Nuevo
Aviso del MOIR ante el Asesinato de Aidée
Osorio
por Parte de las FARC (*)
Habiéndose
decidido desde un comienzo a estudiar
enfermería, la disciplina a la que dedicara
los cuidados de su joven existencia, Aidée
Osorio Gómez se valió de la profesión no sólo
para servir a sus semejantes, sino como medio
de relacionarse con las masas populares e
imbuirlas de anhelos revolucionarios.
Vinculada al hospital La Cruz de Puerto
Berrío, en 1975 fundó con sus compañeros el
sindicato del centro asistencial, del que fue
su primera presidenta. Luego promovería el
ingreso a Sindes, la organización nacional de
los empleados de la salud, difundiendo las
bondades del sindicalismo de industria y
conformando la correspondiente subdirectiva
que asimismo presidió. Tras de pedir su
entrada, pasó a engrosar en 1976 las filas del
Partido en aquella afligida región del
nordeste antioqueño. A partir de 1979 colaboró
estrechamente con el programa de cirugía
ambulatoria, adelantado por el MOIR con la
ayuda de varios facultativos, que durante tres
años viajaron cada semana desde Medellín a
atender a las gentes de escasos recursos, sin
patrocinio oficial, y más bien con el sabotaje
franco o furtivo de las autoridades. Se
operaron no menos de 600 pacientes, lo que se
llevó a cabo gracias al entusiástico respaldo
de la ciudadanía de la localidad, congregada
en torno de un comité cívico previsto para tal
fin y del cual Aidée Osorio se desempeñó de
secretaria todo el tiempo. Con similar esmero
coadyuvó al sostenimiento de pequeños
dispensarios de tipo cooperativo en las
veredas de La Carlota, Cerrogrande, La Culebra
y Bodegas. No obstante las meritorias
realizaciones, los proyectos se vieron de
pronto truncados ante los múltiples coletazos
del terror, que, cual es sabido, allí también
se ensaña con la población desprotegida.
Entonces Aldée se trasladó en octubre de 1982
a Arenal un corregimiento del municipio de
Morales, ubicado en la estribación nororiental
de la Serranía de San Lucas, al sur de
Bolívar, en donde prosiguió su cometido
mediante el establecimiento de una farmacia y
visitas periódicas a las zonas rurales
efectuadas con el objeto de curar a los
campesinos.
Hemos
recogido las anteriores notas biográficas para
que el país conozca a qué clase de persona
masacraron las Farc en esta ocasión. No podrán
entonar la infame muletilla de que
ajusticiaron a una agente de la CIA, a una
informante o a un azote de los pobres. La
trayectoria de Aidée responde por su
honestidad fuera de duda. Aparte de haber
vivido de su oficio de enfermera, se había
hecho dirigente sindical y cuadro político.
Para su injustificable eliminación no medió
ninguna denuncia pública, ni juicio alguno, ni
nada. Simplemente, al peor estilo gangsteril,
a eso de las ocho de la noche del pasado 7 de
marzo, un hombre y una mujer llegaron a su
residencia a darle muerte mientras le
solicitaban un medicamento. El único móvil del
crimen estriba en sacar al MOIR del campo, a
cualquier costo, y con él a quienes no
compartan los dictámenes de una minoría
envalentonada que al socaire de la "paz"
intimida al pueblo, obstruye el progreso y
enajena la nación. Por la misma causa
asesinaron a Luis Eduardo Rolón en San Pablo y
a Raúl Ramírez en El Bagre.
Aspirando
asumir el lugar de la víctima dentro del drama
sangriento que enluta a Colombia, la llamada
Unión Patriótica nos recuerda a cada minuto
las centenares de bajas suyas acontecidas en
los últimos meses. Pero sus muertos no se
asemejan a las pérdidas sufridas por los
muchos y auténticos representantes de las
fuerzas democráticas y laboriosas. El empeño
de nuestra militancia, ahí donde consiguió
plasmarse, ha respondido a las necesidades del
trabajo, el desarrollo, la libertad y la
independencia, en tanto que los adeptos del
proselitismo armado encarnan totalmente lo
contrario. La desaparición de Aidée pesa más
que la serranía de San Lucas con todo y cuanto
la ocupa. Además, el acribillamiento de
concejales, diputados y congresistas de la UP
en varios municipios en lo fundamental ha
obedecido a la obcecada insistencia del
Partido Comunista en "combinar todas las
formas de lucha", una táctica que deja
expuesta la maquinaria legal a la vindicta de
quienes padecen el rigor del brazo insurrecto,
máxime cuando las promesas de concordia las
borra de un golpe la guerrilla y la opinión se
exaspera de tamaña ambigüedad, sostenida con
mil artilugios durante más de un lustro. Los
encargados de la actividad pública viven a
salto de mata, mientras los clandestinos con
cierta protección hacen de las suyas. Esta
política es una jugada de cartas en la cual
los perdedores deberían reclamar, demandando
la revisión; o sea, que se revise el
revisionismo.
