Hagamos del
Debate un Cursillo que Eduque las Masas
Queridos
compañeros: Tras dos decenios de echar mano de las
modalidades del sufragio, estamos al principio de la campaña
electoral, la segunda que emprendemos luego de haberse sustituido
la vieja Carta de 1886 por otra mucho más arrevesada.
Siempre, o casi siempre, concurrimos a los comicios en compañía
de diversos aliados, apisonando los cimientos del frente
único y esparciendo las ideas revolucionarias. Mientras
en cada departamento iremos a la contienda por la Cámara,
en todo el país conformaremos una lista única
para el Senado, convertido ahora en circunscripción
nacional. En procura de los correspondientes objetivos concertamos,
alrededor de unas pautas programáticas mínimas,
la mutua colaboración con el bloque Democrático
Regional que nació del compromiso entre varias fuerzas
con vínculos populares en la ribera del Magdalena
Medio. Unidad que, por sus preludios o proyecciones, ofrece
tema abundante de análisis. Pero como el debate actual
entraña características muy señaladas,
un tanto diferentes de las conocidas en etapas anteriores,
deseo esta noche referirme a ellas, aun cuando tenga que
limitarme a un apretado resumen.
Con el advenimiento
del cesarismo del revolcón, Colombia concluyó
sumida en las tinieblas de la incertidumbre. Nadie sabe
a qué atenerse; cualquier disposición, por
dañina que fuere, no asegura nada, ni siquiera su
continuidad. La norma es la falta de normas. Los industriales,
los agricultores, los comerciantes y hasta los contribuyentes
denuncian que poco les vale acatar o disentir, pues más
se demoran en someter con humildad sus actividades a los
dictámenes de las élites burocráticas
que en verlas interferidas de nuevo por los cambios de criterio
de éstas; la mejor forma de endurecer la dictadura
burguesa de los vendepatria.
En el terreno
de las elecciones dichos métodos han significado
la supresión en la realidad de los escasos visos
democráticos, sobre los que tanto parlotean las minorías
gubernamentales. Reglamentan los procedimientos conforme
a las conveniencias del día; transfieren a los organismos
subalternos la toma de decisiones de fondo, y mantienen
en reserva los recursos legales o no que les sirvan para
doblegar oportunamente a los adversarios de peligro. El
reconocimiento de los partidos se ha trocado, bajo su arbitrio,
en un artilugio de selección entre admisibles e inadmisibles,
que les permite definir quiénes merecen disfrutar
hacia la medianoche de los diez minutitos de consolación
televisiva, en qué lugar ubicarlos en el tarjetón
o cuántas mercedes deben otorgárseles. Son
ardides, arterías, minucias; sin embargo, de tales
trapisondas depende, de un momento a otro, la suerte en
las urnas de los movimientos, en especial de las vertientes
opositoras. Al MOIR se le suspendió la personería
jurídica, luego de haberse jugado con esto durante
meses de definiciones claves para el régimen. A una
agrupación se le suprime la carta de ciudadanía
si no llega al Congreso o no obtiene un determinado número
de votos. También la rifa si hace uso de la elemental
licencia de declarar la abstención por razones tácticas.
La apelación para recuperarla consiste en recoger
50.000 firmas que el Consejo Electoral examina y resuelve
sin más aceptarlas o glosarlas. Otra traba a esgrimir
contra los pequeños se halla en la caución
que se exige como prenda de las inscripciones. Según
la enésima providencia, la última, la Ley
del 11 de noviembre pasado, la fijó, por ejemplo,
en aproximadamente doce millones de pesos para el ámbito
del Senado, los cuales cancelarán aquellos grupos
que no alcancen una cantidad relativa de sufragantes. Nos
encontramos ante impedimentos de cicatero, oscuros, pero
impedimentos al fin y al cabo.
En los albores
de la reforma constitucional aparecieron las prácticas
amañadas que vendrían después, ese
nebuloso reino de los "mecanismos", la interinidad
de las regulaciones, el reemplazo de las reglas por los
acuerdos pasajeros. Respecto a la enmienda, Barco elaboró
cuatro o cinco proyectos a través de sendos conciliábulos,
llevó un texto a las cámaras que lo aprobaron
en dos legislaturas tras largas discusiones y, con el pretexto
de haberse previsto un referendo encaminado a dirimir el
asunto de la extradición, lo retiró abruptamente.
En otras palabras, al parlamento le estaba vedada cualquier
iniciativa. Más tarde Gaviria, apuntando hacia la
conciliación con los señores de la droga,
la prohibió de un plumazo por medio de sus decretos
y de su constituyente. A él mismo lo nominaron con
una simple e inexplicable misiva de un hijo de Luis Carlos
Galán, que fuera leída en los funerales de
éste. Y los mancebos de Palacio comenzaron a hacer
de las suyas.
