La Nación se Salva si
Corrige sus Errores
Amigos y compañeros:
El encuentro de esta noche lo hemos convenido
con el objeto de protocolizar el respaldo del
MOIR al doctor Juan Martín Caicedo Ferrer como
candidato a la alcaldía de la Capital de la
República. Acontecimiento que termina por
perfilar las características singulares de una
postulación de notable importancia, no sólo
porque ha logrado ganarse las simpatías de muy
diversas corrientes, sino debido a la
influencia que sin duda habrá de ejercer en el
futuro inmediato de la nación. Más que la
suerte de Bogotá, con todo y tratarse del
primer municipio de Colombia, lo que está en
juego es un imperioso realinderamiento de las
fuerzas políticas, la reconsideración de
muchas estrategias equivocadas, la posibilidad
de una enmienda histórica. El propio
expresidente Carlos Lleras Restrepo, pasando
por encima de conocidos afectos y antiguas
discrepancias, resolvió darle impulso a la
promisoria tendencia, tras condenar las
maniobras de los grupos auspiciados bajo
cuerda por el Ejecutivo y prevenir acerca de
los falsos conflictos generacionales que
anteponen las ambiciones de unos cuantos a la
solución de los graves problemas del país.
Algo semejante podemos señalar de los
conocidos gestores del Movimiento Nacional
Conservador, que al decidir coligarse con uno
de los principales matices del liberalismo,
fuera de quitarle piso al trillado esquema de
partidos de gobierno y de oposición, allanan
la senda a la acción unitaria entre
agrupaciones de diferente origen mas
identificadas en objetivos básicos. Otras
vertientes conservadoras también han ofrecido
su concurso, reafirmando el hecho de que, al
cabo de tantas dubitaciones, la alianza puesta
en marcha consiguió por fin aglutinar a un
buen número de adversarios y copartidarios de
la administración actual. De nuestra parte, el
compromiso que en este acto refrendamos ante
la opinión pública, lejos de ser la movida de
último instante para sortear las
contrariedades de unos comicios accidentados
como pocos, constituye el curso lógico de la
posición que hemos venido sosteniendo desde
1983, cuando comenzamos a alertar sobre las
caóticas implicaciones del "sí se puede".
Personajes y
dirigentes de las distintas actividades de la
sociedad colombiana con quienes hemos
conversado nos sirven de testigo de nuestra
insistencia en la necesidad de un contundente
viraje que rescate las reglas de la
democracia, apun tale la soberanía de
Colombia, promueva la producción nacional y
atienda las reivindicaciones del pueblo. Con
casi todos ellos. coincidimos en el análisis y
en las soluciones, particularmente con los
doctores Hernando Durán Dussán, Julio César
Turbay Quintero, Gustavo Rodríguez, Juan Diego
Jaramillo, Alberto Santofimio Botero, José
Manuel Arias Carrizosa y, por supuesto, Juan
Martín Caicedo Ferrer, para mencionar
únicamente algunos de los promotores de la
vasta convergencia llamada a librar la batalla
por Bogotá y por el replanteamiento.
A su vez los sectores
empresariales de varias secciones del país
aceptaron organizar foros altamente
representativos, en los cuales se ha abundado
en las sugerencias hechas por nosotros,
encaminadas hacia la búsqueda y el hallazgo de
una pronta y efectiva salida para la
desmoralización imperante. En otro episodio
sin precedentes y a raíz de la indolencia
mostrada por la Dirección Nacional Liberal
ante las dificultades de los productores,
nueve de los más influyentes gremios, en
pronunciamiento conjunto del 20 de mayo
pasado, señalaron la actitud unitaria del MOIR
cual una línea de conducta digna de imitarse.
