Cuba,
o la Burla a la No Intervención
Señor
Doctor Darío Arizmendi Posada
Director
de El Mundo
E. S. D.
Apreciado
doctor:
El
editorial de El Mundo del 13 de enero pasado
plantea con razonada firmeza: "Hay que
defender a toda costa el principio de no
intervención y la libre autodeterminación de
los pueblos". A tan definitivo convencimiento
llega su periódico al reparar sobre los frutos
amargos de más de trece años de intromisión
bélica de Cuba en Angola. Después de haberlo
madurado bien, y si me permite, deseo
expresarle mi complacencia por tales
deducciones, que, fuera de recoger una
arraigada inquietud de los demócratas de las
distintas latitudes, refleja la necesidad de
que la prensa colombiana, por lo menos al
nivel del solar patrio, ayude a corregir las
falsedades sustentadas al respecto durante
lustros.
Se
censuran reiteradamente las injerencias
norteamericanas en los ámbitos propios de los
países débiles, mas se toman como de buena
tinta las explicaciones que sobre las
tropelías internacionales de la Santa Rusia
socialista divulgan los agitadores
prosoviéticos. Hasta ahora ésta ha sido una
constante histórica, pese a que la
escenificación del agresor en el gran tablado
del mundo le ha correspondido última y
principalmente a Moscú, así se trate de la
intriga diplomática o de la invasión armada.
Desde el ángulo particular de Colombia lo
registramos con lujo de detalles. A aquel que
de cualquier modo justifique o embellezca las
pretensiones del socialimperialismo, y sea
quien fuere, burgués u obrero, progresista o
retrógrado, letrado o iletrado, se le
disculpan sus deslealtades con la causa del
pueblo y de la nación, si las ha tenido, y se
le reconoce cual heraldo del avance social. Y
a quienes desafinen dentro del coro, cuando
corren con suerte, se les destina al castigo
de Eróstrato.
Que
nos hallamos ante una tendencia, no existe
duda. Lo viene a corroborar el júbilo que
desata la "perestroika", ese impulso a la
involución política que los recientes líderes
del Kremlin acometen pensando en un mejor
ejercicio económico, tanto en la órbita
doméstica como en el terreno de la rebatiña
universal por el reparto del globo. En
Occidente se festeja el cabal retorno al
comercio y a la inversión privada. Pero el que
la superpotencia del Este emule con las armas
pacificas o les otorgue mayor importancia a
los negocios financieros dentro de la
rivalidad con los Estados Unidos, la Comunidad
Europea y el Japón, sus tres poderosos
competidores, no significa que haya renunciado
por entero a la expansión violenta. El enigma
del escueto restablecimiento de los antiguos
ídolos derrocados lo acaba de revelar en parte
Mijail Gorbachov, al admitir una quiebra y un
déficit del Soviet Supremo superiores a lo
previsto y que lo obligan a un recorte de los
gastos de guerra, con la consiguiente
aprobación del control armamentístico y el
desmantelamiento gradual de los enclaves
colonialistas en África y Asia.
Es
cuestión de un repliegue, o respiro,
determinado por las limitaciones materiales y
propuesto dentro de la hipótesis de que se le
respeten al vasto imperio las zonas de
influencia ganadas tras la ofensiva militar
del período que concluye. Cuba no se retirará
totalmente de Angola hasta 1992 y supeditado a
cuanto suceda en Namibia. Se evacúan los
regimientos de Afganistán pero se persiste con
frenesí en el refuerzo del gobierno títere
Algo análogo ocurre en Indochina. Y el
aplaudido anuncio hecho oficialmente ante la
última asamblea general de la ONU, acerca de
una voluntaria reducción, a partir de 1991, de
las unidades apostadas en Europa Oriental, no
suprimiría, de llevarse a cabo, la desventaja
en que se han mantenido las tropas de la OTAN
frente al Pacto de Varsovia. En resumidas
cuentas, estamos en medio de la calma que
sigue y precede a la tempestad, aun cuando el
entusiasmo por el "crepúsculo del comunismo
leninista", al que aludiera en Medellín el
misericordioso lazarillo de la UP, Misael
Pastrana Borrero, no dé lugar a estos
análisis, tomados si acaso cual extrañas
premoniciones todavía no vistas.
