Los
Misterios de la Política Internacional
Entre
las razones aducidas por Bula y Pardo para
renegar del MOIR, a mediados de 1978, resalta
la de que éste mantiene, al lado de China, su
respaldo a las fuerzas antirrevisionistas y
antihegemónicas del movimiento proletario
mundial. En su carta de renuncia piden,
textualmente, "el no alineamiento real y
auténtico ante los países que se reclaman
socialistas y no sólo como un postulado para
un frente, sino también para un partido, sin
entender esta política como una concesión"(1).
Aunque en el fondo su deserción rubrica el
paso hacia el nacionalismo burgués, no vaya a
imaginarse el lector que nuestros dos
iscariotes dejan de posar de
internacionalistas. Obligados a encubrir su
felonía se precian de serlo, a tono con el
oportunismo de la época. Pero a su manera,
reivindicando, como se ve, una chistosa
neutralidad "ante los países que se reclaman
socialistas", o sea, ante aquellos que invaden
y masacran a otros pueblos bajo la cobertura
de la revolución, como la Unión Soviética, y
aquellos que, conforme a los principios
comunistas, perseveran en la autodeterminación
de las naciones y condenan cualquier tipo de
colonialismo. Además, han "aprendido mucho" de
"la revolución China, de su partido, de sus
dirigentes y especialmente del fallecido
Presidente Mao"(2); sin embargo, por los
insondables vacíos de su aprendizaje, ignoran
que el marxismo-leninismo señala, con claridad
meridiana, que los deberes internacionalistas
presuponen el escrupuloso respeto de los
derechos de los pueblos a darse la forma de
gobierno que a bien tengan. No habrá unión
posible entre los obreros del orbe sin este
requisito. Quienes fomenten la agresión de una
nación contra otra, la intromisión en sus
asuntos internos, serán unos chovinistas
vulgares, así pregonen a los cuatro vientos su
amor al socialismo. Cuba pisotea el suelo de
Angola con un ejército de ocupación; Viet Nam
adelanta una guerra de exterminio contra
Kampuchea y Lao dentro de las fronteras de
estos países, y Rusia, inspiradora y
patrocinadora de semejante piratería, aplasta
con sus tanques a Afganistán. Dichos ejemplos
representan apenas tres de las más abominables
muestras del prospecto colonial del
neofascismo soviético. Respecto de tales
vandálicos procederes sólo cabe una posición
consecuente, diáfana: desenmascarar y condenar
con la máxima energía a los sórdidos Estados
que se atreven hipócritamente a confundir la
causa obrera con la rapiña de las bestias. En
esas circunstancias promover la neutralidad
del Partido para la política exterior
significa simplemente darles luz verde a las
atrocidades de los socialbandidos. U "ofrecer
el apoyo a las determinaciones que juzguemos
correctas para el avance de la revolución
mundial"(3) determinaciones adoptadas por los
países que se "reclaman socialistas", sin
distinción alguna, es transferir al campo
internacional la tristemente famosa consigna
aupada por Vieira, de "apoyar lo bueno y
combatir lo malo" del nefasto cuatrienio del
mandato de hambre.
Hace
unos años, para vastos sectores resultaban
incomprensibles las críticas a la enfermiza
inclinación del gobierno cubano a ponerse a
las órdenes de las autoridades moscovitas. Las
gentes seguían profesando admiración a los
valientes hijos de Martí, a los que.
únicamente podían imaginárselos, en
innumerables episodios heroicos, derrocando
Batistas y expulsando saqueadores gringos,
pero jamás en el vergonzoso papel de un David
sumiso y al servicio del nuevo Goliat. En el
séptimo decenio, y aun en las postrimerías del
sexto, sobran evidencias acerca de las
alteraciones regresivas de la primera
revolución socialista del Hemisferio; y en
especial en los últimos cinco años y medio, a
partir del momento en que las armas de la Isla
emprenden en África la aventura colonizadora
en nombre y bajo los auspicios de la
superpotencia del Este.
En
vano los revisionistas y sus corifeos se
empeñan en convencer de que el operativo
expedicionario sobre Angola, como lo afirma
García Márquez con candor de colegiala, "fue
un acto independiente y soberano de Cuba, y
fue después y no antes de decidirlo que se
hizo la notificación correspondiente a la
Unión Soviética"(4). Basta una sola
consideración. La economía de esta pequeña
república no cuenta -¡ni soñarlo!- con los
ingentes recursos que implica una movilización
militar de aquella envergadura. En el informe
de Fidel Castro al II Congreso de su partido,
leído el pasado 17 de diciembre, contrastan
los graves traumas de la producción y el
comercio con el hecho de que más de 100.000
soldados han ido a guerrear en el continente
negro. ¿Cómo decidir soberanamente el
sostenimiento en el extranjero de tal magnitud
de tropas, pagado en dólares, cuando se
reconoce una reducción vertical de las
divisas, por los bajos precios del azúcar
durante el quinquenio y por el encarecimiento
de los créditos y de las mercancías
importadas; cuando coinciden, junto a la
crisis financiera, calamidades naturales, como
la roya, que mermó en una tercera parte las
plantaciones de la caña en 1980, el moho azul,
que estropeó al mismo tiempo cerca de un 90
por ciento de la cosecha de tabaco, y la
fiebre porcina africana que cayó sobre algunas
zonas del país, y cuando los logros que se
reivindican en otros renglones no
contrarrestan el desbarajuste general
creciente, ni proporcionan los saldos
favorables para el sustento de un ejército tan
grande, a miles de kilómetros de su base? Son
indudablemente los soviéticos quienes equipan,
adiestran y subvencionan las huestes invasoras
provenientes del Caribe. No se trata de un
fenómeno insólito. Costumbre antiquísima de
los imperios ha sido la de alistar entre los
nativos de las regiones sometidas fuerzas de
combate para sus empresas bélicas. Ni por la
índole, ni por los propósitos, ni por la paga,
los actuales cuerpos mercenarios cubanos,
esparcidos por el globo, se pueden comparar
con los 82 patriotas del Granma que el 2 de
diciembre de 1956 desembarcaron en la
provincia de Oriente, se internaron luego
diezmados en la Sierra Maestra e iniciaron una
guerra de guerrillas de 25 meses, hasta la
toma de la capital. Los unos, los de hoy,
reencarnan a la típica legión fantoche que
contiende ciegamente bajo una bandera extraña
y en pos de tierras y esclavos para saciar los
apetitos del alto mando. Los otros, los de
ayer, constituyen el núcleo revolucionario
que, con el alma y la vida, marcha tras la
liberación no simulada de su pueblo; y la
planta germina porque la semilla era autóctona
y el surco estaba abierto. No importarle la
diferencia y, por el contrario, dejar entrever
la posibilidad de que las atrocidades de
quienes renunciaron al marxismo-leninismo, al
internacionalismo y a la coexistencia pacífica
entre regímenes distintos coadyuven al "avance
de la revolución mundial", son estratagemas
propias de la contracorriente oportunista en
boga.