Con aquel directorio también discutimos
nuestros puntos de vista y comprobamos hasta
dónde llegaban allí los desacuerdos entre dos
concepciones: la que se jacta de innovadora
pero continúa entonando las rayadas salmodias
de la demagogia disolvente; y la que, pese a
recibir por argucias propagandísticas el
calificativo de retrógrada, enarbola, tras la
defensa democrática de Colombia, peculiares
enfoques contrarios a los fracasados. Sobra
añadir que en esta controversia hoy trasladada
a la liza electoral, nos ubicamos del lado de
la segunda alternativa, pues responde a los
cruciales interrogantes del momento y a
nuestros pronósticos más que ninguna de las
otras opciones ofrecidas a los votantes
bogotanos,
Nadie niega que la
república de Bolívar y Santander acusa
desajustes inveterados; sin embargo, el abismo
sin fondo hacia el que rueda y la inversión de
valores que con pavor contempla obedecen menos
a sus viejas anomalías que a la forma
oportunista como fueron abordadas durante el
régimen anterior. La "paz" pasó a ocupar el
Centro de las preocupaciones nacionales, una
obsesión colectiva ante la cual se justificaba
cualquier sacrificio, el que fuese, pero cuyo
advenimiento se hizo depender de la
transformación social. De ese modo se llegó al
absurdo de supeditar una cuestión
eminentemente política, de trámites expeditos,
a los cambios económicos o estructurales que
de por sí suponen definiciones a largo plazo.
Cuando menos lo esperaba, Colombia cayó en la
encerrona de tener que hacer la revolución o
padecer la guerra civil; y a la revolución
colombiana se la obligó a aceptar como métodos
suyos los "delitos atroces", o sea el atentado
personal, el secuestro y la extorsión. Se
habían dado cita en nuestro suelo tres
fenómenos lamentables: el ascenso al poder de
un presidente sin tradición de clase, el
enaltecimiento de los tradicionales comunistas
criollos que creían aproximarse a una
coyuntura insurreccional y la estulticia de
una nación tradicionalmente educada en el
embuste. Nosotros fuimos el único partido que
no tocó pito alguno en esa gran función. Y
desafortunadamente nuestras predicciones se
cumplieron.
Aquí ha ocurrido lo
creíble y lo increíble. La inseguridad, en
todas sus monstruosas expresiones, se ha
enseñoreado sobre la patria estremecida. Las
sectas de diferentes procedencias y
denominaciones quedaron autorizadas para echar
mano de los procedimientos más abominables en
provecho de sus oscuros apetitos. Han perecido
asesinados desde humildes inspectores de
policía hasta augustos miembros de la Corte
Suprema de Justicia. Hace apenas una semana le
correspondió el fatal y doloroso trance al
Procurador General de la Nación. Quienes en
virtud de los acuerdos de La Uribe obtuvieron
el insólito privilegio de poder esgrimir al
mismo tiempo los fusiles y los votos, los
medios legales y los ¡legales, la "guerra" y
la "paz", lo han usado en contra de sus
contendientes políticos a los cuales eliminan
o extrañan de las regiones estratégicas.
Cargando nuestros muertos hubimos de salir de
sitios como el sur de Bolívar y el nordeste
antioqueño, para atenerme al caso del MOIR,
pero igualmente le sucede al liberalismo y al
conservatismo. Gentes de distintos estratos
sociales amenazadas en sus vidas y en sus
bienes se inclinan a favorecer los llamados
grupos de autodefensa, cerrándose así el
círculo de una violencia indiscernible bajo
cuyo imperio los insurrectos plagian a los
plagiarios y éstos a aquéllos, las diferencias
ideológicas y hasta sindicales se cancelan a
bala, la dinamita destruye fábricas y
oleoductos en aras de la preservación de los
recursos nacionales, los candidatos pierden no
las elecciones sino sus existencias y las
masas laboriosas se convierten en las
verdaderas damnificadas de la sarracina,
puesto que sufren las consecuencias del
inevitable recorte de los derechos
democráticos, sus instrumentos fundamentales
en la lucha por la emancipación. He ahí,
descrita a vuelapluma, la tragedia de un
Estado que visto desde adentro es un infierno,
pero ante los ojos de las naciones cultas del
planeta luce cual un inmenso manicomio.
Por eso se impone la
urgencia de la reorientación y el
reagrupamiento; y nos complace que después de
los luctuosos incidentes de enero los órganos
de publicidad, los portavoces de las
fracciones de todos los partidos, las
jerarquías eclesiásticas y el presidente de la
República nos hayan prácticamente robado la
consigna de crear un frente único por la
salvación nacional, meta tras la cual venimos
combatiendo con paciente persistencia desde
hace ya un año. De suerte, pues, que una
aplastante mayoría en la actualidad le da
máxima prelación al deber de velar por el
porvenir de la patria colocado en entredicho,
sin desistir, desde luego, de tomar como Norte
las consabidas y universales normas de la
democracia. No obstante, quien desee un mañana
feliz no puede olvidarse de las tristezas del
pasado. No se trata de congregarnos para
volver festivamente a la amnistía, el cese al
fuego, las comisiones, el cacareado "diálogo
nacional" los viajes al río Duda, el suspenso
del teléfono rojo y el resto de embrolladas
secuencias de esa extenuante pantomima que fue
poco a poco embotando el cerebro de la
población y conduciendo el país a una celada
inicua.