En las justas
del 11 de marzo de 1990 se le permitió a una comparsa
de estudiantes aleccionados, en su mayoría pertenecientes
a las universidades más aristocráticas y confesionales
de Bogotá, depositar la "séptima papeleta"
con lo cual principió a dársele un barniz
de cosa limpia a la Asamblea del Hotel Tequendama. El registrador
admitió que la intentona no tenía fundamento
ni podría ser escrutada; sin embargo, agregó,
naturalmente, que la maniobra no invalidaba los escrutinios.
Los diarios de los grandes rotativos se encargarían
de efectuar el recuento, asignándole las cifras que
se les antojaran. Y para la confrontación presidencial
del 27 de mayo el primer magistrado decretó la consulta
sobre el engendro que venía cocinándose. La
Corte Suprema de Justicia lo bendijo tres días antes,
el 24, sin importarle que transgredía el artículo
218 de la Ley de leyes y por ende la cláusula 13
del plebiscito de 1957. Resultaba claro que el país
dejaría de regirse por los preceptos de la normatividad.
Puesto en
el solio el favorito de Virgilio Barco y expedido el decreto
1926 del 24 de agosto de 1990, las autoridades instalarían
las mesas de votación del 9 de diciembre, en donde
se perfilaron los contornos de la corporación propuesta,
sus componentes, sus limitaciones. Los esquemas surgieron
de las componendas entre Gaviria, Gómez Hurtado y
los amnistiados del caserío de Santo Domingo, un
extraño maridaje en el que éstos, los activistas
del M-19, se dedicaron a las labores de zapa y al embellecimiento
de los pérfidos atentados contra el pueblo colombiano,
sin omitir los pasos emprendidos por Washington hacia la
plena colonización económica de América
Latina, el objetivo primordial de las transformaciones jurídicas
del Continente. La medida, brotada de las despóticas
competencias del estado de sitio, como la consulta de mayo,
e igualmente refrendada por el máximo tribunal, era
de por sí un veto al Congreso, debido a que le quitaba
de un tajo su preponderancia de enmendar la Constitución,
y un golpe aleve contra los electores que sólo cinco
meses atrás lo habían designado con cerca
de ocho millones de sufragios. A los parlamentarios se les
obligaba a renunciar a su investidura si resolvían
candidatizarse para la constituyente, a tiempo' que se les
tranquilizaba con la hipócrita promesa de que su
período sería respetado sin cortapisa alguna.
Y de remate, la extraordinaria Asamblea de 1991, antes de
salir del escenario, en un postrer desplante clausuró
el órgano legislativo, extrayendo de su seno un "congresito"
y mofándose del propio decreto al que le debía
su existencia. De nada les valió a los padres de
la patria que hubieran sancionado cuanta proposición
les presentara el Ejecutivo. Votaron a favor del presidente
y éste los botó. La confabulación fue
producto obviamente de otro pacto, esta vez suscrito por
López Michelsen, quien tantas dudas expresara acerca
del fragoso proceso. Y Gaviria quedó a la vez investido
de la potestad de invertir discrecionalmente los trámites,
o las consabidas políticas del Estado, aun las emanadas
del círculo de sus íntimos. Ya lo hizo con
los sueldos de militares y congresistas, los auxilios de
los cuerpos colegiados, las inversiones foráneas,
los impuestos, etc.
Todavía
nos resta trecho para seguir explicando por plazas y recintos
tamañas irregularidades. Hagamos del debate un cursillo
que eduque a las masas en la comprensión de los menesteres
de la lucha de clases.
En esta
ocasión nuestro Partido goza de algunas ventajas.
Durante más de 25 años soportamos los embates
de una tendencia que campeó a sus anchas dentro del
movimiento popular, compuesta de variados matices, sostenida
en todo sentido por La Habana, cuyos propósitos y
despropósitos recibían constante propaganda
y que contaban por lo menos con la admiración de
la derecha. Innúmeros reveses nos acarrearon sus
maquinaciones. Mas el diagnóstico cambió sustancialmente.
Aquellos que creían a la par en el "bálsamo
santo" y en el "puño brutal de Bakunine",
cual lo proclama el Anarkos de Valencia, se tropezaron de
pronto con una dificultad enorme tras el hundimiento de
la Unión Soviética, que los abandonaban quienes
eran el básico sostén moral y material de
la contracorriente. El mundo había sufrido una transformación
profunda, de esas que de vez en cuando nos depara la historia.
