INTRODUCCION
ESTRATEGIA Y TACTICA DEL MOIR
Se viene insistiendo por parte de varios
camaradas sobre la necesidad de recoger los documentos,
escritos, informes de, plenos y conferencias y tesis varias
que resumen el acervo ideológico del MOIR. La labor
resultaría ardua, ya que abarcaría el acopio
de materiales y planteamientos correspondientes a un lapso
aproximado de diez años, a partir de la lucha interna
del MOEC, y aún tendría. que remontarse a
finales de la década del cincuenta, o más,
si queremos tener una visión integral de nuestra
historia, incluyendo los antecedentes que le dieron aliento
a la corriente política que representamos. Desde
luego, no hemos podido robarle "ratos libres"
a las múltiples ocupaciones que la lucha por la construcción
partidaria demanda a diario y en todos los frentes, y la
tarea de recolección y sistematización de
la rica experiencia, tan insustituible para la educación
de los nuevos como de los viejos militantes, y en general
de las personas interesadas en el estudio de las secuencias
más frescas del proceso de la revolución colombiana,
deberá, a pesar de todo, esperar su turno.
La selección que hoy ofrecemos en
este volumen bajo el título de "MOIR Unidad
y Combate", bien podría considerarse por algunos
el comienzo de aquella labor, no obstante reducirse, a excepción
del artículo inicial, a una recopilación de
los principales trabajos publicados en "TRIBUNA ROJA",
especialmente en sus últimos números, que
son los más difundidos de cuantos hemos producido.
Ellos conciernen al tramo final del primer período,
del que nos inclinamos a llamar de nacimiento del Partido,
hasta ahora primero y único período. En verdad
no han demandado un esfuerzo adicional al de retomarlos
tal cual fueron editados originalmente, sin cambiar una
coma, y disponer su reimpresión de manera ordenada.
La presente compilación es de por
sí un cuerpo compacto, aunque los distintos temas
que la componen atañan a momentos diferentes de la
existencia del MOIR. Todos se refieren en el fondo a dos
aspectos fundamentales de la estructuración de nuestro
Partido: a la elaboración, comprensión y utilidad
del programa, en síntesis, a la concepción
estratégica, o a la defensa, propagación y
aplicación de éste, es decir, a las directivas
tácticas. Ciertamente los éxitos y fracasos
de los partidos, políticos, su vigencia histórica,
su supervivencia más o menos larga, su harto o poco
peso en la brega publica, sea cual fuere su carácter
de clase, dependen en última instancia de aquellos
dos aspectos contradictorios y complementarios. Las determinaciones
de cualquier fuerza política tienen que ver, en una,
u otra forma, con sus lineamientos estratégicos y
tácticos; representan manifestaciones concretas de
éstos, así muchas veces, por lo regular, no
hubiesen sido concebidas con esa clarividencia.
Con tal enfoque no conseguiremos captar
todavía la importancia especial de esta selección
de materiales de "TRIBUNA ROJA" cómo un
conjunto coherente. Pero si partimos del hecho real de que
el MOIR es en Colombia un partido en gestación, no
únicamente desde el ángulo cuantitativo y
organizativo sino de su ordenación teórica,
nos interesaríamos por conocer los principios estratégicos
y tácticos que ha "descubierto" y, sobre
todo, la manera particular de aplicarlos a las condiciones
específicas de un país en el cual la revolución
se encuentra también, como su vanguardia, y debido
a ello, en estado embrionario. La fracción del MOEC
que abrió la lucha interna contra el oportunismo
de "izquierda" abogó por la construcción
de un partido proletario y la vinculación estrecha
con las masas populares, primordialmente con los obreros.