Nuestra
ventaja estriba en los notables cambios de la
situación. los variados y rápidos eventos,
tanto de dentro como de fuera de Colombia,
cada día conceden mayor validez a los puntos
de vista teóricos y políticos promulgados por
el MOIR. La fundación de nuestro Partido, con
su estampa de organización independiente y
revolucionaria del movimiento obrero, empezada
a moldear en la lucha interna de 1965,
oficializa de por sí las inconciliables
divergencias de principio con el revisionismo
contemporáneo. Acogimos en los puntos
programáticos partidarios las visionarias
deducciones de Mao acerca del proceso
degenerativo de la camarilla gobernante de la
Unión Soviética. Se sobreentiende que cuantos
solicitan la militancia, acto por demás
voluntario, se hallan de acuerdo con las
directrices guías básicas, y entre ellas,
desde luego, con las que fundamentan la
antagónica posición contra el
socialimperialismo soviético. Nadie conseguirá
con sutilezas y suspicacias trastocar el
sentido de las cosas. En el pasado nos
solidarizamos con la revolución cubana; mas
las desviaciones "foquistas" alimentadas por
sus jefes después del triunfo produjeron
tropiez9s de monta a la lucha independentista
de Latinoamérica, y ya, desde entonces las
olas de La Habana, en ese período con
sedimentos de extrema izquierda, chocaron con
los esfuerzos encaminados a aclimatar en estas
latitudes una corriente marxista-leninista de
la clase obrera. Más adelante, en 1968, las
divisiones del Pacto de Varsovia se lanzaron
sobre Checoslovaquia, toque de alerta respecto
de los síntomas manifiestos de las mutaciones
monstruosas del Krem1in que, aun cuando
agrietaron el llamado campo socialista, sus
verdaderas incidencias sólo se irían
apreciando con el desarrollo de los
acontecimientos. Aquélla fue una hora de
prueba. En un discurso plagado de
imprecisiones, vaguedades y dudas, el supremo
Comandante de Cuba terció en pro del zarpazo
propinado por la metrópoli del recientemente
erigido sistema imperial. En su azoramiento
admitió que en este caso la conducta soviética
"incuestionablemente entrañaba una violación
de principios legales y de normas
internacionales los cuales, puesto que han
servido muchas veces de escudo a los pueblos
contra las injusticias, son altamente
apreciados en el mundo". Y agregó: "Porque lo
que no cabría aquí es decir que en
Checoslovaquia no se violó la soberanía del
Estado checoslovaco. Eso sería una ficción y
una mentira. Y que la violación incluso ha
sido flagrante"(5). Pero se puso al lado de
los violadores, absolviéndolos con el alegato,
repetido y repetido en los últimos doce años
por los revisionistas del globo entero, de que
la agresión y el sometimiento militar de un
país se justifican por la protección de los
fueros del socialismo. Con tamaña lógica,
netamente imperialista, siempre habrá pretexto
para intervenir. En aquella coyuntura se
trataba de retener una nación en la órbita
rusa; en los tiempos actuales, de "ayudar" a
establecer la revolución a los pueblos de
Angola, Etiopía, Kampuchea, Lao, Afganistán,
etc. Que los ejércitos comunistas traspasen
las fronteras, y bajo cielos ajenos depongan
los gobiernos, declaren la guerra, aplasten la
insurgencia, degüellen a las gentes, impongan
el orden, cada vez que sea indispensable
"evitar una catástrofe", según otra expresión
del Primer Ministro cubano en su comparecencia
del 23 de agosto de 1968. Que se satisfagan
los objetivos políticos, aunque la necesidad
"viole derechos como el de la soberanía" que,
"a nuestro juicio -concluye Castro-, tiene que
ceder ante el interés más importante de los
derechos del movimiento revolucionario mundial
y de la lucha de los pueblos contra el
imperialismo"(6).
El
marxismo enseña a los obreros a utilizar la
democracia en la brega por su emancipación, y
la supedita a ésta como un medio. Pero entre
todos los preceptos democráticos se destaca
uno del cual el proletariado jamás debe
prescindir, y mucho menos el proletariado
dominante de una república socialista, si
desea derrotar finalmente a sus enemigos de
clase, preservar su unidad internacionalista y
salvaguardar la revolución mundial, y ese es
el de la autodeterminación de las naciones. El
imperialismo consiste en la opresión de un
país sobre otros. La única forma de vencerlo
estriba en alcanzar la independencia de las
regiones periféricas sojuzgadas, con lo que se
crean las condiciones para el levantamiento
insurreccional en la sede del imperio, y no al
revés, en esperar a que con este estallido se
liberen las colonias. A ningún pueblo podrá
obligársele desde el exterior a que asuma la
libertad y abrace la causa socialista.
Propender a cualquier tipo de expoliación
nacional será imitar las prácticas del
imperialismo y contribuir a generarlo. Sin
embargo, queda claro que en 1968, y
virtualmente antes, los oportunistas
contemporáneos, al igual que sus antecesores
de la II Internacional, borraron de su
apócrifo misal marxista el principio de la
soberanía de las naciones como una premisa
irrecusable de la revolución proletaria.
Nosotros
estuvimos siempre en lo cierto cuando avisamos
sobre la metamorfosis d los mandatarios de
Moscú, convertidos ahora en unos zares
redivivos, más prepotentes y despiadados que
los Romanov. Los dolores de cabeza provienen
de la perplejidad con que capas influyentes de
los intelectuales y segmentos avanzados de las
masas han recibido la denuncia de los pasos de
cangrejo de la Rusia soviética hacia el
capitalismo y la reacción. Muy difícil aceptar
de pronto que el radiante territorio libre de
América se transformó en una sombría caserna
del socialimperialismo. ¡Si en Cuba no hay
analfabetas como en Colombia! ¡Si allí los
instrumentos de producción son de propiedad
colectiva! ¡Si en 20 años de revolución se han
remediado muchas de las injusticias sociales
heredadas! Demasiado terrible la acusación
para secundarla. "Estoy más dispuesto a creer
lo que han visto mis ojos que lo que han
escuchado mis oídos"(7), nos replica el
activista aferrado a sus viejos conceptos.
Está bien. En los últimos años hemos
presenciado sucesos extraordinarios, de una
riqueza y velocidad tales, que la propaganda
se les rezaga y no alcanza a englobarlos a
plenitud. Los agudos problemas económicos de
Cuba, originados en la dependencia de la URSS;
sus filas de cientos de miles de personas
buscando la ventana del exilio que, de ser
todas delincuentes, prostitutas y
homosexuales, como lo afirma el régimen,
reflejan una descomposición mayúscula para una
población tan reducida, a cuatro lustros de la
victoria; el comportamiento guerrerista de sus
líderes que hacen de cipayos preferidos del
Kremlin y se asocian sin sonrojo a las
matanzas ordenadas por sus amos en la arena
internacional, desde Angola contra Zaire,
desde Etiopía contra los rebeldes eritreos y
contra Somalia, desde Yemen del Sur contra
Yemen del Norte e infaliblemente desde donde
haya puntales soviéticos contra quienes no se
plieguen a los caprichos de los
expansionistas, y la bancarrota de su política
de fingir una tonta imparcialida.4 en los
conflictos mundiales, con el objeto de
embaucar al movimiento libertario de los
países atrasados y sometidos, siendo que nadie
ignora los asfixiantes compromisos que
encadenan a la isla antillana.