Tres alteraciones sucesivas ocurrieron: primero, la tergiversación
del socialismo; segundo, la caída del imperio ruso,
y tercero, el resurgir de la hegemonía norteamericana.
Acaecimientos llamados a modificarle la faz al planeta y
a influir en la vida de cada persona.
Durante
el entreacto del payaso Nikita Kruschov, el Krem1in renegó
del marxismo, partiendo de la desfiguración de la
memoria de Stalin y encarando una meticulosa operación
ideológica tendiente a resucitar a mediano plazo
el modo de producción capitalista. Labor sin la cual
sería prácticamente imposible la restauración.
A Leonid Brezhnev le correspondió extender el poderío
soviético por el orbe entero, recurriendo a la violencia,
al engaño y a la intriga. Por medio de sus títeres
y ejércitos cipayos, tal cual lo hiciera Inglaterra
en su hora, holló pueblos en Africa, Asia y América
Latina. A Afganistán la invadió con sus propias
tropas. Se erigió en emperador zarista de los trabajadores,
un contrasentido. Y Mijaíl Gorbachov dispuso sobre
el reordenamiento de la casa, conforme a las necesidades
de la naciente oligarquía que reclama leyes adecuadas,
el establecimiento en regla de la especulación y
el agio, bancos, libertad de negocios, registro notarial
de las propiedades. No lucía lógico que los
privilegiados continuaran guardando sus caudales bajo el
colchón; que a los ricos les estuviera impedido cruzar
el Mediterráneo en yates particulares; que la señora
Raisa no pudiese ir de compras a los almacenes La Fayette
de París y pagar con tarjetas de crédito,
o que los amos de la sociedad no poseyeran periódicos
y galerías de arte. En cuanto a las formas de sojuzgación
externa, también cambiaron, dejándose de lado
el dominio directo colonial, con el objeto de unir la tolerancia
seudodemocrática y la soberanía de papel con
el saqueo y las amenazas, o sea el neocolonialismo. Se afrontó
entonces la empresa de aclimatar el sistema presidencialista,
el bicameralismo y las demás refacciones del Estado.
Pese a todo
Moscú hizo mal sus cómputos. Gastó
demasiado en la maquinaria bélica que dotara de armas
no sólo convencionales sino nucleares, descuidando
las otras ramas productivas. Al final cayó en cuenta
de que las fábricas, en lugar de ampliarse, envejecían;
los pozos petroleros y los oleoductos se aherrumbraban,
y las faenas agropecuarias tendían hacia el estancamiento.
Sólo con la ayuda de Occidente logró descender
a tierra a un astronauta sentenciado a vagar sin remedio
por los espacios siderales. Y sobrevino el colapso.
Atronadores
aplausos se oyeron por doquier ante la actitud moscovita.
Los estadistas de las más disímiles naciones
miraron complacidos cómo la denominada "guerra
fría" había cesado y previeron mil años
de benevolencia entre los hombres. Hasta los curitas de
parroquia predicaron que, con la llegada del mesías
de la perestroika, la humanidad doliente descubrió
por fin la senda hacia la paz paradisíaca. Al contrario:
Gorbachov terminó prisionero de los agentes de sus
aparatos represivos; y, con la fuga de las repúblicas
del Pacto de Varsovia que desertaban del rebaño,
junto con la desmembración soviética y el
ascenso de Boris Yeltsin en Rusia, el flamante presidente
perdió el empleo por física sustracción
de materia. Los Estados Unidos supieron aprovechar las oportunidades
que el azar les brindaba. Respaldaron con furor a ambos
mandatarios. A uno cuando estaba detenido por la soldadesca
y al otro cuando ésta vacilaba en tomarse e1 edificio
del Soviet Supremo y conducir a los diputados a la cárcel.
El apoyo lo condicionaron, por supuesto, a una sola pero
decisiva petición, que se implantaran los cánones
burgueses a lo largo y ancho del territorio ruso, facilitando
la entrada de los capitales extranjeros. Y los yanquis ganaron
la disputa por el control mundial después de décadas
de confrontaciones, mientras que los herederos de los Romanov
se resignaban a pasar de superpotencia a ser un mero apéndice
del imperialismo norteamericano.
