con la serenidad de los
hombres que van hacia la muerte, como el soldado que espera al
enemigo agazapado en la trinchera y dispuesto, después de las
primeras descargas, a lanzarse a una furiosa ofensiva.
" ‘¡Señores burgueses, tiren ustedes primero!’, decía Engels en
1894, dirigiéndose al capital alemán. ‘¡Señores Krusheván y
Stolipin, Orlov y Romanov, tiren primero!’, diremos nosotros.
Nuestra tarea es ayudar a la clase obrera y al campesinado a
aplastar el absolutismo de las centurias negras cuando él se lance
contra nosotros.
"Por eso, ¡nada de llamamientos prematuros a la insurrección! Nada
de solemnes manifiestos al pueblo. Nada de pronunciamientos, nada
de ‘proclamas’. La tormenta se nos viene encima por sí sola. No
hace falta blandir las armas".
Agreguemos que las anteriores amonestaciones de Lenin fueron
redactadas en febrero de 1907, cuando, como él lo indica, "han
pasado dos años de revolución" y "la situación es
indiscutiblemente revolucionaria". El mero contraste entre los
criterios anotados y los que profesa la totalidad de la franja
anarquista colombiana es aleccionador. No hemos vivido en años un
verdadero auge del movimiento de masas y ya contamos con un
historial de levantamientos armados de tamaño, aspecto, tinte,
duración y fortuna diversos, quizás sin parangón en el mundo. En
contravía a las universales deducciones del marxismo,
lamentablemente en Colombia a los insurrectos, insurrectos de
cabeza ardiente y frío corazón, que además no distinguen entre la
democracia de los explotadores y la de los explotados y se
confunden cuando aquéllos especulan sobre lo preferible de una
sojuzgación matizada, no les ha temblado el pulso al acometer
cualquier género del acciones temerarias o de dudosas actividades
que enloden las banderas independentistas, sacrifiquen alegremente
fieles seguidores y desaten la cruenta persecución contra las
gentes del común.
El ensayo de Carlos Marx lo consultamos en C. Marx F. Engels Obras
Escogidas, Tomo 1, Moscú, Editorial Progreso, 1973, págs. 190 a
306. Los párrafos de Lenin los entresacamos de sus Obras
Completas, Tomo XII, Buenos Aires, Editorial Cartago, 1960, pág.
107.
23 En su alocución televisiva del 2 de diciembre de 1984,
Belisario Betancur hizo esta "notificación perentoria y
categórica", o "advertencia clarísima y rotunda" como él mismo la
calificara:
"...en adelante quienes han resuelto voluntariamente actuar y
vivir dentro de las instituciones, tendrán el espacio político
para moverse y serán estrictamente respetados, pero siempre que lo
hagan dentro de los límites establecidos por la ley. En ese
sentido, quiero hacer una notificación perentoria y categórica,
una advertencia clarísima y rotunda:
"Quienes persistan en la violencia, en el crimen, en el secuestro,
en la extorsión, sufrirán todo el peso de la ley. Sobre esto no
les quede sombra de duda: si persisten en mantenerse fuera de la
ley, sufrirán el peso de esa ley. Esta es la orden irrevocable a
la totalidad de las autoridades. Boleteos, amenazas, asaltos,
narcotráfico, toda la gama de los delitos, será castigada sin una
sola excepción. Y quienes se acojan a la ley y la respeten, ésos
deben sentirse protegidos por esa ley" (El Tiempo, diciembre 3 de
1984).
Entretanto, los mandos militares, envalentonados por las
circunstancias, mostráronse muy activos maquinando sus celadas en
diversas regiones escogidas cuidadosamente. El nuevo año se
inauguró con un voluminoso inventario de intermitentes violaciones
a los armisticios. Aunque el cerco de casi un mes a una columna
del M-19, tendido por el ejército en las inmediaciones de la
población de Corinto, configuró la refriega de mayor calibre, el
resto de grupos irregulares también padeció con igual rigor su
respectivo número de bajas tras el hostigamiento bélico de las
partidas del régimen. Estos incidentes en la fase ulterior del
inconcluso pleito corroboran la sospecha de que la "paz" pese a su
fácil y espléndido despegue, discurre no como la ciencia, de lo
complejo a lo simple, sino como la creación, de lo simple a lo
complejo. De no descomplicarse, de no invertir su malformación,
contingencia muy remota, la consigna, por mucho que sea coreada a
la colombiana por gobernantes e insurrectos, fenecerá incluso
antes y no después de haber sido realmente aplicada.
24 Las expresiones de Vieira, Vázquez y Bateman las extractamos
respectivamente de: Cromos, noviembre 23 de 1982; El Espectador,
octubre 25 de 1982, y El Tiempo, septiembre 18 de 1982.
25 Los dos últimos apartes citados de los pronunciamientos de las
Farc los sacamos de publicaciones aparecidas en el órgano del
Partido Comunista, Voz. El primero salió el 19 de julio de 1984 y
el segundo el 11 de octubre del mismo año, y cuyo párrafo completo
reproducimos:
"Dentro del marco de la apertura democrática, las Farc, en unión
con otros partidos y corrientes de izquierda lucharán utilizando
todos los medios a su alcance por una Reforma de las Costumbres
Políticas en dirección a desmontar el monopolio de la opinión
política, ejercido por los viejos partidos tradicionales en
beneficio de la oligarquía dominante, abriendo cauce a la
participación de las grandes mayorías nacionales en los asuntos
del gobierno".
Claro está que las Farc no es la única sigla armada que haya
abogado por el perfeccionamiento de las instituciones
prevalecientes, o haya cifrado sus sueños transformadores en los
veredictos de éstas, e incluso, en la injerencia o influencia de
las vertientes contrarias al régimen dentro de las actividades
gubernamentales de ese mismo régimen. Con obvias variaciones de
lenguaje y de énfasis, los otros grupos comprometidos con la
cruzada de la pacificación y el pacto social igualmente lo han
hecho, extrayendo, del cuarto de aparejos de la burguesía,
pendones raídos en pro de una "democracia participativa" o
"directa", en la que el pueblo recupere su "soberanía", su "papel
de constituyente primario" y demás antiguallas por el estilo. Esto
de un lado, y del otro, recuérdese que tales agrupaciones, no
obstante presentar cada cual sus particulares demandas, son
solidarias entre sí. No tenemos noticia de que los llamamientos de
las Farc hayan merecido reprobación alguna de sus ocasionales y
sufridos aliados. Salvo, tal vez, una convocatoria signada
conjuntamente por el Partido Comunista y ciertos movimientos
amigos suyos, como Firmes, el Partido Socialista Revolucionario,
Convergencia Socialista, etc., en la que éstos, a raja tabla, le
impusieron a los mamertos la siguiente nota refutatoria:
"Alertamos contra las pretensiones de imponer un remedo de
democratización por parte de los núcleos oligárquicos, como lo
indican los últimos pronunciamientos de destacadas figuras de los
partidos tradicionales y del gobierno, en los cuales no se observa
una voluntad expresa de respaldo a una verdadera apertura
política".
"En tal contexto, no es posible esperar que el Congreso de la
República apruebe los cambios exigidos por las fuerzas
democráticas, que implique una reforma constitucional y el
desmonte del monopolio bipartidista" (Voz, mayo 24 de 1984).
Empero el Partido Comunista no son las Farc, ni los demás
firmantes tampoco son grupos armados. De contera, los
revisionistas hicieron explícitas sus "reservas" sobre la validez
de los argumentos que colocan en tela de juicio la capacidad
innovadora de las Cámaras, siendo que la glosa en cuestión no
niega de plano dicha capacidad, simplemente la supedita a la buena
disposición de los "núcleos oligárquicos" para acabar con su
propio "monopolio bipartidista".
Para percatamos más de las afinidades ideológicas entre los
distintos sectores insurrectos partidarios de la reconciliación
nacional, releamos mejor un pasaje de un documento del M-19,
dirigido a los parlamentarios, y del que da cuenta La República,
del 22 de julio de 1982: "El Congreso de Colombia no puede
rezagarse. El Congreso debe responder a las expectativas y
esperanzas de un pueblo que lo eligió. El Congreso puede y debe
jugar el papel que le corresponde como órgano legislativo y
guardián de la democracia".
La postura pueril de depositar la confianza en los organismos
estatales y en su cebada burocracia ya ha cosechado sus primeros
desengaños. Como seguramente hojearon en la Constitución que el
oficio de la Procuraduría es "cuidar de que todos los funcionarios
públicos al servicio de la Nación desempeñen cumplidamente sus
deberes" y como en la actualidad ese cargo está en manos de un
picapleitos un tanto díscolo, no obstante haberlo escogido el
mismo Betancur, los delegados del EPL y el M-19 resolvieron hacer
insertar en uno de los puntos del armisticio del 23 de agosto que
aquella entidad recibiría el "concurso" del gobierno para la
afortunada cristalización de dos tareas en concreto; investigar
sobre las personas desaparecidas y atender las denuncias relativas
a la violación de los derechos humanos. En posterior despacho, a
finales de octubre, el Procurador, después de testimoniar que
"nuestras altas autoridades militares y policivas" realizan cuanto
pueden para "mantener a sus tropas dentro de la moral y la ley",
se abalanzó contra las "bandas guerrilleras". Les atribuye la
autoría de "secuestros" o "desapariciones en las zonas rurales" y
de toda especie de crímenes, desde cobrar impuestos o "vacunas"
hasta de robo de ganado y animales de corral. También las inculpa
de la desolación económica del campo. Y remata con esta andanada:
"...la subversión colombiana carece hoy y desde hace bastante
tiempo de toda autoridad moral para empuñar la bandera de los
derechos humanos, hablar a nombre de la nación o sentar cátedra
sobre la legalidad y la ética de la violencia. La larga cadena de
desafueros de toda clase por ella cometidos la hacen
históricamente responsable de la desorganización de nuestra
sociedad y de nuestra economía y le niegan todo título para hacer
un uso acusatorio de hechos como el que ocupa el presente informe"
(El Tiempo, octubre 22 de 1984). En síntesis, la oficina
seleccionada de consuno por las partes para supervigilar y frenar
los desmanes de las huestes envueltas en la pugna, sin más
requilorios le quita el piso de la credibilidad a una de ellas,
mientras se lo otorga plenamente a la otra. Si en tal forma se
comportan quienes por encargo jurídico actúan de fiscalizadores, y
cuando no se han esfumado del todo las euforias por el
apaciguamiento, ¿qué diremos luego de las cuotas aportadas a la
transformación de Colombia por las otras corporaciones menos
imparciales del sistema, en desarrollo del quimérico contrato
social entre ahítos y hambrientos?
26 La primera de las dos últimas citas pertenece al "Informe al
pleno del Comité Central del PC", de mayo 17-19 de 1974, y
divulgado por Documentos Políticos, número 110. La segunda cita
corresponde a un reportaje a Jaime Bateman, hecho por El Pueblo de
Cali y reproducido por El Tiempo, del 18 de septiembre de 1982.
ELEMENTOS DE LAS
FARC ASESINARON A EDUARDO ROLÓN
Julio 13 de 1985
Declaración del MOIR, aparecida en El Tiempo del 14 de julio de
1985, firmada por su Secretario General, Francisco Mosquera, en
nombre del Comité Ejecutivo Central.
A eso de las seis de la tarde del domingo 30 de
junio último cayó acribillado Luis Eduardo Rolón, veterano
dirigente del MOIR e integrante del Comité Regional de Santander.
El compañero pereció en la vereda Humadera Baja del corregimiento
de Monterrey, cuya actividad gira alrededor de San Pablo,
población del sur de Bolívar adonde se había vinculado desde hace
unos seis años con el objeto de adelantar sus tareas
revolucionarias con las gentes de la localidad, de preferencia
entre el campesinado. En efecto, momentos antes de morir
transportó en un vehículo, desde el casco municipal, varios tubos
destinados a concluir sobre el río Boque un puente al que ya se le
habían erigido sus bases. Obra a la cual se dedicó con ahínco,
incluido aquel aciago día, que era de descanso, siempre
insistiendo en desembotellar las comarcas abandonadas y en
fortalecer la economía de los pobres del agro. Inmediatamente
después de haber depositado su carga se encaminó a pie hacia la
casa de un campesino amigo, tras el propósito de atender algunas
cuestiones concernientes al funcionamiento de la cooperativa del
lugar fundada por nuestro Partido. Luis Eduardo anduvo más o menos
una hora cuando en un punto del estrecho sendero recibió una
ráfaga de metralleta, por la espalda, y luego fue rematado en el
suelo.
El horroroso crimen tiene un indiscutible carácter político y de
él hacemos responsables a las Farc e indirectamente a la dirección
del PC.