La meta no podría ser más ambiciosa y más
lejana. Había voluntad de hacerlo, pero faltaba ver
si existía capacidad. Sabido es que ambas condiciones
no necesariamente marchan aparejadas. El núcleo disidente
proclamaba el marxismo-leninismo-pensamiento Mao Tsetung
como su doctrina revolucionaria, mas de ella solamente conocía
rudimentos, algunos principios claves salvadores a los cuales
se aferraba con suma devoción y energía. La
ausencia de una profundización seria y Sólida
del marxismo revelaba una debilidad grande de los portadores
de la posición rebelde. Tenían en cambio una
ventaja decisiva: eran conscientes de sus deficiencias,
a diferencia de muchos de sus contradictores de derecha
y de "izquierda" que posaban de avezados "marxistas"',
así no pasaran de mascullar una que otra cita para
descrestar a gentes sencillas o de repetir, como ha sido
ya tradicional en Colombia, tesis reaccionarias que a menudo
las clases dominantes disfrazan de legados de los ideólogos
del proletariado. Entre las cosas que sabían a cabalidad
los pioneros de la buena nueva estaba precisamente la de
que el marxismo no dejará de ser una planta disecada,
muerta, a menos que hunda sus raíces en la problemática
de la lucha de la clase obrera y crezca y se enriquezca
contribuyendo con eficacia a solucionarla. Además,
no existe otro medio para estudiarlo y entenderlo.
La construcción del Partido implicaba
a su turno la rigurosa interpretación de la realidad
nacional y mundial, escenario de la acción revolucionaria
del proletariado colombiano. Dentro de las innumerables
dificultades contábamos con un factor favorable de
enorme trascendencia, la colosal batalla que el Partido
Comunista de China, dirigido por Mao Tsetung, viene librando
contra el revisionismo contemporáneo, acaudillado
por el Partido Comunista de la Unión Soviética.
El marxismo se ha templado y ha avanzado aceleradamente
en la lucha contra quienes desde sus filas han pretendido
convertirlo en instrumento de la burguesía. En esas
contiendas salen a flote, más relucientes y dominantes,
a los ojos de decenas de millones de obreros, los principios
que la palabrería vacua y adocenada de los falsificadores
mantienen inmersos y ocultos. En la pelea sin cuartel contra
los Kautsky y demás traidores de la II Internacional,
Lenin elevó el marxismo a su más alta expresión
y lo llevó a. grandes victorias históricas.
A mayores y más amplios triunfos lo conducirá
Mao Tsetung en la época actual. Nuestro Partido tuvo
el privilegio de aparecer a la arena política en
el instante exacto en que las fuerzas del proletariado internacional,
frente al revisionismo de nuestros días, desempolvaba
y sacaba a la palestra las verdades "olvidadas"
del marxismo-leninismo.
UNIDAD Y COMBATE
Introducción
--------------------------------------------------------------------------------
Pero no basta. con llamarse marxista-leninista
para serlo. Contra eso, casualmente contra eso, estábamos
luchando, contra los charlatanes y embaucadores de la clase
obrera. Habíamos lanzado la. consigna de la construcción
del Partido del Trabajo de Colombia y de la preparación
de su primer congreso, lo cual significaba en la práctica
dar cumplimiento a dos tareas interrelacionadas: la una,
dotar al Partido de una teoría de la revolución
colombiana, y la otra, extenderlo a todo el país.
Aun cuando hemos venido aplazando por exigencias de la lucha
política la celebración del congreso y la
fundación formal del Partido, los pasos dados en
la realización de las tareas mencionadas, constituyen
conquistas considerables de nuestra revolución.
El conocimiento progresivo de la sociedad
colombiana, adquirido a base del estudio de su historia
reciente y pasada y de la vinculación a las masas
proletarias y no proletarias, y a sus luchas, nos ha permitido
desentrañar las contradicciones fundamentales del
país y su ubicación en el concierto mundial.