El clima
de cierta estabilidad que antes prevalecía a causa
del equilibrio entre los dos colosos, empezó a enrarecerse
por los avatares de la multipolaridad. Las pugnas comerciales
que han mantenido los monopolios de América, Europa
y Japón, e incluidos los de la misma Rusia, salieron
a flote con todas las repercusiones de una competencia cada
día más aguda. El globo en vez de enfriarse
se calienta. Washington no ha dudado en recurrir a la fuerza
en busca de consolidar la reconquista. En 1983 se atrevió
a desalojar de la diminuta isla de Granada, en el Caribe,
a las escuadras cubanas, un ensayo remoto. Le seguiría
Panamá, en el 89, desde donde atalaya e infiltra
a Latinoamérica. Posteriormente Irak y Somalia. Conminó
a la disuelta Yugoslavia, a Corea del Norte y a los vecinos
de Haití. En consecuencia, las guerras no amainan,
se diseminan.
De cualquier
modo el fenómeno se traducirá en una extensión
sin fronteras del capitalismo. En los más apartados
y escondidos parajes se instalarán factorías
semejantes entre sí que pondrán en oferta
géneros idénticos o parecidos. La inevitable
superproducción traerá consigo la estrechez
relativa de los mercados, el desempleo, la explosión
de los conflictos laborales a una escala jamás conocida.
Los problemas de los pueblos continúan siendo los
mismos de ayer aunque ahora enfrenten enemigos distintos.
Las verdades de Marx y Lenin, lejos de marchitarse, cual
lo pregona la burguesía que carece de respuesta para
los interrogantes de la actualidad, volverán a ponerse
de moda. Parece que el socialismo, al igual de lo acontecido
al sistema capitalista, adolecerá de tropiezos y
altibajos durante un interregno prolongado, antes del triunfo
definitivo. Y los obreros, con sus batallas revolucionarias,
proseguirán tejiendo el hilo ininterrumpido de la
evolución histórica.
En consonancia
con los vuelcos planetarios, a Colombia, que ha sido desde
hace más de una centuria un algorín de los
asentistas del Norte, se le redujeron sus posibilidades,
sus márgenes, su autonomía de vuelo. En los
sesentas los planes de la Casa Blanca para el hemisferio,
la Alianza para el Progreso, la desaparecida Alalc, el Pacto
Andino, preservaban intactos los artificios del desvalijamiento
y, conforme a estos términos exactos, se trataba
de una expoliación disimulada, astuta, que nos permitía
algún grado de desarrollo, complementario a la sustracción
de las riquezas del país. Digamos que los gringos
chupaban el néctar con ciertas consideraciones. Pero
con la apertura la extorsión se ha tomado descarnada,
cruda, sin miramiento alguno.
Cuando el
Comité Ejecutivo Central del MOIR miraba con detenimiento
y antelación la nueva política saqueadora,
pronta a instalarse, llegó a varias conclusiones
pertinentes. El viraje debían abocarlo con cuidado
los mandatarios. A pesar de que lo ubicaban en los terrenos
de la cuestión económica, forzosamente abarca
un universo de preparativos y sustentáculos que revuelcan
el discurrir de la caduca república. Partiendo de
un problema inicial: se necesita alguien que lo enrute y
conduzca a buen puerto; un conjunto amplio de funcionarios
ilustrados, catedráticos expertos y discípulos
maleables que sepan del asunto. La clave estuvo en la incorporación
al ajetreo público de la panda de los Andes, una
especie de culto de las adoratrices de la especulación.
No es raro que el presidente y su consorte provengan de
allí; que doña Ana Milena haya montado a Colfuturo
en donde, además de correr dineros a porrillo, hacen
fila los alumnos mansos y distinguidos que recibieron becas
de posgrado en el exterior, o que los periódicos
promocionen los estudios de la Academia americana. El duelo
económico se decide en la arena ideológica.
A los oficiales
de las Fuerzas Armadas también los educan o reeducan
allá porque las artes marciales representan otro
puntal imprescindible. Hay que domesticarlos y civilizarlos,
reorientando incluso las charlas que escuchan, pues muchos
de los egresados de esas escuelas dieron mal ejemplo, como
el general Pérez Jiménez que se desvió
hacia la dictadura, o el general Noriega que amasó
una fortuna traficando en cocaína; y los mandos han
de comportarse bien, acatar los derechos humanos, ser respetuosos
de las declaraciones de la Conferencia Episcopal, no asesinar
a quienes protestan o a los que ejercitan el terrorismo,
en fin, proporcionar sustento a la majestad de la Ley. Mas
todo debe ejecutarse sin desmedro de los operativos encubiertos
de las unidades del Pentágono, y a ratos no tan encubiertos.