Esta contracorriente empezó a incursionar en la zona al amparo de
sus acuerdos de "paz" con la administración belisarista,
ostentando sus rifles y extendiéndose a punta de intimidar a
quienes no se sometan a sus dictámenes. Su primer objetivo allí,
como en otras partes, ha sido el de intentar barrer la creciente
influencia del MOIR entre las masas e impedirnos la acción
pública, con métodos que van desde el señalamiento calumnioso de
que actuamos por designio de la CIA hasta la expresa prohibición a
nuestros militantes de distribuir propaganda, vender la prensa
partidaria u organizar a los trabajadores. Todo, por supuesto,
llevado a cabo bajo la amenaza de las armas.
Nunca hemos dirimido las discrepancias con nuestros
contradictores, principales o secundarios, mediante la violencia;
ni nos pasa por la mente el propiciarla por el hecho de formular
esta precisa, perentoria e indignada denuncia. Pero los ejecutores
del vil asesinato no pueden contar con nuestro silencio para
continuar impunemente agrediendo o matando a los cuadros del MOIR.
Por ello emplazamos a sus superiores, ante el país entero,
exigiéndoles que no encubran al comandante que auspició, autorizó
o simplemente dio la orden de la cobarde emboscada. Con los alias
de "Arcelicio", "Pedro" y "Orlando" han merodeado por aquellos
contornos tres jefes de cuadrilla; entre éstos ha de hallarse el
autor o los autores materiales e intelectuales del homicidio. Que
se sepa cuál fue o cuáles fueron para que sobre sus nombres caiga
por lo menos la sanción del repudio del pueblo.
En cuanto al comportamiento de las autoridades de San Pablo, hemos
de informar que cuando se entrevistó con ellas la comisión del
MOIR, encabezada por Jorge Santos, presidente de la USO, a fin de
llenar los trámites correspondientes al rescate del cuerpo del
camarada desaparecido, el oficial encargado de la policía no
solamente se rehusó a prestar cualquier protección sino que
aconsejó no ir por el cadáver. Tal actitud obedecía, según sus
propios comentarios, a dos factores: uno, que la región se
encontraba infestada por las Farc, y el otro, que tenían
instrucciones terminantes de no desplazarse hacia las áreas
rurales. Semejantes evasivas, aunque en realidad no nos
sorprenden, sí muestran hasta dónde llega la indolencia oficial
ante este tipo de atentados, y cuán significativa es la ventaja
concedida a unos grupos que, diciéndose amigos de la pacificación
dialogada y gozando de los gajes de un entendimiento pactado con
el régimen, lejos de deponer los fusiles, incrementan su pie de
fuerza y hostilizan a agrupaciones y personas inermes, cual lo
indican las protestas provenientes de los cuatro costados de
Colombia y firmadas por industriales, comerciantes, empresarios
agrícolas, religiosos. Por ejemplo, el Sindicato de Trabajadores
Agropecuarios de Antioquia acaba de expedir, contra las unidades
de las Farc, un comunicado dejando constancia de los
amedrentadores hostigamientos de que han sido víctimas sus
directivos en la zona bananera de Urabá. Con la pantomima del
apaciguamiento ocurre que, en lugar de incorporarse ciertamente
una minoría de insurrectos a la lucha legal, la contienda política
se militariza a pasos acelerados.
La abominable ejecución de Luis Eduardo Rolón pone de manifiesto
tan dramático desenlace, pues responde a las impredecibles
ambiciones de unos comandos que de pronto arriban a un territorio
con el cometido de desalojar a plomo a un partido rival que lleva
cerca de un decenio bregando pacientemente junto a los necesitados
del campo, compartiendo sus penalidades y coadyuvándoles a obtener
progresos tanto en sus reivindicaciones sociales como en sus
faenas productivas. Merced a ello, e interpretando la inquietud
general, demandamos de los sumos poderes se nos aclare el
verdadero alcance de las nuevas reglas del juego que regulan la
confrontación "pacífica" entre colectividades de distinto color e
ideario. En los tres años de ejercicio de la actual administración
jamás hemos solicitado una audiencia con el presidente de la
república, y hoy, a través de esta declaración, la estamos
pidiendo, a la espera de que nos diga, ante el gravísimo
antecedente del ametrallamiento de nuestro compañero Rolón, cómo
concibe el Ejecutivo las garantías constitucionales de los
partidos sin aparato armado cuyos miembros padecen los cruentos
ataques de facciones bélicas que, cuando no reciben el apoyo
abierto de alcaldes y gobernadores, se valen de las indulgencias
del Estado para eliminar y arrinconar a sus antagonistas.
La defensa de los derechos de las mayorías democráticas y
patrióticas, acechados por la confabulación cada día más evidente
entre el mamertismo y la cúpula gubernamental, torna imperiosa la
conformación de una gigantesca alianza, no conocida hasta ahora,
entre obreros, campesinos, intelectuales y burgueses, que se
plantee las siguientes metas mínimas: primero, contener los
asesinatos políticos, los secuestros, la extorsión y las demás
andanadas terroristas; segundo, resguardar la producción nacional
ante las lesivas pretensiones del Fondo Monetario y la ruinosa
expoliación de los monopolios extranjeros; tercero, mejorar las
lamentables condiciones de subsistencia de las masas laboriosas y
del pueblo en su conjunto, y cuarto, proteger la soberanía de
Colombia no sólo ante los viejos y declinantes imperialismos, sino
fundamentalmente ante la Unión Soviética, el mayor peligro para la
libertad de las naciones en la era contemporánea.
El país no sucumbirá en la celada que le quieren tender unos
cuantos; entre sus numerosos habitantes hay sobrados recursos
morales con qué doblegar las azarosas complicaciones de la hora.
Abogando por la salvación de la patria apelaremos a esas reservas,
con la voluntad y la valentía de hombres como Luis Eduardo Rolón,
quien rubricó con su sangre su pensamiento.
Movimiento Obrero Independiente y Revolucionario, MOIR Comité
Ejecutivo Central Francisco Mosquera
Secretario General
Bogotá, 13 de julio de 1985.
ANTE LA TUMBA DEL
CAMARADA RAÚL RAMÍREZ RODRÍGUEZ
Noviembre 14 de 1986
Discurso pronunciado enCali, el 14 de noviembre de 1986.
Nadie es más respetable que quien respalda sus
ideas con sus actos.
Raúl Ramírez pertenecía a esa estirpe de abanderados del progreso
social que hacen de la acción el único objetivo del pensamiento.
Cuanto creyó lo ha dejado impreso en las actividades de toda la
vida, incluida la última, la de su muerte.
Desde los días de las grandes definiciones, cuando pululaban en
Cali y otras capitales las polémicas universitarias, y la Juventud
Patriótica enfrentábase dentro del estudiantado a las estridencias
pequeñoburguesas, Raúl escogió la alternativa de constatar entre
las masas populares la justeza de los planteamientos
revolucionarios, un impulso que no abandonaría jamás. Mientras
explicaba ante amplios auditorios que los obreros han de unirse
con el resto de sectores laboriosos y oprimidos si desean vencer,
el trotskismo criollo, entonces de moda, se consumía en su
contradictorio empeño de arremeter contra la estratégica consigna
de la autodeterminación nacional y exigir dogmáticamente el salto
inmediato al socialismo.
Calar en la naturaleza de la sociedad colombiana y definir el
carácter de la revolución, dos aspectos vitales de la teoría,
significaba precisar no sólo los pasos o las etapas de la gesta
libertaria sino las clases y capas que habrían de sacarla avante.
En aquel período vimos a Raúl en las sedes sindicales sustentando
la urgencia de un vuelco democrático cual requisito de la victoria
socialista, argumentos de la nueva concepción, nueva entre
nosotros, porque el marxismo la había expuesto con mucha
anterioridad para los países neocoloniales y semifeudales. A raíz
del viraje táctico de 1972, participó con entusiasmo en la campaña
electoral, no obstante las debilidades y dificultades de una brega
que nos era desconocida por completo. Por encima de las
limitaciones típicas de esta modalidad de lucha, la continuó
esgrimiendo, sin aburrirse ni olvidarse de que la rebeldía civil
provendrá exclusivamente de las múltiples confrontaciones
económicas y políticas de la población.
Ante el llamamiento de marchar hacia el campo, él fue el primero
entre los primeros en "descalzarse". Vinculado al regional de
Córdoba estuvo en Ciénaga de Oro, Planeta Rica, Lorica y
finalmente El Bagre.
Con el conocimiento que dejan diez años de experiencia,
contribuyó, en infinidad de eventos, a esclarecer problemas claves
como las peculiaridades de las relaciones de producción en zonas
de diverso desarrollo, la composición y propósitos de las ligas
campesinas, las pautas rectoras del cooperativismo agrario...
A lo largo y ancho de la contienda contra la acechanza
socialimperialista se destacó, desde los frentes que le
correspondiera atender, por los esfuerzos dedicados a despejar la
confusión reinante. Creía cabalmente que la emancipación de los
pueblos, y en especial de la clase obrera, no logrará coronarse
sin la plena soberanía de las naciones pobres y sin la conciencia
pública de que el socialismo verdadero no es anexionista. La
lealtad con tan trascendentales premisas la selló con su sangre en
la mañana del 12 de noviembre de 1986. A metralla y a mansalva,
facinerosos de las Farc cercenaron su existencia en Puerto López,
un distante caserío del municipio antioqueño de El Bagre, adonde
lo llevaran sus caras convicciones El único daño que les había
infligido a sus asesinos en tres lustros de pelea consistió en
señalar, ante asalariados y demás estratos productivos, las
inconsecuencias y los procedimientos proditorios de la
contracorriente revisionista.
Hasta con su sacrificio demostró cuánta razón nos asiste al
denunciar a esta pandilla, que en su vertiginoso proceso
degenerativo está dispuesta a cometer cualquier crimen con tal de
cumplir el triste encargo de entregarles el país a los amos
soviéticos.
Y así, si echamos una ojeada a los anales del MOIR, siempre
encontraremos a Raúl Ramírez en la vanguardia de la batalla
ideológica y de las labores prácticas, persiguiendo las metas de
deshacer la herencia extremoizquierdista, rebatir el revisionismo,
estructurar una línea proletaria de la revolución colombiana y
extender el Partido.
Ciertamente corren tiempos difíciles. Al igual que la multitud de
víctimas de la extorsión y el chantaje, hemos sufrido, con
pérdidas de compañeros y regiones, las consecuencias de los
desplantes demagógicos de un presidente venal que durante cuatro
años se mostró solícito, en su decir, con "el noventa por ciento
del movimiento guerrillero", o sea las Farc, cuyos integrantes
recibieron, fuera de la amnistía y el indulto, las ventajas de
efectuar el proselitismo coactivo, apoderarse de territorios
enteros sin resistencia alguna y elegir con el apoyo oficial unos
cuantos candidatos a las corporaciones públicas. Semejante
situación, en lugar de traer la "paz" y el sosiego a la
martirizada república, ha exacerbado las contradicciones, hasta el
extremo de entronizarse el atentado personal como medio de dirimir
las controversias partidistas, poniendo a varios sectores a pensar
seriamente en la conveniencia de proveerse su propia protección
armada.
No obstante, en el pueblo hay infinitas reservas morales que tarde
que temprano brillarán en todo su esplendor, y el Partido sabrá
hallarle una salida a la encrucijada del momento. Por eso hemos
hecho la invitación unitaria del 24 de enero. Casualmente con Raúl
profundizamos en los fundamentos de nuestra propuesta durante una
reunión de compañeros de Córdoba presididos por su secretario
Pacho Valderrama, celebrada en Medellín, y en la cual se remarcó
que tanto los factores externos e internos como el rumbo de los
sucesos nos permitían aliamos sin excepción con los contingentes
preocupados por la integridad de Colombia. Las cosas se presentan
en tal forma que a través de este realinderamiento de fuerzas
conseguiremos defender el fuero del país a autodeterminarse, el
avance de la producción nacional, la implantación de una táctica
revolucionaria y el mejorestar de las mayorías populares,
constituyen conquistas de las cuales depende en enorme medida la
reivindicación política de los trabajadores colombianos.
Promoviendo la más vasta unidad responderemos al desafío que se
nos formula y honraremos la memoria de los héroes caídos.
Aun cuando la senda sea larga y penosa no tenemos derecho a
desfallecer.
¿Al rehuir el combate no estaríamos declarando inútil la hermosa
página escrita por el camarada desaparecido?
Por lo demás, las realizaciones consignadas en nuestro programa
partidario serán la obra de varios siglos y no de unas pocas
décadas. A nosotros apenas si nos tocó en suerte dar comienzo a la
colosal empresa; y encararla en medio de ingentes obstáculos fruto
de los hondos trastrocamientos de la época contemporánea.
Empezando por el insólito fenómeno de que en la actualidad las
peores vejaciones se ejecutan en nombre del comunismo. A las
gentes, por tanto, les resulta casi imposible distinguir entre las
divisas de la libertad y de la sojuzgación.