En un mundo que marcha en general hacia el socialismo, en
el que inclusive más de la cuarta parte de la humanidad
se halla actualmente bajo este régimen de dictadura
del proletariado, los pocos Estados imperialistas, entre
los cuales se destacan las dos superpotencias, los Estados
Unidos y la Unión Soviética, que pugnan y
se coluden por el reparto de la Tierra y constituyen las
principales amenazas de la paz mundial, son aún las
fuerzas que priman y sojuzgan al resto de países
y naciones. En ese marco Colombia hace parte de los países
sometidos y explotados del Tercer Mundo y gira en la órbita
de influencia de una de esas superpotencias: los Estados
Unidos. La característica determinante, a la cual
se supeditan las otras facetas subalternas de la situación
interior, es la de que Colombia tipifica una. neocolonia
del imperialismo norteamericano y su revolución consiste,
pues, antes que nada y por sobre todo, en una revolución
de liberación nacional. Esta condición de
nuestro país, con lo palpable que resulta para muchos,
no siempre llega a ser comprendida a plenitud por la totalidad
de los revolucionarios colombianos, ni llevada a sus verdaderas
y últimas consecuencias, tanto en lo teórico
como en lo práctico, en sus repercusiones internas
y externas.
Desde el punto de vista internacional,
la revolución colombiana se integra al más
poderoso frente revolucionario de la, presente coyuntura
histórica, los movimientos de liberación nacional
de los pueblos coloniales y neocoloniales de Asia, Africa
y América Latina; participa al lado de más
de mil millones de seres del planeta en la primera fila
de la lucha antimperialista. Colombia está llamada
a colaborar decisivamente en la transformación de
un mundo basado en el pillaje y el saqueo de un grupo de
países todopoderosos sobre las naciones débiles
y atrasadas, relaciones internacionales propias de la :era
del capitalismo agonizante, por un mundo armónico
y de cooperación, cuyos vínculos económicos
y políticos partan del respeto a la autodeterminación
de las naciones y del acercamiento voluntario de los pueblos.
La gigantesca, ola de los movimientos de liberación
nacional desencadenará la crisis definitiva del sistema
imperialista: y creará los requisitos internacionales
indispensables para la emancipación de la clase obrera
en los países capitalistas y para el triunfo del
socialismo en el mundo entero. Nuestra revolución
de liberación nacional, junto con la de los otros
pueblos oprimidos, converge y es elemento integrante de
la revolución socialista mundial.
Desde el punto de vista interno, el hecho
de que Colombia sea, a partir de finales del siglo pasado
y comienzos del presente, una neocolonia de los Estados
Unidos, ha incidido prominentemente en el atraso y la crisis
recurrente de nuestra economía y en la depauperación
progresiva del pueblo, hasta límites indescriptibles.
Una nación de considerables recursos naturales y
gentes laboriosas pero de los cuales no puede disponer soberanamente,
sino que sus materias primas y el fruto de su trabajo sirven
al enriquecimiento de los monopolios extranjeros que los
explotan para su exclusivo beneficio, jamás alcanzará
a progresar y mejorar. Ni siquiera el capitalismo nacional
logró desarrollarse, ya que tanto el mercado interno
como externo del país ha estado controlado y maniobrado
a su antojo por los imperialistas y éstos, además,
han sostenido el régimen secular de explotación
terrateniente en el campo, con cuyos usufructuarios, los
grandes latifundistas, mantienen una apretada alianza, así
como con la gran burguesía parasitaria, que se enriquece
en su papel de intermediaria del capital extranjero, en
los grandes negociados a través del Estado y mediante
la especulación. La opresión neocolonialista
sobre Colombia la ejerce el imperialismo norteamericano
apoyándose en la gran burguesía y los grandes
terratenientes, clases vendepatrias y minoritarias que manipulan
el aparato estatal despótico y antipopular. Estas
clases no atienden más que las demandas y exigencias
del amo extranjero. Al contrario, la denominada burguesía
nacional colombiana tiene contradicciones insuperables con
el imperialismo, se encuentra al margen de las prerrogativas
estatales y su fuerza económica y política
es supremamente débil, limitada, como es reducido
y enclenque el desarrollo del capitalismo nacional. La burguesía
nacional, antes que avanzar, retrocede: se halla constituída
preferencialmente por la capa de medianos y pequeños
productores amenazados día y noche por la quiebra.