Llevamos
harto rato oyendo que el país está al borde de
la insurrección o en la insurrección misma.
Lejos de eso, las contingencias de casi tres
decenios, incluida la elección de Barco por un
holgado margen de millón y medio de votos
sobre su inmediato contendor, han desmentido
contundentemente el manoseado diagnóstico.
Desde el propio Corinto, a la hora de firmar
los arreglos con el gobierno, el M-19
continuaba pronosticando la inminencia del
levantamiento general. Hoy se encuentra
diezmado, con los miembros del estado mayor
bajo tierra y al acecho de un milagro que le
retorne la pujanza de sus instantes de gloria.
Del otro lado el comandante Jacobo Arenas, en
su libro Cese al Fuego, aun cuando excluye que
nos hallemos en plena insurgencia, admite los
"asomos de una situación revolucionaria". Lo
secunda el excandidato presidencial de la UP,
quien amenaza con que "esto será un infierno",
si los treinta y tantos frentes de las Farc
"regresan al campo de batalla". ¡Y todavía
deploran que sus seguidores sólo caigan por
cientos en medio de la gran contienda! Tales
desenfoques y bravatas, como se ha visto,
empujan ciegamente a sustituir la controversia
libre por el atentado personal, las
reivindicaciones republicanas por las medidas
de excepción, el reagrupamiento de las
mayorías por la violencia indiscriminada. De
persistirse en la aventura de imponer una
rebelión contra la voluntad del país,
intimidando a partidos y a particulares,
ningún lamento o gesto contemporizador habrá
de parar la ofensiva de los guardianes del
orden, ni la proliferación de las partidas de
autodefensa, organizadas a costa de los
sectores afectados. En semejante eventualidad,
la dispersión de las cuadrillas conducidas
desde las lejanías de La Uribe, configurará,
marcialmente hablando, una desventaja
imposible de remediarse.
Varias
publicaciones aseguran que pasan de cuarenta
las falanges cuasioficiales de contención
constituidas poco a poco, dotadas de la
logística y el equipo necesarios y de cuya
presencia activa ya se tiene noticia en los
sitios donde reinan el secuestro, el boleteo y
la vacuna. En cuanto a las tropas regulares,
el gobierno ha pregonado su fortalecimiento y
modernización dentro de los planes de
primerísima prioridad, lo cual naturalmente
significa una considerable adición
presupuestaria para la cartera a cargo del
general Samudio. Nuevas instalaciones ha
puesto el ejército en las zonas más apartadas
y se anuncian otras. El desbrozo de vitales
vías de comunicación se encara con la
celeridad del caso. El servicio militar
obligatorio fue ampliado de 18 a 24 meses.
Pero lo más singular consiste en el apoyo
ofrecido a los cuerpos castrenses por
diferentes estratos y círculos, panorama que
contrasta con la fobia antimilitarista
alimentada desde arriba durante el período del
apaciguamiento belisariano. Los ganaderos, por
ejemplo, dijeron estar dispuestos a respaldar
a las Fuerzas Armadas, no por intermedio de
solidaridades escritas, sino a través de los
"recursos requeridos?, al barruntar la
impotencia del Estado para cumplir con sus
deberes de acción preventiva. Tras el
encuentro sostenido con los altos mandos, la
Dirección Nacional Liberal, corrigiendo en
algo su lenguaje vaporoso, empezó a plantear
la urgencia de darles el indispensable toque
bélico a las fórmulas políticas. El diario El
Tiempo ha sugerido la promulgación de un
impuesto destinado a la seguridad que
enseguida recibió el aplauso de agricultores,
empresarios, comerciantes y jefes de las
colectividades tradicionales. Si no llega a
sancionarlo el Congreso, se deberá sólo a la
negativa de Barco de acoger un gravamen
molesto, no atractivo y, por lo demás,
reemplazable fácilmente con la financiación
ofrecida a manos llenas por sus amigos de la
banca mundial.
Evidentemente
el país, estragado de tanto carameleo, cambió
de actitud ante la pacificación dialogada; no
concibe que después de la amnistía la
excarcelación, las comisiones, el cabildeo,
las dádivas, etc., se reduzca el parte de
victoria a dos cosas: la matanza más inaudita
de magistrados y el arribo al Capitolio de un
puñado de intrigantes del PC. Hasta los
exmandatarios Lleras Restrepo y López
Michelsen, comprometidos antaño en la búsqueda
de un entendimiento con los insurgentes,
formulan serias objeciones a los tratos
tolerantes. El uno advierte acerca del peligro
de tomar con ligereza el auge de los
contingentes guerrilleros suscitado a la
sombra de los pactos suscritos. El otro"
aconseja vencerlos primero y llevarlos luego a
la mesa de las negociaciones.