En cuanto a las condiciones históricas de Colombia, también
habremos de tomar nota de su paradójico desenvolvimiento. El
estado republicano se instauró 128 años antes del advenimiento de
la democracia en China pero aún no culmina sus cometidos
económicos. Aunque los rezagos feudales han ido diluyéndose
gradualmente, la descomposición de las formas precapitalistas no
se traduce en un auge de la industria, debido al saqueo de los
grandes emporios. A su vez la influencia de las capas medias da
pábulo a toda especie de aventuras políticas. Y si a lo anterior
añadimos que el Partido surge bajo el imperio de la reacción
triunfante del Frente Nacional, a los 65 años de la Guerra de los
Mil Días, cuando el ímpetu democrático-burgués era ya un mero
recuerdo del pasado, contaremos con una visión aproximada de las
vicisitudes que hemos venido sorteando.
De tales elementos adversos, algunos carecen de antecedentes en
los fastos de la revolución mundial; otros escapan incluso a
nuestro control, como para que hubiéramos podido superarlos en el
corto tramo recorrido por el MOIR desde su fundación. Esto no
significa que hayamos actuado de simples espectadores de los
acontecimientos. Junto con la construcción del Partido hemos
atendido cada una de las fases y facetas del proceso
revolucionario, desplegando nuestra iniciativa en los más diversos
terrenos de la actividad social. Y a través de la práctica, a la
manera de Raúl Ramírez, hemos descubierto las soluciones adecuadas
a las complejas y originales circunstancias que vivimos. Logros
aparentemente nimios pero que desbrozarán el camino y la grandeza
de Colombia.
No nos preguntemos cuánto nos falta todavía. Aprendamos de
nuestros mártires que si bien no contemplaron el triunfo lo han
hecho factible con su ejemplo.
MENSAJE DEL MOIR A
RAÍZ DEL ASESINATO DE RAÚL RAMÍREZ
POR PARTE DE LAS
FARC
Diciembre 13 de 1986
Publicado en El Tiempo de diciembre 14 de 1986.
En la mañana del 12 de noviembre el miembro de
las Farc conocido con el alias de "Comandante Gutiérrez",
acompañado de una joven de aproximadamente veinte años, se
presentó en la residencia de Raúl Ramírez Rodríguez con la orden
de exterminarlo. Mientras el bandido lo interrogaba distrayéndolo,
la mujer le disparó por detrás a la cabeza. Luego lo acribillaron
conjuntamente. El crimen, cometido en Puerto López, corregimiento
de El Bagre, Antioquia, busca desalojar al MOIR de una región en
donde desde hace rato venimos contribuyendo al progreso mediante
cooperativas y ligas campesinas. Ese mismo día eliminaron a un
comerciante y al inspector de policía, a quien le robaron la
máquina de escribir. Unas horas antes habían dado muerte a dos
humildes labriegos, tildados de "sapos" por haberse resistido a
colaborar. A semejantes extremos de sevicia y salvajismo han
llegado los únicos usufructuarios de la "paz", cuyas ansias de
dominio corren parejas con su acelerada degeneración.
El asesinato de Raúl Ramírez se suma al de Luis Eduardo Rolón,
otro dirigente del MOIR caído en el municipio de San Pablo,
también bajo las balas de una cuadrilla de las Farc. En aquella
ocasión, junio de 1985, le exigimos abiertamente a la dirección
del Partido Comunista que, haciendo uso de su innegable
ascendiente sobre el bando insurrecto, explicase el alevoso
atentado, pusiera al descubierto a sus cobardes ejecutores y
terminara la campaña intimidatoria. No obstante, la susodicha
camarilla no se da por enterada y, entre burlas y veras, persiste
en la maniobra de ensanchar sus tropas aprovechándose de los
arreglos convenidos con el gobierno. Así ocuparon nuevos
territorios en el Catatumbo, la Sierra Nevada de Santa Marta, el
sur de Bolívar, el Magdalena Medio, la Serranía de los Motilones,
etc., atemorizando a sus oponentes, con la bandera blanca en una
mano y el fusil en la otra. Se ha creado una situación en la cual
las organizaciones políticas y gremiales que carezcan de milicias
se hallarán sometidas a los desafueros de un ínfimo grupo que
actúa contra la Constitución pero goza de sus prerrogativas.
Aunque decidimos no participar en los tejemanejes de la
pacificación, llevamos más de media década en una expectativa
benévola, a la espera de un feliz desenlace para la consolidación
de las garantías ciudadanas y el consiguiente auge del movimiento
de los trabajadores colombianos. Desde la instauración del Frente
Nacional no ha habido condiciones insurreccionales que avalen las
incontables y calamitosas aventuras de la extrema izquierda.
Creemos, por el contrario, que los secuestros, los asaltos a las
entidades bancarias, la destrucción de los medios productivos, el
asesinato, en lugar de conducir hacia una apertura republicana,
exponen las libertades públicas. El mismo Partido Comunista ha
sido víctima de su propio invento. La negativa a incorporarse
plenamente a la vida civil, el requisito dilatorio de pedir
primero la transformación nacional para desmantelar el aparato
bélico, ese ambiente de ni "guerra" ni "paz", ha llevado a
innumerables sectores a dotarse de sus ejércitos particulares y a
tomar por su cuenta los problemas de la seguridad. Los resultados
están a ojos vistas. En la actualidad nadie desconoce que el
experimento acabó desencadenando la más cruda violencia, tal y
como lo señalara no hace mucho la Iglesia en forma alarmante. Mas
lo inaceptable del asunto radica en que se ha consagrado un
inaudito privilegio a favor de una agrupación que, sin perder la
legitimidad, conserva sus guerrillas y las utiliza en el
exterminio de sus contradictores. Por lo menos el M-19 y el EPL
rompieron los armisticios y han encarado las consecuencias del
levantamiento militar.
Recordemos cuán rotundamente el doctor Carlos Lleras Restrepo
llamó la atención, desde mediados de 1985, acerca de la
incapacidad legal del Ejecutivo para concertar una "tregua
armada". Significativa advertencia en labios de quien apoyara y
fraguara el ascenso al Poder del presidente que ha cifrado su
popularidad en el entendimiento con los revisionistas. Y son a
estas circunstancias anormales, heredadas e instituidas a
contrapelo de las mayorías, a las que habrá de ponérseles pronta
conclusión después de los largos años de caótica vigencia. No sólo
lo reclama el general Landazábal sino los más distintos estratos
de la nación, cansados de no percibir en ningún sitio la
tranquilidad ofrecida por los arúspices de la pacificación
dialogada. El editorial de El Tiempo del 2 de noviembre,
apersonándose de parte de ese clamor y resumiendo el fracaso del
proceso, puntualiza que "el statu quo es inadmisible". Y añade:
"El gobierno quiere, con toda la razón, definiciones". Sí, que se
precise el cumplimiento de los pactos. Que se aclare si el cese de
la "guerra" continúa dependiendo de la terminación del desempleo,
el analfabetismo, la miseria y el resto de males sociales, como se
ha argumentado para no deponer las armas, a objeto de que el país
sepa a qué atenerse y no guarde más esperanzas al respecto. Tales
concreciones no atentan contra la democracia y la convivencia. La
cuestión se reduce a que las Farc no pueden seguir disfrutando,
con la complicidad de las autoridades, de una insólita ventaja
sobre los partidos que a semejanza del MOIR pierden militantes y
organizaciones en virtud de la acción vandálica de los desalmados
beneficiarios de la tregua.
Pensando en fortalecer los acuerdos de La Uribe, el anterior
régimen extendió sus deliquios pacifistas a Centroamérica en honor
de la Nicaragua prosoviética, a pesar de que el sandinismo, en
actitud totalmente inamistosa, ha insistido en las pretensiones de
anexionarse a San Andrés y Providencia, "punto estratégico del
Caribe" que despierta las apetencias de los "actores del conflicto
Este-Oeste", para expresarlo en los términos del general Ernesto
Plata. Ello, sin embargo, no impidió que se mantuvieran a la vez
los lazos económicos con Occidente y se aceptara la monitoría del
Fondo Monetario Internacional sobre las determinaciones oficiales.
Los responsables de tamañas inconsecuencias confían en hacerse
perdonar sus pecados alegando su acercamiento al socialismo,
cuando apenas si se han identificado con los tergiversadores de
éste. Es la jugarreta que les depara el destino a los oportunistas
de finales del siglo XX. Moscú, lejos de perpetuarse cual símbolo
de la redención social, se erigió en sede de un rapaz imperio
cuyos tentáculos alarga por el mundo entero, bien valiéndose de
las neocolonias, bien movilizando sus propias divisiones como en
Afganistán. Los pueblos tributarios del Kremlin han aumentado
notoriamente, a tiempo que los Estados Unidos y Europa ven
disminuidas sus zonas de influencia. Tales deformaciones y cambios
en la correlación de fuerzas en el ámbito internacional configuran
factores bastante desfavorables para las luchas emancipadoras de
las naciones expoliadas. Una de las características de la época
estriba cabalmente en que a menudo los movimientos de liberación
nacional acolitan las intrigas de los expansionistas soviéticos.
Nicaragua, tras convertirse en la otra "cabeza de playa de la
URSS" en el Continente, corrobora esta tendencia histórica; y la
realidad no deja de ser menos cierta porque la pregone el
mismísimo Reagan. ¿Qué de extraño tiene entonces que una de las
alas más retrógradas del Partido Conservador, sin necesidad de
retractarse de sus rancias doctrinas, asuma el papel de
apuntaladora del revisionismo colombiano?
Tan en entredicho se pondrían en el pasado cuatrienio la
integridad y la estabilidad nacionales que hasta Alfonso López
Michelsen, en discurso pronunciado en Armenia cuatro días antes de
las elecciones de marzo, demandó de manera inequívoca no
"constituirnos en abogados de Nicaragua", en razón de que los
sandinistas habían dado ayuda para la toma del Palacio de Justicia
y no cejaban en sus deseos de arrebatarnos el archipiélago. El
oportuno consejo, fuera de alertar a muchas personas indiferentes
ante las adversidades que se ciernen sobre la patria, entraña en
cierto modo una rectificación, pues el expresidente, junto a
García Márquez, ha vendido entre nosotros la imagen de los
cubanos, esos héroes alquilados de la invasión a Angola, hoy
preceptores de Managua. A su turno, el excandidato Alvaro Gómez,
con todo y hallarse comprometido por elementales conveniencias a
secundar la administración Betancur, durante el debate se lamentó
igualmente de las amenazas que contra "nuestra soberanía" han
dimanado de las gestiones de Contadora. Y Turbay Ayala no dudó en
calificar de "candorosa ilusión" los intentos de promover una
mediación colombiana en la disputa territorial sostenida en esta
parte del globo entre Estados Unidos y Rusia a través de sus
intermediarios militares. Las enfáticas exhortaciones propagadas
por los líderes de la colectividades tradicionales a partir de
1985 significaron una desautorización de la política internacional
que se estaba aplicando e influyeron en las contundentes
definiciones de los últimos comicios.
El conservatismo, barrido en su fantástico sueño de ganarse "la
franja" hubo de renunciar a su cuota burocrática y resignarse a la
implantación del "gobierno de partido", la tesis vencedora. El
intempestivo quebranto de veintiocho años de estricta observancia
de los regímenes frentenacionalistas ha sido la principal secuela
de los confusos ensayos del señor Betancur. Pese a la demagogia
vertida sobre el no alineamiento, la "paz’ interna y externa, el
trato despectivo hacia los Estados Unidos, la vivienda popular, la
educación a distancia, el acoso al narcotráfico, la intervención
de la banca y demás temas polémicos, los inspiradores del "sí se
puede’ pagaron con la abrumadora derrota de 1986 su pírrico
triunfo de 1982.
En las urnas los colombianos condenaron, o por lo menos no dieron
visto bueno a los oscuros procedimientos con que se les venia
regentando, ese estilo de sacrificarlo todo, hasta la
independencia y el porvenir del país, con tal de favorecer los
intereses personales y los de la facción adepta.
De suerte que el simple relevo de mandos, las graves dificultades
en las cuales se ha llevado a efecto, implican una inevitable
variación del rumbo. Ahora lo importante consiste en no
patrocinar, ni adentro ni afuera del Ejecutivo, los métodos y
propósitos desechados el 25 de mayo. Máxime cuando se habla de
reelección y Jorge Carrillo, el ministro de Trabajo saliente, no
descansa en el encargo de fraccionar aún más a la clase obrera,
tras el objetivo de establecer otra confederación sindical que
sirva de plataforma de lanzamiento a la candidatura de su jefe
para un segundo período en la presidencia de la república. La
empresa desmembradora va en camino y, como era de preverse,
dispone del acucioso concurso del Partido Comunista.