La clase obrera es mucho más fuerte que ésta
y crece de manera continua con las inversiones en el país
del capital internacional, la descomposición del
campesinado y la ruina persistente de la pequeña
burguesía urbana.. Por el grado de conciencia política,
la trayectoria de lucha y la experiencia organizativa, el
proletariado ocupa la posición dirigente de la revolución
colombiana. Con todo, los campesinos siguen siendo la fuerza
principal de la. revolución y la clase obrera respalda
abiertamente su lucha por la tierra y por la extinción
revolucionaria del régimen de explotación
terrateniente, como una medida imprescindible para atraerlos
a su lado y con ellos engrosar el inmenso torrente del movimiento
de liberación nacional. En la situación colombiana
la revolución agraria campesina es parte fundamental
e indisoluble de la revolución liberadora nacional.
Sobre la base de la alianza obrero-campesina,
el proletariado llama al resto de clases y estamentos revolucionarios
de la sociedad colombiana, al 90 por ciento y más
de la población, a la pequeña burguesía
urbana, a los estudiantes e intelectuales en general, a
las personalidades democráticas e inclusive al sector
progresista de la burguesía colombiana, a la burguesía
nacional, a moldear el más amplio frente de lucha
antimperialista, el único capaz de conquistar la
independencia nacional y de edificar una república
soberana, popular y democrática, regida por un Estado
conformado por todas la fuerzas revolucionarias. Esta es
la revolución que debe y puede hacer la Colombia
actual, no una revolución socialista, sino una revolución
democrático-burguesa, de liberación nacional,
pero dirigida por la clase obrera que desembocará
en una segunda etapa en el socialismo. He ahí lo
que el marxismo conoce con el nombre de revolución
de nueva democracia, connatural a los países neocoloniales
y semifeudales como el nuestro.
La teoría de la revolución
de nueva democracia se abre camino en una enconada polémica
ideológica con el oportunismo de derecha e "izquierda".
El uno como el otro han discrepado de nosotros en un punto
capital, en el de si bajo las condiciones de la dominación
neocolonial imperialista es posible el desarrollo del capitalismo
en Colombia. Con los más diversos argumentos se obstinan
en la viabilidad de ese desarrollo, aún echando mano
de la peregrina conclusión de que es el mismo imperialismo
quien, entre sus planes económicos para sus neocolonias,
contempla como salida la promoción del capitalismo
nacional. Estos alegatos patinan sobre una lamentable confusión:
significan igual cosa para ellos el auge y apropiación
efectuada por el capital imperialista de todas y cada una
de las ramas de la economía en nuestro país,
y la expansión y consolidación del capitalismo
nacional. Sus abundantes libelos académicos se reducen
a circunloquios acerca del florecimiento de un capitalismo
en general, sin concederle mayores consecuencias al fenómeno
más protuberante de la actual situación: que
Colombia es una neocolonia de los Estados Unidos, y lo ha
sido desde hace más de tres cuartos de siglo. En
buen romance esto se traduce en que el imperialismo norteamericano,
simultáneamente con otras fuerzas imperialistas de
menor envergadura, ha venido apoderándose sin tasa
ni medida, de nuestros recursos naturales; expropiando o
interviniendo de mil formas a la naciente industria criolla;
constriñendo sistemáticamente, con la venta
especulativa e indiscriminada de insumos, maquinaria y hasta
de excedentes agrícolas estadinenses, a la producción
agropecuaria del país; operando a sus anchas el comercio
interior y exterior; manejando la banca y los demás
organismos financieros; endeudando a la nación con
créditos usurarios, y manipulando arbitrariamente
el complejo engranaje del Estado, con lo cual manda, legisla,
ejecuta, juzga, hace y deshace. Esta es la realidad de bulto
que algunos parafraseadores del marxismo no ven o no quieren
ver, cuando le quitan trascendencia al indignante espectáculo
de que sea en Colombia el imperialismo quien se alza con
el santo y la limosna. Eso por una parte. Por la otra, olvidan
que el capitalismo de un país, en especial un capitalismo
en ciernes como el colombiano, no logra desenvolverse y
prosperar si no controla y protege su propio mercado, y
para ello es cláusula forzosa la salvaguarda de los
linderos y garantías nacionales, lo que no es posible
sin la independencia y hegemonía del Estado.