La consistencia de
una nación, una clase, un partido, se mide
sobre todo por la actitud que asuma ante sus
propios errores. Nos hallamos en una de
aquellas raras ocasiones que nos proporciona
la historia, en las cuales resulta ineludible
efectuar un alto en la jornada y emprender con
valentía el examen retrospectivo. Los
editorialistas de El Tiempo lo han vislumbrado
al aconsejar una "autocrítica a fondo",
exhortación doblemente valiosa si proviene de
la prensa, la principal culpable de las falsas
expectativas tramadas en torno del engaño
pacificador. Cuando en el debate de 1986
estampamos en los muros el pedido de "no más
Belisarios", no nos movía propósito distinto
de remarcar ante la faz del país, de manera
simbólica, qué no ha de hacerse, pero
primordialmente, qué se debe corregir.
Del Estado no estamos
demandando especiales medidas punitivas. No
compartimos el establecimiento de ninguna de
las bárbaras modalidades de la justicia o
vindicta del talión que cada día gana más
terreno y cobra más víctimas. Exigimos sí la
supresión de los acuerdos de La Uribe, cuyas
cláusulas vagas e inocuas en su letra sólo
sirvieron de mampara para legalizarle su brazo
armado a la UP, aquel remedo de frente
planteado por las Farc y dirigido por el PC.
En otras palabras, reclamamos el cumplimiento
estricto del primer postulado del régimen de
derecho: la igualdad de los partidos y
ciudadanos ante la Constitución y las leyes de
la república.
Un ejemplo. Hacia
mediados de 1985 la mencionada facción
insurgente ametralló a nuestro compañero Luis
Eduardo Rolón en las inmediaciones de San
Pablo, y el gobierno, en lugar de perseguir y
enjuiciar a los homicidas, concluyó
nombrándoles un alcalde de su mismo bando,
costeándoles las movilizaciones realizadas a
punta de intimidación y concediéndoles en suma
el control de la zona en unos cuantos meses.
Obviamente tuvimos que resignarnos a abandonar
un trabajo campesino de casi una década. Es
exactamente lo que no queremos seguir viendo
ni soportando. Y en los albores de 1987 se lo
expresamos al todavía consejero presidencial
Carlos Ossa, pues la nueva administración se
obstinaba en confiarles el manejo de
municipios y de planes de rehabilitación a
elementos de tal contracorriente, con todo y
haber dicho ésta sin ambages que no
desmontaría su maquinaria bélica.
Hasta cuando no se
despejen semejantes incongruencias, o
prevalezcan los procederes truculentos que los
usufructuarios de los armisticios pusieron de
moda, en medio de la embriaguez pacifista, por
la época de la muerte de Rolón, no parará este
baño de sangre tan penoso incluso para la
misma Unión Patriótica. Presionado por las
circunstancias, el presidente Virgilio Barco,
con base en el artículo 121 de la Carta, ha
expedido una serie de medidas cuyo rigor
supera en mucho el del Estatuto de Seguridad
de Julio César Turbay Ayala. Y lo llevó a cabo
con el beneplácito mayoritario de la sociedad
arrinconada. En síntesis, el experimento
belisariano se vino a tierra con toda su
bambolla. Sólo falta que se reconozca
formalmente, máxime cuando el jefe del Estado,
luego de la matanza, en junio, de los 27
militares de Caquetá, juró romper la tregua,
departamento tras departamento, según se
fuesen reanudando las hostilidades. ¿Y en qué
sitios de nuestra geografía no ha habido
enfrentamientos? En cuestión de un par de años
saltamos del paroxismo a la desesperación, de
la "apertura" a las prohibiciones más
drásticas. Y esta situación se acentuará. Los
comandantes de la aventura terrorista no dan
muestras de querer sofrenar sus
impetuosidades; cosa que deberían hacer, si no
para impedir el colapso de la democracia, o
para contribuir a la civilización de la lucha
política, aunque sea por consideración a sus
sacrificados seguidores. Si se suspende la
causa se suspende el efecto.