Sin
embargo, doctor Arizmendi, las disparidades
que aparezcan en cuanto a la apreciación del
porvenir no lograrán ocultar las coincidencias
surgidas en torno a los acontecimientos ya
cumplidos. Me guío por los alcances de la nota
editorial que ha motivado la presente carta.
Enorme servicio se le presta a Colombia
aclarando que "la presencia cubana en Angola
es uno de los tantos aberrantes capítulos de
intervención militar extranjera con que se han
adobado y se siguen adobando muchos conflictos
regionales o internos de otros países y que,
más que ayudar a conseguir la paz, han servido
para intensificar y mantener las acciones
bélicas". Muy importante también que las
gentes se pregunten: "¿Fue la presencia de las
tropas cubanas en Angola un acto de
solidaridad revolucionaria, como se predica, o
un simple negocio casi mercenario por el que
el gobierno de La Habana recibía una paga del
país africano?". Y vale, finalmente, la
"moraleja" que se saca y de la cual se parte:
"Toda intervención extranjera en otro país es
injustificada y debe repudiarse".
Ningún
órgano publicitario entre nosotros había
hablado con tal certidumbre sobre tema tan
acuciante. ¡A todo señor, todo honor!
Para
bien o para mal, la revolución cubana hizo
época en la América Latina. Los observadores
que han conocido su errático curso podrán
señalarle cuando menos tres hitos muy
marcados. El de las nobles intenciones
refrendadas a través del plebiscito soberano
de la victoria; el del alineamiento ideológico
con Moscú en las postrimerías de la década de
los sesentas, y el del cipayismo, iniciado
precisamente en junio de 1975 con el "negocio
casi mercenario" de la ocupación de Angola. Yo
le quitaría el "casi", porque este tránsito no
obedece a meras maniobras del momento sino a
una transmutación o desnaturalización de la
cosa. Al colaborar con los planes hegemónicos
de los anexionistas rusos, facilitándoles su
prestigio y su ejército, Fidel Castro perdió
no solamente la independencia sino la gracia.
Malgastaron asimismo energías, quienes, como
nuestro premio Nobel de literatura, han
pretendido demostrar que el abordaje pirático
de Cuba en África corresponde a un arranque
económica y políticamente autónomo. Ni soñarlo
siquiera. No hay que olvidar que se trata de
la pequeña república antillana, cuyo
territorio apenas es un 70% más grande que el
área del departamento de Antioquia y cuya
población no alcanza a la mitad de los
habitantes colombianos; que carece de recursos
naturales básicos y aún se encuentra en el
monocultivo, endeudada hasta las heces, bajo
bloqueo y consumida por una crisis crónica que
cada vez esconde menos. A los dirigentes de
una nación de tales dimensiones y en
circunstancias semejantes jamás se les
ocurriría sostener en el exterior, con sus
propios ahorros, decenas de miles de soldados
durante trece años, por mucho que sea el amor
profesado a la libertad de los hombres o de
las razas. La Isla no vive para su misión;
vive de su misión. El dinero y las órdenes
vienen desde las distantes vecindades de la
Plaza Roja. Y hoy, tras los replanteamientos
soviéticos y sin alternativa, empieza el
desmonte de su aventura angoleña por las
mismas razones que ayer la iniciara.
El
penoso caso de Cuba constituye hasta cierto
punto una norma extraída de los prolijos
recuentos de la opresión entre Estados de la
era moderna. Las viejas metrópolis han sabido
siempre enrumbar los jóvenes movimientos
nacionales hacia la cristalización de sus
propósitos de conquista. Inglaterra, dentro de
los feroces antagonismos del siglo XIX, no
hubiera ascendido a la supremacía mundial sin
el apoyo de los cipayos indios. Antes se
agredía en pro de los "beneficios" de la
civilización burguesa y ahora en nombre del
"socialismo". He ahí la única diferencia. El
sello de los tiempos.