Lo
de Polonia no es menos instructivo. Otro astro
sin luz propia y poblado de dificultades que
circunnavega en torno del emporio. La deuda
externa de esta neocolonia asciende a la
fantástica cifra de 23.000 millones de
dólares, superior en más de cinco veces a lo
que debe Colombia a las agencias prestamistas
extranjeras. Los protuberantes desarreglos y
deficiencias en las diversas ramas
industriales la han llevado a acentuar el
racionamiento de los bienes de consumo y a
padecer las hondas desaveniencias entre las
masas populares y el aparato estatal. Ni los
frescos relevos en la conducción del Partido y
el gobierno, ni el dejo autocrítico de los
comunicados oficiales, sofrenan el espíritu de
abierta indisciplina social que se adueñó de
los altivos poloneses. Huelgas a granel
anuncian cotidianamente los despachos de
prensa, lo mismo en las ciudades que en el
campo, por objetivos económicos, como el
acortamiento a cinco días de la jornada
laboral, o por peticiones democráticas
enrutadas a obtener garantías para la
organización y la autonomía de los sindicatos.
A lo que más ambicionan los sufridos
habitantes de esta república amordazada es a
romper cuantas amarras legales los aten a la
burocracia vendida. Quebrar la influencia de
la rancia y corrupta administración sobre los
trabajadores sintetiza la tarea preparatoria
ineludible de todo gran salto revolucionario;
mas para ello se precisa asimismo de capacidad
y de lealtad de la dirección con los caros
anhelos de los asalariados. Hay que esperar
para saber si todos estos elementos se
conjugan en aquel pedazo del globo. Por lo
pronto en Moscú cunde la preocupación, no sólo
porque el clima revoltoso ha pasado de castaño
a oscuro, sino porque la tempestad amaga con
extenderse y envolver a sus satélites vecinos.
La camarilla soviética ha persuadido a los
inconformes de que morigeren las
reivindicaciones, atemperen los ímpetus y
embozalen el patriotismo, y los ha tratado de
convencer por el método predilecto de los
explotadores que en la historia han sido: la
violencia. Enormes destacamentos de
infantería, blindados y cohetes se tendieron
ya en los perímetros de Polonia, prestos a
invadir a la señal indicada. De nuevo los
legatarios de Kruschev se encuentran ante la
alternativa de despedazar a bayonetazos la
integridad territorial y la soberanía de un
Estado puesto a su custodia. Las repercusiones
de aquellas contingencias no resultan
complicadas de barruntar.
Para
la Unión Soviética será imposible mantener por
las buenas la cohesión de su comunidad de
naciones, vale decir, mediante el libre
entendimiento basado en la igualdad, el
respeto mutuo y el beneficio recíproco. Normas
que, entre otras cosas, propugna el MOIR y
recoge el programa del Frente por la Unidad
del Pueblo, debido a que compendian las pautas
mínimas capitales para un real acercamiento
entre los pueblos y unas relaciones
civilizadas en el concierto internacional, muy
contrarias a las bárbaras disposiciones
tradicionales del imperialismo, que levanta su
mercado exterior y su ascendiente político
sobre la coacción y el garrote contra los
países pobres y débiles. Rumania tampoco
constituye un caso excepcional dentro de los
brotes de insubordinación que inquietan al
socialimperialismo; desde hace rato viene
exteriorizando en una u otra forma los temores
que la embargan por las tropelías de la URSS,
tanto en el terreno de la extorsión económica
como en el de la amenaza militar, de que son
víctimas los autodenominados aliados de ésta.
A raíz de la descarada ocupación de Afganistán
tales roces se han incrementado
inevitablemente. Hasta algunos partidos
revisionistas de Europa, tras el estupor
causado por las últimas provocaciones de sus
preceptores rusos, se sienten impelidos a
sugerir discrepancias para evitar el peligro
de enajenarse simpatías y aislarse
súbitamente. La raída argumentación de que la
sociedad occidental y cristiana pretende
efectuar su pesca en las aguas revueltas de la
otra superpotencia, no niega el carácter
regresivo de las desastradas transfiguraciones
de la Unión Soviética y sus tributarios. A la
vanguardia proletaria le corresponde barrer la
cháchara referente a que el socialismo está
autorizado para recurrir a las maniobras y los
procedimientos de los tiburones del gran
monopolio imperialista.
Como
los insucesos internacionales los refutan a
cada instante, se colige por qué los
tránsfugas invitan a que nos ocupemos
preferentemente del campanario patrio, y a que
enarbolemos "el no alineamiento real y
auténtico ante los países que se reclaman
socialistas", como postulado no del frente
sino del partido, sin calificarlo de
concesión. Empero, vivimos un convulsionado
momento, pletórico de incidentes
trascendentales y pasajeros, pesados y
livianos, serios y bufos, para que en ellos se
posen las miradas de quienes no quieren oír, y
confirmen por sí mismos cómo la dialéctica del
desarrollo conlleva también los reveses y las
reversiones en la incesante puja del hombre
tras el progreso y la eliminación de la
esclavitud. Desde esta perspectiva los
factores convergentes nos son más propicios
que nunca. Las masas sólo aprenden por la
experiencia diaria que extraigan de la lucha
de clases, y nos sobra material didáctico para
auxiliarlas a que desentrañen la verdad,
eleven su conciencia, desanden el terreno
perdido y recuperen la iniciativa en la dura
lid. ¿Cómo desempeñar el papel dirigente si
nos ubicamos en el limbo, si nos resistimos a
tomar bando dizque para que no nos muñequeen
y, si cuando el obrero, el campesino, o el
estudiante indaguen sobre la posición
partidaria acerca de los crímenes de la
socialtraición, nosotros nos limitamos a
contestar que bendeciremos lo bueno y
anatematizaremos lo malo que ocurra más allá
de los linderos criollos? Históricamente la
palabreja del no alineamiento surgió en
Colombia en calidad de rechazo a la exigencia
formulada por el mamertismo de que el frente
de liberación nacional habría de definirse a
favor de Cuba y su gobierno. Precisamos sin
lugar a equívocos que nuestra propuesta
implica una salida de transacción, en pos de
la unidad de las fuerzas antiimperialistas.
