Avanzamos
en la Política Unitaria
Esta cita nuestra con los
miembros de Insurgencia Liberal, un movimiento joven
fundado y dirigido por Alfonso López Caballero, no
hubiese sido posible sin que concluyeran varias
circunstancias notables de orden nacional y de
ocurrencia reciente. Creo además que el acercamiento
que hoy refrendamos de manera pública con los nuevos
amigos carecería de alcance si no se cimentara en el
afán de compartir la búsqueda y el hallazgo de las
soluciones acertadas a los angustiosos interrogantes
de la hora. Cuando en las entrevistas iniciales
sopesábamos las ventajas y desventajas de establecer
algún tipo de ayuda recíproca coincidíamos con el
doctor López en que indudablemente la dificultad
radica en el origen tan disímil de las dos fuerzas,
en sus criterios a menudo contrapuestos y en las
mutuas prevenciones. Sin embargo, concordábamos
también en que la gravedad de los problemas del país
y el curso de los acontecimientos nos permitirán
acampar en la misma orilla, obviamente a condición
de poner el interés colectivo por encima de los
egoísmos particulares. Nosotros profesamos la idea
de que la transformación de Colombia no puede ser la
obra exclusiva de un solo partido o de una sola
clase. Las deficiencias heredadas de un pretérito
remoto, él escaso grado de desarrollo y la
asfixiante dependencia económica de los grandes
emporios son factores ciertos y supremamente
adversos que deben removerse con el concurso de
obreros, campesinos, intelectuales, comerciantes,
industriales, es decir, de todos los contingentes
patrióticos, democráticos y progresistas ¿En el
momento de abordar los cambios de los cuales depende
la salvación nacional únicamente un círculo muy
insignificante se opondrá a la empresa: aquellos que
viven del pasado, del estancamiento y de la
depredación del país. Estos considerandos básicos se
han visto corroborados por las hondas perturbaciones
que vienen caracterizando el decenio. Cada vez un
mayor número de personas y entidades se percata de
cómo las relaciones imperantes en diversos terrenos
entorpecen las actividades productivas en lugar de
impulsarlas. Miremos un caso. Tras el alza de las
tasas internacionales de crédito, y el consiguiente
encarecimiento de la enorme deuda externa de
nuestras naciones, se desató una oleada de protestas
de las que no se eximieron ni siquiera los
mandatarios, quienes tradicionalmente han acudido
con la mejor de las sonrisas a entramparse con los
usureros del mundo. Pronto se hizo evidente que
Latinoamérica, cuyos préstamos recibidos habían
sobrepasado la escalofriante suma de 360.000
millones de dólares, no contaba con qué cumplir sus
compromisos, una explosiva situación larvada desde
años atrás con la complacencia de unos y la
voracidad de otros. A su turno el Fondo Monetario
Internacional, el organismo rector que vela por el
orden financiero de Occidente, descargó su férula
sobre los prestatarios con el objeto de garantizar
los pagos. Sacrificarse al máximo y cancelar a
tiempo, he ahí la filosofía de los correctivos que
sacudieron la conciencia del Continente, porque
develaron cómo a los Estados en quiebra sin
miramiento alguno se los ata al atraso, a la miseria
y a la enajenación nacional.
Bajo el impacto de tan trágico
desenlace voceros de los más diversos sectores
sociales han percibido y aun expuesto que el camino de
la prosperidad le está vedado a cualquier república
que, en desmedro de sus aspiraciones de inversión, se
vea obligada a enviar afuera por concepto de
intereses, o en virtud de las desigualdades del
comercio, un porcentaje considerable de la acumulación
obtenida internamente. La propagación de este
convencimiento configura uno de los vuelcos positivos
sobre los cuales se sustenta la política unitaria
propuesta en enero por la dirección del MOIR. Ayer,
los críticos nos aconsejaban caritativamente abandonar
la sistemática condena que hacíamos del despojo
económico del país, por juzgarla dogmática y culpable
de la modesta cauda electoral del Partido. Hoy muchos
de ellos nos emulan en tales denuncias; y no pocos
dirigentes liberales aliados nuestros en los actuales
comicios nos disputan la paternidad responsable de las
mismas. Lo cual desde luego no nos molesta. ¡Ojalá
pasara igual con otras tantas tesis!