Debido a los
criterios expuestos, alrededor de muchos de
los cuales cerramos filas con amigos liberales
y conservadores, a nosotros se nos acusa
asimismo de haber girado hacia la derecha.
Nuestros difamadores llegan al extremo de
conminarnos veladamente con cruentas
represalias, sin reparar que son ellos quienes
exhiben un rosario sin fin de canonjías
oficiales, algunas otorgadas a contrapelo de
la Constitución y de las leyes, como quedó
explicado. Si el Partido Comunista suscribe
sus alianzas con el liberalismo o el
conservatismo, se plasma un bello gesto
patriótico y revolucionario, mas si el MOIR lo
intenta, estamos entonces ante un crimen, de
lesa patria.
En las postrimerías
de los setentas la CSTC pactó con la UTC y la
CTC el apellidado Consejo Nacional Sindical, y
el año pasado, con el exininistro Carrillo,
fundó otra confederación. Ambas operaciones se
adelantaron, según sus artífices, en beneficio
del sindicalismo colombiano. Ahora, cuando
hemos decidido promover, junto a compañeros de
las viejas centrales, una fusión de las
fuerzas sindicales democráticas, a nuestros
dirigentes obreros se les tacha de
divisionistas y hasta de defraudadores. Pero
la tarea, antes que detenerse, se agilizará. Y
lo haremos aferrándonos a lo convenido:
defender la nación, la producción, la
democracia y el bienestar del pueblo, las
mismas cuatro premisas unitarias que hemos
presentado a empresarios y políticos.
Toda esta polémica,
que lleva varios lustros, no nos la dicta el
sectarismo. Inclusive con el partido de Vieira
concretamos un entendimiento, tanto para
concurrir a los sufragios de 1974 como para
contrarrestar la dispersión del movimiento
laboral. El asunto abortó porque los aliados
de entonces salieron finalmente con que debía
incluirse en el programa, que ya estaba
suscrito, el apoyo a la revolución cubana.
También sabotearon el pacto las sistemáticas
violaciones de las normas de funcionamiento y
el ventajismo por parte de aquella agrupación,
cuyos cabecillas sólo piensan en acaparar las
oportunidades y las retribuciones. Quienes se
les acerquen han de andar con cuidado. En cada
trato ellos van tras todo. Quieren la tela, el
telar y a la que teje.
Ahora bien, ¿cuál es
el juez que decide dónde está la derecha y
dónde está la izquierda dentro de las
espectaculares confusiones del mundo de final
de milenio? Los soviéticos, que alegando ésta
o aquella razón han bajado de los altares a
cada uno de sus conductores, cuentan a su
servicio con más tropas de ocupación activas
de las que hayan tenido en el pretérito
próximo el resto de potencias. Observando los
vandálicos despojos propiciados por los
líderes del Krenilin en Afganistán, Indo
china, Eritrea, Angola, etc., recordaba el
MOIR en documento aún vigente que el
socialismo no era, no podía ser anexionista.
Por la paga, los rebeldes de la Sierra Maestra
se vuelven cipayos y salteadores de pueblos
débiles. Viet Nam pasa de invadida a invasora.
Y quienes avasallan por cuenta de otros han
acabado de metecos en su propia casa.
Así, en el período
actual, los peores oprobios se cometen bajo
las enseñas del comunismo. Entre tanto Estados
Unidos se bate en retirada y entrega
territorios gratuitamente a sus mortales
enemigos, como lo hiciera Carter con
Nicaragua. Hasta en China se registran
cambios, ocurridos sobre la base de enmendarle
la plana a Mao. Los reformistas practican el
terrorismo y los terroristas el reformismo. La
Junta de Managua censura la injerencia
norteamericana pero celebra el exterminio de
los afganos. En el presente ninguno de los
conflictos locales o internos de los países
conseguirá desarrollarse al margen de la
intromisión del expansionismo soviético.
¿Por qué ha de ser
revolucionario entonces ponerse a órdenes de
los despóticos agresores de Oriente para
construir el "socialismo real", mientras
resulta ultramontano no descartar la
colaboración de las ancianas democracias
occidentales, incluida la estadinense, dentro
de la brega por proteger la integridad y la
soberanía nacionales? ¿Por qué es bueno
conciliar con Betancur y malo corregir con
Barco? ¿Por qué se absuelve al general
Matallana, mas se condena al doctor Durán
Dussán?