Una concesión que le hacemos al atraso, a los
acendrados sentimientos nacionalistas del
pueblo colombiano, con lo cual demostramos
nuestra actitud no sectaria y el empeño
democrático que ponemos en la unión de los
oprimidos contra los opresores. Pero también
con el objeto de conquistar un ambiente
propicio para ir educando paulatinamente a las
inmensas mayorías en los deberes
internacionalistas de la revolución
colombiana. Jamás fuimos neutrales en la
polémica del movimiento comunista contra el
revisionismo contemporáneo. Hemos condenado
sin desmayos ni timideces las apostasías y
villanías de los usurpadores del poder
soviético. Sumos aprietos nos han costado la
firmeza ideológica y la independencia
política. Sin embargo, los hechos, a la
postre, llegan en tropel a darnos la mano. En
esto radica el cambio de la situación.
Otro
elemento digno de examinarse es el fracaso de
la cacareada "distensión", mediante la cual se
pretendió inculcar que por fin la especie se
había encarrilado por el sendero de la
convivencia pacífica, y que los antagonismos
entre las dos superpotencias se zanjarían en
los diálogos y acuerdos bilaterales, en la
emulación y cooperación dentro de las faenas
por el bienestar colectivo y en la asistencia
económica prestada a los pueblos en mora de
liberarse, para arrancarlos de la miseria y el
abandono. Los armónicos contactos se
consolidan al despuntar la década del 70 y se
refrendan con las visitas de Nixon a Moscú, en
mayo de 1972, y de Brezhnev a Washington, en
junio de 1973. Aquella fue la temporada de los
tratados. Se firmaron para todos los gustos.
Sobre medicina y salud, protección del
ambiente, viajes siderales, ciencia y técnica,
educación y arte, operaciones marítimas,
comercio y, por supuesto, restricción de
armamentos. Poderosas empresas norteamericanas
estrenaron sus instalaciones en la Unión
Soviética, y viceversa, comisiones
especializadas de la URSS se trasladaron a
EE.UU. La luna de miel prometía tanto que los
contrayentes, ante los rumores y el
nerviosismo del resto de la audiencia mundial,
aclaraban que su concordia proseguiría "sin
pedudicar en manera alguna los intereses de
terceros países" La inaugurada era de la
détente, como también se le bautizó, no se
circunscribía pues a prevenir únicamente la
hecatombe nuclear, sino que sus metas iban
hasta la redención de las calamidades que
acongojan a la doliente humanidad, y en
particular a disminuir las distancias
abismales que separan a las naciones pobres y
ricas. El desprendimiento enterneció los
corazones. Emisarios de ambos bandos hablaron
de entregar parte de los gastos militares que
ahorraran para la prosperidad de las populosas
regiones sujetas al coloniaje. Se propagaron
innúmeras ilusiones y por doquier retoñó el
reformismo. Las seniles agrupaciones
socialdemócratas se encargarían de suministrar
su partitura doctrinaria para el sainete que
al más amplio nivel principiaba a
representarse. El alemán Willy Brandt es una
de las criaturas destacadas de la novísima
orientación en el escenario europeo, así como
lo han sido los Molina, los Santos Calderón, o
los iscariotes, en nuestras dimensiones
provincianas. No obstante, quienes realizaban
el verdadero negocio eran los revisionistas
acaudillados por el Kremlin. Las alucinaciones
y el sopor producidos por el aplacamiento
inoculado a sus contradictores, les
proporcionaba la atmósfera adecuada para
emprender la histriónica misión de apoderarse
de la Tierra. Lenta pero seguramente. No
importa el modo, ni los programas, ni los
amigos. En Chile, ¡arriba con Allende y su
retórica electoral! En Argentina, discreto
respaldo a mi general Videla, y a ratos no tan
discreto. En Nicaragua y El Salvador, con la
solidaridad militante y la lucha de
guerrillas. En África, con la presencia de
ejércitos regulares invasores. En Afganistán,
por medio del tiranicidio, los golpes de
Estado y los pactos de protección bélica. En
el Sudeste Asiático, para reprender a Pol Pot,
enmendarles la plana a los laosianos y erigir
su "federación indochina". En Colombia, bueno,
en Colombia, combinando todas las formas de
lucha, desde el cretinismo parlamentario hasta
el "foquismo".
Cuando
los chinos vaticinaron el chasco del
apaciguamiento y destaparon que tras el dulzor
de los convenios se escondían las amargas
intenciones de los contratantes de repartirse
las zonas de influencia, y que los rusos a la
larga repletarían sus faltriqueras merced a
las pérdidas de los demás, los oportunistas
regaron entonces el sofisma de que Pekín
invocaba el espectro de la conflagración y la
destrucción cósmicas. ¿Y qué pasó? Pues que la
"distensión" terminó siendo la estafa del
siglo. A pesar de la firma del Salt I (Tratado
de Limitación de Armas Estratégicas) y de las
discusiones conciliadoras del Salt II, la
carrera armamentista de la Unión Soviética
adquirió ribetes inverosímiles y aventajó con
mucho a su inmediato rival. Se calcula que en
1971 las dos superpotencias se hallaban ya
equiparadas en cuanto al monto de sus
presupuestos de guerra, pero sólo entre 1973 y
1978 las inversiones de la URSS en esta esfera
superaron a las de su antagonista en cerca de
150.000 millones de dólares. Los análisis
actualizados de los expertos de diversas
nacionalidades no admiten dudas. Norteamérica
suprimió el servicio militar obligatorio y a
su ejército, de pésima calidad, lo dobla el
soviético, integrado por cuatro millones y
medio de hombres. Referente al poderío de
fuego convencional, el primero no le gana al
segundo ni en el aire, ni en el mar, ni en la
tierra. Y el equilibrio nuclear, uno de los
objetivos insistentemente enunciados en las
rondas de negociaciones, está más que roto en
provecho del socialimperialismo. La conclusión
es aplastante: los expansionistas moscovitas
se valieron de la détente para articular y
perfeccionar la maquinaria bélica más
mortífera de todos los tiempos y la han echado
a rodar en franco desafío. Pero esto a su vez
ha sido posible por el eclipse pronunciado de
Norteamérica.
A
los imperios, lo mismo que al resto de los
seres, los rige un cielo de ascenso y de
descenso; registran sus auroras y sus ocasos,
nacen y mueren. El desenlace de la Segunda
Guerra Mundial condujo a los Estados Unidos al
pináculo de su esplendor. Sin embargo, a la
vuelta de unos cuantos años, se estrelló
contra tres obstáculos insuperables. El uno,
el parasitismo de su propia clase dominante,
cuyas alucinantes fortunas, amasadas sin
mayores diligencias, mediante la expoliación
de sus dilatadísimas posesiones coloniales, y
disfrutadas indolentemente, acabaron por
mellarle la inteligencia, el empuje, hasta el
extremo de engañarse con la idea de que nadie
sería capaz de atentar contra su supremacía.