En verdad que el imperialismo con su presencia
en nuestro país y como repercusión colateral,
estimuló el despegue del capitalismo autóctono,
y éste ha registrado un cierto ensanchamiento, preferentemente
en los períodos de crisis del capital imperialista,
como en 1930 y en la Segunda Guerra Mundial, cuando la dominación
y explotación extranjeras se atenúan por dichas
causas. Al señalarse las relaciones neocoloniales
y semifeudales se da por sentado un grado definido de desarrollo
capitalista, en términos relativos, de Colombia.
Empero la constante ha sido la de que el capitalismo nacional
permaneció siempre raquítico y enano, y bajo
aquellas relaciones su suerte está echada. Y lo está
de manera absoluta, ya que estas naciones atrasadas y sojuzgadas
de la era imperialista no fueron, no son y no serán
países capitalistas en el sentido estricto de la
palabra, verbigracia, de acuerdo al arquetipo europeo o
norteamericano. La evolución hacia el desarrollo
capitalista se les halla vedada, porque si bien en un principio
el imperialismo aceleró el proceso interno del comienzo
de tal desarrollo, cada vez que pasa el tiempo, lo interfiere
más con el arma de que ha sido dotado, el control
monopolista de la vida económica. En semejantes condiciones
los únicos que pelechan son los grandes tiburones
del capital foráneo y los sectores antipatrióticos
parasitarios que los acolitan.
Las contradicciones de la burguesía
nacional con el imperialismo norteamericano y sus aliados,
la gran burguesía y los grandes terratenientes, la
hacen susceptible de participar en el frente único.
Obviamente su participación estará determinada
por premisas políticas muy definidas y concretas,
como las que exige la creación del propio frente,
las cuales no serán otras distintas de las que traerán
consigo el auge de las fuerzas revolucionarias y la crisis
cada vez más profunda de las clases dominantes. La
burguesía nacional obrará en todo tiempo y
lugar según su naturaleza vacilante. Dentro del 90
por ciento y más de la población ella representa
el ala menos avanzada y decidida y sus marcadas tendencias
conciliacionistas tendrán que combatirse sin contemplaciones,
en el frente o fuera de él. El papel de esta clase,
su existencia misma, han sido hasta ahora la preocupación
central de nuestra teoría revolucionaria, no porque
su contingente sea básico como el del campesinado,
sino por ser el más discutido y negado por el novísimo
"marxismo", que afirma la viabilidad del desarrollo
del capitalismo colombiano y consecuencialmente ataca la
revolución de nueva democracia.
Al modelo capitalista le pasó su
cuarto de hora histórico. Exclusivamente la revolución
desencadenará las fuerzas productivas aprisionadas
por las relaciones neocoloniales y semifeudales y echará
a andar el desarrollo del país, y aun cuando en forma
limitada el capitalismo nacional se beneficie de ella también,
tampoco logrará bajo el nuevo sistema entronizar
su reino. No obstante ser la nuestra en la etapa actual
una revolución democrático-burguesa, los monopolios
nacionalizados, la capacidad de control del Estado popular
y democrático y la dirección proletaria establecerán
las bases económicas y políticas para la instauración
del socialismo en un intervalo más o menos corto.
El oportunismo de derecha habla del desarrollo
del capitalismo para tratar de demostrar que en el sistema
vigente la economía de la nación prospera,
aunque casi siempre no dé más cifras que las
de las jugosas ganancias del imperialismo y sus intermediarios.