Lo dicho hasta aquí no significa que
aboguemos por una nación enclaustrada, al margen de
los indispensables aportes técnicos y culturales del
extranjero, sin vínculos de ninguna especie con las
grandes potencias, o únicamente con los pueblos
débiles y pobres. Al contrario. No consideramos
necesaria la ruptura con los Estados Unidos o con los
consorcios de1as repúblicas desarrolladas. Ni incluso
que tengamos que prescindir totalmente del
financiamiento externo. Por su incipiente crecimiento
Colombia requiere de la contribución internacional en
las más variadas áreas. Pero ésta sólo será favorable
si se lleva a cabo en beneficio recíproco entre las
partes asociadas y sin la menor violación de la
prerrogativa soberana del país a autodeterminarse.
Claro que ello a la postre estriba en qué clases y
corrientes empuñan las riendas del Poder.
La aguda recesión económica que
traumatizara al mundo capitalista a comienzos de los
años ochentas produjo dentro de nuestras fronteras
profundas repercusiones que todavía no cesan de
sentirse. En general la industria colombiana entró en
bancarrota, al extremo de que las firmas más
prestigiosas hubieron de pactar concordatos con sus
acreedores. Aunque en un principio se pregonó que las
irregularidades dentro del engranaje financiero
obedecían a los malos manejos de ciertos avivatos,
rápidamente se supo que los 250.000 millones de pesos,
monto al que ascienden los cobros de dudoso o
imposible recaudo, se originaban en gran medida en la
falencia de los productores. La opinión se tropieza de
improviso con que la banca, ama y señora de los
negocios, funda su esplendor en la buena suerte de las
actividades productivas. De allí que los empresarios
sólo puedan vengarse de los financistas quebrándose. Y
al gobierno, más insolvente que sus protegidos, le
toca auxiliar a unos y otros y hacerse cargo de los
entes sin vida, incrementando la injerencia oficial y
encendiendo a la vez la polémica en tomo al rol
económico del Estado.
Ante el rescate y la nacionalización
de varias entidades bancarias que al régimen le han
valido un potosí, comentaristas de los grandes
rotativos han objetado lo que se dio por llamar la
"socialización de las pérdidas", un razonamiento que
nosotros compartimos aunque no lo hayamos expresado en
los mismos términos, pues la acción gubernamental de
ningún modo ha de servir para engordar a unos cuantos
por cuenta de la riqueza pública. La crisis económica
ha destapado las tremendas deficiencias del sistema,
facilitando el estudio de éstas y promoviendo
aproximaciones entre distintas vertientes alrededor de
las enmiendas que demanda el país. A la ANDI, por
ejemplo, le parece clave la baja en los intereses
crediticios como un medio de propiciar la recuperación
de los sectores afectados, y hasta ha defendido que
las asignaciones salariales deben mantenerse en
niveles que no contraigan la demanda. Dos conclusiones
que responden a las inquietudes de jalonar el
desenvolvimiento armónico de la industria, - pero que
la burguesía empresarial difícilmente las hubiera
formulado sin los desarreglos que pusieron en graves
apuros a los fabricantes, agricultores, banqueros,
etc. Efectivamente, sobre el cuatrienio del "cambio
con equidad", que se distinguió por los desacoples,
los sobresaltos, la legislación de emergencia, ha
llovido toda especie de reproches por cuenta de los
representantes de los gremios. Se le ha censurado el
aumento de los impuestos indirectos sobre los
directos, por desencadenar la inflación y restringir
el comercio. Se le ha combatido la costumbre de emitir
papel moneda sin respaldo como otro elemento de
desestabilización y de carestía. Se le han rechazado
los planes de abrir las puertas de par en par a los
inversionistas foráneos. En síntesis, de todos lados
brotan reclamos y sugerencias que demuestran la
necesidad de hacer un gran replanteamiento,
fundamentalmente porque el Estado colombiano, a pesar
de nuestro escaso desarrollo, se ha convertido en la
primera fortaleza económica, con infinitas
atribuciones para regular y disponer del trabajo de la
nación. Ustedes comprenden que del modo como se use
tan formidable herramienta depende la felicidad o la
desdicha de las presentes y futuras generaciones. Si
se sigue emitiendo a manos llenas, o levantándoles
caprichosos obstáculos a las transacciones
comerciales, o poniendo el erario al servicio de una
pequeña capilla de afortunados, o trasladándoles a los
linces de las agencias prestamistas internacionales la
capacidad de decisión, o alimentando el agio y la
usura, antes del fin del siglo habremos acabado con lo
poco que aún nos queda. Por ello estamos dispuestos a
unirnos con quienes tengan estas mismas inquietudes y
sean cuales fueren 8us colores políticos.
