El
27 de Mayo, otro 11 de Marzo
"En
el Estado toma cuerpo ante nosotros el
primer poder ideológico sobre los hombres",
decía Federico Engels en su folleto
intitulado Ludwig Feuerbach y el fin de la
filosofía clásica alemana, que escribiera
hacia 1886 con la mira de recapitular los
hondos cambios ocurridos en el pensamiento
del siglo XIX. Se había descubierto que el
aparato estatal, aun cuando parecía erguirse
independientemente por encima de toda la
sociedad, encarnaba a una determinada clase
o capas sociales, y éstas, cualesquiera que
fuesen, si querían establecer su dominación,
estaban obligadas a conquistarlo y a través
de él presentar sus intereses como si se
trataran de los objetivos de la comunidad
entera. Ante el montón de acontecimientos
contradictorios que se entrelazaron en las
elecciones del 11 de marzo, quien se ocupe
de la historia de estos días calamitosos, no
podrá menos que, sin atenerse demasiado a la
lógica, resaltar la fuerza de convicción del
modelo presidencialista que nos ha regido
por años. No obstante los errores cometidos,
unos garrafales y otros infantiles, el
pequeño círculo palaciego se salió con las
suyas. Los distintos movimientos políticos y
gremiales, incluidos los expresidentes y los
periódicos del partido de gobierno, han
censurado muchas de las actuaciones del
cuatrienio en extinción. A Barco se le
reprueban desde sus largos silencios hasta
sus frecuentes viajes a otras latitudes,
vacíos tanto más notorios cuanto que la
situación de Colombia va de mal en peor. Los
colombianos nos sentimos inermes ante los
estragos de un terrorismo incontenible, que
ha cobrado la vida de cuatro candidatos
presidenciales y de miles de personas
inocentes; de un desempleo y una inflación
multiplicados; de una deuda externa cuyo
servicio representa el mayor escollo para el
crecimiento nacional; de una lucha contra el
narcotráfico más costosa de lo previsto, y
de un incremento repentino de las presiones
de los monopolios del Norte que pretenden
llevar hasta el último extremo su
indiscutida supremacía sobre el mercado, la
industria y los recursos de nuestra nación.
Y no faltan quienes, con ascendiente para
exponerlo, han demandado el relevo
presidencial y el nombramiento de una
administración de facto. Sacándole el jugo a
las manifestaciones continuas de
inconformidad, el mismo Alvaro Góniez
Hurtado tuvo el atrevimiento de proponerle a
Barco un triunvirato que se ocupara de los
intríngulis del orden público, la forma
menos cruda de sugerir la abdicación o el
autogolpe.
Aun
así, estos enfrentamientos no deben
recibirse sin beneficio de inventario. Cada
vez que las autoridades supremas se lucieron
con sus salidas de tono, de los labios de un
Lleras Restrepo, un López Michelsen, un
Turbay Ayala, un Betancur Cuartas, e
inclusive de un Pastrana Borrero, brotó sin
ambages el consejo penetrante y pertinente.
¡Se puede ser liberal, pero con prudencia! A
ese paso los experimentados adalides del
bipartidismo tradicional, olvidándose a
ratos de las cordiales discordias, han
aparecido en las coyunturas difíciles, con
uno u otro interés, a rendir el tributo de
su apoyo al último período gubernamental de
los ochentas.