Su interés político se encamina a mantener
el orden establecido e impedir la revolución. El
oportunismo de "izquierda" habla del desarrollo
capitalista para tratar de demostrar que la revolución
no es de nueva democracia sino socialista, aunque sus disquisiciones
se restrinjan a especular en abstracto sobre un capitalismo
en general, mientras vela el pleno dominio del imperialismo
en todas y cada una de las actividades económicas
de la nación. En la práctica su posición
política obstaculiza la alianza de todas las clases,
capas, estamentos y personalidades antimperialistas que
no defienden el socialismo como la clase obrera, pero que
en la actualidad son fuerzas insustituíbles de la
revolución y estarían dispuestas en determinadas
circunstancias a comprometerse con la causa de la liberación
nacional y las transformaciones democráticas y a
pelear hasta el triunfo. Ambas tendencias oportunistas,
sin proponérselo, se confunden en el saboteo al proceso
emancipador del pueblo colombiano.
En persistente combate contra aquellas
tendencias y en la batalla por la construcción del
Partido, el MOIR ha venido cimentando su convicción
en los principios de la revolución de nueva democracia,
como los únicos que explican y orientan los cambios
profundos que reclama la sociedad en que nos correspondió
vivir. Para los moiristas el sistema lograría suspender
la revolución si por encima de todos sus inconvenientes
poseyera el don milagroso de desarrollar las fuerzas productivas
de la nación. Más la contradicción
que implica el freno de la producción nacional, en
su forma capitalista, como no podría ser de otro
modo en el sistema neocolonial y semifeudal subsistente,
o sea, la polarización cada vez más aguda
entre el imperialismo que sin cesar se explaya, voraz e
insaciable, y la nación entera que al unísono
se estanca, se arruina y envilece, fatalmente convida a
la revolución a que proceda.
Por otra parte, la revolución nacional
y democrática no aplaza de manera indefinida el socialismo.
Todo lo contrario. Ella encarna el más corto y único
camino que nos conduce a él. El proletariado deberá
primero destruir la opresión extranjera. y el semifeudalismo
para instaurar luego en Colombia la sociedad que por naturaleza
de clase le es propia. Entre las dos conquistas no se levanta
ninguna Cordillera de los Andes. La revolución de
nueva democracia es el ensayo general final hacia la revolución
socialista.
En ello consiste nuestra estrategia, en
la revolución de nueva democracia, que plasmamos
en nuestro programa nacional y democrático, de frente
único. ¿Y la táctica cuál es?
La táctica la determinan los principios que regulan
nuestra acción política, son los distintos
pasos que en la práctica damos para ir cumpliendo
hasta culminar la línea estratégica de la
revolución. Pero aquella no brota directamente de
la estrategia. No basta con asimilar qué clase de
revolución debemos acometer para saber cuánto
corresponde hacer en cada momento de la actividad revolucionaria.
Ahí radica su contradicción. La estrategia
depende del análisis de las distintas clases. De
la función que estas desempeñan dentro del
conjunto de la situación, presupone el conocimiento
y la aplicación de las leyes que rigen el desarrollo
social y, en nuestro caso, del pueblo y la nación
colombiana. La estrategia elabora el plan de la revolución,
tiene en cuenta las fuerzas que la integran, identifica
los blancos de ataque y señala las tareas que habrá
de coronar. Por eso la estrategia no se modifica durante
un tiempo relativamente largo, mientras no se haya realizado
el plan concebido para toda la etapa revolucionaria. Llevada
a cabo la. revolución nacional y democrática,
agotada esta etapa, variaremos la estrategia y nuestra meta
será entonces el socialismo.