Se conoce de la presencia de contingentes suyos en Perú,
Bolivia y otras partes. En el departamento de Amazonas se
detectó uno de ellos. Hemos padecido asimismo la
interferencia y el bloqueo en nuestro mar Caribe. Y la opinión
se ha enterado con alarma de que aviones militares de transporte
sobrevuelan, con permiso o sin él, encima de nosotros;
y que en más de un lance estuvieron a punto de colisionar
con naves repletas de pasajeros. Es decir, que nos hostigan
por aire, mar y tierra. La agresión constituye otro
elemento adicional de la apertura, ya que, a medida que
avanza ésta, la resistencia civil se expande cual
reguero de pólvora por el Continente.
Dentro de
las adecuaciones legales que han dotado a la gran burguesía
de los medios para escoger entre cualquier opción,
se destaca la Ley 50 de 1990, con que se cercenan los logros
conseguidos por los asalariados en más de tres cuartos
de siglo de arduas peleas. En síntesis, el objeto
estriba en asegurar, en un santiamén, la disminución
de las remuneraciones y la supresión de las normas
permisivas del Código Laboral. Otra vez las normas.
Sin mano de obra barata no habrá neoliberalismo que
funcione. Como la América Latina acusa algún
desarrollo y algunos adelantos tecnológicos que conllevan
progresos sindicales, Colombia, pletórica de dinamita,
secuestros y laboratorios de coca, nunca será atractiva
para Wall Street, si no entraba la industria nacional, no
arruina a los empresarios agrícolas y no, envilece
a las masas laboriosas.
Sucede igual
con las expectativas que generan los jugosos tejemanejes
de las entidades estatales, de cuya subasta no se eximen
siquiera la Caja Agraria, el Banco Cafetero, Terpel y Ecopetrol,
Telecom, el Sena, los Seguros Sociales, la Flota Mercante,
las electrificadoras y otras instituciones respecto a las
cuales el presidente ha dicho que no son transables. Si
el régimen pudiera enajenar los escritorios del Ministerio
de Educación, lo haría, como lo efectuaron
en el siglo pasado los radicales con el Capitolio, que "sacaron
a remate"; y vendieron, "a menos precio",
el lote destinado por Mosquera para construir el Palacio
Presidencial.
La regionalización,
la maquila, el estímulo a la microempresa, las facilidades
concedidas a las importaciones y la integración concertada
con los gobiernos de los países hermanos hacen parte
de los múltiples "mecanismos". Mientras
se empobrece la nación al pueblo se le abruma con
gravámenes confiscatorios. En su misión de
almojarife el señor Gaviria no se para en pelillos.
Como aspira atender con holgura sus carísimos cometidos
y sofocar el descontento, urge de plata, mucha plata. Provee
dos reformas tributarias seguidas, soborna al Congreso y
miente. Quienes se hayan retrasado en el pago de los impuestos
habrán de resarcirlos con las tasas del interés
vigente para las transacciones mercantiles. A las gentes
se les exprime con el propósito de reanimarlas.
En medio
de tan tremendas conmociones transcurre la liza comicial.
Nuestra participación en ella nos permite hacerles
propaganda no sólo a los acendrados convencimientos
sino a las recientes conclusiones. De otra parte, el arranque
ha sido con entusiasmo; y habremos de contar, como pocas
veces antes, con los invaluables aportes de los activistas
sindicales que de una forma u otra acogen las orientaciones
partidarias, puesto que tuvimos la buena estrella de integrar
para el Senado una lista encabezada, en cuanto al MOIR,
por Jorge Santos Núñez, expresidente de la
USO, y por Marcelo Torres, componente del Comité
Ejecutivo Central desde hace años, hoy de nuevo director
y ejecutor de nuestro debate. Es obvio que Marcelo, aun
cuando no fue sindicalista, también le imprime ese
sello proletario a la fórmula que le hemos propuesto
al pueblo. ¿Acaso los dirigentes y miembros del Partido
no somos representantes de los obreros de Colombia? Y los
trabajadores de las tierras de Colón y Magallanes
se hermanarán inexorablemente. Lo puso de manifiesto
el Tratado de Libre Comercio, que rubricaran Estados Unidos,
Canadá y México, y ante el cual los asalariados
estadinenses protestaron con fiereza. En presencia de un
enemigo común, lenguaje común y lucha común.
A medida que el imperialismo alarga sus tentáculos
se debilita afuera y adentro. Su derrumbe será inevitable;
ayudémoslo a que su desaparición sea rápida.
Pese a los obvios apremios la situación actual es
excelente. Yo les aconsejaría que no pierdan la marea
alta.
Creo que
con Marcelo y Jorge al frente de esta brega los rendimientos
políticos están garantizados.
Muchas gracias.
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Discurso
pronunciado en él Salón Fundadores del Hotel
Bacatá el 25 de noviembre de 1993 con motivo del
lanzamiento de la candidatura al senado de Jorge Santos.