Nosotros
pensábamos, por ejemplo, que Turbay Ayala,
tras haber sido escogido como arquitecto y
amo de la unión de su colectividad, vendría
del Vaticano a poner las cosas en su sitio;
mas el exmandatario, tentado por el demonio
de la reelección, acabó coqueteando con los
detentadores del poder y complaciendo cada
una de sus estratagemas. Aceptó la
escogencia a dedo de Gaviria como candidato
de la facción galanista; estuvo en el
banquete de homenaje al sombrero del
comandante del M-19, haciendo gala de
absoluta obediencia; no puso reparo alguno a
las cuatro o cinco enmiendas
constitucionales que de modo tan
incongruente intentó imponer el gobierno,
comprendida la "séptima papeleta", que fuera
inventada, entre otras finalidades, para
recogerle votos al heredero del barquismo, y
no le hizo honor ni a su aureola de táctico
ni a su tradición de caudillo. Carlos Lleras
respaldó toda la maniobra, sin estridencias,
a pesar de haber criticado en su momento la
alianza de Luis Carlos Galán con el
Ejecutivo, hecha para impedir el arribo de
Juan Martín Caicedo Ferrer a la alcaldía de
Bogotá en los comicios de 1988. Belisario
Betancur, no obstante mantenerse al lado del
socialconservatismo, ha asumido una actitud
más bien discreta, sin ir a fondo en la
pelea contra el esquema barquista de mando,
cuidándose de desencadenar juicios de
responsabilidades sobre las repercusiones
del "sí se puede", un ensayo funesto que,
cual se sabe, atizó la espantosa violencia
en la que se desangra la república y agudizó
la enorme crisis económica de Colombia. Y
Misael Pastrana, quien con su aspirante
presidencial, el doctor Lloreda, marcha
hacia el 27 de mayo presintiendo las
tempestades de una derrota casi segura, en
forma sorprendente ha acogido, o ha puesto
apenas reparos a las grandes maquinaciones
de los héroes del día, entre las cuales se
destacan la exaltación artificial del M-19;
las franquicias otorgadas a las mercaderías
y a los capitales foráneos, que en creciente
número inundarán el territorio patrio, y la
reforma de las instituciones por los medios
de un plebiscito y de una asamblea especial,
sin perjuicio de que tales arrebatos vayan a
contrapelo de la legislación vigente, o
hubieran contribuido el 11 de marzo a
generar la inmensa e incomprensible votación
atribuida a uno de los más eméritos miembros
del vapuleado sanedrín.
O
sea que el continuismo, pese a los palos de
ciego y a los irritantes desafíos con los
que cuotidianamente se pone a prueba la
paciencia de los gobernados, convirtió sus
verdades en una creencia general, la que al
mismo tiempo utiliza para realizar
propósitos muy definidos y muy particulares.
El quid de este extraño fenómeno no se halla
en la habilidad del mandatario de turno sino
en la omnipotencia del Estado, más aún en
las democracias pobres y sometidas, en donde
las influencias sociales, tanto económicas
como políticas, tienden a concentrarse por
completo en la maquinaria gubernamental y,
en último término, en la figura del primer
magistrado, quien a menudo, moldea la
conciencia pública sin tener que acertar en
las soluciones, ni verse obligado a inquirir
la opinión de sus conciudadanos.
Los
guarismos de las elecciones del 11 de marzo
pusieron precisamente al descubierto las
preeminencias demoledoras del presidente de
la república. Nadie más que él ganó la
consulta liberal interna, y con una votación
demasiado voluminosa para el curriculum
vitae de su favorito, pues el señor Gaviria
jamás se destacó en los terrenos de la
teoría, las letras, la oratoria, ni en
ninguna de las demás disciplinas
indispensables para el correcto
encauzamiento de los destinos de un país. Es
curioso, por decir lo menos, que este
personaje ocasional, al que todos consideran
un santón, bien en la una, bien en la otra
acepción del diccionario, sea, en el mejor
sentido, el hombre de la crisis. Por
supuesto que las votaciones adolecieron de
escandalosas anomalías, muchas de las cuales
las propició o las toleró el régimen,
empañando su propio éxito. A Yamid Amat, del
noticiero de Caracol, cadena de reconocida
audiencia, se le permitió hacia el mediodía,
en una hora clave, inducir las preferencias
de los electores mediante la divulgación de
encuestas que a la postre resultaron
abultadas y urdidas. La simbólica sanción
con que más tarde fuera amonestado el
monopolio radial, perseguía únicamente el
revestir la falta con un viso de escrúpulo,
después de que el ardid ya había surtido sus
efectos, y siendo que los informadores son
los más informados de la expresa prohibición
de suministrar escrutinios distintos a los
elaborados por los organismos de que habla,
no sólo el Código Electoral de 1986, sino
las disposiciones modificatorias
posteriores.
En
cuanto a los daños de las computadoras de la
registraduría, cuyo sistema operativo sufrió
ese domingo un verdadero infarto que durante
dos días impidió se conocieran los datos
oficiales, los funcionarios no lograron
desvanecer las sospechas. Lo cierto es que
cuando el gobierno colombiano había quedado
comprometido a modernizar en algo los
sufragios, más que en ninguna otra ocasión y
conforme a las normas indicadas, aquéllos
acusaron imperfecciones inexcusables.
