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Ni Guerra, ni Paz (*)

En la brevedad de un par de cuartillas no caben los múltiples tópicos que engloban los temas que sirven de título al presente artículo. Pero como lo que se desea, al fin y al cabo, es saber a grandes rasgos de nuestra posición al respecto, intentaremos fijarla en el menor número de palabras.
La peor adversidad de la revolución colombiana ha consistido en el influjo de los criterios de la pequeña burguesía en prácticamente todas las actividades; característica propia de un país atrasado y de vasto predominio de las capas medias de la población, en donde la descomposición progresiva del campesinado no redunda en un incremento verdadero de la industria y los obreros no han conseguido aglutinarse en torno a sus intereses fundamentales ni deshacerse del pernicioso bagaje ideológico y teórico de las otras clases, incluido el degenerativo ascendiente político que aún conserva entre los trabajadores el bipartidismo gobernante. Sobre el antiguo punto de la guerra y ahora sobre el más reciente de la paz, también han primado tales concepciones. Nos referimos a la guerra insurreccional, la que habrá de llevar a cabo la abrumadora mayoría del pueblo y que se esgrime para derrocar el orden preestablecido de la oligarquía proimperialista y afincar un Estado revolucionario. Nos referimos asimismo a la paz por la que actualmente parlamentan los políticos tradicionales, suspiran los jerarcas castrenses, oran los clérigos misericordiosos y gimotean los grupos mamertos e hipomamertos. La "paz" por la que votaron en los últimos comicios todas las banderías, menos el MOIR.
Desde la aparición del MOEC el 7 de enero de 1959, fundado por Antonio Larrota, y hasta el sol de hoy, en Colombia ha brotado una recurrente corriente extremoizquierdista que se echa sobre sus hombros la empresa de crear las condiciones subjetivas del estallido revolucionario mediante el montaje de núcleos guerrilleros, encargados de encandecer la república entera con la sola irradiación del valor, de la audacia, de la entrega y del generoso sacrificio de una reducida camada de predestinados. El invento, sin embargo, no es autóctono; fue la primera de las más graves repercusiones de la revolución cubana, y a nivel continental, pues el llamado "foquismo" hormigueó a flor de tierra en toda la América Latina, dejando sin falta una estela de fracasos y frustraciones allí donde ha irrumpido. Vamos para cinco lustros de tan catastróficos ensayos que se suceden unos tras otros, con siglas y personajes diferentes, mas en esencia con los conocidos esquemas y métodos de siempre, sin que los protagonistas muestren la más remota propensión a escarmentar con los errores y a desistir de las ideas y los procederes equivocados.
Para semejantes facciones anarquistas la insurrección y la guerra del pueblo no constituyen asuntos de la táctica, que dependan de una correlación de fuerzas favorable, del grado de conciencia y d e organización de los oprimidos, del ánimo resuelto de las masas a lanzarse al asalto definitivo contra el régimen expoliador en una coyuntura exacta en que éste se halle desmoralizado, maniatado seriamente por las disensiones internas, impedido de ejercer el control sobre la situación e incapaz de defenderse con la eficacia acostumbrada, etc., tal y como lo concibe el marxismo, sino que su beligerancia armada la justifican con el análisis simple de que la nación adolece de hondas y seculares calamidades, por las cuales reclama un cambio radical que subsane los desajustes y suprima las injusticias. Aunque las revoluciones en última instancia obedezcan a los factores de estancamiento en el desarrollo material y de extorsión intolerable de la minoría privilegiada, y tiendan a remediar dichos males, no quiere decir que de las crisis del engranaje productivo o del acentuamiento de la explotación se pueda colegir la hora de la insurgencia bélica. Si así fuera, las sociedades basadas en la esclavitud de unas clases por otras deberían vivir en una permanente guerra civil insurreccional. Para ello se requieren propicias circunstancias económicas, políticas y hasta internacionales que apenas sí hemos tenido espacio de insinuar.
Lo deplorable de confundir las causas determinantes de la insurrección estriba en que las agrupaciones embarcadas en la aventura militar se ven impelidas, para sobrevivir y mantenerse en la pelea, a forzar las cosas, a presionar al pueblo a una acción para la cual no está maduro ni dispuesto anímicamente, a recurrir al terror personal, al secuestro y a otros procedimientos que no son defensables ante la opinión pública, otorgándole al enemigo contra el que se contiende netas ventajas políticas y propagandísticas, así como pretextos mil en su labor represiva encaminada a golpear y desarticular a las organizaciones populares y al movimiento revolucionario en su conjunto. Los moiristas somos, dentro de la llamada izquierda en Colombia, el único destacamento que ha roto realmente, en la teoría y en la práctica, con tales desviaciones. Abogamos de manera persistente y paciente por las tareas preparatorias de la revolución, impulsando y respaldando las luchas de las masas de la ciudad y el campo por sus reivindicaciones económicas y sus derechos democráticos, en el prolongado proceso de acumulación de fuerzas y a la espera de que concluya la "evolución lenta" y sobrevengan los "saltos bruscos", los "días en que se concentren años de historia". Claro está que una táctica de este tenor no les hace mucha gracia a los prolíferos paladines de la desesperación pequeñoburguesa; les queda reservado a los contingentes más esclarecidos de la clase obrera el aplicarla en pro de la emancipación del país y de los desposeídos.
Algo parecido acontece con la paz. Sus principales promotores no la supeditan a las conveniencias o inconveniencias, a las posibilidades o imposibilidades de proseguir con una modalidad de combate que en la actualidad reporta incontables descalabros. Por el contrario, la condicionan a las transformaciones de avanzada y a las conquistas que se efectúen ya no en virtud de la victoria sino a través de la transacción negociada con el gobierno. En resumidas cuentas significa colocar la solución de las inefables dolencias de la nación en manos del sistema al cual se le ha declarado la guerra precisamente por su comprobada ineptitud para contribuir al progreso y al bienestar de los colombianos. Y debido a que nunca brillará bajo las administraciones oligárquicas la tan solicitada justicia social, a que los problemas se agudizarán en lugar de atenuarse, por más incienso que se bata a los demagogos de turno tipo Belisario Betancur, entonces, en consecuencia, tampoco se obtendrá la "paz", como no ha habido guerra popular, es decir, con la participación del pueblo, porque se parte de premisas falsas, de entelequias "izquierdistas" y derechistas. "Combinación de todas las formas de lucha" denominan pontificalmente los revisionistas criollos a estos bandazos de un extremo a otro, a la ausencia de una línea de principios, al oportunismo puesto al mando en el quehacer político. Código de conducta de un partido que subordina sus miras a las necesidades y los dictados del expansionismo soviético.
Aspecto del tema que habremos de resignarnos a dejar dentro del tintero, aun cuando explica buena parte de los tropiezos de la revolución colombiana en los últimos decenios.
* Escrito de Francisco Mosquera tomado de Resistencia Civil, libro editado en Bogotá en 1995, cuyo texto original fue publicado por la Universidad Externado de Colombia en el Periódico Punto de Cambio, posteriormente reproducido en Tribuna Roja No. 49 de Septiembre de 1984. Este documente Mosquera lo amplió en un artículo posterior intitulado ¿Qué es la Paz?

Mayo-Junio de 1983