Cuán
arrepentidos aparecen hoy quienes depositaron
su fe en la diplomacia de la "paz", lo indica
el rompimiento de Plazas Alcid con sus aliados
parlamentarios, los cuales, según la
requisitoria del senador huilense, ostentan la
credencial y el fusil a la vez, impidiendo el
desmonte del "aparato subversivo" e
invalidando los convenidos "mecanismos de
transición de la lucha armada a la lucha
civil". El directorio conservador, a su turno,
despejó cualquier equívoco al precisar que no
auspiciaría ninguna suerte de acuerdos
electorales con la UP; y otro tanto ha
manifestado el liberalismo, con excepción de
dos o tres voces aisladas.
Todo
apunta, pues, hacia una enmienda de fondo. Las
elecciones de 1988 están llamadas a
convertirse en un acto de contrición, tras el
fracaso de la pantomima que acabó legalizando
la "guerra". El MOIR contribuirá con gusto a
este examen de conciencia, por cuanto la
facción que ha sido arbitrariamente colocada
por encima de las demás agrupaciones nos viene
desalojando a tiros en numerosas partes. Que
las Farc depongan las armas y se sometan, como
el resto de los colombianos, en pie de
igualdad, a las normas de la Constitución, si
desean hacer uso de los pocos o muchos gajes
de la democracia vigente. La figura de la
tregua indefinida, pactada a finales del
cuatrienio anterior, fuera del contrasentido
que en sí misma conlleva, le permite a una
sola colectividad entre todas el mantener para
siempre un ejército privado. El actual
gobierno está en la obligación de fijarle un
término rápido y exacto a tan insólito
privilegio, cual lo insinuó en algún momento
el consejero Carlos Ossa Escobar; o quedan los
partidos en la totalidad autorizados para
proporcionarse sus milicias y esgrimir también
las distintas modalidades de combate. El
alegato de que seria inútil la entrega del
armamento, debido a que nadie sabe a ciencia
cierta a cuánto asciende, no resiste el menor
análisis. Se trata de desembocar en un
convenio claro, concreto, viable, teniendo a
la nación entera por testigo; y así fuesen
únicamente diez G3 los depuestos, se
entendería como una burla a lo acordado la
prosecución de las actividades guerrilleras.
Subsisten
desde luego elementos adversos, tanto más
difíciles de contrarrestar cuanto que obedecen
a la inercia de un proceso añejo de seis años.
Hay aspirantes liberales que aún rinden parias
a Castro en Cuba y claman por la unión con los
epígonos de éste en Colombia; así como hay
conservadores que se sienten compelidos a
batirse en honor de los devaneos de un régimen
de infausta memoria pero encabezado por uno de
los suyos. Son los ecos no extintos de un
trayecto por fortuna clausurado tras la
aplastante derrota del Movimiento Nacional el
25 de mayo. No obstante, cada vez menos
dirigentes de la gran coalición disuelta
ansían disfrazarse de revolucionarios con los
raídos atuendos prestados al viejo Partido
Comunista. Las maquinaciones de los Ernesto
Samper, tendientes a elaborar en los próximos
sufragios listas conjuntas con las huestes de
Vieira y Marulanda, reciben la catoniana
reprimenda incluso de los propios
copartidarios; y la idea de concertar unos
comicios exentos de coacciones y chantajes con
el concurso y la vigilancia de la UP, el
frente desarmado de los otros frentes, es una
ocurrencia típicamente liberal que produce
risa entre el grueso público.
Ya
se dejan un tanto de lado los "factores
objetivos de la subversión" para
responsabilizar de las virulencias desatadas a
las generosidades de la administración
Betancur con los "factores subjetivos". Lo han
exteriorizado, cada cual a su manera, los
quíntuples del liberalismo oficialista, el
doctor Alvaro Gómez Hurtado y el primer
mandatario. Este viraje, además de los
reacomodos que introduce en el terreno de las
bregas partidistas, tiene innegables
incidencias en la teoría, pues uno de los
razonamientos con que se ha justificado la
"guerra" y aun los enredos de la "paz", ha
sido precisamente el de que las hondas
disparidades sociales de por sí implantan los
métodos violentos en lugar de los pacíficos,
la explotación, el desempleo, la miseria,
suministran tema y hasta objeto a la política,
sin que por eso definan la forma que aquélla
adopte, lo cual depende de variadas
circunstancias, como la índole de las
corrientes en pugna, la correlación de
fuerzas, los antagonismos internacionales, el
carácter del sistema imperante, las
peculiaridades del ordenamiento jurídico...