Nixon narra en su último libro, por ejemplo,
que en 1965, el entonces Secretario de
Defensa, Robert S. MacNamara, sustentó así las
reducciones unilaterales de los proyectos
armamentistas de la Casa Blanca: "Los
soviéticos han decidido que tienen perdida la
carrera cuantitativa... No hay ningún indicio
de que se estén esforzando por crear una
fuerza estratégica nuclear comparable a la
nuestra". Cuán confiados, y ¡cuán miopes!, se
mostraban a la sazón los mandos gringos.
El
otro escollo que aguaría la fiesta del
imperialismo norteamericano estuvo a cargo de
los ardores libertarios de los pueblos
oprimidos, cada segundo menos dóciles. A
través de sus empréstitos y sus inversiones
aquél abona el terreno para el florecimiento
del capitalismo autóctono en sus dominios de
ultramar; pero como con la concurrencia
monopolista estrangula esta evolución
-despierta el deseo e impide saciarlo-, se
acicatean los enfrentamientos entre los
neocolonialistas y los avasallados y se
desatan los embates del ciclón revolucionario.
Miles de millones de personas, en todas las
lenguas, sindican constantemente a los
magnates yanquis de horrendas infamias. Y en
Viet Nam recibirían una paliza inolvidable que
desangró el erario, desgarró la sociedad
norteamericana, puso en la picota al poder
ejecutivo y dejó al descubierto los pies de
barro del coloso. Después del colapso de
Indochina los Estados Unidos no volverían a
ser los mismos.
Y
la tercera interceptación procede de la
competencia económica y política que los
Estados desarrollados llevan a cabo contra el
árbitro de Occidente, incluida la enconada
disputa de la Unión Soviética por sustraerle
regiones y naciones. No obstante los marcados
brotes inflacionarios y especulativos, la
crisis dentro del sistema capitalista se va
revelando como efecto directo de la
superproducción. Para Europa y el Japón los
estragos de la guerra de los cuarentas han
quedado muy atrás, sepultos en la memoria. Sus
industrias, recuperadas y notablemente
vigorosas, libran con no poco éxito la pelea
por el predominio en los mercados de los cinco
continentes, sin descartar siquiera la demanda
de los exigentes consumidores estadinenses.
Con ello tienen que ver los balances adversos
del comercio exterior de Norteamérica, su
enorme déficit fiscal y los conatos de
recesión que han aparecido en las intrincadas
articulaciones de su complejo fabril. Las
dolencias de su economía se concitan para
hacer totalmente desesperanzador el proceso
declinante del otrora intocable imperio; y son
asimismo las más complicadas de superar,
puesto que su remedio implica tanto un choque
con las naciones del segundo mundo, de las
cuales requiere para la obra común de
paralizar la expansión soviética, como un
acrecentamiento del saqueo de los países
sojuzgados, con la consiguiente multiplicación
de los desbarajustes y desórdenes en sus
principales bases de reserva. ¡Qué contrastes
entre los goces de la efímera ascensión y los
sinsabores de la prolongada caída!
Desde
el fallido abordaje a Cuba, en abril de 1961,
torpemente planificado por Eisenhower y peor
ejecutado por Kennedy, que sucumbió en el
mismo momento en que los sicarios pisaron
Playa Girón, hasta la risible y estúpida
operación de rescate de los rehenes
norteamericanos en acciones de la Casa Blanca
han ido de tumbo en tumbo, huérfanas de
coherencia y continuidad. A medida que se
propaga el caos proliferan las fórmulas
salvadoras que tan pronto se aplican se
desvanecen; sube el tono de las mutuas
recriminaciones entre los responsables de la
cosa pública, y se desanuda una truculenta
rebatiña por el Poder entre los grupos
monopolistas atrincherados en los dos partidos
centenarios. El presidente Kennedy perece
abatido a tiros en las calles de Dallas por
una conspiración hasta el presente oculta en
la penumbra y a la que por más de un indicio
aparecen enredadas dependencias de los
aparatos represivos. Igual suerte corre su
hermano Robert cuando prácticamente se hallaba
a las puertas de la Oficina Oval. Johnson se
ve obligado a desistir de nominarse para el
otro período presidencial a que
constitucionalmente tenía derecho. El
escándalo de Watergate, sin antecedentes en
Norteamérica, sometió a la administración
Nixon a la más minuciosa y despiadada
pesquisa, sacando a la superficie la
podredumbre congénita del Estado yanqui, con
su pestilente carga de sucios ardides,
maquinaciones delictuosas y fehacientes
testimonios de que la loada democracia
americana no desecha ninguna aberración en la
consecución de sus propósitos.
En
medio de la batahola y a fin de reparar en
algo la deplorable velada ofrecida a los
atónitos espectadores, comenzó a prender una
campaña todavía más grotesca, casi mística,
tendiente a moralizar las costumbres del
Ejecutivo, privándolo de cuanto lo afee y
limándole sus afiladas garras. A la CIA, las
antenas del ogro, archifamosa por sus
espeluznantes hazañas en todos los vericuetos
del planeta, se la sentó en el banquillo de
los reos y se la torturó con el acoso de que
dijera públicamente sus pecados. Había que
reencontrar el sendero de la perfección y
canalizar los desmanes, esos malditos desmanes
que cubrieron de lodo la imagen bonachona de
los gringos en el lejano mediodía asiático y
que tanto los desacreditaron en el cercano
Santo Domingo. Para insuflar la cruzada era
menester un hombre providencial, incontaminado
de las turbias trapisondas de los mandos
superiores, y lo extrajeron de un pequeño
poblado del Sur, en Georgia, un desconocido
diácono protestante de la secta bautista, el
señor Jimmy Carter. Cuentan que el emperador
Calígula, en el colmo de la disolución de la
Roma esclavista, pretendió nombrar de cónsul a
su caballo Incitatus. Los norteamericanos, en
los abismos de la decadencia del imperialismo
stadinense, no ungieron propiamente a un
caballo con tan insignes dignidades
ministeriales. pero eligieron a un enajenado
predicador para presidir los destinos de una
de las potencias más rapaces, crueles
pragmáticas que hayan existido. El irrumpía en
el escabroso tinglado de la política con el
mensaje de que Estados Unidos, para
rehabilitarse, debía silenciar la espada y
desenvainar la prédica; convencer con los
buenos oficios de sus buenas intenciones al
buen prójimo. Su pasión sería dizque la paz,
cuando su reino necesitaba con acucia de la
guerra. Su arma, la de la persuasión, aunque
su más mortal contrincante lo persuadiese con
las armas. Su obsesión, resucitar los derechos
humanos burgueses, aun cuando el capitalismo
hace casi un siglo arribó a la etapa
monopolista y ya no lucha por su revolución
contra el régimen feudal, sino contra el
proletariado en nombre de la reacción, y
aunque los gobiernos títeres
seudosemicuasirrepublicanos del
neocolonialismo yanqui degüellen a los pueblos
para amparar el pillaje de los amos de
Washington.