En cuanto al gobierno de Virgilio Barco, indicaremos que,
considerando las contradicciones descritas, el MOIR adoptará una
conducta de aproximación o distanciamiento, según aquél permita o
no lo siguiente: colocar a todas las fuerzas políticas en un pie
de igualdad ante la Constitución y las leyes; proteger al país de
las embestidas del socialimperialismo soviético; resguardar la
producción nacional de los desmanes de las agencias prestamistas y
consorcios extranjeros, y darles salida a las justas peticiones de
las masas laboriosas en procura de una vida mejor.
En otras palabras, ratificamos ante la nueva administración
nuestra propuesta unitaria del 24 de enero. Se trata de unas metas
mínimas que responden a la coyuntura actual y con las cuales han
ido espontáneamente coincidiendo los enunciados de los gremios de
la agricultura; del clero y de los directivos de la UTC, CTC y
CGT, y de los vastos contingentes democráticos y patrióticos de la
población. Agitando estas aspiraciones comunes concurrimos
coligados con los más disimiles segmentos del liberalismo y el
conservatismo a los sufragios de marzo. Ninguna de ellas se
contrapone a los criterios estratégicos y tácticos profesados por
nuestro Partido en sus veintiún años de existencia, y antes bien,
su cristalización creará condiciones materiales y espirituales
para la gesta del pueblo. Alrededor de los esfuerzos por
salvaguardar la soberanía, defender la producción, civilizar las
controversias partidistas y acoger las reivindicaciones de los
trabajadores conformaremos un poderoso frente que salve a Colombia
de la disolución reinante. Estamos resueltos a aliarnos con
quienes compartan tales postulados, sin excluir a nadie.
Este es nuestro mensaje.
Movimiento Obrero Independiente y Revolucionario MOIR
Comité Ejecutivo Central
Francisco Mosquera
Secretario General
NUEVO AVISO DEL
MOIR ANTE EL ASESINATO DE AIDÉE OSORIO
POR PARTE DE LAS
FARC
Mayo 15 de 1987
Tercera protesta pública en menos de tres años por los crímenes de
dicha banda. El Tiempo, 17 de mayo de 1987.
Habiéndose decidido desde un comienzo a estudiar
enfermería, la disciplina a la que dedicara los cuidados de su
joven existencia, Aidée Osorio Gómez se valió de la profesión no
sólo para servir a sus semejantes, sino como medio de relacionarse
con las masas populares e imbuirlas de anhelos revolucionarios.
Vinculada al hospital La Cruz de Puerto Berrío, en 1975 fundó con
sus compañeros el sindicato del centro asistencial, del que fue su
primera presidenta. Luego promovería el ingreso a Sindes, la
organización nacional de los empleados de la salud, difundiendo
las bondades del sindicalismo de industria y conformando la
correspondiente subdirectiva que asimismo presidió. Tras de pedir
su entrada, pasó a engrosar en 1976 las filas del Partido en
aquella afligida región del nordeste antioqueño. A partir de 1979
colaboró estrechamente con el programa de cirugía ambulatoria,
adelantado por el MOIR con la ayuda de varios facultativos, que
durante tres años viajaron cada semana desde Medellín a atender a
las gentes de escasos recursos, sin patrocinio oficial, y más bien
con el sabotaje franco o furtivo de las autoridades. Se operaron
no menos de 600 pacientes, lo que se llevó a cabo gracias al
entusiástico respaldo de la ciudadanía de la localidad, congregada
en torno de un comité cívico previsto para tal fin y del cual
Aidée Osorio se desempeñó de secretaria todo el tiempo. Con
similar esmero coadyuvó al sostenimiento de pequeños dispensarios
de tipo cooperativo en las veredas de La Carlota, Cerrogrande, La
Culebra y Bodegas. No obstante las meritorias realizaciones, los
proyectos se vieron de pronto truncados ante los múltiples
coletazos del terror, que, cual es sabido, allí también se ensaña
con la población desprotegida. Entonces Aidée se trasladó en
octubre de 1982 a Arenal un corregimiento del municipio de
Morales, ubicado en la estribación nororiental de la Serranía de
San Lucas, al sur de Bolívar, en donde prosiguió su cometido
mediante el establecimiento de una farmacia y visitas periódicas a
las zonas rurales efectuadas con el objeto de curar a los
campesinos.
Hemos recogido las anteriores notas biográficas para que el país
conozca a qué clase de persona masacraron las Farc en esta
ocasión. No podrán entonar la infame muletilla de que ajusticiaron
a una agente de la CIA, a una informante o a un azote de los
pobres. La trayectoria de Aidée responde por su honestidad fuera
de duda. Aparte de haber vivido de su oficio de enfermera, se
había hecho dirigente sindical y cuadro político. Para su
injustificable eliminación no medió ninguna denuncia pública, ni
juicio alguno, ni nada. Simplemente, al peor estilo gangsteril, a
eso de las ocho de la noche del pasado 7 de marzo, un hombre y una
mujer llegaron a su residencia a darle muerte mientras le
solicitaban un medicamento. El único móvil del crimen estriba en
sacar al MOIR del campo, a cualquier costo, y con él a quienes no
compartan los dictámenes de una minoría envalentonada que al
socaire de la "paz" intimida al pueblo, obstruye el progreso y
enajena la nación. Por la misma causa asesinaron a Luis Eduardo
Rolón en San Pablo y a Raúl Ramírez en El Bagre.
Aspirando asumir el lugar de la víctima dentro del drama
sangriento que enluta a Colombia, la llamada Unión Patriótica nos
recuerda a cada minuto las centenares de bajas suyas acontecidas
en los últimos meses. Pero sus muertos no se asemejan a las
pérdidas sufridas por los muchos y auténticos representantes de
las fuerzas democráticas y laboriosas. El empeño de nuestra
militancia, ahí donde consiguió plasmarse, ha respondido a las
necesidades del trabajo, el desarrollo, la libertad y la
independencia, en tanto que los adeptos del proselitismo armado
encarnan totalmente lo contrario. La desaparición de Aidée pesa
más que la serranía de San Lucas con todo y cuanto la ocupa.
Además, el acribillamiento de concejales, diputados y congresistas
de la UP en varios municipios en lo fundamental ha obedecido a la
obcecada insistencia del Partido Comunista en "combinar todas las
formas de lucha", una táctica que deja expuesta la maquinaria
legal a la vindicta de quienes padecen el rigor del brazo
insurrecto, máxime cuando las promesas de concordia las borra de
un golpe la guerrilla y la opinión se exaspera de tamaña
ambigüedad, sostenida con mil artilugios durante más de un lustro.
Los encargados de la actividad pública viven a salto de mata,
mientras los clandestinos con cierta protección hacen de las
suyas. Esta política es una jugada de cartas en la cual los
perdedores deberían reclamar, demandando la revisión; o sea, que
se revise el revisionismo.
Llevamos harto rato oyendo que el país está al borde de la
insurrección o en la insurrección misma. Lejos de eso, las
contingencias de casi tres decenios, incluida la elección de Barco
por un holgado margen de millón y medio de votos sobre su
inmediato contendor, han desmentido contundentemente el manoseado
diagnóstico. Desde el propio Corinto, a la hora de firmar los
arreglos con el gobierno, el M-19 continuaba pronosticando la
inminencia del levantamiento general. Hoy se encuentra diezmado,
con los miembros del estado mayor bajo tierra y al acecho de un
milagro que le retorne la pujanza de sus instantes de gloria. Del
otro lado el comandante Jacobo Arenas, en su libro Cese al Fuego,
aun cuando excluye que nos hallemos en plena insurgencia, admite
los "asomos de una situación revolucionaria". Lo secunda el
excandidato presidencial de la UP, quien amenaza con que "esto
será un infierno", si los treinta y tantos frentes de las Farc
"regresan al campo de batalla". ¡Y todavía deploran que sus
seguidores sólo caigan por cientos en medio de la gran contienda!
Tales desenfoques y bravatas, como se ha visto, empujan ciegamente
a sustituir la controversia libre por el atentado personal, las
reivindicaciones republicanas por las medidas de excepción, el
reagrupamiento de las mayorías por la violencia indiscriminada. De
persistirse en la aventura de imponer una rebelión contra la
voluntad del país, intimidando a partidos y a particulares, ningún
lamento o gesto contemporizador habrá de parar la ofensiva de los
guardianes del orden, ni la proliferación de las partidas de
autodefensa, organizadas a costa de los sectores afectados. En
semejante eventualidad, la dispersión de las cuadrillas conducidas
desde las lejanías de La Uribe, configurará, marcialmente
hablando, una desventaja imposible de remediarse.
Varias publicaciones aseguran que pasan de cuarenta las falanges
cuasioficiales de contención constituidas poco a poco, dotadas de
la logística y el equipo necesarios y de cuya presencia activa ya
se tiene noticia en los sitios donde reinan el secuestro, el
boleteo y la vacuna. En cuanto a las tropas regulares, el gobierno
ha pregonado su fortalecimiento y modernización dentro de los
planes de primerísima prioridad, lo cual naturalmente significa
una considerable adición presupuestaria para la cartera a cargo
del general Samudio. Nuevas instalaciones ha puesto el ejército en
las zonas más apartadas y se anuncian otras. El desbrozo de
vitales vías de comunicación se encara con la celeridad del caso.
El servicio militar obligatorio fue ampliado de 18 a 24 meses.
Pero lo más singular consiste en el apoyo ofrecido a los cuerpos
castrenses por diferentes estratos y círculos, panorama que
contrasta con la fobia antimilitarista alimentada desde arriba
durante el período del apaciguamiento belisariano. Los ganaderos,
por ejemplo, dijeron estar dispuestos a respaldar a las Fuerzas
Armadas, no por intermedio de solidaridades escritas, sino a
través de los "recursos requeridos”, al barruntar la impotencia
del Estado para cumplir con sus deberes de acción preventiva. Tras
el encuentro sostenido con los altos mandos, la Dirección Nacional
Liberal, corrigiendo en algo su lenguaje vaporoso, empezó a
plantear la urgencia de darles el indispensable toque bélico a las
fórmulas políticas. El diario El Tiempo ha sugerido la
promulgación de un impuesto destinado a la seguridad que enseguida
recibió el aplauso de agricultores, empresarios, comerciantes y
jefes de las colectividades tradicionales. Si no llega a
sancionarlo el Congreso, se deberá sólo a la negativa de Barco de
acoger un gravamen molesto, no atractivo y, por lo demás,
reemplazable fácilmente con la financiación ofrecida a manos
llenas por sus amigos de la banca mundial.
Evidentemente el país, estragado de tanto carameleo, cambió de
actitud ante la pacificación dialogada; no concibe que después de
la amnistía, la excarcelación, las comisiones, el cabildeo, las
dádivas, etc., se reduzca el parte de victoria a dos cosas: la
matanza más inaudita de magistrados y el arribo al Capitolio de un
puñado de intrigantes del PC. Hasta los exmandatarios Lleras
Restrepo y López Michelsen, comprometidos antaño en la búsqueda de
un entendimiento con los insurgentes, formulan serias objeciones a
los tratos tolerantes. El uno advierte acerca del peligro de tomar
con ligereza el auge de los contingentes guerrilleros suscitado a
la sombra de los pactos suscritos. El otro aconseja vencerlos
primero y llevarlos luego a la mesa de negociaciones.
Cuán arrepentidos aparecen hoy quienes depositaron su fe en la
diplomacia de la "paz", lo indica el rompimiento de Plazas Alcid
con sus aliados parlamentarios, los cuales, según la requisitoria
del senador huilense, ostentan la credencial y el fusil a la vez,
impidiendo el desmonte del "aparato subversivo" e invalidando los
convenidos "mecanismos de transición de la lucha armada a la lucha
civil". El directorio conservador, a su turno, despejó cualquier
equívoco al precisar que no auspiciaría ninguna suerte de acuerdos
electorales con la UP; y otro tanto ha manifestado el liberalismo,
con excepción de dos o tres voces aisladas.
Todo apunta, pues, hacia una enmienda de fondo. Las elecciones de
1988 están llamadas a convertirse en un acto de contrición, tras
el fracaso de la pantomima que acabó legalizando la "guerra". El
MOIR contribuirá con gusto a este examen de conciencia, por cuanto
la facción que ha sido arbitrariamente colocada por encima de las
demás agrupaciones nos viene desalojando a tiros en numerosas
partes. Que las Farc depongan las armas y se sometan, como el
resto de los colombianos, en pie de igualdad, a las normas de la
Constitución, si desean hacer uso de los pocos o muchos gajes de
la democracia vigente. La figura de la tregua indefinida, pactada
a finales del cuatrienio anterior, fuera del contrasentido que en
sí misma conlleva, le permite a una sola colectividad entre todas
el mantener para siempre un ejército privado. El actual gobierno
está en la obligación de fijarle un término rápido y exacto a tan
insólito privilegio, cual lo insinuó en algún momento el consejero
Carlos Ossa Escobar; o quedan los partidos en la totalidad
autorizados para proporcionarse sus milicias y esgrimir también
las distintas modalidades de combate. El alegato de que sería
inútil la entrega del armamento, debido a que nadie sabe a ciencia
cierta a cuánto asciende, no resiste el menor análisis. Se trata
de desembocar en un convenio claro, concreto, viable, teniendo a
la nación entera por testigo; y así fuesen únicamente diez G3 los
depuestos, se entendería como una burla a lo acordado la
prosecución de las actividades guerrilleras.