La
otra grave irregularidad, tampoco
esclarecida de modo satisfactorio, consistió
en el consentimiento de la celebre "séptima
papeleta" en pro de la asamblea
constituyente, y que una especie de mita
estudiantil, organizada para el caso,
repartió entre los votantes de determinados
municipios, mientras que sus reales
gestores, conocidos dirigentes de las viejas
colectividades y de la franja
extremoizquierdista, se limitaban a aplaudir
tras bambalinas. Con el ánimo de convalidar
todo este nebuloso asunto, Jaime Serrano
Rueda, el registrador, adoptó una posición
ridícula: que a la propuesta ciertamente le
faltaba piso legal y, en consecuencia, no se
escrutaría el respaldo que obtuviese; pero
tampoco se anularían los votos si la tarjeta
en mención iba dentro de los sobres de las
listas debidamente registradas. De ahí el
nombre que se le diera. Sobra añadir que los
medios de comunicación asumieron
voluntariamente la tarea de contarla; mas
nadie responde de la veracidad de las
elevadas y disímiles cifras difundidas. La
reforma de la Ley Fundamental había
comenzado... con su quebrantamiento.
Un
último cambio en las reglas del juego, no
menos despótico que los anteriores, se
advierte en los múltiples privilegios
concedidos al M-19 por parte de los asesores
presidenciales y consignados en las actas de
Santo Domingo, una lejana región del
departamento del Cauca. Para sacar avante
las negociaciones de la "paz", cuyos puntos
acordados fueron meras cuestiones de
crematística adobadas en retórica, el
Palacio de Nariño contrajo el compromiso de
facilitar el acceso a las urnas de la
organización insurrecta, resolviéndole, de
un día para otro, todas y cada una de sus
dificultades, desde las de protección y
vigilancia hasta las de orden jurídico y
financiero. Siguiendo las huellas de su
antecesor, el mandato barquista también
buscaba recomponer su imagen y además
ganarse un aliado, a su juicio valioso, que,
desde un supuesto bando contrario, lo
acolite en los afanes por fortalecer a
Gaviria, enterrar al conservatismo, cumplir
con la apertura económica e instaurar el
referendo y la constituyente. He ahí el
inesperado desenlace del drama de los
seguidores del sacrificado comandante Carlos
Pizarro Leongómez, de los exponentes vivos
de una agrupación rebelde que se hallaba
vencida, según lo recuerdan a menudo sus ex
compañeros de la Coordinadora Guerrillera, y
que ahora han pasado a desempeñar un papel
de primera línea en la lucha civil, o
civilizada, si se quiere. Recibieron en
marzo una votación tanto o más inconcebible
que la del ex ministro delegatario, dadas
las condiciones de improvisación de su
campaña, e ingresaron al Parlamento y a
otros cuerpos colegiados. Es una victoria de
estos corredores de la subasta del
apaciguamiento barquista, quienes acaban de
poner a disposición de los habitantes del
Magdalena Medio sus buenos oficios de
intermediarios, luego de enterarse de que
las autodefensas de la estratégica zona
habían presentado fórmulas conciliatorias al
alto gobierno. Su conversión no podía ser
entonces, ni más rápida, ni más milagrosa.
En un periquete saltaron del monte a la
ciudad, de perseguidos a asesores, de
objetos de la "paz" a sujetos de ésta. Con
todo, entre' los decretos de estado de sitio
expedidos a su favor, la Corte Suprema de
Justicia declaró ya inexequible uno de
ellos, el 713 del presente año, por el cual
se permitía la inscripción de
aspirantes
a la presidencia aunque no reunieran las
calidades contempladas en la Constitución.
A
dichas alteraciones han de agregárseles los
conceptos del Procurador Alfonso Gómez
Méndez contra el plebiscito recién
decretado, y por el cual los comicios del
próximo 27 decidirían la convocatoria de una
"asamblea constitucional". En otras
palabras, vuelve y juega la "séptima
papeleta", ahora con el franco patrocinio
del gabinete. A la hora de escribirse estas
líneas se desconocía aún el veredicto de la
Corte al respecto. Pero no necesitamos
esperar el fallo, favorable o adverso, para
persuadimos de que la vieja república se
encamina hacía un cambio abrupto de sus
instituciones, promovido cabalmente por los
sectores políticos y sociales que en los
últimos años han ido ganando notoriedad e
influencia en áreas vitales del Poder, las
finanzas, el gran comercio, las relaciones
internacionales. Existen síntomas bastante
evidentes de que estamos entrando en una
nueva situación, lo mismo dentro que fuera
de Colombia. Se trata de acontecimientos
imposibles de ignorar, pero también
imposibles de creer hace una década, o hace
un lustro.