Tras
la ocupación de Angola por los
socialimperialistas, Carter avaló las
declaraciones de su embajador en las Naciones
Unidas, Andrew Young, en el sentido de que las
tropas cubanas en ese país "constituyen una
fuerza estabilizadora", "mantienen el statu
quo". Y complementó así el contenido
apostólico de su diplomacia: "Si logramos que
nuestra posición sea bien entendida por la
comunidad internacional, podremos lograr
contrarrestar cualquier amenaza de Cuba o de
la Unión Soviética". En prenda de su
sinceridad aplazó la fabricación del
gigantesco misil MX, el bombardero B-1 y los
nuevos modelos de submarinos Trident, tres
piezas claves del arsenal norteamericano, a
sabiendas de que sus cohetes Minuteman III no
son respuesta efectiva para las ojivas
nucleares de los SS rusos, de varias
numeraciones, y de que uno de éstos, el 18,
sobrepasa hasta en cuarenta veces la potencia
de aquéllos. Durante los regateos del Salt II,
ante la intransigencia enemiga, se inclinó
respetuoso en muchas cláusulas, como la de
exonerar de las prohibiciones del convenio al
moderno avión supersónico Backfire, de la
contraparte, sin que tampoco le sirva de
contención su vulnerable B-52, producido en la
década del 50. Luego de que sus coligados, los
gobiernos de la Gran Bretaña y de Alemania,
miembros de la OTAN, encararon el disgusto
popular y arriesgaron su prestigio para que se
asintiese al emplazamiento en Europa
Occidental de la bomba de neutrones, con la
mira de vencer la aplastante superioridad de
los carros blindados del Pacto de Varsovia,
Jimmy canceló, el citado proyecto, humillando
y zahiriendo a sus compinches europeos.
También objetó que Japón, el socio estimable
en el Extremo Oriente, construyera plantas
nucleares. Prometió desmantelar las
instalaciones del Pentágono en el exterior.
Asistió, entre reticente y tolerante, al
derrocamiento de dos sayones consentidos del
imperio, el Sha Mohammed Reza Pahlevi y el
general Anastasio Somoza, y, como afirmara
Henry Kissinger, "se las arregló para tener
conflictos con la casi totalidad de nuestros
amigos".
No
se requiere ser un genio para inferir que las
circunstancias eran rotundamente propicias
para el hegemonismo soviético, que, cual los
nazis en el interregno de las dos guerras
mundiales, se ha alistado febrilmente con el
acomodo de la industria a los planes bélicos y
la toma meticulosa de territorios, pasos,
puertos y mares cardinales. A diferencia de
Hitler, a Brezhnev y compañía les resulta
mucho más dispendioso incubar su adefesio, no
sólo porque han de trabajar intensamente en el
ámbito ideológico para trasplantar al marxismo
el injerto burgués de la "política colonial
socialista", tan acerbamente censurada por
Lenin, sino porque, a pesar de todo, la
fortaleza económica y los adelantos técnicos
de los viejos imperialismos no significan
factores desdeñables. Sin embargo, el Kremlin
ha sabido sacar partido de la crisis de los
Estados Unidos, y desde 1975 pasó de la sola
preparación a la ofensiva militar estratégica
por el apoderamiento del mundo, sin cesar de
prepararse. Con lo cómico de la crónica del
cuatrienio de Carter, ésta recoge los severos
prolegómenos de la Tercera Conflagración
Universal. Las dentelladas e intromisiones del
oso ruso en África, Asia, Medio Oriente y
Centroamérica se parecen espantosamente a los
preludios de la guerra del 39, patentes en la
captura de Abisinia (hoy Etiopía) por Italia,
la ocupación del norte y el centro de China
por los japoneses, la intervención armada del
fascismo en España y las invasiones alemanas
sobre Austria, Checoslovaquia y Polonia.
El
hostigamiento soviético acabó por sacar
bruscamente del éxtasis , los potentados de
Wall Street. Sus mercados, sus suministros de
materia primas y combustible, sus inversiones,
sus dólares, sus influencias, sus réditos,
¡todo!, hasta sus existencias mismas estaban
en entredicho ¡No más formalismos, ni
sermones, ni derechos humanos, ni palomas en
la Casa Blanca! ¡Jamás saldremos del
purgatorio, o pararemos en e infierno, si
continuamos arrepintiéndonos de nuestras
culpas! ¡Abajo el impostor! ¡Fuera el
santurrón! Y así se efectuó el desahucio de
Carter de la residencia presidencial en medio
de la indignación de los indiscutibles
mandamases, los dueños de los grandes
consorcios, y, desde luego, entre las
carcajadas del vulgo profano. El triunfo de
Ronald Reagan en las elecciones del 4 de
noviembre de 1980 pulverizó incluso los más
alegres pronósticos de los publicistas suyos.
Contra él jugaba el prontuario de que en el
inmediato pasado la derecha había fallado al
pretender anidar en las almenas del Poder, en
función de halcón feroz, y siempre vencieron
sus candidatos "blandos". No faltaron quienes
le aconsejaran al ex actor amansar el trote.
No obstante, los trusts suspiraban ya por que
el imperio retornase con arrojo de gendarme a
proteger sus sucursales, tal y como éstas
venían acuciándolo acá y acullá, en sus lares
contiguos y remotos. Para ello urgía curar
antes al régimen de la ceguera, la sordera y
la cojera, y en especial, sacarlo de ese
estado de catalepsia en que lo sumieron los
golpes y frustraciones sucesivos. En verdad
Reagan, aquella estrella enana de Hollywood,
no podía inventar ningún elíxir milagroso. Lo
que hizo fue aferrarse con las uñas a la otra
táctica, a la "dura", con que la burguesía, y
particularmente la imperialista, suele
remachar la esclavitud asalariada; y lo hizo
en el momento exacto, cuando los
multimillonarios principiaban a no dar ni un
centavo por el reformismo y el democratismo
para prevenir, bien la expansión soviética,
bien los movimientos de liberación nacional.
Los
ineludibles y crecientes embrollos económicos
de la sociedad estadinense incidieron
obviamente en el duelo electoral, pero les
correspondió inclinar la balanza a las
requeridas correcciones en la política
imperialista de los monopolios. El nuevo jefe
de Estado no lidiará la inflación, el
desempleo, los estragos de la competencia, ni
el resto de trastornos concomitantes al modo
de producción norteamericano. 0 mejor los
mitigará exclusivamente en la proporción en
que garantice el desvalijamiento de los
pueblos sometidos. Mas si se le llegasen a
escapar del redil las neocolonias, sea por
acción de la otra superpotencia, o por la
lucha independentista de los oprimidos, no
sólo no despachará ninguno de los enredos
anotados en su agenda, sino que la situación
interna se volverá insostenible y la
revolución socialista expedita. Hasta los
funcionarios encargados de la planeación en
Colombia saben, por ejemplo, que el presidente
republicano no conseguirá cumplir absurdos
suyos tales como sanar el déficit fiscal, que
llegó en 1980 a cerca de 60.000 millones de
dólares; mientras reduce, en tres años, los
impuestos por ingresos personales hasta un 30
por ciento, e incrementa el presupuesto del
Departamento de Defensa en índices
considerables. Y aunque éstos y otros temas se
agitaron para mover al electorado, el debate
comicial giró fundamentalmente en torno a la
línea que le compete trazar a la Casa Blanca
para recuperar la "grandeza" de los Estados
Unidos y su credibilidad ante el mundo.