La táctica depende del análisis
de la lucha, de clases, de las mutaciones en la correlación
de fuerzas y ha de expresar en todo momento los flujos y
reflujos de la revolución. La táctica debe
reflejar lo más cuidadosamente posible el estado
de ánimo de las masas, su conciencia política,
su disponibilidad al combate y debe también medir
y sopesar la capacidad e iniciativa, por supuesto mudable,
del enemigo. La táctica define qué forma de
lucha y de organización está al mando. Si
la reacción se repliega nosotros pasamos a la ofensiva
y viceversa. El Partido atiende distintas luchas, pero en
cada período tendrá que precisar cuál
es la principal, identificar sin ambages el eslabón
que jalona la cadena. Siempre habrá una tarea prioritaria
de cuya culminación estará pendiente el éxito
de otros trabajos secundarios. Esto es lo que el Partido
está obligado a desentrañar en consonancia
con el curso de la lucha de clases, si desea avanzar y fortalecerse,
como es la responsabilidad del MOIR, en medio de grandes
dificultades y en el fiero batallar contra un enemigo desalmado,
decidido a los peores crímenes y abroquelado tras
las fortificaciones del Estado. Descartando que la estrategia
sea correcta en términos generales, sin una línea
táctica acertada, la victoria jamás nos sonreirá.
Equivocarnos en lo que "toca hacer" es liquidarnos.
La táctica solucionará en la marcha este problema
y con su luz roja nos alertará cuándo una
tarea o una lucha principal se tornó secundaria,
o al revés, cuándo una tarea o una lucha en
la cual aún no somos expertos, el desenlace de la
situación, política nacional le dio el visto
bueno y la colocó en el primer puesto de nuestra
acción revolucionaria. Y el Partido, atento, flexible,
dispuesto, disciplinado, férreamente unido y preparado
ideológica y políticamente responderá
sin pérdida de tiempo a los cambios tácticos
que la lucha indica.
La aspiración suprema de toda revolución
es la toma del Poder. La clase obrera sólo llegará
a él al frente de una insurrección revolucionaria
triunfante. Su partido nunca teje ilusiones al respecto
y repudia las fórmulas intermedias del revisionismo
de "conquistar primero el gobierno y después
el Poder". El proletariado colombiano no entrará
a San Carlos ungido por el "voto universal" ni
en ancas de un golpe cuartelario. Por experiencia propia
ha comprendido, y se lo enseña el marxismo, que exclusivamente
organizando a la mayoría de los desposeídos
y humillados y recurriendo a la forma más elevada
de lucha "decretará." algún día
su emancipación. La senda es empinada y la cumbre
distante. El MOIR apenas ha comenzado el ascenso. Sus primeros
combates parecen pequeñas escaramuzas comparados
con las fragorosas batallas del futuro.
Ya dijimos que la táctica cambia
a menudo, a veces de un día para otro, mientras la
estrategia permanece invariable durante toda una etapa.
Esta es su contradicción. Su identidad estriba en
que la táctica ha de estar permanentemente orientada
y subordinada a la estrategia. Las consignas diferentes
acordadas por la vanguardia revolucionaria para atender
las necesidades de la lucha en los diversos y fluctuantes
períodos de la revolución, por ningún
motivo dejarán de guiarse por el norte del programa
estratégico, ni desconocerlo u oponérsele.
Sin la dirección estratégica la táctica
se limitará a dar palos de ciego, hasta convertirse
en el más vulgar oportunismo. Acostumbramos a expresar
que "sometemos los intereses del Partido a los intereses
de la revolución". Con tales palabras enfatizamos
una posición de principios: estamos indicando que
no sujetaremos nuestra acción a las conveniencias
de la hora, que no sacrificaremos el programa, ni lo postergaremos
en aras de conseguir ventajas transitorias. En este sentido
la estrategia auxilia a la táctica. Sin embargo,
la segunda ayuda igualmente a la primera y no de cualquier
forma. Al adoptar el Partido una resolución táctica,
como cuando define una alianza con otras fuerzas políticas
o decide el apoyo a las luchas por las más amplias
y múltiples reivindicaciones del pueblo, o agita
en una campaña electoral sus puntos programáticos,
pone a prueba su línea estratégica. En cada
una de estas eventualidades el Partido contrasta si su plan
de la revolución refleja plenamente la realidad,
interpreta el rumbo histórico del país, representa
y defiende las aspiraciones más sentidas de las masas.