Podemos
decir que Estados Unidos recuperó en buena
parte la iniciativa perdida dentro del
ámbito de los negocios internacionales,
mientras la Unión Soviética, en la recta
final de su involución capitalista, ve
disminuir aceleradamente la suya. Una
variación de ciento ochenta grados en el
curso de las contradicciones a nivel
mundial. La humanidad se precipita hacia una
guerra económica de extensión y proporciones
no observadas desde los tiempos en que el
trabajo forjó sobre la Tierra las primeras
mercancías y el primer intercambio de éstas;
unas colosales disputas que cobijarán a
todos los continentes y a todas las razas,
pero cuyos principales autores no serán ya
exclusivamente las dos grandes naciones
nombradas, sino que contarán también con la
activa presencia de Europa y el Japón. El
mundo dividido por dos se ha dividido por
cuatro, y quizás se partiría en cinco, si
China, con más de mil millones de seres, se
acercara por su cuenta y riesgo al teatro de
unos enfrentamientos hasta el presente
"pacíficos", pero que cualquier desajuste en
el complicado equilibrio bien podría
encenderlos. Los planteamientos de que, para
salir del atraso y la pobreza, Colombia debe
tomar parte resueltamente en el actual
proceso de intemacionalización de la
economía, y sobre los cuales tanto se
especula, son apenas ecos ideológicos de las
agrias contiendas que libran las metrópolis
por el control de los mercados. A la par que
pregonan la apertura para los países que
giran en su órbita, los bloques
imperialistas practican entre ellos el
proteccionismo. Y ésta es la doble conducta
que mantienen los consorcios estadinenses en
sus relaciones con nosotros y el resto de
Latinoamérica.
Siempre
hemos insistido en la necesidad de efectuar
rectificaciones en la conducción de la
economía del país, algunas incluso de fondo.
Jamás hemos sido partidarios de escudarnos
en el aislamiento nacional como una forma de
proteger nuestra incipente industria. En
suma, no creemos que haya fórmulas simples o
fáciles en el intento titánico de propugnar
el desarrollo. Pero de ahí a dejarnos
arrastrar de la ternilla, o compartir la
ingenua convicción de que basta con
introducirnos en la retorta del comercio
mundial para salir fortalecidos con la
prueba de la competencia, hay un abismo muy
considerable. A quienes les cuelan estos
cuentos, o no son listos, o no son
independientes. Cuando alguien se refiere a
la apertura económica se entiende que habla
de una política global, concreta y definida,
la que el Fondo Monetario Internacional les
está imponiendo a los países endeudados, con
el propósito de convertirlos exclusiva y
totalmente en feudatarios o tributarios de
las economías de las repúblicas de los
prestamistas del planeta, y en nuestro caso,
de la norteamericana. Obviamente aquel
enunciado no atañe a los esfuerzos que
emprendan los exportadores o los
comerciantes de un determinado pueblo tras
el cometido de vender en el exterior los
productos de éste e impulsar su progreso,
contra lo cual ningún patriota consecuente
habría de pronunciarse. La apertura que
venimos reseñando y combatiendo implica no
la modernización de las estructuras
productivas de Colombia sino la quiebra de
algunas de sus ramas industriales más
antiguas, más sólidas y de mayor afluencia
del capital nacional. El torrente de medidas
económicas que desde el segundo semestre de
1989, ha puesto precipitadamente en práctica
el actual gobierno, ya en la penumbra de su
decadencia, levantaron múltiples reclamos de
los gremios industriales, las organizaciones
sindicales y los frentes investigativos. Se
derrumban las escasas barreras de protección
e iníciase el alud indiscriminado de los
productos extranjeros; el Estado pone en
venta sus participaciones en las actividades
productivas y se tramita la privatización de
los servicios públicos; los créditos de
fomento sufren drásticos recortes y los
intereses bancarios llegan a índices
realmente confíscatorios; los organismos de
la planificación estudian el desmonte del
control de cambios y el dólar continúa
desplazando al peso en las transacciones
internas. En fin, con sus reformas en los
más variados campos, las autoridades
colombianas alientan el proceso de
colonización o apertura económica, que es lo
mismo.
Mucho tememos que todo este revuelo armado
en torno a la enmienda de la Constitución a
través de la vía excepcional de un referendo
y de una asamblea extraparlamentaria,
obedezca a insistencias de Washington para
que se efectúen cuanto antes los
amoldamientos jurídicos sin los cuales no
sería posible la santa misión de liberalizar
a los países infieles de la época. La
tormenta reformista que se ha desatado
representaría entonces un gigantesco
retroceso y no una innovación, cual lo
proclaman los constitucionalistas del
sistema. Estaríamos ante una conjura contra
el país, que vería comprometido su futuro y
aplastadas sus mejores tradiciones. Todo
indica que es así, desafortunadamente.