Aquí, en Colombia, una república nacida de la
revolución burguesa universal y fundada en los
albores del siglo XIX, existen todavía
determinadas reglas democráticas,
aprovechables dentro de la labor de favorecer
y unir sin exclusiones a los destacamentos
amantes del progreso y de la integridad de la
patria. Los procederes terroristas, o
delictivos, el homicidio entre ellos, entraban
por completo esta tarea y facilitan los
cierres de los canales de expresión, no las
"aperturas". De igual modo, se va poniendo al
descubierto el entronque de las agresiones del
PC dentro de nuestras fronteras con el
expansionismo a nivel internacional de la
Santa Rusia de la era socialista. Asunto de
una importancia que Contadora disimuló hasta
el día de su melancólico fracaso. Tanto en el
partido de gobierno como en el bando de la
"oposición reflexiva" surgen analistas que
previenen sobre la intromisión creciente de
los intereses prosoviéticos en el país, cuyo
destino de cualquier modo consideran sujeto a
los azares de Centroamérica y el Caribe, el
escenario americano del conflicto por el
reparto del orbe. El alcance de aquellas
inquietudes se refleja en el rapapolvo que el
representante Ernesto Lucena le echa al alto
mando liberal a consecuencia de las
vacilaciones de éste; en las indirectas contra
sus exsocios de la UP, lanzadas por el club de
arrepentidos a través de Plazas Alcid, y en
los editoriales admonitorios que de cuando en
cuando ofrece a sus lectores la gran prensa.
De nuestra parte, seguimos creyendo que el
pueblo colombiano no les brindará nunca la
confianza a quienes condenan las injerencias
de Estados Unidos o Europa en territorios
ajenos, mas alaban y obedecen a los invasores
de Afganistán. Distinguir entre despojos malos
y despojos buenos es la peor variante del
antipatriotismo.
Comprendiendo
el notable deterioro de su situación, los
beneficiarios de la tregua han salido con que
la estructura organizativa creada para ir a
las elecciones y agilizar el reintegro a la
vida civil nada tiene que ver con su
movimiento guerrillero, origen y materia de
las gestiones pacificadoras. Ahora resulta que
la trilogía Partido Comunista, Unión
Patriótica y Farc, de esencia unívoca, posee
tres centros distintos de dirección, ninguno
de los cuales responde por las añagazas de los
otros. Así se contesta a las preocupaciones de
la nación, colocando sobre las maniobras
fallidas maniobras por fallar, una burla
inacabable que muestra cómo los caballeros de
esta pandilla se aferran a su condición de
ciudadanos extraconstitucionales, con la que
fueron ungidos en la ceremonia del 28 de marzo
de 1984, fecha de iniciación del alto al
fuego, refrendado bajo las brisas del río
Duda.
Con
argucias parecidas se arremete contra los
gremios productivos, culpándolos de caldear
los ánimos y empecinarse en la represión,
cuando aquéllos apenas si han apelado al
derecho que los asiste de recabar de la rama
ejecutiva unas garantías mínimas, por falta de
las cuales la industria y en particular la
agricultura se hallan abocadas a sufrir serios
trastornos. Aunque algunos funcionarios
estimulen con sus declaraciones tales
infundios y el gabinete sienta poco afecto
hacia las solicitudes justas, la tendencia en
ascenso, como atrás lo señalamos, es la
inversa; el pueblo trabajador ha ido
esclareciendo que, para la conquista de sus
caros objetivos, requiere de una anchurosa
alianza con todos los estamentos sociales que
resguarden la producción y la soberanía del
país.
Y
la ulterior estratagema de los favoritos del
mandato belisarista ha consistido cabalmente
en volver los ojos hacia los conservadores, a
los que siguen contemplando cual tabla de
salvación, y en forma preferente hacia Misael
Pastrana, el cerebro gris de la pacificación
por las buenas. ¿Y a Pastrana quién lo salva?
Los aprietos del expresidente son de tal monta
que, pese a exigir más diálogos y comisiones,
más de lo mismo, en extenso reportaje
entregado al órgano del Partido Comunista, se
queja de las "incertidumbres" y aboga por
"acuerdos definitivos". En otras palabras,
idéntico al resto, está a la espera de
definiciones.
Sí,
se torna imprescindible el rescate del primer
postulado de la democracia: igualdad de
derechos, sin salvedades de ninguna
naturaleza.
Impulsemos
una solución nacional que tome en cuenta las
opiniones de productores y comerciantes,
clérigos y militares, obreros y campesinos.
Detengamos el sacrificio de seres honrados y
útiles a Colombia como Aidée Osorio. Y
actuemos consecuentemente, viendo el pasado y
escrutando el porvenir.
Movimiento
Obrero Independiente y Revolucionario MOIR
Comité Ejecutivo Central
Francisco Mosquera
Secretario General
Mayo
15 de 1987
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(*)
Tercera protesta pública en menos de tres años
por los crímenes de dicha banda. El Tiempo, 17
de mayo de 1987.