Pero ninguna de las
graciosas deformaciones de la crisis nos
amilana. A quienes han logrado amañar la
información, merced a los devaneos de los
medios publicitarios, escasamente les resta
jugar la carta del desconcierto, ese
interregno inevitable entre una claridad y
otra. Las situaciones embarazosas han de
descomponerse del todo para ser resueltas.
Una última reflexión.
Cuando a Carlos Ossa Escobar se le postuló,
inmediatamente después del hundimiento de la
estratagema del colegio electoral, y la
escisión del liberalismo bogotano en dos
bloques era una realidad irrefragable, un
connotado jefe de ese partido quiso, de un
lado, vender la imagen de aquel aspirante
alabando sus gestiones pacificadoras, y del
otro, desconceptuar a Juan Martín Caicedo
Ferrer por haber desempeñado la presidencia de
Fenalco. Es decir, mientras una candidatura
encarna la convivencia y la concordia, la otra
personifica la explotación del comercio.
Insinuaciones de este tipo no han de aceptarse
cual expedientes válidos para mover al
electorado. Sería tanto como sugerir que María
Eugenia Rojas constituye la salida al problema
de la vivienda debido a su paso por el
Inscredial; o que Andrés Pastrana lograría el
saneamiento de Bogotá porque viene de sufrir
un secuestro cuyo desenlace por fortuna fue
favorable. La elección popular de alcaldes
permite una mayor agitación en torno a las
necesidades de los municipios, pero no suprime
las limitaciones materiales derivadas del
déficit fiscal, el endeudamiento y el atraso
económico. En su afán de vencer a cualquier
precio, o por simple y vulgar promeserismo,
muchos candidatos ofrecen el oro y el moro sin
fijarse en que se requieren muy precisas
reformas institucionales a nivel local y
políticas generales benéficas a la actividad
productiva.
La economía de un
país es una compleja red de vasos comunicantes
dentro de la cual, cuanto sucede en un punto,
forzosamente repercute en otras partes. No
habrá congelación de la tarifa de los
servicios públicos de mantenerse el
tratamiento dado a los empréstitos externos,
como tampoco dispondremos de suficiente
acumulación de capital, y por ende de
inversiones, si se sigue prestando para
emprender obras no rentables, cubrir intereses
o equilibrar el presupuesto. El monopolio del
comercio exterior ejercido con arreglo a los
cálculos privados y no conforme a la
planificación estatal, o el parasitismo de la
banca sobre el agro y la industria, ahogarán
siempre las posibilidades de un desarrollo
cierto y armónico. No hace falta indicar que
con estancamiento el desempleo florecerá
irremisiblemente. El explosivo fenómeno de la
venta ambulante, patente en grandes y pequeñas
ciudades, y que algunos recomiendan como el
modelo de crecimiento jamás aplicado, prueba
la ineficacia de las pautas económicas aún
prevalecientes. Es sobre tan palpitantes
asuntos que deberían llevarse a efecto las
campañas municipales. El MOIR aspira a
profundizar en ello con todos sus aliados, y
aquí en la Capital, preferentemente con el
doctor Caicedo Ferrer, porque él, sabe de
estas cosas.
No pocos correctivos
se pueden introducir jurídicamente en ayuda a
la producción nacional, sin tener que
cruzarnos de brazos a la espera de los
rotundos dictámenes de un vuelco
revolucionario. En contra de las lesivas
imposiciones de los prestamistas
internacionales y en pro del derecho a
autodeterminarnos ya casi hay un juicio
unánime. Cada vez una cantidad mayor de
personas y entidades comprende que sin algún
progreso el país ni siquiera finiquitaría las
cuentas pendientes con sus acreedores. Tras
estas consideraciones y perspectivas debemos
unificamos resueltamente. Nosotros hemos
echado en remojo nuestro programa máximo como
una contribución positiva al frente único
propuesto. La prosperidad de Colombia y el
mejorestar del pueblo, en lugar de apartamos
de la gesta, nos acercarán a los sueños más
queridos.
Muchas gracias.
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Discurso pronunciado
por Francisco Mosquera en el acto que este
movimiento realizó el día 2 de febrero de
1988, en el Centro de Convenciones Gonzalo
Jiménez de Quesada, en el acto de respaldo a
Juan Martín Caicedo Ferrer en su campaña por
la Alcaldía de Bogotá.