Subsisten desde luego elementos adversos, tanto más difíciles de
contrarrestar cuanto que obedecen a la inercia de un proceso añejo
de seis años. Hay aspirantes liberales que aún rinden parias a
Castro en Cuba y claman por la unión con los epígonos de éste en
Colombia; así como hay conservadores que se sienten compelidos a
batirse en honor de los devaneos de un régimen de infausta memoria
pero encabezado por uno de los suyos. Son los ecos no extintos de
un trayecto por fortuna clausurado tras la aplastante derrota del
Movimiento Nacional el 25 de mayo. No obstante, cada vez menos
dirigentes de la gran coalición disuelta ansían disfrazarse de
revolucionarios con los raídos atuendos prestados al viejo Partido
Comunista. Las maquinaciones de los Ernesto Samper, tendientes a
elaborar en los próximos sufragios listas conjuntas con las
huestes de Vieira y Marulanda, reciben la catoniana reprimenda
incluso de los propios copartidarios; y la idea de concertar unos
comicios exentos de coacciones y chantajes con el concurso y la
vigilancia de la UP, el frente desarmado de los otros frentes, es
una ocurrencia típicamente liberal que produce risa entre el
grueso público.
Ya se dejan un tanto de lado los "factores objetivos de la
subversión" para responsabilizar de las virulencias desatadas a
las generosidades de la administración Betancur con los "factores
subjetivos". Lo han exteriorizado, cada cual a su manera, los
quíntuples del liberalismo oficialista, el doctor Alvaro Gómez
Hurtado y el primer mandatario. Este viraje, además de los
reacomodos que introduce en el terreno de las bregas partidistas,
tiene innegables incidencias en la teoría, pues uno de los
razonamientos con que se ha justificado la "guerra" y aun los
enredos de la "paz", ha sido precisamente el de que las hondas
disparidades sociales de por sí implantan los métodos violentos en
lugar de los pacíficos. a explotación, el desempleo, la miseria,
suministran tema y hasta objeto a la política, sin que por eso
definan la forma que aquélla adopte, lo cual depende de variadas
circunstancias, como la índole de las corrientes en pugna, la
correlación de fuerzas, los antagonismos internacionales, el
carácter del sistema imperante, las peculiaridades del
ordenamiento jurídico... Aquí, en Colombia, una república nacida
de la revolución burguesa universal y fundada en los albores del
siglo XIX, existen todavía determinadas reglas democráticas,
aprovechables dentro de la labor de favorecer y unir sin
exclusiones a los destacamentos amantes del progreso y de la
integridad de la patria. Los procederes terroristas, o delictivos,
el homicidio entre ellos, entraban por completo esta tarea y
facilitan los cierres de los canales de expresión, no las
"aperturas". De igual modo, se va poniendo al descubierto el
entronque de las agresiones del PC dentro de nuestras fronteras
con el expansionismo a nivel internacional de la Santa Rusia de la
era socialista. Asunto de una importancia que Contadora disimuló
hasta el día de su melancólico fracaso. Tanto en el partido de
gobierno como en el bando de la "oposición reflexiva" surgen
analistas que previenen sobre la intromisión creciente de los
intereses prosoviéticos en el país, cuyo destino de cualquier modo
consideran sujeto a los azares de Centroamérica y el Caribe, el
escenario americano del conflicto por el reparto del orbe. El
alcance de aquellas inquietudes se refleja en el rapapolvo que el
representante Ernesto Lucena le echa al alto mando liberal a
consecuencia de las vacilaciones de éste; en las indirectas contra
sus exsocios de la UP, lanzadas por el club de arrepentidos a
través de Plazas Alcid, y en los editoriales admonitorios que de
cuando en cuando ofrece a sus lectores la gran prensa. De nuestra
parte, seguimos creyendo que el pueblo colombiano no les brindará
nunca la confianza a quienes condenan las injerencias de Estados
Unidos o Europa en territorios ajenos, mas alaban y obedecen a los
invasores de Afganistán. Distinguir entre despojos malos y
despojos buenos es la peor variante del antipatriotismo.
Comprendiendo el notable deterioro de su situación, los
beneficiarios de la tregua han salido con que la estructura
organizativa creada para ir a las elecciones y agilizar el
reintegro a la vida civil nada tiene que ver con su movimiento
guerrillero, origen y materia de las gestiones pacificadoras.
Ahora resulta que la trilogía Partido Comunista, Unión Patriótica
y Farc, de esencia unívoca, posee tres centros distintos de
dirección, ninguno de los cuales responde por las añagazas de los
otros. Así se contesta a las preocupaciones de la nación,
colocando sobre las maniobras fallidas maniobras por fallar, una
burla inacabable que muestra cómo los caballeros de esta pandilla
se aferran a su condición de ciudadanos extraconstitucionales, con
la que fueron ungidos en la ceremonia del 28 de marzo de 1984,
fecha de iniciación del alto al fuego, refrendado bajo las brisas
del río Duda.
Con argucias parecidas se arremete contra los gremios productivos,
culpándolos de caldear los ánimos y empecinarse en la represión,
cuando aquéllos apenas si han apelado al derecho que los asiste de
recabar de la rama ejecutiva unas garantías mínimas, por falta de
las cuales la industria y en particular la agricultura se hallan
abocadas a sufrir serios trastornos. Aunque algunos funcionarios
estimulen con sus declaraciones tales infundios y el gabinete
sienta poco afecto hacia las solicitudes justas, la tendencia en
ascenso, como atrás lo señalamos, es la inversa; el pueblo
trabajador ha ido esclareciendo que, para la conquista de sus
caros objetivos, requiere de una anchurosa alianza con todos los
estamentos sociales que resguarden la producción y la soberanía
del país.
Y la ulterior estratagema de los favoritos del mandato belisarista
ha consistido cabalmente en volver los ojos hacia los
conservadores, a los que siguen contemplando cual tabla de
salvación, y en forma preferente hacia Misael Pastrana, el cerebro
gris de la pacificación por las buenas. ¿Y a Pastrana quién lo
salva? Los aprietos del expresidente son de tal monta que, pese a
exigir más diálogos y comisiones, más de lo mismo, en extenso
reportaje entregado al órgano del Partido Comunista, se queja de
las "incertidumbres" y aboga por "acuerdos definitivos". En otras
palabras, idéntico al resto, está a la espera de definiciones.
Sí, se torna imprescindible el rescate del primer postulado de la
democracia: igualdad de derechos, sin salvedades de ninguna
naturaleza.
Impulsemos una solución nacional que tome en cuenta las opiniones
de productores y comerciantes, clérigos y militares, obreros y
campesinos. Detengamos el sacrificio de seres honrados y útiles a
Colombia como Aidée Osorio. Y actuemos consecuentemente, viendo el
pasado y escrutando el porvenir.
Movimiento Obrero Independiente y Revolucionario
MOIR
Comité Ejecutivo Central
Francisco Mosquera
Secretario General
A MANERA DE MENSAJE
DE AÑO NUEVO
Diciembre 30 de 1988
Publicado en El Tiempo el 31 de diciembre de 1988.
El personaje colombiano de 1988, por así decirlo,
fue indudablemente la violencia. Y repite, porque también tuvo
primerísima distinción en 1987, 1986 y 1985. La seriedad del
asunto estriba en que nos hallamos, no ante un fenómeno
cualquiera, sino frente a la implantación en las lides políticas
de los bárbaros métodos de la extorsión y el crimen. Dentro de las
múltiples causas de la incontenible mortandad, enumeradas durante
este largo tiempo por sociólogos y comentaristas de distinto jaez,
sin excluir la gratuita impugnación al carácter supuestamente
perverso de los colombianos, poca importancia se le ha atribuido
al principal factor: el ruinoso legado de la estrategia
apaciguadora de Belisario Betancur. Sorprende la "amnesia"
colectiva, sobre la cual divagaba no hace mucho otro de nuestros
ex presidentes.
Luego de la toma del Palacio de Justicia por parte del M-19, que
concluyó segando la vida de la mitad de la Corte, en cualquier
país medianamente culto se habría procedido, ante lo trágico y
nocivo de los acontecimientos, a una rectificación de fondo. Pero
no. Al mes siguiente de los luctuosos episodios, el propio
mandatario, en entrevista a Le Nouvel Observateur que reprodujo El
Tiempo de Bogotá, orondamente reiteró no haber "cerrado las
puertas al diálogo" dentro del "proceso de paz en que nos hallamos
empeñados". Con el agravante de que en dicho reportaje aceptaba
que a la hora del día del asalto "había cita" con el propósito de
barajar acuerdos. En otras palabras, los terroristas
desprevinieron al jefe del Estado mientras preparaban la temeraria
ocupación. De momento no queremos extendernos sobre algo que pasó
inadvertido pero que se dijo. Una confesión de cuyas verdaderas
implicaciones nadie se ha ocupado pero que bien hubiera merecido
una investigación, en lugar de la retórica denuncia ante la Cámara
del exprocurador Jiménez Gómez en torno a las vicisitudes del
operativo militar, puesto que concierne a la forma como se cumple
con los deberes constitucionales de salvaguardar la seguridad
pública inherentes al ejercicio del cargo presidencial. Apenas sí
lo tomamos cual punto de referencia, ahora, cuando las figuras
estelares del cuatrienio anterior, los doctores Betancur y
Pastrana, conmovieron a su audiencia al demandar, en comunicado
conjunto del nueve de los corrientes, las "aproximaciones
necesarias” entre el gobierno y la Coordinadora Guerrillera, con
el sofisma de que los frentes de las Farc una vez más "cesaron
unilateralmente fuegos".
No se trata, pues de ingenuas tolerancias. Además, la ingenuidad
reiterativa se convierte en complicidad. Estamos ante una
estratagema meditada y tejida con antelación, merced a la cual
segmentos de la clase dominante, primordialmente el ala
mayoritaria del Partido Social Conservador y algunos liberales
ávidos, han comenzado su fragoso ascenso hacia el pleno poder
buscando reeditar la triste crónica de la paz belisariana. Se
pretende empeñar la tranquilidad del pueblo por otros cuantos años
más a cambio de una irrefrenable ambición. Y se hace
conscientemente, ya que ningún colombiano ignora el costoso
desencanto de una pacificación que lo ensayó todo o casi todo,
menos la desmovilización de los grupos insurrectos.
Los resultados están a la vista. Nunca hubo tal afloración de
delitos en nuestras tierras como en la actualidad; pero tampoco
jamás se había admitido el proselitismo armado, con lo que se puso
en desventaja a las colectividades desprovistas de instrumentos
bélicos y se quebrantó la igualdad de los ciudadanos frente a la
ley, ese postulado básico de la organización republicana. Tal
deterioro de las costumbres políticas, fuera de lesionar
directamente a las masas irredentas y en especial al movimiento
obrero, se ha tornado en otra de las protuberantes trabas al
desarrollo nacional. Suprimir tan enorme perturbación representa
una labor prioritaria del futuro inmediato. Para ello se precisa
de por lo menos las siguientes condiciones: rechazo a los intentos
de revivir el viejo pacifismo fracasado; apoyo a los sectores que
han tenido que adelantar sus quehaceres habituales bajo las
exacciones continuas de la coacción autorizada, y establecimiento
de unas explícitas reglas de juego democráticas de obligatoria
observancia para todos los partidos.
Creemos que el plan de paz de la administración Barco, de
esgrimirse tal cual ha sido esbozado, contribuirá a estos anhelos
y por tanto debe respaldarse. De cualquier modo, que no haya más
treguas indefinidas, más diálogos estériles ni más pactos
altisonantes, mientras la nación entera se debilita, se desangra y
se corrompe.
EL PROBLEMA SOCIAL NO DETERMINA LA
INSURRECCIÓN
Desde finales de la década del cincuenta los
anarquistas criollos vienen imputando sus frustradas rebeliones a
las agudas diferencias económicas que prevalecen en la sociedad.