Así constatará hasta dónde sus tesis
acerca de las contradicciones de clase, su pensamiento de
la situación nacional, encajan con los hechos y,
respetando la experiencia, podrá introducir las enmiendas
adecuadas a su programa, profundizarlo, enriquecerlo, perfeccionarlo.
Por eso la organización partidaria que no se vincule
estrechamente a las masas, que no se atreva a correr los
riesgos que la liza política depara, que se aferre
caprichosamente a rígidas y anquilosadas formas de
lucha y organización, que le dé lo mismo que
la revolución esté en flujo o en reflujo para
trazar su acción y por añadidura se mantenga
alegremente convencida de que todo cuanto conversa, discute,
argumenta es la purísima verdad, ese partido, o mejor,
ese grupúsculo, perecerá indefectiblemente,
y perecerá asfixiado en los humos de sus propios
dogmatismo y sectarismo.
Las consideraciones anteriores configuran
las leyes más elementales y básicas que gobiernan
la estrategia y la táctica revolucionarias, son parte
del ABC del marxismo-leninismo, cuyos rigor científico
y superioridad sobre las estratagemas idealistas y metafísicas
de la reacción han sido demostrados una y otra vez
por las revoluciones victoriosas del proletariado. El mérito
del MOIR se limita al aprendizaje de aquellas leyes mediante
su consecuente aplicación a la situación concreta
de Colombia, como corresponde a un partido que anhela con
justicia al sitio y al título de jefe máximo
de la clase obrera colombiana. Parte de los frutos podrá
ser juzgada a través de la presente selección,
estudiándola críticamente quienes antes no
tuvieron la oportunidad de conocer sus artículos
y repasando éstos en conjunto los que ya los leímos
en "TRIBUNA ROJA" o los vivimos, durante el último
tramo del período de nacimiento de nuestro Partido.
Los dos escritos iniciales, "Cuestiones
fundamentales de la revolución colombiana" y
"La concepción marxista del problema agrario",
se han incluido porque se refieren a dos de nuestras más
viejas inquietudes: a la necesidad del partido obrero y
al asunto de la revolución campesina, fiel de la
balanza de la revolución nacional y democrática.
La mayoría del resto de materiales trata sobre la
propagación y aprovechamiento de nuestro pro. grama
tanto en las luchas electorales de 1972 y 1974 como en las
alianzas que para tales debates concertamos con fuerzas
políticas disímiles. El informe que cierra
la serie insiste en los fundamentos unitarios del MOIR al
prolongar para las circunstancias de 1976 la línea
de principios de propiciar el entendimiento con todos los
sectores y organizaciones antiimperialistas.
Nos resta destacar algo realmente notorio.
Tras el transcurso de estos años se va haciendo evidente,
en la teoría y en la práctica de la revolución
colombiana, la aceptación de la política de
frente único. A ello coadyuva en no poca monta la
permanente defensa y correcta utilización que nuestro
Partido efectúa del programa de nueva democracia,
el programa por excelencia de la alianza de todas las clases
y fuerzas revolucionarias. En las condiciones más
adversas de debilidad, cercado por enemigos cinco, diez
y cien veces más fuertes que nosotros, sin ocultarle
a nadie nuestras verdaderas intenciones, desplegando una
lucha ideológica implacable contra las tendencias
oportunistas de moda, apoyándonos exclusivamente
en nuestros esfuerzos y en los esfuerzos de las masas, derrotando
internamente el dogmatismo y el sectarismo y practicando
una táctica flexible, el MOIR ha sido leal a esa
política. Una portentosa corriente unitaria revolucionaria
del pueblo colombiano se ha puesto en movimiento. El porvenir
es suyo, ¡apoyémosla!