Al explicar el contenido y las miras
de nuestro llamamiento de unidad no me dirijo sólo a
los jefes e integrantes de los movimientos con los
cuales iremos juntos a las próximas elecciones, sino
también a los militantes y simpatizantes del MOIR,
particularmente a aquellos a quienes les sorprenda la
amplitud de la línea aprobada o piensen que jugamos a
la gallina ciega al participar en las listas de
antiguos contrincantes. He autorizado a propósito la
inclusión simbólica de mi nombre en todas las
planchas, en prenda de la seguridad que nos anima y de
la certeza de que libraremos la batalla con coraje y
entusiasmo. Me resisto a admitir que el Partido pierda
entidad o se desdibuje por el hecho de que sus
iniciales no figuren en los encabezamientos de las
papeletas. No somos tan deleznables.
Sin querer restarle trascendencia, la
justa comicial no deja de ser un episodio transitorio
que utilizamos para exponer nuestros puntos de vista y
consolidar las convergencias con los aliados, por
quienes básicamente votaremos el 9 de marzo. Esta
conducta, o si se prefiere este viraje, no sería
factible sin los serios destrozos de la crisis
económica, el creciente descontento de los productores
nacionales, los flagrantes fracasos de la
administración Betancur, el tremendo desbordamiento de
la descomposición social y de la penuria del pueblo.
Muchos empresarios, y hasta ganaderos, que
tradicionalmente habían mirado con desconfianza
nuestra presencia, ahora respaldan los esfuerzos de
las cooperativas campesinas organizadas por el
Partido, reconociéndolas incluso cual presagios de
adelanto dentro del perpetuo abandono de las zonas
rurales. Los bananeros que intrigaban en las brigadas
con el propósito de desalojarnos violentamente de
Urabá, al calor de los percances han ido deponiendo su
animadversión hacia nosotros. Sin la roya, que viene
acelerando el desmoronamiento de la antigua hacienda
patriarcal, no hubiéramos conseguido constituir en
decenas de poblaciones la Unión Cafetera, un novedoso
instrumento aglutinante de los cultivadores pequeños,
medianos y hasta acomodados. En fin, tales
aproximaciones, al igual que los acuerdos electorales
concertados en menos de quince días por el MOIR, con
una veintena de agrupaciones liberales y
conservadoras, no han caído del cielo; ni para
efectuarlas hemos tenido que rectificar uno solo de
nuestros principios o de nuestras consideraciones
teóricas sobre el país.
Nunca hemos pensado que la innovación
que le corresponde realizar a Colombia en la etapa
histórica vigente sea de carácter socialista, ni que
haya por ende que abolirse todo género de propiedad
privada, sino aquellas formas monopólicas que frenan
el desarrollo, de tal suerte que el Estado,. puesto
bajo el mando de las clases y capas democráticas,
disponga de los recursos naturales y demás medios
claves, oriente el rumbo económico, estimule a los
productores de la ciudad y el campo y actúe siempre en
pro del pueblo y de la grandeza de la patria.
Prosigamos sin vacilaciones con la política unitaria
echada a andar, sacándoles provecho a los aspectos
disolventes y a que el país empieza a cansarse de ese
tormento de Sísifo al que ha sido condenado, de tener
cada cuatro años que trepar a la cúspide un presidente
para luego verlo rodar hacia abajo en la estima
pública, como habrá de suceder con Betancur, que llegó
entre aplausos y saldrá entre silbos.