El argumento suena muy sabio; sin embargo, resulta profundamente
falso. En cualquier época y lugar, al margen de cuán extremada sea
la miseria de las gentes, el requisito indispensable de cualquier
guerra civil del modelo que entre nosotros se pregona consiste en
el concurso eficaz de la población. Y en Colombia, por lo menos
desde el surgimiento del Frente Nacional, el pueblo se ha mostrado
apático a la solución violenta. Seguir justificando las aventuras
terroristas con los desajustes sociales, como suelen hacerlo los
políticos astutos y los clérigos piadosos, significa simplemente
que nunca habrá "paz", pues las transformaciones históricas no se
coronan en un santiamén ni brotarán de los arreglos de tregua. Los
insurgentes continúan supeditando cualquier compromiso verdadero
con el régimen a un entendimiento previo sobre los proyectos de
desarrollo, el reparto de la riqueza y aun la inclusión en la
nómina oficial. A los colombianos les consta que bajo semejantes
premisas la llevada y traída reconciliación no deja de ser una
entelequia, cuando no un engaño.
Como la acción guerrillera está de espaldas a la realidad, sus
auspiciadores se han dado progresivamente licencias que riñen con
los procederes revolucionarios. El sostenimiento de las huestes
errantes se vuelve la preocupación más imperiosa. Los diversos
comandos, en una forma u otra, han aceptado ejercer el secuestro,
y el país lo sabe. Cuando caen de improviso sobre uno de esos
municipios olvidados de Colombia van infaliblemente tras los
fondos de las pequeñas oficinas de la Caja Agraria. En el último
período han enfilado sus iras contra los medios productivos,
destruyendo fábricas, tumbando torres de energía, inutilizando
dragas, prendiendo galpones o volando oleoductos. Presionan a los
campesinos de las regiones marginadas a emprender marchas en
solicitud de vías y de puentes, y luego los dinamitan. Respecto a
las bregas políticas y gremiales, no resisten la tentación de
echar mano de los medios coercitivos para dirimir las
controversias y precipitar las decisiones.
Los adalides de esta tendencia han llegado a tales límites que
Jorge Carrillo, su connotado socio dentro del campo sindical,
denunció en medio del desconcierto, tras el fallido paro del 27 de
octubre, que la protesta "fue derrotada por la subversión y el
terrorismo"; atreviéndose incluso a exigir “que se rechace toda
ayuda de la guerrilla al sindicalismo” y "que la Cut no se preste
a campañas contra las Fuerzas Armadas", un vuelco harto
sustancial.
En síntesis, las hazañerías de la extremaizquierda nada tienen que
ver con una eclosión del descontento popular. Todo lo contrario.
Intentan sustituir la actuación de las masas, pisotean los
funcionamientos democráticos, ferian la vida de propios y
extraños, alteran el desenvolvimiento civilizado de la
confrontación política y dañan los bienes de utilidad pública. En
su corto desplazamiento hacia el Río de la Patria, José Antonio
Galán dejó sobre el tema bellas lecciones, no sólo de escrupuloso
uso de las propiedades que temporalmente incautó, sino de respeto
a las existencias de los enemigos que quedaban inermes.
EL EJÉRCITO TAMPOCO ES EL RESPONSABLE DEL
CONFLICTO
Las otras tesis con que se sustenta la
congruencia del levantamiento armado, o la táctica de "la
combinación de todas las formas de lucha", por lo común giran
alrededor del papel represivo de las Fuerzas Armadas. Esta postura
luce bastante radical mas carece de fundamento. Después del
entreacto castrense, que dio fin a la cruenta disputa entre
liberales y conservadores, el régimen vigente ha avanzado por la
senda de la democracia representativa, con las obvias limitaciones
correspondientes a su índole de clase. Las entidades encargadas
del orden no han sido ni más ni menos draconianas que lo
característico en una república burguesa de tipo medio. No
obstante mantenerse en la práctica, el bipartidismo se ha ido
desmontando jurídicamente, así sea al estilo colombiano, a
cuentagotas, hoy un artículo, mañana un inciso. Aquí las facciones
políticas no se han visto obligadas a enmontarse con el objeto de
eludir la espada exterminadora del Estado. Sucede a la inversa. A
pesar de enmontarse sobreviven bajo el manto de la legalidad.
Se distorsionan innecesariamente las cosas cuando se afirma que en
Colombia, en las últimas décadas, el llamado estamento civil ha
estado sujeto a la égida militar. Antes bien, bajo el experimento
del "sí se puede", los caprichosos dictámenes del Ejecutivo
obstaculizaron de continuo el despliegue del ejército, a la par
que aumentaban con inusitada rapidez los motivos de zozobra.
Durante la vigencia de la tregua más de un general de la república
ha salido milagrosamente ileso de brutales atentados; y a dos
ministros de la defensa se les decretó la baja, sin ningún,
miramiento, por pedir "pulso firme" ante la descomposición
reinante. Si el uniforme ha adquirido cada vez mayor realce, ello
obedece a los prodigios de la pacificación dialogada. ¿Por qué
quejarnos entonces de que se les entregue en custodia a los
militares las zonas maceradas por el genocidio y la vindicta? ¿0
que éstos adopten el cariz deliberante que los cánones les
prohiben? ¿No llegamos a esa paradoja después de mucho trámite,
elucubración e incumplimiento? Un inopinado desenlace que acabó
restringiéndole la libertad de opinar al desprotegido en tanto se
la prodiga a quienes posean la protección suficiente para sí y
para otros.
El surgimiento de los apodados grupos de autodefensa constituye,
sin más requilorios, otra de las repercusiones nefandas de la
comedia de la "paz". Aparecieron después de la amnistía y de la
firma de los armisticios, no antes. Encarnan una respuesta a la
"guerra", no la razón de ésta. No son criaturas primigenias de las
tropas regulares, como inocentemente se arguye. Tales desviaciones
cuentan con un soporte social muy definido, las incontables
víctimas de la "vacuna revolucionaria". La instauración de la
venganza cual macabro expediente para resolver las contradicciones
políticas nos parece la peor purulencia de los males que acongojan
a Colombia. Sin embargo, nos encontramos convencidos también de
que mientras no se despejen los interrogantes que estamos
planteando; mientras no cesen las vivezas de las siglas que burlan
los códigos y a la vez desean disfrutar de las franquicias de la
democracia; mientras no se asuma una actitud consecuente, diáfana,
ante la urgencia de que rijan, sin favoritismos y conforme a
derecho, las instancias constitucionales, seguirá prevaleciendo la
temida justicia privada. Hasta Bernardo Jaramillo Ossa, el locuaz
presidente de la UP, ha admitido que la muerte por cientos de
copartidarios suyos "tiene que ver con el origen de la
agrupación", "ligado al movimiento guerrillero". Lo intuyen, mas
le echan la culpa total a las deficiencias del sistema en materia
de garantías democráticas. No obstante, a la dirección del Partido
Comunista bien le valdría recapacitar sobre estas conclusiones de
uno de sus miembros y corregir la línea, en beneficio del país y
de la militancia.
En presencia del oscuro panorama, muchos de los partidarios de los
tejemanejes del apaciguamiento han decidido enarbolar, con ínfulas
de grandes descubridores, los antiguos enunciados del derecho de
gentes Estimuladas ya las tentativas insurreccionales tras la
divulgación de toda suerte de mentirosos criterios, ahora se
piensa darles legitimidad, subordinando las medidas de control de
la conmoción interior a las laxas interpretaciones de los
convenios de Ginebra y corriendo los albures de los nuevos
percances que de ellos surjan. Se propone no terminar la vandálica
reyerta sino humanizarla. Y lo ansían igualmente los alzados en
armas, inclusive reclamando la utilización en tal sentido del
artículo 121, con miras a internacionalizar su pleito y contener,
de paso, a los cuerpos de seguridad. ¡Que intervengan en los
asuntos internos nuestros cuanta asociación fantasmal hayan creado
en el mundo los áulicos de Nicaragua, Cuba y la Unión Soviética!
Eso por un lado, y por el otro, ¡que el gobierno practique la
"paz" aunque se le imponga la "guerra"! No otra cosa han entrañado
las delegaciones extranjeras invitadas por los organismos legales
de la guerrilla para que juzguen el traumático acontecer del país.
0 las exhortaciones a que las autoridades resguarden a quienes,
además de incurrir en los denominados delitos conexos a la
rebelión, atacan vehementemente a la fuerza pública. ¿En qué
contienda civil digna de su nombre el bando insurgente le exige
amparo al bando del orden, cual ocurre en Colombia, sobre todo a
raíz de las horrendas y repudiables masacres del año que expira?
Miguel Antonio Caro, el estilista de la supérstite Constitución de
1886 afirmaba que "nada es ciertamente tan anormal como la
guerra". Ya entonces, y aun desde antes, se reconocía que la única
talanquera del estado de anormalidad radica en las vaguedades del
referido derecho de gentes porque el resto de prerrogativas
consagradas se suspende o puede suspenderse en procura del retorno
a la tranquilidad ciudadana. De ahí que los alegatos sobre los
alcances de las normas de excepción, o sobre el reconocimiento o
no del carácter beligerante de los sublevados, se ventilen a costa
de las masas expoliadas, cuyas conquistas democráticas languidecen
a medida que se avivan las disquisiciones exegéticas. Al pueblo
trabajador, en definitiva, muy poco le conviene reemplazar las
posibilidades del precepto escrito con las artificiosas
alteraciones y las ilusas perspectivas de una revolución tramitada
por decreto.
LA PRODUCCIÓN NACIONAL NO HA CONTADO CON
EFECTIVO APOYO
La creencia de que la lucha reivindicativa
requiere para su buen augurio del aherrojamiento de los sectores
productivos de la ciudad y el campo es otro de los extendidos
equívocos que la nación está en mora de dilucidar. El atraso y el
yugo económico de los consorcios de las metrópolis tradicionales
hacen de las tareas de la industrialización de Colombia un desafío
progresista y hasta heroico. Bastantes comentarios ha merecido la
situación de la zona bananera de Urabá, donde se lleva a cabo un
encomiable esfuerzo de desarrollo. Si allí se prescindiera de la
cooperación de los trabajadores, lógicamente no habría nada; pero
el tacto y el arrojo de los inversionistas también han sido claves
para la obtención de metas tan tangibles como la trasferencia a la
balanza de pagos de doscientos millones de dólares anuales por
concepto de exportaciones. En aquella esquina del territorio
patrio se ha librado una recia batalla contra la dejación de los
gobiernos, la preponderancia de las comercializadoras extranjeras
y, recientemente, contra los efectos mefíticos de la violencia.
Podríamos traer a cuento muchos otros ejemplos elocuentes, en
particular el de los restantes cultivos tecnificados, cuyos
propugnadores, a punta de sacrificios, le pulen poco a poco la
mustia faz al agro colombiano. Con todo, no existe suficiente
comprensión sobre la trascendencia de tales consecuciones. Más de
un activista político cosecha aplausos entre el electorado con sus
improperios contra industriales y agricultores. Los debates de la
última reforma agraria se dirigieron a fustigar más a los
empresarios encargados de la modernización de las áreas rurales
que a quienes todavía personifican los remanentes del feudalismo.
La capa burguesa cuya fortuna se deriva directamente del Estado o
de los favores de éste o que amasa su riqueza por medio de las
operaciones especulativas, con frecuencia aspira a soslayar sus
privilegios arremetiendo contra la capa burguesa ligada al
engranaje productivo. Y desde los tiempos de López Michelsen los
roces entre funcionarios y gremios se han venido agudizando.
Escollos todos éstos que sí debieran allanarse a través de un
consenso que jalone el crecimiento material del país, sin el cual
ningún programa de rehabilitación tendrá significado valedero. La
prosperidad no será factible con la supremacía de los menesteres
parasitarios sobre las acucias de la producción, o con un manejo
indebido de la deuda externa, el déficit fiscal junto a sus
secuelas inflacionarias y los otros parámetros fundamentales de la
economía.
En cuanto al proletariado, se halla muy ajeno a cifrar su ventura
en la destrucción de las máquinas o en el asolamiento de las
gentes. El Sindicato de Mineros de Antioquia, con sede en el
municipio de El Bagre, por su cuenta y riesgo acaba de disponer,
"en legítima defensa del sagrado derecho al trabajo" la reparación
de las torres que suministran el fluido eléctrico a la empresa y
que fueron derribadas por la guerrilla. Este primer precedente
claro nos está advirtiendo hasta qué punto los adelantos de la
lucha obrera llegan a conjugarse, dentro de nuestras singulares
circunstancias, con la preservación y el fomento de las fuentes de
empleo.
El cometido del MOIR reside actualmente en recoger las
reconfortantes enseñanzas que dejan los despropósitos y los
desafueros de más de un lustro de historia colombiana. A mediados
de 1988 las disímiles banderías coincidieron con nosotros en el
llamamiento a construir un frente único por la salvación nacional.
Lo curioso es que muchas de ellas interpretaron la consigna como
la oportunidad de volver a las abortadas maniobras del pasado,
cuando, precisamente, se barrunta la ocasión feliz para un
replanteamiento justo y valeroso, sobre el cual seguimos
insistiendo. ¿Acaso los nuevos horizontes no han sido siempre el
hallazgo de las épocas de intranquilidad, no de los días de calma?