Los
ejecutores del peligroso proyecto se
aprovecharán hasta de los anhelos de cambio
de las masas. Cualquier factor puede servir:
la deficiencia de los jueces, el
anquilosamiento de las cámaras legislativas,
la lucha sin cuartel contra el narcotráfico,
la candidez virginal de los universitarios,
el oportunismo de la extremaizquierda, los
cálculos ilusos y egoístas de la burguesía,
la división permanente de la clase obrera,
los realinderamientos a escala
internacional, el temor de las gentes y,
sobre todo, la indiferencia política de
vastos segmentos de la población, que da
pábulo a la labor diversionista del
Ejecutivo, cuando casi todos los meses se
escuchan desconcertantes noticias o rumores
de que naves norteamericanas han vulnerado
las aguas y los cielos de Colombia;
incidentes gravísimos, frente a los cuales
el presidente de la república ni siquiera se
pronuncia. Y el día que por tal motivo llegó
a salir un comunicado de alguna agencia
gubernamental, fue para justificar las
expediciones yanquis, por lo general
fraguadas desde territorio panameño,
convertido de hecho en el 52 estado de la
Unión, luego del asalto de diciembre, con
que, se depuso a Noriega y se le secuestró.
Otro tanto ha acontecido con la muerte
violenta de Rodríguez Gacha, alias El
Mejicano. Voceros del Pentágono y del
Congreso estadinenses involucraron a agentes
de la DEA en dicha operación, llevada a cabo
en nuestra Costa Atlántica. La Cancillería
colombiana les restó trascendencia a
semejantes declaraciones que eran, o un
infundio, o una infidencia, materia delicada
en ambas eventualidades. Las ofensas contra
la dignidad nacional ya no reciben ni el
tratamiento reservado a las infracciones de
inspección de policía. Si en el cuatrienio
que concluye ha sido notoria esta tendencia,
particularmente durante el último tramo,
cuando se desanuda casi siempre el pleito de
la sucesión presidencial, ¿qué puede esperar
el pueblo colombiano de César Gaviria,
ungido prácticamente desde el 11 de marzo,
cuya buena estrella se la debe a Barco y a
quien viene acompañando, sin interregnos ni
deslealtades, aun antes del 7 de agosto de
1986?
El
decreto con que se autoriza la consulta
sobre la citación de una "Asamblea
Constitucional" está redactado de tal modo
que, en definitiva, se trata de un cheque en
blanco girado a favor del próximo
mandatario. Los partidos menores, e
inclusive las fuerzas con raigambre
electoral pero que no gozan de las simpatías
del estrecho círculo dominante, al promover
el referendo y la constituyente como los
métodos democráticos jamás descubiertos; y
creyendo, desde luego, que así cristalizan
sus aspiraciones políticas, acabarán
engañándose a sí mismos y de paso al pueblo.
No en vano Rodrigo Lloreda insistió sobre la
conveniencia de definir antes que nada tres
aspectos consustanciales a la susodicha
asamblea: la convocatoria, la composición y
el temario; valga decir, quién la cita,
quiénes la integran y sobre qué asuntos
versa. Como ninguno de estos puntos se ha
tocado, ni discutido, ni hay dónde hacerlo,
ni con quién, pues el objetivo prioritario
consiste en arrumbar el Congreso y la Corte,
se supone que las decisiones fundamentales
quedarán en manos del Ejecutivo. Y
únicamente a los monopolios extranjeros, que
se alampan por establecerse en tierras
pródigas, pobladas por gentes que trabajen
mucho y cobren poco, les interesa entenderse
con una sola persona, o con un pequeño grupo
de personas que no deban rendirle cuentas a
nadie.
Estos
son los cambios planteados en la actualidad
al pueblo colombiano, con el sarcástico
aliciente de que conquistará con ellos el
reino de la democracia participativa. En
razón a que habrá tantos derechos
restringidos o conculcados, es de esperarse
que avance más rápida y eficazmente el
movimiento unitario por la salvación
nacional, propuesto por el MOIR y por otros
destacamentos patrióticos y democráticos.
Y
puesto que las perspectivas del 27 de mayo
no parecen más halagüeñas que las del 11 de
marzo, y ante las dificultades surgidas del
pasado debate, que impidieron conformar un
frente electoral con algunas posibilidades,
nos abstendremos de concurrir a las urnas el
domingo entrante.
Movimiento
Obrero Independiente y Revolucionario MOIR
Comité
Ejecutivo Central
Francisco
Mosquera
Secretario
General
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Publicado
en El Tiempo el 25 de mayo de 1990.