Los
imperialistas se disfrazan a menudo de
redentores sociales. Pero ninguna merced,
ficticia o real; ningún favor de carácter
político o económico; ninguna consideración
filosófica, religiosa o científica debe
aceptarse como excusa para promover el
enfrentamiento entre los pueblos. Si lo que
preocupa es la emancipación de las masas
indigentes de cualquier Estado, a ella conduce
sólo la senda de la democracia, cuyo primer
mandamiento, sin el cual el resto de las
libertades se torna nulo, consiste en la
autodeterminación de las naciones. Justamente
al cometido de este postulado responde uno de
los cuatro puntos de convergencia propuestos
por el MOIR con el ánimo de conformar un
frente único que saque indemne a Colombia de
la encrucijada actual. Una condición que une y
no divide a las fuerzas patrióticas y
democráticas. Un enfoque del problema
colombiano, el más amplio, que terminará
poniendo al desnudo las conexiones existentes
entre la martingala internacional y la conjura
interna, tan necesario en estos días, y sobre
todo después del fracasado matute de cuarenta
toneladas de armas procedentes de las costas
portuguesas y atribuido por el gobierno a las
Farc.
El
oficioso concurso de La Habana, y últimamente
el de Managua, han salido a relucir en varios
de los trágicos lances protagonizados por los
terroristas criollos, como en las tomas de la
Embajada Dominicana y del Palacio de Justicia.
Castro ha interpuesto sus efectivas gestiones
para el rescate de notables colombianos
secuestrados. Tampoco ha tenido inconveniente
en reconocer ante la prensa la participación
de su régimen en el aleccionamiento de las
guerrillas, incluidas las nuestras. Ante los
repetidos abusos, la administración Turbay, en
gesto de singular entereza, lo conminó a la
ruptura de relaciones en 1981, el año del
hundimiento del Karina. Durante su estancia en
Caracas, con motivo de la posesión de Carlos
Andrés Pérez, les dijo a los reporteros, entre
confidente y magnánimo, que había ayudado a
efectuar el encuentro en Madrid de Belisario
Betancur e Iván Marino Ospina, y que estaba
dispuesto a seguir contribuyendo al logro de
la concordia en Colombia.
Así,
a los azares de esta trama internacional, se
han subordinado muchas veces las decisiones de
los poderes gubernamentales, especialmente en
cuanto atañe a las agotadoras diligencias de
la pacificación dialogada. El mandato
belisarista miraba hacia el Caribe antes de
formalizar sus entendimientos con las
agrupaciones insurrectas; y volvía el rostro
hacia el rincón al oír los agrios reclamos de
Nicaragua sobre el Archipiélago de San Andrés
y Providencia. Eso pasa cuando se posee un
criterio muy pobre acerca de las prerrogativas
nacionales, o del respeto que los Estados han
de guardar por los asuntos privativos de las
demás naciones.
Creo,
no obstante, que la situación evoluciona de
manera favorable. La opinión pública viene
aprendiendo a punta de palo. Numerosos
sectores dejaron de tomar a la ligera el
influjo que ejercen las contradicciones
mundiales sobre nuestras bregas políticas. A
arrojar luz coadyuvará incluso la
"perestroika", por aquello de que la mejor
refutación es el desarrollo mismo de lo
refutado, cual lo concebía Hegel. El disgusto
creciente de las repúblicas subalternas de
Europa Oriental ya delata la índole
imperialista de la Unión Soviética. Sus
retiradas tácticas se traducirán en derrotas
estratégicas. Y si no ha sido tan acelerada la
rusificación del orbe a través de unas guerras
restringidas que tambalearon por la
insuficiencia de los caudales e instrumentos
indispensables, cabe esperar que se empantane
también el predominio ruso mediante la
monopolización de los mercados y las monedas
extranjeros. Se abre, en fin, la perspectiva
de contener a los zares redivivos y a sus
estipendiarios.
En
Colombia todo depende de un cambio de
mentalidad, de una revolución ideológica que
coloque en la picota las posiciones de quienes
rechazan las exigencias del FMI mientras
alaban el aniquilamiento de los pueblos de
Eritrea, Chad y Afganistán, o se muestran
internacionalistas ante los centroamericanos y
chovinistas ante los indochinos. El editorial
de El Mundo simboliza un paso en aquella
dirección. Que el país lo sepa.
Cordialmente,
Francisco
Mosquera.
Carta de Francisco
Mosquera a Darío Arizmendi Posada, director de
El Mundo, publicada en El Tiempo el 18 de
febrero
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