Movimiento Obrero Independiente y Revolucionario MOIR
Comité Ejecutivo Central
Francisco Mosquera
Secretario General
NO HAY CAUSA NOBLE
0 VIL QUE JUSTIFIQUE EL SECUESTRO
Septiembre 26 de 1990
Carta enviada por Francisco Mosquera a Hernando Santos Castillo,
director de el Tiempo, el 26 de septiembre de 1990.
Señor Hernando Santos Castillo
Director de El Tiempo
Señor director:
Hoy se cumplen siete días del repentino y angustioso secuestro de
Francisco Santos Calderón, jefe de redacción de El Tiempo,
ocurrido el miércoles pasado por parte de un grupo de facinerosos
que sin contemplaciones dio muerte a su chofer, José Oromacio
Ibáñez. Aún no se sabe con certeza la autoría del golpe, ni los
móviles del mismo; pero la circunstancia de que haya coincidido
con la desaparición de varias personas, entre las cuales se
mencionan periodistas de otros medios, como doña Diana Turbay de
Uribe, hija del expresidente Turbay, hace pensar a muchos
comentaristas que afrontamos de nuevo una de esas conjuras que con
frecuencia postran a Colombia y la avergüenzan ante los ojos del
mundo. Sea lo que fuere, le expresamos a usted, a sus familiares y
amigos nuestros sentimientos de solidaridad en el difícil trance y
nuestra esperanza de que a la postre todo saldrá bien.
Por configurar una de las fechorías más abominables, el secuestro,
podríamos decir, ha sido repudiado en todas las latitudes. No hay
causa, noble o vil, que lo justifique. Desgraciadamente, este
instrumento tan exclusivo de la delincuencia común, pasó a
constituirse en parte integrante de la táctica de las guerrillas
colombianas y, a través de ellas, en el símbolo de la lucha
seudorrevolucionaria. Numerosas voces, hasta las menos esperadas,
salieron en defensa del fenómeno; y en especial cuando se propuso
la inclusión de los "crímenes atroces" dentro de la amnistía
concedida durante el cuatrienio de Belisario Betancur. Así acabó
extendiéndose y santificándose la práctica de retener a adultos,
ancianos y niños con fines lucrativos o como medio de presión. Por
eso hemos insistido en colocar, entre los grandes objetivos
nacionales a obtener, la civilización de la contienda política, de
tal forma que quienes recurran a cualquiera de las manifestaciones
del vandalismo queden aislados y reciban ejemplar sanción.
Otra de las políticas erróneas, que tanto le han costado al país,
estriba en el tratamiento veleidoso que se la venido dando al
narcotráfico. Por satisfacer las demandas de Washington, cuyas
autoridades se han valido de aquella calamidad como un pretexto
para meter las narices en América Latina, los últimos gobiernos
colombianos han oscilado entre la extradición por la vía
administrativa, sin tratado internacional ni garantías procesales,
y el acuerdo secreto con los más perseguidos proveedores de la
droga. Se teme que Francisco Santos Calderón y los demás
periodistas extraviados sean otras de las incontables víctimas de
tales inconsecuencias. De ser esto verídico el país entero debe
abogar por la pronta liberación de los secuestrados y exigir que
sus vidas se sustraigan del oscuro juego. Y que la gravedad del
incidente sirva para volver las cosas a su cauce normal: que la
nación haga respetar la soberanía, democratice la justicia y
prevenga el delito.
Lo cual se hace absolutamente indispensable en el momento actual,
cuando la gran potencia del Norte, con la complicidad de los
colaboracionistas colombianos, convierte nuestro suelo en un
mercado libre en donde vender, comprar e invertir a sus anchas. En
honor a la verdad digamos que Francisco Santos, en su columna del
18 de los corrientes, justamente planteó serios interrogantes
sobre la apertura económica en que viene empeñada la nueva
administración, exhibiendo una prisa que sorprende y echando mano
de unos procedimientos que espantan. Inquietudes cada vez más
presentes, no sólo en las reuniones obreras, o en los foros de
intelectuales, sino en las páginas de los periódicos. La nación
terminará uniéndose para salvarse.
Francisco Mosquera
Secretario General del MOIR
DESPEDIDA A UN
CAMARADA
Septiembre 8 de 1980
Discurso pronunciado por Francisco Mosquera en la Plaza de La Pola
de Ipiales, durante la concentración en homenaje a la memoria de
Heraldo Romero, el 8 de septiembre de 1980, y publicado en Tribuna
roja No 37 de febrero de 1981.
Querido camarada Heraldo Romero:
Entre todos los deberes que nos ha impuesto la revolución ninguno
más penoso que éste de devolver a la tierra tus despojos mortales.
No conseguimos atinar por qué extraño giro del destino nos
encontramos de pronto privados de la compañía y el sostén de tan
entrañable camarada. No estamos despidiendo a quien hubiese
recorrido el cielo de la existencia y llegado al fin, por ley
natural, a la hora del reposo, sino a quien apenas avanzaba en la
senda de la vida y hacía brotar por doquier hermosas esperanzas.
No damos sepultura a un carácter melancólico o pusilánime, sino a
un hombre extraordinariamente activo que con su alegría embriagó
siempre a cuantos le rodearon.
Tampoco estamos frente a uno de tantos del montón que aceptan
dócilmente el papel alienante que a cada cual le reserva esta
sociedad caótica y rapaz, sino ante el rebelde que descolló en la
brega por transformar el mundo en beneficio de las mayorías
menesterosas. No contemplamos la partida de un compañero más, sino
la de un forjador del movimiento proletario y un genuino fogonero
de la causa de los desposeídos. Nos ha dejado un valiente. Hemos
perdido a uno de nuestros conductores más promisorios. Por miles
de razones nos cuesta aceptar este cruel golpe del infortunio.
Nadie lo hará mejor que tú ni más entusiastamente. Muchos
trataremos de cerrar filas en tu nombre pero jamás lograremos
llenar el vacío que queda con tu ausencia.
La hechura de un partido revolucionario obrero, que crece
proscrito en franca hostilidad con los poderes establecidos y que
funde su suerte con la de las fuerzas esclavizadas y oprimidas,
consiste en el fondo en la formación de unos cuadros lúcidos
ideológica y políticamente, disciplinados y leales, capaces de
vincularse y guiar a las masas a través de las tormentas de clase
y dispuestos a arrostrar cualquier sacrificio y deponer sus
intereses particulares por los del común. Dichos cuadros se
convierten en el tesoro más preciado del Partido, puesto que su
desarrollo requiere varios años y dedicación permanente. En los
momentos cruciales será la destreza de aquéllos la que decidirá el
porvenir de la contienda. Para el MOIR, cuyos componentes han
jurado destronar a los explotadores y verdugos del pueblo y sólo
aspiran a la victoria total, la muerte de Heraldo Romero
representa un revés incalculable.
Sin escatimar esfuerzos dedicó sus vitales energías y su brillante
inteligencia a las tareas de la construcción partidaria. Cuando la
enfermedad minaba sus carnes, el batallador nato que había en él
se resistió a postrarse, y hasta el último instante estuvo
pendiente de los problemas del Partido y preocupado por sus
camaradas. Las labores militantes las llevó a efecto sin falta en
el seno de las masas populares. Dentro del estudiantado veló sus
armas de eximio paladín y fue uno de los primeros líderes del
caudaloso movimiento juvenil de comienzos de la década del 70, en
el que se mostró ya como gran orador y combatiente insobornable
contra el oportunismo. Innúmeras veces se halló al frente de
heroicas jornadas del pueblo nariñense, lo mismo en paros cívicos
de envergadura departamental que en movilizaciones locales en pro
de básicos derechos de la ciudadanía. En más de una oportunidad
las multitudes enardecidas lo rescataron de las prisiones del
régimen. Se desveló por las masas campesinas e indígenas a las que
respaldó y orientó en sus múltiples batallas por la tierra y la
organización, abriendo brecha hacia el agro y encabezando la
consigna de enraizar el Partido en las zonas rurales. En otras
ocasiones lo vimos ligado personalmente a las lides del
proletariado colombiano, alentando a los obreros, instruyéndolos e
intercambiando criterios con ellos sobre las cuestiones
fundamentales de la emancipación. Prestó su concurso a tantas
peleas memorables que creo no exagerar si afirmo que las gentes
perseguidas de Pasto, Túquerres, Ipiales, Tumaco, Orito, Puerto
Asís y del resto de poblaciones de Nariño y Putumayo supieron
invariablemente de Heraldo Romero cada vez que se levantaron en
protesta por alguna iniquidad de los gobernantes de turno. ¿Puede
haber acaso para un partido revolucionario un pionero, un puntal,
un propagandista mejor? Mas esto no es todo.
A cada paso propendía por la línea antiimperialista y de salvación
nacional defendida por el MOIR, y sus ojos se iluminaban de júbilo
al saber o al narrar algún episodio de repudio de los sectores
patrióticos y democráticos contra los monopolios extranjeros y sus
testaferros criollos. En sus luchas por la liberación y la
soberanía del país rechazó las posturas engañosas del nacionalismo
y proclamó invariablemente la unión de los obreros y pueblos del
planeta.
Estudió y propagó las enseñanzas de los ideólogos del socialismo
científico y él mismo fue un marxista-leninista consecuente. Nunca
le conocimos una vacilación en la dura refriega contra las
contracorrientes revisionistas, cuya derrota la consideró siempre
como una condición indispensable del éxito de la revolución
colombiana. Alertó al pueblo sobre los peligros de la expansión
soviética y denunció sin tregua las pretensiones de sus agentes en
el Hemisferio. Aunque comprendía como el que más que Colombia
atraviesa aún en su evolución histórica por la etapa democrática y
que nuestro objetivo estratégico actual radica en la constitución
de un frente único de liberación nacional, rechazó firmemente los
postulados burgueses de quienes sustituyen la revolución por la
reforma en aras de una inconsistente alianza de las clases
explotadas y oprimidas. Dentro del MOIR se distinguió por el trato
fraternal con sus compañeros y por el celo que puso en la
salvaguardia de la unidad del Partido.
La única manera de reparar en parte la pérdida que hemos sufrido
con la prematura desaparición de Heraldo Romero es resaltar y
cultivar su ejemplo en cuanto simboliza. No habrá monumento
superior a su memoria Tendremos que seguir adelante si aspiramos a
que sus vigilias y empeños no hayan sido en vano. Y triunfar como
él, que se marchó victorioso pues alcanzó todo lo que se propuso.
Sólo las limitaciones de tiempo y de lugar le impidieron ver el
radiante amanecer de la libertad sobre el territorio patrio. Le
correspondió combatir en un largo trayecto de reflujo y de
acumulación de fuerzas, empezando por la necesidad de disipar las
tinieblas y suplir la inexistencia de una vanguardia
revolucionaria. Consciente de las condiciones políticas que le
correspondieron cumplió su misión sin desesperos ni pedanterías. Y
en los principales pasajes de su vida trazó el modelo de la
conducta de un verdadero comunista para los períodos
prerrevolucionarios.
El MOIR, que es tu obra, encenderá la pradera y escribirá los
capítulos que te quedaron inconclusos por un designio
inescrutable.
Querido camarada Heraldo Romero:
Al concluir en esta hora aciaga el balance obligado de tu
práctica, no descubrimos una sola mácula que obscurezca el
conjunto de tu epopeya revolucionaria. Seguramente los enemigos,
en el afán por atacarnos, hallarán gratuitamente fallas o excesos
qué atribuir a tu comportamiento acrisolado. Eso se descarta. Los
defectos y las cualidades de los hombres, al igual que los demás
hechos sociales, están sometidos inexorablemente a los juicios de
clase. Nosotros te admiramos, te respetamos, procuramos imitarte,
porque asumiste cabalmente la posición de la clase obrera y
luchaste con acierto por la felicidad del pueblo. Ello nos
reconforta. Para nosotros encarnas las excelsas virtudes de tu
raza y de tu estirpe. Ello nos basta.
En la certeza de que continuaremos amando lo que amaste y odiando
lo que odiaste, no te decimos adiós sino hasta siempre.
PALABRAS PARA QUE
NO SE OLVIDEN NUNCA
Julio 26 de 1983
Oración fúnebre pronunciada en el entierro de Clemencia Lucena, el
26 de julio de 1983 y publicado en Tribuna Rona No 46, de
diciembre 1983-enero 1984.