El
método de preferir el derecho a la violencia,
la libertad al orden, no iba parejo con los
privilegios del saqueo. Recabar de los
gobiernos proyanquis que permitan el agio de
la deuda externa, el robo de los recursos
naturales, las inversiones y la oferta ruinosa
de los pulpos monopolistas, la quiebra de las
industrias nativas, las alzas constantes del
costo de la vida, etc., y a la vez exigirles
que restauren la democracia clásica burguesa,
además de entrañar un cinismo inaudito, tenía
el inconveniente, confirmado hasta la
saciedad, de que lejos de contribuir a la
consistencia de los lacayos, los
desestabilizaba. Con el ítem de que Nene Doc,
el gorila de Haití, por más que parlotee sobre
humanismo no dejará de ser Nene Doc.
Desarmarse frente al desenfreno bélico de
Moscú y embriagarse con el vodka de la
"distensión" era otra necedad que le había
costado a Occidente la sustracción de unas
cuantas naciones. Reagan propuso un viraje
radical y ganó apabullantemente. Abogará
primero por la represión y luego por los
derechos humanos. Patrocinará las dictaduras
militares, sin exagerar lj importancia de las
dictaduras civiles. Les concederá el pase a
los diseños armamentistas pospuestos por
Carter, incluida la bomba de neutrones.
Renegociará el Salt II, suprimiendo las
disposiciones desventajosas para USA. No
consentirá en que lo intimiden. "Hay casos en
que vale la pena recurrir a la fuerza nuclear
si hace falta", corroboró su Secretario de
Estado, general Alexander Haig, en una de las
sesiones de confirmación de su cargo ante el
Senado. Y para que no cupieran ambigüedades,
acotó: "IIay cosas peores que la guerra y hay
cosas más importantes que la paz" ¡No
detenerse ni ante la confrontación atómica!:
he ahí por lo que votó el imperialismo yanqui
en los sufragios del 4 de noviembre. Con todo
lo que de teatro tengan las actuaciones de
este vaquero del celuloide, y al margen de que
conserve o no el sostén de la clase acaudalada
para sus maquinaciones guerreristas, lo cierto
es que simboliza la convalecencia repentina y
precaria de un sistema minado por la
decrepitud y la pusilanimidad, y sus
bravuconadas de león acorralado van a requerir
más que simples rugidos para repeler el cerco
letal de los jurados adversarios del imperio.
La misma administración Carter, muy en contra
de su retórica contemporizadora, tras los
descalabros cosechados hubo de rectificar
muchos de sus dictámenes, preferencialmente en
el último año, a raíz de la depredación de
Afganistán por los soldados rusos. Dio luz
verde para la colaboración amistosa con
ciertos regímenes de facto, apuntaló algunas
bases militares en el extranjero y redujo sus
prejuicios contra los incrementos bélicos.
Todo demasiado tarde y demasiado a medias, y
la decisión de procurar suplir la debilidad
con la energía había sido tomada ya.
Los
editorialistas burgueses se esmeran en
minimizar el determinante papel de los
intereses colonialistas de los Estados Unidos
en las sustituciones de noviembre, y se
solazan elucubrando sobre el influjo que en
éstas ejercieron los problemas domésticos de
la metrópoli. Actitud natural si se comprende
que cualquier examen objetivo de las
contradicciones reales habrá de partir del
reconocimiento pleno de la rivalidad
irreconciliable de las dos superpotencias por
el control del orbe, y del caldeamiento de la
misma en lugar de la congelación prometida,
hasta el punto de que en 35 años, desde cuando
Truman arrasara Hiroshima y Nagasaki, nunca
nos vimos tan próximos al diluvio radiactivo.
De generalizarse, la contienda sería
inevitablemente nuclear; y aunque los
ejércitos regulares conservan aún sus máximas
prerrogativas en los conflictos limitados, con
el vertiginoso desarrollo de las armas
atómicas, la guerra adoptará modalidades muy
diferentes a las acostumbradas, empezando por
los riesgos que implican y el blanco que
ofrecen las grandes concentraciones de
infantería. Debido a ello, y pese a los
encantos del apaciguamiento Washington
proseguirá apostando con Moscú en megatones.
Se estima que con la actual correlación de
fuerzas convencionales, los rusos se
demorarían menos que Hitler en 1940 para
llegar a París. Precisamente la fabricación de
la bomba de neutrones busca una compensación a
dicha disparidad. La macabra carrera no se
detendrá, puesto que ambas superpotencias
urgen de un imperio para subsistir. La una
tendrá que protegerlo, la otra terminar de
conquistarlo. La una va en ascenso, la otra en
descenso. Mas ninguna renunciará ni al agua ni
al fuego, ni a la pólvora ni al átomo, para
arrebatar el codiciado trofeo de miles de
millones de esclavos.
A
la Conferencia de Seguridad y Cooperación de
Europa, celebrada en Helsinki a mediados de
1975, concurrieron más de 30 países de los dos
bloques y firmaron un "Acta Final" que sumaria
la Carta de la ONU y que recoge los cumplidos
mutuos de respetar los derechos de los demás y
de no tocar lo que no es suyo. Brez1inev en
aquella arrobadora reunión puntualizó: "Nadie
puede tratar de dictar a otros pueblos la
forma en que deben manejar sus asuntos
internos". Sin embargo, en las postrimerías de
1979, el septuagenario jefe del Presidium
Supremo de la URSS, en un ataque de amnesia,
no trató sino que comenzó a dictar, no de
fuera sino desde adentro, y a cañonazos, la
forma como el pueblo afgano ha de manejar sus
asuntos internos. Cuando se convocó en Madrid
la nueva Conferencia de Seguridad y
Cooperación, en noviembre de 1980, ya los
burlados próceres del Oeste imperialista no
les creyeron ni una jota a los ladinos
dirigentes del Este socialimperialista. A
pesar de que los rusos calificaron de
"provocaciones" los reclamos de aquéllos,
todavía insistían en distender los ánimos,
mientras hacían la digestión de Afganistán,
mucho más ahítos que cuando la deglución del
banquete angoleño o indochino. Pero el
entendimiento estaba roto. La luna de miel
había concluido. Los protocolos de Helsinki
eran un trapo sucio con que el Krem1in se
limpiaba las manos ensangrentadas. Y la
détente una vela encendida bajo la borrasca.