Y por último, unas palabras sobre la
"paz", el tema que ha copado la atención nacional por
cerca de un lustro. Aun cuando rehusamos vincularnos a
las comisiones nombradas por el gobierno, puesto que
no tocábamos pito alguno en ese ensayo, tampoco
hicimos campaña en contra. Desde la época del padre
Camilo Torres pugnamos por la supresión del foquismo y
demás prácticas extremoizquierdistas. Las luchas
emprendidas a espaldas o a contrapelo de los deseos de
las masas están inexorablemente destinadas a la
derrota, por mucho que los combatientes sean personas
valerosas y honestas. El recorte a los derechos
ciudadanos o los zarpazos contra las organizaciones
populares siempre han encontrado en aquellas aventuras
el mejor pretexto. Además, en Colombia la guerrilla,
con una crónica tan dilatada y abrupta, terminó
permitiéndose la licencia inexcusable de recurrir al
secuestro o al boleteo, como lo han confesado sus
propios comandantes. De modo que el desmonte de todos
estos métodos liquidacionistas lo consideramos una
cualificación de la gesta revolucionaria. No obstante,
se partió del requisito engañoso de supeditar la
legalización de los insurrectos a la "apertura
democrática" y a las "reformas sociales". Dichas
metas, inaccesibles en las condiciones económicas y
políticas del país, junto al alargue indefinido del
diálogo, acabaron con las ilusiones. En realidad la
única democratización que el régimen les concedió a
sus gobernados fue el estatuto de los partidos, un
engendro que a nadie gustó, y que para las
colectividades opositoras, si son aprobadas por el
Consejo Electoral, apenas significará unos cuantos
minutos en los espacios de la televisión, o unos
cuantos gramos de franquicia postal, a cambio por
supuesto de que las autoridades inspeccionen sus actos
y supervisen sus cuentas.
Esta es la hora en que el "sí se
puede" ni siquiera ha conseguido desprenderse del
estado de sitio, la institucion más apetecida de la
Carta. Y respecto al mejoramiento social, los índices
del desempleo, de la inflación y de los exiguos
incrementos salariales lo compendian todo. Las
dramáticas escenas de la pacificación dialogada más
bien asordinaron el enojo que el sartal de medidas
restrictivas o impositivas despertara en diversos
estratos de la población.
¿Y cuál es el parte de victoria? Aun
cuando el ministro de Gobierno hable de que los
guerrilleros fueron vencidos políticamente, sin duda
alguna el señor Betancur le entregará a su sucesor el
próximo 7 de agosto más ejércitos del pueblo de los
que le legara Turbay Ayala en 1982. Los
enfrentamientos no han parado un solo día, la
violencia, con su carro de horrores, se ha extendido
hacia regiones tradicionalmente tranquilas y
modalidades como el atentado personal y la
intimidación se han puesto a funcionar con el fin de
dirimir las divergencias, aun entre los mismos bandos
enfrentados al régimen. Con el desespero del hombre de
la fábula que cae en brazos de la muerte al intentar
huir de ella, el presidente trata de revivir su
cruzada de apaciguamiento aceptándoles a las Farc, no
la culminación en firme de las hostilidades, sino la
prolongación ilimitada de la tregua, con lo cual este
grupo gozará de un privilegio sin antecedentes, el de
concurrir a los comicios sin haber declinado las
armas. También ha sido evidente que la actual
administración, tras el móvil de influir en el ánimo
de la contraparte, coquetea de continuo con los países
prosoviéticos del Caribe, ligando la concordia interna
al resultado del entendimiento externo, asuntos que no
debieran relacionarse porque los focos de conflicto en
el mundo de hoy, incluido el de Centroamérica,
dependen tanto de los avances expansionistas de la
superpotencia de Oriente como de la contestación dada
por la otra superpotencia a tales avances, y no de los
buenos oficios de un país o de un puñado de países. Sé
que estos problemas preocupan menos a los aliados que
a nosotros, pero igualmente hacen parte de las
asechanzas que nos aquejan, y de cualquier forma se
derivan de la "paz" abortada. Un proceso que no se
consumó; se consumió.
El MOIR ha sido víctima del
proselitismo armado. Se le viene presionando a punta
de fusil para que se retire de varios sitios y hemos
visto caer asesinado a uno de nuestros más valiosos
cuadros. Algo parecido les viene aconteciendo a otras
agrupaciones. De ahí que no estemos tan extraviados
cuando pedimos aunar esfuerzos con el objeto de
contener las malsanas tendencias que buscan resolver
las discrepancias políticas por intermedio del terror,
el amedrentamiento o el asesinato. Como no lo estamos
cuando ponemos en sobreaviso a nuestros compatriotas y
los persuadimos de salirles al paso a quienes
pretendan hacer del país un escenario más de la
disputa por el reparto del planeta.
Doctor Alfonso López Caballero:
Brindo por que las concordancias
alcanzadas entre ustedes y nosotros se consoliden con
el transcurso de los días para bien de Colombia.
Muchas gracias.
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Declaración
publicada en El Tiempo el 26 de enero de 1986.