Clemencia:
Como te conocíamos y como sabemos que, si te fuera dada la
licencia de demandar algo, ahora, en la hora inexorable de la
despedida, sólo indagarías por el afecto de tus compañeros de
fatigas e inquietudes, es que deseamos decirte unas cuantas
palabras para que no se olviden nunca. La muerte te propinó un
golpe artero cuando aún tenías mucho por aportar a la causa de los
expoliados e ignorados, pero no pudo velar el hecho
incontrovertible de que caíste en medio del campo de batalla. Al
Valle del Cauca te trasladaste en cumplimiento de tus magníficos
proyectos y de ligarte en alguna forma aunque fuese temporalmente
con el proletariado de aquella brava porción de la patria, tanto
para plasmar en vivos colores la insumisión de los esclavos
asalariados y enriquecer el arte revolucionario, como para
fortalecer el ánimo de los combatientes con tu entusiasmo
contagioso. No hará quince días que estuviste en los muelles de
Buenaventura a enterarte personalmente de la huelga de los
trabajadores de Colpuertos, pues intuías que ese conflicto,
ensangrentado ya por la metralla oficial, bien podría marcar el
viraje hacia el descrédito de la demagogia reinante. Y así estabas
dispuesta a seguir avanzando, a investigar, a estudiar, a vencer.
Te sucedió lo que les acontece a todos los revolucionarios de
verdad, que la vida no les alcanza para culminar cuanto aspiran,
no sólo porque cuando logran una meta se proponen otra y otra,
sino porque la revolución contemporánea será la hazaña de muchas
pero muchas generaciones.
Lo importante es consumar concienzudamente las tareas que nos han
de corresponder. Y tú no le temiste a ningún riesgo y desafiaste
todos los valores establecidos, decidida a contribuir, desde tu
trinchera, al porvenir venturoso de Colombia y de los pueblos del
mundo. Exaltaste y participaste de la intrepidez de nuestros
héroes, de la fortaleza de nuestros mártires y de la abnegación de
nuestros mejores militantes. Defendiste con pasión cuanto te
parecía correcto y condenaste sin miramientos las posiciones
ambivalentes y acomodaticias tan características de los prohombres
de la reacción.
Esgrimiste con singular destreza la pluma y el pincel, tu arma
predilecta. Analizando febrilmente las experiencias del pasado y
comunicándote con las masas te esmeraste por hallar los senderos
expeditos para la marcha victoriosa de las muchedumbres del común.
En tus obras captaste los momentos preliminares de la revolución
colombiana, en los que los obreros, los campesinos y los demás
segmentos sojuzgados y patrióticos pugnan por elevar la
conciencia, emprender sus luchas, adecuar sus organizaciones y
acumular fuerzas para las contiendas definitorias. Y tú misma
hiciste parte de los pioneros de esta gesta que nada ni nadie
contendrá.
Cumpliste, pues, a cabalidad con tus ideas y tus gentes. Tu vida
será siempre fuente de inspiración para aquellos que habrán de
sucedernos en la brega, y el pueblo, quien al fin y al cabo es el
que decide sobre el olvido y la inmortalidad, te recordará entre
sus primeros servidores.
NUNCA TRANSIGIÓ CON
EL ATRASO
Agosto 29 de 1986
Discurso de Francisco Mosquera en Cali, ante la tumba de Hernando
Patiño, el 29 de agosto de 1986.
El hombre que hoy devolvemos a la tierra era un
ser excepcional.
Bregó siempre por la grandeza de su patria mancillada, desdeñando
las privaciones que nunca dejaron de asediarlo ni importándole el
anonimato en el que pretendieron recluirlo los poderes
establecidos.
La autodeterminación de la nación y el desarrollo de las fuerzas
productivas constituían para él objetivos inmediatos y básicos que
habrían de consolidarse con el triunfo del trabajo sobre el
capital.
Estaba convencido de que en el fondo fondo la lucha se reducía a
defender el progreso y a derrotar el atraso, no sólo en el terreno
de las confrontaciones de carácter social sino en el ámbito de las
ciencias naturales. Por eso dedicó su vida a la investigación y a
la divulgación.
Sus dos principales preocupaciones fueron enseñar cuanto sabía y
aprender con sus alumnos; actividades que ciertamente reditúan
poco pero labran el porvenir de los pueblos.
Los resultados de sus observaciones los convertía en sendos
argumentos a favor del cambio.
¿Cuántas veces, al regreso de sus excursiones investigativas, no
le vimos exponer evidencias sobre nuestro deterioro ecológico,
para demostrar que la ruina de la naturaleza no es producto de los
adelantos de la técnica, sino del estancamiento de ésta o de su
ineficiente utilización?
Mas no se vaya a creer que Hernando Patiño, por amar hondamente a
su país, profesaba un criterio nacionalista de la cultura y
despreciaba los aportes provenientes de otras latitudes. Por el
contrario, hacía gala de una visión universal de las cosas,
hallándose consciente como el que más de nuestras propias
limitaciones y de la necesidad que tenemos de poder también
aplicar entre nosotros los enormes logros científicos que las
naciones avanzadas del orbe guardan celosamente para sí.
No prescindía tampoco de las enseñanzas legadas por el pasado pero
sabía precisarles su alcance histórico.
Ahora, respecto a los exóticos frutos de la escolástica, el
oscurantismo o la superchería nunca cedió un ápice.
En otras palabras, fue partidario de que, en cuanto a la ciencia,
lo extranjero puede servir a lo nacional, el pasado al presente,
lo tradicional a lo moderno, el conocimiento empírico a la ciencia
propiamente dicha, y de que a excepción de la primera de estas
relaciones las otras no deberían darse en sentido inverso. Merced
a ello, aun cuando su labor fuera la de la hormiga, sus verdades
producían el efecto del rayo.
No obstante haberse dedicado en particular a la agronomía, la
botánica y la biología, a cada paso anotaba que las fronteras
entre las distintas ramas del saber se han ido desmoronando con el
transcurso del tiempo, al extremo de que en la actualidad nadie
consigue dominar una disciplina sin el concurso de las otras.
A Patiño semejante fenómeno lo colmaba de entusiasmo, por
constituir el indicio esplendoroso de que la concepción
materialista y dialéctica del mundo acabaría por imponerse
plenamente sobre la metafísica y el idealismo.
Ya no es posible explicar la formación de los elementos y el
origen de la vida sin estudiar las estrellas.
En el salto de la mecánica de Newton a la relatividad de Einstein
está de por medio la velocidad de la luz, el nuevo factor con el
que analizamos el movimiento a las más grandes distancias
cosmológicas o a las más cortas de la física de partículas.
Las leyes de la conservación de la energía y de la transformación
de la materia se vieron enriquecidas con otra considerable
conquista del pensamiento humano: la de lograr medir la energía en
función de la masa.
Las geniales intuiciones de Darwin acerca de que la evolución de
las especies dependía de la selección natural adquieren en este
siglo su base o causa interna en la biología genética.
En fin, Henando Patiño esgrimía con decisión éstos y los otros
avances interdisciplinarios para proporcionarles el soporte
científico a sus inquietudes de todas las horas, que iban desde
profundizar en los secretos de la "sopa primitiva" hasta alertar
sobre la fundamental importancia de mantener el equilibrio
simbiótico entre la rosa y el colibrí.
De ahí que un buen día le propusiera a un grupo de amigos picados
por las mismas inquietudes la conformación de una especie de
ateneo para intercambiar opiniones en torno a tales materias,
arguyendo, entre otras razones, la de que los revolucionarios que
desean cumplir cabalmente con su misión no pueden menos que
interesarse en los estelares avances de la ciencia contemporánea y
propiciar su divulgación.
Se han realizado dos de estos ateneos: uno en Cali en octubre de
1985 y el otro en Medellín en agosto de este año. Ambos fueron
preparados personalmente por Hernando Patiño.
El primero lo inauguró con una exposición tendiente a demostrar
cómo Engels, no obstante las muchas imprecisiones todavía
existentes en su época, desde el siglo pasado ya había hecho
énfasis en el derrumbe de las barreras entre lo orgánico y lo
inorgánico, en el intercambio de lo vivo con lo no vivo, en la
ubicación cósmica de la vida, en la célula llamada "cuerpo
albuminoideo", en el rol del trabajo en la transformación del mono
en hombre, en las raíces sociales de la deformación ambiental,
etc. Testimonio histórico de la forma como un enfoque general
dialéctico jalona el incesante auge del pensamiento científico, y
de cómo aquél se sustenta en éste.
Su enfermedad ya no le permitió a Hernando Patiño asistir al
ateneo de Medellín.
He querido resaltar el espíritu valiente y abnegado del entrañable
camarada, circunscribiéndome al campo que él escogiera por
trinchera.
Sé que la semblanza resulta bastante corta, pero la iremos
completando conjuntamente con sus innumerables compañeros y
discípulos, entre los cuales tuve el honor de contarme.
De cualquier modo la semilla sembrada por este hombre admirable
germinará para provecho de las futuras generaciones.
LA JUSTEZA DE
NUESTROS PRINCIPIOS HA SIDO DEMOSTRADA
EN LA LUCHA DE
CLASES
Abril 15 de 1991
Palabras de Francisco Mosquera en el acto de homenaje que el
Comité Regional de Risaralda le rindió al destacado dirigente
sindical, Arturo Ruiz, el 15 de abril de 1991, en Pereira.
Compañero Arturo Ruiz:
Ya que no puedo asistir personalmente, pretendo con esta sencilla
nota sumarme al reconocimiento que hoy te rinden tus amigos, al
cabo de tantos años de consagración a las bregas de los
trabajadores risaraldenses y del país. Y deseo hacerlo por el
motivo, por la ciudad y por las circunstancias.
En la marcha tesonera de los pueblos abundan los momentos
históricos en los cuales éstos requieren con urgencia de la
participación combativa y heroica de sus mejores hijos, si aspiran
a salir airosos de las celadas que les tienden a cada paso los
zánganos de la sociedad. Hoy vivimos una de esas coyunturas
mágicas, y estamos en condiciones de efectuar aportes de cierta
importancia. Ello obedece a que no hemos temido nadar contra la
corriente, durante muchos años, que ya ni me acuerdo con
exactitud; y a que nos hemos aferrado con coraje a unos cuantos
principios, cuya justeza ha sido demostrada en la lucha de clases.
Esto sí lo tienen presente muchos camaradas de vigilias, incluido
tú, Arturo, por supuesto.
Jamás depusimos la denuncia contra los revisionistas
contemporáneos y alertamos siempre sobre la enorme amenaza que
implicaba el expansionismo soviético, no sólo desde el punto de
vista de la autodeterminación de las naciones sino de la
independencia del proletariado internacional. Hundidos Rusia y sus
satélites en la charca de la regeneración capitalista y restaurada
la hegemonía de los Estados Unidos, incluso con las palmas del
Consejo de Seguridad de la ONU, el mundo ha experimentado un
vuelco total en una exhalación. Hemos tomado muy en cuenta ambos
fenómenos, y a su debido tiempo, lo cual nos otorga alguna
autoridad para exponer nuestros criterios en torno a la grave
situación existente en Colombia, que ha iniciado su viacrucis
hacia la plena entrega económica al imperialismo norteamericano,
mediante la política antinacional de la apertura y el
encumbramiento al poder de los memos del gavirismo.
Así como nos aguardan duras pruebas en el futuro inmediato,
tenemos a nuestro favor inmensos factores favorables. Con el curso
intempestivo de los acontecimientos planetarios se han ido
disipando las tinieblas. Internamente, tanto a los sectores
productivos como a las fuerzas políticas que aún conservan nexos
con la nación, o con su historia, no les quedará otra disyuntiva
que la de defender la soberanía y el progreso de Colombia. De esta
obligación no excluyo a los productores conscientes, a los
parlamentarios honestos ni a los militares patrióticos, con
quienes habremos de constituir un frente único por la salvación
nacional. Y dentro de las más amplias perspectivas, con la máxima
propagación del capitalismo a nivel internacional que estamos
presenciando, los palpitantes problemas obreros se pondrán a la
orden del día y de su solución dependerá la suerte del próximo
milenio. Con los asalariados estadinenses, que también se oponen
al neoliberalismo en defensa de sus intransferibles derechos, se
crean por primera vez condiciones reales para una estrecha unión
entre los desposeídos del Continente contra la santa alianza de
los mandatarios de Washington con sus títeres latinoamericanos.
Son elementos decisivos e indiscutibles.
Los ideólogos de la burguesía se solazan con los reveses del
marxismo pero en su loca embriaguez no aprecian la más simple
característica de la nueva etapa: que los revolucionarios y
trabajadores del orbe entero han comenzado a hablar el mismo
lenguaje en distintos idiomas.
La ocasión nos mueve a evocar la memoria de los militantes que,
como Agustín González, para citar uno de los innúmeros casos,
pusieron al alcance del Partido la realización de la tarea, pues
nos enseñaron con su ejemplo a escoger entre las transitorias
miras personales y los imperecederos intereses de la causa obrera.
Fraternalmente,
Francisco Mosquera Secretario General del MOIR |