Después
de repasar el curso de los acontecimientos
mundiales durante los pasados 20 años, ¿podrá
alguien con más de dos dedos de frente tomar
en serio la pretensión de asumir una actitud
amorfa en relación con la índole, las
intenciones y procederes de las dos
superpotencias, y con las desastrosas
consecuencias que a todos los países acarrea
su desaforada disputa por el predominio
universal? ¿Los desposeídos habrán de
contentarse con aprobar o desaprobar episodios
esporádicos de tan trascendental contienda y
comportarse con fingida "autonomía", "sólo
subordinada a los intereses de la revolución
colombiana", como insisten Bula y Pardo? Esos
aires de artificiosa imparcialidad, o taimado
conciliacionismo, y que tanto impresionan a
los liberales, tienden a ganar prosélitos
explotando el más cerrero nacionalismo de las
capas medias de la población. Los obreros por
supuesto han de combatir en consonancia con
los intereses de la revolución colombiana;
pero asimismo han de sopesar correctamente la
situación externa, con cada uno de sus
aspectos e implicaciones, y, lo proclamamos
sin esguinces, supeditar su táctica también a
las necesidades de la revolución mundial.
Quien no acepte este punto, de palabra o de
obra, niega de plano el internacionalismo
proletario y no pasa de ser un nacionalista
más, como cualquier doctor Arellano que, en
desplante de burdo patrioterismo, utiliza el
diferendo con Venezuela para hacer fortuna
electoral.
Si
coincidimos en el cometido de estrechar los
lazos fraternos entre las masas laboriosas del
orbe, ¿qué les planteamos a los camaradas
kampucheanos que padecen la barbarie de la
ocupación vietnamita? ¿Que en aras del
socialismo admitan lo bueno y rechacen lo malo
de sus verdugos? ¿Y qué les decimos a los
vietnamitas? ¿Que respaldamos o no su
"federación indochina", confeccionada con el
puñal homicida? ¿O no les decimos nada,
guardando una prudente indiferencia? Sin
embargo, ¿cómo aportar al acercamiento de los
pueblos si no abordamos estos asuntos
concretos, contundentes y candentes de la vida
real? El MOIR ha dado la única contestación
satisfactoria a tales interrogantes e
inquietudes. A agredidos y agresores les
expresamos el mismo criterio categórico: un
país que recurre a la violencia para imponer
la voluntad a otro con el pretexto de expandir
el socialismo, copia los procedimientos
típicos de los grandes monopolios burgueses y
se convierte en un bastión socialimperialista,
o en una avanzadilla de éste. Por lo tanto su
conducta merece el repudio total de las
fuerzas revolucionarias todas. En el
"Manifiesto inaugural de la Asociación
Internacional de los Trabajadores", Carlos
Marx indicaba que los obreros han de
"reivindicar que las leyes sencillas de la
moral y de la justicia, que deben presidir las
relaciones entre los individuos, sean las
leyes supremas de las relaciones entre las
naciones". Máxima admirable. No puede
creérsele a la persona que después de
vituperar a otra, golpearla y robarla, alega
haberlo hecho por motivos de amistad. Ni
absolver tampoco a la nación que diga
propender a la unidad con otra mediante la
extorsión y la ocupación armada.
En
el citado Manifiesto, Marx explica igualmente
que arbitrariedades tales como el
apoderamiento de las montañas del Cáucaso y
los asesinatos en la "heroica Polonia",
perpetradas por la Rusia zarista, el principal
baluarte de la reacción en aquella época,
enseñaron a los trabajadores a "iniciarse en
los misterios de la política internacional".
Las vicisitudes y atrocidades de las
superpotencias moverán al proletariado
colombiano, no a enclaustrarse en un
nacionalismo falazmente ecuánime, sino a
adentrarse en los enigmas de la problemática
mundial y descorrer los velos con una definida
posición de clase. Descubrirán que las
penurias de la aldea natal no se hallan tan
desligadas de la prosperidad de las más
fastuosas urbes del planeta. Que la carestía y
la represión del gobierno de Turbay Ayala
dependen de las superganancias de los trusts
de siglas en inglés. Que la publicitada
defensa de los derechos humanos burgueses en
Colombia tiene que ver con la respectiva
cruzada llevada a cabo en todo el mundo por el
derrotado Jiminy Carter; y también con las
artimañas de los revisionistas que aprovechan
la crisis del imperialismo norteamericano para
ganar anuencia entre las clases dominantes, en
beneficio de la hegemonía soviética. Que la
renuncia de Bula y Pardo, aunque ellos ni
siquiera lo sospechen, la genera el auge de la
tendencia reformista, animada a su vez por los
tejemanejes de Washington y Moscú. Que el
triunfo del señor Ronald Reagan representa un
viraje importante en la orientación
estadinense, como efecto de la expansión de la
URSS y la bancarrota de la "distensión". Y que
dichos cambios están llamados a repercutir en
las luchas ideológicas y políticas de
Colombia, por cuanto se recrudecerá el
despotismo del régimen vendepatria y el
oportunismo se empantanará con sus empolvadas
fórmulas de la democracia oligárquica. Pero
esto ha de ser tema de otro capítulo.
*
* *
NOTAS
1.
Carta enviada a la Secretaría General del
MOIR, el 27 de junio de 1978, por la cual
renunciaron del Partido Carlos Bula y César
Pardo. Publicada en mimeógrafo.Id.
2. Id.
3. Id.
4. Reportaje de Gabriel García Márquez, en El
Espectador, enero 9 de 1977.
5. Comparecencia del Comandante Fidel Castro,
del 23 de agosto de 1968. Folleto del
Departamento de versiones taquigráficas del
gobierno de Cuba. Instituto del Libro.
6. Id.
7. Walter Scott, El Talismán, Edición Obras
Maestras, Barcelona, 1968, pág. 104.
8. "Principios Básicos" de las relaciones
entre los Estados Unidos de América y la Unión
de Repúblicas Socialistas Soviéticas, Moscú,
1972. Tomado de Política Mundial Siglo XXI.
Fundación para la Nueva Democracia, Editora
Guadalupe, Bogotá 1974,pág.51
9. Richard Nixon, La verdadera guerra, pág.
181. Editorial Planeta, Barcelona, 1980
10. Despacho de la agencia AP. El Siglo,
septiembre 20 de 1977.
11. Ambas declaraciones de Alexander Haig
fueron extraídas de cables publicados por el
diario El Siglo, el 10 y el 11 de enero de
1981, respectivamente.
12. Time, agosto 11 de 1975, pág. 6.
13. Carta de Bula y Pardo citada.
14. Carlos Marx, "Manifiesto inaugural de la
Asociación Internacional de los Trabajadores",
Obras Escogidas, C. Marx F.Engels, Editorial
Progreso, Moscú, 1973, Tomo II, pág. 13.
15. Id.
Editorial
publicado en Tribuna Roja Nº 37, febrero de
1981.
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